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En la actualidad, la población argentina goza de una vida más prolongada que en el pasado,
una entrada más tardía a la adultez y a la formación de pareja, una mayor libertad en las
decisiones de unirse o separarse asi como la posibilidad de ejercer el deseo de tener hijos,
cuantos y como. Sin embargo, la realidad también muestra una significativa variación en los
comportamientos de las personas de acuerdo con la clase social, asi como otros rasgos de
diferenciación social. El proceso de salud-enfermedad tiene una relación directa con las
condiciones de vida a las que la población ha estado expuesta, asi como el acceso que ha
tenido a servicios de salud adecuados. En primer lugar, desde el punto de vista del acceso a
servicios de salud, las desigualdades territoriales e individuales se potencian, lo cual significa
que contar con baja educación en provincias más pobres coloca a los individuos en una
situación de mayor vulnerabilidad. Las diferencias sociales se expresan claramente en
desigualdades en las probabilidades de supervivencia. Estas desigualdades sociales también
tienen su expresión territorial, lo cual indica los heterogéneos niveles de desarrollo y de
recursos entre las jurisdicciones. Tener un hijo es el resultado de un conjunto de situaciones
entre los que se destacan la iniciación sexual, el uso de métodos anticonceptivos y, ante la
ocurrencia de un embarazo, la decisión de continuarlo a término. Las mujeres de los estratos
sociales más desfavorecidos, ya sea definiéndolos por su nivel de instrucción o el nivel de
pobreza de sus hogares, son madres por primera vez a edades más tempranas y, a lo largo de
su vida reproductiva, tienen un número mayor de hijos en comparación con las mujeres de
estratos medios y altos. Asimismo, la maternidad precoz es un fenómeno con contornos de
clase definidos. A nivel agregado, las diferencias reproductivas también se expresan
territorialmente; en las regiones con menor nivel de desarrollo económico y social asi como
con valores familiares más tradicionales se registran niveles de fecundidad más elevados. Un
determinante directo de las variaciones en la fecundidad es el ejercicio diferencial de la
planificación familiar. Si bien el conocimiento, uso y acceso de métodos anticonceptivos se ha
incrementado en todos los sectores sociales, aún persisten diferencias. El aspecto clave que
distingue los patrones reproductivos en los distintos sectores sociales es cuando se decide
comenzar a controlar y planificar los embarazos. Asimismo, las mujeres con menos instrucción
se inician sexualmente a edades más tempranas, por lo que su periodo de exposición a la
probabilidad de embarazos es mayor. Uno de los principales cambios vinculados a la
fecundidad es el contexto conyugal en que ocurre, y se registra un aumento sostenido de los
nacimientos no matrimoniales. En un lapso de tres décadas, la tenencia de hijos por fuera del
matrimonio paso de ser una práctica minoritaria, asociada a los sectores más vulnerables,
estigmatizada y penalizada legalmente, a ser aceptada socialmente y equiparada por ley a ser
en la actualidad el contexto más frecuente en que ocurren los nacimientos.
En las últimas décadas, cambios notables han tenido lugar en lo que respecta a la vida
familiar, y se expresan en un marcado descenso de la tasa de nupcialidad, una postergación de
la edad al matrimonio, una mayor probabilidad de disolución conyugal y la mayor aceptación
de parejas y familias no heteronormativas. Las parejas en la Argentina eligen casarse con
menos frecuencia que en el pasado y, si se casa, lo hacen a edades más tardías. La convivencia
consensual es una modalidad que históricamente no era infrecuente, pero estaba en su mayor
parte restringida a áreas rurales y a sectores de muy bajos recursos, y fue ganando cada vez
más aceptación. Si bien estos cambios en las preferencias y conductas ocurren en todos los
sectores sociales, la formación familiar temprana asi como las uniones libres son más
frecuentes entre las mujeres de menor nivel de instrucción. Todas estas transformaciones
implican que el matrimonio como instrumento ha ido perdiendo la exclusividad para legitimar
socialmente las relaciones íntimas, la convivencia en pareja y el entorno adecuado para la
crianza de los hijos. A la par, y como resultado de la mayor libertad para tomar decisiones en
función de los intereses y deseos individuales, los matrimonios y las uniones también se han
vuelto más inestables, lo cual torno más frecuente la ruptura conyugal. Una consecuencia de la
creciente disolución de uniones y matrimonios es la cada vez mayor formación de uniones
conyugales de segundo o mayor orden y, con el tiempo, de la constitución de familias
ensambladas. Las diferencias en los patrones reproductivos asi como en las pautas familiares
tienen consecuencias en el tamaño y el tipo de hogar que conforma la población de acuerdo
con su posición en la estructura social. El tamaño medio de los hogares aumenta conforme
decrece el nivel de ingresos. En cuanto al tipo de hogar, la mayoría son familiares, y solo una
minoría son no familiares, es decir que conviven con miembros no emparentados. Las pautas
familiares diferenciales y la disponibilidad de los recursos para poder implementar
preferencias residenciales de formación, descendencia y disolución se reflejan en la
composición de los hogares de acuerdo con los niveles de ingreso.
Existe una amplia coincidencia sobre el hecho de que la Argentina es uno de los países de
América Latina que presenta de manera temprana una elevada tasa de urbanización.
Probablemente sea una de las características notables del país: la Argentina se apoya en gran
medida en las actividades del campo y extractivas; se piensa como un gran país rural, pero los
argentinos y argentinas viven en las ciudades.
Tendencias y políticas de la última década, conjugadas con otras persistentes del pasado
reciente, han gravitado también en la reconfiguración de la estructura urbana. En particular, el
auge del nuevo modelo agroexportador basado en la soja y otros productos primarios, el
crecimiento del turismo internacional y la reducción de la pobreza urbana, entre otros, hacen
que las ciudades sean más atractivas para la población y los inversores. El estudio Argentina
urbana (PET, 2011) propone una visión ordenadora de esta tendencia para contribuir a generar
una estructura territorial más “equilibrada”, un viejo lema en la reflexión sobre procesos
urbanos en la Argentina, potenciando ciudades intermediarias. El retorno del Estado se da en
nuevos escenarios de lucha y participación política asociados a reivindicaciones vinculadas a
las condiciones de vida, notablemente del medio ambiente, que tienen una marcada
dimensión territorial y enfrentan a los gobiernos locales con nuevas demandas y
responsabilidades. La definición de “ciudad” por parte de los organismos oficiales de
estadística y censo considera la población aglomerada en localidades que superan los 2000
habitantes con una notable continuidad, puesto que se trata una norma establecida desde el
censo de 1914. El crecimiento de las ciudades llevo al INDEC a introducir la categoría de
“aglomerado urbano”, que designa un conjunto construido que se extiende sobre distintas
jurisdicciones administrativas y conforma una unidad morfológica. Asi, se han definido
aglomerados urbanos que se diferencian de la ciudad principal con el adjetivo “Gran” cuando
tienen más de 100 000 habitantes en la misma provincia. La variación y complejidad de estos
criterios son un parámetro importante a la hora de estudiar el fenómeno urbano del país. Por
otra parte, a los criterios ya mencionados se pueden agregar otros para definir el fenómeno
urbano. Algunos se refieren a la disponibilidad de servicios terciarios de mayor o menor
complejidad que marcan la jerarquía de los centros urbanos del país en relación con su
capacidad de articulación de sus respectivas regiones –estos criterios se mencionan en los
marcos legales de la provincia de Buenos Aires-.
En el último cuarto de siglo, a pesar de los importantes cambios que ha conocido el país, se
han mantenido los grandes rasgos de las jerarquías urbanas. Sin embargo, se han ido
transformando paulatinamente las formas y los mecanismos de la urbanización. Las demandas
de los grupos populares y las respuestas aportadas por el Estado en sus distintos estamentos
tienden, por una parte, al crecimiento de los asentamientos populares en localizaciones
próximas a los centros y, por otra, a la creación de nuevos barrios relegados en distantes
periferias. La reducción de las desigualdades de ingreso no significo la homogeneización de los
espacios urbanos: persisten formas agudas de segregación y fragmentación fortalecidas por
nuevos mecanismos, a pesar de una mejoría en el acceso a ciertos servicios urbanos. La
organización político-administrativa de la Argentina tiene sus raíces en un federalismo
heredado del siglo XIX, que hace de las provincias el nivel fundamental de organización de la
sociedad, de la representación política y de la administración de los territorios. Ahora se
plantean a escala metropolitana los principales problemas que influyen en la calidad de vida de
las argentinas y los argentinos, en las dinámicas del crecimiento económico y la distribución de
los ingresos. Sin esperar una renovación completa de las estructuras políticas, se puede pensar
en mayores niveles de coordinación entre las jurisdicciones. Sobre todo, nos parece necesario
alimentar el conocimiento de los mecanismos metropolitanos y asi sentar las bases para
pensar verdaderas políticas metropolitanas, desde el Estado nacional y las provincias.
Dentro de los sujetos que se destacan en la nueva estructura agraria se encuentran quienes
controlan grandes superficies de tierras. Dentro de estas megaempresas, que controlan más
de 200 000 hectáreas y se dedican a producir commodities agrícolas para el mercado externo,
podemos identificar dos perfiles en torno a su origen. Por un lado, aquellas cuyo ingreso a la
actividad registra largas trayectorias ya sea en la producción o en actividades asociadas a esta.
Por otro lado, existen empresas provenientes de la industria, el comercio y las finanzas que se
insertan en el agro más recientemente. En línea con los cambios producidos respecto de la
tenencia de la tierra, estas empresas son propietarias solo de una parte de las tierras que
controlan y de los equipos que utilizan. Otro aspecto propio es que comienzan a organizar su
producción más allá de las fronteras nacionales, a través de la adquisición de tierras en países
fronterizos como Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay. Por su parte, Murmis se refiere a los
mayores emprendimientos del agro argentino como “megaproyectos”, y a sus titulares como
“megaproductores”. Vale aclarar que el pool de siembra es una modalidad que surge hacia la
década del noventa ante los problemas de financiamiento de los productores y que se basa en
la asociación o combinación de diferentes sujetos para llevar adelante el cultivo. Uno de los
mayores problemas es lograr una medición adecuada de su número, su tamaño y su peso en la
estructura social agraria. Si bien se calcula que el 80% de la superficie agrícola organizada bajo
este sistema se encontraría en la región pampeana, los pooles de siembra sobrepasaron esta
región. Por su parte, ya hemos ilustrado, sobre la base de algunos indicadores simples, el
intenso proceso de desaparición de explotaciones y productores que se ha desarrollado en el
campo argentino, particularmente en los últimos veinte años. Esto nos está demostrando que,
a diferencia de otros momentos en la historia del agro argentino, el incremento de los
arrendamientos y las formas combinadas de la propiedad de la tierra no se encontraría
vinculado a la constitución de una capa de pequeños productores. No es fácil determinar la
posición y la función que estos sujetos tienen en la estructura social del agro. Sin embargo, el
hecho de que el 66% de los rentistas no realice ninguna otra actividad para complementar su
ingreso permite inferir que una parte de ellos todavía son propietarios de sus medios de vida.
Las conclusiones de los estudios que han examinado la estructura de clases de la Argentina
durante el siglo XX son contrastantes. Si los análisis pioneros enfatizaron la mayor igualdad e
integración entre clases que antaño caracterizaron al país en comparación con otros de
América Latina, hacia finales de siglo esa “excepcionalidad argentina” ya formaba parte del
pasado. De un lado, la rápida expansión de las ocupaciones no manuales, comenzada bajo el
estímulo de la urbanización temprana durante el modelo agroexportador y continuada sin
interrupciones durante la etapa de la industrialización por sustitución de importaciones, abono
la imagen de una sociedad de amplias clases medias. De otro lado, la dinámica económica de la
etapa sustitutiva, que llevo a una situación cercana al pleno empleo y, en particular, a la
creación de cuantiosas ocupaciones en el sector industrial, se tradujo en un reducido volumen
del trabajo marginal y en oportunidades laborales relativamente favorables para aquellos
individuos que no podían aspirar a los puestos de clase media en expansión. Otros procesos
contribuyeron a forjar la especificidad de la estructura de clases del país. Dichos procesos
promovieron, en conjunto, la apertura de importantes canales de movilidad social ascendente.
Cabe subrayar que la mejor situación en materia de desigualdad en términos comparativos con
otros países de la región no era sinónimo de homogeneidad entre clases. Las extensas clases
medias no eran un grupo con idénticos niveles de bienestar material, sino que siempre fueron
heterogéneas, incluso durante los años dorados del modelo sustitutivo. En fin, a pesar de su
menor tamaño relativo, los trabajadores marginales o de subsistencia, y aquellos por fuera de
regulaciones y protecciones estatales, eran un grupo con peso específico y con una presencia
elevada en algunas zonas del país. Sin embargo, es claro que dicho escenario no solo
contrastaba con el de otras naciones de la región, sino también con el que más tarde
distinguiría al país. En relación con la morfología de la estructura de clases, la información
disponible para la década de 1990, sugiere que en esos años la expansión de las posiciones de
clase ocurrió en forma polarizada: los grupos que incrementaron su volumen fueron los de
clase media calificados, profesionales y técnicos, y los de sectores populares en las posiciones
de menor nivel, marginales o de muy baja calificación. Dentro de las clases medias, el
crecimiento de los profesionales y técnicos fue acompañado de la caída de, por un lado, los
trabajadores autónomos en el comercio y la industria que no pudieron hacer frente a la
concentración económica que caracterizo al periodo y, por otro, los asalariados no manuales
de menor calificación, tales como empleados administrativos y de comercio. Los sectores
populares, por su parte, fueron muy afectados por la disminución de las oportunidades de
trabajo. El crecimiento de las posiciones no calificadas y marginales al que hicimos referencia
más arriba reflejo, tal como retratan muchas investigaciones, la conformación de un
heterogéneo universo compuesto por trabajadores en actividades inestables y de subsistencia.
Sin embargo, las mutaciones no se limitaron a la esfera morfológica. La fragmentación y
polarización social se evidenciaron también en muchas otras dimensiones: un incremento en
las distancias en los niveles de ingreso, una profundización de la segregación urbana y una
mayor diferenciación en los servicios educativos o en los tipos de consumo, entre los
principales. En este contexto, se generaron mayores desigualdades entre e intraclases en los
niveles de bienestar material. Cierto es que el interés por el proceso de polarización dejo en
mayor penumbra a los sectores medios que no vieron varias mucho su situación. Ellos fueron
los que, para decirlo de algún modo, “empataron”, pero sin duda su peso también fue muy
importante dentro de esta clase. La reactivación económica que siguió a la crisis de finales de
siglo XX promovió una acentuada creación de puestos de trabajo desde 2003, y esto ayudo a
revertir en buena medida las escasas oportunidades laborales que caracterizaron la década de
1990. En primer lugar, se habría reiniciado aquella tendencia de largo plazo, interrumpida en el
último tramo del siglo XX, hacia un creciente peso de las clases medias. A ese crecimiento
contribuyeron todos los grupos que integran los sectores medios, en contraste con la década
anterior, cuando únicamente aumento el número de profesionales y técnicos. Pero la
transformación más importante que se observa entre 2003 y 2013, en la morfología de la
estructura de clases, ocurrió en los sectores populares. Estos experimentaron cambios en su
composición que significaron, en gran medida, una reversión de las tendencias dominantes de
la década anterior. Sin embargo, la mejora en el perfil de los sectores populares tuvo límites.
No hay dudas de que la recuperacion que experimento el estrato de trabajadores manuales
calificados constituye uno de los cambios más importantes de la década. Pero la contracción
de los trabajadores de menor nivel, no calificados y marginales, fue un poco menos
significativo. Aun teniendo en cuenta estos límites, parece indiscutible que, específicamente
en lo referido a la “oferta” de posiciones de clase, las tendencias que se registraron desde
2003 dentro de las clases medias y sobre todo populares dieron lugar a un quiebre en el
proceso de polarización que signo a los años noventa. Las posiciones intermedias volvieron a
expandirse gracias al crecimiento de los grupos de mayor nivel de sectores populares
–manuales calificado- y de los de menor nivel de clases medias –empleados de oficina, etc-. La
expansión de los profesionales y técnicos se vio favorecida por el desarrollo del sector
servicios, y en especial por el aumento de algunas ramas de actividad típicamente
demandantes de trabajadores calificados. Sin embargo, el constante aumento de profesionales
y técnicos fue acompañado de reconfiguraciones sustantivas en su interior. Desde una mirada
de largo plazo, al parecer el creciente peso de profesionales y técnicos en la estructura de
clases ha tenido consecuencias sobre los recursos que resultan más efectivos para acceder a
las clases medias. Lo dicho no significa que los estudios superiores se hayan transformado en
una garantía para obtener puestos de ese tipo. El crecimiento de las ocupaciones profesionales
y técnicas de las últimas décadas coincidió con una acentuada elevación de los niveles de
estudios de la población, y esto trajo como resultado que las posibilidades de valorizar los
recursos educativos en el mercado laboral se estrecharan. Por un lado, el crecimiento de las
clases medias parece ser muy generalizado con la sola excepción de la Patagonia. Esta
tendencia también es predominante a nivel de los aglomerados, en tanto ocurre en veintiuno
de los veintiocho sobre los que informa la EPH. Por otro lado, en todas las áreas se registra el
cambio de composición de los sectores populares, producto de la ampliación de las posiciones
calificadas y la reducción de las no calificadas. Dentro de las clases medias hay diferencias en
que grupos se expanden y en que magnitud, mientras que el cambio de composición de los
sectores populares, aunque generalizado, ocurre con diversas intensidades e impulsados por
diferentes procesos. Pero los contrastes son más importantes dentro de las clases. Asi, la
concentración de clases medias en CABA descansa sobre todo en profesionales, técnicos y
jefes, que alcanzan el 39,8%. Esta cifra es la más alta entre las áreas analizadas y representa
casi un 70% más que el promedio total. En los sectores populares se observan diferencias
similares. En suma, si bien estos ejemplos se limitan a las desigualdades en el tamaño de los
grupos, la magnitud de las diferencias no parece dejar dudas acerca de la heterogeneidad
existente a lo largo del territorio nacional en las experiencias y relaciones de clase. El
crecimiento de los sectores medios que se observa desde 2003 partiendo de una definición de
“clase” como la que aquí adoptamos, centrada en las ocupaciones, parece de una magnitud
muy reducida si se compara con el que muestran otros estudios, que analizan la estratificación
desde perspectivas diferentes. La gran expansión de los estratos medios que evidencias estos
trabajos refleja la recuperacion de las remuneraciones que siguió a la crisis de 2001, asi como
la consecuente ampliación del consumo. La mejora del poder adquisitivo de los últimos años
no ocurrió solo en la Argentina, sino también en varios países de América Latina. Sin embargo,
mientras en otros países de la región implico el acceso de nuevas franjas de la población a
bienes que históricamente les estaban vedados, marcando asi una verdadera
“democratización” del consumo, es plausible que en la Argentina haya implicado, ante todo, la
recuperacion de una parte de aquellos sectores que vieron mermar su capacidad adquisitiva
en etapas anteriores. Pero quienes se vieron más favorecidas fueron las clases populares: sus
ingresos aumentaron alrededor de 77% entre 2003 y 2010. Las clases medias, en conjunto, se
vieron menos beneficiadas pero en ellas hubo cierta progresividad en la distribución en tanto
los mayores incrementos ocurrieron en los grupos de menor nivel. Por último, las clases altas
habrían tenido mejoras aun menores, aunque hay que tomar estos resultados con recaudos
por las limitaciones de los datos que utilizamos. Las tendencias en materia de desigualdad
entre clases que se registran desde 2003 fueron acompañadas por una reducción de las
desigualdades dentro de los diferentes grupos que las integran. Desde 2003, también se
redujeron las heterogeneidades internas en aspectos vinculados con las oportunidades
laborales y las condiciones de trabajo, pero en otras dimensiones habrían continuado e incluso
aumentado. Incluso si nos concentramos estrictamente en las desigualdades económicas, es
claro que conviene complementar los datos que presentamos con información de otro tipo.
Esto se vincula, en primer lugar, al tipo de ingresos que estamos analizando. La reconstrucción
de que sucedió en materia de desigualdad al considerar estos otros aspectos no es, sin
embargo, una tarea sencilla. Sin embargo, otras evidencias, referidas a empresas y no a
individuos u hogares sugieren un incremento de las desigualdades económicas en el país
producto de la concentración de la riqueza en la cúpula empresarial. El rol redistributivo del
Estado es otro aspecto relevante al analizar la desigualdad económica. Esto implica tener en
cuenta, por un lado, el gasto público, que incluye el gasto social en programas como la AUH
pero también otras erogaciones, y por otro, las características del sistema tributario, que para
algunos continuo mostrando signos de regresividad a pesar del efecto de impuestos como las
retenciones a las exportaciones de productos primarios en sentido contrario. En fin, la
capacidad adquisitiva de los individuos y los hogares no solo depende de los ingresos
corrientes, sino también de la capacidad de endeudarse. En la última década, hubo una
expansión del crédito y de las formas de financiamiento. Si bien los ingresos constituyen un
aspecto clave de la desigualdad por su incidencia sobre los niveles de vida, también debemos
considerar otras dimensiones, como las que hemos mencionado, para tener un balance más
preciso de lo sucedido en esta materia en la última década. Producto de esta tendencia, el
grupo no solo se despegó del resto de los sectores populares, sino que se acercó a las clases
medias. Ahora bien, parece conveniente tener en cuenta que, como se muestra en el cuadro 2,
esas distancias tampoco eran muy acentuadas a comienzos de la década analizada y, en
especial, que las advertencias acerca de la difuminacion de los límites entre clases medias y
trabajadoras no son propias de esta etapa y forman parte de los debates sobre la estructura de
clases desde mediados del siglo pasado. En este marco, la consecuencia más relevante de la
recuperacion diferencial que mostraron los ingresos desde 2003 parece no ser tanto el
desdibujamiento de la frontera manual-no manual, sino antes bien el achicamiento de las
distancias que separan a los grupos que se encuentran en esa frontera de aquellos de clase
media que históricamente han exhibido niveles más elevados de ingresos. No solo no se
registraban procesos de movilidad descendente masivos, sino que la movilidad ascendente
continuaba siendo significativa, al punto que una parte considerable de los miembros de las
clases altas y de las franjas superiores de las clases medias tenia orígenes en posiciones de
menor nivel. El cambio de época también dejó su impronta sobre los niveles y patrones de
movilidad ocupacional intergeneracional, y no solo sobre sus significados. El análisis que
desarrollamos sugiere que desde 2003 se habrían abierto nuevas oportunidades de movilidad
social ascendente, motorizadas tanto por la recuperacion en los niveles materiales de vida
como por los cambios en la evolución de las clases. Sin embargo, aunque estas últimas
conjeturas parecen factibles, no se ven reflejadas en los estudios sobre movilidad ocupacional
intergeneracional. En este sentido, no hay indicios de que esta última haya tenido un
incremento en tiempos recientes. Estos resultados pueden deberse a que los cambios de
tendencia en la movilidad intergeneracional no obedecen única ni principalmente a lo que
sucede con el tamaño de las clases o, en forma más sencilla, a que esos cambios involucran
procesos de muy largo plazo que pueden no verse reflejados aun en los datos disponibles. Sin
embargo, parece claro que, antes de examinar posibles explicaciones de esos resultados, se
requiere corroborarlos a través de análisis más específicos. En especial, hay signos de que en
esta etapa se revirtieron en cierta medida los altos niveles de fragmentación y desigualdad
entre clases que fueron característicos de la última década del siglo XX. Por un lado, la
evolución del tamaño de las clases muestra algunos contrastes con lo que fue predominante
durante la década de 1990. Si bien entre 2003 y 2013 las posiciones profesionales y técnicas
continuaron expandiéndose, los otros grupos sociales mostraron una evolución novedosa. En
particular, fue notoria la contracción, absoluta y relativa, de los grupos no calificados y
marginales de sectores populares, acompañada de un importante incremento de las
posiciones ubicadas en la parte intermedia de la estructura. Por otro lado, el análisis de los
ingresos desde 2003 sugiere una reducción de la desigualdad entre clases. En efecto, la
recuperacion de los ingresos beneficia todas las clases, pero más a las populares, por lo cual se
redujeron las distancias que las separan del resto. La evolución de los ingresos y los cambios en
el tamaño de las clases en forma combinada, parecen haber abierto nuevas oportunidades de
movilidad social ascendente. Sin embargo, las mejoras en materia de fragmentación y
desigualdad de clases también muestran límites. Por su parte, la invisibilidad social y
estadística de la riqueza de las clases altas –que no es propia de este periodo- dificulta tener
un panorama claro acerca de lo sucedido con este grupo. En segundo lugar, no hay dudas de
que los ingresos constituyen una dimensión clave de la desigualdad. Pero no es la única. Si
ampliamos la mirada hacia otras dimensiones, parece necesario introducir matices a nuestras
conclusiones, en tanto las evidencias sugieren que los avances en una dimensión pueden
haber ido acompañadas por tendencias en sentido contrario en otras. Estas diferencias
sugieren una gran heterogeneidad en las experiencias y en las relaciones de clase a lo largo del
país, y advierten sobre la necesidad de tener en cuenta la manera en que las inequidades
territoriales continúan solapándose y soldando las desigualdades de la clase.
Estructura de los sectores populares: empleo, ingreso, educación y salud. Los sectores
populares y la política.
Pocos términos tienen un uso tan difundido, tan polisémico y tan discutido como el de
“sectores populares”. Con él se alude a conjuntos que pueden ser las clases bajas o la entidad
metafísica que representa el espíritu de la nación. En ellas adquieren protagonismo distintos
segmentos o situaciones de esas categorías: el trabajo industrial, el informal, la ocupación en
servicios y la desocupación, descritos según distintas mediciones y claves de interpretación
como situaciones de ascenso, marginalidad o pobreza. Si considerando el total de la población
urbana los sectores populares forman el 53% de la población; los números absolutos permiten
graficar la magnitud y la heterogeneidad de este agregado en el que, entre otros fragmentos,
se encuentran, para una población económicamente activa urbana de 15 000 000, 1 168 000
empleadas domésticas, poco más de 2 000 000 de empleados manufactureros, 1 500 000
empleados en la construcción y 3 000 000 de empleados de comercio. Esa heterogeneidad
actual puede ser pensada como el efecto de dinámicas socioeconómicas que, como las que
sigue, dan cuenta de la formación de un mundo popular en el que se combinan distintas
camadas geológicas y cuya complejidad debemos retener como punto de partida.
Si bien más del 40% de la población nacional se encuentra en el AMBA, otras metrópolis
también se han expandido en un contexto en que la población urbana comprende más del 90%
de los habitantes del país. Existe una localización privilegiada, pero de ninguna manera
exclusiva, para los sectores populares: los conurbanos. En ellas se concentran unas clases
populares urbanas de vieja data que no pararon de ensancharse y las provenientes de una
migración intra e interprovincial que hace de los nuevos conurbanos una realidad creciente y
generalizada. Estos cambios se inscriben en procesos más largos cuya duración, modalidad y
alcance varían según las localidades. Más precisamente, es posible notar como algunas
grandes ciudades continuaron con procesos de segregación creciente. Un observador
impresionista podría intuir algo que se puede formalizar de manera bastante confiable: el
hecho de que pertenecer a los sectores populares implica posibilidades de vida muy diferentes
de acuerdo con la zona de residencia en la división política del país. Ahora bien, si combinamos
esta percepción con lo que ya hemos dicho sobre la localización territorial de los sectores
populares y observamos los agregados urbanos en que la población de este segmento supera
el 50% del total, veremos que hay una correlación bastante fuerte entre las peores
performances en el IDH ajustado por desigualdad y la prevalencia de la población de los niveles
más bajos de ingreso. El mundo popular contemporáneo es resultado de un proceso temporal
en el que se acumulan y conectan los resultados de periodos que han tenido efectos diferentes
en la estructura social: desde el largo plazo de las pérdidas y la decadencia hasta el tiempo
relativamente breve de las mejoras moderadas. Generaciones que se han empobrecido y
perdido inserciones fuertes en el mercado de trabajo. Generaciones que han partido de ese
piso y han consolidado una trayectoria de movilidad social intergeneracional. Generaciones
que han partido de niveles de pobreza casi naturalizada que no han podido trascender.
Luego de avanzar por dimensiones que hacen a la situación de los sectores populares en
términos de sus posiciones estructurales, es preciso conocer los esfuerzos que realizan los
grupos populares para inscribir en los procesos que los condicionan sus posiciones a partir de
sus experiencias de movilización social y política. En el análisis de los años noventa, se
resaltaban los procesos de debilitamiento sindical y fragmentación social. La visión
reduccionista de la pobreza fue discutida en dos aspectos complementarios: el que asocia la
escasez material con la miseria ontológica, axiológica y política; y el que, desconociendo
lógicas propias en la subordinación, estudia el mundo popular con la normatividad de los
dominantes. Sin embargo, esa tarea ha continuado muchas veces el recorte de la década
pasada: aunque se miraba de forma no reduccionista la pobreza, lo popular se reducía a la
pobreza. Históricamente, la relación entre los sectores populares y la política ha estado
caracterizada por la centralidad de los sindicatos y la relación privilegiada de las clases
populares con el peronismo. En la búsqueda de legitimación de un gobierno inicialmente débil,
las organizaciones territoriales ocuparon un lugar destacado. En diversas instancias, las
agencias estatales incorporaron a algunos referentes forjados en los procesos de organización
territorial para la gestión de las políticas públicas asistenciales. Estas variantes de
estatalización barrial fueron apropiadas por los sectores involucrados, lo cual dio lugar a
formas específicas de “barrialización” del Estado. En diferentes zonas del país se dieron
procesos específicos, dada la centralidad del territorio como locus de articulación política y
social. En general, el tejido organizacional local se densifico, algunas veces diversificándose, y
otras, de manera concentrada, en relación con los cambios en los vínculos con diferentes
agencias estatales. Además, las políticas públicas asistenciales se multiplicaron después de
2001: primero continuaron con los mecanismos descentralizados y focalizados de los años
noventa y luego se recentralizaron, pero persistieron mecanismos focalizados de intervención.
Estos procesos mostraron modalidades específicas en relación con las economías regionales y
los entramados políticos locales. De forma simultánea y hasta cierto punto convergente con lo
anterior, se dio un proceso de centralización estatal que combino un impulso a la reactivación
económica, una ampliación de los derechos y una multiplicación de las políticas públicas
asistenciales de diverso tipo. Asi, la estatalización, combinada con la territorializacion, creo
vínculos que inciden en la consolidación y definición de las características de los sectores
populares. El Ministerio de Planificación Federal, creado un día antes de la asunción de Néstor
Kirchner en 2003, fue cobrando creciente protagonismo a lo largo de su mandato. Esto
implicaba un rol diferente del Estado: no solo se trataba de asistir a la pobreza, sino también
de reactivar la economía. La cuestión atendía a las zonas desfavorecidas y también al sector de
la construcción y sus derivados. En este contexto, los programas federales fueron clave, ya que
allí se nuclearon diferentes iniciativas. Sin embargo, el centro se configuro en torno del
Programa Federal de Construcción de Viviendas, que dispuso del 70% de los recursos y dio
cuenta de un giro “recentralizador” de las políticas habitacionales. Marcado por una débil
legitimidad de origen, el gobierno nacional también busco alianzas con diferentes actores
movilizados y redefinió las políticas asistenciales. Las organizaciones territoriales más o menos
afines se incorporaron en diversas áreas de la administración estatal central. Sus
conocimientos “en terreno” fueron valorados como forma de fortaleces a un Estado que
buscaba recobrar legitimidad luego de la crisis y “bajar” hacia la población. Asi como las
organizaciones territoriales cobraron centralidad, a medida que se produjo la recuperacion
económica y el nuevo gobierno busco superar su inicial debilidad a través de una pluralización
de los apoyos, las organizaciones territoriales y los sindicatos se disputaron el protagonismo en
la escena pública y se incorporaron en diferentes funciones de gobierno. Catalogado como
“neo corporativismo segmentario”, el modelo sindical kirchnerista se distingue tanto del
modelo peronista clásico como del europeo reciente. Logro revitalizarse manteniéndose como
representante de la clase obrera estable, una fracción relativamente pequeña de las clases
populares luego de la reconfiguración socioeconómica iniciada en los años setenta, bajo el
liderazgo del sindicato de camioneros encabezado por Hugo Moyano; muestra una autonomía
significativa respecto del Estado, lo cual da lugar a negociaciones colectivas favorables dentro
de límites de acuerdo entre partes. Revitalización corporativa, debilidad política.
La multiplicidad de los modos de politización popular es concomitante con la diversificación
que notamos en las dinámicas que producen la situación estructural de estas clases. Desde las
modalidades de movilización hasta las formas de apropiación de las políticas públicas
asistenciales, pasando por las relaciones con el gobierno, es posible reconocer un aprendizaje
sobre el funcionamiento de esta democracia y las condiciones sociales en que se realiza. De
todos modos, se puede notar un núcleo de organizaciones (y demandas) que marcan (y quizá
profundizan) la fractura entre los establecidos y los marginales. Resulta abusivo confundir la
modestia e incluso la estrechez de los segmentos de empleo e ingreso más bajo con “la
pobreza” y aplicar a todo el conjunto el sello de la “marginalidad”. Es indudable que el
desarrollo del capitalismo en la Argentina no ha conducido a una convergencia de los niveles
de bienestar y desarrollo, pero homogeneizarlo todo bajo la imagen de la negatividad de lo
que se esperaba es desconocer la especificidad de su heterogeneidad y que las posiciones
sociales en el mundo popular se revelan como un complejo abigarrado de trayectorias
ocupacionales de los sujetos, de dinámicas de inversión y acumulación capitalista, pero
también de lazos políticos creados por los más diversos activismos de grupos y del estado.
Las últimas décadas del siglo XX y el inicio del presente se han caracterizado por la puja entre
un modelo neoliberal de desarrollo y la preservación e impulso del desarrollo manufacturero e
integración regional. En este contexto político, es crucial tener en cuenta el papel de la clase
media argentina, que constituye una porción apreciable de la estructura de clase. Primero, un
esquema que priorice el desarrollo impulsado por la demanda y la presencia del sector público
muy probablemente refuerce la consolidación de una clase media profesional y especializada
en el contexto de una estructura de clase muy semejante a la actual, una fracción de pequeños
y medianos empresarios y cuentapropistas incorporados al sistema tributario de manera
formal. Segundo, el grado de corporativización el sector agropecuario y las empresas
vinculadas al comercio exterior. El poder que pueda sustentar la fracción de clase alta
agroindustrial y su posible articulación con la clase media rural, cuya capacidad para mover el
tablero político – aunque predomine sobre el primero en número y volumen de producción-
resulta inferior. Tercero, la transnacionalización y corporativización de las industrias
manufactureras clave, como la automotriz, metalmecánica y gas y petróleo, y el nivel de
participación de grandes corporaciones trasnacionales, que seguramente potenciara la
profesionalización de la clase media y de ejecutivos de nivel operativo. Cuarto, el crecimiento y
la tendencia mundial y local a la presencia hegemónica del sector bancario y las finanzas y su
integración trasnacional, que llevan a la bancarización de las transacciones y su presencia
como medio de consumo y endeudamiento para la adquisición de bienes de consumo durables
como de servicios de turismo y de esparcimiento. Quinto, la tendencia generalizada a la
concentración económica de grandes corporaciones en las industrias de la construcción
privada y pública. El modelo político predominante y el grado de financiarizacion de la
economía y el control del crédito de inversión darán sus rasgos peculiares a este proceso. Por
último, el crecimiento de los servicios y en particular los medios de comunicación y fuentes de
información cuyo poder económico va más allá de su posible influencia comunicacional, ya que
a su alrededor gira una fracción de la clase media formada por periodistas, informáticos,
comunicadores con poder de influencia sobre los modelos de consumo, y también de la
opinión pública. Las industrias establecidas en la segunda etapa del proceso de
industrialización por sustitución de importaciones dependieron en gran medida de la
existencia de empresas del Estado, o mixtas, como fuente de los insumos básicos para su
desenvolvimiento. En la industria de la construcción, se encuentran corporaciones cuyos
titulares han asentado su poder a través de su posición privilegiada en la realización de obras
públicas. La construcción privada de viviendas destinadas a la clase media y alta, junto con las
importantes inversiones en todo el país en infraestructura hotelera y turística, se vislumbran
con el desarrollo de estas últimas actividades como una posible fuente de poder. Las
comunicaciones, la informática, los canales de televisión y la prensa escrita han adquirido una
presencia clave en los últimos años. Todavía es muy temprano para tener indicios definitivos
de cuáles fueron las consecuencias directas e indirectas de las políticas públicas de los últimos
años y que rumbo tomaran en el futuro.
Los procesos antes descritos también han tenido consecuencias profundas en la formación de
la clase media. El primer proceso que merece destacarse es el crecimiento de la clase gerencial
y profesional que dentro de sí misma se ha diferenciado en lo que respecta al poder
económico, político y social que detenta. Por un lado, se encuentran aquellos que ocupan
posiciones altas de gestión y asumen una gran responsabilidad de las esferas de poder,
académico, en el sector productivo y por sobre todo en los organismos gubernamentales y
paragubernamentales, y en los medios de comunicación de masas. La tendencia hacia la
profesionalización de la economía, de la política y de la sociedad en general es creciente y ha
sido consecuencia de su mayor complejidad, a lo cual respondieron la expansión y la
diversidad de todo el sistema educativo. La complejidad tecnológica y el crecimiento en escala
del sector construcción han ido desplazando lógicamente el ejercicio profesional
independiente hacia reparaciones y obras de pequeña envergadura. Subyaciendo a esos
procesos, surgieron sistemas de ejercicio privilegiado, monopolio del desempeño legitimado y
legalizado por colegios profesionales. Sin embargo, el sector publico propiamente dicho, ya
desprendido de su rol económico en varias actividades, sigue configurando una parte
importante de la estructura de clase; su presencia se hace más notoria en las provincias donde
su peso es muy grande. Los estados nacionales, provinciales y municipales son el espacio de
formación de una clase media e incluso de una clase obrera que constituyen las burocracias
que hacen funcionar las actividades públicas y también influyen sobre él. Aun cuando existe
personal que desaparece con los cambios políticos, las burocracias del Estado se caracterizan
por su estabilidad y por ser una pieza clave en el funcionamiento de la sociedad. El segundo
proceso de transformación de la clase media argentina ha afectado lo que con frecuencia se
denomina la “pequeña burguesía industrial y comercial”. El periodo actual ha sido de
recomposición de la pequeña burguesía, de cambios en las actividades que desarrollaron y,
por lo tanto, en el know how y los recursos que movilizan. Algo similar ocurrió con los
pequeños comercios que deben competir con los supermercados y los grandes shoppings. Han
sobrevivido o se han creado nuevos negocios más especializados y con atención más
personalizada. Un fenómeno a tener en cuenta cuando se describen la formación de las clases
sociales y los cambios ocurridos en los últimos años en la distribución geográfica de las
actividades económicas. El tercer proceso de transformación se ubica en los límites entre la
clase media y la clase obrera consolidada. La fragmentación del mercado de trabajo en
términos de los niveles de calificación y especialización y de los niveles salariales
predominantes forma parte del proceso de desarrollo diferente por el que han transitado
diversas actividades económicas. Esa fragmentación del mercado laboral ha impulsado una
tendencia hacia la formación de fracciones dentro de la propia clase obrera y popular baja. En
la Argentina, uno de los indicadores de la existencia de capacidad de ahorro y acumulación es
el aporte jubilatorio; el otro es la inversión de bienes de consumo durable y vivienda. La
dimensión de la clase popular y sus estándares de vida son altamente fluctuantes y
dependientes de la situación económica general. Podemos distinguir dos grandes conjuntos:
por un lado, el constituido por el desarrollo de actividades de reparación, construcciones y
servicios en el mercado informal de cuentas propias y en algunas posiciones de muy baja
calificación en relación de dependencia y, por el otro, en el servicio doméstico.
Buenos Aires y las grandes ciudades de la Argentina tuvieron sus barrios residenciales de clase
media y alta que con el tiempo se fueron demoliendo para ser reemplazados por edificios de
departamentos. Mientras que en algunos espacios urbanos el reemplazo fue casi total, en
otros fue parcial, lo cual dejo esta fisonomía peculiar de mezcla de alturas. La segregación
residencial de las nuevas urbanizaciones es solo una expresión actual de un proceso de
ocupación diferencial del espacio que siempre ha existido en la Argentina. Sin embargo, la
segregación espacial no necesariamente da lugar a procesos socioculturales de distancia social.
Mientras que lo que hemos conceptualizado como “clase social” se reproduce a través de la
herencia de los recursos, derechos, monopolios y privilegios, los estilos de vida lo hacen a
través del cuidado de la salud, de la educación y de todos los mecanismos de transferencia
generacional de los modos de pensar y vivir. La expansión de la educación pública de nivel
primario y secundario respondió a metas de elites político-ideológicas que con variados
fundamentos hacían de la educación un puntal del desarrollo del país; también fue la
respuesta a las demandas de las crecientes clase media y clase obrera consolidada de
mediados del siglo XX. Sin embargo, la implementación de políticas orientadas a mejorar las
oportunidades de acceso y egreso de los niveles secundarios y terciarios, y las desigualdades
regionales persisten. El tipo de escuela a la cual asisten los niños y jóvenes constituye otra
fuente de desigualdad. En educación, al igual que en el cuidado de la salud, como modelos
sociales de comportamiento de la clase media, “la socialización familiar proporciona a los
niños y jóvenes un sentido de lo que es natural para ellos”. Las ventajas de pertenecer a la
clase media son más evidentes en la educación superior, terciaria y universitaria, ciclos en los
cuales la proporción de alumnos de ese origen se ha mantenido a lo largo del tiempo, asi como
la probabilidad de graduarse, en especial en las carreras largas.
En la medida en que las sociedades modernas gustan definirse como compuestas por
individuos libres e iguales, cuyas únicas diferencias legítimas son las fundadas en la necesidad
o el mérito, la constatación de que existen desigualdades significativas y persistentes tensiona
ideales muy profundos. No bien se plantea la distancia entre los más pobres y los más ricos, y
se identifica a quienes concentran las mayores ventajas, se suele avanzar en el reclamo de que
estos asuman mayores cargas. Si bien estos análisis tuvieron su auge en los años noventa,
iluminaron procesos típicos de momentos de grandes cambios. Pero el carácter extraordinario
de ciertas grandes fortunas no remite solo a determinadas temporalidades densas: analizar a
las minorías de enriquecimiento fulgurante también conduce a sobrerrepresentar a quienes
violan la ley. Aunque la ilegalidad y la acumulación extraordinaria muchas veces vayan de la
mano, resulta abusivo atribuir toda obtención de riqueza a mecanismos ilícitos. Si esta tesis se
volvió tan popular, es por la creciente confusión entre la ilegalidad y la ilegitimidad. El
creciente malestar provocado por las transformaciones en el mundo del trabajo se combinó en
la Argentina con otros procesos igualmente legales pero ilegítimos. La tensión entre la
legalidad y la legitimidad en las clases altas se perpetuo por la persistente incapacidad de la
administración central para gravar la riqueza y evitar la fuga de capitales. La situación es aún
más grave si se atiende a la riqueza off shore. También aquí los testimonios se corresponden
con los datos agregados. Una abrumadora mayoría de los miembros de las clases altas
manifiestan hostilidad frente al Estado y naturalizan las prácticas de evasión y fugas de divisas.
En suma, en el recelo que generan los sectores más altos en el espacio público resuenan, sin
explicitarse, distintos procesos que no necesariamente refieren a la corrupción.
Una vez que abandonamos la idea de que las clases altas son un conjunto de familias que se
perpetúan desde siempre o una minoría que acumula recursos por estrategias ilegales, se abre
el interrogante sobre los criterios de demarcación. En tanto país capitalista de desarrollo
intermedio, la Argentina tiene un sector que concentra un conjunto de ventajas materiales y
este incluye a cientos de miles de personas. En la Argentina como en el mundo, la estrategia
más utilizada para medir las desigualdades sociales es la magnitud de los ingresos registrados a
través de las Encuestas Permanentes de Hogares. La fuerte reactivación económica conocida
por la Argentina desde 2003 logro disminuir los niveles de desempleo y pobreza, pero revirtió
de manera mucho más moderada las tendencias en la distribución de los ingresos. Esta última
aclaración introduce un elemento central para nuestro análisis: la singular heterogeneidad de
quienes ocupan el 10% superior de la pirámide de ingresos. Según esta perspectiva, podemos
definir a los miembros de las clases altas como los dueños y directivos de las grandes empresas
y los funcionarios públicos de rango más alto.
Como alertara Germani, el capitalismo argentino se caracterizaba ya, a mediados del siglo XX,
por una singular concentración de la propiedad y la facturación, y esto en todos los sectores de
actividad. Las últimas décadas del siglo acentuaron estas tendencias, y no se revirtieron, sino
que se afirmaron después de 2001. Si bien se multiplicaron las pequeñas y medianas
empresas, la concentración de la propiedad y la facturación en la cúspide siguió siendo
acentuarla. Lejos de proteger y privilegiar al empresariado nacional, exceptuando algunos
casos puntuales, las reformas de mercado tuvieron al capital extranjero como principal
protagonista. También aquí la última década plantea más continuidades que rupturas. Si bien
el Estado argentino no implemento ninguna política de salvataje de las deudas de las empresas
de no residentes en el país, la inversión externa directa estuvo lejos de replegarse.
El avance del capital extranjero no significa que los grandes empresarios argentinos hayan
desaparecido como parte de las clases altas. Significa, antes bien, que se volvieron menos
relevantes como actores económicos. Más allá de la mirada de conjunto, los argentinos más
ricos siguen siendo empresarios o herederos de grandes empresas nacionales. Este podio es
acompañado de otros grandes empresarios argentinos que sobrevivieron a las reformas y
algunos que se hicieron fuertes gracias a las nuevas políticas publicas desplegadas desde 2003.
El retorno al proteccionismo estatal, lejos de perjudicar al empresariado nacional, volvió a
replicar en él muchas de las prácticas denunciadas en el periodo anterior. La última década
auguro también la expansión en empresas medianas y medias grandes que, subsidiarias de las
más consolidadas o favorecidas por la devaluación y la protección del mercado interno, se
tornaron viables. En este sentido, estas compañías y sus dueños padecen una doble fragilidad.
Por un lado, en la medida en que las condiciones de protección han sido regulares, la
prosperidad no los salva de las profundas dificultades que enfrentarían si tuviesen que
competir en una escala global. Por el otro, dado que el financiamiento fue escaso y los niveles
de informalidad elevados, muchos reinvirtieron gran parte de las ganancias obtenidas y no
consolidaron un patrimonio personal que les permita sobrevivir en tiempos críticos. Aunque ya
no detenten los principales resortes del poder económico, los empresarios nacionales siguen
concentrando una particular atención entre los hombres de negocios.
Pero no todos los argentinos adinerados son dueños de las organizaciones que dirigen. La
extranjerización y la corporativización de la propiedad conllevan un avance de los altos
ejecutivos. La importancia creciente de los gerentes, y con ellos la valoración de competencias
específicas, modifica los patrones de reclutamiento dentro de las clases más altas. Las
universidades, y en particular las de elite, se fueron afirmando como espacios de formación y
promoción de los altos gerentes. Por un lado, la oferta de estas nuevas casas de estudio se
concentra en las necesidades del mundo de los negocios. Por otro lado, con la consolidación
de programas que articulan a las universidades privadas con el mundo de la empresa se
establecen circuitos de sociabilidad y circulación cada vez más cerrados. El aumento en el
número de directivos profesionales modifica también los patrones de sociabilidad dentro del
mundo de los negocios. Para los managers de las empresas más grandes, las recompensas
materiales eran significativas. Según consultores entrevistados por La Nación, los sueldos de
los altos ejecutivos suelen depender del sector de actividad, el tamaño del establecimiento y
los niveles de movilidad comprometidos en sus tareas. Los altos funcionarios públicos también
pueden ser incluidos dentro de este grupo. En este sentido, cabría distinguir dos grupos:
quienes, desde la participación en coaliciones gubernamentales, acceden a los principales
puestos de dirección y quienes desarrollan una carrera dentro de la planta permanente de las
grandes administraciones públicas. Asi, aunque la mayoría de los dirigentes de organizaciones
públicas y privadas ganen sumas muy elevadas en relación con el resto de los asalariados del
país, muchos de ellos no lograban ahorrar y declaraban llevar una vida lejana a la opulencia.
Las clases altas también presentan una gran heterogeneidad y considerables dificultades para
establecer una demarcación satisfactoria. En una configuración que tuvo grandes
modificaciones con las reformas de mercado adoptadas en los años noventa, la crisis de 2001
no parece haber establecido rupturas significativas. Si hubo cambios, estos van más en el
sentido de cierta estabilización y hasta protección de la competencia. En un momento de
mayor estabilidad, surge con recurrencia la convicción de que el mejor modo de prosperar en
la Argentina es hacerse buenos amigos. Incluso podría decirse que la relación problemática de
la sociedad argentina con sus clases altas y la insolencia que a veces se les profesa no es por
completo ajena a este grupo que también se ha vuelto renuente a la disciplina y al respeto de
las jerarquías. La política pública vinculada a las clases más altas parece tener dos aristas: la
conformación de más y mejores gravámenes que en efecto permitan distribuir mayores cargas
a quienes más tienen, y el fortalecimiento de las entidades públicas y controles que aseguren
que el dinero no sea un operador tan exclusivo y eficiente en el acceso a bienes básicos.
La marca de distinción de algunos consumos tiene un plus que impregna a quien lo consume,
le da prestigio y lo ubica en una posición de mayor reconocimiento social. Al mismo tiempo,
esta posición le permite tomar distancia de otros grupos sociales que, a su vez y por lo general,
buscan imitar los comportamientos y emular el gusto de las clases altas. En cuanto a las clases
medias, la mayoría de las reflexiones de las ciencias sociales tendieron a destacar su debilidad
estructural, es decir, sus fronteras difusas y su falta de peso específico propio por ocupar un
lugar intermedio en la estructura social. Sus pautas de consumo buscan diferenciarse de las de
las clases populares al mismo tiempo que intentan imitar a las de las clases altas. La categoría
“medio pelo” de Arturo Jauretche aludía a quienes formaban parte de este colectivo y
atravesaban experiencias de movilidad social ascendente. Sus estilos de vida estaban
marcados por una búsqueda de prestigio social que la mayoría de las veces quedaba atrapada
en un juego de apariencias. Son las lecturas sobre el gusto de las clases trabajadoras las que
suelen poner el énfasis en la necesidad como motor del consumo. En su mayoría sostenían
que, mientras que los otros grupos sociales consolidaban su propia posición social a través de
sus pautas de consumo en las que se jugaban diferentes estilos de vida, el patrón del consumo
popular estaba signado exclusivamente por la necesidad y la carencia. Por un lado, desde la
economía se proponía una visión idealizada del consumidor racional. Por otro, sobre todo
desde la filosofía y la teoría crítica, se elaboraba una visión negativa del consumo de masas
concebido como una forma de alienación. Asi, hacia fines del siglo XX se comenzó prestar
atención a la dimensión identitaria, es decir, al consumo como un factor que impulsa la
integración a un grupo; como una forma de relación simbólica con el mundo.
De acuerdo con estas reflexiones, en esta “sociedad de consumidores”, al mismo tiempo que
se vuelven más frágiles los contenidos socializadores del trabajo –cada vez más inestable- y se
pierden los derechos asociados con el empleo, la norma que se impone a los actores es la de
tener capacidad y voluntad de consumir. Es una sociedad donde se constituye un imperativo
de consumo que habilita no solo la posibilidad de acceso a determinados recursos, sino
fundamentalmente la participación plena en la vida social. Si bien no todos los análisis sobre
las transformaciones del capitalismo contemporáneo adscribirían a las tesis del pasaje de una
sociedad organizada en torno de la figura del productor a otra estructurada alrededor del
consumidor, existe cierto consenso que señala la combinación de procesos de transformación
del trabajo con el desmantelamiento de las regulaciones construidas por el Estado de
bienestar. La sanción de legislación reguladora de las relaciones de consumo y la creación de
agencias dedicadas a la protección de los consumidores pueden interpretarse como una
expresión entre otras de la consolidación de la figura del consumidor.
El crecimiento del consumo interno ha sido señalado en repetidas oportunidades como una de
las expresiones más elocuentes del proceso de recuperacion económica observado tras la crisis
de 2001. En primer lugar, el patentamiento de autos nuevos se multiplico por seis entre 2003 y
2012, pero se trataba de la renovación del patrimonio de quienes ya tenían auto, más que en
la ampliación de ese tipo de consumo a nuevos sectores. En segundo lugar, también se produjo
un aumento importante de los viajes del extranjero, y sobre todo de vacaciones. Otros
indicadores, en cambio, hablan de una evolución que es más difícil de asociar a un sector
socioeconómico en particular. Es lo que sucede con el equipamiento de los hogares. Estas
observaciones coinciden con las que a comienzos del año 2000 realizaba un trabajo basado en
mediciones realizadas por consultoras privadas, el cual tiene la ventaja de presentar la
distribución del equipamiento por niveles sociológicos. El comportamiento de las ventas de
este tipo de bienes a lo largo de la segunda mitad de la década de 2000 abona también estas
interpretaciones. Por último, algunos de estos cambios expresan no solo innovaciones
tecnológicas, sino también modificaciones en los hábitos de consumo. Estas observaciones
ofrecen elementos interesantes para pensar la estructura social y sus transformaciones. El
sentido común señala que el patrimonio de los hogares es un indicador importante de la
posición que estos ocupan en el espacio social. ¿El aumento del consumo puede considerarse
un indicador de movilidad social ascendente? Sin dudas, el acceso a equipamiento que antes
no se poseía redunda en un aumento del bienestar de los hogares, en nuevas formas de
participación en la vida pública por medio de los consumos culturales y el entretenimiento y
también en la posibilidad de otras formas de reconocimiento social, a través de la apropiación
de bienes de alto valor simbólico, como la computadora o los teléfonos celulares.
A diferencia del esquema vigente en los años noventa, el crecimiento económico de los
últimos diez años ha descansado en buena medida en la dinamización del consumo interno,
respecto de la cual el Estado asumió un papel fundamental, tanto por medio de la llamada “re-
regulación de las relaciones laborales” y el mantenimiento de los niveles salariales como de las
sucesivas políticas de transferencia directa de ingresos. Nuestro país no ha sido el único
atravesado por procesos como los que se describen en este trabajo. Sin embargo, los efectos
de esta articulación no son vistos del mismo modo en todas partes. La discusión no es solo
sociodemográfica, sino también política. ¿Podemos hablar de una democratización de la
sociedad como resultado de la ampliación del consumo? Para algunos, esta conclusión es
indudable, en la medida en que mayor participación de las clases populares en el consumo
contribuye a erosionar las barreras sociales existentes entre los grupos y a desafiar las
jerarquías establecidas. En la Argentina, el crecimiento del consumo no ha estado ausente del
debate público de los últimos años. Sin embargo, rara vez fue tematizado en términos de su
contribución a procesos de movilidad social ascendente. Probablemente, el motivo de esta
ausencia deba buscarse en el peso que la propia categoría de “clase media” ha asumido
históricamente en el país, condensando no solo un conjunto de rasgos demográficos, sino
sobre todo un fuerte sentido político. ¿La ampliación del consumo de los últimos años
contribuyo a modificar esas ideas acerca de que es ser de clase media en la Argentina? Es difícil
saberlo. Sin lugar a dudas esta categoría parece definirse por un trabajo de profunda
reflexividad. Sin dudas, el consumo ha adquirido un rol cada vez más relevante en la vida
social, no solo en función de su relación con los niveles de bienestar de los hogares, sino sobre
todo por lo que el acceso a ciertos bienes significa en términos de reconocimiento social. Por
lo tanto, pensar en el consumo debería ayudarnos a complejizar, antes que a simplificar, el
estudio de la estructura social, cometido al que este capítulo quiso contribuir.
Bolilla IX.
Son muchas las palabras que se emplean, en la literatura universal, para dar cuenta del
fenómeno que queremos aprehender: entre ellas racismo y etnocentrismos que aluden,
muchas veces de modo metafórico, a sus contenidos de negatividad y rechazo. Cabe destacar,
en primer lugar, el uso ampliado de la noción de raza: está claro que racismo es usado hoy
habitualmente en forma eufemística, despojado de su pretensión biológica; ya no se defiende
la idea de la existencia de razas, o sea, de genealogías corporales inmaculadas y de otras
impuras que influirían en la psicología, la cultura y, en general, en los comportamientos de
ciertos grupos humanos. El concepto de raza perdió su pretensión de objetividad hace ya
varias décadas. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el afán principal consistía
en negar cualquier relación entre la raza y características sociales o psicológicas de los grupos
humanos. No lo hemos conseguido, pero consideramos que la palabra raza debe ser utilizada
solamente para la clasificación antropológica de los grupos que presenten un conjunto bien
definido de rasgos físicos combinados en proporciones características. La raza y todo lo que se
invoca respecto de ella puede corresponder a mitos y productos ideológicos, a predicados
imaginarios e irreales, pero el racismo es y ha sido un hecho real que conlleva importantes
consecuencias. Cuando se habla de raza se pretende avalar una clasificación de grupos
humanos, basada en presuntas diferencias, que establece desigualdades que implican
relaciones de inferioridad y de superioridad. Cuando se habla de raza se pretende avalar una
clasificación de grupos humanos, basada en presuntas diferencias, que establece
desigualdades que implican relaciones de inferioridad y de superioridad. Con independencia
de su validez científica, el concepto de raza alude a un mecanismo dirigido a construir la
otredad, a poner en evidencia e identificar al otro. Que se haya dilucidado por fin el carácter
no científico la idea de raza puede ayudar, tal vez, a quitarle argumentos al racismo, aunque en
general su práctica no ha requerido de veracidad y de evidencia empírica para sostener su
eficacia. Lo que se pone de manifiesto es que el fenómeno racismo no está anclado en la idea
de raza: se refiere a grupos humanos a los que por diferentes razones se ha descalificado,
inferiorizado, maltratado o excluido. Los procesos de discriminación han sido clasificados de
distinta forma. Como hemos señalado, los elementos que se asumen como eje de tales
procesos de discriminación, rechazo o estigmatización se han basado en características ligadas
a veces al cuerpo o la herencia física, otras arraigadas en la cultura, la etnia, la clase social o la
nacionalidad. Toda cultura supone un “nosotros” que constituye la base de las identidades
sociales. Estas se fundan en los códigos compartidos, en las formas simbólicas que permiten
apreciar, reconocer, clasificar, categorizar, nominar y diferenciar. La identidad social opera por
diferencia: todo “nosotros” supone un “otros”, en función de rasgos, percepciones, códigos y
sensibilidades compartidas y una memoria colectiva común. En toda sociedad conviven grupos
diferenciados, cuyas identidades sociales se constituyen en torno de diversas variables
vinculadas con su cultura, su historia o bien sus características étnicas, generacionales, de
clase e, incluso, de género o de costumbres. La otredad es una condición común, aunque la
distancia social y simbólica que nos separa de un “otro” puede ser mayor o menor y variar en
su carga afectiva y valorativa. Aceptar que existen diferencias, reconocerlas, señalarlas y
describirlas no implica necesariamente discriminar. Tales características pueden ser reales o
imaginarias, visibles o no manifiestas, pero se trata siempre de calificaciones aplicables a
personas en tanto integrantes de determinados colectivos identificados de alguna manera, y
tales características grupales dan lugar a un presunto saber a priori acerca de un grupo en
cuestión. Una vez identificado un individuo como miembro de un grupo estigmatizado o
descalificado, los caracteres adjudicados a este son aplicados a cada individuo, quien poco a
poco no podrá hacer en el marco de su desempeño personal para mejorar esta calificación
arraigada en estereotipos que no se ponen en cuestión. Es preciso destacar que cuando
algunos de estos planos discriminatorios se instala en la vida de una sociedad está vinculado
social, cultural, histórica e ideológicamente a la estructura social y de clases imperante, e
influye en los procesos de gestación y reproducción de las hegemonías. La descripción que
precede responde, en rasgos generales, a múltiples situaciones históricas. Postulamos,
entonces, una suerte de heteroglosia presente en las manifestaciones racistas, y este concepto
sirve para intentar aproximarse a la complejidad con la que, en diferentes lugares y tiempos,
se presenta con lamentable frecuencia e intensidad esta clase de procesos. Con lo dicho lejos
estamos de pretender simplificar la variedad de manifestaciones discriminatorias y excluyentes
o reducir la importancia de su diversidad y de la necesidad de examinar, en cada caso, en
profundidad, las condiciones históricas, sociales, económicas y culturales de su aparición y
desarrollo. Entendemos que las relaciones de clase se han ido conformado históricamente, en
América Latina y en nuestro país, relegando a posiciones de inferioridad y subordinación a la
población nativa y, más tarde, con el mestizaje y la incorporación forzada de mano de obra de
origen africano, también a la compleja mezcla integrada por las combinaciones entre estos
grupos, cuya principal condición de identidad en no ser blancos. Al intentar deconstruir esa
articulación racializada de las relaciones de clase, se vislumbra la compleja relación que se
instala desde un principio, en América Latina, entre procesos económicos, políticos y
culturales. Para distinguir entre dos de los significados contenidos en la palabra racismo, a
saber, las actitudes de odio y menosprecio destinadas a grupos humanos que poseen
características corporales bien definidas y diferentes de las nuestras y la racionalización de
esas actitudes consistente en la formulación de teorizaciones ideológicas acerca de las razas
humanas. Tzvetan Todorov ha propuesto la distinción entre racismo, reducido a designar los
comportamientos, y racialismo, en el plano de las doctrinas. Retornando a nuestro
planteamiento acerca de la racialización de las relaciones de clase se advierte que, para
caracterizar los fenómenos discriminatorios que se abordan en nuestro estudio, podemos
afirmar que en su genealogía intervienen tanto los comportamientos racistas que estructuran
la sociedad colonial y perduran en las épocas posteriores, como las ideologías racialistas,
tempranamente instaladas en América. Ayuda a comprender la discriminación en Buenos
Aires, en especial la que pesa sobre los habitantes que provienen de las migraciones internas y
de países limítrofes, su caracterización como racialización de las relaciones de clase. Rasgos de
índole corporal, étnica y nacional, en los que arraigan fenómenos culturales, han intervenido
históricamente en la constitución y reproducción de las relaciones de clase en América Latina.
Podemos agregar que los actos discriminatorios y excluyentes se envuelven en una retórica
que se ha vuelto cautelosa, y que el desprestigio otorgado a las actitudes racistas no ha
debilitado sus manifestaciones: ha contribuido, sin embargo, a generar nuevas astucias y
estrategias de ocultación y de disimulo. Queda claro, a partir de los grandes acontecimientos
de este siglo y de la clasificación del racismo favorecida por los horrores del Holocausto, el
contenido ideológico de textos como los citados y de la política desplegada hacia las naciones
dominadas, articulada estrechamente con las modalidades de reproducción de la hegemonía
en el contexto de la política colonial. A principios de siglo, discursos como los citados no
causaban escándalo. El racismo estaba naturalizado, incorporado a toda clase de textos,
incluyendo los que se proclamaban científicos. Fue un progreso que la antropología
incorporase la noción de relativismo cultural que hoy, explorada en todas sus consecuencias
lógicas, no siempre se sostiene. En la perspectiva que estamos describiendo no faltaron
planteos que, hasta cierto punto, justificaron y naturalizaron las posturas etnocentricas,
consideradas como cierto orgullo infantil e ingenuo, necesario para la autoafirmación de
pueblos “primitivos” y útil para la consolidación de su identidad. Sin embargo, desde la
compleja problemática de las sociedades urbanas modernas, el tema del etnocentrismo no
puede ya ser encarado con esa perspectiva anecdótica y un tanto superficial. La palabra
“etnia”, que está en la base de “etnocentrismo” no puede ya ser encarado con esa perspectiva
anecdótica y un tanto superficial. La palabra “etnia”, que está en la base de “etnocentrismo”,
ha sido objeto también de críticas por su ambigüedad y fácil deslizamiento hacia nociones
contradictorias. Si bien las formas en las que se presenta el racismo y la discriminación
ostentan semejanzas, muestran patrones comunes en sus manifestaciones en diferentes
lugares y ámbitos, por ello cada una de estas formas debe ser examinada en su particularidad y
como parte de procesos sociales más complejos. Desde esta perspectiva, hay diversas
contribuciones que analizan las relaciones entre los procesos de discriminación, racismo y
exclusión y la estructura de clases; las mismas han señalado, que la explicación exclusivamente
en términos de clase es muchas veces insuficiente para dar cuenta en su complejidad de
situaciones muy conflictivas que perduran en el interior de las sociedades.
Como nunca antes, en esta última década se puso en evidencia la falta de solución a viejos
males y la aparición de nuevas contradicciones que empañan las ilusiones que subsisten. El
progreso técnico, los nuevos conocimientos, la mayor productividad, no son otra cosa que un
producto social, el resultado del trabajo colectivo acumulado durante muchos años. El avance
desmedido del apetito de ganancias, la hiperconcentracion del poder y la riqueza, la fabulosa
burbuja financiera que simboliza en forma creciente el triunfante fetichismo del dinero,
generan nuevas y gigantescas contradicciones que comienzan también a ser advertidas. En las
vísperas del siglo XXI han recrudecido las formas de discriminación y racismo que
acompañaron la historia reciente. Las grandes preguntas que ahora surgen sobre este tema se
refieren a su próxima evolución. Parece evidente que el análisis de los temas que estamos
estudiando requiere incorporar la relación con la dinámica estructural de las formaciones
sociales. Reiteramos que, de mantenerse la dinámica sustentada en la última década, las
condiciones no se presentan promisorias para una mejoría en el plano del racismo y la
discriminación social. Su superación se vincula con un aumento en las formas de solidaridad y
con el avance de una racionalidad que abarque todas las esferas de la vida social.
Sexualidad y cambio cultural. Géneros, sexualidades y afectividad. Igualdad de género e
Identidad de género: problemáticas. Modalidades de vinculación, parejas y anticonceptivos.
El accionar de cada grupo social entrara en colisión con otros, en la medida en que sus
acciones no satisfagan las expectativas de los demás. Los conflictos pueden suscitarse entre los
diferentes agrupamientos sociales como dentro del propio grupo de pertenencia, lo que puede
provocar la ruptura o el fracaso de la conformación social junto a sus acciones políticas. Los
niveles de tensión y su búsqueda por el conflicto, suelen suscitarse con cierta animosidad con
efectos claros de estrategias para mostrarse en apariencia, diferentes unos de otros,
movilizados acaso por cuotas o parcelas de poder. Es primordial entender que el colectivo
LGTTTBI involucra a personas gays, lesbianas, transexuales, travestis, transgeneros, bisexuales
e intersexuales aunque estas categorías no sean iguales entre sí ni responden a un patrón
identitario homogéneo como tampoco agotan el universo genérico y/o sexual. Es una
expresión netamente política que utilizan las diversas agrupaciones de militantes y activistas
que luchan por la instauración de sus programas y proyectos políticos. El protagonismo de
cada uno de estos movimientos es, de hecho, relativo dentro del mapa político actual. Cada
agrupamiento condensa, para sí, un esquema normativo que le da carácter y rasgos propios
como asi también imprime “identidad” en su accionar político. Existe una diferencia entre los
llamados agrupamientos políticos LGTTTBI y lo que suele llamarse, la comunidad o colectivo
LGTTTBI. Esta diferencia es sustancial para comprender los niveles de representatividad que
cada grupo político es capaz de alcanzar como los medios o las formas a las que apela para
hacerlo. Los grupos se enmarcan dentro de la propia comunidad y no en sentido contrario.
El FLH gestiono estrategias de articulación junto a movimientos feministas, asi como también
intento alianzas con los principales partidos políticos de izquierda de la Argentina.
Constantemente, se buscó que la izquierda argentina incorporara el tema de la
Homosexualidad y del Feminismo en la lucha política. Empero, la relación entre los partidos
políticos de izquierda y los grupos feministas y homosexuales, no era del todo bienvenida, los
primeros resultaron ser lo bastante puritanos en sus discursos como en sus prácticas políticas.
Sin embargo, el FLH se sirvió de diversas técnicas de concientización, la más utilizada era la
edición, publicación y distribución de circulares, en un primer momento, y luego de
publicaciones en forma de revistas. A continuación se transcriben los puntos básicos del
manifiesto del FLH: “los homosexuales son oprimidos social, cultural, moral y legalmente, son
ridiculizados y marginados sufriendo duramente el absurdo impuesto brutalmente de la
sociedad heterosexual monogámica; esta opresión proviene de un sistema social que
considera la reproducción como objetivo único del sexo; con la represión de la sexualidad libre
y las actitudes sexuales no convencionales, se lesiona el derecho a disponer del propio cuerpo
y, por consiguiente, de la propia vida, derecho derogado por este sistema donde el hombre es
una mercancía más; todos aquellos que son explotados y oprimidos por el sistema que
margina a los homosexuales, puede ser nuestro aliado en la lucha por la liberación; el FLH no
es ni será ajeno a las luchas sociales y nacionales; en el FLH pueden participar heterosexuales
que consideren que la libertad sexual es un presupuesto básico en la lucha por la dignidad
humana”. Sobre la cuestión de la homosexualidad, y del concepto simbólico de “revolución
sexual”, no se planteaba ningún esquema de acción política dentro de tales partidos políticos,
no se buscaba la crítica o el repudio por los edictos antihomosexuales, por caso. Pocas veces la
izquierda argentina de aquel entonces hizo suya la violencia que recaía sobre las personas de
sexualidades diferentes. Es decir, el abanico de una punta a la otra mostraba claras señales de
la soledad y el aislamiento político en el que el FLH y sus miembros se hallaban. El concepto de
“revolución sexual” proclamado por el FLH se enmarca en una clara perspectiva de abolir todo
régimen disciplinario en términos foucoultianos, relativos al género y a la sexualidad.
Los que no tienen hijos o hijas al momento de salir del armario se encuentran con un abanico
de opciones que incluyen la acogida familiar, la paternidad sustitutiva, la adopción, la co-
paternidad, la inseminación artificial y el sexo al “viejo estilo”. Pensar en el ejercicio de la
parentalidad en parejas gays o lesbianas significa introducirse en un tema que suscita fuertes
debates en esta presentación sobre “las familias”. Desde diferentes áreas científicas, incluso el
derecho como herramienta de dominación, sectores con poder y prestigio ponen en evidencia
las funciones del parentesco y la seguridad que proporciona a los sujetos que lo experimentan;
la hipótesis que prevalece es que el parentesco formal remite al carácter inherente e
irreductible de la condición humana. Esta afirmación occidental, evolucionista y etnocentrista
comenzó a ser contestada por estudios etnológicos, donde se demuestra con claridad la
diversidad de los sistemas de parentesco, la pluralidad y a su vez la singularidad de los mismos
donde suele predominar no lo genético/biológico –lazos de sangre- sino la semejanza de
gustos y estilos de vida, los lazos sociales y las redes afectivas adquiriendo, entonces, el
parentesco un aspecto ficticio y construccional.
Se trata, por lo tanto, de un tema abierto que no se puede separar de los inmensos cambios
culturales, sociales y jurídicos que se presentan en las últimas décadas y que marcan
fuertemente el cambio de siglo. El deseo de hijo no es privativo de las parejas heterosexuales y
cada vez con más frecuencia se observa en parejas homosexuales, que recurren a la adopción
o la biotecnología para su realización. Afirma esta autora que es un intento de integrarse a una
norma y que la institución de la familia, en ese sentido, no estaría amenazada. Sabemos
también que las formas de organización familiar no siempre fueron las mismas. Pero hubo
siempre una condición ineludible: la estructura familiar siempre se concibió constituida en
base a la unión hombre-mujer y los hijos surgidos de esa alianza confirman la ley de filiación.
En la actualidad asistimos a una especie de deconstrucción de la familia nuclear. En las
sociedades globalizadas, posindustriales, posmodernas pareciera que se diversifican las formas
de organización familiar. Señala que algunos se plantean que la familia estaría amenazada si el
padre ya no es el padre, si las mujeres controlan la procreación, si los homosexuales
intervienen en los procesos de filiación. Pero, si se piensa que la denominada ley del padre es
una función de corte y separación, se tratara, por lo tanto, de una operatoria simbólica que
contingentemente está colocada en el padre desde una concepción patriarcal de la ley, pero
que la trasciende. Entonces, se podría decir que si bien con las familias homoparentales no se
afecta la reproducción de la especie, si se afectaría un determinado ordenamiento simbólico
social en el que la ley es homologada a la ley del padre y la diferencia simbólica es equiparada
a la diferencia sexual anatómica. Están en juego las identificaciones primarias y secundarias
que condicionan la construcción de una identidad sexual. Cabe aclarar también que, si bien la
asignación y reconocimiento del género del hijo puede ser adecuada a los códigos aceptados,
los caminos de la sexualidad y el deseo van, en todo sujeto, más allá de esa asignación. Para
ello es necesario comenzar por diferenciar el deseo de familia del deseo de hijo. El primero es
un anhelo o un ideal, y no es necesariamente de raíces sexuales. Aunque la formación de una
pareja-familia puede estar originada en el deseo sexual, este no está implicado
necesariamente. La conformación de una familia tiene otras fuentes a considerar también: el
amor, la necesidad de protección y de autoafirmación, la autoconservación, el apego. Por otra
parte, hay que tener en cuenta que, para pensar la parentalidad tanto en parejas
homosexuales como heterosexuales, el deseo de hijos es un motor importante, pero no se
pueden ignorar otras motivaciones como el deseo de trascendencia, de perpetuación del
patronímico, de acompañamiento para la vejez, de aseguramiento de la herencia, etcétera. El
deseo de hijo es singular y deberá ser analizado en cada caso durante el proceso analítico,
tanto en la heterosexualidad como en la homosexualidad, en hombres como en mujeres.
La igualdad tiene que ver con las capacidades políticas, o jurídicas del sujeto, y la diferencia
tiene que ver con si status ontológico. Es decir, el ser varón o el ser mujer conlleva
características femeninas o masculinas y esto es algo que, afortunadamente, el psicoanálisis
pudo ayudar a separar conceptualmente. En realidad, la homosexualidad dejo de ser
considerada una patología, de ser considerada una enfermedad, hace treinta años. Para mí, la
cuestión del tratamiento de personas homosexuales tiene que ver con cuales serían las
actitudes que deberíamos tener unos hacia otros y, fundamentalmente, cuáles deberían ser las
actitudes del Estado. Pero entonces, cuando pensamos la familia como una unidad natural,
este tipo de relaciones que estamos mencionando ahora, incluso la de adopción, resultan
extrañas. Todas las condiciones que se ponen para la adopción son la contracara de todos los
descuidos que tienen las familias que tienen sus hijos naturales y a las cuales el Estado no
ampara en absoluto para que puedan cumplir con todas esas funciones que se le solicitan a
una familia adoptante, empezando por la conducta sexual y por la atomización de la
homosexualidad. Dicho esto, digamos que no es nada sencillo analizar si una pareja
homosexual puede o no adoptar, porque esto implica repensar todos los obstáculos que hay
para pensar la homosexualidad. Tomo en cuenta las diferencias para inferiorizarlo cuando
considero que un homosexual es otro u otra diferente e inferior por el hecho de su elección
sexual. En el caso de la unión civil, hubo un debate bastante fuerte precisamente porque lo
que iban a hacer esta unión civil era romper este ideal de familia del que hablábamos antes: la
idea de un varón y una mujer que se unen con el fin de procrear.
Una actitud posible sería la de considerar los hechos de la homoparentalidad como normales,
prima facie, dado que es justo que la sexualidad de la persona permanezca como asunto
privado. Otra, sería la idealización del cambio, que puede señalarse como hacia una sociedad
más justa, menos prejuiciosa, etc, etc, es decir, también, y un poco ciegamente, aceptar la
equiparación, borrar, que ya está borrado, la discriminación entre normal y patológico y
ubicarse entre lo bueno y aceptante. Los homosexuales han acumulado, a través de esa su
historia trágica de injusticias y maldades sin proporción, un capital de simpatía y solidaridad en
los espíritus sensibles. Los niños muestran, al menos en parte, ser mucho más adaptables a los
cambios que los adultos. La parentalidad auxilia al individuo a luchar contra la pulsión de
muerte. Frente a la tremenda congoja de la propia desaparición, el ser padre o madre permite
que se genere un sentimiento de continuidad existencial en los sucesores. La homosexualidad
de los padres, y más aún si los padres viven en pareja homosexual, ¿de quién es el sexo y cuál?
Otro misterio, otro abismo que viene a sumarse. Como sea, puede suponerse que la
identificación primaria, o primitiva, con un padre homosexual tiene chance de dar un distinto
resultado que un proceso similar con un padre heterosexual. También los conceptos de
masculino-femenino son vistos como muy complejos, con diferentes significados para cada
persona y no enmarcables en estudios estadísticos. Esto hace pensar en la dificultad de llegar a
un buen destino en un análisis de una persona homosexual, si con ello se pretende tener éxito
en un cambio de orientación, esto es, hacia la heterosexualidad. Por otra parte, de la
homoparentalidad no hay nada, prácticamente, y es interesante sentirse en esta intemperie,
es un sentimiento de orfandad y de ser los pioneros, al mismo tiempo. Se trata de ver si la
persona homosexual puede ser padre, en el sentido de introducir un nuevo ser en el mundo,
con lo que esto supone de transmisión de identificación, conceptos y valores.
En caso de que cualquier persona decida libremente modificar su cuerpo en pos de adecuar la
expresión genérica auto percibida, la ley 26 743 garantiza el acceso integral a la salud a través
de intervenciones quirúrgicas, y/o tratamientos hormonales sin necesidad de autorizaciones
médicas o psiquiátricas, judiciales o administrativas. Uno de los desafíos de la ley
recientemente sancionada es hacer inteligibles una multiplicidad de identidades que hasta
este momento no eran interpretables por el derecho hegemónico y por ende permanecían sin
ser interpeladas como sujetos de derecho. El Diccionario de Estudios de género y feminismos
define a la identidad haciendo alusión a las representaciones simbólicas del orden cultural
acerca de lo que se entiende por masculino y femenino, al tiempo que rescata, al igual que lo
hace la ley de identidad de género, la vivencia que tiene el individuo sobre sí mismo. Dicha ley
socava las estructuras de dominación sobre las que esta cimentado el patriarcado
heterosexista, toda vez que propone un nuevo paradigma, donde las identidades y expresiones
de genero estarían construidas por una multiplicidad de miradas y experiencias, y se oponen
férreamente a la imposición esencialista erigida sobre el pilar binario sexo genérico, con la
consecuente polarización y asimetría de los géneros. Nuestra estructura cognitiva e
interpretativa occidental falocéntrica, colonialista y racista, esta basamentada en dicotomías.
El sistema patriarcal, sobre el cual se erige la estructura social, le da al Derecho un lugar de
privilegio para fundamentar su poder omnímodo. El derecho es la matriz por excelencia
productora de ficciones. Dichas ficciones legitiman las prácticas socioculturales que conllevan a
la segregación de las identidades que no se corresponder con las expectativas normativas
esperadas. Haraway propone repensar dichas categorías en términos de nomadismo, donde
las fronteras entre unas y otras no están perfectamente delineadas, por lo cual no son
excluyentes, ni totalizadoras. Como bien afirma Esther Díaz, en “Las grietas del control”, “los
genitales son una metonimia de la sexualidad”, es decir que se sustituye un término por otro
por su contigüidad, por ende los genitales tiñen las corporalidades, asignándole los roles
genéricos de hombre-mujer/masculino-femenino. Es interesante destacar, a esta altura de
nuestro análisis, que la construcción de identidad en este contexto es compleja. Es decir que
en un contexto globalizado, en las presentes sociedades de incertidumbre, ya no alcanzan las
categorías étnicas, sexuales, genéricas, para describirnos de manera total, donde los grandes
colectivos e instituciones se han desintegrado tales como la nación, clase, familia, por ende la
incertidumbre aumenta frente a la perdida de referentes que otrora otorgaban seguridad, aun
cuando esta haya sido ficticia. En igual sentido se manifiesta Leonor Arfuch al sostener que las
identidades no son fijas, ni esenciales, sino que se redefinen permanentemente en un proceso
de hibridación, de rearticulación constante. Por lo tanto, en lo que se respecta al dispositivo de
la sexualidad, este se erige en tanto modo de control de los cuerpos, de administración de los
deseos y placeres. El dispositivo binario sexo genérico, sobre el que se asienten los pilares del
patriarcado heterosexista, alude a un modo estricto de orden de los cuerpos y de las
sexualidades, una nomenclatura difícil de deconstruir ya que esta es percibida como natural o
normal .En este sentido Marta Lamas define al género como el “conjunto de ideas,
representaciones, prácticas y prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la
diferencia anatómica entre los sexos, para simbolizar y construir socialmente lo que es
“propio” de los hombres y lo que es propio de las mujeres. Por lo tanto lo masculino se erige
en tanto universalismo, mientras que lo femenino se constituye como diferencia, como lo
Otro, donde la hegemonía heterosexual exige la producción de relaciones asimétricas al
interior de las relaciones sociosexuales para asi legitimar su control y la dominación.
Posteriormente se arribó a la conclusión de que tanto el sexo como el género son constructos
socioculturales, entendiendo por ende que tanto el sexo como el género son conceptos
plásticos, maleables en función de las expectativas e intereses de los agentes del poder. El
discurso jurídico falocentrico heterosexista, es puesto en jaque con la disrupción que provoca
el análisis de la presente ley, la cual genera la discontinuidad de la matriz, dejando en claro
que no existen dos polos opuestos, sino una gama infinita de identidades.
La problemática del aborto. Las tensiones sociales sobre los derechos reproductivos y los
sexuales.
El eje de estudio de la Sociología Jurídica pasa por rescatar fundamentalmente a los nuevos
movimientos sociales porque estos son de importancia para determinar crisis, cambios,
transformaciones en las políticas expresadas en las distintas instituciones jurídicas. Los
fenómenos políticos-sociales emergentes son manifestaciones de la realidad política del país y
son sociales porque obedecen a las prácticas de los sujetos que tratan de posicionarse en la
sociedad para actuar en ella y generar nuevos ámbitos de representación y simbolización para
legitimarse; son emergentes por encontrarse en evolución, desarrollo y profundización; son
novedosos en el panorama de las luchas sociales porque permiten la aparición de nuevos
sujetos políticos. Edificar una sociedad donde los hombres afronten las diferencias que rodea a
los “nuevos” sujetos requiere dos transformaciones en la estructuración de la vida: uno será
un cambio en el alcance del poder burocrático referido a los espacios sociales de interacción y
el otro será un cambio en el concepto de orden público en la planificación y el control.
Hace varias décadas, la protesta social es un fenómeno recurrente en nuestro país. Nos
confrontamos con acciones de protesta a diario y los conflictos se dirimen muchas veces
recurriendo a la política en las calles. En las últimas décadas nuestras sociedades muestran una
actividad de movilización social y protesta muy intensa, al tiempo que la fisonomía de los
grupos que pasan a la acción y de sus demandas no son claramente legibles en términos de
clases sociales o de intereses relativos a su posición en la estructura social. Las protestas en
general y los movimientos en particular son considerados como fenómenos populares, mucho
más si se trata de organizaciones o movilizaciones que tienden a tener un carácter masivo. Sin
embargo, esa definición es algo muy distinto a sostener que la protesta es un tipo de actividad
reservada de modo exclusivo o excluyente a los sectores populares. En este contexto, el
recurso de protestar se vuelve un modo de acción disponible para quienes logren sostener un
grado mínimo o relativamente bajo de organización. Entre 1989 y 2003, la protesta sindical
disminuyo en términos absolutos y relativos. El aumento de las posiciones no calificadas y
marginales en detrimento de los empleos calificados coincide con la retracción del peso de las
organizaciones sindicales y el surgimiento de nuevos actores y modalidades de protesta. La
incidencia del mundo del trabajo en la protesta es innegable. Sin embargo, esa relación se
encuentra mediada por dimensiones de orden político que tienen que ver con las decisiones y
posicionamientos de las organizaciones sindicales, actores centrales que canalizan los
reclamos, demandas y conflictos del ámbito laboral. Sin embargo, hay dos elementos cruciales
a considerar: el primero, la diversificación del mapa político de la representación sindical y, el
segundo, la persistencia de una importante segmentación en el mercado laboral que incluye
altos niveles de flexibilidad, precariedad e informalidad. Recordemos que esto da cuenta de
dos rasgos: el primero es que abarca el reducido universo de los trabajadores formales de los
sectores líderes de la economía, y el segundo es que las políticas estatales de bienestar se han
traducido en beneficios organizativos y sectoriales. Por otro lado, desde inicios de la última
década una porción importante de los sectores trabajadores demanda sus derechos y presenta
sus reivindicaciones con cierta autonomía de los lineamientos generales de la CGT.
Nos centraremos en tres protestas ocurridas en los años 2012-2013. En primer lugar, aun
tratándose de protestas muy marcadas por la dinámica política del país, las convocatorias
fueron de carácter estrictamente no partidario. La referencia a la autoconvocatoria, la
ausencia de insignias y banderas partidarias de todo tipo, y la inexistencia de portavoces y de
articuladores de demandas fueron rasgos centrales de todas ellas. Sin duda, ese rasgo inicial
vuelve muy difícil hablar en conjunto sobre los participantes, sus intereses, sus motivos, etc.
Las protestas fueron, por cierto, la expresión de un fuerte rechazo a la política del gobierno
nacional y, en particular, a la figura de la presidenta de la nación. Pero, a la vez, su
organización puso de relieve una resistencia de los participantes a ser representados de modo
preciso. Ambas características hablan, por tanto, de una suerte de público indignado en busca
de mecanismos inequívocos de expresión antes que de un movimiento que intenta definir
estrategias y objetivos de intervención política. La idea de que estas protestas implican una
movilización de sectores medios se produce, como dijimos, al ponerlas en perspectiva con los
cacerolazos de la crisis de 2001. Aunque no existen demasiados datos sobre la composición de
las marchas, algunos indicadores muestran una presencia importante de sectores medios
urbanos que se expresan también en modalidades de protesta más individuales e inorgánicas
que aquellos que caracterizan a los sectores populares. De todos modos, la dificultad con
asumir estas vinculaciones entre grupos sociales y actores de la protesta es que, como vimos,
hay otro rasgo importante en estas movilizaciones y es que tienden a ubicar las demandas en
un lugar algo paradójico. Son reclamos que representan a la vez el lugar de la oposición política
pero que, sin embargo, se resisten a ser representados de un modo claro. Asi, los reclamos se
fragmentan y las demandas de las protestas tienden a colapsar en un registro de la opinión
particular de los participantes. Todos y cada uno de ellos tienen derecho a enunciar sus
motivos, razones y demandas sin que nadie pueda arrogarse la enunciación de una voz
colectiva. Llegamos de ese modo a presentar los rasgos principales de los conflictos ligados al
mundo del trabajo, a las demandas ambientales y a aquellas relacionadas con la
representación política. Dan cuenta del modo en que se ha organizado la actividad de
movilización y protesta, al menos desde el punto de vista de su impacto en la política nacional.
Este panorama se ve acompañado por un conjunto de leyes y decretos que, por medio de una
gran difusión en los medios de comunicación generan en la población una sensación de
inestabilidad a fin de justificar ciertas decisiones claramente discriminatorias e ilícitas.
Fácilmente se puede apreciar que los grupos que son perseguidos por medio de andamiajes
jurídicos son las minorías, que día tras día luchan para que sean reconocidos sus derechos y
buscan el equilibrio dentro del propio sistema, el cual debería estar sostenido por la igualdad.
El cuadro planteado permite deducir que el Estado crea la ilusión de un “enemigo externo”
para justificar su accionar represivo y convencer a los sujetos del sistema social que, estando
bajo su tutela, estarán protegidos ante cualquier daño y lesión causada por el accionar de este
enemigo. Por medio de este discurso, refuerza la idea de un “nosotros” y de un “ellos”,
recayendo en este ultimo la autoría de la inestabilidad social y la inseguridad, encontrando
como respuesta la represión y la criminalización de la protesta. De lo expuesto, se puede
afirmar que la política criminal imperante tanto en los países centrales como en los periféricos,
se encuentra dominada por los intereses económicos, ya sean particulares o generales. Se
puede preguntar ¿la política criminal actualmente se plantea como un desafío al analizar el
problema social de fondo, como lo es la pobreza, la exclusión social y la no distribución de la
riqueza? La respuesta ante este interrogante puede ser que la política criminal solo reproduce
un sistema social en pos de concentración del capital, en manos de unos pocos y la
consolidación de un “ellos” que justifique su accionar por parte de un “nosotros”.
Bolilla IX.
Las capacidades estatales. Estado y gestión: diversos modelos. El poder y los votos. La
diversidad Ideológica.
Más allá de que los pormenores de organizaciones sean cuestiones meramente operativas,
administrativas o tecnológicas tienen también una naturaleza eminentemente política. Estas
organizaciones tienen una relación política con sujetos no estatales, y las características de
esta relación, en términos de la autonomía de estas organizaciones públicas, son cruciales a la
hora de captar la capacidad de las mismas, sea de manera directa o de manera indirecta. Pero
desde el punto de vista más amplio de la capacidad de una organización pública para cumplir
con sus mandatos más generales, el tipo de asociación entre las organizaciones y los sujetos no
estatales es clave para comprender si estas organizaciones tienen o no tienen capacidad. En
efecto, hay un espacio importante de colaboración público/privada en el campo de las políticas
públicas, y esta coordinación no solo puede implicar beneficios en el sentido de la amplitud y
calidad de los bienes y servicios públicos a disposición de la comunidad, sino que previo a esto,
puede representar una dotación de capacidad para el Estado en la consecución de sus distintas
finalidades. El que haya cooperación entre organizaciones públicas y privadas no equivale a
afirmar que puede estar comprometida la autonomía estatal, pero tampoco puede ignorarse
que esta cuestión debe ser analizada. En muchos casos, la trascendencia de esta distinción
depende del rol que tengan los sujetos no estatales en las políticas públicas, sea en la
formulación o en la ejecución de las mismas. Además de los puntos anteriores, es
imprescindible avanzar sobre lo que ha sido la agenda primigenia de la capacidad estatal: la
calidad del aparato burocrático en términos del personal, los sistemas de información y de
gestión y los medios a su disposición. La ausencia de personas calificadas, con perspectiva de
carrera, en administraciones eficientes, y la ausencia de sistemas de información, pertinentes y
actualizados sobre las materias a las que dirige la organización publica, son factores que
afectan negativamente el funcionamiento del Estado, en la medida en que lo hacen ineficaz y
vulnerable a la captura. Cada vez más, se observa una brecha entre el carácter complejo,
multidimensional e interrelacionado de los problemas que afectan las condiciones de vida de
la población y sus causas, además del carácter integrado de estos problemas desde la
perspectiva de los afectados por los mismos, y las respuestas fragmentadas, sectoriales y
parciales de las intervenciones de política pública. Los estados pierden capacidad por
intervenciones descoordinadas, además de la falta de coherencia y del ejercicio de la función
de gobierno. Lo interesante en este concepto es que está integrado por dos capacidades: la
llamada institucional y la llamada espacial, que alude a la integración territorial de las distintas
instancias jurisdiccionales, muy gravitante en el caso de los países federales.
Cambio epocal es lo que se da, a nivel nacional, a partir del año 2003 con el pasaje del modelo
neoliberal al productivo-inclusivo o desarrollo con inclusión social. El segundo acontecimiento
relevante, a nivel regional, se sitúa en el año 2005 con la negativa de los Presidentes del
MERCOSUR a la propuesta del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata y con la afirmación de una
propuesta política más autónoma de integración regional que luego fue ratificada con la
creación de la UNASUR. Finalmente, el tercer suceso de importancia, a nivel global, puede
fecharse hacia finales del año 2008 con la caída de Lheman Brothers y el comienzo de la
denominada “crisis global”, abriéndose asi una era de incertidumbre. En otras palabras, se
produce el pasaje paulatino del poder global del Atlántico hacia el Pacifico. De esta manera, se
pasa de la anterior subordinación de la política a la economía, del Estado Nación a los
Organismos Internacionales y a la gobernanza global; a otra articulación del Estado Nacional
con la sociedad civil y con el mercado. Por otro lado, en la perspectiva posneoliberal
predomina el Estado como guía e impulsor de la dinámica productiva que se vincula a la
problemática de la inclusión y la legitimidad. Se trata de una recuperacion del desarrollo que
retoma parte de la tradición del pensamiento latinoamericano, la perspectiva neodesarrollista
y neoestructural y la emancipadora que incorpora a la inclusión como valor central que hace al
bien público asi como al control del propio destino de los Estados nacionales. El nuevo enfoque
en lo económico y político tuvo una performance sustancialmente mejor que el anterior, tanto
a nivel del nivel de crecimiento del PBI, la distribución del ingreso, etc. De acuerdo a la
perspectiva de Aldo Ferrer, la mayoría de estos gobiernos progresistas también pueden
caracterizarse como Proyectos Nacionales Populares. De este modo, situaciones ignoradas
bajo regímenes conservadores se convierten en contextos democráticos en escenarios
caóticos y de riesgos inminentes que desautorizan los PNP o buscan promover su
ingobernabilidad. Cierto es que el giro de la acumulación mundial permite generar nuevas
posibilidades para los pueblos del sur, también riesgos de no aprovechar esta acumulación. A
partir de la crisis en el centro de finales del año 2008, y del surgimiento de la economía más
competitiva y de alto crecimiento de Asia, los emergentes comienzan a desplazarse desde una
globalización unipolar a otro formato de globalización: la multipolar. La globalización unipolar
era concebida como natural y despolitizada por el “pensamiento único” que debía resolver un
problema técnico y gerencial. En la globalización multipolar ya no hay un país hegemónico que
pueda dictar por si solo las reglas de juego internacionales y políticas, si bien puede detentar el
predominio militar. Por un lado, se ha logrado la consolidación del régimen democrático y se
han configurado cambios estructurales y leyes significativas en esta década dentro del marco
institucional y constitucional. La democracia no es una construcción que está dada de una vez
y para siempre, como tampoco lo están los derechos adquiridos o las mayores oportunidades.
De este modo, la democracia con mayor calidad y ampliada en derechos como parte del nuevo
paradigma es un camino no terminado, perfectible y que no deja de ser susceptible de posibles
retrocesos, tanto en lo referido a los avances sociales como al retorno de perspectivas
conservadoras que han sido hasta ahora una norma histórica en nuestra región. De allí que la
promoción de industrias culturales propias, el financiamiento público del arte, de la gestión de
experiencias innovadoras, de sistemas de comunicación abiertos, plurales y diversos y de una
ética de la creatividad no sean una tarea ajena al nuevo paradigma. En realidad, no hay
capacidad de incidir en estilos de vida y valores culturales sin autonomía política y procesos de
industrialización. No solo es importante alentar producciones culturales propias sino también
mostrar la vida como inmensamente valiosa incluyendo sus imperfecciones. La construcción de
sentido implica que una sociedad deja de regirse exclusivamente por el mercado ya que si lo
que se busca no es solo sobrevivir y resguardarse individualmente, sino lograr mayores grados
de inclusión social y calidad de vida para el conjunto, entonces como sociedad debemos
aprender a arriesgar, a salir del temor y a valorar lo que hemos logrado colectivamente. El
cambio epocal se ha producido, un mundo conflictivo y distinto surge dando una oportunidad
histórica a los emergentes. El modelo debe anticipar y desarrollar distintas estrategias en el
marco de una sociedad civil cada vez más heterogénea y demandante. El relato sobre una
nueva concepción del poder y de la política vinculado al respecto de los derechos humanos, a
la inclusión social, a la industrialización, y la ampliación de la democracia modelo abre un
marco de altas expectativas sociales. Hemos querido señalar que el proceso de transformación
nacional regional y global de la última década, el cambio epocal y la emergencia de un nuevo
paradigma, es necesario considerarlo en su conjunto y en todas sus dimensiones para contar
con perspectiva y visión estratégica, sobre las tendencias prevalecientes en los próximos años.
El nuevo paradigma no está exento de interrogantes, desafíos y luchas, donde centralmente lo
que está en juego en este tiempo es su misma sustentabilidad.
El retorno de la democracia en 1983, es tomado como punto de partida para analizar diversos
fenómenos sociales actuales. A medida que transcurrieron los años la conflictividad y las
demandas sociales tendieron a tornarse más complejas y heterogéneas; así, organizaciones y
movimientos de la sociedad comenzaron a ganar protagonismo como canales de expresión.
Sus demandas no podían ser canalizadas ni por los partidos políticos ni por los sindicatos;
pertenecían a otra dimensión que lo salarial, y el grado de especificidad, las volvía complejas
de ser articuladas por los partidos, menos aún en un proceso de crisis de representatividad,
que esta situación tendía a profundizar. Los cuestionamientos iniciales referían a la necesidad
de dar respuesta, pero no que ello implicara un cambio político por parte de la orientación
general del Estado. La heterogeneidad de la sociedad civil se ha convertido en una marca de
los tiempos presentes. Pero cuando la diferencia parece ocupar un rol central en la definición
de la sociedad civil incluso en tensión con la noción de la igualdad, la representación de ese
componente se torna más compleja. Lo especifico, la búsqueda de la aceptación e inclusión de
la diferencia, hace más difícil la construcción de un partido capaz de englobar esas demandas.
En este sentido, se presenta una división cuando los reclamos por mayor seguridad en sectores
populares, implica el accionar de la policía como responsable directa de los homicidios. Sin
embargo, esas demandas lograron convertirse en lo que Laclau denomina “cadena de
equivalencias”, que expresara y explicara el vínculo representativo y legitimador entre los
sectores sociales movilizados y los actores políticos que intentaron capitalizar el descontento
social. Estas acciones colectivas, que buscaron construir un escenario de crisis de
gobernabilidad y, por lo tanto, desgastar al gobierno nacional, tuvieron la característica de ser
convocadas como “movilizaciones ciudadanas” desde el rechazo a las identidades partidarias.
Este carácter regresivo de las movilizaciones seguramente posibilito su masividad en términos
de convocatoria, no asi la emergencia de nuevas formas de organización o la
institucionalización de liderazgos que canalicen ese descontento social.
Si se creyó que el paradigma neoliberal y su correspondiente modelo de gestión pública
habían venido para quedarse por años, sorpresivamente en 2008 asistimos a una implosión
económica-financiera mundial cuyas secuelas aún seguimos experimentando. Si bien puede
sostenerse que, abandonado un viejo paradigma históricamente termina consolidándose uno
nuevo, difícil es saber al momento que características va a tener este último. Hoy se discute
sobre modelos de gestión más apropiados para transformar organizaciones públicas y hacerlas
efectivas para satisfacer necesidades e intereses colectivos. Group define la medida en que un
individuo es incorporado dentro de unidades sociales claramente establecidas y gobernadas
por reglas de conducta colectivamente aceptadas. Grid denota el grado en que la vida de un
individuo está circunscripta por prescripciones externamente impuestas. Cuanto mayor es el
grado de detalle de dichas prescripciones, menor es la posibilidad de desarrollar
comportamientos innovativos. El cruce de estos ejes con sus valores polares alto/bajo, da
origen a cuatro campos paradigmáticos: el jerárquico, el individualista, el igualitario y el
fatalista. El jerárquico es aquel donde el entorno social de un individuo se caracteriza por
fuertes vínculos de pertenencia a una comunidad/organización, y las reglas de
comportamiento están claramente establecidas y deben ser estrictamente observadas y
cumplidas. En el individualista se percibe un mundo donde no existen fuertes lazos sociales
con comunidad/organización alguna, ni tampoco roles y formas de comportamiento definidos
por reglas socialmente impuestas. Al individualista, le corresponde el modelo de gestión
innovativos, destinado a poner en juego la creatividad para resolver problemas nuevos y
desafiantes. El igualitario es congruente con un modelo de gestión participativo, orientado a
generar consenso no solo en fines organizacionales sino también en las soluciones que se
aplican a la hora de resolver problemas. Finalmente el fatalista genera congruencia con el
modelo de gestión de la “anarquía organizada” que solo garantiza reglas de juego básicas para
que los diferentes actores diriman conflictos o bien establece criterios de aleatoriedad artificial
para la solución de problemas. Asi entonces, a un modelo de gestión burocrático deberían
corresponderle tecnologías de gestión burocráticas vinculadas al control exante, al
cumplimiento estricto de procedimientos, al aseguramiento de la impersonalidad decisoria
frente a la resolución de problemas. En cambio, a un modelo de gestión innovativos, deberían
corresponderle tecnologías de gestión favorecedoras de la libre iniciativa, la innovación, la
competencia, la creatividad; en gestión pública, las tecnologías del NPM tienen dicha
característica. En un modelo de gestión participativo deberíamos encontrar tecnologías de
gestión que aseguren la participación plena en el proceso decisorio de todos los miembros
componentes de una organización, mientras que en un modelo de gestión fatalista, las
tecnologías de gestión estarán más orientadas a resolver problemas de aleatoriedad artificial o
a establecer reglas de juego que garanticen procesos de negociación entre diferentes actores
componentes de la organización. En tanto, las culturas organizacionales exigentes dan origen a
líderes “entrepeneur”, como arquetipos de lo que las organizaciones públicas necesitan para
innovar y sacarse de encima las practicas burocráticas que generan ineficiencia. Las culturas
integrativas requieren de líderes articuladores, generadores de participación y convocatoria en
términos de proyectos comunes, escuchar opiniones y puntos de vista diferentes y desarrollar
procesos de negociación destinados a alcanzar visiones compartidas de futuro. Finalmente, las
culturas organizacionales anomicas generan un tipo de líder autoprotectivo, caracterizado por
un comportamiento individualista, centrado en sí mismo, egoísta, poco comunicativo, que
cuida sus propios intereses, permanente generador de conflictos, deliberadamente orientado
a “salvar su pellejo” frente al peligro. “El big bang paradigmático”: en virtud del mismo, hoy día
conviven yuxtapuestos pedazos del viejo paradigma jerárquico, mas fragmentos del nuevo
paradigma individualista, todos ellos “volando por el aire” sin aparente destino. Lo que puede
verse hoy día es un fenómeno de ruptura de la congruencia: organizaciones públicas donde
nuevos campos paradigmáticos están en gestación, con una mezcla de capas geológicas
diversas donde existen superpuestos distintos tipos de modelos de gestión, tecnologías,
culturas y liderazgos. Asi es posible imaginar una gestión pública donde se reafirma el rol del
Estado como el principal facilitador de soluciones a los nuevos problemas de globalización,
cambio tecnológico, cambios demográficos y amenazas al medio ambiente, a la democracia
representativa como elemento legitimante dentro del aparato estatal, a la ley administrativa
en cuanto a preservar los principios básicos pertinentes a la relación ciudadano-Estado,
incluyendo igualdad ante la ley, seguridad jurídica y la disponibilidad de mecanismos de
control y transparencia en las acciones del Estado y, finalmente, a la preservación de la idea de
servicio público con status, términos, condiciones y cultura diferenciales. El otro posible
destino de consolidación paradigmática, está basado en la creencia de que las sociedades del
futuro serán más horizontales y de que lo mismo sucederá con las organizaciones.