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Diana Carolina Parada Rueda

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Hipocresía y doble moral: el consumo y la explotación del ganado

Por el momento seguirá volteando cerdos, impuro, pero moralmente aceptable, así es

como se siente. Nunca nadie le pedirá que sea otra cosa, porque los hombres como él

son pocos, los hombres que están para matar. Los que están para comer son muchos

y comen sin saciarse nunca. Todos son hombres de sangre, los que matan y los que

comen. Nadie es impune. (Maia, 2013)

En primer lugar, se asegura que Edgar seguirá trabajando como aturdidor de cerdos; sin

embargo, al definir esto como algo “impuro, pero moralmente aceptable” permite interpretar

que él siente que es algo tolerable o pasable por la sociedad, más no como algo bueno o de

admirar. Además, la forma en la que lo dice indica que no es una labor de la que se sienta

orgulloso o satisfecho, sino algo que realiza con el propósito de sobrevivir, tomando cierto

tono de resignación hacia su vida. Se podría decir que nadie espera nada de él dado que es

un simple trabajador, muchas personas seguramente no lo vean como alguien más allá de

quien realiza el trabajo sucio que nadie más quiere hacer.

Posteriormente, se explica que son muy pocas las personas dispuestas a asesinar, lo

que se podría deber en parte al estigma y la poca estima que se tienen hacia este tipo de

trabajos. Esto termina por contrastar esta pequeña cantidad de hombres en comparación con

una parte considerable de la sociedad que está dispuesta a comer. Algo llamativo es el doble

sentido que se puede dar a la expresión “comen sin saciarse nunca”, ya que puede verse desde

el punto de vista tanto de los mataderos como de las personas del común. En primer lugar, se

puede entender esto como una explotación sin límite por parte de las fábricas, quienes actúan

por avaricia buscando ganancias y beneficios económicos sin analizar las consecuencias;
mientras que, también puede ser una crítica hacia las personas del común quienes pecan por

omisión, dado que no son conscientes de que son un eslabón en este sistema de producción;

es decir, las personas no se dan cuenta de que, al incrementar su consumo de carne, aumenta

consigo las muertes del ganado para satisfacer esta demanda.

Por otra parte, se recalca que nadie es impune, son tanto culpables y responsables

quienes asesinan al ganado como quienes consumen la carne producida, lo que permite

reflexionar sobre uno de los mayores problemas en este tema: la hipocresía o doble moral.

Para nadie es un secreto que, así como existen jerarquías sociales basadas en el poder

adquisitivo, también hay ciertos niveles de moralidad; una especie de límites imaginarios en

el que determinamos que tan buenas o malas son nuestras acciones. En el caso del consumo

de carne, las líneas se desdibujan considerablemente, dado que muchas personas se

consideran con la autoridad de atacar y criticar a quienes se encargan de asesinar ganado sin

cuestionar su participación en este mercado. Se establece una creencia de que alguien es

“menos malo” porque consume más no asesina directamente, sin tener en cuenta que hacen

parte de un sistema.

En síntesis, este fragmento permite analizar el consumo desmedido y la doble moral

de las personas. Estos sucesos están ligados a la sobreexplotación de ganado, sin embargo,

han sido convenientemente ocultados para el beneficio tanto de los consumidores como de

los mataderos; los primeros pueden consumir sin sentirse juzgados o atados a la muerte de

un animal, mientras que, los segundos se benefician económicamente sin importar las

consecuencias.
Referencia

Maia, A. (2013). De ganados y de hombres (Trad c. De Nápoli). Eterna cadencia editora.

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