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Introducción a la Sociología – Cátedra II.

Segunda parte: análisis de la estructura social argentina.


Bolilla VII.

La dinámica demográfica: antecedentes. La desigualdad social. Los modos de vida en familia.

La estructura y la dinámica de una población constituyen rasgos morfológicos de la sociedad.


Sus vínculos con la estructura social son estrechos dado que grupos sociales posicionados en
distintos estratos tienen comportamientos demográficos diferenciados, entendiendo por tales
aquellos que de forma directa o indirecta se relacionan con la reproducción de una población y
su movilidad espacial. La historia demográfica del país se ha forjado con algunas
particularidades que la distinguen de otras evoluciones más típicas de países de la región,
entre las cuales se destacan un influjo masivo de extranjeros a finales del siglo XIX y principios
del siglo XX, una transición demográfica temprana, y un rápido proceso de urbanización. El
saldo neto migratorio, generado en una corriente mayormente transatlántica, explica casi la
mitad del elevadísimo crecimiento poblacional durante el cambio del siglo XIX a XX. Si bien con
dificultades para datar con exactitud el momento de inflexión, al poco tiempo que se inicia la
caída de la mortalidad la tasa de fecundidad también comienza a descender de manera
pronunciada. Este es un periodo de grandes transformaciones sociales y económicas en el país,
cuando la vida urbana y las aspiraciones de movilidad social también dan lugar a un cambio en
los patrones reproductivos. La tasa de fecundidad comienza a caer a partir de 1980, producto
de determinantes que operan en distintos niveles, desde aquellos vinculados a la formación de
las uniones o matrimonios hasta los relacionados con el ejercicio del control reproductivo
mediante el uso de anticonceptivos. La voluntad de tener un menor número de hijos se
encuentra arraigada en valores y expectativas en torno a la familia y a los proyectos de vida
individual. Estos descensos prolongados de la fecundidad y la mortalidad tienen como
consecuencia directa que la población argentina continúe envejeciendo. Esta situación de
envejecimiento creciente impone una serie de desafíos en términos de seguridad social, oferta
de servicios públicos y funciones de las familias. En relación con los sistemas de salud, sin duda
la mayor longevidad comienza a requerir una reorientación de sus prestaciones, adecuándolas
a las necesidades específicas de la población adulta mayor. Se modifican los perfiles de
morbimortalidad y se requiere fortalecer algunas especialidades y servicios. Por el contrario, y
como contrapartida, la población entre 0 y 14 años disminuye su relevancia relativa y
comienza también a hacerlo en números absolutos. Otro rasgo peculiar de la población
argentina fue su temprano y rápido proceso de urbanización, que alcanza hoy nueve de cada
diez habitantes. Luego, a partir de la última dictadura militar, se inicia otra etapa en la que
pierde algo de peso relativo el AMBA a la par que las ciudades de tamaño intermedio ganan
cierto dinamismo. La atracción generada por el área metropolitana genero hace unas décadas
una fuerte migración interno. Históricamente, el perfil socioeconómico de estos migrantes era
más bajo que el de los no migrantes. Por último, otro aspecto demográfico con fuertes
improntas son las migraciones internacionales. Como ya destacamos, el proceso inmigratorio
hacia la Argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX tuvo un impacto demográfico
notable, asi como un fuerte legado social, político y cultural. A partir de esa fecha, la presencia
extranjera en la población se reduce de manera notable. Hoy en día, los inmigrantes de países
de Sudamérica alcanzan casi 1,5 millones de personas, con un peso relativo bastante más
modesto al que tenía la población extranjera en el pasado. Motivada por la búsqueda de las
mejores oportunidades de vida y atraídos por una fuerte demanda de trabajo local, una
porción significativa de la población inmigrante presenta perfiles socioeconómicos más bajos
que los de la población nativa, tanto en lo que respecta a sus niveles de instrucción como a la
calificación de las tareas que realizan en el mercado de trabajo. Esta población presenta
también una heterogeneidad según su origen nacional, étnico y socioeconómico. El número de
personas que se reconoció como perteneciente a un pueblo indígena fue de 457 363, que
asciende a 600 329 si se incluye a quienes no se reconocen pero son descendientes de primera
generación de estos pueblos. La población argentina incluye además a los afrodescendientes,
cuya presencia también ha sido minimizada históricamente empleando un desafortunado
argumento numérico, su relativa baja incidencia en el conjunto de la población. Hoy en día, la
población de origen africano que reside en el país es relativamente pequeña.

En la actualidad, la población argentina goza de una vida más prolongada que en el pasado,
una entrada más tardía a la adultez y a la formación de pareja, una mayor libertad en las
decisiones de unirse o separarse asi como la posibilidad de ejercer el deseo de tener hijos,
cuantos y como. Sin embargo, la realidad también muestra una significativa variación en los
comportamientos de las personas de acuerdo con la clase social, asi como otros rasgos de
diferenciación social. El proceso de salud-enfermedad tiene una relación directa con las
condiciones de vida a las que la población ha estado expuesta, asi como el acceso que ha
tenido a servicios de salud adecuados. En primer lugar, desde el punto de vista del acceso a
servicios de salud, las desigualdades territoriales e individuales se potencian, lo cual significa
que contar con baja educación en provincias más pobres coloca a los individuos en una
situación de mayor vulnerabilidad. Las diferencias sociales se expresan claramente en
desigualdades en las probabilidades de supervivencia. Estas desigualdades sociales también
tienen su expresión territorial, lo cual indica los heterogéneos niveles de desarrollo y de
recursos entre las jurisdicciones. Tener un hijo es el resultado de un conjunto de situaciones
entre los que se destacan la iniciación sexual, el uso de métodos anticonceptivos y, ante la
ocurrencia de un embarazo, la decisión de continuarlo a término. Las mujeres de los estratos
sociales más desfavorecidos, ya sea definiéndolos por su nivel de instrucción o el nivel de
pobreza de sus hogares, son madres por primera vez a edades más tempranas y, a lo largo de
su vida reproductiva, tienen un número mayor de hijos en comparación con las mujeres de
estratos medios y altos. Asimismo, la maternidad precoz es un fenómeno con contornos de
clase definidos. A nivel agregado, las diferencias reproductivas también se expresan
territorialmente; en las regiones con menor nivel de desarrollo económico y social asi como
con valores familiares más tradicionales se registran niveles de fecundidad más elevados. Un
determinante directo de las variaciones en la fecundidad es el ejercicio diferencial de la
planificación familiar. Si bien el conocimiento, uso y acceso de métodos anticonceptivos se ha
incrementado en todos los sectores sociales, aún persisten diferencias. El aspecto clave que
distingue los patrones reproductivos en los distintos sectores sociales es cuando se decide
comenzar a controlar y planificar los embarazos. Asimismo, las mujeres con menos instrucción
se inician sexualmente a edades más tempranas, por lo que su periodo de exposición a la
probabilidad de embarazos es mayor. Uno de los principales cambios vinculados a la
fecundidad es el contexto conyugal en que ocurre, y se registra un aumento sostenido de los
nacimientos no matrimoniales. En un lapso de tres décadas, la tenencia de hijos por fuera del
matrimonio paso de ser una práctica minoritaria, asociada a los sectores más vulnerables,
estigmatizada y penalizada legalmente, a ser aceptada socialmente y equiparada por ley a ser
en la actualidad el contexto más frecuente en que ocurren los nacimientos.
En las últimas décadas, cambios notables han tenido lugar en lo que respecta a la vida
familiar, y se expresan en un marcado descenso de la tasa de nupcialidad, una postergación de
la edad al matrimonio, una mayor probabilidad de disolución conyugal y la mayor aceptación
de parejas y familias no heteronormativas. Las parejas en la Argentina eligen casarse con
menos frecuencia que en el pasado y, si se casa, lo hacen a edades más tardías. La convivencia
consensual es una modalidad que históricamente no era infrecuente, pero estaba en su mayor
parte restringida a áreas rurales y a sectores de muy bajos recursos, y fue ganando cada vez
más aceptación. Si bien estos cambios en las preferencias y conductas ocurren en todos los
sectores sociales, la formación familiar temprana asi como las uniones libres son más
frecuentes entre las mujeres de menor nivel de instrucción. Todas estas transformaciones
implican que el matrimonio como instrumento ha ido perdiendo la exclusividad para legitimar
socialmente las relaciones íntimas, la convivencia en pareja y el entorno adecuado para la
crianza de los hijos. A la par, y como resultado de la mayor libertad para tomar decisiones en
función de los intereses y deseos individuales, los matrimonios y las uniones también se han
vuelto más inestables, lo cual torno más frecuente la ruptura conyugal. Una consecuencia de la
creciente disolución de uniones y matrimonios es la cada vez mayor formación de uniones
conyugales de segundo o mayor orden y, con el tiempo, de la constitución de familias
ensambladas. Las diferencias en los patrones reproductivos asi como en las pautas familiares
tienen consecuencias en el tamaño y el tipo de hogar que conforma la población de acuerdo
con su posición en la estructura social. El tamaño medio de los hogares aumenta conforme
decrece el nivel de ingresos. En cuanto al tipo de hogar, la mayoría son familiares, y solo una
minoría son no familiares, es decir que conviven con miembros no emparentados. Las pautas
familiares diferenciales y la disponibilidad de los recursos para poder implementar
preferencias residenciales de formación, descendencia y disolución se reflejan en la
composición de los hogares de acuerdo con los niveles de ingreso.

La creciente presencia de adultos mayores va a requerir en un futuro no muy lejano una


adecuación de los sistemas de seguridad social, asi como de los sistemas de salud. La
necesidad de redefinir la organización social de los cuidados no solo involucra la problemática
de los adultos mayores, sino también la de niños y niñas. En este sentido, las familias
enfrentan nuevos desafíos derivados de las importantes transformaciones que están teniendo
lugar tanto en lo que respecta a su organización como a su dinámica cotidiana. Los cambios
familiares han venido de la mano de una creciente participación laboral de las mujeres,
situación que mejora la posibilidad de una mayor autonomía y poder de decisión en el seno de
la familia. Por último, respecto de la incorporación de las minorías, la Argentina ha sido a lo
largo de la historia un país predominante de inmigración. Estos procesos suelen tener un
fuerte componente étnico y se ejercen también sobre la población nativa de pueblos
originarios. Sin duda deben ser remediados por políticas públicas que hagan efectivos sus
derechos. La estructura demográfica es, como vimos, resultado de los distintos
condicionamientos sociales y de diversas desigualdades existentes. Pero, a su vez, su particular
configuración además gravitara en las otras dimensiones de la estructura social.
Sistema urbano y la metropolización. Ciudades y el sistema urbano. Crecimiento, la división
del espacio y vulnerabilidad. El hábitat.

Existe una amplia coincidencia sobre el hecho de que la Argentina es uno de los países de
América Latina que presenta de manera temprana una elevada tasa de urbanización.
Probablemente sea una de las características notables del país: la Argentina se apoya en gran
medida en las actividades del campo y extractivas; se piensa como un gran país rural, pero los
argentinos y argentinas viven en las ciudades.

Tendencias y políticas de la última década, conjugadas con otras persistentes del pasado
reciente, han gravitado también en la reconfiguración de la estructura urbana. En particular, el
auge del nuevo modelo agroexportador basado en la soja y otros productos primarios, el
crecimiento del turismo internacional y la reducción de la pobreza urbana, entre otros, hacen
que las ciudades sean más atractivas para la población y los inversores. El estudio Argentina
urbana (PET, 2011) propone una visión ordenadora de esta tendencia para contribuir a generar
una estructura territorial más “equilibrada”, un viejo lema en la reflexión sobre procesos
urbanos en la Argentina, potenciando ciudades intermediarias. El retorno del Estado se da en
nuevos escenarios de lucha y participación política asociados a reivindicaciones vinculadas a
las condiciones de vida, notablemente del medio ambiente, que tienen una marcada
dimensión territorial y enfrentan a los gobiernos locales con nuevas demandas y
responsabilidades. La definición de “ciudad” por parte de los organismos oficiales de
estadística y censo considera la población aglomerada en localidades que superan los 2000
habitantes con una notable continuidad, puesto que se trata una norma establecida desde el
censo de 1914. El crecimiento de las ciudades llevo al INDEC a introducir la categoría de
“aglomerado urbano”, que designa un conjunto construido que se extiende sobre distintas
jurisdicciones administrativas y conforma una unidad morfológica. Asi, se han definido
aglomerados urbanos que se diferencian de la ciudad principal con el adjetivo “Gran” cuando
tienen más de 100 000 habitantes en la misma provincia. La variación y complejidad de estos
criterios son un parámetro importante a la hora de estudiar el fenómeno urbano del país. Por
otra parte, a los criterios ya mencionados se pueden agregar otros para definir el fenómeno
urbano. Algunos se refieren a la disponibilidad de servicios terciarios de mayor o menor
complejidad que marcan la jerarquía de los centros urbanos del país en relación con su
capacidad de articulación de sus respectivas regiones –estos criterios se mencionan en los
marcos legales de la provincia de Buenos Aires-.

La noción de sistema urbano supone la existencia de vínculos entre los aglomerados en


relación con la distribución de la población, actividades y servicios que definen jerarquías y
posiciones a distintas escalas. La primera tendencia que se detecta es la metropolización de los
centros principales o secundarios: se trata de un fenómeno multiescalar que abarca tanto al
crecimiento de la gran región de Buenos Aires hasta las provincias limítrofes, incluidos los
procesos metropolitanos catalizados por capitales provinciales. El segundo factos de evolución
del sistema urbano está asociado al federalismo. En la lógica de distribución de las actividades
económicas especializadas coexisten dos tendencias, una relacionada al mercado y por ende a
las economías de escala y otra, política, que privilegia los centros de poder. Sin embargo, el
federalismo, y por esta vía las actividades públicas, responde a otra lógica: la distribución
equilibrada de actividades en todo el territorio privilegiando las capitales provinciales en
relación con la capacidad de negociación política de sus gobernantes. Por último, el sistema
urbano no se encuentra cerrado sobre el espacio nacional, sino que está cada vez más
permeado por flujos internacionales. La distribución de la población –medida por los censos
del Indec- muestra una temprana concentración en el aglomerado de Buenos Aires y una
distribución de tres estratos, bien marcados en el censo de 1991: un tercio vive en el Gran
Buenos Aires, otro en los aglomerados de más de 100 000 habitantes, un 20% en los
aglomerados de menos de 100 000 y queda una pequeña fracción, de menos de 15%, en
localidades rurales de menos de 2000 habitantes o dispersa en el campo. Para el periodo 2001-
2010 podemos observar el cambio de población de los departamentos que incluyen
localidades urbanas. Sin embargo, el hecho más notable de la evolución 2001-200 es el fuerte
crecimiento del conjunto del Gran Buenos Aires sensu lato, es decir, considerando todos los
partidos incluidos en forma total o parcial en el aglomerado. De hecho, el aglomerado de
Buenos Aires presenta una tasa de crecimiento intercensal elevada en relación con los otros
aglomerados del país, junto con La Plata. La extensión de la metrópolis fluvial desde Buenos
Aires conforma una gran región metropolitana cuya superficie supera los límites de la
provincia hacia el noroeste, llega hasta la ciudad de Rosario e incorpora a Zarate, Campana,
San Nicolás y demás ciudades de la orilla derecha del Paraná. Estas localidades que se
conectaron a la Capital Federal por el ferrocarril se benefician ahora de las autopistas
concesionadas. Fuera de la región pampeana, se puede abordar el sistema urbano nacional en
relación con la jerarquización de sus centros, pero también de manera regional. El norte del
país se encuentra caracterizado por la presencia de ciudades intermedias –las capitales de
provincia- juntas a una red relativamente densa de centros pequeños. Las ciudades de la
Patagonia son las que han ganado más población en términos relativos y en su conjunto. No
existen grandes ciudades dotadas de funciones complejas, sino centros regionales que
dominan grandes extensiones poco pobladas con muy pocos centros urbanos de menor rango.
Se trata, por lo tanto, de un subsistema urbano cuya población se concentra en pocas ciudades
medianas. Las ciudades petroleras de la Patagonia se han beneficiado con la reactivación del
sector después de los años de crisis vinculados a la privatización de YPF y sus consecuencias
sobre el empleo. En el sur, subsisten algunas localidades pequeñas y medianas con perfiles
específicos asociados a minas, la pesca industrial o el turismo. Estos elementos contribuyen a
la reconfiguración del sistema urbano nacional dominado por los efectos de la extensión
metropolitana de Buenos Aires a lo largo del eje fluvial y hacia el interior de la Pampa. En los
distintos niveles de la jerarquía se producen fenómenos comparables en cuanto a los
mecanismos de crecimiento urbano que se expresan en los patrones de segregación.

Los avances globales del capital financiero y la segmentación de la sociedad en categorías


antagónicas dominadas por “los que ganaron” se plasmaron en el gran desarrollo de espacios
exclusivos, excluyentes y cerrados. Por lo tanto cabe preguntarse en qué medida estas
tendencias se han prolongado o revertido en la década siguiente a los 90s, marcada por la
vuelta de discursos y posiciones favorables a la reconstrucción de lo público y a políticas
redistributivas. La disminución de la pobreza está asociada en la mayoría de las ciudades a una
reducción de la desigualdad en las principales ciudades del país en el periodo 2001-2010. Sin
embargo, la reducción de las brechas de ingreso no ha significado la reducción de la
segregación ni el fin de la fragmentación urbana. A partir de 2002, la crisis del sector bancario
hace que los compradores no puedan acceder a créditos pero, a la vez, la inversión
inmobiliaria aparece como relativamente segura para proteger sus ahorros. Este movimiento
llega también a barrios selectos de la ciudad donde la reactivación económica arrastra nuevos
programas inmobiliarios que incluyen la renovación del hábitat y la realización de torres, y asi
aumenta la densidad de viviendas. El crecimiento del mercado inmobiliario se despliega en
otras ciudades del país; en la pampa sojera, como Rio Cuarto o Pergamino. La actividad
inmobiliaria llega también a localidades periféricas del proceso de metropolización. La
tendencia es hoy a megaproyectos que apuntan a la creación ya no de barrios, sino de
ciudades privadas, sobre el modelo de Nordelta. La demanda por nuevas construcciones
implica un aumento muy sostenido hasta la crisis de 2008, de los precios del suelo, de las
propiedades y de los alquileres. Este aumento implica un mayor esfuerzo económico por parte
de las familias para acceder a la vivienda en la capital, pero también de la mayoría de las
ciudades del país. La reactivación económica y las expectativas de las organizaciones para
hacer valer el derecho a la vivienda y a la ciudad influyen en la creación de nuevas políticas de
vivienda. No se trata aquí de hacer un balance de la nueva política habitacional impulsada en
el contexto del nuevo ciclo económico, sino antes bien de resaltar que la vivienda y el hábitat,
a pesar de la inyección de fondos muy significativos, no deja de ser uno de los problemas
urbanos más acuciantes. De hecho, la cuestión del suelo urbano quedo en el ángulo muerto de
las políticas urbanas poscrisis. En el contexto de reactivación económica, después de 2002, el
sector inmobiliario ha captado la renta urbana, casi sin mecanismos de fiscalización y
regulación, de esta actividad altamente especulativa que alienta altos precios del suelo y
escasez de terrenos para los programas de viviendas sociales.

Los mecanismos de crecimiento urbano conllevan la extensión de las ciudades y la


disminución de su densidad. Para las clases medias, los planes de apoyo a la vivienda, el
Procrear, también se enfrentan con la dificultad de adquisición de terrenos urbanos, mientras
que los grupos acomodados buscan localizaciones aisladas ambientalmente atractivas, ya que
para ellos la distancia no es un problema. La disminución de las densidades urbanas significa
que el crecimiento urbano utiliza más espacio por habitante, a menudo espacios rurales
potencialmente productivos o con altos valores ambientales. El primero de estos desafíos es el
transporte, con un aumento notable de la tasa de motorización de las familias ante las
insuficiencias de los sistemas de transporte público para prestar servicio a una población
dispersa. De la misma manera, la extensión urbana conlleva importantes consecuencias sobre
el medio ambiente con los cambios en los usos del suelo, la contaminación de las fuentes de
agua, la artificializacion de espacios naturales y la pérdida del suelo para la agricultura.

En el último cuarto de siglo, a pesar de los importantes cambios que ha conocido el país, se
han mantenido los grandes rasgos de las jerarquías urbanas. Sin embargo, se han ido
transformando paulatinamente las formas y los mecanismos de la urbanización. Las demandas
de los grupos populares y las respuestas aportadas por el Estado en sus distintos estamentos
tienden, por una parte, al crecimiento de los asentamientos populares en localizaciones
próximas a los centros y, por otra, a la creación de nuevos barrios relegados en distantes
periferias. La reducción de las desigualdades de ingreso no significo la homogeneización de los
espacios urbanos: persisten formas agudas de segregación y fragmentación fortalecidas por
nuevos mecanismos, a pesar de una mejoría en el acceso a ciertos servicios urbanos. La
organización político-administrativa de la Argentina tiene sus raíces en un federalismo
heredado del siglo XIX, que hace de las provincias el nivel fundamental de organización de la
sociedad, de la representación política y de la administración de los territorios. Ahora se
plantean a escala metropolitana los principales problemas que influyen en la calidad de vida de
las argentinas y los argentinos, en las dinámicas del crecimiento económico y la distribución de
los ingresos. Sin esperar una renovación completa de las estructuras políticas, se puede pensar
en mayores niveles de coordinación entre las jurisdicciones. Sobre todo, nos parece necesario
alimentar el conocimiento de los mecanismos metropolitanos y asi sentar las bases para
pensar verdaderas políticas metropolitanas, desde el Estado nacional y las provincias.

Los cambios en la estructura social agraria. El capitalismo en el agro. La propiedad de la


tierra. Los “megaempresarios” y los asalariados.

En contraposición a lo urbano, lo rural refiere a las localidades geográficas donde el tamaño y


a la densidad de la población son relativamente pequeños, menos que 2000 habitantes. En
cambio, la dimensión agropecuaria o agraria hace referencia a la delimitación respecto de la
división social del trabajo, es decir, a la distribución de la población y las unidades productivas
entre las diferentes ramas de la actividad económica. No todos los que viven en el medio rural
se dedican a actividades agropecuarias, asi como no todos los que tienen residencia urbana se
dedican a actividades no agropecuarias. Si bien el alcance del capítulo es la estructura social
agraria a nivel nacional, se hará una mayor referencia a procesos analizados en la región
pampeana. Esto se debe a la mayor participación productiva, económica y social de esa región.

Tanto en el sector agrícola como en el industrial o el de servicios, el capitalismo se desarrolla


sobre la base de dos grandes movimientos tendenciales: la expansión en extensión y la
expansión en profundidad. El primero supone la implantación de relaciones salariales en zonas
en las cuales estas o bien no existían o bien no eran las relaciones dominantes. El segundo
movimiento supone el desarrollo y la intensificación de dichas relaciones salariales en los
territorios en los que ya eran dominantes. Un primer aspecto del problema es la considerable
expansión que ha sufrido la producción agropecuaria desde los años sesenta hasta la
actualidad. Esta expansión fue posible gracias al cambio que sufrió la composición de la
producción agropecuaria argentina en los últimos. El emergente más evidente de estos
procesos es el peso que la soja tiene hoy en la producción agraria total. Esto es el resultado de
una serie de procesos que forman parte de la “sojalización”, que consiste básicamente en el
desplazamiento progresivo, por parte de esta oleaginosa, de otros cultivos y de la actividad
pecuaria. Ahora bien, tal como ya se mencionó, este proceso no es exclusivo de la zona
pampeana, sino que se extiende a diversas regiones del país. En ese sentido, la superficie
sembrada con soja se expandió siguiendo cuatro modalidades entre las campañas 1987-1988 y
2009-2010, de los cuales los dos procesos más extendidos son la sustitución de cultivos y la
expansión de soja en nuevas áreas combinadas con la sustitución. A su vez, existe otra serie de
procesos en la estructura agraria argentina que corren paralelamente al de “sojalización”. En
efecto, ciertas economías agrarias provinciales no desaparecieron, sino que sufrieron
movimientos específicos de reconversión, y otras han sido desplazadas por cultivos diferentes
a la soja. Por su parte, en relación con los cambios en las formas de producción, se ha
destacado el siguiente proceso. En el marco de la Revolución Verde de los años sesenta se
difundió el uso de insumos industriales en la producción agraria, junto con un gran aumento
de la productividad. En efecto, la producción de soja se basa en la aplicación de un paquete
tecnológico que consiste en la combinación de una semilla transgénica con el sistema de la
siembra directa y la doble cosecha. Este proceso de caracterizo por la simplicidad de la forma
de aplicación y la alta rentabilidad en relación con otros productos agrarios. Además, para su
implementación necesito superficies de grandes escalas, por lo cual tendió a favorecer la
concentración de grandes productores y dificultar el acceso de medianos y pequeños. Estos
cambios no se verificaron solo en los procesos productivos, sino también en los de gestión.
Nuevas tecnologías de comunicación e información permitieron una profunda redefinición de
los perfiles y modos de participación de los sujetos preexistentes y el ingreso de nuevos.

En el debate acerca de la propiedad de la tierra, en particular en la década del 1990, podían


evidenciarse dos posturas básicas: quienes sostenían que la tierra se había ido concentrando
de forma paulatina, al menos desde fines de los años sesenta, y que los grandes productores
habían sido los mayores beneficiarios de este proceso. La otra posición sostenía que lo que se
había producido era un proceso de desconcentración de la propiedad de la tierra y un
fortalecimiento de algo asi como una capa de productores de estrato de tamaño medio. En las
primeras distribuciones puede notarse como hay una disminución del número total de
unidades de producción. Puede verse, además, como la relación entre la superficie
concentrada por los estratos más grandes y los más pequeños se incrementa a lo largo del
tiempo. Este fenómeno ha sido conceptualizado de diversas formas: entre ellas, “expulsión de
productores” y “crisis de la agricultura familiar”. Lo cierto es que todas apuntan a vislumbrar
un proceso de salida de la producción agropecuaria de importantes masas de población. Si
bien continúa siendo la forma predominante, la propiedad exclusiva tiende a perder peso en la
estructura agraria argentina. A su vez, existe un incremento de los arrendamientos y de otras
formas a lo largo de todo el periodo. Entonces, teniendo en cuenta estas distribuciones, al
parecer existen dos procesos en apariencia contradictorios. Por un lado, disminuye el número
total de explotaciones, la superficie de la tierra aparece más concentrada, en tanto las
explotaciones de mayor tamaño tienden a aumentar la superficie que concentran y se
incrementa la superficie la superficie media de las explotaciones. Por otro lado, las formas de
propiedad tienden a disminuir, y aumentan los arrendamientos y las formas mixtas. Al mismo
tiempo, y más allá de estas limitaciones, este proceso podría entenderse en relación con el
aumento de los arrendamientos. El aumento de la superficie bajo la forma pura de
arrendamiento y la combinación entre propiedad y arrendamiento se convierte asi en un
indicador de un proceso de concentración de la producción. A su vez, el aumento del tamaño
medio, tanto del total de las explotaciones como de todas las formas de propiedad; y la
disminución del número de explotaciones totales también parece indicar una concentración de
la producción. En pocas palabras, en lo que se refiere a la cuestión de los cambios en la
estructura de la propiedad de la tierra, puede plantearse, al menos en forma de hipótesis, el
desarrollo de un proceso de concentración de la producción agropecuaria. Este proceso no
parece, entonces, ir acompañado en la misma medida de una concentración de la propiedad
agrícola, como si se ha producido en otros momentos de la historia de la estructura agraria. En
efecto, el peso de las diferentes formas sociales de producción campesina era un indicador
fundamental a la hora de evaluar tanto el tipo de estructura social agraria presente en las
diferentes formaciones sociales de Latinoamérica como los niveles de desarrollo capitalista en
el campo. La estructura agraria argentina se caracterizó tempranamente por un proceso de
difusión del capital que, según la región, o bien barrio con buena parte de las formas
productivas previas o bien las subordinó a la lógica de acumulación del capital.
En esta sección nos aproximaremos empíricamente a la estructura social agraria argentina,
en la que distinguimos los siguientes grandes grupos: la gran burguesía y los altos funcionarios
constituyen la cúpula del capital; los terratenientes, los rentistas, etc, es decir, la
personificación del gran capital, ya sea porque por su posición son sus propietarios o porque
su función constituye el estado mayor que representa dichos intereses. La pequeña burguesía
se encuentra constituida por propietarios de sus condiciones y medios de vida que no venden
su fuerza de trabajo, que se divide en dos: una pequeña burguesía acomodada constituida por
quienes en el sector agropecuario, además de ser propietarios de sus propias condiciones y
medios de vida, son propietarios de los medios de vida y trabajo de otros, pero también
quienes cumplen funciones de mando propias del capital aún bajo la forma del salario; y la
pequeña burguesía pobre que se encuentra constituida por quienes son solo propietarios de
sus propios medios de vida y trabajo. Por último, el proletariado y semiproletariado está
constituido por quienes se encuentran expropiados en forma total o parcial de sus condiciones
de vida y de trabajo y que, en consecuencia, se ven obligados a vivir principal o parcialmente
de la venta de su fuerza de trabajo, ya sea que logren venderla o no. El primer rasgo que se
observa en la distribución anterior es la caída absoluta que presenta la población ocupada en
el sector agropecuario. También se destaca que en el 2001 más de la mitad de la población
ocupada en la rama se encuentra en la posición de proletariado y semiproletariado. Se observa
que alrededor del 34% de las explotaciones agropecuarias del país pueden ser consideradas
productores grandes, unidades que pueden ser asimiladas a empresas de perfil capitalista.

Dentro de los sujetos que se destacan en la nueva estructura agraria se encuentran quienes
controlan grandes superficies de tierras. Dentro de estas megaempresas, que controlan más
de 200 000 hectáreas y se dedican a producir commodities agrícolas para el mercado externo,
podemos identificar dos perfiles en torno a su origen. Por un lado, aquellas cuyo ingreso a la
actividad registra largas trayectorias ya sea en la producción o en actividades asociadas a esta.
Por otro lado, existen empresas provenientes de la industria, el comercio y las finanzas que se
insertan en el agro más recientemente. En línea con los cambios producidos respecto de la
tenencia de la tierra, estas empresas son propietarias solo de una parte de las tierras que
controlan y de los equipos que utilizan. Otro aspecto propio es que comienzan a organizar su
producción más allá de las fronteras nacionales, a través de la adquisición de tierras en países
fronterizos como Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay. Por su parte, Murmis se refiere a los
mayores emprendimientos del agro argentino como “megaproyectos”, y a sus titulares como
“megaproductores”. Vale aclarar que el pool de siembra es una modalidad que surge hacia la
década del noventa ante los problemas de financiamiento de los productores y que se basa en
la asociación o combinación de diferentes sujetos para llevar adelante el cultivo. Uno de los
mayores problemas es lograr una medición adecuada de su número, su tamaño y su peso en la
estructura social agraria. Si bien se calcula que el 80% de la superficie agrícola organizada bajo
este sistema se encontraría en la región pampeana, los pooles de siembra sobrepasaron esta
región. Por su parte, ya hemos ilustrado, sobre la base de algunos indicadores simples, el
intenso proceso de desaparición de explotaciones y productores que se ha desarrollado en el
campo argentino, particularmente en los últimos veinte años. Esto nos está demostrando que,
a diferencia de otros momentos en la historia del agro argentino, el incremento de los
arrendamientos y las formas combinadas de la propiedad de la tierra no se encontraría
vinculado a la constitución de una capa de pequeños productores. No es fácil determinar la
posición y la función que estos sujetos tienen en la estructura social del agro. Sin embargo, el
hecho de que el 66% de los rentistas no realice ninguna otra actividad para complementar su
ingreso permite inferir que una parte de ellos todavía son propietarios de sus medios de vida.

En el contexto de las transformaciones producto de la profundización del desarrollo


capitalista, aparecen en la estructura social y económica del campo argentino una serie de
procesos y cambios que repercuten en la situación de los trabajadores del agro y agudizan sus
malas condiciones laborales. En muchos cultivos, se produjeron proceso de mecanización de
las tareas que han repercutido en un descenso de la demanda de trabajadores. Otro proceso,
vinculado en algunos casos con el anterior, es el cambio en las formas de utilización de la
fuerza de trabajo agraria. Los trabajadores permanentes pierden peso en el total de
asalariados y, en cambio, son los transitorios quienes pasan a predominar. En efecto, persisten
y se incrementan en magnitud las formas “tradicionales” de trabajadores estacionales o
temporarios. A su vez, aparecen formas de empleos transitorios también en otros sectores. En
paralelo, se produce un proceso de “relocalización” o “urbanización” de los trabajadores
agropecuarios, consistente en el cambio de residencia de estos trabajadores, alterando la
pauta tradicional de trabajo agrario-residencial rural. El caso de los asentamientos en las
afueras de Resistencia parece estar vinculado al desplazamiento de la fuerza de trabajo
cosechera debido a la mecanización de la cosecha y a la expansión del proceso de
“sojalización”. Este cambio de localización parece incidir en el tipo de inserción laboral y en los
ciclos ocupacionales anuales, que pueden articular etapas de empleo en actividades
agropecuarias, empleos en actividades no agropecuarias y/o periodos de desocupación. La
externalización de las tareas y la aparición de nuevas formas de intermediación laboral
aparecen como otros de los fenómenos que influyen en la situación de los asalariados agrarios.
En algunos casos, estas nuevas formas incluso pueden llegar a articular y resignificar algunos
de los viejos mecanismos de “enganche” tradicionales. A su vez, en algunas de aquellas
producciones que han transitado por un proceso de mecanización apareció otra forma de
externalización de tareas: los contratistas de maquinarias.

Respecto de la composición de la producción, los aspectos más destacables de los últimos


años se vinculan con los cambios que se han producido en la actividad agropecuaria: la
agriculturizacion referida al reemplazo de las actividades ganaderas por las asociadas a la
agricultura y la sojalización referida al desplazamiento de otros cultivos por la soja. Esto
permite plantear la pregunta acerca de hasta qué punto la estructura social agraria de la
región pampeana comienza a expandir sus rasgos en otras regiones y como se transforman las
estructuras regionales en interacción con tales rasgos. Parece desprenderse que la tendencia a
la disminución de las explotaciones agropecuarias sigue vigente y aun afecta a los estratos de
tamaño, sobre todo los más pequeños. En ese sentido, no dejan de ser relevantes las
afirmaciones acerca de que el nivel de los cánones de arrendamiento estaría transformándose
en una barrera a la expansión de tal sistema. De ser asi, y de entrar en un proceso de
reestructuración del sistema de arrendamientos, este afectaría directamente a diversos
sujetos de la estructura agraria, como los megaproductores e incluso los pequeños rentistas.
Bolilla VIII.

La Estructura de clases argentina y los sectores populares: antecedentes y situación actual.


Pobreza y desigualdad social. Las posibilidades de movilidad social.

Las conclusiones de los estudios que han examinado la estructura de clases de la Argentina
durante el siglo XX son contrastantes. Si los análisis pioneros enfatizaron la mayor igualdad e
integración entre clases que antaño caracterizaron al país en comparación con otros de
América Latina, hacia finales de siglo esa “excepcionalidad argentina” ya formaba parte del
pasado. De un lado, la rápida expansión de las ocupaciones no manuales, comenzada bajo el
estímulo de la urbanización temprana durante el modelo agroexportador y continuada sin
interrupciones durante la etapa de la industrialización por sustitución de importaciones, abono
la imagen de una sociedad de amplias clases medias. De otro lado, la dinámica económica de la
etapa sustitutiva, que llevo a una situación cercana al pleno empleo y, en particular, a la
creación de cuantiosas ocupaciones en el sector industrial, se tradujo en un reducido volumen
del trabajo marginal y en oportunidades laborales relativamente favorables para aquellos
individuos que no podían aspirar a los puestos de clase media en expansión. Otros procesos
contribuyeron a forjar la especificidad de la estructura de clases del país. Dichos procesos
promovieron, en conjunto, la apertura de importantes canales de movilidad social ascendente.
Cabe subrayar que la mejor situación en materia de desigualdad en términos comparativos con
otros países de la región no era sinónimo de homogeneidad entre clases. Las extensas clases
medias no eran un grupo con idénticos niveles de bienestar material, sino que siempre fueron
heterogéneas, incluso durante los años dorados del modelo sustitutivo. En fin, a pesar de su
menor tamaño relativo, los trabajadores marginales o de subsistencia, y aquellos por fuera de
regulaciones y protecciones estatales, eran un grupo con peso específico y con una presencia
elevada en algunas zonas del país. Sin embargo, es claro que dicho escenario no solo
contrastaba con el de otras naciones de la región, sino también con el que más tarde
distinguiría al país. En relación con la morfología de la estructura de clases, la información
disponible para la década de 1990, sugiere que en esos años la expansión de las posiciones de
clase ocurrió en forma polarizada: los grupos que incrementaron su volumen fueron los de
clase media calificados, profesionales y técnicos, y los de sectores populares en las posiciones
de menor nivel, marginales o de muy baja calificación. Dentro de las clases medias, el
crecimiento de los profesionales y técnicos fue acompañado de la caída de, por un lado, los
trabajadores autónomos en el comercio y la industria que no pudieron hacer frente a la
concentración económica que caracterizo al periodo y, por otro, los asalariados no manuales
de menor calificación, tales como empleados administrativos y de comercio. Los sectores
populares, por su parte, fueron muy afectados por la disminución de las oportunidades de
trabajo. El crecimiento de las posiciones no calificadas y marginales al que hicimos referencia
más arriba reflejo, tal como retratan muchas investigaciones, la conformación de un
heterogéneo universo compuesto por trabajadores en actividades inestables y de subsistencia.
Sin embargo, las mutaciones no se limitaron a la esfera morfológica. La fragmentación y
polarización social se evidenciaron también en muchas otras dimensiones: un incremento en
las distancias en los niveles de ingreso, una profundización de la segregación urbana y una
mayor diferenciación en los servicios educativos o en los tipos de consumo, entre los
principales. En este contexto, se generaron mayores desigualdades entre e intraclases en los
niveles de bienestar material. Cierto es que el interés por el proceso de polarización dejo en
mayor penumbra a los sectores medios que no vieron varias mucho su situación. Ellos fueron
los que, para decirlo de algún modo, “empataron”, pero sin duda su peso también fue muy
importante dentro de esta clase. La reactivación económica que siguió a la crisis de finales de
siglo XX promovió una acentuada creación de puestos de trabajo desde 2003, y esto ayudo a
revertir en buena medida las escasas oportunidades laborales que caracterizaron la década de
1990. En primer lugar, se habría reiniciado aquella tendencia de largo plazo, interrumpida en el
último tramo del siglo XX, hacia un creciente peso de las clases medias. A ese crecimiento
contribuyeron todos los grupos que integran los sectores medios, en contraste con la década
anterior, cuando únicamente aumento el número de profesionales y técnicos. Pero la
transformación más importante que se observa entre 2003 y 2013, en la morfología de la
estructura de clases, ocurrió en los sectores populares. Estos experimentaron cambios en su
composición que significaron, en gran medida, una reversión de las tendencias dominantes de
la década anterior. Sin embargo, la mejora en el perfil de los sectores populares tuvo límites.
No hay dudas de que la recuperacion que experimento el estrato de trabajadores manuales
calificados constituye uno de los cambios más importantes de la década. Pero la contracción
de los trabajadores de menor nivel, no calificados y marginales, fue un poco menos
significativo. Aun teniendo en cuenta estos límites, parece indiscutible que, específicamente
en lo referido a la “oferta” de posiciones de clase, las tendencias que se registraron desde
2003 dentro de las clases medias y sobre todo populares dieron lugar a un quiebre en el
proceso de polarización que signo a los años noventa. Las posiciones intermedias volvieron a
expandirse gracias al crecimiento de los grupos de mayor nivel de sectores populares
–manuales calificado- y de los de menor nivel de clases medias –empleados de oficina, etc-. La
expansión de los profesionales y técnicos se vio favorecida por el desarrollo del sector
servicios, y en especial por el aumento de algunas ramas de actividad típicamente
demandantes de trabajadores calificados. Sin embargo, el constante aumento de profesionales
y técnicos fue acompañado de reconfiguraciones sustantivas en su interior. Desde una mirada
de largo plazo, al parecer el creciente peso de profesionales y técnicos en la estructura de
clases ha tenido consecuencias sobre los recursos que resultan más efectivos para acceder a
las clases medias. Lo dicho no significa que los estudios superiores se hayan transformado en
una garantía para obtener puestos de ese tipo. El crecimiento de las ocupaciones profesionales
y técnicas de las últimas décadas coincidió con una acentuada elevación de los niveles de
estudios de la población, y esto trajo como resultado que las posibilidades de valorizar los
recursos educativos en el mercado laboral se estrecharan. Por un lado, el crecimiento de las
clases medias parece ser muy generalizado con la sola excepción de la Patagonia. Esta
tendencia también es predominante a nivel de los aglomerados, en tanto ocurre en veintiuno
de los veintiocho sobre los que informa la EPH. Por otro lado, en todas las áreas se registra el
cambio de composición de los sectores populares, producto de la ampliación de las posiciones
calificadas y la reducción de las no calificadas. Dentro de las clases medias hay diferencias en
que grupos se expanden y en que magnitud, mientras que el cambio de composición de los
sectores populares, aunque generalizado, ocurre con diversas intensidades e impulsados por
diferentes procesos. Pero los contrastes son más importantes dentro de las clases. Asi, la
concentración de clases medias en CABA descansa sobre todo en profesionales, técnicos y
jefes, que alcanzan el 39,8%. Esta cifra es la más alta entre las áreas analizadas y representa
casi un 70% más que el promedio total. En los sectores populares se observan diferencias
similares. En suma, si bien estos ejemplos se limitan a las desigualdades en el tamaño de los
grupos, la magnitud de las diferencias no parece dejar dudas acerca de la heterogeneidad
existente a lo largo del territorio nacional en las experiencias y relaciones de clase. El
crecimiento de los sectores medios que se observa desde 2003 partiendo de una definición de
“clase” como la que aquí adoptamos, centrada en las ocupaciones, parece de una magnitud
muy reducida si se compara con el que muestran otros estudios, que analizan la estratificación
desde perspectivas diferentes. La gran expansión de los estratos medios que evidencias estos
trabajos refleja la recuperacion de las remuneraciones que siguió a la crisis de 2001, asi como
la consecuente ampliación del consumo. La mejora del poder adquisitivo de los últimos años
no ocurrió solo en la Argentina, sino también en varios países de América Latina. Sin embargo,
mientras en otros países de la región implico el acceso de nuevas franjas de la población a
bienes que históricamente les estaban vedados, marcando asi una verdadera
“democratización” del consumo, es plausible que en la Argentina haya implicado, ante todo, la
recuperacion de una parte de aquellos sectores que vieron mermar su capacidad adquisitiva
en etapas anteriores. Pero quienes se vieron más favorecidas fueron las clases populares: sus
ingresos aumentaron alrededor de 77% entre 2003 y 2010. Las clases medias, en conjunto, se
vieron menos beneficiadas pero en ellas hubo cierta progresividad en la distribución en tanto
los mayores incrementos ocurrieron en los grupos de menor nivel. Por último, las clases altas
habrían tenido mejoras aun menores, aunque hay que tomar estos resultados con recaudos
por las limitaciones de los datos que utilizamos. Las tendencias en materia de desigualdad
entre clases que se registran desde 2003 fueron acompañadas por una reducción de las
desigualdades dentro de los diferentes grupos que las integran. Desde 2003, también se
redujeron las heterogeneidades internas en aspectos vinculados con las oportunidades
laborales y las condiciones de trabajo, pero en otras dimensiones habrían continuado e incluso
aumentado. Incluso si nos concentramos estrictamente en las desigualdades económicas, es
claro que conviene complementar los datos que presentamos con información de otro tipo.
Esto se vincula, en primer lugar, al tipo de ingresos que estamos analizando. La reconstrucción
de que sucedió en materia de desigualdad al considerar estos otros aspectos no es, sin
embargo, una tarea sencilla. Sin embargo, otras evidencias, referidas a empresas y no a
individuos u hogares sugieren un incremento de las desigualdades económicas en el país
producto de la concentración de la riqueza en la cúpula empresarial. El rol redistributivo del
Estado es otro aspecto relevante al analizar la desigualdad económica. Esto implica tener en
cuenta, por un lado, el gasto público, que incluye el gasto social en programas como la AUH
pero también otras erogaciones, y por otro, las características del sistema tributario, que para
algunos continuo mostrando signos de regresividad a pesar del efecto de impuestos como las
retenciones a las exportaciones de productos primarios en sentido contrario. En fin, la
capacidad adquisitiva de los individuos y los hogares no solo depende de los ingresos
corrientes, sino también de la capacidad de endeudarse. En la última década, hubo una
expansión del crédito y de las formas de financiamiento. Si bien los ingresos constituyen un
aspecto clave de la desigualdad por su incidencia sobre los niveles de vida, también debemos
considerar otras dimensiones, como las que hemos mencionado, para tener un balance más
preciso de lo sucedido en esta materia en la última década. Producto de esta tendencia, el
grupo no solo se despegó del resto de los sectores populares, sino que se acercó a las clases
medias. Ahora bien, parece conveniente tener en cuenta que, como se muestra en el cuadro 2,
esas distancias tampoco eran muy acentuadas a comienzos de la década analizada y, en
especial, que las advertencias acerca de la difuminacion de los límites entre clases medias y
trabajadoras no son propias de esta etapa y forman parte de los debates sobre la estructura de
clases desde mediados del siglo pasado. En este marco, la consecuencia más relevante de la
recuperacion diferencial que mostraron los ingresos desde 2003 parece no ser tanto el
desdibujamiento de la frontera manual-no manual, sino antes bien el achicamiento de las
distancias que separan a los grupos que se encuentran en esa frontera de aquellos de clase
media que históricamente han exhibido niveles más elevados de ingresos. No solo no se
registraban procesos de movilidad descendente masivos, sino que la movilidad ascendente
continuaba siendo significativa, al punto que una parte considerable de los miembros de las
clases altas y de las franjas superiores de las clases medias tenia orígenes en posiciones de
menor nivel. El cambio de época también dejó su impronta sobre los niveles y patrones de
movilidad ocupacional intergeneracional, y no solo sobre sus significados. El análisis que
desarrollamos sugiere que desde 2003 se habrían abierto nuevas oportunidades de movilidad
social ascendente, motorizadas tanto por la recuperacion en los niveles materiales de vida
como por los cambios en la evolución de las clases. Sin embargo, aunque estas últimas
conjeturas parecen factibles, no se ven reflejadas en los estudios sobre movilidad ocupacional
intergeneracional. En este sentido, no hay indicios de que esta última haya tenido un
incremento en tiempos recientes. Estos resultados pueden deberse a que los cambios de
tendencia en la movilidad intergeneracional no obedecen única ni principalmente a lo que
sucede con el tamaño de las clases o, en forma más sencilla, a que esos cambios involucran
procesos de muy largo plazo que pueden no verse reflejados aun en los datos disponibles. Sin
embargo, parece claro que, antes de examinar posibles explicaciones de esos resultados, se
requiere corroborarlos a través de análisis más específicos. En especial, hay signos de que en
esta etapa se revirtieron en cierta medida los altos niveles de fragmentación y desigualdad
entre clases que fueron característicos de la última década del siglo XX. Por un lado, la
evolución del tamaño de las clases muestra algunos contrastes con lo que fue predominante
durante la década de 1990. Si bien entre 2003 y 2013 las posiciones profesionales y técnicas
continuaron expandiéndose, los otros grupos sociales mostraron una evolución novedosa. En
particular, fue notoria la contracción, absoluta y relativa, de los grupos no calificados y
marginales de sectores populares, acompañada de un importante incremento de las
posiciones ubicadas en la parte intermedia de la estructura. Por otro lado, el análisis de los
ingresos desde 2003 sugiere una reducción de la desigualdad entre clases. En efecto, la
recuperacion de los ingresos beneficia todas las clases, pero más a las populares, por lo cual se
redujeron las distancias que las separan del resto. La evolución de los ingresos y los cambios en
el tamaño de las clases en forma combinada, parecen haber abierto nuevas oportunidades de
movilidad social ascendente. Sin embargo, las mejoras en materia de fragmentación y
desigualdad de clases también muestran límites. Por su parte, la invisibilidad social y
estadística de la riqueza de las clases altas –que no es propia de este periodo- dificulta tener
un panorama claro acerca de lo sucedido con este grupo. En segundo lugar, no hay dudas de
que los ingresos constituyen una dimensión clave de la desigualdad. Pero no es la única. Si
ampliamos la mirada hacia otras dimensiones, parece necesario introducir matices a nuestras
conclusiones, en tanto las evidencias sugieren que los avances en una dimensión pueden
haber ido acompañadas por tendencias en sentido contrario en otras. Estas diferencias
sugieren una gran heterogeneidad en las experiencias y en las relaciones de clase a lo largo del
país, y advierten sobre la necesidad de tener en cuenta la manera en que las inequidades
territoriales continúan solapándose y soldando las desigualdades de la clase.
Estructura de los sectores populares: empleo, ingreso, educación y salud. Los sectores
populares y la política.

Pocos términos tienen un uso tan difundido, tan polisémico y tan discutido como el de
“sectores populares”. Con él se alude a conjuntos que pueden ser las clases bajas o la entidad
metafísica que representa el espíritu de la nación. En ellas adquieren protagonismo distintos
segmentos o situaciones de esas categorías: el trabajo industrial, el informal, la ocupación en
servicios y la desocupación, descritos según distintas mediciones y claves de interpretación
como situaciones de ascenso, marginalidad o pobreza. Si considerando el total de la población
urbana los sectores populares forman el 53% de la población; los números absolutos permiten
graficar la magnitud y la heterogeneidad de este agregado en el que, entre otros fragmentos,
se encuentran, para una población económicamente activa urbana de 15 000 000, 1 168 000
empleadas domésticas, poco más de 2 000 000 de empleados manufactureros, 1 500 000
empleados en la construcción y 3 000 000 de empleados de comercio. Esa heterogeneidad
actual puede ser pensada como el efecto de dinámicas socioeconómicas que, como las que
sigue, dan cuenta de la formación de un mundo popular en el que se combinan distintas
camadas geológicas y cuya complejidad debemos retener como punto de partida.

Una de las bases de la heterogeneidad de lo popular ha sido la dinámica del mercado de


empleo. Entre 2003 y 2013 el empleo crece y se recompone positivamente: disminuyen los
beneficiarios de planes sociales, aumenta la proporción de trabajadores manuales calificados y
retrocede el peso total de la categoría de los trabajadores no calificados y marginales. El
conjunto de los ingresos de los sectores populares ha mejorado. A ello contribuyo la
estabilización de una coyuntura en que se dieron el aumento del PBI per cápita, junto con la
búsqueda y consecución de mayores grados de libertad del Estado para definir sus políticas a
distancia de los intereses económicos concentrados. En ese contexto, las políticas de salario
mínimo y el restablecimiento de un régimen de paritarias se tradujeron en un aumento del
nivel de remuneraciones que fue reforzado por una serie de transferencias monetarias que van
desde la Asignación Universal por Hijo hasta la universalización de las jubilaciones y las
políticas de aumento de su monto mínimo. Como sucede con el empleo, la situación de los
sectores populares se inscribe en una curva en la que las mejoras del presente resultan
parciales respecto de un pasado cada vez más lejano, algo que no deja de ser parte de una
situación estructural. La mayor parte de los salarios se concentran en niveles relativamente
bajos y la inflación, el encarecimiento de los bienes inmobiliarios y el refuerzo de pautas de
consumo que presionan en forma permanente los presupuestos familiares generan todo tipo
de estrecheces. Entre ellas la más urgente y notable es la pobreza, que entendida como
imposibilidad de acceder a una canasta básica de alimentos y gastos en vivienda y servicios
que incluyen el transporte, la educación y la salud es un foco de debates. Las mediciones
actuales se dispersan debido a las divergencias que surgen al computar de diversos modos la
inflación y sus efectos en las canastas de bienes mínimos para no ser considerado pobre. Los
ciudadanos más pobres no son, como suele presuponerse, “asistidos” exclusiva o
mayoritariamente, sino, en general, trabajadores sobreexplotados y desprotegidos. En los
rubros de educación y salud, la situación que caracteriza al conjunto de los sectores populares
se manifiesta en una serie de datos comparativos que dan cuenta de menos probabilidades de
acceso a recursos educativos de manera tal que se refuerzan o replican las desventajas que
estos grupos padecen en el mercado de trabajo. La brecha que se abre entre los sujetos de los
sectores populares y los de otros grupos sociales se manifiesta en todos los niveles del sistema
educativo. En el nivel primario, a través de la fragmentación del sistema y de correlativos
efectos de rendimiento diferencial. En los niveles restantes, las trayectorias educativas de los
sujetos de los sectores populares son siempre más pobres que las que se dan en el nivel
socioeconómico alto. En el nivel universitario, la brecha acumula y amplia los efectos de las
diferencias previas: las diferencias en cuanto al nivel educativo se muestran como uno de los
indicadores más firmes de las brechas existentes entre los grupos sociales. Cuanto más abajo
en la escala social, más lejos están la universidad y la escuela media, y si bien la primaria está
casi universalizada, su presencia y arraigo son diferenciales. Los indicadores básicos de salud
dan cuenta de la situación de los sectores populares de forma aproximativa y débil porque las
estadísticas no discriminan el nivel socioeconómico.

Si bien más del 40% de la población nacional se encuentra en el AMBA, otras metrópolis
también se han expandido en un contexto en que la población urbana comprende más del 90%
de los habitantes del país. Existe una localización privilegiada, pero de ninguna manera
exclusiva, para los sectores populares: los conurbanos. En ellas se concentran unas clases
populares urbanas de vieja data que no pararon de ensancharse y las provenientes de una
migración intra e interprovincial que hace de los nuevos conurbanos una realidad creciente y
generalizada. Estos cambios se inscriben en procesos más largos cuya duración, modalidad y
alcance varían según las localidades. Más precisamente, es posible notar como algunas
grandes ciudades continuaron con procesos de segregación creciente. Un observador
impresionista podría intuir algo que se puede formalizar de manera bastante confiable: el
hecho de que pertenecer a los sectores populares implica posibilidades de vida muy diferentes
de acuerdo con la zona de residencia en la división política del país. Ahora bien, si combinamos
esta percepción con lo que ya hemos dicho sobre la localización territorial de los sectores
populares y observamos los agregados urbanos en que la población de este segmento supera
el 50% del total, veremos que hay una correlación bastante fuerte entre las peores
performances en el IDH ajustado por desigualdad y la prevalencia de la población de los niveles
más bajos de ingreso. El mundo popular contemporáneo es resultado de un proceso temporal
en el que se acumulan y conectan los resultados de periodos que han tenido efectos diferentes
en la estructura social: desde el largo plazo de las pérdidas y la decadencia hasta el tiempo
relativamente breve de las mejoras moderadas. Generaciones que se han empobrecido y
perdido inserciones fuertes en el mercado de trabajo. Generaciones que han partido de ese
piso y han consolidado una trayectoria de movilidad social intergeneracional. Generaciones
que han partido de niveles de pobreza casi naturalizada que no han podido trascender.

Luego de avanzar por dimensiones que hacen a la situación de los sectores populares en
términos de sus posiciones estructurales, es preciso conocer los esfuerzos que realizan los
grupos populares para inscribir en los procesos que los condicionan sus posiciones a partir de
sus experiencias de movilización social y política. En el análisis de los años noventa, se
resaltaban los procesos de debilitamiento sindical y fragmentación social. La visión
reduccionista de la pobreza fue discutida en dos aspectos complementarios: el que asocia la
escasez material con la miseria ontológica, axiológica y política; y el que, desconociendo
lógicas propias en la subordinación, estudia el mundo popular con la normatividad de los
dominantes. Sin embargo, esa tarea ha continuado muchas veces el recorte de la década
pasada: aunque se miraba de forma no reduccionista la pobreza, lo popular se reducía a la
pobreza. Históricamente, la relación entre los sectores populares y la política ha estado
caracterizada por la centralidad de los sindicatos y la relación privilegiada de las clases
populares con el peronismo. En la búsqueda de legitimación de un gobierno inicialmente débil,
las organizaciones territoriales ocuparon un lugar destacado. En diversas instancias, las
agencias estatales incorporaron a algunos referentes forjados en los procesos de organización
territorial para la gestión de las políticas públicas asistenciales. Estas variantes de
estatalización barrial fueron apropiadas por los sectores involucrados, lo cual dio lugar a
formas específicas de “barrialización” del Estado. En diferentes zonas del país se dieron
procesos específicos, dada la centralidad del territorio como locus de articulación política y
social. En general, el tejido organizacional local se densifico, algunas veces diversificándose, y
otras, de manera concentrada, en relación con los cambios en los vínculos con diferentes
agencias estatales. Además, las políticas públicas asistenciales se multiplicaron después de
2001: primero continuaron con los mecanismos descentralizados y focalizados de los años
noventa y luego se recentralizaron, pero persistieron mecanismos focalizados de intervención.
Estos procesos mostraron modalidades específicas en relación con las economías regionales y
los entramados políticos locales. De forma simultánea y hasta cierto punto convergente con lo
anterior, se dio un proceso de centralización estatal que combino un impulso a la reactivación
económica, una ampliación de los derechos y una multiplicación de las políticas públicas
asistenciales de diverso tipo. Asi, la estatalización, combinada con la territorializacion, creo
vínculos que inciden en la consolidación y definición de las características de los sectores
populares. El Ministerio de Planificación Federal, creado un día antes de la asunción de Néstor
Kirchner en 2003, fue cobrando creciente protagonismo a lo largo de su mandato. Esto
implicaba un rol diferente del Estado: no solo se trataba de asistir a la pobreza, sino también
de reactivar la economía. La cuestión atendía a las zonas desfavorecidas y también al sector de
la construcción y sus derivados. En este contexto, los programas federales fueron clave, ya que
allí se nuclearon diferentes iniciativas. Sin embargo, el centro se configuro en torno del
Programa Federal de Construcción de Viviendas, que dispuso del 70% de los recursos y dio
cuenta de un giro “recentralizador” de las políticas habitacionales. Marcado por una débil
legitimidad de origen, el gobierno nacional también busco alianzas con diferentes actores
movilizados y redefinió las políticas asistenciales. Las organizaciones territoriales más o menos
afines se incorporaron en diversas áreas de la administración estatal central. Sus
conocimientos “en terreno” fueron valorados como forma de fortaleces a un Estado que
buscaba recobrar legitimidad luego de la crisis y “bajar” hacia la población. Asi como las
organizaciones territoriales cobraron centralidad, a medida que se produjo la recuperacion
económica y el nuevo gobierno busco superar su inicial debilidad a través de una pluralización
de los apoyos, las organizaciones territoriales y los sindicatos se disputaron el protagonismo en
la escena pública y se incorporaron en diferentes funciones de gobierno. Catalogado como
“neo corporativismo segmentario”, el modelo sindical kirchnerista se distingue tanto del
modelo peronista clásico como del europeo reciente. Logro revitalizarse manteniéndose como
representante de la clase obrera estable, una fracción relativamente pequeña de las clases
populares luego de la reconfiguración socioeconómica iniciada en los años setenta, bajo el
liderazgo del sindicato de camioneros encabezado por Hugo Moyano; muestra una autonomía
significativa respecto del Estado, lo cual da lugar a negociaciones colectivas favorables dentro
de límites de acuerdo entre partes. Revitalización corporativa, debilidad política.
La multiplicidad de los modos de politización popular es concomitante con la diversificación
que notamos en las dinámicas que producen la situación estructural de estas clases. Desde las
modalidades de movilización hasta las formas de apropiación de las políticas públicas
asistenciales, pasando por las relaciones con el gobierno, es posible reconocer un aprendizaje
sobre el funcionamiento de esta democracia y las condiciones sociales en que se realiza. De
todos modos, se puede notar un núcleo de organizaciones (y demandas) que marcan (y quizá
profundizan) la fractura entre los establecidos y los marginales. Resulta abusivo confundir la
modestia e incluso la estrechez de los segmentos de empleo e ingreso más bajo con “la
pobreza” y aplicar a todo el conjunto el sello de la “marginalidad”. Es indudable que el
desarrollo del capitalismo en la Argentina no ha conducido a una convergencia de los niveles
de bienestar y desarrollo, pero homogeneizarlo todo bajo la imagen de la negatividad de lo
que se esperaba es desconocer la especificidad de su heterogeneidad y que las posiciones
sociales en el mundo popular se revelan como un complejo abigarrado de trayectorias
ocupacionales de los sujetos, de dinámicas de inversión y acumulación capitalista, pero
también de lazos políticos creados por los más diversos activismos de grupos y del estado.

El caso de la clase media y la clase alta en la experiencia de mercados. El estilo de vida.

Las clases, y sus fracciones, desarrollan pautas de comportamiento, orientaciones y símbolos


que permean sus relaciones dentro y entre las clases sociales. Dichas pautas, orientaciones y
símbolos conforman lo que se designa como “estilo de vida”. Los estilos de vida son
construcciones colectivas sedimentadas y cristalizadas en las experiencias de interacción
social. Dentro de los límites que establece el ingreso y los espacios de sociabilidad, los estilos
de vida conforman la parte visible de las clases sociales: no son las clases sociales, sino un
emergente de las que constituyen las raíces de la identidad de clase y de la autopercepción e
identificación de los intereses de clase. El nexo entre la clase social y el estilo de vida podría
ubicarse en los procesos cognitivos que se desarrollan en la interacción social a lo largo de la
vida. En síntesis, la participación en la distribución del ingreso de una sociedad y el origen de
esos ingresos directos o indirectos depende sobre todo de la clase social y de la categoría
ocupacional. El monto y los tipos de ingreso determinan las probabilidades de consumo.

Las últimas décadas del siglo XX y el inicio del presente se han caracterizado por la puja entre
un modelo neoliberal de desarrollo y la preservación e impulso del desarrollo manufacturero e
integración regional. En este contexto político, es crucial tener en cuenta el papel de la clase
media argentina, que constituye una porción apreciable de la estructura de clase. Primero, un
esquema que priorice el desarrollo impulsado por la demanda y la presencia del sector público
muy probablemente refuerce la consolidación de una clase media profesional y especializada
en el contexto de una estructura de clase muy semejante a la actual, una fracción de pequeños
y medianos empresarios y cuentapropistas incorporados al sistema tributario de manera
formal. Segundo, el grado de corporativización el sector agropecuario y las empresas
vinculadas al comercio exterior. El poder que pueda sustentar la fracción de clase alta
agroindustrial y su posible articulación con la clase media rural, cuya capacidad para mover el
tablero político – aunque predomine sobre el primero en número y volumen de producción-
resulta inferior. Tercero, la transnacionalización y corporativización de las industrias
manufactureras clave, como la automotriz, metalmecánica y gas y petróleo, y el nivel de
participación de grandes corporaciones trasnacionales, que seguramente potenciara la
profesionalización de la clase media y de ejecutivos de nivel operativo. Cuarto, el crecimiento y
la tendencia mundial y local a la presencia hegemónica del sector bancario y las finanzas y su
integración trasnacional, que llevan a la bancarización de las transacciones y su presencia
como medio de consumo y endeudamiento para la adquisición de bienes de consumo durables
como de servicios de turismo y de esparcimiento. Quinto, la tendencia generalizada a la
concentración económica de grandes corporaciones en las industrias de la construcción
privada y pública. El modelo político predominante y el grado de financiarizacion de la
economía y el control del crédito de inversión darán sus rasgos peculiares a este proceso. Por
último, el crecimiento de los servicios y en particular los medios de comunicación y fuentes de
información cuyo poder económico va más allá de su posible influencia comunicacional, ya que
a su alrededor gira una fracción de la clase media formada por periodistas, informáticos,
comunicadores con poder de influencia sobre los modelos de consumo, y también de la
opinión pública. Las industrias establecidas en la segunda etapa del proceso de
industrialización por sustitución de importaciones dependieron en gran medida de la
existencia de empresas del Estado, o mixtas, como fuente de los insumos básicos para su
desenvolvimiento. En la industria de la construcción, se encuentran corporaciones cuyos
titulares han asentado su poder a través de su posición privilegiada en la realización de obras
públicas. La construcción privada de viviendas destinadas a la clase media y alta, junto con las
importantes inversiones en todo el país en infraestructura hotelera y turística, se vislumbran
con el desarrollo de estas últimas actividades como una posible fuente de poder. Las
comunicaciones, la informática, los canales de televisión y la prensa escrita han adquirido una
presencia clave en los últimos años. Todavía es muy temprano para tener indicios definitivos
de cuáles fueron las consecuencias directas e indirectas de las políticas públicas de los últimos
años y que rumbo tomaran en el futuro.

Los procesos antes descritos también han tenido consecuencias profundas en la formación de
la clase media. El primer proceso que merece destacarse es el crecimiento de la clase gerencial
y profesional que dentro de sí misma se ha diferenciado en lo que respecta al poder
económico, político y social que detenta. Por un lado, se encuentran aquellos que ocupan
posiciones altas de gestión y asumen una gran responsabilidad de las esferas de poder,
académico, en el sector productivo y por sobre todo en los organismos gubernamentales y
paragubernamentales, y en los medios de comunicación de masas. La tendencia hacia la
profesionalización de la economía, de la política y de la sociedad en general es creciente y ha
sido consecuencia de su mayor complejidad, a lo cual respondieron la expansión y la
diversidad de todo el sistema educativo. La complejidad tecnológica y el crecimiento en escala
del sector construcción han ido desplazando lógicamente el ejercicio profesional
independiente hacia reparaciones y obras de pequeña envergadura. Subyaciendo a esos
procesos, surgieron sistemas de ejercicio privilegiado, monopolio del desempeño legitimado y
legalizado por colegios profesionales. Sin embargo, el sector publico propiamente dicho, ya
desprendido de su rol económico en varias actividades, sigue configurando una parte
importante de la estructura de clase; su presencia se hace más notoria en las provincias donde
su peso es muy grande. Los estados nacionales, provinciales y municipales son el espacio de
formación de una clase media e incluso de una clase obrera que constituyen las burocracias
que hacen funcionar las actividades públicas y también influyen sobre él. Aun cuando existe
personal que desaparece con los cambios políticos, las burocracias del Estado se caracterizan
por su estabilidad y por ser una pieza clave en el funcionamiento de la sociedad. El segundo
proceso de transformación de la clase media argentina ha afectado lo que con frecuencia se
denomina la “pequeña burguesía industrial y comercial”. El periodo actual ha sido de
recomposición de la pequeña burguesía, de cambios en las actividades que desarrollaron y,
por lo tanto, en el know how y los recursos que movilizan. Algo similar ocurrió con los
pequeños comercios que deben competir con los supermercados y los grandes shoppings. Han
sobrevivido o se han creado nuevos negocios más especializados y con atención más
personalizada. Un fenómeno a tener en cuenta cuando se describen la formación de las clases
sociales y los cambios ocurridos en los últimos años en la distribución geográfica de las
actividades económicas. El tercer proceso de transformación se ubica en los límites entre la
clase media y la clase obrera consolidada. La fragmentación del mercado de trabajo en
términos de los niveles de calificación y especialización y de los niveles salariales
predominantes forma parte del proceso de desarrollo diferente por el que han transitado
diversas actividades económicas. Esa fragmentación del mercado laboral ha impulsado una
tendencia hacia la formación de fracciones dentro de la propia clase obrera y popular baja. En
la Argentina, uno de los indicadores de la existencia de capacidad de ahorro y acumulación es
el aporte jubilatorio; el otro es la inversión de bienes de consumo durable y vivienda. La
dimensión de la clase popular y sus estándares de vida son altamente fluctuantes y
dependientes de la situación económica general. Podemos distinguir dos grandes conjuntos:
por un lado, el constituido por el desarrollo de actividades de reparación, construcciones y
servicios en el mercado informal de cuentas propias y en algunas posiciones de muy baja
calificación en relación de dependencia y, por el otro, en el servicio doméstico.

En este nos interesa un fenómeno llamado “consumerismo”, y que se refiere a la tendencia en


las sociedades posmodernas a homogeneizar los patrones de consumo de las diversas
fracciones y clases sociales al asignar a los consumos un significado propio. El consumerismo es
parte de la transformación de los estilos de vida de la clase media, que se caracteriza no solo
por la expansión, sino también por la diversificación de los tipos de bienes y servicios
consumidos. Los cambios en los patrones de consumo material no son independientes de las
transformaciones que han tenido lugar en la economía. En primer lugar, cabe recordar el alto
crecimiento en la producción de bienes de consumo masivo y su abaratamiento relativo
debido a la innovación tecnológica y a la concentración que permite economías de escala. En
segundo lugar, la aparición en el mercado de bienes de consumo durables en el área de
automotores y electrónica, y la difusión de servicios personales y de esparcimiento. En tercer
lugar, la bancarización de la economía, que ha absorbido proporciones crecientes de los
movimientos monetarios, como el pago en cuentas bancarias de nóminas salariales, y ha
ampliado a través de las tarjetas de crédito el poder de compra en particular de las familias de
clase media. Y en cuarto lugar, y como algo fundamental, debemos mencionar los cambios a
nivel macro social en las ideas acerca del consumo material e inmaterial, los gustos y los
modelos de comportamiento insertos en la cultura que constituyen un encuadre para
comprender los estilos de vida de las clases sociales en una perspectiva micro social. El
marketing y la publicidad son los mecanismos de transmisión de la cultura global hacia
individuos y grupos sociales. Los shoppings y supermercados, y la difusión de las tarjetas de
débito y crédito, y del crédito bancario y extra bancario al consumo, que en la Argentina no
han alcanzado el nivel de expansión de los países desarrollados, no solo han impactado en lo
que se consume y su magnitud, sino también en cómo se lo consume y asi en los patrones de
su valorización y preeminencia en los estilos de vida. Los medios de comunicación han
devenido en vehículos de la difusión de nuevos contenidos y tipos de consumos, proceso
también resultado del giro en la interpretación sociopolítica del sistema capitalista ocurrido
después de la Segunda Guerra Mundial. La sociedad y su población han cambiado;
subyaciendo a los cambios económicos y culturales están los agentes sociales.

Buenos Aires y las grandes ciudades de la Argentina tuvieron sus barrios residenciales de clase
media y alta que con el tiempo se fueron demoliendo para ser reemplazados por edificios de
departamentos. Mientras que en algunos espacios urbanos el reemplazo fue casi total, en
otros fue parcial, lo cual dejo esta fisonomía peculiar de mezcla de alturas. La segregación
residencial de las nuevas urbanizaciones es solo una expresión actual de un proceso de
ocupación diferencial del espacio que siempre ha existido en la Argentina. Sin embargo, la
segregación espacial no necesariamente da lugar a procesos socioculturales de distancia social.
Mientras que lo que hemos conceptualizado como “clase social” se reproduce a través de la
herencia de los recursos, derechos, monopolios y privilegios, los estilos de vida lo hacen a
través del cuidado de la salud, de la educación y de todos los mecanismos de transferencia
generacional de los modos de pensar y vivir. La expansión de la educación pública de nivel
primario y secundario respondió a metas de elites político-ideológicas que con variados
fundamentos hacían de la educación un puntal del desarrollo del país; también fue la
respuesta a las demandas de las crecientes clase media y clase obrera consolidada de
mediados del siglo XX. Sin embargo, la implementación de políticas orientadas a mejorar las
oportunidades de acceso y egreso de los niveles secundarios y terciarios, y las desigualdades
regionales persisten. El tipo de escuela a la cual asisten los niños y jóvenes constituye otra
fuente de desigualdad. En educación, al igual que en el cuidado de la salud, como modelos
sociales de comportamiento de la clase media, “la socialización familiar proporciona a los
niños y jóvenes un sentido de lo que es natural para ellos”. Las ventajas de pertenecer a la
clase media son más evidentes en la educación superior, terciaria y universitaria, ciclos en los
cuales la proporción de alumnos de ese origen se ha mantenido a lo largo del tiempo, asi como
la probabilidad de graduarse, en especial en las carreras largas.

La clase media argentina comprende fracciones compuestas por ocupaciones que se


desempeñan en el sector privado y en el sector público de la economía. El rasgo en común es
que no se ubican dónde está inserto el poder económico y político, pero tampoco en el otro
extremo de la estructura de clase. Los gerentes operativos, los profesionales, los propietarios y
socios de pymes, y una gama de empleados administrativos y agentes del sector privado
conforman la clase media junto con diversos niveles de las burocracias nacional, provincial y
municipal. La educación como canal de ascenso social y de autorrealización personal es un
valor permanente de la cultura argentina, fuertemente arraigado en la clase media, que
aparece reflejado en su literatura, los medios de comunicación y las investigaciones científicas
llevadas a cabo en ese campo disciplinar. De esta manera, las familias tratan de preservar (o
alcanzar) para sus hijos la posición social de clase media, reproduciendo un consenso
generalizado sobre el valor de la educación y el valor del esfuerzo personal en el logro de
metas. Las ideas de libertad, igualdad y justicia figuran corrientemente en la bibliografía
sociológica asociada a la clase media y con frecuencia son mencionadas como el sustento
valorativo de la democracia. En la clase media argentina, la idea individualista del libre albedrio
difiere de la concepción de la libertad que sustenta nuestra organización nacional,
interpretada como el puntal de los derechos individuales garantizados por el sistema
normativo. En la percepción de miembros de clase media, la igualdad de oportunidades es un
valor apreciado, aunque existen dudas acerca de su vigencia en el país; en última instancia, los
responsables de ponerla en práctica y desprenderse de las malas prácticas corruptas son la
política y el gobierno. La justicia no como valor inmanente del comportamiento social, sino
como institución judicial, en la opinión de muchos miembros de la clase media, está
deteriorada. No existe porque esta mercantilizada, favorece a los poderosos y esta corrompida
por sus vínculos con el estado y el poder. La idea corriente en la clase media es que la
Argentina es un país corrupto; el sector público es el principal estigmatizado. La auto
identificación de clase es resultado de un proceso colectivo interpretativo de contenido
psicológico-social y cultural, que, como toda interpretación, esta permeado por las
circunstancias históricas en las cuales la gente se desarrolla. La clase media está ubicada en el
medio del a estructura de clase y asi se siente. En sus modelos culturales y en sus ideas y
énfasis en la educación, no difiere de otras clases medias de otros países.

Las clases altas y la experiencia del mercado. Concentración y extranjerización de la


propiedad. Crecimiento y segmentación del consumo en la Argentina reciente.

En la medida en que las sociedades modernas gustan definirse como compuestas por
individuos libres e iguales, cuyas únicas diferencias legítimas son las fundadas en la necesidad
o el mérito, la constatación de que existen desigualdades significativas y persistentes tensiona
ideales muy profundos. No bien se plantea la distancia entre los más pobres y los más ricos, y
se identifica a quienes concentran las mayores ventajas, se suele avanzar en el reclamo de que
estos asuman mayores cargas. Si bien estos análisis tuvieron su auge en los años noventa,
iluminaron procesos típicos de momentos de grandes cambios. Pero el carácter extraordinario
de ciertas grandes fortunas no remite solo a determinadas temporalidades densas: analizar a
las minorías de enriquecimiento fulgurante también conduce a sobrerrepresentar a quienes
violan la ley. Aunque la ilegalidad y la acumulación extraordinaria muchas veces vayan de la
mano, resulta abusivo atribuir toda obtención de riqueza a mecanismos ilícitos. Si esta tesis se
volvió tan popular, es por la creciente confusión entre la ilegalidad y la ilegitimidad. El
creciente malestar provocado por las transformaciones en el mundo del trabajo se combinó en
la Argentina con otros procesos igualmente legales pero ilegítimos. La tensión entre la
legalidad y la legitimidad en las clases altas se perpetuo por la persistente incapacidad de la
administración central para gravar la riqueza y evitar la fuga de capitales. La situación es aún
más grave si se atiende a la riqueza off shore. También aquí los testimonios se corresponden
con los datos agregados. Una abrumadora mayoría de los miembros de las clases altas
manifiestan hostilidad frente al Estado y naturalizan las prácticas de evasión y fugas de divisas.
En suma, en el recelo que generan los sectores más altos en el espacio público resuenan, sin
explicitarse, distintos procesos que no necesariamente refieren a la corrupción.

Una vez que abandonamos la idea de que las clases altas son un conjunto de familias que se
perpetúan desde siempre o una minoría que acumula recursos por estrategias ilegales, se abre
el interrogante sobre los criterios de demarcación. En tanto país capitalista de desarrollo
intermedio, la Argentina tiene un sector que concentra un conjunto de ventajas materiales y
este incluye a cientos de miles de personas. En la Argentina como en el mundo, la estrategia
más utilizada para medir las desigualdades sociales es la magnitud de los ingresos registrados a
través de las Encuestas Permanentes de Hogares. La fuerte reactivación económica conocida
por la Argentina desde 2003 logro disminuir los niveles de desempleo y pobreza, pero revirtió
de manera mucho más moderada las tendencias en la distribución de los ingresos. Esta última
aclaración introduce un elemento central para nuestro análisis: la singular heterogeneidad de
quienes ocupan el 10% superior de la pirámide de ingresos. Según esta perspectiva, podemos
definir a los miembros de las clases altas como los dueños y directivos de las grandes empresas
y los funcionarios públicos de rango más alto.

Como alertara Germani, el capitalismo argentino se caracterizaba ya, a mediados del siglo XX,
por una singular concentración de la propiedad y la facturación, y esto en todos los sectores de
actividad. Las últimas décadas del siglo acentuaron estas tendencias, y no se revirtieron, sino
que se afirmaron después de 2001. Si bien se multiplicaron las pequeñas y medianas
empresas, la concentración de la propiedad y la facturación en la cúspide siguió siendo
acentuarla. Lejos de proteger y privilegiar al empresariado nacional, exceptuando algunos
casos puntuales, las reformas de mercado tuvieron al capital extranjero como principal
protagonista. También aquí la última década plantea más continuidades que rupturas. Si bien
el Estado argentino no implemento ninguna política de salvataje de las deudas de las empresas
de no residentes en el país, la inversión externa directa estuvo lejos de replegarse.

El avance del capital extranjero no significa que los grandes empresarios argentinos hayan
desaparecido como parte de las clases altas. Significa, antes bien, que se volvieron menos
relevantes como actores económicos. Más allá de la mirada de conjunto, los argentinos más
ricos siguen siendo empresarios o herederos de grandes empresas nacionales. Este podio es
acompañado de otros grandes empresarios argentinos que sobrevivieron a las reformas y
algunos que se hicieron fuertes gracias a las nuevas políticas publicas desplegadas desde 2003.
El retorno al proteccionismo estatal, lejos de perjudicar al empresariado nacional, volvió a
replicar en él muchas de las prácticas denunciadas en el periodo anterior. La última década
auguro también la expansión en empresas medianas y medias grandes que, subsidiarias de las
más consolidadas o favorecidas por la devaluación y la protección del mercado interno, se
tornaron viables. En este sentido, estas compañías y sus dueños padecen una doble fragilidad.
Por un lado, en la medida en que las condiciones de protección han sido regulares, la
prosperidad no los salva de las profundas dificultades que enfrentarían si tuviesen que
competir en una escala global. Por el otro, dado que el financiamiento fue escaso y los niveles
de informalidad elevados, muchos reinvirtieron gran parte de las ganancias obtenidas y no
consolidaron un patrimonio personal que les permita sobrevivir en tiempos críticos. Aunque ya
no detenten los principales resortes del poder económico, los empresarios nacionales siguen
concentrando una particular atención entre los hombres de negocios.

Pero no todos los argentinos adinerados son dueños de las organizaciones que dirigen. La
extranjerización y la corporativización de la propiedad conllevan un avance de los altos
ejecutivos. La importancia creciente de los gerentes, y con ellos la valoración de competencias
específicas, modifica los patrones de reclutamiento dentro de las clases más altas. Las
universidades, y en particular las de elite, se fueron afirmando como espacios de formación y
promoción de los altos gerentes. Por un lado, la oferta de estas nuevas casas de estudio se
concentra en las necesidades del mundo de los negocios. Por otro lado, con la consolidación
de programas que articulan a las universidades privadas con el mundo de la empresa se
establecen circuitos de sociabilidad y circulación cada vez más cerrados. El aumento en el
número de directivos profesionales modifica también los patrones de sociabilidad dentro del
mundo de los negocios. Para los managers de las empresas más grandes, las recompensas
materiales eran significativas. Según consultores entrevistados por La Nación, los sueldos de
los altos ejecutivos suelen depender del sector de actividad, el tamaño del establecimiento y
los niveles de movilidad comprometidos en sus tareas. Los altos funcionarios públicos también
pueden ser incluidos dentro de este grupo. En este sentido, cabría distinguir dos grupos:
quienes, desde la participación en coaliciones gubernamentales, acceden a los principales
puestos de dirección y quienes desarrollan una carrera dentro de la planta permanente de las
grandes administraciones públicas. Asi, aunque la mayoría de los dirigentes de organizaciones
públicas y privadas ganen sumas muy elevadas en relación con el resto de los asalariados del
país, muchos de ellos no lograban ahorrar y declaraban llevar una vida lejana a la opulencia.

Las diferencias de patrimonio e ingresos no se traducen automáticamente en desigualdades


en la calidad y las oportunidades de vida. Claro está, la Argentina no dejo nunca de ser un país
capitalista. Sin embargo, como muchos de los Estados de bienestar europeos, un conjunto de
bienes y servicios comenzaron a ser definidos como “necesidades básicas” para las personas o
las familias pero también para la nación. La multiplicación de las mercancías fue concomitante
a la expansión de la privación relativa: por definición, la oferta del mercado se reserva a
quienes puedan pagarla. Este proceso no fue automático y muchos miembros de las clases
medias altas y altas juzgan injusto que el dinero abra y cierre tantas puertas, establezca
principios de exclusión tan infranqueables. La concentración residencial de las familias
adineradas en un área geográfica arrastra el desplazamiento de todo tipo de servicios para
asistirlas. Entre estas elecciones, la de la escuela es uno de los mecanismos más fuertes de
delimitación de un universo de pares socioeconómica y culturalmente homogénea. Como en la
comercialización de otros servicios, la segmentación del mercado educativo no llevo a la
integración y jerarquización de la oferta en una misma escala, por todos reconocida y
admirada. Resultaría aventurado hacer afirmaciones sobre la dinámica familiar de las clases
más altas: los estudios sobre el tema rara vez establecen diferencias entre los sectores medios
y superiores a la hora de analizar las transformaciones en la conyugalidad y la filiación.

Las clases altas también presentan una gran heterogeneidad y considerables dificultades para
establecer una demarcación satisfactoria. En una configuración que tuvo grandes
modificaciones con las reformas de mercado adoptadas en los años noventa, la crisis de 2001
no parece haber establecido rupturas significativas. Si hubo cambios, estos van más en el
sentido de cierta estabilización y hasta protección de la competencia. En un momento de
mayor estabilidad, surge con recurrencia la convicción de que el mejor modo de prosperar en
la Argentina es hacerse buenos amigos. Incluso podría decirse que la relación problemática de
la sociedad argentina con sus clases altas y la insolencia que a veces se les profesa no es por
completo ajena a este grupo que también se ha vuelto renuente a la disciplina y al respeto de
las jerarquías. La política pública vinculada a las clases más altas parece tener dos aristas: la
conformación de más y mejores gravámenes que en efecto permitan distribuir mayores cargas
a quienes más tienen, y el fortalecimiento de las entidades públicas y controles que aseguren
que el dinero no sea un operador tan exclusivo y eficiente en el acceso a bienes básicos.
La marca de distinción de algunos consumos tiene un plus que impregna a quien lo consume,
le da prestigio y lo ubica en una posición de mayor reconocimiento social. Al mismo tiempo,
esta posición le permite tomar distancia de otros grupos sociales que, a su vez y por lo general,
buscan imitar los comportamientos y emular el gusto de las clases altas. En cuanto a las clases
medias, la mayoría de las reflexiones de las ciencias sociales tendieron a destacar su debilidad
estructural, es decir, sus fronteras difusas y su falta de peso específico propio por ocupar un
lugar intermedio en la estructura social. Sus pautas de consumo buscan diferenciarse de las de
las clases populares al mismo tiempo que intentan imitar a las de las clases altas. La categoría
“medio pelo” de Arturo Jauretche aludía a quienes formaban parte de este colectivo y
atravesaban experiencias de movilidad social ascendente. Sus estilos de vida estaban
marcados por una búsqueda de prestigio social que la mayoría de las veces quedaba atrapada
en un juego de apariencias. Son las lecturas sobre el gusto de las clases trabajadoras las que
suelen poner el énfasis en la necesidad como motor del consumo. En su mayoría sostenían
que, mientras que los otros grupos sociales consolidaban su propia posición social a través de
sus pautas de consumo en las que se jugaban diferentes estilos de vida, el patrón del consumo
popular estaba signado exclusivamente por la necesidad y la carencia. Por un lado, desde la
economía se proponía una visión idealizada del consumidor racional. Por otro, sobre todo
desde la filosofía y la teoría crítica, se elaboraba una visión negativa del consumo de masas
concebido como una forma de alienación. Asi, hacia fines del siglo XX se comenzó prestar
atención a la dimensión identitaria, es decir, al consumo como un factor que impulsa la
integración a un grupo; como una forma de relación simbólica con el mundo.

De acuerdo con estas reflexiones, en esta “sociedad de consumidores”, al mismo tiempo que
se vuelven más frágiles los contenidos socializadores del trabajo –cada vez más inestable- y se
pierden los derechos asociados con el empleo, la norma que se impone a los actores es la de
tener capacidad y voluntad de consumir. Es una sociedad donde se constituye un imperativo
de consumo que habilita no solo la posibilidad de acceso a determinados recursos, sino
fundamentalmente la participación plena en la vida social. Si bien no todos los análisis sobre
las transformaciones del capitalismo contemporáneo adscribirían a las tesis del pasaje de una
sociedad organizada en torno de la figura del productor a otra estructurada alrededor del
consumidor, existe cierto consenso que señala la combinación de procesos de transformación
del trabajo con el desmantelamiento de las regulaciones construidas por el Estado de
bienestar. La sanción de legislación reguladora de las relaciones de consumo y la creación de
agencias dedicadas a la protección de los consumidores pueden interpretarse como una
expresión entre otras de la consolidación de la figura del consumidor.

El crecimiento del consumo interno ha sido señalado en repetidas oportunidades como una de
las expresiones más elocuentes del proceso de recuperacion económica observado tras la crisis
de 2001. En primer lugar, el patentamiento de autos nuevos se multiplico por seis entre 2003 y
2012, pero se trataba de la renovación del patrimonio de quienes ya tenían auto, más que en
la ampliación de ese tipo de consumo a nuevos sectores. En segundo lugar, también se produjo
un aumento importante de los viajes del extranjero, y sobre todo de vacaciones. Otros
indicadores, en cambio, hablan de una evolución que es más difícil de asociar a un sector
socioeconómico en particular. Es lo que sucede con el equipamiento de los hogares. Estas
observaciones coinciden con las que a comienzos del año 2000 realizaba un trabajo basado en
mediciones realizadas por consultoras privadas, el cual tiene la ventaja de presentar la
distribución del equipamiento por niveles sociológicos. El comportamiento de las ventas de
este tipo de bienes a lo largo de la segunda mitad de la década de 2000 abona también estas
interpretaciones. Por último, algunos de estos cambios expresan no solo innovaciones
tecnológicas, sino también modificaciones en los hábitos de consumo. Estas observaciones
ofrecen elementos interesantes para pensar la estructura social y sus transformaciones. El
sentido común señala que el patrimonio de los hogares es un indicador importante de la
posición que estos ocupan en el espacio social. ¿El aumento del consumo puede considerarse
un indicador de movilidad social ascendente? Sin dudas, el acceso a equipamiento que antes
no se poseía redunda en un aumento del bienestar de los hogares, en nuevas formas de
participación en la vida pública por medio de los consumos culturales y el entretenimiento y
también en la posibilidad de otras formas de reconocimiento social, a través de la apropiación
de bienes de alto valor simbólico, como la computadora o los teléfonos celulares.

El aumento del consumo también se puede observar a través de la evolución de la venta


minorista en distintos comercios. Las ventas en centros comerciales muestran una evolución
diferente. EN este caso, el repunte de la actividad se registra más tempranamente y con
niveles más elevados que en los supermercados, lo que demuestra que el crecimiento del
consumo en el periodo de recuperacion económica beneficio en un inicio a los sectores de
mayores ingresos, que son los que en general consumen en los shoppings, para más tarde
observarse en los supermercados y otros comercios. Más allá de este crecimiento general de
las ventas minoristas, a lo largo de la última década se también se registraron cambios
importantes en los circuitos de comercialización. En los años noventa, la gran novedad fue la
difusión de los supermercados y los centros comerciales, que marco el declive de los pequeños
comercios. En la década del 2000, esta tendencia no fue revertida, pero también se observan
otras transformaciones, entre las cuales se destaca el surgimiento de ferias de grandes
dimensiones, en general centradas en la venta de indumentaria, que constituyen uno de los
principales canales del consumo popular. Desde las ciencias sociales, también se ha prestado
atención a otros circuitos de consumo popular de desarrollo más reciente, como la feria de los
cartoneros ubicada a pocos metros de la estación ferroviaria en el partido de Jose C. Paz. Tal
como lo señalan estas autoras, el aumento del consumo no implica necesariamente su
democratización. En algunos casos, parece tratarse más de la profundización de los procesos
de segmentación, ya que no todos los que participan del consumo lo hacen en condiciones de
igualdad. Ni por los productos que adquieren, ni por las posibilidades de acoplo, movilidad y
transporte. Las políticas públicas que apuntan a mejorar esas condiciones muestran límites.

A través de la elevación del nivel de los salarios, la ampliación de la cobertura previsional y el


incremento de las políticas de transferencias de ingresos la política pública influyo
directamente en el crecimiento del consumo interno a lo largo de la última década. Desde
luego, ninguno de esos productos en sí mismo una invención de la actualidad. Su historia se
remonta, con variaciones según el caso, a varias décadas atrás, y ya habían conocido un fuerte
impulso en la década de 1990, cuando el calor de la estabilidad monetaria el acceso de los
hogares al crédito bancario y no bancario se vio facilitado. Ese aumento de los clientes
bancarios fue seguido por un crecimiento de la oferta de financiaciones destinadas no ya a las
empresas, sino a las familias, y se refleja nítidamente en el aumento del peso que esas
financiaciones tuvieron en el conjunto de las otorgadas por los bancos. Pero fue sin dudas en la
última década cuando el crédito a los hogares conoció su expansión más fuerte, y llego en
2014 a representar más del 34% del total de las financiaciones bancarias. Sin embargo, no se
cuenta en el país con información desagregada para conocer las características de los hogares
que acceden a cada tipo de financiación, ni tampoco como se modificó esa distribución a lo
largo del tiempo. Por ese motivo, debemos recurrir a indicadores indirectos. Pero las
estadísticas presentadas aluden solo a los servicios y productos financieros ofrecidos por los
bancos, que se encuentran lejos de representar la totalidad del crédito al consumo disponible.
Las ciencias sociales son escépticas sobre una supuesta democratización de las finanzas. Nos
recuerdan la importancia de indagar en qué condiciones los diferentes grupos sociales
participan de esta expansión de la actividad financiera. Se conforma asi un mercado de crédito
al consumo claramente segmentado, con productos de menor costo y condiciones de
contratación reguladas por el Estado que benefician sobre todo a los sectores más estables y
de mayores recursos, y alternativas más caras y condiciones menos protegidas para los grupos
más vulnerables. Otras características del funcionamiento de este mercado contribuyen a
profundizar su segmentación. Muchas veces son los propios bancos comerciales los que se
encuentran detrás de las compañías financieras que imponen a sus clientes las condiciones
más leoninas, a veces ofreciéndolos en la misma sucursal bancaria. En síntesis, la difusión de
los servicios financieros, en particular del crédito al consumo, ha desempeñado un rol clave en
la ampliación del consumo interno registrado en la última década.

A diferencia del esquema vigente en los años noventa, el crecimiento económico de los
últimos diez años ha descansado en buena medida en la dinamización del consumo interno,
respecto de la cual el Estado asumió un papel fundamental, tanto por medio de la llamada “re-
regulación de las relaciones laborales” y el mantenimiento de los niveles salariales como de las
sucesivas políticas de transferencia directa de ingresos. Nuestro país no ha sido el único
atravesado por procesos como los que se describen en este trabajo. Sin embargo, los efectos
de esta articulación no son vistos del mismo modo en todas partes. La discusión no es solo
sociodemográfica, sino también política. ¿Podemos hablar de una democratización de la
sociedad como resultado de la ampliación del consumo? Para algunos, esta conclusión es
indudable, en la medida en que mayor participación de las clases populares en el consumo
contribuye a erosionar las barreras sociales existentes entre los grupos y a desafiar las
jerarquías establecidas. En la Argentina, el crecimiento del consumo no ha estado ausente del
debate público de los últimos años. Sin embargo, rara vez fue tematizado en términos de su
contribución a procesos de movilidad social ascendente. Probablemente, el motivo de esta
ausencia deba buscarse en el peso que la propia categoría de “clase media” ha asumido
históricamente en el país, condensando no solo un conjunto de rasgos demográficos, sino
sobre todo un fuerte sentido político. ¿La ampliación del consumo de los últimos años
contribuyo a modificar esas ideas acerca de que es ser de clase media en la Argentina? Es difícil
saberlo. Sin lugar a dudas esta categoría parece definirse por un trabajo de profunda
reflexividad. Sin dudas, el consumo ha adquirido un rol cada vez más relevante en la vida
social, no solo en función de su relación con los niveles de bienestar de los hogares, sino sobre
todo por lo que el acceso a ciertos bienes significa en términos de reconocimiento social. Por
lo tanto, pensar en el consumo debería ayudarnos a complejizar, antes que a simplificar, el
estudio de la estructura social, cometido al que este capítulo quiso contribuir.
Bolilla IX.

La discriminación y la diversidad social en la estructura argentina. La invisibilidad como


injusticia. Formas y categorías de discriminación en la Argentina. Inmigrantes y
“racialización”. Escuela y discriminación. La exclusión territorial.

La noción de discriminación hace visible desigualdades de hecho y de derecho, y en ese


sentido es una herramienta política y jurídica valiosa. Pero tiene algunos problemas aunque
subsanables, importantes. Lo que subrayamos desde la perspectiva de la vulnerabilidad
estructural es que estas formas y niveles de la discriminación son fenómenos que pueden
explicarse sociológicamente y transformarse políticamente en la medida en que las
comprendamos en su politicidad, es decir, al reconocer su carácter estructural e histórico. En
los términos asi planteados, el objeto de políticas públicas sobre el cual intervenir e investigar
son conductas individuales y discursos circulantes. El informe parte de inquietudes similares:
propone dar cuenta de la discriminación en clave de desigualdad social, de clase, y habla por
ejemplo de “racismo estructural”. También recupera las definiciones de “discriminación”
prevalecientes en la población: como cuestión de educación, de derechos humanos y como
cuestión moral; y propone analizarla en tanto percepción, experiencia propia y objeto de
denuncias al Estado. La grilla de interpretación en que se inscriben el informe y la propuesta de
políticas públicas a la vez proponen salirse del cuadro individual para remitir a lo estructural y
a los derechos humanos, y comprende lo estructural en clave socioeconómica. Los ámbitos
más mencionados en los cuales tienen lugar las experiencias de discriminación son, en orden:
el ámbito educativo, el ámbito laboral, la vía pública, los boliches y eventos sociales, los
centros de salud y hospitales, y el ámbito familiar. Como puede verse, todos ámbitos ligados
directamente a la reproducción social y a las chances de movilidad social. Cabe señalar que el
92% de la muestra nunca denuncio ante ninguna instancia un acto discriminatorio. Esto
muestra que la población todavía no considera que ante un acto discriminatorio se pueda
exigir una respuesta. Si el papel del Estado como responsable de dar respuestas ante la
discriminación no es percibido por la mayoría de la población, tampoco lo es en su calidad de
productor y reproductor de estructuras sistémicas de discriminación y estigma. En primer
lugar, señala que “los migrantes son percibidos como el colectivo central de las prácticas
discriminatorias en torno a los prejuicios y estigmas junto a las personas en situación
económica vulnerable”. La percepción de discriminación no necesariamente indica su
condena. Como señalamos antes, la percepción de que en la Argentina se discrimina a las
minorías religiosas no está muy extendida. En relación con la población afrodescendiente, el
informe señala que la percepción acerca de dicha población es 38% de rechazo y solo 29% de
aceptación. A nivel nacional 49% percibe discriminación hacia pueblos indígenas en diversos
ámbitos; pero no se condena mayoritariamente, ya que se le exige en diversos sectores un
mayor esfuerzo en la integración de esas comunidades a la cultura general del país. Entre
quienes dijeron haber sufrido discriminación, un tercio se lo asigna a quienes “sufrieron
racismo estructural”, considerado “causante de la formación de las clases sociales en la
Argentina”. Luego, el informe examina la discapacidad y el género. Aquí vuelven a ponerse de
relieve las conductas y experiencias, aun cuando también podría preguntarse en qué medida y
como la discapacidad y el género son estructurales, en el sentido de determinar estructuras
más históricas y a la vez más permanentes de desigualdad social y ser determinados por ellas.
Como señala el propio informe, no es correcto hablar de “población LGBT”, ya que el grado de
discriminación o reconocimiento de gays y lesbianas en relación con las y los trans no habilita a
subsumir las experiencias ligadas a la orientación sexual y a la identidad de género bajo una
única categoría LGBT. El informe da cuenta de una variabilidad de actitudes y experiencias que
muestran cierto reconocimiento de la pluralidad con la percepción de prácticas
discriminatorias y la persistencia de prejuicios que no se condicen con los valores democráticos
a veces proclamados. El Estado se presenta como aquel a quien se le puede reclamar y
denunciar ante actos discriminatorios. En un estado de derecho el Estado no solo debe castigar
las violaciones de los derechos humanos, sino promoverlos. Pero un análisis integral debe dar
cuenta del papel productor y reproductor del Estado en materia de jerarquizaciones arbitrarias
que se anudan a la estructura desigual de clases según parámetros económico-productivos.

La popularización de la expresión “diversidad sexual” vino a reemplazar otras denominaciones


más homogeneizadoras como “homosexuales” o “gays y lesbianas”, y otras pretendidamente
inclusivas como “minorías sexuales”, y es coherente con el reconocimiento de derechos
legales. Circula más ampliamente que el sintagma de “diversidad social”, debido a la existencia
de un bullicioso y exitoso movimiento sociopolítico de la diversidad sexual, y de la apropiación
del término “diversidad” para referirse a las variantes sexuales y genéricas que no se ajustan o
se apartan del binarismo heterosexual. Estos reconocimientos o privilegios ligados al modo de
vivir la sexualidad, o estas prácticas de estigmatización y exclusión, no son solo un asunto de
valores y gustos que en algún momento de la historia o en determinada sociedad o grupo
social se dan como fenómenos. Por el contrario, insistimos en que estos modos de reconocer o
desconocer modos sexuados de ser en el mundo son sistemáticos, se traducen en
instituciones, leyes, ordenamientos y prácticas, es decir estructuras, y son reproducidos por
estos. La diversidad sexual perecería ser, en contraposición a la heterogeneidad social o
sociodemográfica, un fenómeno y una perspectiva más fluida, más plural, más “individualista
metodológica” que la heterogeneidad de clase socioeconómica o educativa, que puede y suele
pensarse de manera más estructural, mas estructurada y más fija, fondo oceánico sobre el que
nadan y flotan colectivos e individuos, con sus juicios y sus prejuicios. La noción de diversidad
remite más fácilmente al pluralismo que a la contradicción, al problema de la intolerancia en
lugar del problema del conflicto. La diversidad social plasmada en una normatividad
institucionalizada no concierne solo a lo sexual, sino a la diversidad corporal/de salud, la racial
y la religiosa, a menudo tan imbricadas que es difícil separarlas sino analíticamente. El
binarismo sexual y genérico es presentado en su epistemología y en su ontología como algo
natural, algo necesario, universal. Este modo de presentarse contribuye a reforzarlo, a
estructurarlo como modo que a su vez determina las expectativas sociales, que se dan incluso,
para exagerar un poco, desde la concepción: cuantas veces se ha “casado” a un bebe recién
nacido con la beba recién nacida de la pareja amiga. Aun en tiempos de flexibilización
normativa, este dialogo no es esperable en referencia a bebes del mismo sexo. El binarismo
sexual en cuento estructura social da cuenta de este aparente carácter natural, necesario y
universal, en el sentido de que proviene desde mucho tiempo atrás, permanece y tiene el cariz
de que será siempre así, y en el sentido de que determina el cauce de variabilidad en el cual
grupos e individuos experimentan modificar patrones de género y sexualidad, es decir los
límites de la experimentación sexual y los de las identidades de genero que pueden inventarse
y asumirse. Esta afirmación para la sexualidad y el género puede referirse sin grandes
recaudados ni modificaciones a la raza y la etnicidad: construidas como naturales, nada tiene
de natural el ordenamiento social y político, el reconocimiento o el estigma. Para otra ocasión,
queda examinar cómo estas cuestiones, genero-sexualidad y raza-etnia, son indisociables en la
experiencia individual y social y también deberían serlo para el análisis sociológico. Tal vez sea
la persistencia del aborto clandestino e ilegal la única cuestión central de sexualidad y género
que ha quedado sin modificarse en el país y en casi toda la región. Las relaciones sociales en
cuestiones de sexualidad, género, reproducción y salud son estructuralmente definidas en un
sentido jerárquico de género, en el sentido de que la heteronomía afecta a las mujeres: son
otros quienes les dan sus leyes. La prohibición del aborto parece venir desde el inicio de los
tiempos, parece eterna, pero no lo es: no siempre ha sido asi. Y también parece inmutable,
pero tampoco lo es. En pocas palabras: las cuestiones de la sexualidad y el género parecen ser
tanto eternas como de extrema fluidez, liquidas. Son estructurales pero esto no implica que no
sean contingentes, que puedan ser distintas de lo que son en la actualidad a partir de procesos
históricos y conflictos políticos que han cristalizado en un orden institucionalizado. Una
manera tradicional de encarar el conocimiento y la lucha político-legal acerca de las diferencias
sociales de las mujeres y los varones es hacerlo a partir de la categoría “discriminación”. De
hecho, existe una convención que propugna la eliminación de todas las formas de
discriminación contra las mujeres, que la Argentina ratifico tras muchas resistencias.

Investigar la diversidad en la intersección de las desigualdades socioeconómicas, de género,


etarias, sexuales, de salud y raciales, entendidas como desigualdades estructurales e
históricas, y actuar políticamente sobre ellas implica abordar el fenómeno más allá del plano
de las actitudes individuales o incluso de las reglas institucionales. En la Argentina, no parece
haberse hecho el esfuerzo suficiente por explicar cuanto y como las desigualdades
socioeconómicas determinan las condiciones de vivir la diversidad corporal, a través de que
procesos y mecanismos, con que resistencias y complejidades. Las desigualdades
socioeconómicas, de género, sexuales y otras, sobre todo cuando son altas y persistentes
como en América, tienen un impacto significativo en la vida de las personas más vulnerables, y
este no es exterior, sino que produce vulnerabilidades. Desde el campo de la salud colectiva, y
en línea directa con las tradiciones políticas latinoamericanas, el concepto de vulnerabilidad
estructural invita a pensar los fenómenos como parte de la totalidad social, y producidos por
ella. A este enfoque cuantitativo se le sumarian luego los enfoques culturalistas y
antropológicos, basados en metodologías cualitativas. De estos enfoques se derivan
intervenciones, a menudo educativas, para informar acerca de mitos, prejuicios y prácticas que
arbitrariamente perjudican a determinadas categorías de la población construidas como
“otras”, como objeto de estigma, discriminación, violencia. Los enfoques cualitativos dirán: las
prácticas sociales no dependen solo ni sobre todo de contar con buena información,
elementos de análisis adecuados y pautas legales correctas. La combinación de ambos
enfoques ha dado buenos resultados, pero se ha revelado insuficiente. Los sujetos y grupos no
actúan ni interactúan solo en función de sus conocimientos e informaciones, de sus valores y
principios, sino de los recursos diferenciales sistemáticamente disponibles o no en cada
contexto. Estos recursos remiten a individuos, a las relaciones sociales de las que participan,
producen y reproducen, y a los marcos estructurales relativos al estado, al mercado, al hábitat,
etc. Los recursos o instrumentos no están distribuidos de manera azarosa en la sociedad, sino
según patrones diferenciales de acceso que a menudo se corresponden a los de desigualdades
sociales conocidas: estrato socioeconómico, educativo, regional, de género, de edad, etc.
Como puso de relieve la experiencia del VIH/sida allá por los años ochenta, la traducción social
del vocablo “riesgo” en términos de identificaciones sociales e incluso de auto identidades
sociales de señalamiento de ciertas categorías ya discriminadas, alentó el estigma y la
exclusión más que ayudar a la cuantificación de las infecciones, la morbilidad y la mortalidad.
Este efecto de estigmatización tuvo sus consecuencias paradójicas: puso a numerosas
categorías sociales en la disyuntiva de padecer los daños reforzados por esta dinámica, o bien
organizarse y luchar por el reconocimiento de su dignidad y derechos. El círculo vicioso de la
sinergia de estigmas se volvió el círculo virtuoso de la inclusión ciudadana. Si las nociones de
riesgo y de diversidad desagregan individuos-agentes, fenómenos y efectos, la noción de
vulnerabilidad pretende ser sintética, en el sentido de integrar los elementos aislados en
totalidades relacionales complejas y apuntando más a la inteligibilidad que a la calculabilidad.
El concepto de vulnerabilidad estructural, y en perspectiva de derechos humanos, designa un
conjunto de aspectos individuales y colectivos relacionados con la mayor susceptibilidad de
individuos y comunidades a padecimientos o perjuicios y, de modo inseparable, menor
disponibilidad de recursos para su protección. Los análisis de la dimensión individual de la
vulnerabilidad parten del individuo, del individuo en relación con los suyos, con sus otros
significativos, en su socialización primaria y vida cotidiana. Esta perspectiva sobre la
vulnerabilidad es coherente con aquellas según las cuales la desigualdad social no resulta de la
agregación o yuxtaposición de desigualdades discernibles más allá del análisis, sino de
dimensiones integradas que no sin tensiones se retroalimentan y reproducen. Tampoco el
género o la sexualidad o la experiencia racial son una dimensión más de la experiencia o la
identidad individual ni colectiva, un atributo discernible de individuos autónomos, sino que
cada uno refiere a una dimensión especifica de las relaciones sociales, la dimensión genérica,
sexuada, racializada. Algo similar puede predicarse de la experiencia étnico-racial: solo es
comprensible y explicable, y transformable en dirección del reconocimiento no-
discriminatorio, si se la incluye como dimensión de un conjunto racializado de relaciones
sociales que las supone y reproduce. Aunque pueda parecer paradójico, concebir la
vulnerabilidad como estructural implica examinar la diversidad siempre en contextos
específicos. El hecho de que los contextos sean específicos no quiere decir que no existan
patrones identificables. Hay un salto que desde las investigaciones nos es difícil recorrer: los
factores macrosociales están en un extremo, y las prácticas y condiciones micro están en el
otro. Este capítulo invita a cuestionar los supuestos prevalecientes para encarar la
discriminación –fenómeno negativo- y el reconocimiento de la diversidad social –fenómeno
positivo-. El cuestionamiento lleva a reformulaciones epistemológicas. Las epistemologías
basadas en supuestos no-estructurales ofrecen pinturas parciales de las realidades que
pretenden describir, explicar y comprender. Es hora de volver a examinar los fenómenos en el
marco de la totalidad que los produce y que ellos contribuyen a reproducir.

La persistencia histórica de la racialización de las relaciones de clase –o sea, la vinculación


históricamente establecida entre la condición económica y el prestigio de cada grupo étnico y
nacional y, particularmente, la descalificación que pesa sobre la población no europea,
migrantes del interior o de países limítrofes- ha influido en su localización espacial y en las
condiciones de su reproducción económica y social. En la vida cotidiana esta población,
concentrada en gran parte en barrios marginados, casas tomadas o suburbios del conurbano –
alejados con frecuencia de su lugar de trabajo- transita por la ciudad en horarios e itinerarios
condicionados por el rechazo y la sospecha. En una crónica, podemos advertir en la ilusión y la
textualidad dominantes, que suponen que efectivamente Buenos Aires es una ciudad europea.
Ese efecto es ratificado por los itinerarios de algunos sectores y, también, porque en las
características de su distribución espacial la ciudad revela la diferenciación social vigente. Es
lamentable desilusionar a tantas almas cándidas: Buenos Aires no es una ciudad blanca, más
de la mitad de su población ostenta rasgos físicos que los asemejan al mestizo
latinoamericano, al santiagueño o al tucumano, al chileno, al boliviano, al paraguayo. Es
común que la policía solicite documentos para identificar a las personas. Entre ellos ocupan un
lugar preferencial los pobres, los morochos, los inmigrantes de países limítrofes o del interior
argentino. A pesar de ese acostumbramiento y de reconocer en el policía a alguien que
comparte sus características corporales y sociales, el ser objeto de sospecha produce irritación
y tiende a consolidar actitudes de aislamiento y recelo. Es práctica común que, cuando la
policía indaga a alguien que parece provenir de otra zona de la ciudad y de otra clase social, le
examine las manos. Si estas son callosas, se trata de las de un trabajador, de lo contrario, debe
probar que no es un delincuente. La sospecha policial recae insistentemente en la gente del
conurbano, de las villas, en aquellos en los que se advierten las señales de la pobreza y del
trabajo manual. Aquellos que poseen rasgos corporales que los identifican como no europeos
y en quienes hay señales de pertenencia a los sectores más pobres reciben constantemente
mensajes desalentadores en su tránsito por la ciudad. En nuestro medio urbano las
condiciones son otras y la conciencia de ser discriminado y de la propia identidad es más tibia y
difusa. En estas circunstancias la gente adopta estrategias de enmascaramiento y de disimulo.
Son frecuentes los ejemplos de este tipo que revelan conflictividad y estrategias de distinción
en el interior del sector al que nos estamos refiriendo. Las consideraciones socioculturales que
hemos descripto respecto de la valorización del color de las personas se hacen presentes,
incluso, en operaciones delictivas, y los precios registrados en este comercio aberrante ponen
de manifiesto, como en todo mercado –legal o ilegal- el valor social atribuido al color de la piel
y a las características corporales conexas. En este sentido se debe distinguir cuando la
discriminación no va más allá de lo verbal, de las manifestaciones de acción y de agresión. Las
actitudes discriminatorias no llegan aisladas, se integran en los discursos ideológicos de la
derecha, en los que anidan cómodamente. El modelo de pensamiento acostumbrado a
emplear estereotipos y prejuicios está apegado al autoritarismo y a gruesas fallas en el
razonamiento. Los habitantes de las villas se sienten discriminados, aunque no siempre lo
expresan. Quienes viven en algún barrio humilde o en realojamientos efectuados por las
autoridades consideran las villas como un lugar inferior, y manifiestan tales diferencias. La
migración desde el interior hacia la capital permitió en otros tiempos mayor acceso a empleos
y, con ello, un aumento en los ingresos y el poder de compra. Sin embargo, aunque acaso con
diferente frecuencia e intensidad, también en las provincias arraigan y persisten prejuicios
racialistas. Es evidente que también en algunas ciudades de provincia se pueden observar
fuertes manifestaciones discriminatorias, y que las clasificaciones y jerarquías sociales se
correlacionan con frecuencia a modelos corporales de blancura.

La fácil dicotomía “civilización/barbarie” demostró muchas veces su eficiencia. Su momento


emblemático, en épocas más o menos recientes, se ubica el 17 de octubre de 1945, cuando la
inmigración laboral de las provincias y acumulada desde principios de la década del 30, hizo su
irrupción simbólica y en el corazón del espacio urbano de la Capital Federal. Aquel 17 de
octubre impresiono fuertemente en los sectores convencidos de que habitaban en un país
europeo y provoco expresiones políticas, periodísticas y literarias que, en algunos casos,
ocasionaron la posterior autocritica de los propios emisores. Sobre un fondo discriminatorio
que lleva ya muchos años de existencia y que, en el caso de inmigrantes de las provincias y de
países limítrofes, se ha vuelto habitual, en años cercanos han recrudecido los planteos
prejuiciosos, xenofóbicos y racistas, cuyo sujeto de desprecio es básicamente el mismo que
antes, pero ahora enfocado en su condición de extranjero. En un contexto de desempleo y
distribución regresiva del ingreso, bolivianos, paraguayos, chilenos y peruanos se erigen en
presuntos culpables de la creciente pobreza, la inseguridad, el desempleo y la exclusión. Es
importante destacar que en nuestro país la presencia de inmigrantes de naciones limítrofes es
antigua y su proporción bastante constante, pero en el discurso social intervienen imaginarios
que exageran su importancia. El incremento del desempleo poco tiene que ver con la
inmigración, y es probable que el lugar desfavorecido que ocupan en el mercado laboral, junto
con los bajos salarios y las escasas prestaciones que reciben, estén vinculados al mayor
hostigamiento del que son objeto, lo que facilita la superexplotacion de un segmento
poblacional, el de origen migratorio, que por razones sociales y culturales se encuentra en
manifiesta desventaja. Agregaremos que en las cárceles no predomina la Argentina blanca,
sino que un buen porcentaje de los internos poseen los rasgos corporales y sociales que
acabamos de mencionar. Ello no nos informa puntualmente sobre los delitos por sector social
sino que señala la incidencia de la clase de delitos que son particularmente detectados y
castigados. El chovinismo aparece, con toda evidencia, en la frase destacada, como si
efectivamente los humildes braceros que tradicionalmente acuden a Tucumán desde otras
regiones, otras provincias o de países limítrofes realmente se quedasen con el fruto de la tierra
y no con el duro trabajo, las largas jornadas, el escaso salario. Interesa destacar el espíritu
discriminatorio presentado de modo tan abierto y desenmascarado. La pobreza, la
inmigración, la falta de trabajo o el origen indígena parecen ser considerados, por integrantes
de un gobierno democrático, como estigmas evidentes que merecen ilegitimidad, segregación
o abierto desprecio. Es fácil poner la culpa del desempleo y la inseguridad en los extranjeros,
máxime si se trata de personas provenientes de países latinoamericanos, en general limítrofes,
a las que se han agregado recientemente los trabajadores provenientes del Perú. Se activan
asi, sin gran esfuerzo, el prejuicio y la descalificación que desde antaño están instalados en el
país. Los que tienen la piel más oscura, los mestizos, los “cabecitas”, cargan con significados
desvalorizantes que los colocan en el lugar del desprecio y la sospecha. Nada pesan los
argumentos, extraídos de minuciosas estadísticas, que indican que no ha variado la proporción
de esa inmigración en las últimas décadas y que su incidencia en el desempleo y el subempleo
son insignificantes. Mas necesidades e indefensos por su condición de inmigrantes, muchas
veces están dispuestos a aceptar trabajo en condiciones poco favorables. Sus menores
exigencias se apuntalan en las dificultades crecientes para poder trabajar en condiciones
legales; la ilegalidad contribuye a su explotación y es una causa nueva que acrecienta la
antipatía y el rechazo de los sectores populares nativos, que advierten que sus condiciones
laborales son cada vez más inseguras y precarias. Resta solo sorprenderse de la perseverancia,
en los fines del siglo, de argumentos basados en la superioridad racial y en la estigmatización
de los pobladores típicos de América Latina. Acaso podría sostenerse una argumentación
acerca de los males ocasionados por la pobreza, incluyendo los fenómenos que la agravan en
nuestro país en los últimos años. Campea el rechazo hacia la población mestiza, que conserva
rasgos indígenas. El texto comentado parece un anacrónico remedo de algunos escritos de la
segunda mitad del siglo pasado, que porfía en argumentar en contra de las razas decadentes
oriundas de América y propicia la llegada de inmigrantes blancos y rubios, y nos lleva también
a evocar razonamientos análogos corrientes en la Alemania de la década del 30.

La pobreza supone exclusión, y no solo de bienes económicos, también de bienes simbólicos


valorados. Muchas de las formas de exclusión social están relacionadas con la pobreza y
contribuyen a consolidarla. La ciudad habla, expresa la trama social que la constituye y pone
de manifiesto sus contradicciones. Es posible apreciar con facilidad los fenómenos
discriminatorios que en ella anidan. Los “otros” son rechazados explícitamente en algunos
lugares de moda, como es el caso de discotecas o locales elegantes de diversión nocturna que
transforman su capacidad de discriminación en valor. Pero también existen muchas formas de
rechazo menos evidente que van organizando los itinerarios urbanos, delimitando territorios,
estableciendo formas sutiles de permisividad o de exclusión. Estas formas de discriminación
social que se pueden apreciar en el área metropolitana de Buenos Aires reconocen
antecedentes históricos, tanto en el plano social como en el cultural y político, que han
configurado las estructuras de sentido en las cuales estos procesos se articulan. Estos
fenómenos migratorios se instalan, como toda política, en un marco de ideas y valoraciones,
de luchas por el poder y pujas por la instalación social del sentido. Entendemos que el
ingrediente clasista, impregnado por la modalidad histórica que presidio la constitución de las
clases en nuestro país y sobre todo de las cargas de sentido atribuidas a la apariencia física, ha
sido determinante en los modos como se ha gestado y ha perseverado la discriminación que
afecta a los sectores de la población a los que nos estamos refiriendo.

Son muchas las palabras que se emplean, en la literatura universal, para dar cuenta del
fenómeno que queremos aprehender: entre ellas racismo y etnocentrismos que aluden,
muchas veces de modo metafórico, a sus contenidos de negatividad y rechazo. Cabe destacar,
en primer lugar, el uso ampliado de la noción de raza: está claro que racismo es usado hoy
habitualmente en forma eufemística, despojado de su pretensión biológica; ya no se defiende
la idea de la existencia de razas, o sea, de genealogías corporales inmaculadas y de otras
impuras que influirían en la psicología, la cultura y, en general, en los comportamientos de
ciertos grupos humanos. El concepto de raza perdió su pretensión de objetividad hace ya
varias décadas. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el afán principal consistía
en negar cualquier relación entre la raza y características sociales o psicológicas de los grupos
humanos. No lo hemos conseguido, pero consideramos que la palabra raza debe ser utilizada
solamente para la clasificación antropológica de los grupos que presenten un conjunto bien
definido de rasgos físicos combinados en proporciones características. La raza y todo lo que se
invoca respecto de ella puede corresponder a mitos y productos ideológicos, a predicados
imaginarios e irreales, pero el racismo es y ha sido un hecho real que conlleva importantes
consecuencias. Cuando se habla de raza se pretende avalar una clasificación de grupos
humanos, basada en presuntas diferencias, que establece desigualdades que implican
relaciones de inferioridad y de superioridad. Cuando se habla de raza se pretende avalar una
clasificación de grupos humanos, basada en presuntas diferencias, que establece
desigualdades que implican relaciones de inferioridad y de superioridad. Con independencia
de su validez científica, el concepto de raza alude a un mecanismo dirigido a construir la
otredad, a poner en evidencia e identificar al otro. Que se haya dilucidado por fin el carácter
no científico la idea de raza puede ayudar, tal vez, a quitarle argumentos al racismo, aunque en
general su práctica no ha requerido de veracidad y de evidencia empírica para sostener su
eficacia. Lo que se pone de manifiesto es que el fenómeno racismo no está anclado en la idea
de raza: se refiere a grupos humanos a los que por diferentes razones se ha descalificado,
inferiorizado, maltratado o excluido. Los procesos de discriminación han sido clasificados de
distinta forma. Como hemos señalado, los elementos que se asumen como eje de tales
procesos de discriminación, rechazo o estigmatización se han basado en características ligadas
a veces al cuerpo o la herencia física, otras arraigadas en la cultura, la etnia, la clase social o la
nacionalidad. Toda cultura supone un “nosotros” que constituye la base de las identidades
sociales. Estas se fundan en los códigos compartidos, en las formas simbólicas que permiten
apreciar, reconocer, clasificar, categorizar, nominar y diferenciar. La identidad social opera por
diferencia: todo “nosotros” supone un “otros”, en función de rasgos, percepciones, códigos y
sensibilidades compartidas y una memoria colectiva común. En toda sociedad conviven grupos
diferenciados, cuyas identidades sociales se constituyen en torno de diversas variables
vinculadas con su cultura, su historia o bien sus características étnicas, generacionales, de
clase e, incluso, de género o de costumbres. La otredad es una condición común, aunque la
distancia social y simbólica que nos separa de un “otro” puede ser mayor o menor y variar en
su carga afectiva y valorativa. Aceptar que existen diferencias, reconocerlas, señalarlas y
describirlas no implica necesariamente discriminar. Tales características pueden ser reales o
imaginarias, visibles o no manifiestas, pero se trata siempre de calificaciones aplicables a
personas en tanto integrantes de determinados colectivos identificados de alguna manera, y
tales características grupales dan lugar a un presunto saber a priori acerca de un grupo en
cuestión. Una vez identificado un individuo como miembro de un grupo estigmatizado o
descalificado, los caracteres adjudicados a este son aplicados a cada individuo, quien poco a
poco no podrá hacer en el marco de su desempeño personal para mejorar esta calificación
arraigada en estereotipos que no se ponen en cuestión. Es preciso destacar que cuando
algunos de estos planos discriminatorios se instala en la vida de una sociedad está vinculado
social, cultural, histórica e ideológicamente a la estructura social y de clases imperante, e
influye en los procesos de gestación y reproducción de las hegemonías. La descripción que
precede responde, en rasgos generales, a múltiples situaciones históricas. Postulamos,
entonces, una suerte de heteroglosia presente en las manifestaciones racistas, y este concepto
sirve para intentar aproximarse a la complejidad con la que, en diferentes lugares y tiempos,
se presenta con lamentable frecuencia e intensidad esta clase de procesos. Con lo dicho lejos
estamos de pretender simplificar la variedad de manifestaciones discriminatorias y excluyentes
o reducir la importancia de su diversidad y de la necesidad de examinar, en cada caso, en
profundidad, las condiciones históricas, sociales, económicas y culturales de su aparición y
desarrollo. Entendemos que las relaciones de clase se han ido conformado históricamente, en
América Latina y en nuestro país, relegando a posiciones de inferioridad y subordinación a la
población nativa y, más tarde, con el mestizaje y la incorporación forzada de mano de obra de
origen africano, también a la compleja mezcla integrada por las combinaciones entre estos
grupos, cuya principal condición de identidad en no ser blancos. Al intentar deconstruir esa
articulación racializada de las relaciones de clase, se vislumbra la compleja relación que se
instala desde un principio, en América Latina, entre procesos económicos, políticos y
culturales. Para distinguir entre dos de los significados contenidos en la palabra racismo, a
saber, las actitudes de odio y menosprecio destinadas a grupos humanos que poseen
características corporales bien definidas y diferentes de las nuestras y la racionalización de
esas actitudes consistente en la formulación de teorizaciones ideológicas acerca de las razas
humanas. Tzvetan Todorov ha propuesto la distinción entre racismo, reducido a designar los
comportamientos, y racialismo, en el plano de las doctrinas. Retornando a nuestro
planteamiento acerca de la racialización de las relaciones de clase se advierte que, para
caracterizar los fenómenos discriminatorios que se abordan en nuestro estudio, podemos
afirmar que en su genealogía intervienen tanto los comportamientos racistas que estructuran
la sociedad colonial y perduran en las épocas posteriores, como las ideologías racialistas,
tempranamente instaladas en América. Ayuda a comprender la discriminación en Buenos
Aires, en especial la que pesa sobre los habitantes que provienen de las migraciones internas y
de países limítrofes, su caracterización como racialización de las relaciones de clase. Rasgos de
índole corporal, étnica y nacional, en los que arraigan fenómenos culturales, han intervenido
históricamente en la constitución y reproducción de las relaciones de clase en América Latina.

Podemos agregar que los actos discriminatorios y excluyentes se envuelven en una retórica
que se ha vuelto cautelosa, y que el desprestigio otorgado a las actitudes racistas no ha
debilitado sus manifestaciones: ha contribuido, sin embargo, a generar nuevas astucias y
estrategias de ocultación y de disimulo. Queda claro, a partir de los grandes acontecimientos
de este siglo y de la clasificación del racismo favorecida por los horrores del Holocausto, el
contenido ideológico de textos como los citados y de la política desplegada hacia las naciones
dominadas, articulada estrechamente con las modalidades de reproducción de la hegemonía
en el contexto de la política colonial. A principios de siglo, discursos como los citados no
causaban escándalo. El racismo estaba naturalizado, incorporado a toda clase de textos,
incluyendo los que se proclamaban científicos. Fue un progreso que la antropología
incorporase la noción de relativismo cultural que hoy, explorada en todas sus consecuencias
lógicas, no siempre se sostiene. En la perspectiva que estamos describiendo no faltaron
planteos que, hasta cierto punto, justificaron y naturalizaron las posturas etnocentricas,
consideradas como cierto orgullo infantil e ingenuo, necesario para la autoafirmación de
pueblos “primitivos” y útil para la consolidación de su identidad. Sin embargo, desde la
compleja problemática de las sociedades urbanas modernas, el tema del etnocentrismo no
puede ya ser encarado con esa perspectiva anecdótica y un tanto superficial. La palabra
“etnia”, que está en la base de “etnocentrismo” no puede ya ser encarado con esa perspectiva
anecdótica y un tanto superficial. La palabra “etnia”, que está en la base de “etnocentrismo”,
ha sido objeto también de críticas por su ambigüedad y fácil deslizamiento hacia nociones
contradictorias. Si bien las formas en las que se presenta el racismo y la discriminación
ostentan semejanzas, muestran patrones comunes en sus manifestaciones en diferentes
lugares y ámbitos, por ello cada una de estas formas debe ser examinada en su particularidad y
como parte de procesos sociales más complejos. Desde esta perspectiva, hay diversas
contribuciones que analizan las relaciones entre los procesos de discriminación, racismo y
exclusión y la estructura de clases; las mismas han señalado, que la explicación exclusivamente
en términos de clase es muchas veces insuficiente para dar cuenta en su complejidad de
situaciones muy conflictivas que perduran en el interior de las sociedades.

El etnocentrismo tiende a reducir al otro a una categoría, a transformar al otro en cosa, a


reificar al otro. El otro no es considerado como una totalidad compleja sino que se lo reduce a
ser de acuerdo con los rasgos que le son atribuidos. Se le empobrece mediante las operaciones
ideológicas implícitas en el racialismo, y a partir de allí es posible incluirlo en una categoría
despreciada. Esto facilita el rechazo. Pero por el contrario, tendría dificultad en odiar o matar
al otro si lo considero con una condición de humanidad semejante a la mía: si me identifico de
alguna manera con el otro. Para despreciarlo, estigmatizarlo, rechazarlo, maltratarlo, debo
primero poder incluir al otro en alguna categoría en la que prevalecen rasgos rechazados,
descalificados, estigmatizados. No es que esto signifique que todos somos iguales en un
sentido de monotonía, en un sentido de total igualdad, en un sentido de no diferenciación,
sino que apreciando las diferencias, aceptando y reconociendo lo que nos separa y distingue
del otro, es también posible reconocer en el al semejante. Una persona solamente puede
crecer, puede desarrollarse, si amplía su campo de reconocimiento de los otros, aceptando
como legitimas sus diferencias, permitiendo que sigan caminos diversos y propiciando, de este
modo, que puedan expresarse y desplegarse las diferencias, y se torne posible y legitimo
avanzar hacia un amplio mundo de posibilidades. Si yo me permito ver al otro, si cultivo una
manera de relacionarme con el mundo que me permite ver al otro y reconocer al otro en su
variedad, en su diversidad, en su diferencia conmigo, con mi estilo, con mis costumbres, con
mis pensamientos y estoy abierto a reconocerlo y lo acepto como diferente pero con iguales
derechos; no lo reconozco benévolamente, condescendientemente sino que lo reconozco
como un semejante con igual dignidad que la mía, y aspiro a una sociedad donde esas
diferencias se puedan desarrollar y legitimar, en ese caso contribuyo a generar las
posibilidades de mi propio desarrollo. Esto se inserta en un tema muy profundo, el de la
identidad: los caminos abiertos al desarrollo de mi identidad apuntan hacia lo que no soy. De
estos argumentos se puede deducir el empobrecimiento al que conducen las prácticas
etnocentricas y racistas. Los limites estrechos que constriñen a la personalidad, las paredes
que bloquean el desarrollo de la propia identidad, los límites al ser y al conocer que derivan de
formas de pensamiento que anteponen al estereotipo y sus prejuicios a la experiencia, que
rechazan todo mensaje que pueda informar que el otro es también un semejante. El
pensamiento racista debe pagar un costo en términos de restricciones al propio desarrollo: mi
identidad alienada en cosa es consecuencia necesaria de la cosificación que impongo al otro y
de mi negativa a la posibilidad de reconocerlo.

Como nunca antes, en esta última década se puso en evidencia la falta de solución a viejos
males y la aparición de nuevas contradicciones que empañan las ilusiones que subsisten. El
progreso técnico, los nuevos conocimientos, la mayor productividad, no son otra cosa que un
producto social, el resultado del trabajo colectivo acumulado durante muchos años. El avance
desmedido del apetito de ganancias, la hiperconcentracion del poder y la riqueza, la fabulosa
burbuja financiera que simboliza en forma creciente el triunfante fetichismo del dinero,
generan nuevas y gigantescas contradicciones que comienzan también a ser advertidas. En las
vísperas del siglo XXI han recrudecido las formas de discriminación y racismo que
acompañaron la historia reciente. Las grandes preguntas que ahora surgen sobre este tema se
refieren a su próxima evolución. Parece evidente que el análisis de los temas que estamos
estudiando requiere incorporar la relación con la dinámica estructural de las formaciones
sociales. Reiteramos que, de mantenerse la dinámica sustentada en la última década, las
condiciones no se presentan promisorias para una mejoría en el plano del racismo y la
discriminación social. Su superación se vincula con un aumento en las formas de solidaridad y
con el avance de una racionalidad que abarque todas las esferas de la vida social.
Sexualidad y cambio cultural. Géneros, sexualidades y afectividad. Igualdad de género e
Identidad de género: problemáticas. Modalidades de vinculación, parejas y anticonceptivos.

El accionar de cada grupo social entrara en colisión con otros, en la medida en que sus
acciones no satisfagan las expectativas de los demás. Los conflictos pueden suscitarse entre los
diferentes agrupamientos sociales como dentro del propio grupo de pertenencia, lo que puede
provocar la ruptura o el fracaso de la conformación social junto a sus acciones políticas. Los
niveles de tensión y su búsqueda por el conflicto, suelen suscitarse con cierta animosidad con
efectos claros de estrategias para mostrarse en apariencia, diferentes unos de otros,
movilizados acaso por cuotas o parcelas de poder. Es primordial entender que el colectivo
LGTTTBI involucra a personas gays, lesbianas, transexuales, travestis, transgeneros, bisexuales
e intersexuales aunque estas categorías no sean iguales entre sí ni responden a un patrón
identitario homogéneo como tampoco agotan el universo genérico y/o sexual. Es una
expresión netamente política que utilizan las diversas agrupaciones de militantes y activistas
que luchan por la instauración de sus programas y proyectos políticos. El protagonismo de
cada uno de estos movimientos es, de hecho, relativo dentro del mapa político actual. Cada
agrupamiento condensa, para sí, un esquema normativo que le da carácter y rasgos propios
como asi también imprime “identidad” en su accionar político. Existe una diferencia entre los
llamados agrupamientos políticos LGTTTBI y lo que suele llamarse, la comunidad o colectivo
LGTTTBI. Esta diferencia es sustancial para comprender los niveles de representatividad que
cada grupo político es capaz de alcanzar como los medios o las formas a las que apela para
hacerlo. Los grupos se enmarcan dentro de la propia comunidad y no en sentido contrario.

El FLH gestiono estrategias de articulación junto a movimientos feministas, asi como también
intento alianzas con los principales partidos políticos de izquierda de la Argentina.
Constantemente, se buscó que la izquierda argentina incorporara el tema de la
Homosexualidad y del Feminismo en la lucha política. Empero, la relación entre los partidos
políticos de izquierda y los grupos feministas y homosexuales, no era del todo bienvenida, los
primeros resultaron ser lo bastante puritanos en sus discursos como en sus prácticas políticas.
Sin embargo, el FLH se sirvió de diversas técnicas de concientización, la más utilizada era la
edición, publicación y distribución de circulares, en un primer momento, y luego de
publicaciones en forma de revistas. A continuación se transcriben los puntos básicos del
manifiesto del FLH: “los homosexuales son oprimidos social, cultural, moral y legalmente, son
ridiculizados y marginados sufriendo duramente el absurdo impuesto brutalmente de la
sociedad heterosexual monogámica; esta opresión proviene de un sistema social que
considera la reproducción como objetivo único del sexo; con la represión de la sexualidad libre
y las actitudes sexuales no convencionales, se lesiona el derecho a disponer del propio cuerpo
y, por consiguiente, de la propia vida, derecho derogado por este sistema donde el hombre es
una mercancía más; todos aquellos que son explotados y oprimidos por el sistema que
margina a los homosexuales, puede ser nuestro aliado en la lucha por la liberación; el FLH no
es ni será ajeno a las luchas sociales y nacionales; en el FLH pueden participar heterosexuales
que consideren que la libertad sexual es un presupuesto básico en la lucha por la dignidad
humana”. Sobre la cuestión de la homosexualidad, y del concepto simbólico de “revolución
sexual”, no se planteaba ningún esquema de acción política dentro de tales partidos políticos,
no se buscaba la crítica o el repudio por los edictos antihomosexuales, por caso. Pocas veces la
izquierda argentina de aquel entonces hizo suya la violencia que recaía sobre las personas de
sexualidades diferentes. Es decir, el abanico de una punta a la otra mostraba claras señales de
la soledad y el aislamiento político en el que el FLH y sus miembros se hallaban. El concepto de
“revolución sexual” proclamado por el FLH se enmarca en una clara perspectiva de abolir todo
régimen disciplinario en términos foucoultianos, relativos al género y a la sexualidad.

La otra organización LGTTTBI en importancia es la CHA que se gesta como un organismo de


derechos humanos bajo la modalidad jurídica de asociación civil, lo que implicó un ingreso al
sistema formal, el que recién se convalida entrada la década de los 90 cuando consigue la
personería jurídica mediante el decreto presidencial luego de una campaña internacional en
repudio a la resolución de la IGJ por la cual se le denegaba su personería jurídica. A partir de
entonces se institucionaliza adoptando un sistema normativo propio con miras a lograr sus
objetivos, mediante acciones que eventualmente tensionaran sus vinculaciones con las
instituciones del país y con otras agrupaciones políticas. El contexto político y económico,
signado por el modelo neoliberal propenso a vislumbrar en el pseudo mundo gay potenciales
consumidores, coadyuvo a la formación de nuevos grupos sociales exclusivamente compuesto
de lesbianas, travestis, lesbofeministas, que buscaron posicionarse como alternativas a la CHA
y al contexto sociopolítico. La entrada al nuevo siglo marco una crisis política, social y
económica sin precedentes en el país, dentro de un marco de tremenda polarización e
inestabilidad política, que estimulo la constitución de otros nuevos activismos LGTTTBI.

Un elemento que aparece con frecuencia en el pensamiento de los militantes de los


movimientos LGTTTBI no hegemónicos, es la constante y concienzuda lucha por la
deconstrucción de las categorías que sostienen las identidades sexuales y su asociación
inevitable con la izquierda revolucionaria. El conflicto de expectativas que nace por la
inadecuación de la conducta del sujeto categorizado como “homosexual”, por ejemplo, a las
pautas que imponen su género, da lugar a la conformación de un exogrupo integrado por
todos aquellos que no se comportan de acuerdo a tales preceptos. El discurso de y por los
derechos humanos se instaló fuertemente en muchos sectores del activismo LGTTTBI como
destreza política para ubicarse socialmente y obtener beneficios y réditos políticos y
económicos, procurando una valoración identitaria de “minorías sexuales”, lo que no es
compartido por muchos militantes LGTTTBI. La búsqueda de alianzas políticas de sectores
militantes LGTTTBI garantiza mayor concentración de poder y garantiza un posicionamiento
político de envergadura al momento de negociar políticas LGTTTBI con el Estado. En este
punto, el modelo español ha sido el impulsor de una nueva categorización política LGTTTBI
para el logro de tales fines políticos. La globalización de prácticas políticas LGTTBI ha mermado
el campo político LGTTTBI local, debiendo realizarse ajustes reales y concretos en torno a estos
criterios de universalización de prácticas y homogenización de discursos, por lo que abrieron
espacios activos con miras a aunar fuerzas y reproducir otras experiencias. Al mismo tiempo, el
sistema de expectativas normativas de una y otra al contrario de interpretarse como
antagónicas, podrían suponer cierta cordialidad compartida en ciertos espacios comunes, tal
como pareciera desprenderse de los objetivos de cada una, y a tenor de las acciones públicas
realizadas por ellas. La real conflictividad debe buscarse entre los grupos institucionalizados y
aquellas agrupaciones periféricas, que si tienen reales conflictos normativos y de expectativas
en el abordaje de la situación LGTTTBI. Otra cuestión a debatir y tener especial atención es la
noción de “comunidad LGTTTBI” y la problemática de buscar su representación en los espacios
institucionalizados y en los públicos que no caigan en lógicas partidarias heteronormativas.
Es, tal vez, el momento de poner en crisis de la legislación vigente desde una estructura social
segmentada con miras a la inclusión social y al empoderamiento de sectores silenciados; es de
aclarar no solo los niños, niñas y adolescentes, sino también el amplio sector de actores gay,
lesbianas y trans que buscan dar amor y protección desde una nueva realidad familiar. Aunque
el discurso sobre la familia gay-lésbica exhiba símbolos familiares como la sangre, la elección y
el amor reconducen esos distintivos hacia una destacada tarea que es la de demarcar una
categoría social, cultural y jurídica diferente de la familia coitocentrista-heterosexista,
pensando en la necesidad de reconstruir el imaginario social que ha permanecido fijado a lo
biológico. Situaciones como las expuestas llevan, asimismo, a remarcar de manera teórica la
condición estructural previa y necesaria para la crianza de una persona; se trata de incluir de
manera destacada la paternidad voluntaria, donde la función familiar implica el auxilio y la
asistencia del otro. El legislador se hizo cargo de consolidar los principios de los derechos
humanos; como consecuencia de ello se han reformado disposiciones legales vigentes a los
fines de reformular paradigmas identificados en primer término con el derecho de familia,
pero con implicancias en distintas ramas del derecho. Se está en presencia de un antes y un
después el derecho de familia; desde la marcada influencia del derecho constitucional y el
derecho internacional en la política de reparación producto de la Ley 26.618 se tiene en miras
la protección y el empoderamiento de la persona en condición de miembro de una pluralidad
de estructuras familiares. Esta inevitable revisión busca pensar el impacto y las consecuencias
de los avances jurídico-judiciales en una estructura socio-cultural fragmentada y la posible
candidez de pensar al derecho con el suficiente espacio de poder, para transformar instancias
y resolver angustias de la vida cotidiana –controlar situaciones de criminalización diarias-.

Los individuos están en su derecho de elegir su identidad y su orientación sexual. Y de poder


construir formas de convivencia en base a ellas. El Estado tiene la obligación de asegurar la
pluralidad y garantizar la identidad de las formas de vida elegidas, favoreciendo la autonomía,
la autorrealización de los actores sociales, las expectativas, las necesidades, los intereses por lo
tanto la felicidad de los ciudadanos pero, por sobre todo, garantizar y consolidar la inclusión y
empoderamiento de los sectores desaventajados en una estructura social fragmentada y en
tensión por numerosas razones. Si bien en lo expuesto la presunta “comunidad” suele estar de
acuerdo formalmente con la legislación, resulta que en la vida cotidiana existen dificultades
para transformar la “letra de la ley” en conducta inclusiva diaria. No interesando, en este
momento, un abordaje histórico, vale la aclaración que la familia nuclear es un fenómeno
moderno, contemporáneo con dudosas raíces religiosas. Es de remarcar que la
heterosexualidad no solo aparece como forma alienante de la vida para colectivos
desaventajados de sectores llamados grupos sexuales no hegemónicos como gay, lesbianas,
trans, sino que también lo son para las propias parejas mixtas que ven limitada su espacio de
libertad, su vida sexual y sus deseos; es necesario tener en cuenta que son numerosos los
obstáculos y limites que se originan en la misma familia heterosexual. Como uno de los
modelos de formas extremas de criminalización, que se mantienen, que se encuentran
instaladas socialmente y con muchas dificultades para su erradicación, en el contexto de lo
arriba expuesto, se la puede encontrar en el nazismo; las medidas que tomaron, en su
momento y en la actualidad, buscaron acabar con la homosexualidad, se encontraron y se
encuentran legitimadas en la incapacidad de los individuos a cumplir con sus deberes con la
nación, la familia y con el “clan” los que, en último término afectaban la condición de varones
e impedía el deber de casarse. Los homosexuales al no procrear afectan la natalidad y es el
principal eje de su prejuiciosa e intencional argumentación. Frente a la posibilidad real de
desviarse de un futuro biológico promisorio, el gay o la lesbiana adscriben de manera
voluntaria su sexualidad, para no poner en peligro los estándares de seguridad y normalidad
del paradigma biologisista. El rechazo a la sexualidad gay, lésbica, trans, por lo tanto, viene
dado por la moral sexual dominante y por una serie de estereotipos sobre “sexualidades
divergentes” que siguen calando con fuerza en las sociedades actuales. En una sociedad en
donde el modelo sexual hegemónico es el coitocentrismo heterosexual y donde se criminaliza
cualquier otro tipo de preferencia sexual, es inviable la construcción de identidades sexuales
disidentes a este modelo. Frente a la criminalización se busca mostrar la heteronormatividad
subyacente en los sistemas de representación, localizar momentos de ruptura anti-normativa y
además explorar tradiciones disidentes, puede ser abordar la presencia de la familia por
elección donde se interviene en la práctica discursiva que constantemente se está
conformando sobre el significado de familia, parentesco e hijos; los está dotando de sentido a
medida del hacer cotidiano. El parentesco no solo ha sido un medio para la regimentación del
sujeto y su sexualidad en la modernidad; también ha sido una tecnología de ordenamiento
espacial. Practicar otras sexualidades conlleva re-situar el sexo y elaborar los espacios sociales
dedicados a la intimidad del sujeto, siempre poniendo en dificultad a “la familia”.

La parentalidad gay-lésbica da cuenta de uno de los modos de parentesco que se puede


denominar para el universo heterosexual, estatal-legal y religioso: “nuevas configuraciones
vinculares”. Como ya se expuso, se parte de una definición de familia universalmente
aceptada, las relaciones heterosexuales llevan a las personas a una relación duradera a través
de la creación de lazos de parentesco, en esas descripciones la condición de gay o lesbiana
asila a los individuos en lugar de introducirlos en el tejido social. Es como que si los gay y
lesbianas crecieran, fueran educados, trabajaran y vivieran sus vidas totalmente aisladas del
resto de la sociedad. En el fondo, lo que dirime en todas estas “hetero-utopias”, es la
redefinición de la intimidad y la exploración de nuevas formas de relación fuera de los modelos
institucionalizados basados en la estabilidad, el conocimiento íntimo y mutuo de la privacidad
situada en el hogar. Tal vez sean los mejores ejemplos de una esclerosis de las instituciones
jurídicas-judiciales, médicas y eclesiásticas en su reiterado de su rechazo para aceptar un
dialogo fluido e institucionalizado que permita revisar postulados respecto a la identidad
sexual y de género. Sin duda alguna la familia cambia, evoluciona, se adapta y asi genera
sujetos con características propias y a la vez muy concordantes con la época en que vive; es
una realimentación constante entre la intimidad del vínculo con Otro y el medio socio-cultural
al que pertenece. El tema es poder determinar la importancia o no del vínculo biológico como
necesario, suficiente o no para determinar el parentesco o para hacer que este perdurase. No
se debe cometer el error de pensar que por el hecho de que gay, lesbianas y trans quieren
tener ahora sus familias, se trate de una elección libre. Esa elección libre está sujeta a
diferentes limitaciones: solvencia monetaria, generación, regiones geográficas, conexiones
sociales y culturales, origen étnico o racial, etc. Es decir esta elección “no tan libre” que
configura la familia incorpora también las circunstancias materiales, la cultura, la historia, los
hábitos y la imaginación. Lo que queda claro es que las prácticas del parentesco superan el
encorsetamiento y las limitaciones biológicas para transformarse en culturales. Como arriba se
expuso y de manera reiterada, el uso exclusivo del simbolismo biogenético para jerarquizar las
relaciones en las sociedades, ha subordinado la comprensión del modelo en el que una cultura
especifica crea los lazos sociales al proyecto de la comparación intercultural según Kath
Weston. En la familia de elección la apropiación representada por el “elegimos” subraya el
papel de cada persona en la creación de las familias gay, del mismo modo que la ausencia de
apropiación en el término “familia biológica” refuerza el sentido de la consanguinidad como un
factor inmutable sobre el que la individualidad ejerce poco control. El amor, la solidaridad, la
relación entre iguales en un espacio de comunidad en el estilo de vida, valores y prácticas, son
las características que crea la familia. Es de remarcar que el caso de la ideología lésbica-gay
desafía no el concepto de la procreación que informa el parentesco, sino la creencia de que
únicamente la procreación instituye el parentesco y que los lazos no biológicos deben ser
legitimados según un modelo biológico –como el de la adopción- o bien debe abandonarse
toda aspiración al estatus de parentesco. Lo que está en juego es el valor cultural otorgado a
los lazos originados en la procreación, y el significado que el vínculo biológico les confiere.

Los que no tienen hijos o hijas al momento de salir del armario se encuentran con un abanico
de opciones que incluyen la acogida familiar, la paternidad sustitutiva, la adopción, la co-
paternidad, la inseminación artificial y el sexo al “viejo estilo”. Pensar en el ejercicio de la
parentalidad en parejas gays o lesbianas significa introducirse en un tema que suscita fuertes
debates en esta presentación sobre “las familias”. Desde diferentes áreas científicas, incluso el
derecho como herramienta de dominación, sectores con poder y prestigio ponen en evidencia
las funciones del parentesco y la seguridad que proporciona a los sujetos que lo experimentan;
la hipótesis que prevalece es que el parentesco formal remite al carácter inherente e
irreductible de la condición humana. Esta afirmación occidental, evolucionista y etnocentrista
comenzó a ser contestada por estudios etnológicos, donde se demuestra con claridad la
diversidad de los sistemas de parentesco, la pluralidad y a su vez la singularidad de los mismos
donde suele predominar no lo genético/biológico –lazos de sangre- sino la semejanza de
gustos y estilos de vida, los lazos sociales y las redes afectivas adquiriendo, entonces, el
parentesco un aspecto ficticio y construccional.

Es necesario detenerse un momento para remarcar que no siempre es un mérito que la


sociedad reconoce y ampare a niños, niñas y adolescentes; muchas veces los operadores del
derecho y diferentes responsables administrativos responden a una visión limitada cuando no
rescata las subjetividades y las necesidades de los niños, niñas y adolescentes; el peligro no es
que la legislación y la gestión de las diferentes agencias administrativas no se adecuen al
derecho internacional, a los principios de los derechos humanos, el problema pasa por la
mirada estrecha de los agentes, cuando el aspecto afectivo, moral y subjetivo de niños, niñas y
adolescentes se ve reducido al aspecto de la doble afiliación y de supuestas necesidades
psicológicas de todo individuo de conocer sus orígenes; de una imposición cultural que parte
del recurrente binarismo de genero que da por supuesto que es lo óptimo “guste o no”. Frente
a cambios legislativos se debería tener muy presente que el juego, lo lúdico, tiene la función
creadora de cultura, como constructor de las facturas prácticas cotidianas estandarizadas; no
es una simple actividad adaptativa como, tampoco, persigue el equilibrio entre asimilación y
acomodación. Por el contrario aparece como uno de los polos de ese equilibrio, el del
predominio de la asimilación y el conformismo, donde el niño no se adapta al mundo, sino que
lo deforma en el ámbito del juego conforme a sus deseos, asemejando asi lo real al yo. Dudas
no caben sobre la transparencia, la honestidad y la actitud ética con respecto a la narrativa
acerca de los orígenes en el niño y la niña, ya que son claves para la construcción de la filiación.

Lo cierto es que la sociedad política ha reconocido el pluralismo de las formas afectivas y


parecería que se ha ido absteniendo, cada vez con mayor claridad, de los juicios morales o de
diferentes actitudes discriminatorias que llevan a la criminalización de sectores relegados,
olvidados de marcos jurídicos, cuya vida era aceptada siempre y cuando se encontrara
silenciada. La efectividad esta por evaluarse pero hay un notable reconocimiento por la
diversidad y la pluralidad de identidades sexuales. En este contexto cabe aclarar, también, que
si bien queda integrada a la nueva legislación la pareja de lesbianas, preocupa que en estos
momentos, de manera simbólica, el matrimonio sea aspiraciones y reivindicaciones de los
homosexuales varones, dejando además una amplia gama de sujetos a los que no se les
reconoce su identidad de género. Además parecería que sectores gay terminarían siendo
víctimas del rol de genero que la heterosexualidad impone. Frente a lo expuesto lo que más
incertidumbre genera, y que va a ser objeto de observación, es la construcción socio-cultural
fuertemente cristalizada –y sus niveles de resistencia para otorgar legitimidad a las familias
que no respondan al modelo hegemónico- que permite justificación de las sexualidades, de los
géneros, de los cuerpos y que, lógico, determina las relaciones de poder y dominación entre
ellos para asegurar que la vida se encuentre siempre “en su lugar, en orden”. Desde una
estructura social fragmentada con notorias muestras cotidianas de homofobia, lesbofobia,
transfobia se va a poder visualizar el grado de efectividad de la normativa jurídica inclusiva en
lo concerniente a la transformación socio-cultural, hacer un seguimiento del impacto
normativo formal en la construcción socio-cultural; es para recordar que la normativa jurídica-
judicial puede ser violada por acción u omisión, por la posible ausencia o el poco interés de los
operadores y agentes administrativos de las reparticiones estatales en gestiones inclusivas. El
problema no es la sexualidad ni el cuerpo; tal vez lo más complejo para trabajar son los muros
entre los cuerpos, las sexualidades y los genitales diversos; el problema es el poder de policía
del discurso, el poder preformativo de la mirada del amo, el poder de patrulla de las ciencias y
la política sobre los cuerpos en lo cotidiano.

Se trata, por lo tanto, de un tema abierto que no se puede separar de los inmensos cambios
culturales, sociales y jurídicos que se presentan en las últimas décadas y que marcan
fuertemente el cambio de siglo. El deseo de hijo no es privativo de las parejas heterosexuales y
cada vez con más frecuencia se observa en parejas homosexuales, que recurren a la adopción
o la biotecnología para su realización. Afirma esta autora que es un intento de integrarse a una
norma y que la institución de la familia, en ese sentido, no estaría amenazada. Sabemos
también que las formas de organización familiar no siempre fueron las mismas. Pero hubo
siempre una condición ineludible: la estructura familiar siempre se concibió constituida en
base a la unión hombre-mujer y los hijos surgidos de esa alianza confirman la ley de filiación.
En la actualidad asistimos a una especie de deconstrucción de la familia nuclear. En las
sociedades globalizadas, posindustriales, posmodernas pareciera que se diversifican las formas
de organización familiar. Señala que algunos se plantean que la familia estaría amenazada si el
padre ya no es el padre, si las mujeres controlan la procreación, si los homosexuales
intervienen en los procesos de filiación. Pero, si se piensa que la denominada ley del padre es
una función de corte y separación, se tratara, por lo tanto, de una operatoria simbólica que
contingentemente está colocada en el padre desde una concepción patriarcal de la ley, pero
que la trasciende. Entonces, se podría decir que si bien con las familias homoparentales no se
afecta la reproducción de la especie, si se afectaría un determinado ordenamiento simbólico
social en el que la ley es homologada a la ley del padre y la diferencia simbólica es equiparada
a la diferencia sexual anatómica. Están en juego las identificaciones primarias y secundarias
que condicionan la construcción de una identidad sexual. Cabe aclarar también que, si bien la
asignación y reconocimiento del género del hijo puede ser adecuada a los códigos aceptados,
los caminos de la sexualidad y el deseo van, en todo sujeto, más allá de esa asignación. Para
ello es necesario comenzar por diferenciar el deseo de familia del deseo de hijo. El primero es
un anhelo o un ideal, y no es necesariamente de raíces sexuales. Aunque la formación de una
pareja-familia puede estar originada en el deseo sexual, este no está implicado
necesariamente. La conformación de una familia tiene otras fuentes a considerar también: el
amor, la necesidad de protección y de autoafirmación, la autoconservación, el apego. Por otra
parte, hay que tener en cuenta que, para pensar la parentalidad tanto en parejas
homosexuales como heterosexuales, el deseo de hijos es un motor importante, pero no se
pueden ignorar otras motivaciones como el deseo de trascendencia, de perpetuación del
patronímico, de acompañamiento para la vejez, de aseguramiento de la herencia, etcétera. El
deseo de hijo es singular y deberá ser analizado en cada caso durante el proceso analítico,
tanto en la heterosexualidad como en la homosexualidad, en hombres como en mujeres.

La igualdad tiene que ver con las capacidades políticas, o jurídicas del sujeto, y la diferencia
tiene que ver con si status ontológico. Es decir, el ser varón o el ser mujer conlleva
características femeninas o masculinas y esto es algo que, afortunadamente, el psicoanálisis
pudo ayudar a separar conceptualmente. En realidad, la homosexualidad dejo de ser
considerada una patología, de ser considerada una enfermedad, hace treinta años. Para mí, la
cuestión del tratamiento de personas homosexuales tiene que ver con cuales serían las
actitudes que deberíamos tener unos hacia otros y, fundamentalmente, cuáles deberían ser las
actitudes del Estado. Pero entonces, cuando pensamos la familia como una unidad natural,
este tipo de relaciones que estamos mencionando ahora, incluso la de adopción, resultan
extrañas. Todas las condiciones que se ponen para la adopción son la contracara de todos los
descuidos que tienen las familias que tienen sus hijos naturales y a las cuales el Estado no
ampara en absoluto para que puedan cumplir con todas esas funciones que se le solicitan a
una familia adoptante, empezando por la conducta sexual y por la atomización de la
homosexualidad. Dicho esto, digamos que no es nada sencillo analizar si una pareja
homosexual puede o no adoptar, porque esto implica repensar todos los obstáculos que hay
para pensar la homosexualidad. Tomo en cuenta las diferencias para inferiorizarlo cuando
considero que un homosexual es otro u otra diferente e inferior por el hecho de su elección
sexual. En el caso de la unión civil, hubo un debate bastante fuerte precisamente porque lo
que iban a hacer esta unión civil era romper este ideal de familia del que hablábamos antes: la
idea de un varón y una mujer que se unen con el fin de procrear.

Una actitud posible sería la de considerar los hechos de la homoparentalidad como normales,
prima facie, dado que es justo que la sexualidad de la persona permanezca como asunto
privado. Otra, sería la idealización del cambio, que puede señalarse como hacia una sociedad
más justa, menos prejuiciosa, etc, etc, es decir, también, y un poco ciegamente, aceptar la
equiparación, borrar, que ya está borrado, la discriminación entre normal y patológico y
ubicarse entre lo bueno y aceptante. Los homosexuales han acumulado, a través de esa su
historia trágica de injusticias y maldades sin proporción, un capital de simpatía y solidaridad en
los espíritus sensibles. Los niños muestran, al menos en parte, ser mucho más adaptables a los
cambios que los adultos. La parentalidad auxilia al individuo a luchar contra la pulsión de
muerte. Frente a la tremenda congoja de la propia desaparición, el ser padre o madre permite
que se genere un sentimiento de continuidad existencial en los sucesores. La homosexualidad
de los padres, y más aún si los padres viven en pareja homosexual, ¿de quién es el sexo y cuál?
Otro misterio, otro abismo que viene a sumarse. Como sea, puede suponerse que la
identificación primaria, o primitiva, con un padre homosexual tiene chance de dar un distinto
resultado que un proceso similar con un padre heterosexual. También los conceptos de
masculino-femenino son vistos como muy complejos, con diferentes significados para cada
persona y no enmarcables en estudios estadísticos. Esto hace pensar en la dificultad de llegar a
un buen destino en un análisis de una persona homosexual, si con ello se pretende tener éxito
en un cambio de orientación, esto es, hacia la heterosexualidad. Por otra parte, de la
homoparentalidad no hay nada, prácticamente, y es interesante sentirse en esta intemperie,
es un sentimiento de orfandad y de ser los pioneros, al mismo tiempo. Se trata de ver si la
persona homosexual puede ser padre, en el sentido de introducir un nuevo ser en el mundo,
con lo que esto supone de transmisión de identificación, conceptos y valores.

En caso de que cualquier persona decida libremente modificar su cuerpo en pos de adecuar la
expresión genérica auto percibida, la ley 26 743 garantiza el acceso integral a la salud a través
de intervenciones quirúrgicas, y/o tratamientos hormonales sin necesidad de autorizaciones
médicas o psiquiátricas, judiciales o administrativas. Uno de los desafíos de la ley
recientemente sancionada es hacer inteligibles una multiplicidad de identidades que hasta
este momento no eran interpretables por el derecho hegemónico y por ende permanecían sin
ser interpeladas como sujetos de derecho. El Diccionario de Estudios de género y feminismos
define a la identidad haciendo alusión a las representaciones simbólicas del orden cultural
acerca de lo que se entiende por masculino y femenino, al tiempo que rescata, al igual que lo
hace la ley de identidad de género, la vivencia que tiene el individuo sobre sí mismo. Dicha ley
socava las estructuras de dominación sobre las que esta cimentado el patriarcado
heterosexista, toda vez que propone un nuevo paradigma, donde las identidades y expresiones
de genero estarían construidas por una multiplicidad de miradas y experiencias, y se oponen
férreamente a la imposición esencialista erigida sobre el pilar binario sexo genérico, con la
consecuente polarización y asimetría de los géneros. Nuestra estructura cognitiva e
interpretativa occidental falocéntrica, colonialista y racista, esta basamentada en dicotomías.
El sistema patriarcal, sobre el cual se erige la estructura social, le da al Derecho un lugar de
privilegio para fundamentar su poder omnímodo. El derecho es la matriz por excelencia
productora de ficciones. Dichas ficciones legitiman las prácticas socioculturales que conllevan a
la segregación de las identidades que no se corresponder con las expectativas normativas
esperadas. Haraway propone repensar dichas categorías en términos de nomadismo, donde
las fronteras entre unas y otras no están perfectamente delineadas, por lo cual no son
excluyentes, ni totalizadoras. Como bien afirma Esther Díaz, en “Las grietas del control”, “los
genitales son una metonimia de la sexualidad”, es decir que se sustituye un término por otro
por su contigüidad, por ende los genitales tiñen las corporalidades, asignándole los roles
genéricos de hombre-mujer/masculino-femenino. Es interesante destacar, a esta altura de
nuestro análisis, que la construcción de identidad en este contexto es compleja. Es decir que
en un contexto globalizado, en las presentes sociedades de incertidumbre, ya no alcanzan las
categorías étnicas, sexuales, genéricas, para describirnos de manera total, donde los grandes
colectivos e instituciones se han desintegrado tales como la nación, clase, familia, por ende la
incertidumbre aumenta frente a la perdida de referentes que otrora otorgaban seguridad, aun
cuando esta haya sido ficticia. En igual sentido se manifiesta Leonor Arfuch al sostener que las
identidades no son fijas, ni esenciales, sino que se redefinen permanentemente en un proceso
de hibridación, de rearticulación constante. Por lo tanto, en lo que se respecta al dispositivo de
la sexualidad, este se erige en tanto modo de control de los cuerpos, de administración de los
deseos y placeres. El dispositivo binario sexo genérico, sobre el que se asienten los pilares del
patriarcado heterosexista, alude a un modo estricto de orden de los cuerpos y de las
sexualidades, una nomenclatura difícil de deconstruir ya que esta es percibida como natural o
normal .En este sentido Marta Lamas define al género como el “conjunto de ideas,
representaciones, prácticas y prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la
diferencia anatómica entre los sexos, para simbolizar y construir socialmente lo que es
“propio” de los hombres y lo que es propio de las mujeres. Por lo tanto lo masculino se erige
en tanto universalismo, mientras que lo femenino se constituye como diferencia, como lo
Otro, donde la hegemonía heterosexual exige la producción de relaciones asimétricas al
interior de las relaciones sociosexuales para asi legitimar su control y la dominación.
Posteriormente se arribó a la conclusión de que tanto el sexo como el género son constructos
socioculturales, entendiendo por ende que tanto el sexo como el género son conceptos
plásticos, maleables en función de las expectativas e intereses de los agentes del poder. El
discurso jurídico falocentrico heterosexista, es puesto en jaque con la disrupción que provoca
el análisis de la presente ley, la cual genera la discontinuidad de la matriz, dejando en claro
que no existen dos polos opuestos, sino una gama infinita de identidades.

En la Argentina en la última década se han organizado las madres lesbianas en organizaciones


de la sociedad civil, uniéndose al movimiento lésbico, para reclamar el avance en sus derechos
legales y orientar a otras mujeres en estas temáticas. La noción de identidad homosexual es
muy reciente, en épocas anteriores se consideraba que cualquiera podía comportarse
homosexualmente, sin por esto alterar su personalidad. El género es una interpretación
múltiple del sexo. Las personas solo se vuelven inteligibles cuando adquieren un género
ajustado a normas reconocibles de inteligibilidad de género, a partir de la suposición de un
sistema binario de géneros que mantiene implícita la idea de una relación mimética entre
género y sexo. Los discursos que contenían una definición de maternidad se han ampliado y
diversificado de manera tal que muchos de ellos entran en contraposición con las definiciones
que fueron corrientes hasta comienzos del siglo. Hoy, este discurso se encuentra enfrentado a
otros que lo cuestionan y a prácticas y cambios en ciertas instituciones que giran en otra
dirección. Las mujeres que ya tienen hijos confían en que este tipo de educación diferente
hará a sus hijos mucho más abiertos a la diferencia y a elegir libremente su orientación sexual
sin padecerla. En relación con los entornos de crianza de los hijos, pudo observarse en otra
etapa de esta investigación que se realizó en mujeres heterosexuales, que estas consideraron
necesaria la presencia de un varón en la maternidad lésbica o de madre soltera, que pudiera
ofrecerles a los niños una imagen masculina en su educación. La mayoría afirmo que si existía
el instinto materno, el resto atribuye esas conductas a la buena comunicación, al cuidado y el
amor. Esto puede sugerir que aún persiste el criterio de “biología es destino” que menciona
Butler para describir la naturalización de las conductas propias de cada sexo. Pues ante la
pregunta de si los hombres podían tener instinto materno se manifestaron negativamente. En
relación con la legislación entonces, todas las entrevistadas están a favor del aborto legalizado.
En la vida de las mujeres la tensión entre el peligro sexual y el placer sexual es muy poderosa.
La sexualidad es, a la vez, un terreno de constreñimiento, de represión y peligro, y un terreno
de exploración, placer y actuación. El deseo sexual femenino se constriñe a los campos que la
cultura protege y favorece: el matrimonio tradicional y la familia nuclear. El cuerpo que somos
está regulado, controlado, normativizado, condicionado por un sistema de género
diferenciador y discriminador para las mujeres, por unas instituciones concretas a gran escala.
El cuerpo no es un mero espejo de la sociedad o la cultura en la que viven los sujetos
analizados, ni un mero texto que se puede interpretar, sino un agente autotransformante.

La problemática del aborto. Las tensiones sociales sobre los derechos reproductivos y los
sexuales.

En 1994 a instancias de la Convención Constituyente para la Reforma de la Constitución


Nacional Argentina, el entonces presidente Carlos Menem propuso la inclusión de una cláusula
que indicara que la Argentina “defendía la vida desde la concepción y hasta la muerte natural”,
lo cual genero la primera oportunidad para discutir públicamente el aborto. En el 2003, el
tema se convierte en uno de los puntos centrales de debate en el movimiento de mujeres y los
feminismos y también en la agenda pública y política. Ese mismo final de año, el presidente
Kirchner propone para el cargo vacante a la Corte Suprema de Justicia a la abogada Carmen
Argibay que se declara a si misma militante atea y a favor de la despenalización del aborto. A
renglón seguido el Ministro de Salud y Ambiente de la Nación, Ginés González García suscribe
la moción. Entre uno y otro momento el punto de debate público político relacionado con los
derechos sexuales y reproductivos se anuda alrededor del tema del aborto transcurren diez
años. En ambos límites temporales tenemos al frente del ejecutivo nacional dos gobiernos
justicialistas: el del Dr. Carlos Menem y del Dr. Kirchner. En la jerarquía católica el cambio más
fácilmente perceptible es la perdida relativa de capacidad de presión sobre el gobierno
nacional y sus políticas. Sin embargo, la Iglesia Católica conserva aún capacidad de presión y
veto como “lo demostró cuando impidió la distribución de anticonceptivos a través del
Programa de distribución gratuita de medicamentos”. Además, ha aumentado notablemente
la cantidad de organizaciones laicas dedicadas a sostener a rajatablas la posición más
conservadora del catolicismo en cuestiones relativas a la sexualidad. En el movimiento de
mujeres y los feminismos, a instancias de la convención nacional constituyente el movimiento
de mujeres y las feministas junto con algunas otras organizaciones de mujeres y de derechos
humanos frente a la embestida presidencial, lograron articular, como la mayoría de los
movimientos sociales frente a una amenaza grave visible, un movimiento reactivo defensivo
exitoso. Ahora, diez años después es el movimiento de mujeres y las feministas en articulación
con otros movimientos sociales y de derechos humanos con un aliado fuerte dentro del
Estado, el ministro de Desarrollo Social y Salud, quien lanza el conflicto y sostiene por al menos
un año la “Campaña Nacional por el aborto legal, seguro y gratuito”. De la defensa a la
proposición, ha pasado mucha agua bajo el puente. Los procesos no son nunca unívocos ni
unidireccionales. Tanto puede resultar en cooptación del movimiento y sus demandas como en
la posibilidad de insertarse en las grietas del aparato del Estado, y de las instancias decisoras
regionales e internacionales y zigzaguear entre esos intersticios con la destreza suficiente
como para ampliar y extender sus límites para posibilitar la introducción de nuevas demandas.

En la legislación argentina el aborto es un delito, excepto cuando está contemplado en las


causales de no punibilidad. El Código Penal establece cuales son las circunstancias en las que el
aborto no es punible; pero de muchas maneras este amparo legal es cercenado, empujando a
las mujeres que tienen derecho a practicar una interrupción legal de su embarazo a hacerlo en
condiciones de clandestinidad e inseguridad. Con esta conducta se afectan derechos muy
básicos como el derecho a la justicia y el derecho a la igualdad. Por acción y por omisión, desde
el ámbito ejecutivo y el judicial hasta el legislativo, la impunidad con la que se violan estos
derechos es la contracara de la falta de exigibilidad que tienen hasta el momento dado la
renuencia del Senado de la Nación a la firma del protocolo facultativo que haga operativa la
CEDAW. Requerir la intervención de un juez es interponer una barrera que dificulta
arbitrariamente el acceso a la salud y resulta inconstitucional. Decidir la no punibilidad del
aborto terapéutico es responsabilidad médica. Es el medico quien establece si hay un
problema para la vida o la salud, no el juez. Agregar exigencias que no están en la ley, tanto
por parte del ejecutivo como del ámbito judicial, implica violar el sistema republicano de
división de poderes, ya que los cambios de ley corresponden al poder legislativo; y agregar
requerimientos que no están en la ley es modificar su letra y sobretodo su alcance en la
protección de derechos. Al obstáculo del acceso a la justicia cuando un medico solicita
autorización judicial para realizar un aborto, se suma la respuesta ominosa que desde los más
altos niveles desmiente incluso el alcance de la ley. Las arbitrariedades y abusos en la
aplicación de la ley se cometieron durante decenas de años sin la posibilidad de fiscalización
de las mujeres, excluidas del sistema educativo, del sistema profesional, del sistema legal y del
sistema político. Lo cual es doblemente grave en el caso del aborto porque solo las mujeres
abortan. Solo ellas están expuestas a un abuso de poder que afecta el derecho a la vida, el
derecho a la salud, el derecho a la libertad y el derecho a la igualdad. Por eso es indispensable
la participación de mujeres en los cuerpos legislativos, en el diseño y aplicación de políticas
públicas, en los tribunales superiores de justicia, en los comités de bioética, en el ministerio
público, en el monitoreo ciudadano, en todas las instancias de decisión y control que afecten
de modo directo o tengan un impacto sobre los cuerpos y experiencias de las mujeres.
Bolilla X.

La estructura social y la movilización social. Los conflictos actuales y la estructura social.


Distintos reclamos y formas de movilización. Pobreza y protesta. Peligrosidad, discriminación
y prejuicio en la sociedad.

El eje de estudio de la Sociología Jurídica pasa por rescatar fundamentalmente a los nuevos
movimientos sociales porque estos son de importancia para determinar crisis, cambios,
transformaciones en las políticas expresadas en las distintas instituciones jurídicas. Los
fenómenos políticos-sociales emergentes son manifestaciones de la realidad política del país y
son sociales porque obedecen a las prácticas de los sujetos que tratan de posicionarse en la
sociedad para actuar en ella y generar nuevos ámbitos de representación y simbolización para
legitimarse; son emergentes por encontrarse en evolución, desarrollo y profundización; son
novedosos en el panorama de las luchas sociales porque permiten la aparición de nuevos
sujetos políticos. Edificar una sociedad donde los hombres afronten las diferencias que rodea a
los “nuevos” sujetos requiere dos transformaciones en la estructuración de la vida: uno será
un cambio en el alcance del poder burocrático referido a los espacios sociales de interacción y
el otro será un cambio en el concepto de orden público en la planificación y el control.

El punto de vista de quienes dominan, de manera directa o indirecta, se ha constituido un


punto de vista universal y evidente. Los agentes producen códigos simbólicos que en la medida
que se desarrollan y se constituyen forman instituciones, organizaciones y los modos de
ejercer influencia sobre los individuos; estos códigos conquistan una autonomía que les
permite estructurar relaciones sociales. Se apunta, de esta manera, a imponer una visión del
mundo conforme a los intereses de los agentes; esta visión es a la vez objetiva y subjetiva.
Pero es de destacar que frente a la dominación simbólica y por la presencia de diferentes
causas, los colectivos o agrupamientos aprovechen la visibilidad para salir de un espacio
subterráneo, de los bordes o límites del derecho para hacerse presente con toda su fuerza. Los
movimientos sociales identificados con las reivindicaciones referidas a las políticas de
identidad y diversidad, motorizados por el activismo de los colectivos permiten fracturar la
estructura de dominación y poner en crisis el paradigma jurídico de la modernidad. A los
“distintos o diferentes” la sociedad normal-hegemónica los define ante todo como ciudadanos
imperfectos, deficientes, carentes de idoneidad, incapaces de adaptarse al mundo moderno,
que puede ser vista como causa determinante de degradación socio-jurídica y exilio interno.

Esto es reconocer realidades que se están institucionalizando formalmente, que se


encuentran en formación dentro del campo jurídico, que son los emergentes de una nueva
legislación. Espacio público y ciudadanía son hoy dos conceptos que se necesitan mutuamente
en tanto indican la doble dimensión del ciudadano: como sujeto pasivo del goce de derechos y
como sujeto activo en la producción de tales derechos. Es un empoderamiento creciente de los
actores sociopolíticos respecto del curso y los destinos de sus vidas, “se toma lo que se
construye”. Es de aclarar que no se trata de tomar el poder, sino de tener la capacidad de
construirlo y ejercerlo. Es por ese motivo que el reto no consiste en construir una
contrahegemonía, implica construir una cultura y conciencia política radicalmente diferente,
superadoras de discriminaciones, jerarquizaciones y exclusiones de cualquier tipo, y también
de todo pensamiento, modo de vida y cosmovisión única. Es asi que el agrupamiento se define
por la búsqueda o pretensión de permanencia en el tiempo y por la resistencia a la adversidad
que generan las reacciones de sectores identificados como “hegemónicos”. En la organización
del movimiento surge el necesario sostenimiento que permite explicar el paso de las fases de
visibilidad a la fase de lactancia de un movimiento social. Implica construir y transitar nuevos
caminos y configurar nuevos espacios, desarrollar la conciencia política. Los movimientos
sociales son un claro referente de estos disensos; como producto de la misma dinámica social
se alienta la aparición de los mismos para que los actores y situaciones sociales despeguen de
ciertas formas políticas institucionales en el área jurídica como en otras. Los movimientos
sociales se identifican con la sociedad horizontal al construir un nuevo modo de vida, sin
jerarquías discriminatorias o excluyentes, con equidad y justicia y oportunidad con el
reconocimiento y respeto de todas las identidades culturales. La horizontalidad se refiere a
una lógica de construcción, aprender a articular sobre bases de equidad y complementariedad,
aceptar e incorporar las diferencias en aras de construir una totalidad sociocultural compleja,
que en vez de anular la diversidad la presuponga y la exprese; está encaminada a la
coexistencia y el derecho a existir, pensar y a actuar acorde con las identidades y
cosmovisiones que promueve. Es una propuesta intercultural, que supone aceptar e incorporar
las diferencias. Un movimiento social existe cuando algunos miembros de la sociedad
comparten la idea de que el sentido de determinadas normas sociales no puede darse por
supuesto. Los estudios norteamericanos concibieron a menudo la acción colectiva como un
comportamiento relacionado con la crisis. A su entender los movimientos sociales despliegan
una crítica meta-política fundamental del orden social y de la democracia representativa al
mismo tiempo que desafían, en aras de una democracia radical, presupuestos institucionales
acerca de las formas convencionales de hacer política. A diferencia de los enfoques
macroestructurales de análisis de los conflictos sociales, la sociología de la acción ha prestado
atención a la naturaleza problemática del nexo estructura-acción, subrayando el hecho de que
el conflicto no puede explicarse exclusivamente a la luz de las relaciones estructurales y los
intereses en conflicto determinados por estas. La identidad individual, que da origen a la
presencia de la diversidad, es importante para entender cómo se reproduce la participación en
los movimientos sociales, como estos se estructuran desde los actores frente a la desigualdad
promovida y garantizada por las instituciones jurídicas. En la sumatoria de identidad, donde la
diversidad es representada en los nuevos movimientos sociales con diferentes: a partir de la
contribución del individuo a ella y el comportamiento de otros individuos, esto en un contexto
de movilización o contra-movilización cuando diferentes actores de un conflicto social tratan
de persuadir a los ciudadanos concretos para tomar una posición determinada. Se utiliza como
complemento de la primera y con un rol destacado, la “logia del testimonio” diseñada para
convencer a diferentes sectores, el fuerte compromiso del activismo y la necesidad y justicia
de la causa que se persigue. Con un fuerte compromiso a los valores y a la cultura alternativa,
con una marcada en la conciencia individual y una fuerte intensidad emocional de la causa y la
participación en la misma. La movilización del colectivo tiene una función simbólica que se
plantea en diversos planos: por una parte, proclama su oposición a la lógica que guía la toma
de decisiones respecto a una política publica especifica; al mismo tiempo la movilización opera
como médium, es decir indica al resto de la sociedad la relación existente entre un problema
específico y la lógica dominante en el sistema; finalmente muestra que son posibles modelos
culturales alternativos, que la acción colectiva practica y difunde. Es decir ya no es, para nada
suficiente, legislación antidiscriminatoria, se busca el reconocimiento y el efectivo
cumplimiento de derechos sociales, políticos, civiles.

Hace varias décadas, la protesta social es un fenómeno recurrente en nuestro país. Nos
confrontamos con acciones de protesta a diario y los conflictos se dirimen muchas veces
recurriendo a la política en las calles. En las últimas décadas nuestras sociedades muestran una
actividad de movilización social y protesta muy intensa, al tiempo que la fisonomía de los
grupos que pasan a la acción y de sus demandas no son claramente legibles en términos de
clases sociales o de intereses relativos a su posición en la estructura social. Las protestas en
general y los movimientos en particular son considerados como fenómenos populares, mucho
más si se trata de organizaciones o movilizaciones que tienden a tener un carácter masivo. Sin
embargo, esa definición es algo muy distinto a sostener que la protesta es un tipo de actividad
reservada de modo exclusivo o excluyente a los sectores populares. En este contexto, el
recurso de protestar se vuelve un modo de acción disponible para quienes logren sostener un
grado mínimo o relativamente bajo de organización. Entre 1989 y 2003, la protesta sindical
disminuyo en términos absolutos y relativos. El aumento de las posiciones no calificadas y
marginales en detrimento de los empleos calificados coincide con la retracción del peso de las
organizaciones sindicales y el surgimiento de nuevos actores y modalidades de protesta. La
incidencia del mundo del trabajo en la protesta es innegable. Sin embargo, esa relación se
encuentra mediada por dimensiones de orden político que tienen que ver con las decisiones y
posicionamientos de las organizaciones sindicales, actores centrales que canalizan los
reclamos, demandas y conflictos del ámbito laboral. Sin embargo, hay dos elementos cruciales
a considerar: el primero, la diversificación del mapa político de la representación sindical y, el
segundo, la persistencia de una importante segmentación en el mercado laboral que incluye
altos niveles de flexibilidad, precariedad e informalidad. Recordemos que esto da cuenta de
dos rasgos: el primero es que abarca el reducido universo de los trabajadores formales de los
sectores líderes de la economía, y el segundo es que las políticas estatales de bienestar se han
traducido en beneficios organizativos y sectoriales. Por otro lado, desde inicios de la última
década una porción importante de los sectores trabajadores demanda sus derechos y presenta
sus reivindicaciones con cierta autonomía de los lineamientos generales de la CGT.

Nos centraremos en tres protestas ocurridas en los años 2012-2013. En primer lugar, aun
tratándose de protestas muy marcadas por la dinámica política del país, las convocatorias
fueron de carácter estrictamente no partidario. La referencia a la autoconvocatoria, la
ausencia de insignias y banderas partidarias de todo tipo, y la inexistencia de portavoces y de
articuladores de demandas fueron rasgos centrales de todas ellas. Sin duda, ese rasgo inicial
vuelve muy difícil hablar en conjunto sobre los participantes, sus intereses, sus motivos, etc.
Las protestas fueron, por cierto, la expresión de un fuerte rechazo a la política del gobierno
nacional y, en particular, a la figura de la presidenta de la nación. Pero, a la vez, su
organización puso de relieve una resistencia de los participantes a ser representados de modo
preciso. Ambas características hablan, por tanto, de una suerte de público indignado en busca
de mecanismos inequívocos de expresión antes que de un movimiento que intenta definir
estrategias y objetivos de intervención política. La idea de que estas protestas implican una
movilización de sectores medios se produce, como dijimos, al ponerlas en perspectiva con los
cacerolazos de la crisis de 2001. Aunque no existen demasiados datos sobre la composición de
las marchas, algunos indicadores muestran una presencia importante de sectores medios
urbanos que se expresan también en modalidades de protesta más individuales e inorgánicas
que aquellos que caracterizan a los sectores populares. De todos modos, la dificultad con
asumir estas vinculaciones entre grupos sociales y actores de la protesta es que, como vimos,
hay otro rasgo importante en estas movilizaciones y es que tienden a ubicar las demandas en
un lugar algo paradójico. Son reclamos que representan a la vez el lugar de la oposición política
pero que, sin embargo, se resisten a ser representados de un modo claro. Asi, los reclamos se
fragmentan y las demandas de las protestas tienden a colapsar en un registro de la opinión
particular de los participantes. Todos y cada uno de ellos tienen derecho a enunciar sus
motivos, razones y demandas sin que nadie pueda arrogarse la enunciación de una voz
colectiva. Llegamos de ese modo a presentar los rasgos principales de los conflictos ligados al
mundo del trabajo, a las demandas ambientales y a aquellas relacionadas con la
representación política. Dan cuenta del modo en que se ha organizado la actividad de
movilización y protesta, al menos desde el punto de vista de su impacto en la política nacional.

Política Criminal y Estado. Seguridad y estabilidad social: Políticas frente a la movilización.

La problemática de la criminalización, tanto de la pobreza como de la protesta popular, no es


exclusiva de los países tercermundistas. Por medio de la inseguridad, teóricamente, generada
por los sectores “vulnerables” de la sociedad, el resto de los sujetos que la componen tienden
a generar una situación de peligro latente, sustentando la existencia de una fragilidad social
mantenida por el aumento de la delincuencia en cabeza de los sectores “vulnerables”. Por lo
tanto, este sector social, que corre peligro, debe asegurar su bienestar por medio de un
engranaje conformado por un sistema paraestatal que cuide sus vidas, pertenencias y capitales
ante la presencia de este “enemigo interno”. El Estado necesita indudablemente justificar su
accionar represivo mediante la construcción y consolidación de un grupo social, al que excluye,
etiquetándolo de enemigo social o enemigo interno, criminalizando su condición social de
pobreza o su accionar al reclamar la igualdad de derechos y condiciones. Forman parte de una
red de gobierno y producción de orden social que, en las sociedades modernas, incluye el
sistema legal, el mercado laboral y las instituciones… Se refieren a y son sostenidas por otras
instituciones y controles sociales y están asentadas en configuraciones específicas de acción
cultural, política y económica. Por lo que, si bien el campo del control del delito tiene cierta
autonomía y una capacidad para generar internamente desarrollos y cambios, cualquier
transformación importante en la configuración del campo será un signo de transformaciones
correlativas en la estructura de los campos sociales de instituciones contiguos. Esto demuestra
que independientemente del tipo de Estado, sea de facto o democrático, este criminaliza la
“protesta social” justificando dicha actitud en la seguridad de “algunos ciudadanos” y la
consolidación del orden social. A la política criminal se la puede identificar, por los motivos
expuestos, con los desaparecidos, con los discriminados, con los excluidos, con los sin techo y
con los que políticamente representan una alternativa. Parece que los criminales se
encuentran en todas y cada una de las luchas que abogan por resolver los problemas
estructurales, como la tenencia de la tierra, la distribución de riqueza, el endeudamiento
externo. Si se considera desaparición forzada la privación de la libertad a una o más personas,
cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de
personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la
falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar
sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de
las garantías procesales pertinentes. En todo ámbito social se puede apreciar la conducta de
ciertos sujetos, que al encontrarse contenidos dentro de un grupo de pertenencia, realizan
acciones u omisiones hacia otro sector social que en su generalidad es minoritario o se
encuentra excluido. Ellos son los discriminados. Otro punto importante para recalcar, es que el
Estado necesita colocar la etiqueta de “peligrosidad” a un conjunto de actores sociales que se
encuentra dentro de un subsistema social distinto al sistema imperante, estos son los
discriminados por portación de cara. Los marginados, los desempleados, los nuevos parias, no
figuran en ninguna nomina, no aparecen en ningún registro, no integran ningún mailing.
Convive la miseria y el consumismo, las formas de producción precapitalista y el desarrollo
tecnológico de punta, el analfabetismo y la sofisticación intelectual. Por lo tanto, los excluidos,
o sea aquellos que se encuentran fuera del contrato social y no tienen la chance de integrarse
al mismo, son criminalizados por un Estado, salvaguardando a los “incluidos”.

Las políticas alternativas: a) defensores de los derechos humanos y b) ecologistas. El


enemigo externo. La situación en Latinoamérica.

Existen por parte de un conjunto de actores sociales la conducción de protestas contra la


deshumanizada globalización, los megaproyectos y las privatizaciones. Son los defensores de
los derechos humanos, desplazados internos, ecologistas, opositores a la impunidad, al modelo
de desarrollo y a la implementación de planes emanados de organismos internacionales de
crédito. Teniendo en cuenta quienes son los destinatarios de las políticas criminales se debe
analizarlos uno por uno para darse cuenta de cuál es su potencial peligrosidad para el sistema
social “ideal”, planteado por un Estado que tiene por objetivo mantener el “orden social”.
Analicemos a los Defensores de los Derechos Humanos, que florecen en la segunda mitad del
siglo XX a partir de la implementación de políticas liberales y colonialistas que expande la
explotación de la población, vulnerando de forma sistemática todos los Derechos Humanos de
gran parte de la ciudadanía. A raíz de esa circunstancia, se originó una corriente defensora de
Derechos Humanos de diferentes vertientes ideológicas y religiosas, que tenía como objetivo
evitar las violaciones que se producían en dichos países. Generalmente se encuentran
conformadas por distintos actores de diferentes sectores sociales, o sea, trabajadores,
estudiantes, intelectuales, desocupados, familiares de desaparecidos, minorías por género,
etcétera. Tienen como objetivo enfrentarse de forma directa contra las políticas represivas del
Estado, sufriendo de este la criminalización de su accionar, colocándole la etiqueta de factor
de inestabilidad al orden social vigente. Por lo tanto, estos grupos son reprimidos por un
Estado inoperante por no poder responder a las necesidades básicas de la ciudadanía, como
las mejores condiciones de vida, salud, educación, trabajo y bienestar social.

En efecto, preocupaciones tales como mantener el orden en la nación, combatir la subida de


los precios, sostener un elevado ritmo de crecimiento económico o reforzar el sistema de
defensa del país, son todas ellas expresiones típicas de valores materialistas. Por el contrario,
una respuesta afirmativa a los siguientes objetivos es expresión de que el encuestado tiene
unos valores postmaterialistas: proteger la libertad de expresión, dar mayor capacidad
decisoria a los ciudadanos en los asuntos de gobierno y en sus lugares de trabajo, conservar el
medio ambiente, avanzar hacia una sociedad menos impersonal o hacia una comunidad en la
que las ideas sean más importantes que el dinero. En todas las sociedades, los
postmaterialistas constituyen un grupo creciente, pero aun minoritario.
Se puede concluir que la política criminal tiene como blanco, especialmente en los países
tercermundistas, a los pobres y a quienes podrían representar una alternativa de cambio
democrático en un Estado. La reacción estatal se orienta a judicializar y a criminalizar sus
luchas, en la mayoría de los casos de supervivencia de movimientos colectivos y minorías. Esta
situación no se reduce a un problema de estrados judiciales y leyes de “control social”
públicas. Esto quiere decir, que la reacción estatal no se contrae a la forma pública, sino que la
política criminal asume la otra cara: la paraestatal-oculta, a la que se le reconoce mayor
eficacia y, por ende, a la que recurre con más frecuencia. El concepto de “política paraestatal”
se origina en la necesidad de los Estados y de diferentes agentes o administraciones, que
buscan afianzar su monopolio de poder y la concentración de control social. Se puede citar
como ejemplo la creación de cuerpos civiles que tuvieron como finalidad implementar el
terror, por medio de la violencia, en numerosos sectores de la población. De ese modo, se
lograba su sometimiento a las políticas implementadas por el Estado.

Este panorama se ve acompañado por un conjunto de leyes y decretos que, por medio de una
gran difusión en los medios de comunicación generan en la población una sensación de
inestabilidad a fin de justificar ciertas decisiones claramente discriminatorias e ilícitas.
Fácilmente se puede apreciar que los grupos que son perseguidos por medio de andamiajes
jurídicos son las minorías, que día tras día luchan para que sean reconocidos sus derechos y
buscan el equilibrio dentro del propio sistema, el cual debería estar sostenido por la igualdad.
El cuadro planteado permite deducir que el Estado crea la ilusión de un “enemigo externo”
para justificar su accionar represivo y convencer a los sujetos del sistema social que, estando
bajo su tutela, estarán protegidos ante cualquier daño y lesión causada por el accionar de este
enemigo. Por medio de este discurso, refuerza la idea de un “nosotros” y de un “ellos”,
recayendo en este ultimo la autoría de la inestabilidad social y la inseguridad, encontrando
como respuesta la represión y la criminalización de la protesta. De lo expuesto, se puede
afirmar que la política criminal imperante tanto en los países centrales como en los periféricos,
se encuentra dominada por los intereses económicos, ya sean particulares o generales. Se
puede preguntar ¿la política criminal actualmente se plantea como un desafío al analizar el
problema social de fondo, como lo es la pobreza, la exclusión social y la no distribución de la
riqueza? La respuesta ante este interrogante puede ser que la política criminal solo reproduce
un sistema social en pos de concentración del capital, en manos de unos pocos y la
consolidación de un “ellos” que justifique su accionar por parte de un “nosotros”.
Bolilla IX.

Las capacidades estatales. Estado y gestión: diversos modelos. El poder y los votos. La
diversidad Ideológica.

La cuestión de la capacidad es imprescindible como ámbito de indagación analítica cuando


nos remitimos a la “fontanería” de la actividad pública, es decir, a cómo operan en lo concreto,
en el día a día las instituciones estatales, cual es la calidad de los servicios que prestan, cual es
la calidad de la información o la inteligencia de que disponen, o cual es el grado de autonomía
vis-a-vis los administrados y de imparcialidad en sus actuaciones. Para este trabajo la
capacidad estatal es la aptitud de los entes estatales para alcanzar los fines que le han sido
asignados interna o externamente. Por un lado, el concepto supone la asignación de esta
cualidad a entes estatales de distinto tipo en función de la finalidad u objetivo que se utilice
como parámetro contra el cual evaluar la capacidad: puede tratarse del Estado-Nación como
un todo, de una agencia pública unitaria o de un conglomerado de agencias que deben actuar
de manera conjunta. Por otro lado, el concepto hace referencia a una cualidad del Estado que
puede estar presente en diversos grados. En ese sentido, el Estado puede ser más o menos
capaz, en función de la existencia de estas dotaciones humanas, organizacionales, tecnológicas
y de capital interorganizacional. La capacidad entonces, no se ve reflejada en los resultados,
sino en la existencia de estas condiciones para el logro de resultados. El Estado capaz, si se
permite esta licencia idiomática, es aquel que puede cumplir adecuadamente “ciertas”
funciones que le han sido asignadas. Es al mismo tiempo un atributo relacional en el sentido en
que las dotaciones de capacidad requerida para el cumplimiento de ciertos fines, dependen de
la propensión a la cooperación y al cumplimiento voluntario de normas por parte de los
ciudadanos. El concepto de capacidad remite de manera más directa al accionar de las
organizaciones públicas en el marco de políticas, y de allí su utilidad relativa en estos casos,
frente al concepto de poder. Los fines asignados al Estado y sus unidades tienen un marco
histórico-temporal de producción; no son permanentes, más allá de que puedan entenderse
algunas funciones como constitutivas del Estado como tal. Como ha sido ya mencionado, la
capacidad es un atributo que puede asignarse solo a un ente o sujeto que se desempeñe como
actor, con agencia. Este sujeto estatal puede estar definido en distintos niveles dependiendo
de cuál sea el interés del análisis político u organizacional. El marco de referencia valorativo
incluye aspectos tales como la pertinencia, la representatividad, la aptitud de respuesta a los
ciudadanos, además del volumen y calidad de los bienes y servicios que se prestan. El trabajo
de Skocpol advierte que la capacidad estatal es una condición de la autonomía estatal, ya que
esta no puede expresarse sin que haya elementos subyacentes que permitan al Estado actuar
eficazmente como un actor frente a los actores sociales. En este caso, la autonomía del Estado
frente a los poderes facticos, es condición necesaria para la capacidad, y no en el sentido
inverso. En un caso, la capacidad es expresión de autonomía. En el otro caso, la autonomía
puede ser en parte, una expresión de la capacidad. Desde el punto de vista de este trabajo, la
posibilidad de actuar de manera autónoma depende de ciertas dotaciones de capacidad
estatal; de lo contrario, no existe la posibilidad efectiva de perfilar una línea de actuación
independiente de las presiones sociales. La autonomía y la capacidad necesarias en este
sentido, no remiten solo a los medios disponibles, sino también a los tipos de fines a alcanzar.
Para este trabajo existe una estrecha vinculación entre los dos conceptos de capacidad y
resultados, pero estos no deben ser analíticamente confundidos. Para este texto, la capacidad
estatal juega un papel determinante en la mejora de las condiciones de vida de la población,
aunque es imprescindible definir el marco de relaciones entre estas variables.

Por manifestaciones de capacidad estatal, me refiero a desagregaciones o expresiones de esta


capacidad según algún criterio analítico. No se trata de factores explicativos de esta capacidad,
sino subdivisiones analíticas. Repetto define como manifestaciones de la capacidad estatal a
las capacidades administrativas, entendiendo que las técnicas o las institucionales no
constituyen dimensiones discernibles de manera mutuamente excluyente. Este breve repaso
orienta a este trabajo a adoptar el criterio de distinguir dos manifestaciones analíticas básicas
de la capacidad estatal: la capacidad política, retomando el análisis previo Repetto, como la
expresión de capacidad manifestada en la aptitud para delinear objetivos en un contexto
conflictivo y para sortear los obstáculos enfrentados; y la capacidad organizacional, siguiendo
una definición de Martínez Nogueira que se deriva de la administrativa, que identifica la
expresión derivada del uso del aparato burocrático de las organizaciones estatales.

La noción de componente se refiere entonces a alguna dimensión constitutiva de la capacidad


que pueda ser observable para los analistas organizacionales o de política pública, y que
incluso, pueda ser aprehendida a través de indicadores cuantitativos y cualitativos. Los
componentes de la capacidad entonces nos permiten captar dimensiones constitutivas y
observables, condición ineludible para poder aprehender este fenómeno y poder producir
cambios en el sentido requerido. Estos componentes son los factores que describen y explican
la capacidad y el nivel de la misma función de las finalidades a cumplir. Esta clasificación de
factores parece captar mejor la capacidad de sujetos estatales de alta jerarquía, o sujetos
complejos. Los factores o componentes son los siguientes: el vínculo actor estatal/otros
actores, la legitimidad del actor estatal, las características de los arreglos institucionales y la
estructura burocrática y el capital de acción interinstitucional.

Más allá de que los pormenores de organizaciones sean cuestiones meramente operativas,
administrativas o tecnológicas tienen también una naturaleza eminentemente política. Estas
organizaciones tienen una relación política con sujetos no estatales, y las características de
esta relación, en términos de la autonomía de estas organizaciones públicas, son cruciales a la
hora de captar la capacidad de las mismas, sea de manera directa o de manera indirecta. Pero
desde el punto de vista más amplio de la capacidad de una organización pública para cumplir
con sus mandatos más generales, el tipo de asociación entre las organizaciones y los sujetos no
estatales es clave para comprender si estas organizaciones tienen o no tienen capacidad. En
efecto, hay un espacio importante de colaboración público/privada en el campo de las políticas
públicas, y esta coordinación no solo puede implicar beneficios en el sentido de la amplitud y
calidad de los bienes y servicios públicos a disposición de la comunidad, sino que previo a esto,
puede representar una dotación de capacidad para el Estado en la consecución de sus distintas
finalidades. El que haya cooperación entre organizaciones públicas y privadas no equivale a
afirmar que puede estar comprometida la autonomía estatal, pero tampoco puede ignorarse
que esta cuestión debe ser analizada. En muchos casos, la trascendencia de esta distinción
depende del rol que tengan los sujetos no estatales en las políticas públicas, sea en la
formulación o en la ejecución de las mismas. Además de los puntos anteriores, es
imprescindible avanzar sobre lo que ha sido la agenda primigenia de la capacidad estatal: la
calidad del aparato burocrático en términos del personal, los sistemas de información y de
gestión y los medios a su disposición. La ausencia de personas calificadas, con perspectiva de
carrera, en administraciones eficientes, y la ausencia de sistemas de información, pertinentes y
actualizados sobre las materias a las que dirige la organización publica, son factores que
afectan negativamente el funcionamiento del Estado, en la medida en que lo hacen ineficaz y
vulnerable a la captura. Cada vez más, se observa una brecha entre el carácter complejo,
multidimensional e interrelacionado de los problemas que afectan las condiciones de vida de
la población y sus causas, además del carácter integrado de estos problemas desde la
perspectiva de los afectados por los mismos, y las respuestas fragmentadas, sectoriales y
parciales de las intervenciones de política pública. Los estados pierden capacidad por
intervenciones descoordinadas, además de la falta de coherencia y del ejercicio de la función
de gobierno. Lo interesante en este concepto es que está integrado por dos capacidades: la
llamada institucional y la llamada espacial, que alude a la integración territorial de las distintas
instancias jurisdiccionales, muy gravitante en el caso de los países federales.

La disponibilidad de recursos financieros por parte de una organización pública representara


una dotación inestimable de capacidad estatal. La cuestión de estos recursos podemos
abordarla desde una perspectiva macro y micro. En términos más globales, podemos
remitirnos a un análisis del presupuesto disponible para un Estado determinado y su
vinculación con otras dimensiones del resultado de la eventual aplicación de este presupuesto.
En un nivel más micro, de las propias políticas o de las agencias particulares, no cabe duda de
que el financiamiento estatal es clave en las dotaciones de capacidad. Diversos programas
públicos en el área social en la Argentina muestran que la capacidad del Estado y los resultados
de esta se ven reflejados en más y mejores servicios para la población más vulnerable. La
relación entre la capacidad estatal y las distintas estrategias e instrumentos de política pública
es analíticamente diversa y compleja. Por un lado, el manejo de instrumentos de política
pública puede ser una dotación de capacidad para una organización. Por otro lado, y previo
análisis riguroso, el despliegue de ciertos instrumentos y no de otros puede reflejar un
problema de capacidad, por el poder relativo de actores no estatales. La adopción de ciertas
estrategias o modalidades de gestión pública puede responder a muchas razones, entre ellas,
ideológicas, culturales, organizacionales, políticas e incluso tecnológicas. Estas modalidades
tienen sus propios requisitos de capacidad para ser adoptadas con éxito y que produzcan los
resultados esperados. En la medida en que son desplegadas, estas modalidades o
instrumentos son resultados de la capacidad estatal para implementarlas y, a su vez, se
constituyen una fuente de capacidad para el cumplimiento de los objetivos de una
organización. Dependiendo del área de política pública que se trate, puede haber más de una
opción de modalidad de prestación de los servicios. No todas las modalidades le caben a cada
área de política por las razones que mencionamos, entre ellas, cuestiones tecnológicas, de
mercado, o de disponibilidad de actores. En todos los casos, es necesario construir
capacidades estatales para desplegar estas modalidades. En todos los casos es necesario
desarrollar capacidades. Las fuentes de la capacidad estatal pueden encontrarse tanto en un
orden “legal” como “ilegal”, existiendo una zona gris en la que los “Estados actúan ilegalmente
para responder a demandas sociales, o cuando organizaciones criminales brindan servicios
públicos”. El Estado no es neutral, ya que todo proceso de toma de decisiones implica la
adopción de ciertos instrumentos sobre otros, la identificación de prioridades, la consagración
de ciertos derechos y la transferencia de potestades. Estas decisiones pueden favorecer a
pocos o a muchos, pero siempre implican una toma de posición valorativa sobre un problema,
sus causas y sus respuestas. La exigencia al Estado democrático no es sobre su neutralidad,
sino en primer lugar, sobre el procedimiento de toma de decisiones, en el sentido de que sea
transparente, se haya producido de acuerdo a la normativa vigente, sea respetuoso de los
derechos consagrados y de cuenta de los derechos específicos de algunas minorías
eventualmente afectadas, entre otros requisitos. Un Estado imparcial es aquel que aplica
rigurosamente la ley o brinda los servicios a los colectivos esperados, sin distinguir o
discriminar por razones políticas o sociales. Un Estado capaz puede no ser neutral por razones
propias a la legitimidad democrática, pero no puede dejar de ser imparcial en la aplicación de
las políticas, provean estos bienes, servicios o regulaciones.

De la protesta social a la gestión de políticas. Participación ciudadana, productividad,


desarrollo y mecanismos participativos de gestión.

La incorporación de la ciudadanía en los procesos de política pública, articulada en


modalidades de intervención más directas que las previstas por los mecanismos de la
democracia representativa, conforma el ancho campo de experiencias que se engloban hoy en
el concepto de participación ciudadana. La participación ciudadana remite al ámbito de
interacción entre el Estado y la sociedad. Desde esta concepción no solo se busca visibilizar
que la participación de la ciudadanía no se restringe a los procesos electorales y del sistema
político, sino que a la vez se propone identificar un vasto campo de participación social que
trasciende los estrechos marcos de la llamada participación “comunitaria”. La participación
ciudadana hace evidente asi, que las decisiones y acciones públicas no son monopolio de la
acción estatal ni tampoco del entretejido comunitario, sino que se desenvuelven en el ámbito
público no estatal, al espacio social donde confluyen actores sociales que representan
intereses o preocupaciones particulares junto con las instancias estatales de representación de
los intereses públicos. La proximidad espacial entre los ciudadanos y el gobierno facilita el
desarrollo de estas modalidades de intervención social en la gestión de la política, ya que la
interacción entre los actores sociales y políticos puede ser más cercana y cotidiana.

Durante el menemismo, como respuesta al crecimiento de la pobreza, que resultaba de esta


dinámica de declinación y concentración de la economía nacional, el núcleo de las políticas
sociales del nuevo modelo se estructuró en base a programas asistencialistas, que tenían por
objeto paliar los efectos más agudos de la reestructuración económica. Los programas sociales
compensatorios, acotados en el tiempo, en la cobertura y en las prestaciones, ofrecían
servicios o ayuda material a algunos de los segmentos sociales que enfrentaban las
condiciones de desempleo y pobreza más críticas. Este modelo de política social, armado sobre
la multiplicación de programas asistenciales, constituyo la plataforma de convocatoria a la
intervención de actores de la sociedad civil al proceso de gestión de la acción estatal. Apoyado
en el debilitamiento del papel del Estado nacional en el nuevo contexto global y, la
consiguiente ampliación de la intervención del sector privado y los mecanismos de mercado,
se instaló en la agenda el paradigma del desarrollo local que apuntaba a jerarquizar el papel de
los actores privados y sociales de base local en la generación de iniciativas que contrapesaran
la dinámica de declinación económica. Sin embargo, en la realidad del desarrollo territorial
argentino y, en el contexto de achicamiento de la actividad económica general, la mayoría de
las iniciativas quedaron restringidas a espacios de diagnóstico y/o planificación compartidos y
fueron muy reducidos los casos que lograron algún impacto económico o social. En el contexto
de la recuperacion democrática y de intensificación de la globalización, condiciones que
estimulaban tanto la diversificación como la consolidación organizativa de la sociedad civil en
nuestro país, se pluralizaron las problemáticas y las modalidades organizativas que articulaban
las orientaciones y demandas de la ciudadanía. Desde la sociedad civil organizada aparecieron
reclamos de intervención del Estado sobre cuestiones nuevas, como los derechos humanos, los
problemas ambientales, las condiciones de vida urbana, la discriminación de género, la
violencia social, entre muchas otras. El desarrollo en la Argentina de una sociedad civil
moderna, diferenciada y democrática, es resultado de un proceso histórico particular, pero
también puede ser visto como el capítulo nacional de una dinámica global de expansión de
movimientos sociales voluntarios y autónomos que pugnan por intervenir en el ámbito público
a la par de los actores sociales tradicionales, como los particos políticos y los sindicatos. El
argumento de la democratización, la transparencia y el mejoramiento de las políticas públicas
en el campo social constituía el fundamento normativo de este cambio. La sociedad civil
comenzó a tomar parte, de manera sistemática a la vez que restringida en sus alcances, de los
procesos de gestión de los programas sociales. Estas modalidades de interacción entre la
sociedad y el Estado se presentaban, en este contexto, como expresión principal de la
participación ciudadana configurando asi un marco interpretativo que definía al sistema de
política social como un conjunto de programas compensatorios, y asimilaba la noción de
ciudadanía con la de sociedad civil organizada. La respuesta de la sociedad a la crisis
socioeconómica y política significo la aparición en el escenario político argentino, de formas de
acción pública diferentes a las que habían articulado las demandas sociales hasta el momento.
La creciente movilización se fue convirtiendo en el punto de origen de numerosas y variadas
experiencias de participación social que combinaban acciones de protesta y rechazo al poder
político con iniciativas autogestivas de atención a las agudas necesidades sociales de los
amplios segmentos de la sociedad afectadas por la situación. Proliferaron en esos días
experiencias participativas espontaneas u organizadas colectivamente por nuevos carriles de
articulación colectivamente por nuevos carriles de articulación de demandas, abarcando una
extensión y diversidad social desconocida. Estas acciones públicas constituyeron modalidades
de acción colectiva novedosas para la tradición de la participación política argentina; y
supusieron la instalación en la arena social y política de una matriz de experiencias
organizativas de una trascendencia singular, particularmente aquellas que se articularon en
torno al movimiento de desocupados o “piqueteros”. La política social de esta etapa intentaba
tímidamente reorientar sus objetivos asistencialistas hacia intervenciones dirigidas a promover
fuentes alternativas de trabajo, a la vez que impregnado el diseño de los programas sociales
desde la década anterior. De este modo, si bien los movimientos de desocupados nacieron en
un marco de confrontación con las políticas estatales, fueron paulatinamente traduciendo sus
demandas más concretas en términos de acceso a las prestaciones de los programas sociales y
de empleo, como forma de obtener recursos que las propias organizaciones distribuían entre
sus miembros o destinaban al desarrollo de emprendimientos productivos. La incorporación a
la gestión de políticas sociales fue el principal derrotero que siguió el movimiento de
desocupados, pero no el único, puesto que algunas agrupaciones se integraron a movimientos
o partidos políticos, otras se convirtieron en ONGs, mientras que otras fueron perdiendo
presencia en la escena política. El avance del nuevo siglo trajo aparejada entonces una
revalorización del papel del Estado nacional en el plano económico y social y una
reformulación de los objetivos de la política y de los instrumentos de gestión. La recuperacion
de la centralidad de las instituciones públicas y de la presencia estatal en el campo económico,
llego acompañada por la reorientación de las políticas sociales hacia un enfoque de derechos.
Dentro del marco general de reuniversalizacion de las políticas y de centralización de esas
intervenciones masivas en el nivel nacional de gobierno, el modelo de articulación con actores
no estatales continua también expandiéndose durante este periodo, particularmente en
aquellos campos de política donde la institucionalidad estatal de nivel subnacional asume un
mayor protagonismo. Si bien la mayoría de estas políticas tienen origen en el nivel nacional de
gobierno, su desarrollo efectivo se afinca en el espacio local, continuándose asi la pauta
territorial que caracteriza a las instancias participativas desde la década anterior. En síntesis,
en este contexto, el escenario de las políticas sociales y participativas fue asumiendo carriles
políticos e institucionales diferentes a los que organizaban la intervención de la sociedad civil
en las políticas de asistencia como también a la movilización política que desencadeno la crisis
de fin de siglo. La recuperacion del papel del Estado en este periodo se evidencia con mayor
claridad en la instancia central, pero también ha significado reforzar el lugar que ocupan los
gobiernos subnacionales, en especial los municipales, lo que trae consigo un modelo más
público e institucionalizado de relación entre sociedad civil y Estado. Por otro lado, aun si
resulta evidente la primacía del nivel nacional en la formulación y financiamiento de las
iniciativas de diseño participativo, la implementación de las acciones se desenvuelve,
mayoritariamente, en el ámbito local. Se trata de iniciativas y espacios de articulación cuyo
principal objeto es promover el incremento del protagonismo directo de la ciudadanía en las
políticas públicas, en un horizonte de ampliación de la democracia, desplegándose por lo tanto
en instrumentos de ampliación de la participación directa de la ciudadanía en decisiones
estatales. Las políticas socio-productivas tienen por objeto mejorar la inclusión de la población
de escasos recursos, en base a la potenciación de la capacidad de trabajo de esos grupos
sociales, principalmente promoviendo el desarrollo de emprendimientos económicos de
pequeña escala e involucrando a los habitantes en la mejora del hábitat. Esta categoría agrupa
a los instrumentos o instancias participativas que forman parte del diseño de políticas públicas
en distintos campos de intervención, cuyos lineamientos y procedimientos más significativos
están estructurados bajo una lógica más vertical, pero que incluyen espacios de articulación
con actores no estatales, principalmente en el nivel local. Es decir que incorporan instancias
acotadas de articulación multiactoral dentro de una estructura más centralizada y tradicional.
La activa experiencia participativa que rodeo a la crisis de cambio de siglo también ha
recorrido un camino de creciente institucionalización, expresado en su reconversión de una
dinámica de acción colectiva sumamente confrontativa en sus orígenes, a la incorporación
formalizada en instancias de gestión de políticas sociales.
La sociedad civil, la protesta social y el Estado. Formación y capacitación política. Impactos
de las políticas públicas en la estructura social. Modelos de gestión y liderazgo. Enfoques
alternativos de las capacidades del Estado. Los cambios de ciclo y la estabilidad democrática.

Cambio epocal es lo que se da, a nivel nacional, a partir del año 2003 con el pasaje del modelo
neoliberal al productivo-inclusivo o desarrollo con inclusión social. El segundo acontecimiento
relevante, a nivel regional, se sitúa en el año 2005 con la negativa de los Presidentes del
MERCOSUR a la propuesta del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata y con la afirmación de una
propuesta política más autónoma de integración regional que luego fue ratificada con la
creación de la UNASUR. Finalmente, el tercer suceso de importancia, a nivel global, puede
fecharse hacia finales del año 2008 con la caída de Lheman Brothers y el comienzo de la
denominada “crisis global”, abriéndose asi una era de incertidumbre. En otras palabras, se
produce el pasaje paulatino del poder global del Atlántico hacia el Pacifico. De esta manera, se
pasa de la anterior subordinación de la política a la economía, del Estado Nación a los
Organismos Internacionales y a la gobernanza global; a otra articulación del Estado Nacional
con la sociedad civil y con el mercado. Por otro lado, en la perspectiva posneoliberal
predomina el Estado como guía e impulsor de la dinámica productiva que se vincula a la
problemática de la inclusión y la legitimidad. Se trata de una recuperacion del desarrollo que
retoma parte de la tradición del pensamiento latinoamericano, la perspectiva neodesarrollista
y neoestructural y la emancipadora que incorpora a la inclusión como valor central que hace al
bien público asi como al control del propio destino de los Estados nacionales. El nuevo enfoque
en lo económico y político tuvo una performance sustancialmente mejor que el anterior, tanto
a nivel del nivel de crecimiento del PBI, la distribución del ingreso, etc. De acuerdo a la
perspectiva de Aldo Ferrer, la mayoría de estos gobiernos progresistas también pueden
caracterizarse como Proyectos Nacionales Populares. De este modo, situaciones ignoradas
bajo regímenes conservadores se convierten en contextos democráticos en escenarios
caóticos y de riesgos inminentes que desautorizan los PNP o buscan promover su
ingobernabilidad. Cierto es que el giro de la acumulación mundial permite generar nuevas
posibilidades para los pueblos del sur, también riesgos de no aprovechar esta acumulación. A
partir de la crisis en el centro de finales del año 2008, y del surgimiento de la economía más
competitiva y de alto crecimiento de Asia, los emergentes comienzan a desplazarse desde una
globalización unipolar a otro formato de globalización: la multipolar. La globalización unipolar
era concebida como natural y despolitizada por el “pensamiento único” que debía resolver un
problema técnico y gerencial. En la globalización multipolar ya no hay un país hegemónico que
pueda dictar por si solo las reglas de juego internacionales y políticas, si bien puede detentar el
predominio militar. Por un lado, se ha logrado la consolidación del régimen democrático y se
han configurado cambios estructurales y leyes significativas en esta década dentro del marco
institucional y constitucional. La democracia no es una construcción que está dada de una vez
y para siempre, como tampoco lo están los derechos adquiridos o las mayores oportunidades.
De este modo, la democracia con mayor calidad y ampliada en derechos como parte del nuevo
paradigma es un camino no terminado, perfectible y que no deja de ser susceptible de posibles
retrocesos, tanto en lo referido a los avances sociales como al retorno de perspectivas
conservadoras que han sido hasta ahora una norma histórica en nuestra región. De allí que la
promoción de industrias culturales propias, el financiamiento público del arte, de la gestión de
experiencias innovadoras, de sistemas de comunicación abiertos, plurales y diversos y de una
ética de la creatividad no sean una tarea ajena al nuevo paradigma. En realidad, no hay
capacidad de incidir en estilos de vida y valores culturales sin autonomía política y procesos de
industrialización. No solo es importante alentar producciones culturales propias sino también
mostrar la vida como inmensamente valiosa incluyendo sus imperfecciones. La construcción de
sentido implica que una sociedad deja de regirse exclusivamente por el mercado ya que si lo
que se busca no es solo sobrevivir y resguardarse individualmente, sino lograr mayores grados
de inclusión social y calidad de vida para el conjunto, entonces como sociedad debemos
aprender a arriesgar, a salir del temor y a valorar lo que hemos logrado colectivamente. El
cambio epocal se ha producido, un mundo conflictivo y distinto surge dando una oportunidad
histórica a los emergentes. El modelo debe anticipar y desarrollar distintas estrategias en el
marco de una sociedad civil cada vez más heterogénea y demandante. El relato sobre una
nueva concepción del poder y de la política vinculado al respecto de los derechos humanos, a
la inclusión social, a la industrialización, y la ampliación de la democracia modelo abre un
marco de altas expectativas sociales. Hemos querido señalar que el proceso de transformación
nacional regional y global de la última década, el cambio epocal y la emergencia de un nuevo
paradigma, es necesario considerarlo en su conjunto y en todas sus dimensiones para contar
con perspectiva y visión estratégica, sobre las tendencias prevalecientes en los próximos años.
El nuevo paradigma no está exento de interrogantes, desafíos y luchas, donde centralmente lo
que está en juego en este tiempo es su misma sustentabilidad.

El retorno de la democracia en 1983, es tomado como punto de partida para analizar diversos
fenómenos sociales actuales. A medida que transcurrieron los años la conflictividad y las
demandas sociales tendieron a tornarse más complejas y heterogéneas; así, organizaciones y
movimientos de la sociedad comenzaron a ganar protagonismo como canales de expresión.
Sus demandas no podían ser canalizadas ni por los partidos políticos ni por los sindicatos;
pertenecían a otra dimensión que lo salarial, y el grado de especificidad, las volvía complejas
de ser articuladas por los partidos, menos aún en un proceso de crisis de representatividad,
que esta situación tendía a profundizar. Los cuestionamientos iniciales referían a la necesidad
de dar respuesta, pero no que ello implicara un cambio político por parte de la orientación
general del Estado. La heterogeneidad de la sociedad civil se ha convertido en una marca de
los tiempos presentes. Pero cuando la diferencia parece ocupar un rol central en la definición
de la sociedad civil incluso en tensión con la noción de la igualdad, la representación de ese
componente se torna más compleja. Lo especifico, la búsqueda de la aceptación e inclusión de
la diferencia, hace más difícil la construcción de un partido capaz de englobar esas demandas.
En este sentido, se presenta una división cuando los reclamos por mayor seguridad en sectores
populares, implica el accionar de la policía como responsable directa de los homicidios. Sin
embargo, esas demandas lograron convertirse en lo que Laclau denomina “cadena de
equivalencias”, que expresara y explicara el vínculo representativo y legitimador entre los
sectores sociales movilizados y los actores políticos que intentaron capitalizar el descontento
social. Estas acciones colectivas, que buscaron construir un escenario de crisis de
gobernabilidad y, por lo tanto, desgastar al gobierno nacional, tuvieron la característica de ser
convocadas como “movilizaciones ciudadanas” desde el rechazo a las identidades partidarias.
Este carácter regresivo de las movilizaciones seguramente posibilito su masividad en términos
de convocatoria, no asi la emergencia de nuevas formas de organización o la
institucionalización de liderazgos que canalicen ese descontento social.
Si se creyó que el paradigma neoliberal y su correspondiente modelo de gestión pública
habían venido para quedarse por años, sorpresivamente en 2008 asistimos a una implosión
económica-financiera mundial cuyas secuelas aún seguimos experimentando. Si bien puede
sostenerse que, abandonado un viejo paradigma históricamente termina consolidándose uno
nuevo, difícil es saber al momento que características va a tener este último. Hoy se discute
sobre modelos de gestión más apropiados para transformar organizaciones públicas y hacerlas
efectivas para satisfacer necesidades e intereses colectivos. Group define la medida en que un
individuo es incorporado dentro de unidades sociales claramente establecidas y gobernadas
por reglas de conducta colectivamente aceptadas. Grid denota el grado en que la vida de un
individuo está circunscripta por prescripciones externamente impuestas. Cuanto mayor es el
grado de detalle de dichas prescripciones, menor es la posibilidad de desarrollar
comportamientos innovativos. El cruce de estos ejes con sus valores polares alto/bajo, da
origen a cuatro campos paradigmáticos: el jerárquico, el individualista, el igualitario y el
fatalista. El jerárquico es aquel donde el entorno social de un individuo se caracteriza por
fuertes vínculos de pertenencia a una comunidad/organización, y las reglas de
comportamiento están claramente establecidas y deben ser estrictamente observadas y
cumplidas. En el individualista se percibe un mundo donde no existen fuertes lazos sociales
con comunidad/organización alguna, ni tampoco roles y formas de comportamiento definidos
por reglas socialmente impuestas. Al individualista, le corresponde el modelo de gestión
innovativos, destinado a poner en juego la creatividad para resolver problemas nuevos y
desafiantes. El igualitario es congruente con un modelo de gestión participativo, orientado a
generar consenso no solo en fines organizacionales sino también en las soluciones que se
aplican a la hora de resolver problemas. Finalmente el fatalista genera congruencia con el
modelo de gestión de la “anarquía organizada” que solo garantiza reglas de juego básicas para
que los diferentes actores diriman conflictos o bien establece criterios de aleatoriedad artificial
para la solución de problemas. Asi entonces, a un modelo de gestión burocrático deberían
corresponderle tecnologías de gestión burocráticas vinculadas al control exante, al
cumplimiento estricto de procedimientos, al aseguramiento de la impersonalidad decisoria
frente a la resolución de problemas. En cambio, a un modelo de gestión innovativos, deberían
corresponderle tecnologías de gestión favorecedoras de la libre iniciativa, la innovación, la
competencia, la creatividad; en gestión pública, las tecnologías del NPM tienen dicha
característica. En un modelo de gestión participativo deberíamos encontrar tecnologías de
gestión que aseguren la participación plena en el proceso decisorio de todos los miembros
componentes de una organización, mientras que en un modelo de gestión fatalista, las
tecnologías de gestión estarán más orientadas a resolver problemas de aleatoriedad artificial o
a establecer reglas de juego que garanticen procesos de negociación entre diferentes actores
componentes de la organización. En tanto, las culturas organizacionales exigentes dan origen a
líderes “entrepeneur”, como arquetipos de lo que las organizaciones públicas necesitan para
innovar y sacarse de encima las practicas burocráticas que generan ineficiencia. Las culturas
integrativas requieren de líderes articuladores, generadores de participación y convocatoria en
términos de proyectos comunes, escuchar opiniones y puntos de vista diferentes y desarrollar
procesos de negociación destinados a alcanzar visiones compartidas de futuro. Finalmente, las
culturas organizacionales anomicas generan un tipo de líder autoprotectivo, caracterizado por
un comportamiento individualista, centrado en sí mismo, egoísta, poco comunicativo, que
cuida sus propios intereses, permanente generador de conflictos, deliberadamente orientado
a “salvar su pellejo” frente al peligro. “El big bang paradigmático”: en virtud del mismo, hoy día
conviven yuxtapuestos pedazos del viejo paradigma jerárquico, mas fragmentos del nuevo
paradigma individualista, todos ellos “volando por el aire” sin aparente destino. Lo que puede
verse hoy día es un fenómeno de ruptura de la congruencia: organizaciones públicas donde
nuevos campos paradigmáticos están en gestación, con una mezcla de capas geológicas
diversas donde existen superpuestos distintos tipos de modelos de gestión, tecnologías,
culturas y liderazgos. Asi es posible imaginar una gestión pública donde se reafirma el rol del
Estado como el principal facilitador de soluciones a los nuevos problemas de globalización,
cambio tecnológico, cambios demográficos y amenazas al medio ambiente, a la democracia
representativa como elemento legitimante dentro del aparato estatal, a la ley administrativa
en cuanto a preservar los principios básicos pertinentes a la relación ciudadano-Estado,
incluyendo igualdad ante la ley, seguridad jurídica y la disponibilidad de mecanismos de
control y transparencia en las acciones del Estado y, finalmente, a la preservación de la idea de
servicio público con status, términos, condiciones y cultura diferenciales. El otro posible
destino de consolidación paradigmática, está basado en la creencia de que las sociedades del
futuro serán más horizontales y de que lo mismo sucederá con las organizaciones.

El “nuevo ciclo” concibe al Estado como instrumento en favor de una modernización,


transparencia y eficiencia en la gestión pública que apunta a lograr una menor inflación a
partir de un menor gasto, mayor inversión pública externa y reducción del empleo público.
Para el gobierno actual, por el contrario, la alternativa es “fortalecer” el sector externo vía
devaluación y quita de retenciones, disminuyendo drásticamente el consumo para volver a
“superar” la restricción externa. No se cree que el mercado interno y su estimulo vía el gasto
público sea una estrategia valida de crecimiento, por el contrario, si el sector externo y la
inversión extranjera. Asimismo, opera una rápida inserción regional y global que dejan atrás el
tejido de alianzas, inversiones y valores que se vinculaban a la cooperación Sur-Sur, los
emergentes y asociarse a las grandes alianzas transoceánicas de libre comercio, lideradas por
los Estados Unidos y dejar atrás la institucionalidad de integración forjada en la última década.
Las medidas del gobierno no parecen momentáneas, circunstanciales o para compensar
problemas heredados. Estas medidas son producto de una estrategia claramente definida por
el neoliberalismo tardío, para un gobierno de las elites y una estrecha inserción en la
geopolítica del norte desarrollado y su agenda. El poder vuelve al poder, también hace
referencia a la representación de las grandes instituciones, política, gremial y eclesial, en las
sociedades posdemocráticas. Junto con ello, se trata de configurar un nuevo imaginario y
sentido común conservador liberal que acompañe este proceso. No se admite ninguna
referencia a activos comunitarios, a valores y a derechos que vayan más allá de los que
propone el ideario neoliberal en un modelo a emular que, sin lugar a duda, lo constituye
nuestro país hermano: Chile. Producto de la modernización de ruptura el Estado tiende a
reducirse a una mera administración de la deuda que se vuelve a contraer, pues al lograr los
equilibrios macroeconómicos para poder gerenciarla se ha reemplazado la utopía de la
búsqueda de un desarrollo sustentable e inclusivo por la sociedad de la transparencia. Esta
sociedad del mito de la transparencia significa que todo lo anterior era corrupto y que nada
podía rescatarse. El pueblo primero desea no ser dominado, no serlo de una manera brutal
antidemocrática y poco digna. Es por eso que las luchas populares enfrentan dificultades en el
establecimiento de sus demandas y paradojalmente algunas veces tienden a aceptar los
objetivos de sus adversarios. Por último, la vuelta del poder al poder requiere respuestas.
Requiere debate, reflexión, dialogo, formación. El Estado de los CEO de la nueva
modernización posdemocrática muestra que los ricos no van a ceder en sus aspiraciones de
hegemonía y de instalación de una nueva cultura acorde con esta. Esta situación novedosa y
desafiante señala como necesaria la reflexión, el debate y las articulaciones amplias y hasta
una lucha democrática y ciudadana consistente. Si dejamos atrás el neodesarrollismo con los
límites de la restricción externa, debemos ahora también superar con cierta resistencia,
articulación e inteligencia el neoliberalismo tardío, el Estado de los CEO y la posdemocracia
que, con su proyecto de refundar la republica liberal, no dejara allí futuro para los jóvenes ni
para los pobres, los más desfavorecidos de la historia.

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