Está en la página 1de 15

KRICHESKY, M. (2020) Experiencia de reescolarización y lazo social.

Perspectivas
multiactorales en instituciones del sistema educativo y organizaciones sociales.
Tesis doctoral (en proceso), Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires.

Capítulo 2
Pobreza, vulnerabilidad y exclusión social en adolescentes y jóvenes.
Enfoques, contextos sociales e institucionales

Introducción
En este capítulo se recontextualiza la crisis del lazo a partir del abordaje de la
situación de pobreza, vulnerabilidad y exclusión, que experimenta la población adolescente
y joven que abandona la educación secundaria y reingresa a la educación secundaria. Para
ello se analizan una serie de aportes del campo de la investigación social a nivel regional y
nacional que intenta capturar los efectos de la desigualdad social en las condiciones
materiales de vida de adolescentes y jóvenes y en el cumplimiento de sus derechos
económicos, sociales y culturales (CEPAL, 2009, PNUD, 1990, 2009, 2013, UNICEF,
2016).
En este marco se analiza las tendencias a nivel nacional, particularmente del
Conurbano y en la Ciudad de Bs As (CABA) en donde se realizó el campo de
investigación, a partir de mediciones de la pobreza según variaciones intercensales del
período 2001-2010 y de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) (2006-2016).
Asimismo se abordan enfoques y mediciones alternativas, a las que relevan en NBI y o
ingresos, enrolados en el desarrollo humano.
Por otra parte, en el marco de diferentes olas de investigación sobre la vulnerabilidad
y exclusión social, se analizan algunas de las problemáticas emergentes que experimentan
adolescentes y jóvenes de los sectores más empobrecidos, entre otros, la cuestión de la
inserción temprana en el mundo del trabajo, el abandono escolar, el embarazo y
maternidad temprana y el consumo de sustancias ilícitas en contextos de múltiples
violencias.
Finalmente, se recuperan las condiciones de vida de la población adolescente y joven
que reingresa a los CESAJ, las ER y BP. Para ello se recurrió al último Censo Nacional de

1
Población y Vivienda (CNPV) de 2010 y al radio censal1 de cada institución seleccionada
para el trabajo de campo. Junto al abordaje de esta información censal y otras fuentes
complementarias que permite describir el contexto social donde se ubican las instituciones
y las organizaciones sociales elegidas para el campo de investigación, se analizan niveles
de escolarización y terminalidad educativa considerando las brechas entre los radios de
ubicación de las instituciones seleccionadas para el campo y el partido o distrito de
referencia.

1. La investigación social en torno a la pobreza en adolescentes y jovenes.


Enfoques para su medición y su revisión conceptual
La infancia y la adolescencia son los grupos poblacionales más vulnerables, a nivel
regional y nacional, a los ciclos económicos recesivos y escenarios de pobreza, con
impactos significativos en su calidad de vida, el acceso a servicios básicos, y ejercicio
efectivo de sus derechos, entre otros, la salud, la vivienda, alimentación y la escolarización.
Esta situación tensiona el imperativo de desarrollo humano y social vigentes en
númerosos marcos normativos de políticas públicas, existentes a nivel internacional desde
los cincuenta2 que se consolidan en Argentina, a partir de la sanción de la Ley N° 26061
de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes; la Ley
Nacional de Educación 26206 , Ley N° 26233 sobre Centros de Desarrollo Infantil; y la
Ley N°26390 de Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente
(Tuñón, Poy, Coll, 2015) Por otra parte, la pobreza y vulnerabilidad de esta población,
incide de modo inmediato en las dinámicas familiares y el desarrollo emocional y psico
social, con diferentes niveles de gravedad, entre múltiples dimensiones, la ubicación
territorial, condición social, pertenencia étnica y género.
Solo a modo de considerar la magnitud de este problema a nivel regional (Minujim,
Delamónica, Davdziuk, 2006) desde fines de los 90 se señala que la proporción de los
niños de 0 a 12 años en situación de pobreza era de 59% y hacia el 2005, un 20% de la

1
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) y de acuerdo al Censo Nacional de Poblacion
y Vivienda (2010), un radio censal en áreas urbanas integra aproximadamente 300 viviendas.
2 Ver al respecto la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (ONU, 1948); el Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ONU, 1966); la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo
de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU, 1986)

2
población menor de 18 años de 12 países latinoamericanos vive en situación de privación
absoluta (CEPAL/UNICEF, 2010)
Como se expresa en buena parte de la literatura de organismos nacionales e
internacionales, desde hace varias décadas ha primado un enfoque sobre la pobreza
restringido, asociado al de necesidades básicas insatisfechas (NBI) 3 en tanto “forma
degradada de la condición humana” (Lo Vuolo, 1999, P. 11). Este enfoque basado en las
NBI capta la pobreza estructural, por lo cual se pondera la proporción de la población que
“no alcanza los niveles mínimos de satisfacción de las necesidades básicas o no tiene
acceso a los recursos clave para poder satisfacer esas necesidades” (p. 135).
En este marco, del análisis del período 2001-2010 en base a fuentes censales, se
desprende para la Argentina que, para este último año se registraron 1.110.852 hogares con
NBI, que representan a nivel nacional el 9,1% del número total de hogares.
Por su parte, en 2001, el censo determinó 1.442.934 hogares con necesidades básicas
insatisfechas (el 14,3%), lo cual mostró una reducción del 23% y, por lo tanto, unos 5,2
puntos porcentuales menos. Esta tendencia a la baja de la población con NBI se produjo en
la mayoría de las jurisdicciones, particularmente aquellas más rezagadas al 2001 (a
excepción de Sta Cruz y Tierra del Fuego), y en el caso de Bs As y CABA, la disminución
es del 15, 8% al 11, 2%, y del 7,8% al 7% respectivamente. Esto significa para estas
jurisdicciones variaciones del -4,6% y 0,8 (DINREP, 2014)
Sin duda, en este período y sobre la base de este indicador, se observaron mejoras
significativas como se considera en diferentes estudios sobre el mercado de trabajo
poscrisis 2001 (Lindenboim, 2015; Becaria, 2017) y, en particular, en el período 2002-
2007, a partir de una ampliación de la fuerza laboral en la pequeña y mediana empresa, la
disminución de asalariados y de los índices de pobreza, sumados a otros mecanismos de
atención a los sectores más afectados por la desocupación, como el diseño y la gestión del
Plan Jefas y Jefes de hogar (2002).
No obstante, en los últimos veinte años se complejizaron las mediciones de la
pobreza, a partir del enfoque centrado en los ingresos. Este enfoque considera en la línea

3
El indicador de NBI considera pobre a toda familia que registra algunas de estas condiciones: más de tres
personas viviendo en un cuarto o vive en una vivienda inadecuada, no tiene ningún tipo de instalación
sanitaria o tiene, al menos, un menor en edad escolar que no asiste a la escuela o más de tres miembros
laboralmente inactivos por cada miembro activo y la persona jefa de hogar tiene un bajo nivel educacional
(Lo Vuolo, 1999).
3
de pobreza a la población cuyo ingreso está por debajo de los costos de una canasta básica
alimenticia, más bienes y servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educación,
salud, etcétera) con el fin de obtener el valor de la Canasta Básica Total (CBT).
De este modo, además de clasificar a la población en no pobres, pobres e indigentes4,
emergió la categoría de nuevos pobres o pauperizados con ingresos menores a la línea de
pobreza establecida, pero sin necesidades básicas insatisfechas.
Al respecto en Minujin (1993), Kessler y Di Virgilio (2008) se da cuenta de la
incidencia de la pobreza con caídas muy significativas de los ingresos en segmentos de la
población que antes no habían experimentado privaciones en las necesidades básicas, como
resultado de la crisis del mercado laboral la creciente desigualdad en los ingresos de los
hogares, que se cristaliza en Argentina hacia fines de los 90 y recrudece hacia el 2001, con
un incremento sostenido de la participación de los nuevos pobres respecto al total de los
pobres entre el 98 y el 2003 del 51, 6 al 67% respectivamente y en el total de la población
pasa del 22, 8 al 43,2 % (Galassi, 2011).
Si se considera los datos de línea de pobreza en base a la lectura de la década 2006-
2016 y los datos ofrecidos por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) mediante el
enfoque basado en ingresos, al 2006 un 30% de la población del total de aglomerados
urbanos se encuentra bajo la LP, y un 35% se concentra en la zona del conurbano
bonaerense con una proporción de indigencia más alta (un 12,2%) que a nivel nacional (un
11,2%).
El caso de CABA, si bien presenta menor población, reunía los valores más bajos, un
13% bajo la línea de pobreza y un 4%, en indigencia. (Cuadro 1)
Diez años después, los valores de EPH (2016) presentan resultados críticos (en
comparación al 2006), aunque con una sensible mejora, pese a los criterios metodológicos
divergentes de medición para dichos períodos (Pizarro, 2018) 5. Esta mejora radica en la
disminución de la indigencia y una leve diferencia en baja de la LP (cercana a un punto y
medio porcentual). Esta tendencia a la baja de indigencia y reproducción de índices

4
El INDEC (2016) considera en la Línea de Indigencia (LI) a un grupo poblacional y de hogares que no
cuenta con ingresos suficientes para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de
necesidades energéticas y proteicas. De esta manera, los hogares que no superan dicho umbral son
indigentes.
5
En Pizarro, 2017, se analiza el cambia de metodología en las mediciónes del INDEC post 2016, para la
construcción del indicador LP y LI, vinculados con cambios en la medición de ingresos de los hogares y la
composición de los bienes incluídos en la Canasta básica alimentaria (CBA) y canasta básica total (CBT)
4
similares de población bajo LP se replica en el Gran Buenos Aires (con una disminución
muy leve), y en CABA (Cuadro 1) cuya mejora es notable, con tres puntos porcentuales
menos, como consecuencia de los niveles de ingresos registrados en los hogares de cada
una de las jurisdicciones (Becaria, 2017)6.
Uno de los factores explicativos de la pobreza por ingresos, se expresa en la
condición de empleo del jefe o jefa de hogar, y los niveles de precariedad de dicha
inserción laboral, es una de los determinantes de mayor impacto en las mediciones de
pobreza a partir de ingresos.
Tal como lo señala Beccaria (2016) las tasas de pobreza de quienes viven en
hogares cuyo jefe es desocupado o trabajador informal, se elevan drásticamente, llegando
en algunos casos a más que duplicar su incidencia” (P: 5) Al mismo tiempo, el tamaño y la
composición del hogar también reviste una variante a considerar, (en términos de pobreza
y en la diferenciación existente con CABA, (ya que los hogares con jefatura femenina
presentan una incidencia mayor en la pobreza7.

Cuadro 1
Porcentaje de población bajo la Línea de Pobreza y Línea de Indigencia. Argentina,
Conurbano Bonaerense y Ciudad de Buenos Aires. Año 2006/ 2016
2006 2016 2006 2016
Unidad Territorial % bajo LP % bajo LI
Total 31 Aglomerados Urbanos 31,4 30,3 11,2 6,1
Gran Buenos Aires 34,5 34,6 12,2 7,5
Ciudad de Buenos Aires 12,6 9,5 4,2 2,3
Fuente: Elaboración propia en base a Datos de EPH IV Trimestre- Indec, Años 2006 y 2016

A partir de una aproximación a las mediciones oficiales de 2016 para el total de


aglomerados urbanos, la pobreza se concentra en un 36% en la población infantil – y de
ese porcentaje, casi un 10% alcanza la línea de indigencia–, con lo cual se constituye así en
el estrato de mayor fragilidad nacional. En segundo lugar, se encuentran los jóvenes entre
15 y 29 años (un 28,6%), quienes transitan la escolarización secundaria o se encuentran en

6
En Becaria (2016), en el análisis del período 2006-2016, se señala que el ingreso por familia promedio del
conurbano bonaerense es de aproximadamente la mitad que el correspondiente a CABA. De todos modos,
esta disparidad en los niveles de pobreza también se relacionaría con los tamaños medios de los hogares. En
el conurbano el tamaño medio corresponde a 4,2 personas por hogar mientras que en CABA es de 3,1.
7
En Becaria (2016), a partir del análisis de EHP 2016 y pobreza en Conurbano se observa que en hogares
con jefatura masculina la pobreza incide en un 31,2%, en cambio en los de jefatura es femenina asciende al
39,3%. En relacion con diferencia a los tamaños de hogares, los tamaños medios de los hogares en el
Conurbano corresponde a 4,2% personas por hogar, en CABA es de 3,1%.
5
los umbrales del ingreso al mundo del trabajo con las dificultades que conlleva el acceso al
primer empleo en más de un tercio de esta población (Becaria, 2016)8.
En una lectura dinámica del período 2006-2016, el impacto de los procesos de
empobrecimiento en la población infantil y juvenil, muestra cifras alarmantes.
Si bien en estos grupos poblacionales (franja de 0 a 14 y de 15 a 24) habría durante
el período anteriormente señalado, una leve reducción de la indigencia, se incrementa en
un 11% y 13% la población de estas franjas etáreas que se encuentran bajo la línea de
pobreza (De Angelis, 2017), en tanto en los grupos etáreos de 24 a 40 años, 41 a 65 años
y 66 o más años, la población bajo línea de la pobreza se ubica en el 8%, 6%, y 7%
respectivamente.
En el caso del Conurbano Bonaerense según EPH 2016 (Cuadro 2), en similitud a
varias regiones del país y total país 9, de un 34% en condiciones de pobreza e indigencia
(Becaria, 2016), en consistencia a Gala Diaz Langou, (2014)10, cerca de un 50% de niños
y adolescentes, menor de dieiciocho años, se encuentra bajo la condición de pobreza.
En CABA, y en contraposición a la tendencia del Conurbano, el promedio de
pobreza en infancia y adolescencia (hasta los 17 años), no alcanza el 18%, aunque se
agudiza de modo significativo en las comunas de la Zona Sur de esta Ciudad, que
concentran gran parte de las villas de emergencia y asentamientos, y altos niveles de
desocupación, menores ingresos per cápita familiar y tasas de escolarización muy por
debajo del promedio de la Ciudad (Abelenda, Canevari, Montes, 2016, Albergucci, Mario,
2019)11, tal como se desarrolla en el punto 4 de este capítulo.

8
Según el INDEC (2014), en base a una encuesta nacional sobre condiciones de vida de jóvenes de 15 a 29
años residentes en centros urbanos de 2.000 o más habitantes, el 31,7% nunca había trabajado; el 30% no se
encontraban trabajando, aunque sí lo habían hecho en otra oportunidad; y el 17% no se encontraba
trabajando.
9 De acuerdo a la EPH 2016, del total del país, un 30% y un 6% de la población está en condiciones de
pobreza e indigencia. En el Conurbano dicha tendencia es del 29% y 5% respectivamente. En términos
proporcionales las regiones del Cuyo (36%), Noroeste (37%) y Noroeste (38%) entre la pobreza e indigencia
los índices mas altos, aunque la mayor densidad poblacional se encuentra en Conurbano. (INDEC, 2016)
10 En Gala Diaz Langou, CIPPEC, 2014 se observa a través de EPH 2003- 2012, 18% los adolescentes (15
a17) y 12% de los jóvenes (18 a 24 años) eran pobres, mientras que el porcentaje de adultos en esta situación
ascendía a 8%, con lo cual se evidencia que la pobreza y la indigencia inciden más en los más jóvenes.
11 En Abelenda Según el Censo Nacional de Población y Vivienda 2010, el 5,7 % de la población de la
CABA vive en villas y asentamientos, con una distribución muy despareja respecto de las Comunas de Zona
Sur. En la Comuna 8 representan la tercera parte de su población (villas 3, 15, 16, 17, 19 y 20, un núcleo
habitacional transitorio y 6 asentamientos) En la Comuna 4 con 16,3 % de población de villas y
asentamientos, la Comuna 1 con 14, 3 % y la 7 con 12,1%
6
propio de un modelo médico hegemónico, que como dicen los autores “ estigmatizan a los
usuarios, y en algunos casos asumen posturas discriminatorias hacia ellos” (P:113),
particularmente en el caso de sustancias ilegales, donde junto con la estigmatización del
otro, aparecería el temor y una frontera social que expresaría un camino sin retorno, y por
lo tanto se puede evitar.
Cabe considerar en el capítulo 3 como resulta esta problemática emergente,
significada en los adolescentes y jóvenes que regresan a las instituciones educativas y
organizaciones sociales, y como se articulan dichos consumos en contextos de violencias
que experimentan en su mundo cotidiano
En síntesis, luego de recorrer diferentes perspectivas, informes diagnósticos, que
expresan modos y alcances para situar la vulnerabilidad social de la adolescencia y la
juventud en algunas de sus problemáticas emergentes de época, en sus diferencias
sensibles con los enfoques tradicionales de medición sobre la pobreza, resulta necesario
abordar conceptualmente la exclusión social construido inicialmente en Europa y luego
trasladado a América Latina con sus puntos de contacto y controversias, con los procesos
de desigualdad y marginación social.

3. La cuestión de la exclusión social en el debate actual.


Su uso como categoría de análisis y su revisión conceptual en América Latina
El análisis de la exclusión social forma parte de un frondoso recorrido en la
investigación social y emerge en el escenario europeo de mediados de los setenta (Lenoir,
Les excus, 1974), entendida, como “noción de quedar al margen social” a partir de
procesos de precarización, desempleo y amenaza sobre franjas cada vez más numerosas y
mal protegidas de la población (Paugam, 1996).
En Castel (1955), la exclusión es analizada desde una perspectiva histórica, a partir
de diferentes formas ligadas con el destierro y el genocidio; con los espacios cerrados
propios de la segregación, como manicomios, prisiones y guetos, considerando una tercera
modalidad de exclusión a partir de la cual “se dota a ciertas poblaciones de un estatus
espacial que les permite coexistir en la comunidad, y que se las priva de ciertos derechos y
de la participación en determinadas actividades sociales” (Castel, 2002, p. 66).
En cierta medida, la estigmatización, la ruptura de los lazos simbólicos y la
fragilidad de las redes sociales son dimensiones transversales de esta condición social de
27
exclusión. Asimismo, para Castel la exclusión se objetiva como un proceso de tránsito
entre zonas de integración y vulnerabilidad en un esquema de cuatro situaciones
(desafiliación-afiliación, vulnerabilidad-no vulnerabilidad) 42, en consecuencia, como “una
ruptura del lazo social entendida como pérdida de pertenencia social” (Espíndola, 2010, p.
11) a partir de procesos de vulnerabilización o trayectorias que desembocan en situaciones
que ubican al individuo como objeto de políticas sociales focalizadas, que se encuentran en
continuo debate en el contexto europeo y latinoamericano (Fitousi y Rosanvallon, 1997;
Rosanvallon, 1995, 1997).
De todos modos, el concepto de exclusión abona múltiples situaciones económicas,
sociales y políticas. En Zayas Fuentes (2000), Atkinson (1998) y Burchardt (1998) se
presentan diferentes aspectos que sitúan la exclusión social en términos de i) relatividad
(en tanto la exclusión opera en una sociedad particular, en un determinado momento del
tiempo) ii) multidimensional (dado que abarca ingresos, consumos, la participación, e
implicación política y la interacción social; iii) dinámica (en tanto es un proceso que ocurre
a lo largo del tiempo como acumulación de desventajas, y no se restringe a una situación
actual determinada, y iv) multinivel (dado que opera a diferentes niveles o esferas de la
vida individual, por hogares, por comunidades, por barrios, entre otros .
Por otra parte, la exclusión se encuentra objetivadas en diferentes figuras social
ligada al desecho humano, (Bauman, 2005), o a la de residuos propios de la miseria del
mundo (Bourdieu, 1993), o en los underclass de la literatura americana (Wilson, 1996,
retomada críticamente por Wacquant,1996, 2001) en el anterior capítulo.
En este sentido, como categoría analítica la exclusión según Karsz (2004)
expresaría un sentido laxo y omniexplicativo, paradójico y especular aparentemente sin
fronteras, interprofesionales e interdisciplinaria; a la vez que resulta legitimada en el
campo discursivo de las políticas sociales y programas globales de acción social y de lucha
contra la pobreza y la exclusión social para los diferentes países de la Unión Europea desde
mediados de los setenta hasta fines de los noventa (Estivill, 2003).
¿Qué significan las acepciones de la exclusión en clave paradojal y especular en
Karsz? La exclusión, en tanto categoría de análisis, resulta paradójica, ya que remite a

42
En Estivil (2003) se consideran cuatro situaciones derivadas del análisis de Castel, dado el cruce entre
empleo y protección social: i) con empleo y protección social, ii) no tienen trabajo, pero sí protección
(desempleados subsidiados, pensionados, discapacitados), iii) tienen trabajo, pero no protección (economía
subterránea, sector informal) y iv) no tienen ni trabajo ni protección.
28
problemáticas de la exclusión (a modo de ejemplo citado por el autor, la prostitución y el
consumo de drogas) que a su vez implican redes, vínculos e intercambios (subjetivos y
comerciales), que dan cuenta de que los excluidos “están en la sociedad” ( p. 160) Es
decir, lejos de estar fuera del tejido social, se ubican dentro en una condición de excluidos,
pero es dicha condición (ser partícipes del desempleo, enfermedades, pobreza,
desescolarización) la que les da identidad, no su posición externa a la dinámica social.
A su vez, el sentido especular y/o relacional, al igual que la inclusión, es un
proceso en el que individuos que se encuentran al margen del lazo social pero “formando
parte de modo indisoluble de una sociedad” (p. 210) están involucrados con otros
actores/sectores sociales. Por lo tanto, la categoría exclusión comprende destinatarios y
emisores, los cuales no solo incluyen servicios, dispositivos, equipos de profesionales que
se ocupan de atender estas problemáticas en diferentes instancias políticas, institucionales,
administrativas, sino que también se redefinen modos de análisis y estrategias de
intervención en torno a los sujetos sobre los que se pretende actuar, asignados por “una
identidad marcada por un rasgo de carencia, insuficiencia, un déficit, un desvío, un rezago,
algo que ‘no encaja’ bien en la normalidad” (Frigerio, 2009, p. 18).
Con el objetivo de ofrecer modelos de interpretación del fenómeno de la exclusión,
Silver (1995) desarrolla diferentes posicionamientos, que toma la teoría social para ubicar
la exclusión social y la relación incluidos-excluidos, situados en la solidaridad, la
especialización y el monopolio, configurados desde un abanico de perspectivas que van
desde la filosofía política en la ideología republicana francesa hasta el liberalismo y la
socialdemocracia.
El paradigma de la solidaridad tiene como base la perspectiva de Durkheim y como
eje la integración social sobre la base de la cohesión, que se logra desde el Estado a través
de mecanismos con los que cuenta la sociedad para favorecer dicha integración. A partir de
este ideario, la exclusión es una herida del orden social, entendido como externo, moral y
normativo43.

43
Los textos de Massé (1965) y Lenoir (1974) son una fiel expresión, en tanto refieren como excluida a una
parte de la población que no contaba con los beneficios que la sociedad ofrecía, y eran por lo tanto
considerados los inadaptados, que quedaban fuera y no estaban en condiciones de entrar, incluyendo en este
grupo a los huérfanos, los ancianos, los toxicómanos, los discapacitados.

29
Por la otra, el paradigma de la especialización, fundamentado en el liberalismo
angloamericano, supone que la diferenciación entre los individuos da lugar a una
especialización en el mercado. Asimismo, el orden social es entendido como redes de
intercambio voluntario entre individuos autónomos asociado a la idea de homo economicus
y al libre mercado. Sobre la base de una ética del mercado, se responsabiliza a los propios
excluidos de la situación en la que se encuentran, como es el caso de noción de
underclass/subclase (Wacquant, 1996) o de desvío, a partir de los argumentos de libertad y
eficacia.
Finalmente, Silver (1994) aborda el paradigma del monopolio, a partir de las teorías
situadas sobre la base del poder y del conflicto social, que sostienen que el orden social se
impone mediante un conjunto de relaciones jerárquicas de poder y, por lo tanto, la
exclusión implica relaciones de dominación, haciendo más bien referencia a modalidades
precarias y marginales de inclusión alejadas de una política de ciudadanía (Demo, 1997).
Cabe considerar cuáles son los límites de los aportes de Castel en torno al problema
de la exclusión al situarlo en el escenario de América Latina.
Sin duda la perspectiva de Castel se instaló rápidamente en el debate
latinoamericano sobre pobreza y desigualdad social, en ese momento centrado en la
categoría de marginalidad, asociada a situaciones de pobreza, considerada a partir de la
teoría de la modernización y, posteriormente, desde los setenta, como una característica de
funcionamiento del capitalismo en países dependientes y en proceso de desarrollo,
resultado propio del proceso de acumulación del capitalismo industrial en América Latina
(Quijano, 1970 y Nun, 2003).
En relación con este concepto de marginalidad, la introducción del enfoque de la
exclusión permitiría situar el análisis no tanto sobre quienes “quedaron afuera” de los
procesos de modernización económica asociados a la industrialización, sino en los
mecanismos de expulsión que operan sobre aquellos que ya habían sido integrados de
alguna forma (Tofalo Di Pietro, 2015), con lo cual los procesos de exclusión refieren más a
procesos que empujan hacia los márgenes sociales propios de la pobreza y la indigencia a
quienes estaban incluidos.
No obstante, parecería que la perspectiva de Castel sobre la exclusión, trasladada a
la problemática de América Latina, sería insuficiente, en tanto, el modelo de análisis
desarrollado por este autor, parte de una concepción de exclusión social en cascada, desde
30
lo cual su perspectiva de la desafiliación resulta, como se señaló, un proceso social de
vulnerabilización, fragilización y ruptura de vínculos (Braga, 2003).
Sin embargo, como señala Zicardi (2000), en América Latina, la exclusión social
propia de la problemática de la pobreza y la desigualdad, no solo asume variadas formas en
términos de acceso al trabajo, los servicios sociales, el analfabetismo, el aislamiento
territorial, la discriminación por género, política, entre otros, sino que lejos de ser un
fenómeno de estas últimas décadas, “ ha sido la situación que han debido aceptar las
grandes mayorías, aunque pudo haberse amplificado a partir de la aplicación de políticas
neoliberales” (p. 99). La cuestión es tener en cuenta la condición en que se encuentran las
personas que ni siquiera han llegado a lograr una inclusión social en el sentido más estricto
del término
Ribero (2000), a partir de los aportes de Nacimiento (1994), ofrece una respuesta a
la necesidad de situar el concepto de exclusión en América Latina y traza tres modos de
exclusión, además considera diferentes dimensiones que amplían el abordaje de Zayas
Fuentes (2000), Estivil (2003) y Atkinson (1998) en tanto remite de modo explícito a las
dimensión económica, social, simbólica y política.
En un primer caso se presentan los discriminados por diferentes condiciones
étnicas, comportamentales y condiciones de socialización (por ejemplos, negros,
homosexuales, migrantes) que participan de la vida social en general, aunque sus
diferencias no están aceptadas o toleradas socialmente.
Un segundo caso es el grupo social ubicado en una situación límite, sin integración
al mundo del trabajo y con condiciones mínimas para la reproducción de su vida individual
y social, en “los efectos son de discriminación, pero aquí el no reconocimiento se traduce
en una clara exclusión de derechos. Estigmatizados como los anteriores, sufren el proceso
específico de no ingresar en el mundo de los derechos, o de ser expulsados total o
parcialmente” (P. 2), formando parte del universo de pobres estructurales, tanto por NBI
como por LP.
Finalmente, el tercer grupo de la exclusión se vincula según Ribero, de modo
estrecho con la denominada “nueva exclusión”, propio de la cuestión social de Castel, por
el cual en el marco de procesos de precarización laboral y desempleo, una masa de
trabajadores que pierde una función productiva, ya no posee las calificaciones para

31
funcionar como masa de reserva, como consecuencia, el sector dinámico del capitalismo
podría echar mano para comprimir sus salarios.
En este marco, los individuos desnecesarios económicamente “pierden cualquier
función productiva y pasan a constituirse en un peso económico para la sociedad (del
mundo del trabajo) y para el gobierno” (p. 18). No obstante, junto con la dimensión
económica cabe considerar las vertientes social, simbólica y política de la exclusión en
tanto apareja efectos en la inserción relacional y una cierta desestructuración que arrastra
la crisis de la relación salarial, debido a la pérdida de protecciones institucionales, en
cuanto a ritmos, ciclos de vida y a la desocialización, entendida “como pérdida de
identidad, seguridad y aislamiento social de una fracción de la población” (p. 19).
El plano simbólico se vincula con resonancias en el nivel subjetivo que trae la
exclusión económica-social, así se materializa en una ausencia de reconocimiento social en
el plano intersubjetivo. Desde esta perspectiva, la exclusión en el plano simbólico
evidencia una ruptura del lazo social y, por lo tanto, del vínculo simbólico que une
normalmente a cada individuo con su sociedad, con efectos en el plano político en relación
con el ejercicio de los derechos ciudadanos, que se diluyen o invisibilizan de la vida
pública.
En definitiva, cabe considerar la exclusión social en términos procesuales (propio
de la visión de Castel) y estructurales propios de la desigualdad social y la pobreza, a la
vez que aquellos multidimensionales de la exclusión: “fruto de la repetición continua de
determinadas prácticas y relaciones sociales excluyentes al margen de los individuos
concretos que son objeto de la acción de exclusión en cada momento” (Braga, 2003, P. 49).
En este caso, la consecuencia más dramática resulta la expulsión de los individuos
de la propia órbita de la humanidad; son numerosos individuos y grupos humanos de los
sectores más pobres, desplazados, migrantes –de acuerdo con el contexto de país y zonas
geográficas– que parafraseando a Arendt (1949) pasan a no tener derecho a tener
derechos.
En este marco, la exclusión social tiene en las ciudades una contracara propia de la
concentración espacial y la estigmatización, con efectos en los procesos de sociabilidad,
como la diminución del valor de protección, contención y/o identificación del barrio y en
la propia subjetividad y expresión en definitiva de una violencia simbólica que reproduce y

32
consolida las relaciones de poder y las desigualdades de la estructura social, con lo cual
hacen presente, remarcan, pero también establecen y afirman, que no somos todos iguales.
Así, estar al margen o estar excluido socialmente, pone al descubierto la opacidad y
lejanía, casi inalcanzable, que significa la participación ciudadana como contracara de la
“nula vida” (Agamben, 2003)44, la cual se encuentra en el “umbral entre lo humano y lo no
humano, incluida solo por exclusión, es decir, exceptuada de la existencia política”
(Quintana, 2006, p. 46).
En este sentido la exclusión se vincula a la “imposibilidad o a la no habilitación
para acceder a los derechos sociales sin ayuda, sufrimiento de la autoestima, inadecuación
de las capacidades para cumplir con las obligaciones y riesgo de estar por largo tiempo a
sobrevivir del asistencialismo y la estigmatización” (CEC, 1993, citado en Minujim 1998,
p. 171). El déficit de ciudadanía no se limita a condiciones objetivas, sino que “les impide
convertirse en sujetos de su propia historia e incluso ver que el hambre es impuesta”
(Demo, 1988, p. 5). En efecto, este proceso de exclusión y desciudadanización juvenil
puede llevar a borrar las referencias identificatorias, a considerar la falta de sentido en la
misma existencia, a la ausencia de proyecto de mediano y largo plazo.
En definitiva, la exclusión social remite a la expulsión de la vida ciudadana, propia
de la oposición, escisión, como señala Berrio Puerta (2010): “Entre la vida natural o nuda
vida y la vida cualificada política propia de un individuo, grupo o comunidad” (p. 18)
constitutiva de modos extremos, como fueron los campos de exterminio o los modos
actuales de indigencia extrema en los que se los despoja del estatuto de ciudadanía, con lo
cual las capacidades de agenciamiento, de las que nos habla Sen, en la introducción de este
capítulo, quedan estrechamente limitadas a la pura sobrevivencia.

4. El escenario de pobreza y vulnerabilidad de adolescentes y jóvenes que reingresan


a la educación secundaria
Las instituciones educativas y las organizaciones que forman parte del universo de

44 En Agamben (2003) se retoma la concepción foucaltiana de nula vida, como escisión inicial entre vida
biológica (zoe), propio de la polis aristotélica, separada de todo contenido político (bíos) y al margen del
ordenamiento jurídico. En Agamben “la nuda vida” (zôe) es aquello que se incluye en la vida política
occidental bajo la forma de excepción, a merced del poder soberano (Shmitt, 1982, 1990) y se configura una
relación de bando (a bandono), por lo cual “queda expuesto y en peligro en el umbral en que vida y derecho,
exterior e interior se confunden” (pp. 43-44). Por lo tanto, la zôe del ciudadano queda a disposición de la
decisión soberana en la forma de suspensión.

33
esta investigación, ubicadas en los Partidos de San Martin y La Matanza del Conurbano
bonaerense, y la zona Sur y Centro de CABA, se encuentran en su mayoría en zonas
donde prima una alta vulnerabilidad y exclusión social, que se manifiestan en tres áreas de
actividad esenciales en el proceso de desarrollo urbano: (1) trabajo, (2) vivienda y (3)
infraestructura de servicios (Oszlak, 1983).
A continuación, se describen aspectos específicos de las condiciones de pobreza de
la población del conurbano y de los radios censales45 cercanos a los dos CESAJ ubicados
en los partidos de San Martín y La Matanza.
Del mismo modo, en otro punto el análisis se concentra en la zona sur de la ciudad
y los radios censales en los que se ubican las dos escuelas de reingreso y uno de los BP en
los que se desarrolló el trabajo de investigación.
Otro de los BP se encuentra en la comuna 5 (zona céntrica) de CABA, que al no
presentar situaciones críticas en el nivel poblacional ni en el radio censal46, se constituye
como un caso excepcional, en tanto que su criticidad no se da por su localización, sino por
las características de su población, que transita en condiciones de pobreza y diferentes
gradientes propios de la vulnerabilidad social.
Los radios urbanos en los que se encuentran estas instituciones y organizaciones
sociales y el relato de sus docentes y estudiantes dan cuenta de la pobreza y la
vulnerabilidad que se despliega en territorios diferenciales, marcados por la segregación
estructural emergente en la mayoría de los casos en asentamientos y villas miseria
(Soldano, 2018).

4.1. El Conurbano y los radios urbanos que bordean los CESAJ


Los CESAJ abordados en el campo de investigación se encuentran localizados en el
Conurbano bonaerense, de los partidos de San Martín y Matanza. Si bien, los radios en los
que están localizados los CESAJ estudiados tuvieron variaciones positivas, en el período
2001-2010, en los índices de pobreza de la población47 , la vulnerabilidad social de los

45
Un radio censal en áreas urbanas considera, aproximadamente, 300 viviendas.
46
Dadas estas condiciones excepcionales como este caso, no se observa la necesidad de realizar una
descripción del radio censal en el que está ubicado este BP, en tanto no ofrece diferencias significativas con
los promedios de CABA.
47
En el partido de General San Martín, para el 2001,el 13% de la población residía en hogares
con NBI y se redujo al 2010, al 9,2%, el porcentaje de población residente en hogares con NBI. En el caso
34
adolescentes y jóvenes constituye un problema persistente, debido a los lazos debilitados
con el mundo del trabajo, la fragilidad de la integración en redes sociales –familiares y/o
comunitarias y el acceso a los servicios públicos, así como la experiencia escolar marcada
por trayectorias irregulares y de exclusión, especialmente, en el nivel medio del sistema
educativo (Sosto, 2012).
La escuela EGB XX de la que depende uno de los CESAJ (Caso 1) localizado en el
Centro de Formación Profesional XX en el partido de San Martín de la provincia de
Buenos Aires, presenta un contexto, relevado por medio del radio censal, en el que un
80% de las viviendas son casas y el 17% son casillas. Las construcciones son precarias y
las conexiones a servicios básicos son insuficientes: el 60,7% de las viviendas es de
materiales de calidad insuficiente (calidad 3 y 4) y el 91% no cuenta con agua de red ni
desagües. A nivel del radio censal donde se encuentra el CESAJ hay una mayor proporción
de viviendas en casillas, en consecuencia, los valores del hacinamiento48 expresan que la
zona se localiza la escuela es altamente vulnerable: el 16% de los hogares del partido vive
en condiciones de hacinamiento, mientras que a nivel de radio este valor asciende al 40%
de los hogares. (Cuadro 4)
La mayoría de los estudiantes pertenecen a una franja etaria de 15 a 17 años, en
tanto acumulan dos años de sobreedad respecto de la prevista para el ingreso al primer año
del secundario. Según las entrevistas realizadas con la supervisión regional y la
coordinación del CESAJ, los estudiantes provienen de las cercanías del CESAJ o del barrio
de la Villa 18, del barrio Independencia y del Libertador, las cuales constituyen parte de las
14 villas y asentamientos próximas al Río Reconquista (Giorno, 2014)49 y un pequeño
grupo de estudiantes vive en las cercanías del Centro de Formación Profesional. Por lo
tanto, en este CESAJ se presenta una alta heterogeneidad social integrada por sectores de
alta vulnerabilidad provenientes de villas de emergencia y una baja proporción de
adolescentes de sectores medios pauperizados que viven en un radio cercano al CESAJ.

de La Matanza, al 2001, uno de cada cinco habitantes residía en hogares con necesidades básicas
insatisfechas. Al 2010, las condiciones mejoraron, al reducirse al 15,6% la población de hogares con NBI.
48
Por hacinamiento se entiende más de dos personas por cuarto de la vivienda.
49
En Giorno (2014) se aborda una caracterización del Partido de San Martin. Son 14 las villas y los
asentamientos próximos al río Reconquista: Villa Hidalgo, Barrio Nuevo, Villa La Cárcova, 18 de Julio,
Barrio Independencia, Barrio Curita, 8 de Noviembre, Los Eucaliptus, Barrio Parque, Lanzone, 9 de Julio,
Barrio Libertador, Costa Esperanza y 8 de Mayo.
35

También podría gustarte