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La autora nos da una breve introducción; nos habla de cómo México al comenzar
el último lustro del siglo XIX, disponía de unos 600 kilómetros de vías férreas
construidas y en operación.
Tiempo después, en los primeros años del régimen porfirista se impulsó una
política de construcción ferroviaria basada en los recursos de los estados de la
federación y de los capitales locales con el apoyo del Estado. Entonces
aparecieron las concesiones a los gobiernos estatales trayendo consigo un vuelco
en la política ferroviaria a partir de 1880. Teniendo como resultado poner en
manos de empresas extranjeras la responsabilidad de tener las principales líneas
troncales del país, que enlazarían al centro de la republica con la frontera
estadounidense y el Golfo de México y, evidentemente, se extendería hasta el
Pacifico en pos de la comunicación interoceánica.
Finalmente, la autora dicta que el ferrocarril funciono como uno de los más
poderosos factores de la transición al capitalismo, pese a las deficiencias como la
ubicación de las vías y su trazado especifico, pero también del carácter y el tipo de
especialización de la economía en cada lugar y de su muy diversa capacidad de
respuesta frente a la innovación en el transporte.
Comentario personal:
Pese a esto la red ferroviaria marginaba a zonas especificas del país, pues las
líneas ya estaban trazadas, así como las actividades agrupadas en cinco rubros
generales, designados como productos forestales, agrícolas, animales, minerales
y miscelánea.
Teniendo una diversificación en las cargas con unas cuantas empresas dedicadas
a la carga mineral convirtiendola en el principal componente del tráfico, y otras con
embarques principales de productos agrícolas, forestales o los incluidos en la
miscelánea.