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Panorama general del contexto psicosocial en el que viven las familias mexicanas1
Las familias mexicanas durante las últimas décadas han experimentado cambios demográficos,
económicos, sociales y culturales (Montes de Oca y Hebrero, 2008).
Cambios demográficos
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Pescador, A. (2015) Resiliencia en Familias Multiproblemáticas. Tesis de Maestría.
Universidad Nacional Autónoma de México: Ciudad de México.
medidas cruciales en materia de planeación demográfica, dado que la explosión demográfica
prevaleciente amenazaba con volver insuficientes los recursos generados por el crecimiento
económico (Mendoza y Tapia, 2010).
Estos cambios en la planeación demográfica ocasionaron una reducción en el tamaño de las
familias. En 1968 el promedio de hijos por mujer era de 7.1 (Mendoza y Tapia, 2010), pero entre 1999
y 2009 el promedio descendió de 2.9 a 2.4 hijos por mujer. En la Ciudad de México el promedio de
hijos por mujer es de 1.7 hijos, lo cual lo coloca como la entidad con menor promedio de hijos por
mujer (INEGI, 2012).
De esta manera el número de integrantes por hogar también ha disminuido al reportarse que en
2010 en 23% de los hogares vivían, en promedio, cuatro integrantes y en 19%, tres.
Del mismo modo se han registrado cambios en la conformación de los hogares. En este sentido
el INEGI (2012) establece que los hogares pueden ser diferenciados de acuerdo con las relaciones de
parentesco existentes en su interior, por lo que plantea una distinción entre hogares familiares, y no
familiares. Entre los hogares familiares se encuentran los nucleares, que pueden estar conformados
por el jefe de familia, su cónyuge y al menos un hijo; por el jefe y su cónyuge o por el jefe y uno o más
hijos. Dentro de esta clasificación de hogares familiares se encuentran los no nucleares/extensos, en
los que además del jefe de familia, cónyuge e hijos se integran otros parientes del jefe de familia
(como nieto, nuera, yerno, padre, madre, entre otros); o bien por el jefe de familia con otros parientes,
donde pueden estar presentes personas sin parentesco con el jefe del hogar. Finalmente, los hogares
no familiares se componen del jefe de familia y al menos una persona que no está emparentada con
éste, como en los hogares de corresidentes, o que tienen un único integrante como los unipersonales.
En el censo de 2010 se encontró que 91 de cada 100 hogares en el país eran familiares y
nueve, no familiares, y que predominaban los hogares nucleares (64.2 %), seguidos por los no
nucleares (26.3%); en contraste, los hogares unipersonales representaban la minoría (8.8%). En la
Ciudad de México 58.9% de los hogares son nucleares, 25.5% son no nucleares, 11.2% son
unipersonales y un 1% corresidentes (INEGI, 2013a).
Ordaz, Monroy y López (2010) señala que la disminución en la proporción de hogares
nucleares en el D.F. puede explicarse por el aumento de hogares extensos y unipersonales. Expone
que el número de hogares extensos, pasó del 21.6 al 23.9% entre 1990 y 2005, y explica que esto
responde al hecho de que en las familias extensas se encuentren incluidos otros núcleos familiares
secundarios, tales como hijos o hijas que habiéndose unido en pareja, continúan viviendo en el hogar
familiar; la existencia de madres adolescentes; la presencia de adultos mayores, subsanando su
vulnerabilidad social (económica o de salud); o por el contrario brindando apoyo a sus familias
aceptando el retorno de hijo/as con pareja. Este tipo de modalidades de hogares extensos, se
presentan principalmente en poblaciones en situación de vulnerabilidad social y económica, que
buscan formas de protección.
Los cambios en la composición de los hogares presentados por la población mexicana, también
ha implicado un cambio en la dinámica de los arreglos familiares, los cuales, es posible entenderlos,
por una parte, debido al alargamiento de la vida de pareja y al aumento de la esperanza de vida y la
reducción de la mortalidad; y por otra parte, debido a la mayor propensión a la disolución de las
uniones por separación, divorcio, abandono y formación de nuevas uniones con hijos provenientes de
relaciones de parejas previas de uno o ambos miembros (Ordaz et al, 2010).
Respecto al índice de divorcios y de matrimonios en México, con la información del Censo de
Población y Vivienda 2010, se aprecia que la situación conyugal predominante en la población es la de
casados o unidos (56.4% de los hombres y 53.6% de las mujeres). Desde hace algunos años se
advierte un aumento paulatino de las separaciones (legales o no) en la población en general, puesto
que por ejemplo en 2010, el 12.5% de la población de 12 años de edad en adelante declaró estar
divorciada, separada o viuda, proporción que supera en cinco puntos porcentuales con respecto a la
observada en 1990 (INEGI, 2013b).
Particularmente en la Ciudad de México, en 2011, se registraron 35 mil 086 matrimonios, que
reflejan una tasa bruta de nupcialidad de 3.8 matrimonios por cada mil habitantes. No obstante, la
Ciudad de México es la entidad, a nivel nacional, con el menor porcentaje de población casada o en
unión libre, esto es, cinco de cada diez personas de 12 y más años de edad se encuentran casadas o
unidas (49.7%). La población soltera representa 37.5% y sólo 12.5% está separada, divorciada o viuda
(INEGI, 2013b).
Estas tendencias han repercutido en el aumento de unidades familiares monoparentales,
particularmente con jefatura femenina, de familias biparentales sin hijos, de hogares unipersonales y
de sociedades de convivencia formadas por personas de un mismo sexo o personas sin relaciones de
parentesco.
En la Ciudad de México también se observa el incremento de las familias biparentales sin hijos
(Censo de Población y Vivienda, 2010). Esto puede explicarse a partir del aumento de parejas jóvenes
que han postergado su reproducción o deciden no tener hijos, las cuales se caracterizan por ser
parejas jóvenes de clase media y alta, con niveles de escolaridad altos. También hay una
multiplicación de parejas de adultos y de adultos mayores que están en la etapa del ciclo de vida
familiar de “nido vacío”, donde los hijos no viven ya con ellos.
Es posible explicar la disminución de la proporción de hogares nucleares, en parte, por el
incremento de hogares extensos y unipersonales en la Ciudad de México. Puesto que, por ejemplo, el
aumento de hogares extensos, pasó del 21.6 al 23.9% entre 1990 y 2005 (INEGI, 2013b).
Todas estas modalidades de familias extensas, se presentan en poblaciones en situación de
vulnerabilidad social y económica, que buscan formas de protección a partir de nuevos arreglos
familiares (Ordaz et al., 2010). Por lo que, esto puede considerarse como resultado de los cambios
económicos que México ha sufrido en las últimas décadas.
Cambios económicos
Para Montes de Oca y Hebreo (2008) dentro de los cambios económicos vividos por las
familias mexicanas se encuentra el paso de una economía centrada en la agricultura hacia una
economía basada en la industria, así como el proceso de urbanización del país y los procesos
migratorios.
De acuerdo con Ordaz et al. (2010) los cambios económicos que ha vivido México en las
últimas tres décadas se derivan de la transición hacia el capitalismo neoliberal, la cual ha tenido
efectos de empobrecimiento y exclusión. Lo anterior, básicamente porque el crecimiento económico
obtenido no ha resultado en una mejoría del patrón de redistribución de la riqueza ni en un aumento
del empleo, lo cual se evidencia a partir de las crisis económicas que después de la década de 1980
han deteriorado la calidad de vida de la población mexicana.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) dio a
conocer los resultados de la medición de pobreza 2012 y su comparación con los de 2010, de acuerdo
con los cuales a nivel nacional el número de personas en situación de pobreza2 fue de 53.3 millones
en 2012, mientras que en 2010 fue de 52.8 millones. Por otra parte, a nivel nacional, entre 2010 y 2012
el número de personas en pobreza extrema3 se redujo de 13.0 a 11.5 millones, es decir, de 11.3% a
9.8%.
Particularmente en la Ciudad de México en 2010 habían 2,537 000 (28.5%) de personas
pobres, mientras que en 2012 se contabilizaron 2,565 000 (28.9%), respecto al número de personas
en pobreza extrema se contabilizaron 192 000 (2.2%) en el 2010, mientras que en 2012 se
contabilizaron 219 000 (2.5%). A pesar de estas cifras, de acuerdo con López y Velarde (2013) la
Ciudad de México es considerado una de las entidades con nivel de bienestar socioeconómico alto.
Cabe señalar que la pobreza no sólo implica una condición económica, sino también implica
carencia de oportunidades en la sociedad para cambiar esa condición, inaccesibilidad a servicios de
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La población en pobreza es la que tiene al menos una carencia social y percibe un ingreso inferior a la línea de
bienestar, cuyo valor equivale al costo de las canastas alimentaria y no alimentaria juntas (CONEVAL, 2013).
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Se considera que se encuentran en pobreza extrema las personas que tienen tres o más carencias sociales y
perciben un ingreso inferior a la línea de bienestar mínimo, es decir, tienen un ingreso total que es menor al costo de la
canasta alimentaria básica (CONEVAL, 2013).
salud y de educación de calidad, así como dificultades para obtener un empleo bien remunerado. La
pobreza vulnera a las personas a la ilegalidad e injusticia, a la discriminación, al abuso, a la violencia,
a la inseguridad pública y a las adicciones.
Para Ordaz et al. (2010) entre los efectos de la pobreza se hayan las limitaciones al desarrollo
físico y psicoemocional de las personas y las familias, pérdida de años de vida, inicio de vida conyugal
a menor edad, incorporación temprana a la vida laboral, frustración, adicciones, rupturas familiares,
agobio, desesperanza, ignorancia e incomunicación, violencia y ruptura del tejido social, fenómenos
presentes y comunes en la Ciudad de México.
Por otra parte, las constantes crisis generadas por los cambios económicos que ha vivido
México también han provocado la migración de uno o varios integrantes de la familia en busca de
empleo (Montes de Oca y Hebreo, 2008). Lo cual ha llegado a ocasionar la desintegración familiar,
debido a la formación de nuevos hogares en los lugares de migración.
Así por ejemplo, el Censo de Población y Vivienda 2010 registró 7.5 millones de migrantes, el
85% de estos cambiaron de residencia dentro del territorio nacional y el resto proviene del extranjero.
La mitad de los migrantes internos, lo hizo de una entidad federativa a otra, mientras que el resto se
movió al interior de su misma entidad. En el censo de 2000 se captó un total de 6.3 millones de
personas que cambiaron su residencia. Respecto a la migración internacional, en 2010 se contabilizó
en total 1.1 millones de migrantes internacionales, de los cuales 351 mil habían retornado al país. Por
su parte, el censo de 2000 mostró en total 1.6 millones de migrantes internacionales con 285 mil que
retornaron (INEGI, 2012).
La Ciudad de México es una entidad en la que se registran altos porcentajes de emigración e
inmigración, así en el 2005 salieron dla Ciudad de México 737 mil 742 personas para radicar en otra
entidad (emigración interna) mientras que en 2010, llegaron en total 239 mil 125 personas procedentes
de otros estados del país a vivir a esta entidad (inmigración interna).
Así también, las constantes crisis económicas han provocado la incursión de las mujeres en el
mercado laboral (Montes de Oca y Hebreo, 2008). La incorporación de las mujeres al mercado de
trabajo ha sido un desafío a la concepción tradicional de familia biparental con hijos, en la cual el varón
tenía el rol de proveedor exclusivo mientras que la mujer ejercía el rol de cuidadora de los hijos y/o
dependientes y se encargaba de la realización de las tareas domésticas. Ordaz et al. (2010) considera
que este hecho permitió la transición del modelo de familia de hombre proveedor al de familias
nucleares biparentales de doble ingreso, lo que también ha generado cambio a nivel social y cultural
en las familias mexicanas.
Cambios en los roles de género
Adicciones
Violencia familiar/doméstica
El término violencia familiar se refiere a cualquier tipo de abuso físico, psicológico o sexual, que
se lleva a cabo en la relación entre los miembros de una familia (Corsi, 1994, citado en Patró y
Limiñana, 2005).
En México la violencia familiar/doméstica es un problema delicado, puesto que de acuerdo con
el INEGI, 30.4% de los hogares en el país sufre alguna forma de violencia familiar; de éstos, en 72.2%
la violencia es cíclica; además, en el 1.1% de los hogares existe abuso sexual de un familiar contra
alguno de sus miembros (Cruz, 2006).
Patró y Limiñana (2005) señalan que la violencia, al tratarse de un abuso, implica un
desequilibrio de poder que es ejercido desde el más fuerte hacia el más débil con el propósito de
ejercer un control sobre la relación. Debido a la estructura familiar jerárquica predominante en la
sociedad, los dos principales ejes de desequilibrio de poder los han constituido el género y la edad, por
lo que son las mujeres, los niños y los ancianos las víctimas principales de la violencia dentro de la
familia.
De acuerdo con Alvarado-Zaldívar, Moysén, Estrada-Martínez, y Terrones-González (1998), la
violencia familiar/doméstica no es un fenómeno infrecuente, es una violencia de género que, en la
mayoría de los casos, es ejercida por el compañero íntimo o el ex compañero de la mujer.
La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares4 (ENDIREH) 2011,
revela que de un total de 24 569 503 mujeres casadas o unidas de 15 y más años de edad en el
ámbito nacional, se registra que 11 018 415 han vivido algún episodio de maltrato o agresión en el
transcurso de su vida conyugal, cifra reveladora de un alto índice de violencia de género, al
representar cerca de la mitad de las entrevistadas (INEGI, 2014).
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Es una encuesta de cobertura nacional sobre violencia por parte de la pareja hacia las mujeres
de 15 y más años, casadas o unidas, que muestra una semblanza general de la violencia hacia
las mujeres en México.
Cabe señalar que la violencia dentro de las relaciones de pareja no se manifiesta únicamente
como golpes, sino que comprende una gama de actos psicológicos, físicos y sexualmente coercitivos,
así también se manifiesta como la explotación y el abuso económico practicados contra las mujeres
por su pareja actual o anterior, todos sin el consentimiento de la mujer (INEGI, 2006)
De acuerdo con la ENDIREH 2011, las mujeres casadas o unidas del país que manifiestan
haber vivido violencia física por parte de su pareja, la cual entraña el uso intencional de la fuerza física
o de un arma para dañar o lesionar a la mujer, y se produce en diferentes magnitudes que pueden ir
desde empujones hasta golpes que provocan la muerte, constituyen el 25.8% de todas las violentadas.
Respecto a las agresiones sexuales (que comprenden el contacto sexual abusivo, hacer que la
mujer participe en un acto sexual en contra de su voluntad y la tentativa o consumación de tales actos)
aunque es la modalidad de violencia menos reportada en la encuesta de 2011, se encontró que 11.7%
de las mujeres violentadas la habían padecido.
Una forma más de violencia es la económica, que conlleva negar a las mujeres el acceso o el
control de recursos monetarios básicos, el chantaje o la manipulación económica, limitar su capacidad
para trabajar, o apropiarse y despojarla de sus bienes. Este tipo de violencia, de acuerdo con los datos
de la ENDIREH 2011, la han vivido 56.4% de las mujeres casadas o unidas la han vivido.
Finalmente, la violencia psicológica o emocional, llegando a ser más devastadora que la física,
incluye todas aquellas formas insidiosas de tratar a la mujer con el fin de controlarla o aislarla, de
negarle sus derechos y menoscabar su dignidad, tales como los insultos, menosprecios,
intimidaciones, imposición de tareas serviles y limitaciones para comunicarse con amigos, conocidos y
familiares, es la más representativa de los cuatro tipos de violencia, puesto que la ENDIREH 2011
muestra que a nivel nacional el 89.2% de las casadas o unidas han sido víctimas de estos abusos por
parte de su pareja en el transcurso de su relación.
Es importante señalar que vivir violencia doméstica genera daños en la salud mental de las
mujeres que la padecen. Por ejemplo, Amor et al. (2002) en una investigación que realizaron con
mujeres víctimas de violencia doméstica encontraron que el cuadro clínico más frecuente en la
muestra era el trastorno de estrés postraumático, además hallaron que las mujeres maltratadas
presentaban niveles altos de ansiedad y de depresión, así como un nivel bajo de autoestima. Todo lo
cual generaba a las mujeres un grado importante de inadaptación a la vida cotidiana.
Por otra parte, Patró y Limiñana (2005), afirman que las investigaciones referentes a la
violencia doméstica llevadas a cabo en los últimos 25 años han puesto de manifiesto la existencia de
una estrecha asociación entre la violencia en la pareja y el maltrato infantil. Dichos autores también
afirman que los casos más comunes son aquellos en que el maltratador agrede tanto a la mujer como
a los niños, pero también se dan los casos en que la agresión se ejerce del hombre hacia la mujer, y
de ésta o de ambos hacia los niños.
La exposición a la violencia familiar constituye un grave riesgo para el bienestar psicológico de
los menores, especialmente si, además de ser testigos, también han sido víctimas de ella. Diversos
estudios muestran que los niños expuestos a la violencia en la familia presentan más conductas
agresivas y antisociales y más conductas de inhibición y miedo que los niños que no sufrieron tal
exposición (Patró y Limiñana, 2005).
Cabe señalar que si bien la violencia la ejercen con más frecuencia los varones contra las
mujeres y otras personas que se encuentran en posición de inferioridad, de acuerdo con Cruz (2006) el
Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM, por sus siglas en inglés) ha
señalado que, no es exclusiva del género femenino, puesto que el 32.5% de los hogares donde el jefe
de familia es un varón sufre violencia, pero 22% de los que tienen por jefe a una mujer también la
padece.
Independientemente de quién ejerza la violencia ésta desencadena una serie de consecuencias
negativas que afectan el bienestar físico, emocional y social de quienes la padecen y también de
quienes la ejercen, por lo que es importante atender pronta y adecuadamente está problemática.
Discapacidad
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Definición recuperada de http://www.who.int/topics/disabilities/es/
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El cual es un instrumento internacional que fue adoptado por la Organización de las Naciones Unidas, el 13 de
diciembre de 2006, y aprobado por el Senado de la República Mexicana el 27 de septiembre de 2007, entrando en vigor el 3
de mayo de 2008.
particularmente en la Ciudad de México el 5.5% de la población tiene algún tipo de limitación, es decir
de cada 100 personas, 6 reportan alguna limitación física o mental.
La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2012 reporta que en México 6.6%
de la población presenta algún tipo de discapacidad (visual, motora, intelectual o auditiva). La mayoría
de ellos son adultos mayores -60 años y más- (51.4%) seguidos de los adultos entre 30 y 59 años
(33.7%), los jóvenes de 15 a 29 años (7.6%) y, finalmente, los niños de 0 a 14 años (7.3%). La
principal causa de discapacidad son: enfermedad (38.5%), edad avanzada (31%), nacimiento (15%) y
accidentes (12.0 %). Las entidades federativas más pobladas (Estado de México, Distrito Federal,
Jalisco y Nuevo León) presentan también mayor cantidad de población con discapacidad. En 19 de
cada 100 hogares del país vive una persona con discapacidad (INEGI, 2013c).
Los problemas para caminar son el tipo de discapacidad de mayor presencia (57.5%), seguido
de las dificultades para ver (32.5%), oír (16.5%), hablar o comunicarse (8.6%), mental (8.1%), atender
el cuidado personal (7.9%) y, finalmente, poner atención (6.5 %). La distribución es relativamente igual
entre hombres y mujeres; aunque los hombres presentan una frecuencia más alta en: comunicarse o
hablar, poner atención o aprender y mental.
Los hogares con personas con discapacidad tienen una frecuencia mucho más alta en los
hogares ampliados (39.9%), compuestos (1.6%) y corresidentes (0.3%), lo que podría deberse a las
estrategias familiares para enfrentar la presencia de la discapacidad en el hogar. Así también, en los
hogares en los que habita alguna persona con discapacidad se registran menor ingreso económico
comparado con los hogares en los que no hay personas con discapacidad, pese a esto, son los
hogares de personas con discapacidad los que reportan porcentajes más altos de gasto en alimentos,
vivienda y sobre todo en cuidados a la salud. A la par, estos hogares reportan un gasto menor en
educación, transporte, vestido y calzado y, transferencias a otros hogares (INEGI, 2013c).
Cuando uno de los integrantes de la familia adquiere una discapacidad o nace con una, se llega
a creer erróneamente que el paciente es la única persona que está sufriendo y al que se le puede
presentar una crisis, pero en realidad, la familia entera se encuentra en una crisis al ver a su familiar
en esa situación. En México la familia es la red de apoyo fundamental para la persona con
discapacidad (Sánchez, 2006).
Una discapacidad en cualquier miembro de la familia, tendrá repercusiones sobre cada uno de
los demás miembros, originando un cambio en todo el sistema y dinámica familiar. Dicho cambio
originará a su vez determinadas alteraciones, lo que conduce a la necesidad de establecer un proceso
de reajuste familiar para conseguir un mayor sentimiento de estabilidad (Lizasoain, 2007).
Embarazo adolescente