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Introducción
Durante la primera mitad del siglo xx, los camiones de carga se convirtieron en
poderosos agentes de modernización en México. Abrieron nuevos campos para la
actividad económica, dieron luz a nuevas fuerzas políticas, y produjeron nuevas
prácticas de movilidad espacial que compitieron tenazmente con los ferrocarriles,
los tranvías, los canales, la arriería y las piernas humanas. A su vez, el Estado mexi-
cano estableció las primeras instituciones oficiales para regular su uso y financió la
construcción de una red de infraestructura básica de carreteras. Y sin embargo, se
sabe muy poco en torno a los procesos económicos, sociales y políticos que gene-
raron y dieron forma a este nuevo régimen logístico.
Hasta hace poco, la historia del transporte en México estuvo dominada por el
ferrocarril. La publicación del influyente estudio de John Coatsworth (1981) sobre
los efectos económicos del sistema ferroviario, transformó las vías férreas en tema
clave para entender el desarrollo del capitalismo en el país. Este libro parteaguas
motivó a toda una generación de historiadores económicos en cuanto a profundizar
sus planteamientos a partir de varios estudios regionales y de caso (Grunstein, 1994;
Kuntz, 1995; Schmidt, 1987;). La gran mayoría de estas investigaciones se enfocó
en el Porfiriato —edad de oro del sistema ferroviario— aunque se destacan los
1
Fairleigh Dickinson University.
122 Parte II: La movilidad
importantes trabajos de Paolo Riguzzi y Sandra Kuntz Ficker (1996) amén de Gui-
llermo Guajardo Soto (2013) por abordar la época posrevolucionaria. Mientras que
la óptica principal ha sido la de la historia económica, en los últimos años se han
publicado estudios sociales y culturales sobre el tema (Matthews, 2013; Van Hoy,
2008).
A cambio del ferrocarril, las primeras investigaciones sobre los vehículos auto-
motores en México se enfocaron exclusivamente en la producción manufacturera.
La fábrica de automóviles se volvió el espacio analítico privilegiado y varios proyec-
tos de investigación buscaron entender la naturalización de las relaciones laborales
dentro de empresas transnacionales tales como la Ford Motor Company, la Gene-
ral Motors y la Volkswagen (Montiel H., 1987; Roxborough, 1984). Más tarde, y de
acuerdo con tendencias emergentes en la historiografía laboral, se estudió la vida
privada de los trabajadores automotrices (Bachelor, 2003). Debido a su énfasis en
la producción nacional, estos estudios se centraron en los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial cuando la industria pasó del ensamble a la producción
integral de autos. Como resultado, ignoraron en gran medida la primera mitad del
siglo xx cuando la mayoría del equipo automotriz se importó.
Para poder entender el impacto económico del camión de carga durante la
primera mitad del siglo xx, hay que dejar de lado el énfasis exclusivo en la produc-
ción y concentrarse en otros sitios de actividad económica, social, y política. Hay
que examinar el uso o consumo, el comercio, los servicios, el intercambio de ideas
sobre el automotor, y el papel del Estado como constructor de infraestructura y
entidad reguladora (Featherstone, 2005). Partiendo de esta premisa, a continuación
se ofrece un análisis del origen y desarrollo de la industria de autotransporte de
carga de principios del siglo xx hasta los años posteriores a la Segunda Guerra. Se
argumenta que el uso de los camiones surgió en el país como respuesta a una
profunda crisis en el transporte, engendrada por la Revolución y prolongada por la
pobre administración del sistema ferroviario. Se consolidó debido a la activa inter-
vención del Estado en la construcción de caminos interurbanos, la innovación
tecnológica, y la rápida expansión del sector manufacturero, que favoreció la flexi-
bilidad y fiabilidad de los camiones. Ya para principios de los años 1950-1959, los
camiones habían rebasado a los ferrocarriles en términos de tonelaje transportado
anualmente.
J. B. Freeman: El despertar del camión de carga en México 123
Antecedentes porfirianos
Durante la última década y media del porfiriato (1876-1911), la elite urbana de las
principales ciudades de México importaron una gran diversidad de automotores de
construcción europea y estadounidense (Freeman, 2012 y 2013). Se fundaron
numerosas agencias de automóviles, cocheras o estacionamientos privados, clubes
de automóviles, y unos cuantos servicios públicos de transporte automotriz. Mien-
tras las ciudades provincianas de Guadalajara, Monterrey, Puebla y Mérida partici-
paron con entusiasmo en la nueva cultura del automóvil, el centro automovilístico
por excelencia se ubicó en la capital. A diferencia de la gran mayoría de las ciudades
mexicanas, la Capital disfrutó de un extensivo sistema de caminos pavimentados y
revestidos que conectaron el centro con las principales comunidades en las afueras
de la ciudad, incluyendo los entonces pueblos lejanísimos de Tlalpan, San Ángel,
Coyoacán, Tacubaya, Tacuba, Xochimilco, Chalco, y la Villa de Guadalupe. Esta
infraestructura caminera había surgido en principio debido a la “locura por las
bicicletas” (“bicycle craze”) de las últimas dos décadas del siglo xix, y se consolidó
tras la importación de los primeros automóviles al país a partir de 1895. Durante la
primera década del siglo xx, el Ayuntamiento continuó con esta labor y firmó con-
tratos con varias empresas para pavimentar las calles de la ciudad con asfalto,
incluidas: la Compañía Barber Asphalt, la Compañía Mexicana de Pavimentos de
Asfalto y Construcciones (propiedad del petrolero Edward L. Doheny), y la Com-
pañía Bancaria de Fomento y Bienes Raíces de México (propiedad del presidente
del Ayuntamiento, Fernando Pimentel). Ya para 1909, la revista Motor Age observó
—quizás un tanto exageradamente— que las calles de la ciudad eran “excelentes”.2
Cuando la Revolución se desató en 1910, los camiones de carga apenas habían
empezado a utilizarse en el país. Mientras las ciudades de Londres, París, Berlín y
Nueva York habían introducido numerosos vehículos cargueros impulsados por
vapor, energía eléctrica, y la combustión interna durante la década anterior (Lay,
1992; Mom, 2004), en la capital mexicana se registraron menos de 10 en 1911. Éstos
se emplearon para el transporte de mercancías que requirieron un cuidado especial,
y a veces, como simple medio de propaganda. A principios de la década revolucio-
naria, los dos camiones que el viajero Harry Dunn reportó haber visto, pertenecían
a la Compañía Empacadora Nacional Mexicana. La empresa había adquirido siete
camiones-refrigerador de la marca Mercedes y contrató a siete choferes ingleses para
manejarlos. Los vehículos medían menos de 6 m de largo y podían transportar 12
2
“Mexico as a Market for Motor Cars,” Motor Age, 8 de abril, 1909, p. 1.
124 Parte II: La movilidad
reses muertas enteras. Durante ese mismo mes, la policía de la entonces Ciudad de
México estrenó una ambulancia Fiat, y en otros casos las compañías cerveceras y
cigarreras locales, como “El Buen Tono”, adquirieron camiones para repartir sus
productos (Freeman, 2012).
A finales del porfiriato, los exportadores de automóviles en los Estados Unidos
y Europa esperaron una fuerte expansión en el mercado para camiones de carga en
México. Sin embargo, muchos otros reconocieron que los numerosos cargadores
humanos restringieron el mercado para estas nuevas tecnologías de transporte. Al
disfrutar de la autorización del municipio, los cargadores de la Capital transportaron
a mano todo tipo de bienes. Llevaron equipaje de las estaciones de ferrocarriles a
los hoteles, mercancía de las tiendas, muebles, y bultos de los grandes almacenes,
entre muchas otras cosas. A finales del porfiriato, el viajero William Archer comentó:
A cualquier hora del día, sobre las avenidas asfaltadas de la Ciudad de México,
puedes ver un par de cargadores trotando con un aparador o armario entre los dos,
o con la mitad de los muebles de una casa sobre sus espaldas, anunciando el hecho
de que las piernas son más baratas aun que ese mecanismo básico, la rueda (Archer,
1911: 402).
3
“Motor Vehicles in Mining Regions”, The Power Wagon, 5 de julio, 1906, p. 11; “Steam Vehicles for
Ore Freighting”, The Power Wagon, 22 de marzo, 1906, p. 16.
4
“Twenty Ton Tractor,” The Power Wagon, abril de 1911, p. 7.
5
“Motor Trucks in Mexico”, Motor Age, 7 de noviembre, 1912, p. 38; “Of Interest to Vehicle Builder
and Buyer”, The Commercial Vehicle, octubre de 1907, p. 258; “To Improve Mexican Postal Service”, The
Power Wagon, marzo de 1907, p. 3; “A Scotch Syndicate”, The Power Wagon, 1 de noviembre, 1910, p. 22.
6
agn, scop, TG, c. 2, exp. Caminos, sept. de 1956.
126 Parte II: La movilidad
Revolución y movilidad
7
“To Reopen Road to Vera Cruz”, Bulletin of the Pan American Union, núm. 34, enero-junio, 1912, p. 130.
8
agn, scop, TG, c. 2, exp. Caminos, sept. 1956.
9
“Proyecto de ley de caminos”, agn, scop, SG, c. 278, exp. 550/44, marzo 21, 1916; A. M. Garza,
agn, scop, SG, c. 278, exp. 550/44, marzo 21, 1916.
10
“Mexico”, Bulletin of the Pan American Union, núm. 45, julio-diciembre, 1917, p. 691.
11
“Poderoso(s) auto(s) cruzara(á)n los campos de batalla sembrando a su paso la desolacio(ó)n
y la muerte”, El Independiente, 6 de marzo, 1914, p. 1; “Motor Cars Useful in Mexico”, Washington Post, 1
de febrero, 1914; “Autos Aid to Huerta”, Washington Post, 31 de mayo, 1914; “Thousands for Bearing”,
Los Angeles Times, 30 de enero, 1916.
12
“Mexican Constitutionalists Use Armored Truck”, The Horseless Age, 11 de marzo, 1914, p. 418;
Automotive Industries — The Automobile, 16 de diciembre, 1915, s/p.
128 Parte II: La movilidad
13
“Mechanical Transport in the Army”, The Power Wagon, 1 de abril, 1911.
14
“The Field for Motor Trucks in the Mexican War”, The Power Wagon, 1 de mayo, 1914, p. 77.
15
“Desert Cruisers Dash to Front”, The Packard, junio, 1916, pp. 3-7; “Motor Trucks in Mexico”, The
American City, agosto, 1916, p. 225; “Quartermaster Praises Army Truck Work”, The Commercial Vehicle,
1 de abril, 1917, pp. 16-17.
16
“Palmer-Moore in Mexico”, The Power Wagon, 1 de mayo, 1914, p. 72.
J. B. Freeman: El despertar del camión de carga en México 129
Reconstrucción y regulación
posrevolucionaria
17
“Mexico Takes Many Cars and Trucks”, Motor Age, 13 de enero, 1916, p. 28.
18
“Big Truck Orders from Mexico”, The Commercial Vehicle, 15 de junio, 1917, p. 13.
19
“Más de cinco mil autos hay en México”, Excélsior. Suplemento Automovilístico, Ciudad de México,
15 de febrero, 1920, p. 1.
130 Parte II: La movilidad
Periodo Ordinario, núm. de Diario 52, 14 de noviembre, 1922; Diario de los debates de la Cámara de
Diputados de los Estados Unidos Mexicanos, Legislatura XXX, Periodo Ordinario, núm. de Diario 50, 10 de
noviembre, 1922.
22
Diario de los debates de la Cámara de Diputados de los Estados Unidos Mexicanos, Legislatura XXX,
Periodo Ordinario, núm. de Diario 50, 10 de noviembre, 1922.
J. B. Freeman: El despertar del camión de carga en México 131
David Beecroft, “The N.A.C.C. Resumes Export Mangers’ Meetings”, Automotive Industries — The
23
Cuadro 1
Crecimiento del transporte en México, 1924-1954
Año Camiones de Camiones de Camiones Automóviles
carga (total) servicio público particulares particulares
1924 5 525 1 833 3 427 32 531
1925 7 999 2 055 5 598 40 076
1926 9 574 2 086 7 113 43 305
1927 11 712 2 482 8 717 44 161
1928 12 525 2 191 9 811 49 059
1929 16 031 8 947 6 273 62 461
1930 18 331 10 879 6 454 63 073
1931 19 523 11 404 7 064 62 085
1932 20 702 12 074 7 825 59 628
1933 24 497 13 580 9 960 65 445
1934 27 236 15 763 10 631 74 212
1935 23 792 10 523 12 753 64 663
1936 25 688 12 664 12 467 67 165
1937 33 746 15 110 17 780 78 155
1938 33 620 14 165 18 484 81 923
1939 39 472 15 283 23 170 89 372
1940 41 935 16 279 24 511 93 632
1941 50 572 10 327 38 746 106 327
1942 53 469 9 894 41 500 113 427
1943 54 780 10 134 42 726 112 041
1944 57 293 10 251 44 806 111 947
1945 59 814 9 884 47 760 113 317
1946 71 673 11 038 58 233 120 906
1947 86 188 11 221 72 009 134 079
1948 99 762 13 289 84 436 150 251
1949 106 321 13 321 89 853 160 580
1950 111 252 12 322 96 172 173 080
1951 132 708 10 895 118 981 209 270
1952 154 413 12 575 138 849 236 975
1953 179 564 12 881 163 464 253 354
1954 193 491 12 801 176 781 273 697
Fuente: Elaboración del autor con base en datos de Carmona (1959).
J. B. Freeman: El despertar del camión de carga en México 135
[…] reglamentar los servicios de exprés y carga por camiones, en las carreteras fede-
rales para evitar la competencia ruinosa que viene observándose entre las distintas
líneas de transporte, haciendo costeable el sostenimiento de dichos servicios.
No obstante, la tarifa de 1936 nunca fue acatada en los hechos. Las autoridades
encargadas de su cumplimiento simplemente no actuaban de acuerdo con el orde-
namiento y las tarifas volvieron a fijarse según el libre juego de la oferta y la demanda.
La intensa competencia en la industria se reflejó en los cálculos del economista
Moisés de la Peña (1937: 20-1) durante la segunda mitad de los años treinta.
Encontró que entre México y Puebla, por ejemplo, la harina se remitía por $9.40 la
tonelada en tren, a comparación de los $5.35 que se pagaban en camión. Se cobraba
$7.63 la tonelada de maderas corrientes enviadas desde Tultenango a México en
tren, mientras que los camioneros cobraban $4.84 por cada tonelada. El transporte
de una tonelada de naranjas entre Yurécuaro y León costaba $18.80 en tren y $7.65
en camión. El envío de una tonelada de cerveza entre Monterrey y Ciudad Victoria
por el servicio exprés de los ferrocarriles costaba $34.00 y sólo $16.70 en camión,
mientras el mismo servicio de Monterrey a Laredo costaba $31.80 en tren y única-
mente $8.00 en camión.
136 Parte II: La movilidad
de forma ilícita o bajo amparo. Ante los intentos cardenistas de regular el auto-
transporte público y el descuido gubernamental posterior, muchos camioneros de
carga sencillamente optaron por salirse del mercado formal para sumarse al creciente
número de camioneros públicos no regularizados.
Guerra y posguerra
26
“Permisos para los Camiones de Carga”, El Siglo de Torreón, 29 de abril, 1942, p. 1.
27
“El Registro de los Camiones de Carga,” ibidem, p. 8.
138 Parte II: La movilidad
tar camioneros para mover sus productos. Las documentadoras trabajaron en muchos
casos con el creciente número de camioneros no reglamentados, conocidos popu-
larmente como “piratas”, y los que trabajaban bajo amparo legal. Las documenta-
doras se dedicaron en muchos casos a acaparar toda la carga de una localidad o
región, o de un grupo de usuarios, y la asignaron a transportistas de su elección. A
su vez, estas empresas se aprovecharon de varias ineficiencias en las cooperativas y
sociedades de camioneros, los cuales frecuentemente no tenían suficientes vehícu-
los o la capacidad administrativa para responder a las necesidades de los clientes
(Gallegos, 1964: 37-8).
Una vez terminada la guerra, la industria de autotransporte de carga creció de
forma espectacular, superando fácilmente el ritmo de crecimiento del sistema
ferroviario. De 1944 a 1950, mientras la carga (ton-km) transportada por ferroca-
rril creció a 2.3% anual, la carga transportada por carretera aumentó hasta 12.6%.
Debido a que la gran mayoría de las carreteras construidas en este periodo fueron
líneas troncales y la construcción de caminos alimentadores apenas había comen-
zado, este nuevo tráfico se dirigió principalmente hacia el transporte interurbano y
entre los centros industriales del país (World Bank, 1953).
Junto al crecimiento cuantitativo del autotransporte de carga, los camioneros del
sector se establecieron por primera vez como una fuerza política a nivel nacional. El
22 de octubre de 1946 se fundó la Liga Nacional del Transporte, A. C., como resultado
de las ponencias presentadas en el Primer Congreso Nacional de Autotransportes
(celebrado entre el 20 y 23 de octubre). La nueva agrupación, una especie de gran
central como la Alianza de Camioneros, pretendió unir a todos los sindicatos, uniones
y grupos de permisionarios de carga, así como los de pasajeros, a nivel municipal,
estatal y federal, aunque alrededor de 90% de los miembros eran camioneros de
carga. Entre otras cosas, la organización se dedicó a luchar por un sistema de cuotas
de carga basado en las necesidades y condiciones de cada región (Carmona, 1959).
Unos meses después de la creación de la Liga, se reformó el capítulo de la Ley
de Vías referente a la explotación de los caminos mediante el Decreto del 31 de
diciembre de 1947. La reforma resultó en el empleo de un sistema de concesiones
que sólo se podrían autorizar a mexicanos por nacimiento, a sociedades mercanti-
les, o a cooperativas, pero no a sociedades que utilizaban acciones al portador: en
otras palabras, las sociedades anónimas simples. Estas reformas tendieron a garan-
tizar la mexicanidad de la industria del autotransporte, aunque en muchos casos,
las sociedades se financiaron indirectamente por gente de origen extrajero, parti-
cularmente española (idem). Además, se hizo una distinción clara entre diferentes
tipos de transporte carretero —pasajeros, carga y exprés, y servicios mixtos de carga
J. B. Freeman: El despertar del camión de carga en México 139
Conclusiones
Fuentes consultadas
Fuentes documentales
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