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Universidad Nacional de Córdoba

Facultad de Ciencias Sociales


Lic. en Sociología y en Ciencia Política -CIC

Historia Social y Política Argentina (III)

TRABAJOS PRÁCTICOS

AÑO 2023
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA Y EN CIENCIA POLÍTICA - CIC

ASIGNATURA: HISTORIA SOCIAL Y POLÍTICA ARGENTINA (III)

AÑO DE LA CARRERA: 2° AÑO


CICLO: CICLO INICIAL COMUN
DURACIÓN: 1° CUATRIMESTRE
PROFESORA ADJUNTA a cargo: Dra. Alicia Servetto
PROFESORES ADJUNTOS: Enrique Shaw y Pablo Requena.
PROFESORES ASISTENTES: Ana Noguera, Carolina Musso y Leandro Inchauspe.

PROGRAMA AÑO 2022

TRABAJOS PRÁCTICOS

FUNDAMENTACIÓN
En las clases prácticas el interés se centrará en analizar cuatros acontecimientos
históricos que irrumpieron en la vida política y social de la argentina y tuvieron efectos
en la redefinición de las relaciones de poder, en tanto implicaron realineamientos de
grupos políticos, surgimiento de nuevos actores sociales y significaron la irrupción de
nuevos discursos, demandas y repertorios de confrontación. Con el propósito de analizar
estos acontecimientos en clave interdisciplinaria, cruzando la sociología, la ciencia política
y la historia, los casos a revisar son: 1) La Cuestión Social a principios del Siglo XX, 2) el
17 de Octubre de 1945, 3) El Cordobazo y el ciclo de “azos”. Juventudes, política y
memoria; 4) 2001: Estructuras en crisis y nuevas formas de resistencia. Se pretende
analizar en profundidad las condiciones que habilitaron tales acontecimientos, el
significado que los mismos tuvieron en la política y la sociedad argentina, y los efectos en
el corto y largo plazo. La idea que subyace en esta selección es pensar estos hechos como
parte de un proceso histórico que marcaron hiatos o bisagras y a partir de los cuales
analizar las rupturas y las continuidades.

BIBLIOGRAFIA TRABAJOS PRÁCTICOS

TRABAJO PRÁCTICO Nº 1.La cuestión social a principios del Siglo XX. (NO EVALUABLE)

1
- SURIANO, Juan (2001). "La cuestión social y el complejo proceso de construcción
inicial de las políticas sociales en la Argentina moderna" en Ciclos, Año XI, Vol. XI,
N° 21, 1er semestre de 2001, pp. 123-147.
- LOBATO, Mirta (2000). "Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y
protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en SURIANO, Juan (comp.),
La cuestión social en argentina, 1870-1943, Buenos Aires: La Colmena, pp. 245-
275.

TRABAJO PRÁCTICO Nº 2. El 17 de octubre de 1945. (EVALUABLE, escrito e individual)

- JAMES, Daniel (1990).Resistencia e integración. El peronismo y la clase


trabajadora argentina, 1946 – 1976. Buenos Aires: Sudamericana. Capítulo 1,
pp. 19-65.
- GRIMSON, Alejandro (2017). "La homogeneización de la heterogeneidad obrera
en los orígenes del peronismo" en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 47, segundo semestre de
2017, pp. 166-189.

TRABAJO PRÁCTICO N° 3. El Cordobazo y el ciclo de “azos”. Juventudes, política y


memoria (EVALUABLE, escrito e individual)

- MANZANO, Valeria (2019). “Los hijos de mayo: generaciones y política en la


Argentina, 1969-1994” en Contenciosa, (9).Dossier: Los «azos» revisitados.
Disponible en
https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/articl
e/view/8775/12203
- SERVETTO, Alicia y ORTIZ, Laura (2019). “La memoria como boomerang. ¿Qué
queda del Cordobazo?” enContenciosa, (9).Dossier: Los «azos» revisitados.
Disponible en
https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/articl
e/view/8762/12169

2
TRABAJO PRÁCTICO N° 4. Los '80 en Argentina: utopías democráticas, Derechos
Humanos y tramitaciones del pasado traumático (EVALUABLE, escrito e individual)

- JELIN, Elizabeth. (2017). “¿Víctimas, familiares o ciudadanos? Las luchas por la


legitimidad de la palabra”. En Las luchas por el pasado. Cómo construimos
memoria social. Buenos Aires: Siglo XXI.

- LVOVICH, Daniel y BISQUERT, Jaquelina (2008). La cambiante memoria de la


dictadura. Discursos públicos, movimientos sociales y legitimidad democrática.
Biblioteca Nacional-Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires.
Capítulo 2: La transición democrática y la teoría de los dos demonios
(1983-1986), pp. 27-44.

3
TRABAJO PRÁCTICO Nº 1.La cuestión social a principios del Siglo XX
(NO EVALUABLE)

- SURIANO, Juan (2001). "La cuestión social y el complejo proceso de construcción inicial de las políticas sociales en la Argentina moderna"
en Ciclos, Año XI, Vol. XI, N° 21, 1er semestre de 2001, pp. 123-147.
- LOBATO, Mirta (2000). "Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en
SURIANO, Juan (comp.), La cuestión social en argentina, 1870-1943, Buenos Aires: La Colmena, pp. 245-275.

4
Ciclos, Año XI, Vol. XI, N° 21, 1 er semestre de 2001 '

Cuestión socia' estado' einstituciones laborales


~~ . ' . . ' . \." '. '. ~_'

La cuestión social y el complejo proceso


de construcción inicial de las políticas
sociales en la Argentina moderna

Juan Suriano*

Introducción
Los sectores populares y los trabajadores argentinos siempre vivieron situaciones .
de 'vulnerabilidad y precariedad. Estas fueron de mayor o menor gravedad según
las coyunturas, y obviamente los momentos de. crisis generalizada fueron .y son
los de mayores dificultades para los trabajadores. Pero, en sentido contrario a
, quienes ven Un paralelismo entre la cuestión social decomienzos delsiglo xxyla
emergente aínicios del XXI, una de las grandes diferencias entre ambas radica en
una variableclave.el horizonte dé las expectativas populares. En la 'primera eta-
pala gran mayoría de los trabajadores estaban excluidos de los más elementales
derechos sociales" pero en' el contexto de un proceso de' construcción, -lento y
.paulatíno, dé la ciudadanía social (y política} En esta afirmación no importa tan-·
, to si el estado y los grupos gobernantes, influenciados por la concepción liberal,
reaccionaron temprana otardíamente ante el conflicto social; si predominó un es-
'píritu preventivo del conflicto o existían verdaderos criterios aseguradores; si fue-
ron los intelectuales,' los activistas gremiales o los propios trabajadores .quienes
pusieron en locución la cuestión social. Por lo menos- hasta' 1930, es decir, hasta
el comienzo de la crisis del modelo agroexportador, se llevó 'adelante un proceso
_de construcción de políticas sociales que apuntaba a incluir a las masas al siste-
ma para neutralizar la agitación social, por supuesto parcialmente, pues la idea de
universalidad' en la aplicación de l~ políticas sociales se vincula a la respuesta

* PEHE8A-Instituto Ravignani, UBA.


5
keynesiana a la crisis de 1929. Fue un período en el que las sociedades que ingre-
saban al capitalismo, en un contexto mundial de conformación acelerada de las
políticas sociales en- los países industrializados, se veían forzadas a incluir a las
masas debido, entre otras razones, a la fuerte presión ejercida por los trabajado-
res y sus representaciones gremiales y políticas, que ~e traducía en una fuerte ac-
ción colectiva. En ese momento los trabajadores construyeron y dispusieron. de
herramientas -asociativas, y de medios. de acción para luchar contra las diversas
formas de exclusión. Y esas herramientas y medios eran sumamente efectivos, es-
pecialmente en períodos de pleno empleo y cuando el conflicto se instalaba en las
zonas claves de la, economía agroexportadora. En ese marco, el horizonte de ex-
pectativas, aunque incierto en las coyunturas dé desocupación y con gobiernos re-
misos a conceder derechos a los trabajadores, estaba fuertemente cruzado por la,
presión ejercida por estos y sus organizaciones, y el producto de estas presiones
redundó progresivamente en aumentos salariales, mejoras en las condiciones de '
trabajo, las primeras leyes laborales y de seguridad social, así-como en la creación
del Departamento de Trabajo y de un cuerpo de funcionarios especializados en el
tema. Los trabajadores fueron adquiriendo visibilidad y se constituyeron en un su-
jeto social que debía ser tomado en cuenta'. Era el largo y trabajoso proceso de
construcción de la ciudadanía social en el sendero intermedio transitado por las
lógicas de la política y de la economía." .
En los últimos tiempos ese horizonte de expectativas se ha ido diluyendo, la'
desocupación ha dejado de ser coyuntural para convertirse en estructural y masi-
va, la precariedad laboral y la' exclusión son realidades de muchísima gente que,
a diferencia de comienzos del siglo, cuando empezaba a construirseun sistema de
contenciones, hoy ve desmembrarse el sistema de seguridad social estatal y no
acierta a percibir qué lo reemplazará; en todo caso, ve reaparecer y crecer políti-
cas asistenciales' que sólo' mitigan de manera muy relativa la pobreza. La afirma-
ción de Robert Castel de que "para muchos eí futuro tiene el sello de lo aleatorio'"
está hoy plenamente vigente en Argentina.
En este artículo me propongo analizar el proceso de conformación de las polí-
ticas sociales en Argentina a partir del momento en que surgió y se conformó la
cuestión socialmoderna, hasta la crisis del modelo agroexportador.

,La emergencia de la 'cuestión social


La cuestión social refiere a una serie de manifestaciones de carácter social, la-
,boral e ideológico que son consecuencia del proceso de urbanización e industria- ,
lización derivados de la incorporación 'del país al mercado mundial durante la se-
gunda mitad del siglo XIX. Se vinculan a la generalización del sistema salarial, a la
aparición de dificultades médico-sanitarias yde salubridad, a la falta de viviendas

1. Robert Castel, La metamorfosis de la cuestión social, Buenos Aires, 1997, p. 13.,


6
Cuestión social y políticas sociales en la Arqentirui moderna 125

y a la emergencia de instituciones orientadas a defender los intereses de los tra-


bajadores desde el punto de vista gremial, ideológico y político. Todas estas cues-
tiones terminarán generando la preocupación, participación y posterior búsqueda
de soluciones por parte de las élites dirigentes." '
Hasta aquí la definición es clásica, y parece pertinente ampliarla y matizarla al
menos en dos sentidos. Por un lado, con la inclusión dentro de la cuestión social
de la cuestión indígena, que impulsó, a partir de la conquista definitiva de sus tie-
,rras en 1880, un debate en el seno de los grupos gobernantes sobre qué hacer con
quienes habían sido legítimos habitantes de esas tierras, ahora víctimas delproce-
so de incorporación del país al mercado mundial. Por otro lado, desde fines del si-
glo XIX, la agenda de la cuestión social se complejizó en torno a la ernergenciadel
problema del rol de la mujer tanto en su carácter de madre como de trabajadora,
puesto que su incorporación al mercado de trabajo fue percibida negativamente
por las élites, en tanto perturbaba y disgregaba la vida familiar y social, contra-
riando la idea de que la mujer, como pilar y sostén moral de la familia, debía per-
manecer en el hogar. 3
No obstante la amplitud del concepto de "cuestión social", es de indudable im-
portancia remarcar que .' aunque no haya sido estrictamente su primera manifesta-
ción, el problema obrero se ubica en el centro de la cuestión social moderna: la
pobreza, la criminalidad, la prostitución, la enfermedad y la epidemia, el hacina-
miento habitacional o la misma conflictividad social son todos temas relacionados
al mundo del trabajo en tanto formaban parte de sus desajustes, como ladesocu-
pación, 'las malas condiciones de trabajo o los bajos salarios.' Además, los actores
de la época solían usar como sinónimos cuestión social y cuestión obrera.
Sin embargo, la cuestión social moderna comenzó a plantearse en Argentina
apenas comenzó su inserción en el mercado mundial como productor de bienes
primarios, hacia la década de 1860'. Las primeras preocupaciones sevincularon a
la masiva llegada de inmigrantes y a los problemas derivados de la acelerada ur-
banización. En el período .intercensal que va de 1869 a 1914 el porcentaje de po~
blación urbana trepó de un cuarto a la mitad del total de habitantes de la nación;

2.. Una definición similar para el caso chileno en James Morris, Las élites, los intelectua-
les y el consenso. Estado de la cuestión social y el sistema de relaciones industria-
les en Chile, Santiago de Chile, 1967, p. 79. . I

'3. Para el primer caso véase Enrique Mases, "Estado y cuestión indígena: Argentina,
1878-1885" en Juan Suriano, La cuestión social en Arqerüiru», 1870-1943,.Buenos Ai-
res, 2000; para el segundo, Mirta Z. Lobato, "Entre la protección y la exclusión: Discur-
so maternal y.protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en ídem.
'4. En este sentido es interesante constatar que la escuela criminológica positivista vincu-
laba el problema de la criminalidad directamente con el "desgranamiento" del merca-
do de trabajo. Sus ideas y proyectos sobre las reformas de las prisiones apuntaban a .
reinsertar a los individuos en el mercado de trabajo y a contribuir a la imposición de
la disciplina laboral. Al respecto véase Ricardo D. Salvatore, "Criminología positivista, ,
reforma de prisiones y la cuestión social/obrera en Argentina" enJ. Suriano, .op. cit.
7
126 Juaai Suriano

Buenos Aires multiplicó su población por ocho, Córdoba por cuatro y Rosario poro
odiez." El fenómeno se entiende mejor silo acotamos, en el caso de Buenos Aires;
al comienzo del período: entre 1869 y 1887 la población aumentó de 177.787 habi-
tantes a 433.375;0 esta cifra indica que en el" lapso de 18 años se produjo el mayor
crecimiento relativo de la historia poblacional argentina (143,7 o%), a una tasa
ooanual del 7,9 %.6"pn aumento de esta índole rápidamente habría de- evidenciar se-
rios problemas de infraestructura y seríaouna muestra contundente de la irracio-
onalidad del desarrollo urbano, hecha visible por los' contingentes de inmigrantes
que pululaban en busca de trabajo,. por el hacinamiento habitacional, especial- o
mente en conventillos y casas de inquilinato, y por los consecuentes focos de in-
fección y enfermedades. Así, la salud/enfermedad trascendieron el ámbito de lo
individual para convertirse en un problema social, tal como lo planteara tempra-
onamente Sarmiento en 1868 al inauguraroobras ode aguas corrientes." .Cada brote
epidémico elevaba laso preocupaciones de los grupos gobernantes, como ocurrie-
ra con laepidemiade fiebre amarilla de abril de 1858, o con la de cólera de fines
de 1867 y principios del año siguiente. Claro que esa visibilidad tuvo un punto de
inflexión a partir de la gran epidemia: de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires en
1871, matando al8 por ciento de la población y repercutiendo casi democrática-
mente sobre diversos grupos sociales. Si bien una de las consecuencias de este
episodio se relaciona con la segregaciónoespacial de las capas altas, que se trasla-
daron del sur al norte de la ciudad, aquí interesa centralmente "el descubrimien-
to de la enfermedad corno problema social'" y la decisión de un grupo de médicos
higienistas avalados porel gobierno para buscar la solución' del problema médi-
co-sanitario, res en este momento, al producirse la intersección entre los sabe-
res médicos y ia intervención estatal," cuando en Argentina comienzan a plantear-
se los problemas derivados de la cuestión social moderna.
Los higienistas pondrían énfasis en que el estado debía garantizar la "salud del
pueblo". Según Eduardo Wilde el gobierno "necesita tener atribuciones, yéstas
son forzosamente invasiones al derecho de cada uno, pero como no se puede vi-
viren sociedad sin ceder parte de los derechos individuales, tenemos que armar
a los gobiernos con aquellos poderes que nosotros mismos no disponemos"." En

5. Francisco Liemur, "La construcción del país urbano" en Mirta Z. Lobato (Ed), El pro-
o greso, la modernización y sus límites, 1880-1916, Buenos Aires, 2000.
6. Guy Bourdé, Buenos. Aires: urbanización e inmiqracion, Buenos Aires, 1977, p. 142.
7. Ricardo González Leandri , "Notas acerca de la profesionalización médica en Buenos
Aires durante la segunda mitad del siglo XIX" en J. Suriano, op. cit., p. 218. Sobre lapro-
fesionalización médica y su incidencia en la enunciación temprana de la cuestión so-
o

cial, véase del mismo autor Curar, persuadir, gobernar. La construcción historicade
o o

laprofesuni médica en Buenos Aires, 1852-1886, Madrid, 1999. '


,8. Diego Armus, "El descubrimiento de la enfermedad como problema social"/ enM.Z.Lo-
bato (Ed) op. cit. p. 510.
o9. oR.González Leandri, "Notas...", p. 219. o
10. Eduardo Wilde, Curso de Higiene Pública, Buenos Aires, 1885, p.lO

8
Cuestión social y políticas sociales en la Arqentina moderna 127,

este sentido, resolverían una parte de los problemas a partir de impulsar y lograr
por parte del estado laconstrucción de obras de salubridad y el consecuenteequi-
parniento sanitario. Se crearon.lasoñcinas gubernamentales pertinentes: el De-
partamento Nacional de Higiene e~ 1880 y la Asistencia Pública tres años más tar-
de. Cómo sostiene Armus, "en estas nuevas instituciones, creadas en gran .medida
como resultado de la presión de los, médicos. higienistas, este grupo burocrático
profesional delineó su área de competencia específica y se transformó en elespe-
cialistapor excelencia" de los problemas medioambientales del mundo urbano." '
y fundamentalmente, los higienistas, asociados a la sensación de temor ante las '
epidemias, indujeron al estado a ampliar sus esferas de actuación, al tomar en sus
manos la salud pública e inmiscuirse de manera directa en la resolución de uno
,de los problemas planteados por la cuestión social urbana.

'Las dijicultadesdel estado pa~a asumir la cuestión social


Sin embargo, ef estado tardaría y se' mostraría remiso a involucrarse en otros as-
pectossustancíales de la cuestión social debido, ,en buena medida, a la fuerte im- ,
pronta liberal que' guiaba las
ideas y las acciones de los grupos gobernantes. Esa
, impronta era muchomás fuerte 'en el plano social que en el económico o .el polí-
tico donde, en el contexto de la construcción de un Estado-Nación fuerte y cen-
tralizado, la intervención del gobierno fue activa y contundente- a la hora de en-
causar la anarquía política y disciplinar las diversas fracciones políticas y provin-
ciales que se disputaban el poder y .conspíraban contra la centralización estatal.
De manera inevitable, el proceso que arrancó en Caseros y se corporizó con la lle-
, gada de Julio ,A~ Roca al poder en 1880 condujo 'a la conformación de ese estado '
fuerte, centralizado y activamente interventor en las esferas de actuación política
'y económica. 12 ,- -,

Pero el plano social parece haber sido la zona más liberal, sin que /esto signíñ- .,
que ausencia del estado en las relaciones sociales. En el transcurso de las últimas
, . ,

tres o cuatro décadas del 'siglo XIX los gobiernos nacionales intervinieron escasa-
mente en el plano social ysólo lo hicieron cuando su presencia' fue indispensable,
como en el caso de la problemática médico-sanitaria. , ,
'En el ámbito más específico del mundo deltrabajo no se percibía, la presencia'
gubernamental, en tanto predominaba una visión liberal que suponía la política,
social sin la participación del estado o que admitía su intervención sólo en parte,
,mediante políticas de control y reglamentación. "Elmundo del trabajo se estructu- ,
a
raba partir de un sistema de obligaciones y tutelas moral-es destinado a los tra- , '
'bajadores a través del patronato filantrópico, pues éstos eran. visualizados como

11. "Íde'm, p. 516.


12. Véase al-respecto Osear-Oszlak, La formación del estado argentino. Orden, progreso
,Y orqamieacián. nacional, Buenos Aires, 1997, pp 95-190.:.
9
128 Juan' Suriomo

menores de edad, individuos irresponsables e incapaces de resolver sus proble-


mas básicos, de subsistencia. El mismo Wilde, que' tan enérgicamente reclamaba
la intervención, gubernamental para resolver los problemas médico-sanitarios,
pensaba, que los trabajadores eran. incapaces por sí mismos de moralizarse, ins-
truirse y conocer sus derechos y, en este, sentido, el poder público debía interve-
nir filantrópicamente y actuar como "una especie de tutor de los pobres, de padre
protector" dedicado a velar por la salud de la población en tanto "cada pobre que
viv.e mal es una amenaza para sus semejantes" .13 Y esa amenaza se corporizaba en
, los trabajadores, considerados corno potencialmente peligrosos: "la industria crea
una población especial, generalmente imprevisora, ignorante, sediciosa, atrevida,
disipada y hasta viciosa". 14 '

A diferencia de las viejas nociones de caridad, la concepción filantrópica, de la


, que el higienismo formaba parte, valoraba a la población económicamente activa
. y comenzó a tener vigencia en los años '70 del 'siglo XIX. A su criterio, la solución
de los problemas se vinculaba al estímulo de la moralidad de los trabajadores,
brindándoles una casa higiénica y una educación similar a la de la escuela domi-
nical británica, que combinara el énfasis sobre lo moral y lo higiénico. Una educa-
ción 'destinada a evitar que el obrero llegara a rebelarse y a "destruir las preocu-
paciones que suministran ideas 'generales exóticas y no indispensables para el
perfeccionamiento del obrero como hombre de familia, como individuo moral y
como auxiliar de la industria"." '
La' concepción filantrépica daba importancia "a diversos mecanismos para in-
., tervenir, tanto sobre el cuerpo como sobre la moral de los sectores populares, ex-
'tendiendo su labor hasta los lugares de vivienda, recreación y trabajo"." Por ejem-
plo, se vigilaba 'y reglamentaba los modos de vida de los trabajadores, tratando de
prevenir las enfermedades .de la población a partir de la actuación del Departa-
mento de Higiene y del Saneamiento yDiscíplínamiento Urbano, que se encarga-
ba del control y la inspección de bares, cafés, conventillos, pensiones, mercados,
prostíbulos y hospitales. Fue precisamente en este punto que la actuación de los
,médicos higienistas' resultó relevante. Ellos enfatizaron Y 'alertaron sobre el peli-
'gro' social que' significaba el hacinamiento habitacional, producto del desordena-
do e impetuoso crecimiento urbano, dado que convertía a los pobres en potencia-
les transmisores de enfermedades. En ese sentido, el higienista Guillermo Rawson
, advertía al gobierno acerca del deplorable estado de "las habitaciones de los tra-
bajadores y de los pobres, no sólo desde el punto de vista filantrópico, por lo que
concierne alos necesitados, sino desde los intereses de la comunidad, en cuanto

, 13. 'E. Wilde,·op. cit., p.40.·


14. Ídem;p.362.
15. Ídem, p.374. ,
16. Ricardo González, "Caridad y filantropía en la ciudad de Buenos Aires durante la se-
gunda mitad del siglo XIX" en AAVV, Sectores populares y vida urbana, Buenos Aires,
1984, p. 256. '

10
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna '129

se relaciona con la salud y con la vida". 17 Ellos pensaban que, además del fomen-
to de la templanza, con el aseo personal, el mejoramiento del hábitat popular ba-
sado en la limpieza, el aire puro y un mayor espacio, así como por la higiene en el
lugar de trabajo, conseguirían moralizar lascostumbres obreras y resolver el pro-
blema de la higiene y la salud. Esta situación se alcanzaría mediante la reglamen-
tación de las formas de habitar y el estímulo al capital privado para que invierta
en iniciativas filantrópicas, al estilo de las que el millonario Peabody llevaba ade-
lante en Inglaterra, construyendo viviendas populares a precios accesibles para
los trabajadores. 18 El énfasis puesto en el problema de la higiene y la salud, así co-
mo la visión filantrópica de los problemas obreros, marcaban los límites que los
higienistas y los gobernantes de este período tenían para comprender la cuestión
social en toda su magnitud.
Hasta fines del siglo XIX estos problemas se resolvían por los mayores aportes
del Tesoro Nacional a las organizaciones de beneficencia que se hacían cargo de
instituciones tales como asilos, casas de huérfanos, hospitales, manicomios y ca-
sas de espósitos. El presidente Carlos Pellegrini sintetizaba bien esta estrategia de
intervención social: "la caridad ha hecho su deber -sostenía en 1892-, las institu-
ciones piadosas encargadas de cuidar a los enfermos, amparar a los desvalidos, y
asilar a los desheredados de la fortuna y el hogar, han seguido prestando sus ser-
vicios bajo la dirección de las beneméritas damas...(y) el gobierno ha tenido que,
acudir en su auxilio"."
La cuestión social fuera del marco de la higiene y la salud parecía no ser per-
cibida por los gobernantes, y es interesante constatar que en los discursos de Pe-
llegrini como presidente en la apertur.a de las sesiones del Congreso Nacional en
1891 y 1892 no hay, con la única excepción de una mención a la desocupación, nin-
guna alusión, no sólo a la cuestión social en términos generales, sino tampoco 'a
las consecuencias sociales de la crisis económica desatada en 1890.20 Esta actitud
en los discursos presidenciales se mantuvo invariable a lo largo de toda la déca-.
da, salvo en 1895, cuando el presidente José E. Uriburu, desde una perspectiva
más policial que social, manifestó su inquietud por los conflictos obreros que a su
criterio "obedecen al desarrollo creciente del socialismo en esta capital"."
Si bien las dificultades para comprender la cuestión social se vinculan en pri-
mera instancia a su carácter de fenómeno nuevo y a que el estado se hallaba en.
una etapa de construcción, deben recalcarse los límites que a esa comprensión es-
tablecía la concepción liberal predominante en buena parte de los grupos gober-

17. Guillermo Rawson, Escritos y discursos, Buenos Aires, 1891, p. 109.


18. Ídem, p. 144.
19. Horacio Mabragaña, Los mensajes, Buenos Aires, 1910, Tomo V, p. 56. Sobre las acti-
vidades de beneficencia, véase: José Luis Moreno (comp.), La política social antes de
la política social (Caridad, beneficencia y política social en Buenos Aires, siglos
XVIII a XX), Buenos Aires, 2000.
20. Ídem, pp 1-86.
21. Ídem, p. 3'00.

11
130 Juan Suriomo

nantes. Se trata de un condicionamiento de carácter filosófico relacionado con la


concepción de una sociedad mínima, en la cual los hombres son individuos res-
ponsables y racionales que persiguen sus intereses a partir del establecimiento de
relaciones contractuales. La irrupción y la percepción de la pobreza, así como de
los problemas sociales en general, deben haber constituido un desafío difícil de
desentrañar para quienes así concebían a la sociedad." En nuestro país esta visión
contractualista de la relación entre los individuos se hallaba presente en el Códi-
go Civil, que equiparaba como partes iguales de una relación al obrero y al patrón
(contratado y contratante). Este aspecto del Código regiría hasta la sanción de
una legislación laboral que diferenció cada una de las partes y estableció derechos
y obligaciones. Pero esta postura no era sólo privativa de los grupos gobernantes;
parecía gozar de un consenso bastante generalizado en otros sectores de la socie-
dad, ya que también adherían a ella los empresarios industriales y aquellas orga-
nizaciones obreras orientadas al anarquismo.f

La irrupción de la cuestión obrera


Resulta indudable que la emergencia de la cuestión obrera a partir del desarrollo
del movimiento obrero y de la constitución de cierta identidad de clase de los tra-
bajadores argentinos aceleraron la crisis de la interpretación liberal. Y fueron los
propios representantes de los trabajadores los primeros en poner en locución el
problema." Sólo a modo de ejemplo mencionaremos dos casos. En 1887 se con-
formaba "La Fraternidad, Sociedad de Ayuda Mutua entre Maquinistas y Fogone-
ros de Locomotoras", con el objeto de mejorar las condiciones de vida y trabajo
de los maquinistas y fogoneros de todo el país. Cabe señalar que, aunque referi-
dos sólo a un gremio, entre sus propósitos figuraban demandas vinculadas direc-

22. R. Castel, op. cit., p. 262.


23. El anarquismo estaba permeado tanto de antiestatismo como de un fuerte individua-
lismo de raigambre indudablemente liberal. Véase Juan Suriano, "Ideas y prácticas po-
líticas del anarquismo argentino" en Entrepasados, N° 8, 1995. Entre los industriales la
postura no dejaba de manifestar una dosis de oportunismo: antiestatales y fuertemen-
te liberales a la hora de resolver los conflictos con los trabajadores, se mostraban en
cambio partidarios de la intervención y la protección gubernamental a la hora de de-
fender su producción frente a la competencia extranjera. Véase Jorge Schvarzer, Em-
presarios del pasado. La Unión Industrial Argentina, Buenos Aires, 1991.
24. Por razones de espacio no abordaremos el análisis de la acción gremial y su conse-
cuente recepción en ciertos sectores de la sociedad durante la segunda mitad del siglo
XIX, pero creo indispensable efectuar una relectura de este proceso, relectura que de-
bería poner énfasis en la naturaleza de las demandas de las sociedades de resistencia,
así como en establecer a qué interlocutores estaban dirigidas. Con respecto a la recep-
ción, sabemos que el estado recién se preocupó a la vuelta del siglo; sin embargo, se-
ría sumamente útil indagar cómo reaccionaron otros sectores, por ejemplo la prensa
(especialmente La Prensa y La Nación) frente a la cuestión social.

12
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 131

tamente a la resolución de la cuestión social: "a) Uniformidad de las condiciones


de trabajo por medio de una reglamentación legal; b) Formación de tribunales de
arbitraje, constituidos por representantes del gobierno, empresas en litigio y la so-
ciedad para resolver los conflictos que se produjeran; c) Legislación sobre las res-
ponsabilidades y procedimientos para los casos de accidentes que ocurrieran en.
el servicio; d) Establecimiento de una caja de pensiones y retiro, por las. empre-
sas, para los empleados y obreros, sin descuento del salario del personal." .
Poco después, en 1890, los diarios La Prensa y La Nación, que ya habían aler-
tado sobre la situación de los trabajadores, publicaron el petitorio presentado al
Congreso Nacional por el Comité Internacional Obrero, avalado por más de 7.000
firmas, en el que se 'solicitaba a los legisladores la sanción de leyes destinadas a
establecer la jornada laboral de ocho horas, el descanso dominical, la inspección
sanitaria a fábricas y talleres y la prohibición del trabajo infantil, a destajo, noc-
turno y el femenino en rubros peligrosos. Estas reivindicaciones formaban parte
de los reclamos efectuados un año antes en París por la Internacional Socialista.
Pero no era sólo un eco externo: los representantes locales, "teniendo en conside-
ración las particularidades de este país, los abusos y calamidades a que se ven so-
metidos con particularidad los trabajadores de esta república", agregaron el recla-
mo de la adopción del seguro obligatorio para los trabajadores contra accidentes
de trabajo a expensas de los empresarios y el estado, así como la exigencia de la
creación de tribunales arbitrales mixtos obrero-patronales." Sólo el diputado Lu-
cio V. Mansilla prestó atención al reclamo y solicitó la formación de una comisión
especial para estudiar el problema aunque, en una clara demostración de la ausen-
cia de preocupación oficial por la cuestión social, el petitorio fue archivado sin
tratamiento. Al año siguiente el ero, preocupado además por el alto índice de de-
socupación que era la manifestación de la crisis económica desatada en 1890, rei-
teró el reclamo de intervención estatal, en una línea que sería más tarde retoma-
da sistemáticamente por el socialismo argentino.
Desde otra perspectiva, también los anarquistas plantearon el problema de la
cuestión social desde su misma aparición en el país. A pesar del predominio de
, tendencias individualistas antiorganizadoras hasta fines del siglo XIX, los grupos li-
bertarios locales denunciaron sistemáticamente las malas condiciones de vida de
los trabajadores a partir de manifestar la explotación del capital sobre el trabajo.
Ellos mismos se· consideraban como un producto de las desigualdades del siste-
maSugerentemente, él periódico editado por Enrique Malatesta en 1885 se deno-
minaba La, Cuesti/ni Social, al igual que otro que circuló en 1894. A fines de 1890,
, Y con el telón de fondo de la crisis, se editó fugazmente el periódico La Miseria,
qué denunciaba tanto la pobreza reinante entre los trabajadores como la necesi-

25. Sebastián Marotta, El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo, Bue-


nos Aires, 1960, Tomo 1, pp. 40-41. Sobre la conformación de La Fraternidad véase J.B.
Chiti y F. Agnelli, Cincuentenario de La Fraternidad, Buenos Aires, 1937.
26. Jacinto Oddone, Gremialismo proletario aroentino, Buenos Aires, 1949, pp 100-102.

13
132 Juan Suriano

dad de lograrun mayor bienestar." A diferencia de los grupos socialistas, el anar-


quismo no efectuaba reclamos al gobierno debido a su postura antiestatista, y
consideraba que la resolución de la cuestión social sólo podía ser obra de la lucha
de los trabajadores. Más allá de esta impugnación alestado (que en definitiva se-
ría una traba para la obtención de mejoras), yde la dispersión en que se vio sumí-
do el movimiento durante fines de.los '&0 y comienzos de IosDü, su discurso fuer-
temente crítico de la situación de .los trabajadores contribuyó a poner en locución
la cuestión social.
La iglesia católica también manifestó. .tempranamente su .inquíetud por los pro-
blemas sociales, claro que desde una óptica' diferente. En un comienzo se hallaba
preocupada centralmente ·por el avance del.liberalismo y el proceso secularizador
que había segregado a la iglesia del estado, y que llegó a su punto más álgido lue-
go de la sanción, en 1884, de la Ley de Educación N° 1420. Sin abandonar su pré-
dica contra el liberalismo, la Iglesia desplazó, especialmente después de 1890, su.
foco de atención hacia el socialismo y el anarquismo, por la fuerte influencia que
manifestaban en la clase trabajadora, Estas tendencias se convertirían en el ma-
yor factor de perturbación para la.iglesia,..y la empujarían hacia la acción social.
Si bien en la década de 1880 hayuna solitaria mención al tema obrero en el Con-
greso Católico de 1884, al-sugerir la necesidad de.formar círculos sociales de tra-
bajadores, el verdadero punto de inflexión se produjoluego de la aparición de la
encíclica Rerum Novarum en 1891; allí el papa León xnr formulaba un verdadero
programa social cuyoobjetivo implícito apuntaba a preservar el orden social de
las turbulencias revolucionarias encabezadas por socialistas y anarquistas y pro-
·tagonizadas por los .trabaiadores. Sin abandonar el uso de la caridad para resolver
los problemas más acuciantes del-mundo obrero, el punto central y más novedo-
so de la encíclica se hallaba en la exigencia de una-activa política legislativa por
parte del estado para resolver la cuestión social. Este sería el único punto de coin-
cidencia con el socialismo, puesto quela propuesta católica de León XIII iba evi-
dentemente en sentido contrario, ya que en sus formulaciones básicas se acepta-
ban ciertos atributos existentes en la sociedad, contra los cuales combatía el so~
cíalísmo.por ejemplo, la idea de que el sufrimiento era una condición inherente
al ser humano, o que las desigualdades de origen natural entre los hombres no po-
dían modificarse y, por lo tanto, las clases sociales no debían ser percibidas como
antagónicas sino como colaboradoras. Como consecuencia de la encíclica y con
el claro' afán de 'competir con los socialistas, en 1892 elsacerdote alemán Pedro
Grote fundó los Círculos de Obreros Católicos, que desarrollarían una acción de.
carácter mutual a la vez que se movilizarían para exigir una legislación protecto-
ra para el trabaiador."

27. La Miseria, 16 de noviembre de 1890.


28. Sobre el rol de la iglesia en este tema, véase Héctor Recalde, La Iglesia y la cuestión
social'(1874-191 O), Buenos Aires, 1985; también Nestor Auza, Aciertos Y.fracasos so-
ciales del catolicismo argentino, Buenos Aires, 1987, Tomo I.

14
Cuestión, social y'políf;i,cas sociales en la Argentina moderna 133

Por último, hay un aspecto que también debería ser vinculado a la cuestión so-
cial y que ha sido escasamente transitado desde esta perspectiva: el mutualismo.
Esta forma de asociación comenzó a desarrollarse partir de ladécada de 1850 en
el contexto de lo que algunos historiadores han denominado como una verdadera
"explosión de la 'vida asociativa". 2~ Por esos años se conformaron importantes so-
ciedades: en 1854 la ASociación Francesa, en 1857 la Sociedad Tipográfica Bonae-
rense, la Sociedad de Zapateros San Crispín y la Unione e Benevolenza, mientras
que un año más tarde se fundaba la Asociación Española de Socorros Mutuos; Es-
tas sociedades; lejos de ser homogéneas, eran de diverso carácter: las había étni-
cas, generalmente policlasistas y de representación regional o nacional; de oficio,
que combinabanla ayuda mutua con la defensa de la profesión; cosmopolitas, que
combinaban diversidad étnica y profesional; católicas y patronales. Las .socieda-
'des de ayuda o'socorro mutuo, que se' desarrollaron demanera notable durante la
segunda mitad del siglo XIX, tenían como 'finalidad, a 'partir del aporte de sus aso-
ciados, asistirlos en casos de enfermedad, cubrir los gastos de sepelios; ayudara
las mujeres y los niños en caso de indigencia; en 'ocasiones tambiéncubrían as-
pectos vinculados al desempleo y al suministro de educación y en los casos de or-
ganizaciones específicamente trabajadoras, se encargaban de la defensa del oficio
y la "profesión. Más allá de la heterogénea conformación y de la variada 'gama de
actividades que desarrollaron,' e incluso de cierta oposición de las primeras fede-
raciones obreras a esta forma de asociacionismo, las organizaciones mutuales pa-
recen haber expresado demandas sociales básicas, 'como era la de una cobertura
médica y de ayuda solidaria que garantizara mínimamente la existencia individual
o familiar, y en este 'sentido el movimiento mutualista entraría a formar parte 'd~
la cuestión social, precisamente por esta necesidad de lograr un resguardo básico
de los indivíduos." . :'
Sin embargo, el eco alcanzado por todas estas voces de 'advertencia, entre las
que habría que incluir a 'la prensa, fue realmente escaso en el seno de los grupos
gobernantes. El discurso delos primeros grupos socialistas y anarquistas era dé-
bil; los primeros, recién con la edición en 1894 del periódico La,Vanguardia, au-
todenominado "defensor de la clase trabajadora"," con lafundación del partido

29. Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilité el politique aux origines de la nation ar-
gentine. Les sociabilités a Buenos Aires, París, 1999, p. 202; Hilda Sabato, La políti-
ca en las calles, (Buenos Aires, 1998), p. 51.
30. Sobre las sociedades de socorro mutuo, véase Samuel Baily, "Las sociedades de ayuda
mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1918" en De-
sarrollo Económico, Vol.21, No 84, 1982; Fernando Devoto" "Participación y conflictos
en las sociedades italianas de socorros mutuos" en F. Devoto - G. Rosoli, La inmigra-
ción italiana en Argentina, Buenos Aires, 1985; Ricardo Falcón, "Los trabajadores y
el mundo del trabajo" en Marta Bonaudo (Directora), Liberalismo, estado y orden
burgués (1852-1880), Buenos Aires, 1999; Sebastián Marotta, op. cii.; Rilda Sabato,
op. cit.
31. En su primer número sostenía el periódico socialista: "venimos a promover todas las
reformas tendientes a mejorar la situación de la clase trabajadora: la jornada legal de

15
134 Juan Suriano

dos años más tarde y con la conformación de las primeras organizaciones gremia-
les, comenzaron lentamente a tener un alcance mayor y a convertirse en un inter-
locutor del gobierno y en un punto de referencia para entender los problemas so-
ciales. Los anarquistas, más que visualizados como una manifestación de la cues-
tión social, eran percibidos como un producto de las sociedades industriales eu-
ropeas, extraño a la sociedad argentina y, como tal, un efecto no deseado de la in-
migración; en realidad se les prestaba atención sólo en su carácter de potenciales
terroristas, a la luz de los atentados libertarios en otras partes del mundo. Recién
hacia finales de la década del '90 esa imagen se complejizó debido al triunfo de las
tendencias organizacionistas, que impulsaron la creación de gremios para la de-
fensa de los intereses obreros. A partir de este momento el anarquismo se convir-
tió en un dinámico propagandista de las precariedades de las condiciones de vida
y de trabajo de la población trabajadora y, de esta manera, en uno de los principa-
les locutores de la cuestión social. 32
Durante la década del '90 tampoco la iglesia logró un eco profundo entre la éli-
te gobernante. En principio; aunque 'con menor intensidad; aún perduraban los
efectos del estado laico inaugurado en los '80.y, mas allá del impacto de la encí-
clica Rerum Novarum, ni los Círculos de Obreros ni la prédica de periódicos co-
mo La Voz de la Iglesia lograron, por ejemplo, convencer a los legisladores de la
necesidad de sancionar leyes laborales. Quizás uno de los pocos miembros de la
élite que se' síntíó atraído por la propuesta católica fueErnesto Q~esada, tampo-
co él escuchado en es"e momento porsus pares. En: i895"proniInció unaconferen-
cia sobre "La Iglesia Católica y la cuestión "social", donde rescataba la tradicional
postura de la iglesia en defensa de los humildes; compartía también la idea de evi-
tar las luchas obreras tal como se presentaban en Europa y alejarse de la posibi-
lidad de la revolución a partir de la resolución de la cuestión social. A pesar de
mirar negativamente al anarquismo, del mismo modo que la iglesia, se diferencia-
ba de manera notable en su apreciación del socialismo (Quesada era un asiduo y
buen conocedor de las obras de Marx), al que consideraba un partido positivo y
un posible freno al avance de los movimientos anarquistas." Y en este último sen-
tido verá con simpatía la propuesta de la iglesia y, particularmente, de los Círcu-
los Católicos, aunque en el centro de su atención ya aparece el tema del rol del
estado (que desarrollará de manera más profunda años más tarde) 33, en tanto

ocho horas, la supresión de los impuestos indirectos, el amparo de las mujeres y los
niños contra la explotación capitalista, y demás partes del programa mínimo del parti-
do internacional obrero" en La Vanguardia, 7 de abril de 1894.
32. En ese terreno desempeñó un rol central la prensa libertaria, especialmente La Protes-
ta Humana (más tarde La Protesta) que informaba cotidiana y sistemáticamente so-
bre las condiciones del mundo del trabajo.
33. Ver especialmente Ernesto Quesada, "La cuestión obrera y su estudio universitario",
Boletín, Departamento Nacional del Trabajo, n° 1, junio de 1907.

16
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 135

planteaba la necesidad de que éste diagnosticara y resolviera la cuestión social y


se convirtiera en una alternativa a las propuestas más extremas del movimiento
obrero."

El estado entra en escena


El estado argentino había intervenido en favor de la expansión de la economía
agroexportadora, tanto mediante la inversión directa, como por el crédito oficial
y una adecuada legislación al respecto. Fue, además, un activo agente en la crea-
ción del mercado interior, facilitando los medios de coacción extraeconómicos
que garantizaran el flujo de la fuerza de trabajo indispensable al proceso agroex-
portador. De manera simultánea, intervino decididamente, en particular desde
1880, en el establecimiento de un sistema de educación pública tendiente a homo-
geneizar lingüística y culturalmente a la población. Hasta aquí, si se quiere, el esta-
do se había adelantado, creando las condiciones que permitían el funcionamiento
de los diversos factores económicos. Pero en ese proceso de conformación y ere-
cimíento del estado moderno se produjo la complejízación.de su aparato a partir
de la expansión, diferenciación y especialización de las instituciones, estatales.
Como sostiene Oszlak, "la expansión del aparato estatal deriva entonc-es del cre-
ciente involucramiento de sus instituciones en áreas (o cuestiones) problemáticas
de la .sociedad, .frente .'a :las que "ildoptk',:PQsiciortes 'respaldadas por recursos de
dominación"." Entonces, los cambios y transformaciones del estado, y conse-
cuentemente de las instituciones que lo integran, debieron adaptarse a los tiem-
pos de maduración de cada una de dichas cuestiones. En otras palabras, el tema
de la acción estatal observado desde un.a perspectiva histórica debe tener en
cuenta las variaciones estructurales y los cambios coyunturales que se operan en
la sociedad. .
En el caso específico de la cuestión social, ya hemos visto cómo se conforma-
ron las primeras políticas gubernamentales con respecto a los problemas sanita-
rios y los condicionamientos impuestos por la ideología liberal al avance sobre la
resolución de la problemática social, que dejaron en manos de la caridad y la fi-
lantropía la mayoría de estas cuestiones. También mencionamos la amplia varie-
dad de actores y acciones que puso en locución la cuestión social obrera. Asimis-
mo hemos' enfatizado que la solución de la cuestión sanitaria se llevó adelante só-
lo después que. se produjera una verdadera catástrofe, como fue la epidemia de
fiebre amarilla de 1871. Algo similar ocurrió con la cuestión social de fines del si-,

34. Ernesto Quesada, La Iglesia y la cuestión social, (Buenos Aires, 1895). Sobre este as-
pecto de la obra de Quesada, véase Osear Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires
jin-de-siglo (1880-1910), Buenos Aires, 2000", pp 265-272 r •

35. O. Oszlak, op. cit., p. 19.

17
136 Juan Suriano

.glo XIX; esto es,' para que los grupos gobernantes tomaran conciencia de ella fue
necesaria la eclosión del conflicto social en toda su magnitud en 1901 y 1902.
Hasta ese momento, fuera del aspecto médico-sanitario, las iniciativas estata-
les en materia de regulación y legislación social habían sido escasamente signifi-
cativas. Los primeros síntomas de los desajustes en el mundo del trabajo fueron
percibidos en el ámbito muniéipalporteño. En 1881, con el apoyo de la Sociedad
Tipográfica Bonaerense, los dependientes de comercio elevaron un petitorio a la
Corporación Municipal en el que pedían el cierre de los comercios durante los
días domingo. El cuerpo municipal decretó el feriado invocando una resolución
decarácter religioso de 1857; sin embargo, comerciantes e industriales se movili-
zaron en manifestación pública y entregaron un petitorio con 7.000 firmas exigien-
do la derogación de la medida. En su apoyo se manifestaron unánimemente la
prensa y el propio Ministerio del Interior, ante lo cual la municipalidad derogó la
medida y la limitó a la prohibición del trabajo infantil." Este conflicto entre traba-
jadoresy empresarios" resulta sumamente interesante, no sólo porque fue uno de
los primeros en los que se vio involucrada una de las áreasdel gobierno, sino por
las propias contradicciones que' enfrentó el estado: el intento del poder municipal,
al margen de la convicción con que actuó, estableció los límites en los que se mo-
vería ante 10s problemas sociales. El terreno que enmarca esos límites hace refe-
rencia específicamente al campo de la higiene y la salubridad y, desde esta pers-
pectiva, la reglamentación del descanso dominical escapaba a su atribución', en la
medida en que el problema se vinculaba al mundo de las relaciones obrero-patro-
nales." Además, la intervención del Ministerio del Interior en contra de la regla-
mentación revelaba otros problemas: la escasa autonomía municipal, un incipien-
te conflicto entre el poder municipal y el nacional que alcanzaría su punto de ma-
yor tensión en tomo al problema de la vivienda popular y, fundamentalmente, la
escasa disposición del Poder Ejecutivo a inmiscuirse en los problemás vinculados
al mundo del trabajo.
Precisamente, si se observa la actuación del gobierno nacional, específicamen-
te en la Cámara de Diputados y en el contenido de los discursos presidenciales al
Congreso Nacional, durante 'las' dos últimas décadas del siglo XIX no se perciben

36. S. Marotta, op. cit., pp 55-60. .


37. En este caso se denomina "empresarios" a una amplia gama de comerciantes y propie-
tarios de fábricas y talleres que empleaban trabajadores en relación de dependencia,
no importa el número de ellos.
38. Al margen de la ordenanza prohibiendo el trabajo infantil los domingos y la ley orgáni-
ca de'1882, que establecía normas relativas a la higiene pública, salubridad, beneficen-
cia y moral pública sin delimitar ningún tipo de disposiciones vinculadas al mundo del
trabajo, los intentos por regular las relaciones laborales fueron escasos y recibidos con
indiferencia por el Consejo Deliberante. Ese fue el destino de distintos proyectos pre-
sentados durante la década del '90 por los doctores Penna, Coni y el consejal Pitaluga
sobre la reglamentación del trabajo femenino e infantil, y la jornada de ocho horas pa-
ra empleados municipales.

18
Cuestum. social y politicas socia-les en la Argentina moderna 137

mayores preocupaciones en tomo a la cuestión social. Al margen del interés an-


tes mencionado de Lucio V. Mansilla por la presentación del ero en 1891, cinco
años más tarde se produjo la presentación del único proyecto legislativo referido
a temas laborales, por parte de los diputados Eleodoro Lobos y Délfor del Valle.
En el mismo se planteaba la-necesidad de implementar tribunales obrero-patro-
nales, y de reglamentar el trabajo nocturno, el descanso' dominical y las condicio-
nes de higiene en los establecimientos industriales. Los autores proponían por pri-
mera vez la cuestión social en el Parlamento, y al justificar el proyecto sostenían
que el malestar obrero era producto de la indiferencia de los poderes públicos,
tanto del municipio, por no regular el trabajo industrial desatendiendo una atribu-
ción propia, como de los poderes nacionales, por no prestar atención a los proble-
mas obreros que "lejos de prevenir exageraciones o intemperancias en las clases
obreras las provocan y a juicio de muchos, hasta las justifican". Debía ser preci-
samente el estado quien legislara y regulara las relaciones entre el capital y el tra-
bajo, no para impedir la agremiación y la manifestación obrera, sino para evitar la
. "propaganda agresiva y las ideas extrañas al corpus social de la nación"."
,La principal preocupación de estos legisladores no era nueva y se vinculaba
con la posibilidad de que los problemas sociales pudieran entorpecer' el flujo in-
migratorio a un país tan necesitado de mano de obra extranjera. El aspecto nove-
doso de esta presentación radica en el desplazamiento de la percepción del tema
como problema policial, hacia la puesta en el centro de la cuestión la necesidad
de incorporar al estado como garante del bienestar de la población. Es evidente
que estos legisladores se hacían eco de la advertencia que, como se ha visto, se
lanzaba desde diversas zonas de la sociedad (los organismos obreros, el partido
Socialista, la .iglesia, la prensa y algunos profesionales e intelectuales de diversa
extracción ideológica).
Puede decirse que, hasta este momento, entre los gobernantes había predomi-
nado una tendencia a no atribuir los conflictos y los desajustes a causas internas.
Aunque la crisis del '90 había puesto en tela de juicio la creencia y la fe ilimitada
de los grupos gobernantes en el progreso, éstos demostraban una obstinada resis-
tencia a interpretar las transformaciones sociales como consecuencia del mismo
proceso de crecimiento. Por eso, los primeros conflictos laborales, los intentos de
crear una federación obrera y la aparición de los primeros grupos de anarquistas
y socialistas fueron percibidos como emergentes de la prédica disolvente de "ele-
mentos extranjeros indeseables", que representaban deformaciones externas y
ajenas al cuerpo social nacional y, por consecuencia, pasaban a ser una cuestión
de incumbencia policial.

39. Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, (Buenos Aires, 1896), Vol. 1,p.129. Sobre las
iniciativas estatales en materia de política social entre 1880 y 1900 véase Juan Suriano,
"El estado argentino frente a los trabajadores urbanos. Política social y "represión,
1880-1916" en Anuario, n° 14, Rosario, 1989-90.
19
138 Juan Suriano

Esta percepción negativa de los inmigrantes, en realidad de una parte de ellos,


"el inmigrante de malos hábitos que viene confundido entre los trabajadores emi-
grados de las comarcas europeas"," desembocaría en la sanción de la ley de Re-
sidencia y en una política de fuerte sesgo represivo, que para definirse apelaría a
alusiones de tipo cultural, biológico o racista. La- vinculación de la inmigración
con la agitación popular urbana-ty con la delincuencia)" agudizó cierto rechazo
hacia el inmigrante y penetró el entramado de las instituciones estatales, genera-
lizando la idea de que las luchas sociales tenían sentido en Europa pero no en un
país en donde la amplia movilidad social permitía a cualquier trabajador el bienes-
tar y el abandono de la condición de obrero. De manera reduccionista se vincula-
ba el crecimiento del conflicto social con la calidad de la inmigración. En 1889 el
cónsul argentino en España, Miguel Cané, reclamaba al gobierno intervenir en la
selección de inmigrantes, puesto que "durante varios meses se han embarcado en
los puertos de Andalucía millares de hombres sin oficio conocido, vagabundos, in-
hábiles para el trabajo, futuros parásitos de nuestras ciudades, verdadera lepra so-
cial en vez de contingentes de riqueza... La inmigración, lejos de ser un beneficio.
para la República, es un elemento de disolución social. ..~'.42
Estas preocupaciones sobre los peligros de disolución moral de la sociedad,
focalizadas en los inmigrantes, se agudizaron hacia fines del siglo XIX, a partir del
desarrollo del anarquismo y del socialismo, así como con el avance del asociacio-
nismo obrero y las huelgas.' Persistió la percepción del fenómeno como un ele-
mento extraño 3J. cuerpo social" de la: nación -y, en ese sentido, ~i mismo Miguel Ca-
né, al fundamentar en 1899 el proyecto de ley de Residencia presentado a la Cá-
mara de Senadores, negaba que los conflictos ocurridos en Argentina tuvieran ca-
rácter social, atribuyéndolos a la acción de los anarquistas que se aprovechaban
de "los espíritus débiles de los trabajadores", a quienes inducían por caminos in-
correctos. Aquí Cané, al relacionar inmigración, conflicto obrero y criminalidad
(anarquistas, vagos, prostitutas), manifestaba su inquietud por el estado de inde-
fensión legal del país ante los nuevos "enemigos del orden social" que actuaban
con absoluta impunidad. Precisamente, a su criterio, para eliminar esa impunidad,
la ley de Residencia vendría a llenar un vacío que el Código Penal no había previs-
to en el momento de su sanción."
Tal vez debido a la baja intensidad del conflicto social, el proyecto de Cané no
fue tratado en ese momento y, fuera de la creación de un cuerpo de inspectores

40. "Memorias policiales, 1892", p. 219 en Beatriz Ruibal, "El control social y la policía de
Buenos Aires. Buenos Aires, 1880-1920" en Boletín, Instituto de Historia Argentina y
Americana Dr Emilio Ravignani.N" 2, 1er semestre de 1990, p. 75.
41. Sobre este aspecto véase: Eugenia Scarzanella, Italiani malagente. Inmugrazione,
criminalita, razismo in Argentina, 1890-1940, (Milán, 1999).
42. Miguel Cané, Memoria a Estanislao Zeballos, AGN, Sala VII, Archivo Cané, Legajo 5 bis,
año 1889.
43. Miguel Cané, Proyecto de ley de Ley de Residencia, AGN, Sala VII, Archivo Cané, Lega- .
jo 6, año 1899.

20
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 139

policiales que tenían como objetivo infiltrarse en asambleas y organismos obre-


ros," el estado siguió despreocupado y sin tomar medidas efectivas, posiblemen-
te porque los motivos de perturbación de los grupos dominantes se veían menos
relacionados con el accionar del movimiento libertario local, un tanto violento re-
tóricamente pero pacífico en la práctica, que con en el terrorismo ácrata en Euro-
pa y Estados Unidos." La ausencia de actos terroristas por parte del anarquismo
local postergó momentáneamente la sanción e implementación de medidas repre-
sivas, que aparecerían poco tiempo después como consecuencia directa del esta-
llido del conflicto social.
En efecto, en 1901 y 1902se produjeron una serie de acontecimientos vincula-
dos al mundo del trabajo que provocaron un profundo impacto en la sociedad e
hicieron emerger de manera nítida la cuestión social en toda su plenitud. Estos
acontecimientos se refieren a la creación de la Federación Obrera Argentina y a
una ola de huelgas que tiene como punto culminante el paro de los peones del
Mercado Central de Frutos, los estibadores del puerto y los conductores de carros
que paralizaron, poi primera vez, el embarque hacia el exterior de los productos
agropecuarios. El conflicto demostraba que los trabajadores locales desplazaban
el mutualismo y eran capaces de nuclearse en instituciones propias (sociedades
de resistencia, centros culturales, bibliotecas, clubes, periódicos), en donde esta-
blecían las redes de solidaridad, plasmaban sus experiencias y forjaban una iden-
tidad común opuesta yen buena medida antagónica a la de las clases dirigentes.
Quedó en evidencia, además, que desde estas institüciones se implementaban con
eficacia herramientas de lucha como la huelga y el boicot que, a veces, lograban
el apoyo solidario de otros sectores de la población. Fue la interacción de estos
factores, combinados con la intransigencia empresarial y con la escasa predispo-
sición a resolver los conflictos por parte del estado, la que' provocó el movimien-
to huelguístico que interrumpiría por vez primera la economía del país. El impac-
to del conflicto en los grupos gobernantes fue inmediato y provocó una profunda
y generalizada sensación de inquietud.
Los problemas que se habían ido gestando durante las tres décadas preceden-
tes quedaban en evidencia ahora por obra del conflicto social abierto, y comenza-
ba a convertirse .en una necesidad su resolución: la vivienda obrera, las condicio-
nesde trabajo, la duración de la jornada laboral, los accidentes, el trabajo feme-
nino e infantil, las relaciones obrero-patronales, la falta de legislación y la presen-

44. Como sostiene Ruibal "la policía se planteaba a fines de siglo, menos la sanción que la
rigurosa vigilancia que le permitiera formar un registro de los mismos" en B. Ruibal,
op. cit., p. 77.
45. El rey italiano Humberto I", el ministro español Cánovas, el presidente francés Sadi
Camot y el norteamericano Mac Kinley fueron algunas de las figuras asesinadas por
los anarcoterroristas, quienes, además, realizaron una gran cantidad de atentados con
bombas en lugares públicos que dejaron decenas de muertos. Sobre las corrientes vio..
lentas en el seno del anarquismo véase Rafael Nuñez Florencio, El terrorismo anar-
quista, 1888-!909, Madrid, 1983.

21
140 Juan Suriomo

cía de las Ideologías' obreristas eran sólo algunos de los tenias que se pusieron en
circulación y debate. .
El gobierno encaró la solución del problemacon una doble estrategia;' por un
lado, aplicó una fuerte carga represiva, destinada esencialmente a la erradicación
del anarquismo y a la limitación de la acción gremial, basada en la sanción de la
ley de Residencia y en la especialización de la policía; por otro, intentó. elaborar
una política preventiva e integradora de los trabajadores al sistema, a partir de
.una legislación de carácter laboral sumamente moderna, que se plasmó en el pro-
yecto de ley Nacional del Trabajo, impulsado por el ministro del interior Joaquín
v González.
Cuando el estado asumió la existencia de la cuestión social, especializó el apa-
rato represivo' con el objeto de neutralizar el anarquismo y la influencia que éste
ejercía sobre los trabajadores; recurriendo al control parcial del sindicalismo, a la
limitación del derecho de hueiga, a la persecución de los activistas más destaca-
. dos y a la restricción de lbs 'piquetes huelguísticos: Para ello sancionó la ley de Re-
sidencia en 1902, que le permitía expulsar del país a todos los extranjeros "cuya
conducta comprometa la seguridadnacional o perturbe el orden público", aunque
en realidad la ley 'apuntaba a dotar al"estado con un instrumento legal que le faci-
litara la represión de los militantes anarquistas, considerados verdaderos enemi-
gos del orden público. Ocho años más tarde esta ley fue complementada con la de
Defensa Social, que incluía el extrañamiento interno para los anarquistas argenti-
nos, y contemplaba también limitaciones a la libertad de reunión' y prensa; alpro-
hibir la asociación y la reunión de anarquistas, así como sus periódicos y revistas."
Además de la sanción d~ instrumentos legislativos, 'adaptó a la policía a los
nuevos tiempos; ya en 1901 se había creado la Sección Especial, destinada 'a per-
seguir y controlar al anarquismo y al socialismo. Tres años más tarde está oficina
amplió sus funciones al transformarse en Comisaría de Investigaciones, 'con el ob-
jeto de controlar las actividades políticas. En 1907, con la incorporación del siste-
ma dactiloscópico, el prontuario y la cédula de identidad, se perfeccionaron los
mecanismos de controL Fue precisamente a partir de la articulación de estos ins-
trumentos que la policía estableció un sistema de control que le permitióconocer
adecuadamente las formas de organización y movilización de los gruposoposito-
res. A través de una red de pesquisas civiles que asistían a los eventos obreros, po-
dían identificar las distintas tendencias que actuaban en el movimiento obrero, di-
ferenciar las jerarquías de los activistas, manejar las cifras de afiliados a sindica-
tos o conocerde antemano los lugares de realización de reuniones públicas.
Tanto las leyes COlTIO el discurso y la práctica de la policía estuvieron permea-
das por el pensamiento positivista criminológico, en el que el crimen era una pa-
tología de carácter social y biológico. Y el anarquismo fue percibido no como un

46. laacov Oved, "El transfondo histórico de la ley 4144 de Residencia" en Desarrollo Eco-
nómico, Vol. 6, N° 61, 1976; Juan Suriano, Trabajadores, anarquismo y estado repre-
sor: de la Ley de Resi dencia a la Ley de Defensa Social (1902-1910), Buenos Aires,
1988.

22
Cuestión social y políticas sociales en la Arqeniino. moderna 141

fenómeno social y político, sino como un sistema de desviaciones morbosas y per- .


versas; fue analizado conlO una variante del crimen y por lo tanto como una pato-
logía que debía ser expulsada del cuerpo social. Pero además de la patología' cri-
minal, la mirada criminológica tendía a interpretar que cualquier individuo que se
ubicara fuera de la sociedad se ponía contra ella, convirtiéndose en un elenlento
socialmente peligroso. Es lo que Beatriz Ruibal ha denominado "estado peligro-o
so", concepto a través del cual los individuos no eran juzgados sólo por sus actos
sino también por lo que podrían llegar a hacer. El anarquismo entraba también
dentro del estado peligroso, y esta concepción estaba en el espíritu de la ley de
Residencia."
La otra reacción al conflicto social abierto desembocó en los primeros pasos
del estado en materia de intervención social, a partir de la sanción de una serie de
leyes laborales que incluyeron la creación del Departamento Nacional del Traba-
jo en 1907.48 En efecto, basados en la experiencia de diversos casos europeos, en
1904 el Ministro del Interior, Joaquín V. González, envió al parlamento un ambicio-
so proyecto de Ley Nacional de Trabajo, en cuya investigación previa habían par-
ticipado profesionales de diversa extracción ideológica y profesional, en su mayo-
ría abogados y médicos, y entre quienes.se destacaban Juan Bialet Massé, Enrique
.del Valle Iberlucea, Carlos Malbrán, Armando Claros, Pablo Stomi, Manuel Ugar-
te, Augusto Bunge o José Ingenieros. En su presentación a los legisladores, Gon-
zález expresaba que el proyecto tenía como propósito "eliminar las causas de las
agitacionesque se. notan cada día más crecientes en el seno de aquellos gremios,
cuyo aumento y organización, paralelo con el desarrollo de nuestras industrias,
del tráfico comercial interior e internacional y de los grandes centros urbanos,.
donde se acumulan las fuerzas fabriles y se producen Jos fenómenos de la vida co-
lectiva, hacen cada vez más necesario que el legislador les preste una atención
más profunda o busque soluciones definitivas't." El ministro reconocía que el con-
flicto social -era la causa de la preocupación estatal y sentaba las bases de la ne-
cesidad de que el estado se convirtiera en un actor central en laresolución de la
cuestión social. Sólo con una legislación de carácter global e integradora podrían
eliminarse los problemas provocados por las protestas obreras y llegar a una "ar-
monía permanente entre los dosfactores esenciales del trabajo del hombre: la ma-
no de obra y el capital"."

47. B. Ruíbal, op.cit., p. 78-79. Sobre la criminalización del anarquismo, E. A. Zimmer-


mann, Los reformistas liberales. La cuestum social en Argentina, 1890-1916, Bue-
nos Aires, 1995, pp 136-172. Sobre la instrumentación de la política represiva J. Suria-
no, ídem.
48. Un poco antes, en 1902, preocupados por los alcances de las huelgas, los diputados Be-
lisario Roldán y Marco Avellaneda (posteriormente director del DNT) habían presenta-
do un proyecto sobre reglamentación de los accidentes de trabajo en donde se estable-
cía la responsabilidad patronal. El proyecto no fue tratado por los legisladores.
49. Joaquín V. González, "Proyecto de Ley Nacional de Trabajo" en Cámara de Diputados,
Diario de Sesiones, Buenos Aires, 1904, Torno 1, p. 75.
50. Ídem, p. 76.

23
142 Juan. Suriano

El largo proyecto (14 títulos y 466 artículos) es una buena manifestación de la


estrategia represiva e integradora con respecto a los trabajadores. 51 En el primer
caso, una serie de disposiciones establecen los límites y el control de la acción
gremial: por ejemplo, se establecía que las sociedades gremiales debían registrar-
se ante una Junta de Trabajo, pero no, se reconocerían a aquellas sociedades "con
propósitos contrarios a la moral, las buenas costumbres, a las leyes, a la integri-
,dad nacional o a la constitución de la república"." En una referencia casi directa
al anarquismo, el proyecto pone especial énfasis en el castigo y la disolución de
las sociedades que atentaran contra el orden público, al formar parte o apoyar una
rebelión contra las autoridades legítimamente constituidas, alterar la paz pública
mediante manifestaciones callejeras o proclamas escritas, y emplear la fuerza du-
rante las huelgas (acción contra los rompehuelgas). También establecía una serie
de medídas destinadas a trabar la acción de los militantes externos a los lugares
de trabajo. 53
Pero los aspectos más interesantes del proyecto se refieren a los intentos de
establecer una legislación protectora sobre una amplia gama de temas referida al
mundo obrero que, prácticamente, cubrían buena parte de las demandas del mo-
mento. Por ejemplo, los contratos de trabajo (naturaleza y condiciones del con-
trato, las formas de pago del salario, las obligaciones de patrones y obreros, dura-
ción del contrato), las agencias de colocación, accidentes de trabajo, duración de
lajomada laboral, observancia de días festivos, trabajo a domicilio, trabajo de los
menores y las mujeres, trabajo de los indios, condiciones de higiene y de seguri-
'dad y el establecimiento de tribunales de conciliación y arbitraje."
El proyecto de ley de trabajo fue rechazado categóricamente por los represen-
tantes de los sectores directamente involucrados. Tanto la Federación Obrera, de
orientación anarquista, como la Unión Gremial de Trabajadores, liderada por so-
cialistas, se opusieron argumentando que el gobierno buscaba favorecer a los em-
presarios, destruir las sociedades gremiales e influenciar a los trabajadores. Si los
anarquistas, penneados por su fuerte impronta antiestatista, lo rechazaban en blo-
que," los socialistas lo apoyaron desde el partido pero se opusieron desde sus or-
ganizaciones gremiales, principalmente por sus aspectos represivos. Gabriela L.
de Coni fundamentaba este rechazo al sostener que no era suficiente darle a los
obreros la luz, el aire, las fábricas higiénicas y sanas a condición "de robarles su
libertad d~:."congregarse (...) bastaría el capítulo Orden Público y Penalidades pa-

51. Sobre el proyecto González véase Ernesto A. Isuani, Los orígenes conflictivos de la se-
guridad social arqentina, Buenos Aires, 1985, pp 52-61; José Panettieri, Las prime-
ras leyes obreras, Buenos Aires, 1984, pp 15-24.
52. Ídem, p. 157.
53. Estas medidas están contempladas en los artículos 405 a 414. Ídem, pp. 160-162.
54. Véase Títulos.nI a XI y XIV, ídem, pp 11-156 Y 167-171.
55. Juan Suriano, "La oposición anarquista a la intervención estatal en las relaciones labo-
rales" en J. Surianó (Compilador), op.cit.

24
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 143

ra que se lo rechace totalmente"." Con otros argumentos, por supuesto, también


se opusieron los industriales y empresarios en general. En primer lugar, les mo-
lestaba no haber sido consultados para elaborar el proyecto, y acusaban a la co-
misión formada por el gobierno de favorecer a los obreros y de elaborar una le-o
gislación para la cual "el país no estaba preparado". Criticaban al gobierno por ha-
berse deslizado de la prescindencia a la intervención directa, al sobrevalorar las
agitaciones obreras que, a su juicio, seguían siendo "forzadas", "artificiales" y "ex-
trañas", pues "la mayoría de las reivindicaciones que le sirven de programa care-
cen de todo fundamento en nuestro país". No obstante exigir la neutralidad del go-
bierno, le recomendaban controlar y reglamentar las asociaciones obreras."
Por su parte, el Congreso mantuvo su actitud indiferente ante la cuestión so-
cial; no demostró demasiado entusiasmo y el proyecto nunca fue tratado en su
conjunto, aunque de él se desprendieron las primeras leyes laborales sancionadas
en el país. Por iniciativa del diputado socialista Alfredo Palacios, en 1905 se san-
cionó la ley N° 4661 de Descanso Dominical (sólo vigente en Capital Federal) y,
dos años más tarde, impulsada por el mismo diputado y el propio Poder Ejecuti-
vo, la ley N° 5291, que reglamentaba el trabajo femenino e infantil. En cambio, Pa-
lacios fracasó en su intento por legislar la jornada de ocho horas y establecer la
protección frente a los accidentes de trabajo. Sobre esta última cuestión volverá
a insistir en 1912 y en 1914, ahora compitiendo con otros proyectos sobre acciden-
tes de trabajo presentados por el diputado radical Rogelio Araya y por el católico
Arturo Bas. Finalmente, la ley sobre accidentes de trabajo N° 9688 se sancionó en
1915, constituyéndose en la primera ley de seguridad social en el país. 58
En el contexto de este proceso de construcción de las políticas sociales esta-
tales, uno de los hechos más interesantes fue la creación del Departamento Na-
cional del Trabajo en 1907.59 Dos elementos centrales contribuyeron a su forma-
ción: el primero se vincula con la irresolución del conflicto social y la consecuen-
te necesidad del estado de contar con las herramientas adecuadas para terminar
con él. En este sentido, la respuesta a los problemas sociales debía pasar no sólo
por la sanción de un corpus legislativo, sino también por la creación de una ofici-
na del trabajo como las existentes en los países industrializados. Esta oficina de-
bería, por un lado, diagnosticar la situación de los trabajadores para poder legis-
lar adecuadamente y, por otro, desempeñar un rol arbitral y conciliador de las re-
laciones obrero-patronales. Es evidente que este nuevo organismo se enmarcaba
dentro de la necesidad del estado de ampliar y especializar sus funciones.
El segundo elemento se relaciona con la existencia de un grupo de intelectua-
les y profesionales reformistas influenciados por el positivismo y el desarrollo de

56. S. Marotta, op.cit., p. 197.


57. Boletín de la Unión Industrial Argentina, No 439, 15 de julio de 1905, pp 24-31.
58. E.A. Isuani, op.cit., pp 61-69; J. Panettieri, op. cit., pp25-64.
59. J. Suriano, "El estado frente...", op.cit: También Héctor Cordone, La creación del De-
partamento de Trabajo en la República argentina (1907), Buenos Aires, 1988.
25
las ciencias socíales/" Este grupo era partidario de adaptar al estudio de la socie-
dad métodos similares a los utilizados por las ciencias naturales (observación, ex-
perimentación, comparación); de esta forma se podría prever el funcionamiento
de la sociedad y tomar las medidas pertinentes para evitar los conflictos en el cor-
pus' social. Rompiendo la interdicción liberal, aunque muchos de ellos' eran libe-
rales, se mostraban partidarios, en mayor o menor medida y con diversos grados
de adhesión, de la intervención estatal en las relaciones sociales y en la resolución
de la cuestión social.
Al margen de los escasos y lentos resultados obtenidos durante sus primeros
años de funcionamiento?', se conformó en el DNT una joven y débil "burocracia po-
lítico admínístratíva/'" que se diferenció notablemente de las actitudes políticas
tradicionales 'y se intercaló entre el poder político y la sociedad civil, tratando de
diferenciar lbs intereses sectoriales de los intereses del estado y asumiendo la re-
presentación de la sociedad en su conjunto. La aparición de estas iniciativas re-
formistas no era privativa de la Argentina, sino que respondía a la necesidad que
tenían los estados modernos de mantener el control y el orden en circunstancias
de,cambios sociales. En tales circunstancias, según Theda Skocpol, serán los gru-
pos de "funcionarios estatales coherentes desde el punto de vista organizativo, en
especial los colectivos de funcionarios de carrera relativamente desvinculados de '
los intereses socioeconómícos dominantes en el momento, los que probablemen-
t~' pongan' en marcha nuevas y características estrategias estatales en épocas de
crisis".63

Conclusión
Sin sobredimensionar las acciones gubernamentales en materia de política sa-
nitaria, legislación laboral, así corno la organización y funcionamiento del Depar-

60. Sobre los reformistas sociales véase E. A. Zimmermann, op. cit., pp 41-100.
61. Durante sus primeros años el DNT desempeñó un rol pasivo y se dedicó a "observar, ex-
perimentar y comparar", esto es a establecer un diagnóstico de las problemáticas del
mundo del trabajo para preparar las bases de la legislación laboral. Además de estu-
diar la legislación extranjera, una variada gama de temas fueron investigados y sus
conclusiones publicadas en los boletines trimestrales que la institución publicaba des-
de 1907. Hasta 1912 ésta fue su principal actividad, pero ese año, al sancionarse en el
Congreso la ley orgánica que reglamentaba su funcionamiento, su perfil cambió. La ley
ratificaba la existencia de las divisiones de legislación y estadística y creaba la de ins-
pección y vigilancia, que otorgaba a los inspectores el derecho de ingresar a fábricas,
talleres y comercios y labrar actas de infracción a quienes violaran las leyes vigentes,
'aunque restringía su alcance a la Capital Federal y a los territorios nacionales.
62. TOIUO este concepto de Osear Oszlak "Notas críticas para una teoría de la burocracia'
estatal" 'en O. Oszlak (comp.), Teoria de la burocracia estatal, Buenos Aires, 1985.
63. Theda Skocpol, "El estado regresa a primer plano" en Zonal Abierta, N° 50, Madrid,
enero-marzo de 1989, p.87.

26
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 145

tamento de Trabajo, resulta indudable que durante el largo medio siglo que va de
la década de 1860 hasta 1916 (podríamos extender el período hasta 1930)64 el esta-
do fue especializando sus funciones y avanzando en la formulación de políticas
sociales. Fue un proceso complejo, puesto que no sólo durante mucho tiempo el
estado se mantuvo prescindente, sino que una parte de los actores también inten-
taron mantener al gobierno alejado de la resolución de la cuestión social; es el ca-
so de los empresarios y los industriales que pedían la acción estatal sólo para con-
trolar la actividad gremial, o de los anarquistas, que veían cualquier acción estatal
como atentatoria a las libertades individuales, pero también de.sectores sindica-
les que veían con desconfianza la intervención gubernamental. Sin embargo, tam-
bién es cierto que desde la sociedad, la demanda al estado de soluciones a la cues-
tión social fue creciendo de manera notable (y paralelamente al conflicto social):
desde el movimiento obrero, desde el mutualismo, desde la prensa, desde los in-
telectuales y profesionales, desde la iglesia o desde otras zonas de la 'sociedad ci-
vil hubo coincidencias en la necesidad de la intervención estatal. Una interven-
ción que iniciaría el camino hacia el Estado Interventor y que, finalmente, desem-
bocó en las políticas sociales inauguradas en los años '40 y que perdurarían con
variados matices hasta los años '80.
Hoy se produce un proceso inverso, en el contexto de una sociedad que se ca-
racteriza por la precarización del trabajo y por la crisis de los sistemas clásicos de
protección. En ese marco, el estado está abandonando aceleradamente la esfera
económica y social y deja de lado tanto el rol regulador como su aspiración uni-
versalista," Paralelamente, reaparecen con fuerza las políticas asistencialistas, en
las que la iglesia ocupa un papel cada vez más central." y aunque no se han aban-

64. Durante los gobiernos radicales no se produjeron cambios notables en materia de le-
gislación social e incluso en las actitudes represivas hacia algunos sectores del movi-
miento obrero. No obstante, debe remarcarse, especialmente con Hipólito Yrigoyen en
la presidencia, un cambio notable en las formas de resolución de los conflictos. Yrigo-
yen mediaba personalmente y mantenía una fluida relación con los dirigentes sindica-
listas (no así con los socialistas) y en muchas ocasiones laudó favorablemente a los
obreros y en contra de las grandes empresas. Sobre este tema véase Ricardo Falcón,
"Políticas laborales y relación estado-sindicatos en el gobierno' de' Hipólito Yrigoyen
(1916-1922)" en J. Suriano (Comp.) La cuestión social. ..; David Rock, El' radicalismo
argentino, 1890-1930, BuenosAires, 1977.
65. Por supuesto, como se sabe, el desmoronamiento' del estado administrativo fuerte y la
crisis de la seguridad social organizadapor el "estado providencia" responde a una ten-
dencia mundial y no es caracteristica exclusiva de Argentina. Véase Pierre Rosanva-
llon, La nueva cuestión social. Repensar el estado providencia, (Buenos Aires, 1995)
66. Sólo a modo de ejemplo: la organización Cáritas de la Iglesia Católica maneja unos 200
proyectos asistidos por 25.000 voluntarios que alimentan a 100.000 niños pobres en
2.000 comedores. La participación activa en la ayuda a los pobres se hizo cada vez más
común desde 1989, a partir del desamparo en que fueron dejados por el estado. La in-
formación sobre la obra de Cáritas en Clarín, 8 de octubre de 2000.

27
146 Juan Suriomo
" . . ~ : .. -"; .

-:. donado "det"todo las' prestaciones .del seguro social que;' 'de hecho, se combinan
con el asistencialismo, la tendencia marca en un futuro no muy lejano su desapa-
rición. A diferencia de comienzos del siglo, cuando los trabajadores contaban con
la acción colectiva para presionar por mejoras, hoy las condiciones para actuar
colectivamente Sé han precarizado y fragmentado como lo ha hecho el trabajo. En
ese. sentido Rosanvallon sostiene que "la cuestión social no es hoy la del proleta-
riado sino la derivada del desempleo, laexclusión y las nuevas formas de desigual-
dad quehan venido .acentuándose con elauge del liberalismo"," Quienes protes-
tanno son ya los obreros y sus sindicatos (o sólo son una parte), sinodesemplea-
dos, subempleados o cuentapropistas; en un marco de creciente exclusión y con
tácticas primitivas que apuntan tan sólo a obtener una ayuda asístencial." Este
proceso parece ser muy diferente al que se configuró a comienzos del siglo xx.

67. Pierre Rosanvallon, "La crisis del Estado-Providencia" en Clarin; 9 de noviembre de


1995. Sobre la crisis del Estado benefactor argentino véase Ernesto Isuani y otros, El
Estado benefactor. Crisis de un paradiqma, Buenos Aires, 1991; E. A. Isuani, "Situa-
ción social argentina: algunas tareas pendientes" en Aportes, Buenos Aires, N° 13, oto-
ño' de 1999; Rubén Lo Vuolo, "Reformas estructurales, mercados de trabajo y exclusión'
social en Argentina" en Inuestiqaciones Económicas, México, julio-septiembre de
1996;-Rubén Lo Vuolo y Alberto C. Barbeito, La nueva oscuridad de la política social.
Del Estado populista al neoconseroador, Buenos Aires, 1998; Alejandro B. Rofrnan,
Desarrollo regional y exciusion social, Buenos Aires, 2000; Ernesto Villanueva (coor-
dinador), Empleo-u globa,liza,ció1t. La,nueva, cuestión socia} en la Arqeniima, (Buenos
Aires, 1998).
68. Los últimos conflictos enSalta, Neuquén o la provincia de Buenos Aires, para mencio-
nar sólo algunos, son en primer lugar conflictos de sectores que quedan al margen del
mundo del trabajo, y consistieron en cortes de ruta con el objeto de' obtener la ayuda
pr9~eniente de,los planes" Trabajar ".

28
Cuestión social y políticas sociales en la Arqentino. moderna 147

En el presente trabajo se analiza el proceso de construcción de las 'primeras polítícas ~o­


ciales en Argentina. Tras definir el concepto de "cuestión social", se indaga en primer lugar
sobre la emergencia de la cuestión social bajo la forma de problemas médico-sanitarios
después de los estallidos epidémicos de fines de la década de 1860 y principios de 1870. A
partir de este momento la enfermedad como cuestión social quedó incorporada a laagen-
da de problemas estatales y dio lugar al comienzo de las primeras políticas públicas.
No obstante, la resolución de la cuestión social obrera habría de esperar algunas déca-
das. Recién a comienzos del siglo xx, y como consecuencia del estallido del conflicto so-
cial, las élites comenzaron a pensar seriamente el problema. Consecuentemente, presiona-
do por el conflicto (desarrollo de los sindicatos, huelgas y fuerte presencia de anarquistas
y socialistas), el estado comenzó a transitar el camino de la elaboración de políticas socia-
les, combinando instrumentaciones legislativas represivas e integradoras. Este es él proce-
so de entrada de las instituciones estatales en la arena de las políticas sociales, que desem-
bocó en el estado social inaugurado a fmes de los años '40 Y que hoy parece revertirse ha-
cia un asistencialismo de carácter regresivo.

ABSTRACT

This paper analyses how the first social policies were constructed in Argentina. After
defining the concept of "social issue", first of all there is an examination of the emer-
gence of the social issue in the form. of medical and sanitary problems after the epidem-
ic outbreaks 'in the late 1860's and the early 1870's. Thereafter illness as a-social issue
was included on the state agenda and gave rise to the first public policies. .
Neoertheiess, the uiorkers' social.issue was not to be resolvedfor several decades. Only
at the start of the xx century, an.d as a result of the outbreak of social conjlict, did the
élites start lo give serious thought to the problem. GO!tSequently,1!/nfjrrr.p!!e$.sureoJ,:i;pil~
jlict (development of trades unions, strikes and a strongpresenc.é·6f··anarchi~tsand
socialists), the State embarked on the process of drawing up social policies by.combin-
ing repressive and integrative legislative instruments. This is the way state institutions
entered the arena of social policies, culminating in the social Sta te inaugurated at the
end of the '40's and which today seems to be reverting to a regressive welfare policy.

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TRABAJO PRÁCTICO Nº 2. El 17 de octubre de 1945
(EVALUABLE, escrito e individual)

- JAMES, Daniel (1990).Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946 – 1976. Buenos Aires:
Sudamericana. Capítulo 1, pp. 19-65.
- GRIMSON, Alejandro (2017). "La homogeneización de la heterogeneidad obrera en los orígenes del peronismo" en Boletín del Instituto
de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 47, segundo semestre de 2017, pp. 166-189.

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 47,
segundo semestre de 2017, pp. 166-189.
ISSN 1850-2563 (en línea) / ISSN 0524-9767 (impreso)

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de Buenos Aires / Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

La  homogeneización  de  la  heterogeneidad  obrera  en  los  


orígenes  del  peronismo  
 
 
Alejandro Grimson1

Artículo recibido: 02 de diciembre de 2015


Aprobación final: 01 de junio de 2016

Introducción: el debate
Este artículo busca realizar un aporte para comprender quiénes eran los
trabajadores que apoyaron el surgimiento del peronismo a partir de 1945. La
interpretación sociológica sobre los orígenes del peronismo se inaugura con una idea de
heterogeneidad obrera muy peculiar. Gino Germani propuso la distinción entre nueva y
vieja clase obrera. La vieja clase obrera expresaría la inmigración europea, la
modernización y las tradiciones políticas de izquierda. Como se sabe, Germani sostuvo
que el peronismo expresó a la nueva clase obrera surgida de la inmigración interna
desde las provincias tradicionales de la década anterior a 1945 (Germani, 1962 y 1963:
362). Esta afirmación fue discutida por numerosos autores. Contra la explicación de los
orígenes del peronismo en función de la heterogeneidad obrera, Murmis y Portantiero
sostuvieron que por el contrario debía ser explicada por la “homogeneidad de la clase
obrera como fuerza de trabajo explotada, en un momento en el que culmina un largo
ciclo de acumulación sin distribución.” (Murmis y Portantiero, 2012: 178).

¿Heterogeneidad u homogeneidad? La idea de heterogeneidad entre nueva y


vieja clase obrera también fue rebatida por Torre y por Del Campo quienes mostraron el
rol protagónico de dirigentes sindicales con larga trayectoria en los orígenes del
peronismo (Torre, 2011 y 2012; Del Campo, 1983). Es decir, que en el surgimiento del

1
Universidad Nacional de General San Martín / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), Argentina. Correo electrónico: alegrimson@gmail.com

166

88
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 47,
segundo semestre de 2017, pp. 166-189.
ISSN 1850-2563 (en línea) / ISSN 0524-9767 (impreso)

peronismo cumplió un papel clave la vieja guardia sindical, no una camada totalmente
nueva de dirigentes. Hubo no sólo continuidad de dirigentes sindicales, sino de modos
de vincularse con el Estado. Por su parte, Di Tella intentó con escaso éxito refutar la
tesis de Torre y Del Campo, al mostrar un recambio de la dirigencia sindical entre los
años previos y posteriores a 1945 (Di Tella, 2003).2

Sin embargo, permanece pendiente otro debate. Aquello que sucede al nivel de
los dirigentes (cambio o continuidad) no necesariamente refleja lo que sucede al nivel
de las composiciones obreras. Puede haber continuidad de dirigentes con grandes
migraciones. El propio Germani esbozó una respuesta con esta orientación. Cuando sólo
se había publicado el trabajo de Murmis y Portantiero, Germani escribe su última
contribución a estas controversias y señala una diferencia entre los dirigentes sindicales
(donde podía admitir continuidad) y los nuevos trabajadores, que eran de las provincias
(Germani, 1973). En particular, señaló que los migrantes internos constituían las tres
cuartas partes de la clase obrera urbana y que habían sido protagonistas de la
movilización callejera y del voto peronista (Germani, 1973: 586, 592-93).

Este artículo pretende recuperar este debate, específicamente sobre las


características de la masa trabajadora. Cuando la heterogeneidad obrera dejó de ser
aceptable como mera dicotomía “nueva” y “vieja”, como en el planteo de Germani, la
propia noción de heterogeneidad quedó subsumida en una “imagen de una clase obrera
cada vez más homogénea” (James, 1987: 446). Al decir esto, James está cuestionando la
visión de Murmis y Portantiero. Al revelar que el apoyo de la vieja guardia sindical a
Perón no podía ser leído como “anomia colectiva” o un “síndrome clientelista”, sino
como resultado de una deliberación racional, ellos propusieron reemplazar la dicotomía
original por una idea de homogeneidad. Para la sutileza de un trabajo pionero, esta
afirmación resulta apresurada, ya que no todo proceso de explotación deriva en
homogeneidad. También Torre concibe que hay una homogeneidad anterior al mundo
político, porque “en la Argentina de los años cuarenta ese mundo del trabajo marchaba
hacia su progresiva homogeneización en torno a la condición obrera moderna” (Torre,
2012: 181). Incluso James, que va a criticar la nueva ortodoxia instrumentalista que se
derivaba del énfasis economicista, vincula la alta cohesión política a “la relativa

2
Eso no niega relevantes aportes de Di Tella a los estudios sobre peronismo, sino simplemente señalar
que compartimos el consenso académico de que los elementos aportados por Di Tella no refutan los
argumentos de Torre y Del Campo.

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homogeneidad racial y étnica de la clase trabajadora argentina” (James, 2010: 25).


Posiblemente, entendemos, la clase trabajadora argentina puede ser concebida como
más homogénea que otras. Sin embargo, resulta complicado plantear una noción
indefinida de homogeneidad. ¿Es una homogeneidad racial blanca, mestiza o de
“cabecitas negras”? ¿Es una homogeneidad étnica italiana, española, quechua, guaraní o
una mezcla? ¿Es una homogeneidad económica?

Hay un supuesto teórico que al menos comparten Germani y Murmis y


Portantiero: la homogeneidad o heterogeneidad política de la clase obrera expresa un
fenómeno estructural análogo. Es decir, que una clase estructuralmente más homogénea,
sea por condiciones de trabajo, de explotación, de producción, tenderá a una mayor
homogeneidad política. O, en cambio, pero con el mismo supuesto, que una clase cada
vez más heterogénea, por ejemplo por motivos migratorios, tenderá a una mayor
heterogeneidad política. Sin embargo, en este artículo buscaremos mostrar que la
unificación política de la clase obrera en 1945 se produjo en un contexto de alta
heterogeneidad. El temor ante la ofensiva de los sectores patronales parece haber
cumplido un papel clave en los acontecimientos que produjeron la unificación
identitaria de la clase obrera.

A nuestro juicio, es necesario distinguir a qué dimensiones nos referimos cuando


aludimos a homogeneidad o heterogeneidad. ¿Se trata de una clase obrera que tiene una
homogeneidad objetiva, económica, laboral o étnica? ¿Es de esa homogeneidad que
deriva una identidad política? ¿O más bien la unificación subjetiva se explica
principalmente por procesos específicamente políticos? Buscaremos mostrar que si algo
llama la atención es justamente que la homogeneización política de 1945 se generó a
pesar de la heterogeneidad económica, laboral, fenotípica y étnica de la clase obrera.

Por ello creemos necesario, en función de otras evidencias, volver al debate


sobre la heterogeneidad y homogeneidad, pero no ya en términos dicotómicos. Para ello
nos preguntaremos acerca de los grados de heterogeneidad y homogeneidad de los
trabajadores argentinos hacia 1945. En la primera parte del artículo, buscaremos mostrar
que el apoyo al peronismo fue protagonizado por trabajadores altamente heterogéneos
en varias dimensiones cruciales. Así mostraremos que la imagen de que el apoyo al
surgimiento del peronismo provino de alguna masa homogénea vinculada a las
migraciones internas fue un modo de categorizar y simplificar un proceso complejo sin

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ninguna base empírica. En la segunda parte del artículo, analizaremos este proceso de
categorización y homogeneización de un conjunto heterogéneo.

Ese contraste entre heterogeneidad y homogeneización nos permitirá sugerir una


interpretación acerca de las identificaciones que la sociedad establecida hizo de los
trabajadores que apoyaban a Perón. Lejos de cualquier descripción objetiva ni
sociológica de esas masas estamos en presencia de un peculiar juego de alteridad. Aquel
juego consistió básicamente, como veremos, en tomar la parte más estigmatizada de un
conjunto diverso e identificar al conjunto de los trabajadores con esa parte. Las dos
palabras claves de esa operación fueron “descamisados” y “cabecitas negras”. La
traducción de estos términos al lenguaje sociológico fue “migrantes internos”.

Heterogeneidades de los trabajadores


Ahora, para comprender las dinámicas de los conflictos de categorización y
significación debemos aludir brevemente a las características de los trabajadores hacia
1945. A nuestro criterio, no hay modo de encontrar sustento empírico para las
presunciones de homogeneidad de la clase obrera ni para ver un eje único de
diferenciación como la dicotomía entre “nuevos” y “viejos” trabajadores.

La heterogeneidad de la clase trabajadora se percibía en la desigualdad de


ingresos, muchas veces ligados a niveles muy diferenciados de calificación, pero
también a la diversidad territorial (muy relevante en el país), las diferencias étnicas, los
rasgos fenotípicos y los distintos modos de significarlos, la desigualdad de género, las
diferencias de edad, los niveles de sindicalización y de tradición sindical.

En primer lugar, la desigualdad clásica entre trabajadores calificados y no


calificados iba en aumento hacia 1945, por la propia heterogeneidad de la industria, de
los trabajadores de los servicios más complejos y de otros que vivían en la miseria. En
base al Censo de 1947, Germani sostuvo que la población activa tenía un 43,8% de
estratos populares en actividades secundarias y terciarias y un 16% de estratos populares
en actividades primarias (Germani, 1963). Asimismo, había 31% de estratos medios en
actividades secundarias y terciarias y un 9,2% en actividades primarias. Según Llach, la
estructura sectorial del empleo en 1947 incluía un 25% de la PEA en la industria
manufacturera, el 4,2% en la construcción, con 26,7% en el sector agropecuario, 14% en

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comercio y finanzas, el 6,1% en los transportes y 23,1% en otros servicios. Todas las
actividades industriales (incluyendo minería y construcción) abarcaban al 30,2% (Llach,
1978: 552). A la vez, resulta sencillo percibir la distancia entre las condiciones de
trabajo de los servicios telefónicos o ferroviarios (con sindicatos antiguos y poderosos)
y los grandes frigoríficos, por no decir nada de la caña de azúcar en la provincia de
Tucumán. La mención de los ferroviarios, obreros de la carne y trabajadores del azúcar
no es caprichosa: los tres sectores, de distinta manera, fueron claves en el surgimiento
del peronismo.

En segundo lugar, otra dimensión de la heterogeneidad era la territorial, en un


país de las dimensiones y las variaciones laborales de la Argentina. Había grandes
distancias entre los trabajadores de la ciudad de Buenos Aires, los quebrachales, el
azúcar o la vid. Por ejemplo, en el Chaco convivían extranjeros e indígenas. En
empresas extranjeras convivía una minoría de trabajadores estables con una mayoría de
trabajadores en condiciones de super explotación. También el guaraní y otras lenguas
indígenas eran idioma corriente entre varios grupos de trabajadores (Di Tella, 2003: 115
y ss., 137).

En este artículo nos detendremos a analizar datos acerca de los impactos


migratorios en la población. Como veremos, esto tenía impacto en la heterogeneidad
étnica, nacional, fenotípica y de diferentes tradiciones. En el censo de 1947 los
migrantes internos representaban el 17,8% de la población total del Área Metropolitana
de Buenos Aires. Los extranjeros representaban el 26%. Germani había realizado dos
afirmaciones sobre las migraciones internas para el período 1936-1947: aludía a un
saldo anual de 83.000 migrantes y a su proveniencia desde las regiones menos
desarrolladas.3 Desde 1956, Germani había explicado el surgimiento del peronismo a
partir de la idea de un centro modernizado y una periferia tradicional (Germani, 1962).
El gran elemento modernizante habría sido la migración ultramarina, que daba cuerpo a
la “vieja clase obrera”. En cambio, la nueva clase obrera estaba formada por migrantes
internos que "provinieron de aquellas áreas menos modificadas por la inmigración
masiva de ultramar, es decir, de la periferia, partes del área rural, de las ciudades y
pueblos chicos que habían preservado en mayor medida la cultura original previa a la

3
Como veremos, no puede citarse todos los datos de Germani como parte de consensos académicos o
verdades absolutas, tal como generalmente se hace. Algunas de sus afirmaciones demográficas son
previas a que se conociera en Censo Nacional de 1947. Ver Cantón y Acosta, (2013: 12).

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inmigración” (Germani, 1973: 466). Germani sostenía que el peronismo “fue un


movimiento que expresó, sobre todo, a la gran inmigración interna, originaria de áreas
todavía tradicionales y compuesta de personas que por primera vez se hallaban en
contacto real con la sociedad nacional” (Germani, 1963: 362). Hay un problema que
Germani no explica o no vincula con esta afirmación y es el hecho de que en 1947 en el
Área Metropolitana de Buenos Aires los migrantes internos eran el 17% de la población
(Germani, 1963: 330).

La imagen del peronismo apoyado fundamentalmente por nuevos trabajadores


provincianos, mestizos, criollos, dice el propio Germani, era compartida por peronistas
y antiperonistas (Germani, 1963: 446). ¿Es adecuada esa imagen? En realidad, unos
años antes de la última intervención de Germani en estos debates, Recchini de Lattes y
Lattes habían realizado diferentes cálculos para estimar el peso de las migraciones
internas para 1947 (Recchini de Lattes y Lattes, 1969). Ofrecieron datos muy claros que
relativizaban mucho las afirmaciones de ese tipo. En la Capital los migrantes internos
eran el 19,32% de la población y en el Gran Buenos Aires eran el 15,32% (según
cálculo de Recchini de Lattes y Lattes, 1969: 48). El 19,32% de la Capital estaba
compuesto por un 10,16% proveniente de “provincias pampeanas” (Santa Fe, Córdoba,
Entre Ríos, La Pampa) y un 9,16% proveniente del resto del país. El 15,32% de
migrantes internos del Gran Buenos Aires estaba compuesto por 9,31% de las
provincias pampeanas y 6,06% del resto del país.

Halperin Donghi buscó mostrar que los migrantes internos eran menos en
cantidad de los que Germani había afirmado, que provenían en mayor proporción a lo
estimado por Germani de áreas más pampeanas en lugar de zonas “tradicionales”
(Halperin Donghi, 1975: 765-781). Además, rechazaba el prejuicio de la migración
europea como factor de modernización, señalando su analfabetismo, su fuerte
catolicismo y su tradicionalismo. Así, Halperin intentaba deshacer la oposición entre
viejos y nuevos trabajadores. Criticaba a Germani por idealizar la migración europea e
insinuó que los obreros extranjeros y sus hijos apoyaron tanto al peronismo como los
provincianos. Al menos, que no había nada especialmente “moderno” en aquellos
españoles e italianos que les impidiera hacerlo.

Mientras Halperin Donghi escribía su artículo, el Instituto Nacional de


Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC, en adelante) publicaba cuadros

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inéditos del Censo de 1947 y aún en 1999 difundía información inédita sobre el mismo
censo respecto de la movilidad territorial de la población. En 1947 en Capital y el Gran
Buenos Aires, entre el 40 y 50% de los argentinos tenían padres argentinos, el resto
padres extranjeros, o uno argentino y otro extranjero (INDEC, 1974: 2 y 3; 1999: 130).
Por lo tanto, el peronismo jamás podría haber triunfado en 1946 sin votos “tocados” por
la “migración ultramarina”, sea esta “modernizadora” o no.

Por otra parte, de los 650.000 migrantes internos registrados en Capital Federal,
500.000 habían nacido en la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba o Santa
Fe; es decir, zonas afectadas por la inmigración europea y que no pertenecían a zonas
“tradicionales” en el sentido de Germani (INDEC, 1999: 130). Menos de 150.000
estaban registrados como migrantes desde provincias “tradicionales”.4 En toda la
Provincia de Buenos Aires (no está distinguido el Gran Buenos Aires en esta
publicación) algo más de trescientas mil personas estaban registradas como migrantes
internos. La suma de los migrantes provenientes de tres provincias pampeanas
(Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe) es de 170.000, unos 130.000 de las provincias
“tradicionales” (INDEC, 1999: 145).5

En otro orden, las fronteras identitarias vinculadas al origen nacional o


provincial no se tradujeron en fuertes prácticas endogámicas (INDEC, 1999: 491). De
modo coincidente, Acha mostró en un estudio de barrios populares de la Capital que,
salvo excepciones, también en los años 1945-1955 “la nueva población se integró
matrimonialmente con la preexistente, con una alta proporción de vínculos con
extranjeros” (Acha, 2008: 425).

En síntesis, recordemos un argumento de Germani de 1973. Aunque los


dirigentes sindicales pudieran ser “viejos”, el voto y el 17 de octubre lo protagonizaron
los “nuevos”, los migrantes de provincias tradicionales. Sin embargo, la investigación
muestra que no existió una corriente migratoria desde zonas tradicionales aisladas como
la que imaginaba Germani con capacidad de dar base por sí sola al surgimiento del
peronismo. Estos datos indican una diferencia relevante entre los movimientos
demográficos y su percepción social. Y sociológica.

4
En el caso de que todos los no registrados fueran migrantes y, además, hubieran nacido fuera del área
pampeana (lo cual es improbable), esta cifra llegaría a cerca de 400.000 personas.
5
Nuevamente, está el problema de que hay 264.000 argentinos a los cuales no se les especifica el lugar de
nacimiento.

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Todas estas cifras no demuestran nada respecto de las características fenotípicas


ni culturales de los migrantes. En cambio, demuestran la visión exagerada de la
migración interna, así como de su carácter homogéneo. La Argentina era, y sigue
siendo, muy heterogénea en términos territoriales y la adjudicación de rasgos definidos
a todos los migrantes internos es, desde este punto de vista, temerario.

Otras investigaciones históricas alimentan la idea de heterogeneidad que


sostenemos en este artículo. En el Gran Buenos Aires, “los establecimientos fabriles
eran como un mosaico de las diversas culturales provinciales, en especial del centro y
norte del país” (Lobato, 2004: 233). “El trabajo de miles de personas se desempeñaba
en los espacios del Gran Buenos Aires “cuyo rasgo distintivo era la heterogeneidad”
(Lobato, 2004: 234).

Los obreros que habían migrado a Berisso desde las provincias “percibían que
no era aceptados por quienes habían arribado al país unos pocos años antes, o por los
hijos de los inmigrantes que buscaban construirse un lugar respetable. Las diferencias se
sentían en la comunidad y se expresaban en los ámbitos de sociabilidad, pero no
adquirieron importantes niveles de violencia. Mayor intensidad tuvieron las tensiones
producidas por la adhesión a un partido político” (Lobato, 2004: 62).

Por otra parte, había una heterogeneidad ideológica y política, vinculada a la


cultura de la izquierda europea que “se había desarrollado combinando la reflexión
política con las prácticas y costumbres de los obreros del viejo continente. Muchos de
los valores, el vocabulario, los códigos de conducta y hasta la estética que definía la
izquierdismo se habían forjado muy lejos de Argentina” (Adamovsky, 2012: 94). En el
fragmentado universo plebeyo muchos no “conocían o se sentían cómodos con esas
pautas venidas de lejos, que a veces se contraponían a hábitos locales muy arraigados.
Hubo un cierto desfase entre el bajo pueblo real y el ideal del ‘buen obrero’ que algunos
tenían en mente” (Adamovsky, 2012: 94-95).

También podemos preguntarnos hasta qué punto la heterogeneidad política


puede organizarse en dos tradiciones, la criolla y la europea, o si es factible no sólo
pensar en diferentes tradiciones criollas, sino también en distintas tradiciones europeas,
así como en diversas relaciones entre ambas. La conceptualización de la evidente
heterogeneidad siempre tiene el riesgo de inferir de la matriz de percepción europeísta

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de los muchos dirigentes una auténtica tradición europea homogénea, así como derivar
de reivindicaciones criollas una supuesta “incontaminación” o “pureza”.

Retomando la cuestión del voto, podemos afirmar que la hipótesis de Halperín


Donghi respecto del apoyo al peronismo por parte de los migrantes internacionales o
por parte de sus hijos ha venido a confirmarse, deshaciendo de modo definitivo la
dicotomía entre viejos y nuevos. En un análisis basado en la reconstrucción de los
padrones electorales con los que se votó en el Área Metropolitana en 1946, Cantón y
Acosta realizan un aporte decisivo al establecer tendencias en el voto peronista
considerando dimensiones de estratificación social y el carácter migratorio o no de la
población. En primer lugar, Cantón y Acosta indican que sobre el total de trabajadores
manuales (es decir, clase trabajadora) menos del 20% son migrantes, cuando Germani
suponía que se acercaba a 73% (Cantón y Acosta, 2013: 43; Germani, 1973: 591). En
segundo lugar, los migrantes “autóctonos”, nacidos en las zonas supuestamente más
“atrasadas”, son sólo el 15,3% de total de los migrantes internos en Capital Federal y el
9,9% en el Conurbano (Cantón y Acosta, 2013: 47). ¿Qué sucedió con el voto en 1946?
En Capital Federal el voto peronista está correlacionado con el carácter de trabajadores
manuales, sean migrantes o no. En el conurbano la única variable significativa es la
presencia de trabajadores manuales no migrantes.6 El voto peronista en el conurbano se
compondría de 8% de migrantes y de 92% de no migrantes y naturalizados.

La clase trabajadora de 1945 era heterogénea en calificación, derechos, realidad


territorial, tradiciones culturales, sentido común, idioma, organizaciones gremiales y
perspectivas ideológicas.

La unificación
¿Cómo es posible que en ese panorama heterogéneo haya surgido una
identificación política unificada? La política social de Perón que implicaba beneficios
para todos es una condición necesaria. Como señalamos, hace tiempo Murmis y
Portantiero mostraron la racionalidad económica y social de los trabajadores en su
adhesión al peronismo. James ha explicado el riesgo de que un instrumentalismo
excesivo pierda de vista dimensiones culturales implicadas en el atractivo del peronismo

6
Además, el analfabetismo y las zonas rurales del conurbano presentan correlaciones negativas con el
peronismo, allí se mantuvo un apoyo a partidos tradicionales nucleados en la Unión Democrática.

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por “su capacidad para redefinir la noción de ciudadanía dentro de un contexto más
amplio, esencialmente social” (James, 2010: 27). Del mismo modo, entre los factores
para comprender el significado del peronismo para los trabajadores en 1945 James
menciona “el orgullo, el respeto propio y la dignidad” (James, 2010: 40). En otras
palabras, tanto en las políticas sociales como en los discursos y las acciones de Perón se
jugó un problema de reconocimiento para amplios sectores de la población, inescindible
del acceso a derechos. De hecho, eso implicó a la vez una redefinición también cultural
de la ciudadanía. Ahora bien, a nuestro juicio, todas esas condiciones necesarias,
requirieron una condición suficiente: el pavor generado en las clases trabajadoras al
significar desde su perspectiva las implicancias de la reacción antiperonista.7

Para que un fenómeno como el peronismo pudiera surgir, ¿era necesaria una
homogeneidad de la clase obrera? Hay autores que plantean claramente que “el 17 de
octubre de 1945 no se hubiese producido sin un sujeto social suficientemente
homogéneo en una concepción sociopolítica abarcativa de intereses sociales y políticos
pluriclasistas”. Esto habría sido posible porque la clase obrera había producido “a su
interior un proceso de homogeneización de intereses” y de “homogenización cultural”
previamente (Godio, 1990: 80).

Nuestra tesis es la contraria. La unificación política de los trabajadores no es el


resultado de una homogeneidad económica, fenotípica o étnica.8 Más bien se generó en
circunstancias de intensa heterogeneidad en todos estos aspectos. No hay una
homogeneidad “objetiva” que deriva en un homogeneidad “subjetiva”.

La unificación identitaria fue no sólo el resultado de la acción de Perón y el


estado, sino sobre todo el resultado de la ofensiva unificada que amenazaba todos sus
logros. Cuando el heterogéneo bloque del no peronismo devino antiperonismo
recalcitrante, las dicotomías trabajadores/patronal, interior/capital, no blanco/blanco,
argentina visible/invisible, excluido/respetable y otras adquirieron la potencia de las
identidades políticas emergentes.

7
James sostiene que “si bien el peronismo representó una solución concreta de necesidades materiales
experimentadas, todavía nos falta comprender por qué la solución adoptó la forma específica de
peronismo y no una diferente” (James, 2010: 27). El presente trabajo pretende hacer una contribución
específica para responder esa pregunta. Allí donde los trabajadores se percibieron reconocidos por Perón,
se sintieron persistentemente desconocidos o excluidos por los antiperonistas.
8
Cantón y Acosta apuntan en la misma dirección cuando afirman que “la explicación del triunfo del
peronismo (…) y la significación de su llegada, sería fundamentalmente política, no tanto estructural”
(Cantón y Acosta, 2013: 91-92).

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El propio 17 de octubre es inimaginable sin cuatro elementos. Primero, Perón es


obligado a renunciar el 9 de octubre y es arrestado el 13, lo cual genera una gran
convulsión en las bases obreras, donde corren rumores de que podrían fusilarlo.
Segundo, la exigencia opositora es el traspaso del gobierno a la Corte Suprema de
Justicia, que se había opuesto a la creación del fuero laboral y que era claramente
conservadora. Tercero, cuando los obreros van a cobrar la quincena la patronal decide
no pagar el feriado del 12 de octubre (un nuevo derecho) y en numerosas empresas
responden al reclamo obrero con frases como “vayan a cobrárselo a Perón”. Cuarto,
cuando los sindicatos van a reclamar al Estado que imponga el cumplimiento de la ley
no encuentran autoridades estatales que los defendieran.9

La heterogeneidad constitutiva de lo popular en lugar de traducirse en


identificaciones políticas distintas, fue englobada por una única identificación que
permitía imaginar a todos los trabajadores en oposición a la oligarquía y la patronal. Al
condensar estos últimos lo anti-nacional, los trabajadores extranjeros también podían ser
reconocidos como miembros de la comunidad. En el proceso que va del 15 de junio al
16 de octubre de 1945, no hay ninguna escena contundente que de por terminada la
heterogeneidad política de la clase obrera. En cambio, hay eventos que van generando
unidad, como el acto de 12 de julio, organizado por los sindicatos en apoyo a la
Secretaría de Trabajo y Previsión, llegando al pico del 10 de octubre, la despedida de
Perón después de verse obligado a renunciar a sus cargos. El 16 de octubre los debates
registrados en las actas de la Confederación General del Trabajo (CGT, en adelante)
expresan una diversidad de opiniones acerca de cuál es la mejor estrategia a seguir. La
desafiliación de La Fraternidad de la CGT o las tensiones con algún sindicato son
ejemplos puntuales de una disputa que continuaba en marcha.

No hay una unificación de la clase obrera previa al 17 de octubre. Eso es obvio


porque la CGT declara la huelga general para el 18 y sin mencionar a Perón. El 17,
desde la mañana hasta la noche, o incluso hasta la huelga general del 18, es en sí mismo
un proceso de unificación. El 17 comienza con la movilización de sectores obreros que
no pueden resignarse a perder todo lo obtenido, que salen a expresarse en contra del
gran avance patronal producido desde el 9 de octubre y manifestado en las fábricas, en
9
Estos hechos históricos son conocidos. Sin embargo, colocarlos como condición suficiente para la
movilización del 17 de octubre es mi propia responsabilidad, ya que entiendo que debe enfatizarse la
relevancia de temor ante toda esa ofensiva económica y política para comprender la emergencia del
peronismo.

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la Plaza San Martín el 12 de octubre y en el arresto de Perón. La unificación no culmina


el 18, sigue su proceso en temporalidades diferentes que tienen un momento crucial en
las elecciones del 24 de febrero de 1946.

La heterogeneidad cultural no implicó un contraste político significativo entre


sectores obreros. Si esa heterogeneidad podía verse como fuente potencial de división,
Perón vino a representar cierta idea creciente de unidad. Justamente, el odio visceral de
los sectores más altos hacia Perón resultaba un dato elocuente para los trabajadores.
Tanto los beneficios sociales palpables como el reconocimiento generaban
identificación. Pero sin aquel rechazo no se habría producido un movimiento político
tan unificado.10

Juegos de alteridad
¿Cómo ha sido posible que un sociólogo de la talla de Germani no haya
percibido la distorsión entre los apoyos efectivos del peronismo y los apoyos que él
podía visualizar? Incluso, cuando los datos estadísticos estaban disponibles como en
1973, las afirmaciones anteriores no pudieron ser revisadas. Ningún sociólogo ni
antropólogo deja de tener puntos ciegos de análisis sobre “los otros”. Ni puede escapar
completamente a los modos de constitución de las alteridades en un contexto histórico
determinado. Así llegamos a la otra pregunta, ya no acerca del voto de febrero de 1946,
sino acerca de quiénes eran los trabajadores que se movilizaron en las calles de Buenos
Aires el 17 de octubre de 1945. Y acerca de cómo fueron percibidos.

En la ciudad que se concebía como blanca y europea, sin indios, mulatos ni


negros (Escardó, 1945), la irrupción de las masas de trabajadores en octubre de 1945 fue
vivida como la abrumadora “aprensión con que vería a los marcianos” (Luna, 1971:
273). A la sociedad establecida le produjo escalofríos sentir la “invasión de gentes de
otro país, hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos” (Martínez Estrada, 2005: 55-
56). Esa distancia angustiante e indignante produjo una búsqueda frenética de términos

10
El peronismo implicó un cierto tipo de división de la sociedad argentina, que se expresó en un lenguaje
político y con una división del voto en términos de clases bastante clara. A diferencia de sociedades
donde los grupos étnicos, migratorios o religiosos tienden a votar de modo unificado detrás de un partido,
las divisiones argentinas no fueron entre españoles o italianos, católicos, judíos o árabes, sino que
atravesó a los diferentes grupos. Ante la supuesta amenaza nazi fascista, podría haber habido un rechazo
homogéneo de la colectividad judía, siempre y cuando todos los judíos hubieran creído en tal amenaza.
Hubo un sector de los judíos argentinos que desde muy temprano apoyó a Perón como mostró Rein
(2015).

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para nombrarlos: hordas, turbas, masas, lumpenproletariat, malevaje, malón, chusma,


obreros, descamisados, negros, alpargatas, tribu. Dos de ellos se impusieron sobre los
otros.

El primero, escrito en periódicos desde octubre de 1945, fue “descamisado”.


Sobre la base de la vestimenta, producía una identificación. De una movilización en la
que hubo personas con saco y corbata, con camisa, con ropas de trabajo, con camisolas,
tomaba al sector socialmente más pobre o culturalmente menos respetuoso de las reglas
de etiqueta, y calificaba despectivamente a sus protagonistas. Ante esto, es conocida la
inversión que realizó Perón en un discurso en el centro de Buenos Aires sólo dos meses
más tarde, donde denunció esa actitud y convirtió “descamisado” en una palabra
positiva, ícono de su movimiento, comparable a los sans-culottes franceses.

El segundo término, ajeno a la escritura pero arrollador de la oralidad, era


“negro” o “cabecita negra”. De una movilización donde habían participado hijos y
nietos de inmigrantes europeos, migrantes de zonas pampeanas, migrantes de zonas de
noroeste, y mezclados de todas las épocas, se tomaba al sector más estigmatizado y se
buscaba descalificar con ello a la movilización y al peronismo.

Así, no hubo en aquel entonces una descripción objetiva y menos aún


específicamente sociológica de esas masas. Se desplegó un peculiar juego de alteridad.
En un trabajo anterior planteé que en toda configuración cultural se despliegan múltiples
juegos de alteridad, modos de clasificaciones sociales (Grimson, 2011). No utilizamos
aquí la noción de juego en un sentido estricto, sino como una analogía a lo que
Wittgenstein denominó “juegos de lenguaje” (Wittgenstein, 2012: 25 y ss.).

Cuando la irrupción política de un actor “invisible” produce una crisis


clasificatoria, una crisis de la propia configuración cultural, se requieren nuevos juegos
de alteridad. En particular, aquí analizamos un juego específico que consistió en una
operación sinecdóquica con pretensiones denigratorias o, al menos, desvalorizantes. El
procedimiento general consistió en tomar al sector más estigmatizado de un conjunto
heterogéneo y en identificar al conjunto con ese sector. Fue una magnificación de algo
socialmente instituido como negativo. Hipervisibilizó a esa parte asociándola a la
totalidad.

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Así, entre trabajadores con múltiples vestimentas se los designará como


descamisados o entre trabajadores con distintos fenotipos y tradiciones se hablará de
“cabecitas negras” o “nuevos obreros sin tradición política”. Por supuesto, ninguno de
estos términos o fórmulas podría ni siquiera ser aceptado como una descripción
apropiada de ningún sector de las “masas”. Todos ellos tienen pretensión denigratoria.
Se trata de etiquetas clasistas o racistas que aluden a un sector, el más estigmatizado, y
desde allí generan una sinécdoque.

Ahora bien, ¿hay elementos suficientes para constatar la heterogeneidad de los


participantes del 17 de octubre?

1) No hay pruebas de homogeneidad. Esto no es menor. Todas las


homogeneidades que se han mencionado son o bien un presupuesto teórico o bien un
estereotipo. Nunca la homogeneidad ha sido demostrada.

2) Hay relatos que hablan de homogeneidad, pero otros hablan de


heterogeneidad. Nosotros estamos mostrando los motivos que provocaron una visión
homogeneizante. Para refutar los relatos de heterogeneidad deberían explicitarse los
motivos que llevarían a ese tipo de percepción y clasificación. Todas las probabilidades
y datos apuntan a que quienes describieron heterogeneidad o vieron más grupos, o
miraron de otro modo.

3) En las fotos disponibles del 17 sólo es posible ver heterogeneidad. No


aparecen ninguna homogeneidad de vestimenta ni fenotípica. Sobre esto regresaremos
enseguida.

4) Comparando las fotos con las descripciones es claro que la presencia más
empobrecida o bien se magnificó o bien no fue fotografiada. Pero en cualquier caso, fue
un componente relevante de una masa donde había también sacos, corbatas y
sombreros.

5) Tampoco había homogeneidad fenotípica, ni de zonas de nacimiento, ni


de tradiciones sindicales entre los dirigentes sociales de esos meses. Luis Gay nació en
Buenos Aires, al igual que Ángel Perelman y Ángel Borlenghi. Cipriano Reyes nació en
Lincoln, Juan Bramuglia nació en Chascomús y María Roldán en San Martín (Provincia

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de Buenos Aires). También hubo importantes dirigentes rosarinos, tucumanos,


sanjuaninos y de otras regiones en sus propias provincias.

6) En el Acta de la CGT del día 16 de octubre aparece la cuestión de la


división entre sindicatos, siendo los ferroviarios los más renuentes a una medida de
lucha. Sin embargo, perdieron la votación.

7) Los trabajadores que participan el 17 pertenecen a diferentes ramas de


actividad abarcando desde la carne hasta los trabajadores del Estado, los metalúrgicos,
entre muchas otras.

8) Entre los manifestantes identificables a través de testimonios hay


migrantes del interior, habitantes del conurbano y porteños, incluyendo una presencia de
sectores medios.

La mayoría de las descripciones de esos meses colocaron el hincapié en lo más


chocante y sorprendente: la pobreza, las ropas, los rostros morenos y en la condena
moral de la incultura y el interior. Poco y nada se describieron los sacos, ni los
sombreros, ni los trabajadores sin ascendencias indígenas.

Todo ello estaba en las fotos de los principales acontecimientos.11 En la foto más
famosa de ese día se ven manifestantes refrescando sus pies en una de las fuentes de la
Plaza de Mayo. Esa acción sería denostada como violación de las normas de
comportamiento: “metieron las patas en la fuente”. Quedó en la historia como un ícono
de la rebeldía. Quizás por eso mismo fue poco analizada como muestra de
heterogeneidad.

En esa imagen se ven hombres, mujeres y niños. Hay dos hombres con saco. Son
Juan Molina y su hermano, ambos nacidos en la periferia de Buenos Aires, en Caseros,
por entonces trabajadores de una fábrica de gaseosas. No eran migrantes, ni
internacionales, ni internos. En 1952 Molina fundaría el sindicato de la Sanidad en
Hurlingham, también en el Gran Buenos Aires. En la foto, él y su hermano están
elegantemente engominados. Un sombrero está apoyado detrás de uno de ellos. A su
izquierda, se ve un hombre en camisa y a la derecha a otro hombre en camiseta. Más
atrás, otro hombre con la camisa arremangada y un pañuelo al cuello. Es Amando

11
Al respecto, ver Amaral y Botalla (2010).

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Ponce, santiagueño, es decir, migrante del noroeste, argentino. Trabajaba como cadete
en una sastrería militar, a una cuadra de la Plaza. Ese día ambos tenían 17 años, la
juventud de la mayoría de los participantes. El que está sentado con traje más claro, de
perfil, es Celso Pivida. Había ido hasta su casa a ponerse el traje para ir al centro.
Trabajaba en una empresa lanera, en Avellaneda, y era delegado. Más atrás se ven
mujeres y otros hombres, con diversas vestimentas, pero ninguno “desharrapado”. Una
sola bandera: la argentina. La heterogeneidad estaba a la vista de todos. Y a plena luz
del día fue arrasada.

La diferencia se fabricó como diferencia de clase, de educación, de estilo y se


racializó. Pero quienes guardaban algún pudor respecto de las ideas raciales (que
claramente no eran la mayoría) nada hicieron para enfrentar esa racialización. Sí para
resignificarla. Trastocaron la diferencia “negra” en “rural”, “étnica”, o de culturas
políticas. Por ello, “negro” y “cabecita negra” estaban a la vez ausentes en la escritura y
omnipresentes en la oralidad.

Un caso contrastante que, sin embargo, en la polarización no ha sido leído de


este modo, fue Raúl Scalabrini Ortiz. Este intelectual que provenía de Forja,
conmovido, captó y subrayó esa heterogeneidad y la describió en 1948 (Scalabrini
Ortiz, 1972).12 Su poética frase sobre el 17 de octubre, “era el subsuelo de la patria
sublevado”, hizo olvidar o pasar por alto elementos clave de su descripción. ¿Cómo era
ese “subsuelo”? “Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo
nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación pueda
concebir” (Scalabrini Ortiz, 1972: 26)13. La idea de heterogeneidad aquí precede a
cualquier otra. Y está en tensión con aquello que es imaginable. Más diversa que esa
multitud, piensa Scalabrini, resulta inconcebible. Al menos en la Argentina,
agregaríamos. Así nos reenvía a Félix Luna, cuando dice que él y muchos otros
pertenecientes al estudiantado universitario no sabían que esa gente existía (Luna,
1971). Por eso, el 17 de octubre modificó el horizonte de la imaginación social y
política.

12
Aunque la edición del libro Yrigoyen y Perón es de 1972, este texto de Scalabrini fue publicado
originalmente en 1948. Esta diferencia de casi 25 llevó a algunos historiadores a creer que la narración
había sido escrita muchísimos años después de los hechos.
13
Nota del Editor: El subrayado corresponde al autor de este ensayo.

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¿Cómo era la heterogeneidad del “subsuelo”? Sigue Scalabrini: “Los rastros de


sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales europeos,
iba junto al rubio de trazos nórdicos y el trigueño de pelo duro en que la sangre de un
indio lejano sobrevivía aún” (Scalabrini Ortiz, 1972: 26). Ahí tenemos un tríptico básico
acerca de las heterogeneidades fisonómicas entre los trabajadores argentinos. Españoles
o italianos, a veces de tez oscura pero siempre contrastando con el rubio del norte
europeo también presente, junto a los mestizos venidos desde las provincias del norte
argentino. Todos estaban allí.

E insiste para quien no haya comprendido: era “una multiplicidad casi infinita de
gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo
impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón”
(Scalabrini Ortiz, 1972: 26).

Muchos años después, el antropólogo Hugo Ratier indicó lo mismo:

No solo el cabecita hizo el 17. Hubo mucho rubio, mucho hijo de gringo, mucho
porteño en sus cansadas columnas. El llamado al antagonismo contra los ‘negros’ fue
un recurso más para dividir a la falange proletaria. Recurso que es difícil hallar
expresado públicamente. Circulaba más bien por los subterráneos del rumor, del chiste
político, vivo siempre en la expresión oral.14

Puede haber sido producido para dividir o estigmatizar, pero también se mitologizó en
la idea de lo “auténticamente nacional”.

En afirmaciones como las de Scalabrini o Ratier, las referencias a rubios,


trigueños, gringos, meridionales o cabecitas negras dan cuenta de descripciones de la
diversidad de colores de piel o rasgos fenotípicos. Uno de los problemas deriva de que
el término “negro” en Argentina no guarda ninguna relación simple con estas
características. La definición de la Argentina europea y blanca plantea un problema
desde su mismo origen. En realidad, alude a la migración civilizatoria imaginada por los
fundadores, mucho más que a la migración efectiva que llegó desde España e Italia, en
la cual el blanqueamiento total no deja de ser algo problemático.

Esta cuestión implica que en Argentina hay una distancia notable entre la
nominación “negro”, los rasgos fenotípicos y el color de piel. Esto no ha sido notado
adecuadamente. Las clasificaciones fenotípicas argentinas guardan una distancia

14
Ratier (1971: 33).

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significativa con el color de piel que, sin embargo, es utilizado tanto por la sociedad
como por investigadores como un parámetro metonímico. Es metonímico en el sentido
de que supone que una persona blanca o negra, de tez oscura o indígena tendrá ciertos
rasgos fenotípicos. Sin embargo, en términos más sutiles el color de piel no es
realmente un indicador riguroso de los rasgos fenotípicos. Por dar un ejemplo, podrían
encontrarse inmigrantes italianos del sur cuya piel es más oscura que la de personas de
origen guaraní, o españoles de piel más oscura que los descendientes de tehuelches. Esta
cuestión cromática adquiere otro significado en las clasificaciones sociales del color en
la Argentina, ya que blanco y negro aluden más que al color de piel a la jerarquía de
clase y a la jerarquía étnica de las personas. Por más que el color de su piel sea más
blanco que algunos sectores medios, aquellos más pobres, con cierta forma de vestirse,
de hablar, de moverse, entran en la posible catalogación de “negros”.

Por eso, todos los peronistas podrían ser considerados “negros” en un país que la
sociedad establecida consideraba “sin negros”. La pregunta de “quiénes eran” se
convirtió en un verdadero embrollo porque no podría dejar de afectar, aunque de modo
muy peculiar, respuestas a “quiénes son” los argentinos.

Así, la escisión dicotómica, de blancos y negros, de civilización y barbarie,


provocada por sentimientos y perspectivas, provocaría una percepción específica de los
protagonistas del 17 de octubre. Cuando los sectores establecidos consideran que una
presencia irremediable y dolorosa hiere su situación, sus costumbres y sus poderes, es
habitual que se produzca una exotización de la alteridad y una magnificación de la
distancia. Un sobre dimensionamiento, polarizante.

Así, el clasismo racializado de la mirada europeísta y blanca tendió a identificar


a todos los trabajadores con el sector étnica y racialmente menos prestigioso de las
jerarquías establecidas. Los heterogéneos trabajadores devenían inmigrantes
provincianos y, a su vez, los provincianos devenían oriundos del noroeste, rurales,
atrasados. Racismo mediante, los trabajadores podían convertirse en “cabecitas negras”.

El discurso hegemónico había invisibilizado a las poblaciones con ascendencias


indígenas, insistiendo en que la Argentina era un país blanco. Después hipervisibilizó al
sector, que en su propia jerarquía racial, era el más discriminable. Cuando reponemos la
heterogeneidad no soslayamos el apoyo que tuvo Perón y peronismo entre los migrantes

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internos y su creciente presencia en la vida social, siempre menospreciada. Sin


embargo, ese papel no soslaya que en 1945 se produjo una unificación de las clases
trabajadoras argentinas, bajo el liderazgo de Perón, que traspasó identificaciones
raciales o étnicas y abarcó a la heterogénea masa de trabajadores.

La invisibilización y la hipervisibilización son dos juegos de alteridad distintos.


En 1945 se produjo un pasaje de uno a otro. Todas las diferencias fueron exacerbadas.
Por ejemplo, se adjudicó la política caudillista a las zonas tradicionales, pero todos
sabían que había ejemplos célebres en la frontera con la Capital, con el ejemplo
paradigmático de Barceló en Avellaneda. También se aludía a la falta de experiencia
democrática de los nuevos migrantes, lo cual es una doble presunción. No sólo implica
esa “falta de experiencia”, sino también supone una experiencia de las zonas
“modernas” puramente imaginaria. En todo el país sólo se habían transitado elecciones
con sufragio universal masculino entre 1916 y 1930. Un período que tampoco podía ser
idealizado sin olvidar eventos de fraude electoral en algunas provincias (por ejemplo
Córdoba o San Juan) o las intervenciones a muchas otras. Ni qué decir que los
inmigrantes europeos no traían consigo ninguna “larga experiencia democrática”. Fue
una época de exacerbación de diferencias y de valoraciones escasamente
fundamentadas.

Al exotizar a los protagonistas populares del apoyo a Perón esa


hipervisibilización exotizaba al propio peronismo. La frontera cultural, entre la supuesta
tradición liberal representada por la Unión Democrática y el personalismo y populismo
representado por el peronismo, se significaba a partir de la matriz de civilización y
barbarie.

¿Qué relación guarda este juego de alteridad con la hipótesis sociológica de Gino
Germani acerca de los migrantes internos? ¿Por qué la persona con mayor capacidad de
análisis de la estructura social formula una apreciación tan sesgada de las características
sociales del apoyo al peronismo? Al menos a modo de hipótesis, cabe citar dos
testimonios relevantes. El sociólogo Darío Cantón afirma: “para mí, que viví esa época,
aunque tuviera casi 18 años menos que él, su imagen suena a versión lavada,
edulcorada, apta para todo público, políticamente correcta, de lo que otros, más
crudamente, rotularon como ‘cabecitas negras’ o peor todavía como ‘aluvión

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zoológico’” (Cantón y Acosta, 2013: 87). Por su parte, la hija de Germani señaló una
contradicción entre los estudios sociológicos y las creencias privadas de su padre:

Distinguir nítidamente el peronismo del fascismo fue un paso importante, ya fuera a


nivel teórico o político. En la práctica, sin embargo, el contraste entre el Germani
sociólogo y el Germani de las conversaciones de sobremesa no podía ser más
marcado: tenía hacia el peronismo una actitud negativa. Tuvo siempre la convicción
de que este movimiento se basaba en un apoyo manipulado de una masa popular que
no tenía una posición política clara debido a su movilización social reciente, ligada a
la también reciente inmigración rural urbana.15

Juegos peronistas
Cuando esto sucede, el movimiento heteroidentificado tiene distintas
alternativas. La primera es el silencio, la opción asumida por el peronismo ante la
acusación de negros o cabecitas negras. Sólo aludirá al término después de la caída de
Perón en 1955. La segunda opción es la negación explícita: acepta que se trata de una
categoría negativa, pero rechaza su identificación con dicha categoría. Es la opción del
peronismo con la acusación de ser nazis y fascistas: “ni nazis, ni fascistas, peronistas”,
cantaron los manifestantes en el acto de despedida de Perón el 10 de julio, cuando había
renunciado a todos sus cargos en el gobierno.

Sin embargo, el peronismo no actuó del mismo modo con “descamisado” o


“cabecita negra” porque no podía lisa y llanamente aceptar el carácter denigratorio de
estas categorías. La tercera opción es la inversión de sentido. Es la opción del
peronismo con “descamisado”. Perón denuncia el sentido denigratorio de la categoría y
afirma que ellos sí son descamisados y representan a los descamisados. Si ese juego de
inversión de sentido resulta socialmente exitoso, como fue en aquel caso, la categoría
pierde toda su potencia denigratoria. A diferencia de “trabajadores”, que puede ser una
identidad social o una categoría descriptiva, una noción sociológica o una interpelación
política, “descamisado” como categoría de autoidentificación, encierra un juego de
alteridad más complejo. Por una parte, porque surge a la escena política como categoría
denigratoria. Por otra parte, porque su asunción positiva implica una doble acusación: la
del insulto mismo y la de las condiciones de vida de quienes han sido insultados. De esa
densidad de significaciones proviene su potencia política.

15
Germani, A. (2004: 99).

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Ninguna de las tres opciones puede ser evaluada en sí misma, sino como una
intervención en un juego no elegido. No elegido en el sentido de que la
heteroidentificación no es previsible por los actores sociales. Ahora bien, una vez
producida, dentro de los límites de lo posible, ellos mismos jugarán sus propias cartas,
desplegarán su propia estrategia, aunque esta fuera el silencio.

En los años posteriores al derrocamiento de Perón, intelectuales peronistas


invirtieron la carga valorativa de capital e interior, cosmopolita y rural, modernos y
provincianos, blancos y no-blancos, para construir una visión también homogénea de
los protagonistas del 17 de octubre. En esa línea, muchas veces se replicaban las
categorizaciones, sólo que se reivindica lo criollo, lo mestizo, lo moreno como lo
auténticamente argentino. Belloni consideraba que “los jóvenes nativos, descendientes
de criollos y gauchos de las montoneras” que llegan a la ciudad y “traen con ellos un
nuevo resorte poderoso”, una fuerza que proviene “de las mismas entrañas de la tierra y
del pueblo argentino y ello los capacita a marcar un nuevo rumbo nacional” (Belloni,
1962: 13). Por su parte, Ramos afirmaba que “de las provincias mediterráneas bajaron
los ‘cabecitas negras’ (…) Los rústicos pastores criollos descendientes del montonero
epónimo se trocaron en obreros industriales” (Ramos, 1957: 287-288); su nacionalismo
“ingenuo y hondo” chocó con las “formas políticas arcaicas y europeizantes” de los
partidos tradicionales. Jauretche, en 1966, en el marco de un análisis del racismo en
Argentina, termina identificando a la “aparición del cabecita negra”, “los trabajadores
argentinos del interior, excluidos como factores sociales”, como el “elemento
auténticamente nacional” (Jauretche, 2010: 306).

Es decir, la valoración que hacen estos autores es la opuesta a la realizada por la


sociedad establecida. Sin embargo, resultan idénticas las categorías que aluden a la
dicotomía de europeos no peronistas y criollos peronistas.

Si bien estas narrativas nunca adquirieron la pregnancia social de la categoría de


descamisados, sí tuvieron notables repercusiones en relatos y creencias sociales. Como
señaló Germani, unos y otros creyeron que el apoyo al peronismo en 1945 y 1946 lo
habían protagonizado los migrantes de las provincias. Por ello, resulta relevante
reestablecer la heterogeneidad social y cultural de los apoyos originales en los orígenes
del peronismo.

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La homogeneización de la heterogeneidad obrera en los orígenes del peronismo

Resumen
Este artículo busca realizar un aporte para comprender quiénes eran los trabajadores que
apoyaron el surgimiento del peronismo a partir de 1945. La historia de las
interpretaciones de los orígenes de peronismo enfatizan a veces la heterogeneidad y a
veces a la homogeneidad de la clase obrera. Este artículo busca mostrar que el apoyo al
peronismo fue protagonizado por trabajadores altamente heterogéneos en varias
dimensiones. La imagen de que el apoyo al surgimiento del peronismo provino de
alguna masa homogénea vinculada a las migraciones internas fue un modo de
categorizar y simplificar un proceso complejo sin ninguna base empírica.

Palabras clave: Peronismo – clase obrera – 1945 – heterogeneidad – homogeneidad

Homogenization of Workers Heterogeneity in the Origins of Peronism

Abstract
This article makes a contribution to understanding features of the workers that
supported the emergence of Peronism since 1945. The history of the interpretations of
the origins of Peronism emphasizes the heterogeneity and the homogeneity of the
working class. This article seeks to show that support for Peronism was led by highly
heterogeneous workers in various dimensions. The image that support the emergence of
Peronism came from a homogeneous mass linked to internal migration was a way of
categorizing and simplifying a complex process without any empirical basis.

Keywords: Peronism – Working Class – 1945 – Heterogeneity – Homogeneity

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TRABAJO PRÁCTICO N° 3. El Cordobazo y el ciclo de “azos”. Juventudes, política y memoria
(EVALUABLE, escrito e individual)

- MANZANO, Valeria (2019). “Los hijos de mayo: generaciones y política en la Argentina, 1969-1994” en Contenciosa, (9).Dossier: Los
«azos» revisitados. Disponible en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/article/view/8775/12203
- SERVETTO, Alicia y ORTIZ, Laura (2019). “La memoria como boomerang. ¿Qué queda del Cordobazo?” enContenciosa, (9).Dossier: Los
«azos» revisitados. Disponible en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/article/view/8762/12169

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Contenciosa, Año VII, nro. 9, 2019 - ISSN 2347-0011
Dossier Los «azos» revisitados

LOS HIJOS DE MAYO: GENERACIONES Y POLÍTICA EN LA


ARGENTINA, 1969-1994
THE SONS OF MAY: GENERATIONS AND POLITICS IN ARGENTINA, 1969-1994

VALERIA MANZANO (IDAES - UNSAM / CONICET)


Instituto de Altos Estudios Sociales
Universidad Nacional de San Martín
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
vmanzano@unsam.edu.ar

Resumen:
Este artículo estudia cómo, cuándo y porqué diferentes grupos e individuos delinearon
construcciones generacionales que tomaban al mayo de 1969 -y a otros mayos de comienzos de la
década de 1970- como punto de referencia. Mostrará que las construcciones generacionales
implican procesos de representación en un sentido doble. Por un lado, especialmente para el
quinquenio que siguió a Mayo de 1969, el artículo reconstruye qué grupos y con qué significados
políticos y culturales se auto-percibieron, por ejemplo, como “hijos del Cordobazo” e intentaron
representar de esa manera tanto a un grupo de edad (joven) como a una posición y situación
política. Por otro lado, representación aquí se vincula a las tareas de la memoria social, intentando
también identificar de qué manera se desplazaron y transformaron las construcciones
generacionales que cristalizaban, por ejemplo, en el marco de las conmemoraciones de fines de la
década de 1980. En el último tercio de esa década, enmarcadas en procesos conmemorativos
(especialmente, del vigésimo aniversario de las revueltas globales del ’68) y en plena discusión sobre
la valencia de conceptos y programas en torno a la “revolución”, algunas memorias de militancia
política emergieron imbricadas en clave generacional.

Palabras clave:
Generaciones - Juventud - Militancia Política - Memoria Social - Historia Reciente

Abstract:
This article studies how, when, and why different groups and individuals delineated generational
constructions that took May of 1969 -and other Mays in the early 1970s- as reference points. It will
show that those generational constructions imply processes of representation in two senses. On
the one hand, and especially for the five years that followed May of 1969, it reconstructs which
groups (and with which political and cultural meanings) created a self-perception of being, for
example, the “sons of the Cordobazo” and tried to represent an age group (youth) as well as a
political position and situation. On the other hand, representation also refers to the tasks of social
memory. In this respect, the article aims at identifying in which ways the generational constructions
were transformed, for example, in the contexts of the commemorations of the late 1980s. In the
last quarter of that decade, framed in commemorative processes (especially, the twentieth
anniversary of the global revolts of 1968) and in the larger discussions over the legitimacy of
concepts and programs related to the “revolutions”, some memories of political militancy emerged
in close association with generational positions..

Keywords:
Generations – Youth - Political Militancy - Social Memory - Recent History
Recibido: 11/11/2019 - Aceptado: 10/12/2019

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Contenciosa, Año VII, nro. 9, 2019 - ISSN 2347-0011
Dossier Los «azos» revisitados

LOS HIJOS DE MAYO: GENERACIONES Y POLÍTICA EN LA


ARGENTINA, 1969-1994

VALERIA MANZANO (IDAES - UNSAM / CONICET)


vmanzano@unsam.edu.ar

En 1994, al conmemorarse el 25 aniversario del Cordobazo, Carlos Altamirano delineó sus


memorias sobre lo que define a la vez como “acontecimiento” y “mito”. Desde ambos clivajes,
Altamirano recurre a imágenes que dan cuenta del carácter disruptivo del Cordobazo, entendido
como “llamarada” y “foco de irradiación energética” para un “nosotros” al que en ocasiones
delimita como “quienes participaban de la izquierda maximalista” o, más generalmente, como
quienes fueron “parte de la estela que siguió a aquel estallido”.1 La muy difundida intervención de
Altamirano introduce al menos tres elementos para intentar avanzar en una comprensión de
construcciones generacionales. En primer lugar, la intervención -como buena parte de la
producción académica, periodística y memorial, de antes y de ahora- sitúa al Cordobazo como la
sinécdoque del conjunto de las rebeliones populares de 1969. En segundo lugar, ofrece pistas para
interrogar la relación entre un “acontecimiento” y “mito” con la emergencia o transformación de
un “nosotros”: de un sujeto colectivo que se ligó política, cultural y afectivamente a esa experiencia.
Entre otras dimensiones, ese “nosotros” constituye una construcción generacional. Por último, esa
intervención se produjo en el marco de una conmemoración y se reconoce como una memoria.
Así, esa intervención también ofrece indicios para historizar las construcciones generacionales en
el marco de la historia de las memorias sociales sobre el pasado reciente. Mi objetivo es reconstruir
la emergencia y los desplazamientos de construcciones generacionales ligadas a los “mayos”, en un
arco temporal que va desde 1970 hasta mediados de la década de 1990.
Esta historia de las construcciones generacionales enfatiza el trabajo de representación. En las
ciencias sociales y humanas, el concepto de “generación” se ha vinculado con los postulados de
Karl Mannheim, quien en su clásico ensayo de 1933 sostuvo que “los grupos de edad, como las
clases sociales,” dotan a los individuos de “una locación común en el proceso histórico y social,
limitándolos a un rango específico de experiencias potenciales, predisponiéndolos a cierto modo
característico de experiencia y pensamiento, y a un tipo característico de acción históricamente
relevante”.2 Un grupo de edad, para Mannheim, podría pasar de “en sí” a “para sí” en la medida en
que, por ejemplo, determinadas experiencias lo aglutinaran (como las guerras o las revoluciones) y
existiera un trabajo ideológico y político que le otorgase articulación. Las posibilidades heurísticas
del concepto son tan amplias como sus límites. Entre estos últimos, los vectores que atraviesan a
los miembros de un grupo de edad (de clase, región, género, sexualidad, religión, por mencionar
unos pocos) van en detrimento de la chance de significar y experimentar de modo semejante
acontecimientos que marcarían a todos y todas, una dificultad que han puesto en evidencia
historiadoras e historiadores que abordaron estudios sobre juventud (el grupo de edad más

1 Altamirano, Carlos, “Memoria del 69”, Estudios, núm. 4, diciembre de 1994, pp. 10-16.
2 Mannheim, Karl, “The Problem of Generations”, en Essays on the Sociology of Knowledge, Londres, Routledge, 1952
(1933), pp. 276-319.

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asociado a los estudios generacionales).3 Antes que identificar, por ejemplo, a una “generación del
Cordobazo”, asumiendo así una perspectiva analítica generacional, en este artículo me interesa
revisar cómo, cuándo y porqué diferentes grupos e individuos a lo largo del tiempo delinearon
construcciones generacionales que tomaban al mayo de 1969 -y a otros mayos de comienzos de la
década de 1970- como punto de referencia. El crítico cultural Leerom Medovoi ha sugerido que
las “generaciones”, como otros colectivos, se instituyen a partir del “acto hegemonizante de
representación”.4 En la historia que intentaré reconstruir, esa representación adquiere un sentido
doble. Por un lado, especialmente para el quinquenio que siguió a Mayo de 1969, refiere a la
posibilidad de reconstruir qué grupos y con qué significados políticos y culturales se auto-
percibieron, por ejemplo, como “hijos del Cordobazo” e intentaron representar de esa manera
tanto a un grupo de edad (joven) como a una posición y situación política. Por otro lado,
representación aquí se vincula a las tareas de la memoria social, intentando también identificar de
qué manera se desplazaron y transformaron las construcciones generacionales que cristalizaban,
por ejemplo, en el marco de las conmemoraciones de fines de la década de 1980. En este sentido,
el artículo pretende colaborar con la historia de las memorias sociales de la militancia política.
Mientras existe una abundante literatura que ha estudiado las cambiantes memorias de la dictadura
y puesto el foco en la década de 1980, poco sabemos sobre cómo se procesaban las memorias sobre
el pasado inmediato a la dictadura en ese mismo contexto.5 Así, busco mostrar que, en el último
tercio de esa década, enmarcadas en procesos conmemorativos (especialmente, del vigésimo
aniversario de las revueltas globales del ’68) y en plena discusión sobre la valencia de conceptos y
programas en torno a la “revolución”, algunas memorias de militancia emergieron imbricadas en
clave generacional.
Este ensayo se organiza en tres apartados que siguen un orden a la vez cronológico y temático.
Primero, el foco estará puesto en el quinquenio que siguió a Mayo de 1969, concentrándome en las
producciones de diversos grupos dentro del movimiento estudiantil universitario tanto como en
las de agrupaciones de izquierda y peronistas. Mientras que entre las agrupaciones de izquierda
(estudiantiles o no) rápidamente emergió una auto-percepción de haber sido “hijos del
Cordobazo”, para quienes se enrolaban dentro de las variantes peronistas la filiación no era tan
intensa. Para estas últimas, especialmente las que se ligaban a Montoneros, con el correr de la
década de 1970 “Mayo” solapaba diversos significados ligados a acontecimientos caros a esa familia
política: el secuestro del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu (en 1970), el inicio del gobierno
de Héctor Cámpora (en 1973) o la confrontación con Juan Perón el 1 de mayo de 1974. Si bien
para la familia del peronismo que se autoproclamaba por la revolución el Mayo de 1969 en general,
y el Cordobazo en particular, se diluían como punto de referencia, no sucedía lo mismo para
activistas y militantes de esa tendencia afincados en Córdoba, un elemento que permite ponderar
lo significativo de las escalas geográficas, en este caso la provincial e incluso local, para comprender
las construcciones generacionales. Esas escalas fueron particularmente significativas para analizar
un segundo momento. En la década de 1980, esas construcciones que tomaban a los “mayos”
como marco de referencia se imbricaron con los modos en que diversos actores políticos y
culturales rememoraron el ciclo de revueltas globales de 1968. Fue esa la ocasión en la cual
comenzaron a visibilizarse construcciones generacionales producidas desde las memorias de la
militancia y, más generalmente, de la revolución, asociadas a un pasado en el cual los “mayos”
volvían a visitarse y evocarse. A pesar de los desplazamientos, ciertos nudos continuaron

3 Jobs, Richard, Riding the New Wave: Postwar Youth and the Rejuvenation of France, Standord, Stanfdord University Press,
2007, pp. 10-17; Neumann, Mathias, “Youth, it is your Turn!: Generations and the Fate of the Russian Revolution
(1917-1932), Journal of Social History, vol. 46, núm.. 2, 2012, pp. 273-304.
4 Medovoi, Leerom, Rebel: Youth and the Cold War Origins of Identity, Durham, Duke University Press, 2005, 216.
5 Sobre las memorias de la dictadura en la década de 1980, ver especialmente Vezzetti, Hugo, Pasado y presente; guerra,

dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002; Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; y una revisión panorámica en Lvovich, Daniel y Jaquelina Bisquert, La cambiante memoria
de la dictadura, Buenos Aires, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2008.

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Dossier Los «azos» revisitados

desplegándose, notablemente la centralidad que tuvo el “mayo de 1969” para referentes de


izquierda y su oclusión entre quienes continuaban filiados, aun simbólicamente, con el peronismo.
Para unos y otros, sin embargo, los procesos de recuerdo se organizaban en clave generacional. En
las conclusiones, el artículo recupera -de forma exploratoria- las transformaciones en los procesos
memoriales en la primera mitad de la década de 1990, dando cuenta de la pregnancia que fue
ganando la clave generacional para encapsular las militancias políticas y que se torna evidente, por
ejemplo, en la emergencia de una “generación del setenta”.

Entre Mayos
Quienes estudiaron al movimiento obrero han sostenido, con razón, que el Cordobazo representó
la cristalización -antes que el inicio- de tradiciones de lucha, demandas y alianzas que venían
configurándose al menos desde fines de la década de 1950.6 En igual sentido, los historiadores del
movimiento estudiantil en diferentes universidades nacionales han remarcado también que las
transformaciones ideológicas, organizativas y culturales de este actor colectivo de gran visibilidad
en 1969 se remontaban, como mínimo, a mediados de la década de 1960, cuando se delineaban
contornos de una dinámica de radicalización política que fue impregnando a segmentos cada vez
más amplios del estudiantado.7 Movimiento obrero y estudiantil fueron, a lo largo de la década de
1960, dos de los espacios clave para los debates sobre y, más importante, la emergencia de una
“nueva izquierda” en la cual predominaron las resignificaciones del fenómeno peronista y las
disputas sobre las posibles “vías” para una revolución que, para muchos, ya estaba en marcha -no
sólo en la Argentina sino también en el resto de América Latina.8 Contemporáneamente, sin
embargo, las revueltas de 1969 tuvieron un efecto sorpresa, incluso para los grupos estudiantiles,
intelectuales y obreros más activados. Retomando las memorias de Altamirano, ese ciclo de
protestas, y en especial el Cordobazo, por un lado “daba forma a expectativas que lo precedían”
pero, por el otro, “permaneció flotante al menos hasta 1972-1973”. Esa doble vertiente marca las
coordenadas de la relevancia del “acontecimiento” y “mito”, especialmente en su capacidad de
instituirse como marco de referencia para construcciones generacionales que, ancladas en diversas
tradiciones de la izquierda, se auto-representarían como “hijas del Cordobazo”. En la acelerada
dinámica de politización y radicalización de amplios segmentos de la sociedad argentina que se
desplegó en el quinquenio siguiente a Mayo de 1969, otras familias políticas -en particular, el
peronismo que se proclamaba revolucionario- ubicaron al “acontecimiento” y “mito” en una zaga
más larga, diluyendo su potencia simbólica para la producción de construcciones generacionales.
Esa dilución, sin embargo, no alcanzó a quienes fueron activistas y militantes (por lo general,
jóvenes) en Córdoba, algo que ilumina los significados de las escalas geográficas para la elaboración
de construcciones generacionales.
En las memorias de Carlos Altamirano, y en las de otros y otras que experimentaron en términos
personales las dinámicas de radicalización política de fines de la década de 1960 y comienzos de la
siguiente, suelen remarcarse las “expectativas” que precedieron al Mayo de 1969. Aunque
desarrollaré este punto en el próximo apartado, en las memorias esas “expectativas” se ligaban al
6 Brennan, James, The Labor Wars in Córdoba, 1955-1976: Ideology, Work, and Labor Politics in an Argentine Industrial City,
Cambridge, Mass, Harvard University Press, 1994; Gordillo, Mónica, Córdoba en los sesenta: la experiencia del sindicalismo
combativo, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1996.
7 Millán, Mariano, “Entre la Universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia,

Rosario, Córdoba y Tucumán durante la Revolución Argentina (1966-1973)”, Tesis doctoral, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2013; Califa, Juan Sebastián, Reforma y revolución: la radicalización política del
movimiento estudiantil de la UBA, 1943-1966, Buenos Aires, EUdeBA, 2014; Vega, Natalia, “De la militancia estudiantil a
la lucha armada: Radicalización del estudiantado universitario santafecino en la segunda mitad de la década de 1960”,
Tesis doctoral, Universidad Nacional de Entre Ríos, 2016.
8 Tortti, María Cristina, El “viejo” Partido Socialista y los orígenes de la “nueva izquierda” (1955-1965), Buenos Aires, Prometeo,

2009; Aldo Marchesi, Latin America’s Radical Left: Rebellion and Cold War in the Global Sixties, Nueva York, Cambridge
University Press, 2017.

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Dossier Los «azos» revisitados

modo en que se recibían y procesaban las noticias de las revueltas globales que hicieron al
“momento 68”. Como lo he estudiado en otros trabajos, la prensa gráfica argentina siguió de cerca
aquellas revueltas y, más allá de las divergencias en coberturas y opiniones, resaltaban dos
singularidades. Por un lado, en virtud de relaciones e intereses político-culturales de largo plazo, las
revueltas parisinas recibieron una cuota preponderante de la cobertura en revistas y periódicos de
interés general y también políticas. Esa preponderancia obliteró la cobertura de otras locaciones de
revuelta, como las diversas ciudades italianas o, más adelante en 1968, México o Montevideo. Por
otro lado, con el acento puesto en París, la cobertura también enfatizaba en los aspectos que se
consideraban novedosos de las revueltas, como el tono iconoclasta de los grafiti, la gravitación de
segmentos de intelectuales que -se recortaba- proponían rever el “rol” del proletariado en procesos
revolucionarios (Herbert Marcuse era el más mencionado), y en la omnipresencia de rostros
jóvenes, estudiantiles, en las calles.9 Teniendo en cuenta que esos eran los materiales disponibles,
no es de extrañar que quienes fueran convocados a opinar sobre esas revueltas y sobre qué sucedía,
o sucedería, en la Argentina, lo hicieran munidos de esas imágenes y esos énfasis, antes que con
otros elementos de análisis.
Las revueltas del “momento 68” delimitaban las “expectativas” aunque en líneas generales éstas se
delinearan por oposición, antes que por acercamiento, con lo que se interpretaba estaba sucediendo
a escala europea y especialmente parisina. Mientras que la Federación Universitaria Argentina
([FUA] conducida por militantes que recientemente habían roto con el Partido Comunista y
comenzaban a acercarse al maoísmo) lanzó un manifiesto en solidaridad con los estudiantes y, en
especial, los trabajadores franceses en mayo de 1968, muchos otros estudiantes cuestionaban la
validez de las demandas y los actores que veían como preponderantes en las revueltas europeas. 10
Así, por ejemplo, quien era portavoz de una organización que nucleaba a estudiantes de origen
católico en rápido tránsito hacia el peronismo, la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), al ser
consultado por movilizaciones en la Argentina, sostenía que “para la muchachada que hoy sale a la
calle, sus padres históricos son el federalismo, el yrigoyenismo y el peronismo: nos importan un
bledo Marcuse y Marx”. Roberto Grabois, su colega del Frente Estudiantil Nacional (FEN),
sostenía por su parte que “los estudiantes apoyarán la Revolución de los Trabajadores. Quienes
piensan que los trabajadores deben apoyar la revolución de los estudiantes, seguirán soñando en
París mientras la historia se gesta en Avellaneda, en Tucumán y en cada barrio y provincia de la
patria”.11 Aun para quienes, con el transcurrir de los meses, produjeran interpretaciones más
matizadas sobre las demandas y los actores de las revueltas europeas -como Sergio Caletti, quien
enfatizaba que “los dirigentes estudiantiles franceses siempre declararon que las masas trabajadoras
podían y debían ponerse al frente”- las comparaciones seguían al orden del día: “No es la expresión
anárquica, inorgánica, de los objetivos revolucionarios los que pueden llevar a la victoria en las
tierras americanas.12 “Nuestras” luchas no podían ser como las europeas (o como esos estudiantes
e intelectuales las representaban): “aquí” los estudiantes debían seguir a los trabajadores.
Las interpretaciones que se construyeron en el ámbito estudiantil e intelectual respecto a las
revueltas globales, singularizadas en el mayo parisino de 1968, contribuyeron a configurar las
expectativas respecto a lo que potencialmente podría -y, al criterio de muchos activistas y militantes,
debería- suceder en la Argentina.13 En los inicios del mayo argentino de 1969, los movimientos

9 Manzano, Valeria, La era de la juventud en la Argentina: cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2017, cap. 6; “A cincuenta años de las revueltas de 1968”, Ciencia Hoy, núm. 160, julio
de 2018.
10 “Solidaridad con los trabajadores y los estudiantes de Francia”, Vocero de la FUA, núm. 2, mayo-junio de 1968, p. 5.
11 “Hablan los dirigentes estudiantiles”, Semanario CGT núm. 33, diciembre de 1968.
12 Caletti Sergio, “Mayo, Francia, barricadas”, Cristianismo y Revolución, núm. 16, segunda quincena de mayo de 1969, pp.

18-19.
13 En el ámbito estudiantil y profesional, una experiencia que sí recogió diversas ideas, imaginarios y prácticas asociadas

al ciclo de revueltas del 68’ europeo fue la de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba, ver
Malecki, Juan Sebastián, “¿Una arquitectura imposible? Arquitectura y política en el Taller Total de Córdoba, 1970-

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estudiantiles de las universidades del Nordeste y Rosario estuvieron en el centro de la escena:


fueron, de hecho, la vanguardia del ciclo de revueltas y el blanco de la creciente represión estatal
que resultó en el asesinato de tres jóvenes y el encarcelamiento de otros cientos en una semana, la
que fue desde el 15 al 22 de mayo. Desde la prensa comercial hasta la más politizada no dudaron
en calificar a esa semana como la de “la rebelión de los estudiantes” o “la rebelión estudiantil”,
reconociendo que el activismo estudiantil había servido para hacer visible, en la práctica y en las
calles, alianzas políticas y sociales de mediano plazo, que incluían a sectores del movimiento obrero
(en especial, bajo el paraguas de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos, o CGTA)
y segmentos de las clases medias y populares que acompañaron a los estudiantes en sus reclamos
iniciales e hicieron públicas, con ellos, su oposición al gobierno de Juan Carlos Onganía.14 Sin
embargo, en la evaluación inmediatamente posterior al masivo levantamiento rosarino, donde “el
pueblo” se había sumado a una protesta iniciada por los estudiantes, casi todos los dirigentes
universitarios lo juzgaron insuficiente: el movimiento estudiantil aún no había adquirido “el carácter
de lucha popular” capaz de conducir a la “liberación nacional”. Según el representante maoísta de
un frente de izquierda, “la condición para que se generalicen [las luchas de los estudiantes] es la
dirección obrera hegemónica. Hasta entonces los brotes serán aislados y corren el peligro de ser
aprovechados por la oposición que no ataca las raíces del sistema”. Con las correspondientes
variaciones, el vocero de los grupos que tomaban “al peronismo como punto de partida para el
proceso revolucionario” hizo una evaluación similar: “Los dirigentes estudiantiles aportaremos al
proceso iniciado, sin pretensiones de conducción, porque tenemos confianza en la conducción de
la clase trabajadora”.15 En sintonía con el lema que guiaba a la militancia estudiantil, los dirigentes
universitarios minimizaban las protestas lideradas por los estudiantes. Tanto para ellos como para
casi todos los observadores de entonces y de hoy, el punto de inflexión sería, por supuesto, el
Cordobazo. En la medida en que la participación del movimiento obrero en Córdoba fue mucho
más decisiva y numerosa, y que los trabajadores mostraron un nivel de combatividad callejera que
sorprendió a propios y ajenos, el Cordobazo vino a colmar las expectativas de diversos sectores
activados, incluyendo a las dirigencias estudiantiles de diversas tradiciones políticas. Episodio final
del ciclo de revueltas del mayo argentino, el Cordobazo devino prontamente su sinécdoque. Y si
bien, como planteaba Altamirano en sus memorias del ‘69, su significado “permaneció flotante por
un tiempo”, diferentes grupos y partidos intentaron prontamente anclarlo. En esos procesos de
anclaje interpretativo se modelaron, también, construcciones generacionales.
En el marco del movimiento estudiantil, una de las primeras ocasiones para el anclaje de
significados y, con ellos, las construcciones generacionales que tomaban como referencia al mayo
de 1969 fue la convocatoria al IX Congreso de la FUA. Los convocantes, pertenecientes al
comunismo en proceso de acercamiento al maoísmo, remarcaban en el llamado: “nunca como
ahora obreros y estudiantes, hemos combatido contra los agentes de la represión, fundiendo
nuestro futuro en la hoguera de la rebelión popular que se extendió desde el paupérrimo Nordeste
hasta la Córdoba industrial y obrera”. Ante esa constatación, se hacía más imperioso la construcción
de la “unidad del movimiento estudiantil” -que, esa dirigencia entendía, solo podía darse en el
marco de la FUA- para que participara de un bloque “antidictatorial, por la liberación nacional y
social”. Como lo venía haciendo desde el bienio anterior, la dirigencia de la FUA reconocía que el
estudiantado se estaba organizando también por fuera de esa federación, y por eso mismo

1975”, Prismas, núm. 22, 2018, pp. 95-115. Para las reverberaciones del 68’ europeo y norteamericano en segmentos
contraculturales, ver Manzano, La era de la juventud…, op. cit., cap. 5.
14 La tapa del semanario Panorama del 22 de junio de 1969 sobreimprimía la leyenda “La rebelión de los estudiantes” a

una foto de una manifestación en Rosario. Asimismo, el periódico Cristianismo y Revolución, en su número 17 (primera
quincena de junio de 1969), sintetizaba en su tapa y en su nota editorial que se había tratado de una “Rebelión
estudiantil”, mientras que en su contratapa publicaba una foto de Juan José Cabral, el primer estudiante asesinado en
Corrientes, con la leyenda “dio su vida por una nueva juventud”.
15 “Dirigentes universitarios, después del desborde”, en Panorama, núm. 109, 27 de mayo de 1969, pp. 8-11. Ver también

“Estudiantes, los fantasmas tienen nombre”, Panorama, núm. 110, 3 de junio de 1969, p. 14.

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convocaba especialmente a los “nacionales” a sumarse al Congreso.16 Mientras que fuerzas de la


izquierda (incluyendo grupos ligados al Partido Revolucionario de los Trabajadores [PRT]), aunque
con críticas, asistieron a la cita, los “nacionales” la desconocieron. El Frente de Estudiantes
Nacionales, por ejemplo, insistió con que la FUA había hecho solamente una crítica “maquillada”
al rol de la federación durante la década peronista y, más fundamentalmente, sostenía que las formas
organizativas (centros, federaciones) se correspondían con un tipo de “parlamentarismo liberal”
que no tenía sentido en la Argentina, “mucho menos desde el Cordobazo”.17 Realizado, como
podía esperarse, en la ciudad de Córdoba, el IX Congreso de la FUA eligió como presidente a
Jacobo Tieffemberg, un médico pediatra y estudiante de psicología en la Universidad de Buenos
Aires, miembro del Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI). Al ser
consultado sobre de qué manera podría revitalizarse la federación, Tieffemberg enfatizaba que el
único programa “realista” para el movimiento estudiantil y para la universidad se entroncaba con
el proceso de “liberación popular” y el método era el de la “insurrección popular, como nos
enseñara el Cordobazo, del que somos hijos”.18
La interpretación inmediata del Cordobazo como momento bisagra de la política argentina se
imbricaba, en algunas inflexiones, con su representación como acontecimiento fundante de una
nueva “etapa”-de movilización popular- y de un colectivo de “hijos”, o una generación marcada
por ese acontecimiento. Así, cuando en 1970 salieron a la superficie organizaciones guerrilleras de
alcance nacional, éstas intentaron justificar su legitimidad en las tres circunstancias que, a su criterio,
el Mayo argentino había puesto en evidencia: la determinación popular de luchar contra el régimen,
los límites de la “insurrección” frente a la represalia de los militares y la violencia “desde arriba”
que ellos aspiraban a contraatacar “desde abajo”.19 Sin embargo, fueron especialmente las
organizaciones de izquierda, armadas o no, las que con mayor énfasis dotaron al Cordobazo de un
carácter fundante -en su doble valencia, de una “etapa” y de unos “hijos”. Tal fue el caso, por
ejemplo, de dos de los partidos maoístas, Vanguardia Comunista y el Partido Comunista
Revolucionario -al cual pertenecía Jacobo Tieffenberg- ambos identificando de modo inmediato el
carácter de parte-aguas que había tenido el Cordobazo para las luchas populares y, el primero,
yendo un paso más allá al trasladar a todo su comité de dirección a la provincia de Córdoba.20 En
igual sentido, el PRT también consideró rápidamente que el Cordobazo representaba “un hito
histórico para el proletariado argentino”, marcando sustantivamente el inicio de una nueva
“etapa”.21 Más singularmente, el Cordobazo también había “parido” a una nueva camada de
militantes. En los múltiples obituarios para militantes caídos o asesinados, especialmente si habían
sido estudiantes o provenientes de los sectores medios, quienes redactaban la prensa del PRT
enfatizaban la centralidad que había tenido el Cordobazo en su formación y transformación. Así,
por ejemplo, un obituario para Juan del Valle Taborda, quien había sido estudiante de agronomía,
asociaba las jornadas de Mayo como un rito de pasaje: “su militancia se activó en el Cordobazo”.
El obituario para Ramiro Leguizamón era aún más enfático: “Pertenecía a esa camada de valientes
estudiantes que a partir del Cordobazo comprendieron la necesidad de unir sus vidas a la causa del
pueblo, que supieron abandonar las comodidades y privilegios que podrían brindarles sus orígenes
de clase, sus carreras, y entregarle todo a la revolución”.22 El PRT producía una representación del

16 “Llamamiento de la FUA al IX Congreso”, Cristianismo y Revolución, núm. 22, enero de 1970, pp. 21-26.
17 “Declaraciones del FEN”, Cristianismo y Revolución, núm. 22, enero de 1970, pp. 32-34; “La UNE ante la crisis
reformista”, Cristianismo y Revolución, núm. 27, enero de 1971, p. 40.
18 “Nuevo presidente de la FUA: No somos los de antes”, Panorama, núm. 140, 30 de diciembre de 1969, p.9.
19 Véanse, por ejemplo, “Hablan los Montoneros”, Cristianismo y Revolución, núm. 26, noviembre-diciembre de 1970,

pp. 10-14; “A dos años del Cordobazo”, Estrella Roja, núm. 3, junio de 1971, p. 3.
20 Ver Rupar. Brenda, “Emergencia y consolidación de la corriente maoísta en la Argentina: antecedentes, fundamentos

y caracterización (1965-1974)”, Tesis doctoral, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires, 2019, cap. 5.
21 Carnovale Vera, Los combatientes: Historia del PRT-ERP, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
22 “Juan del Valle Taborda”, Estrella Roja, núm. 2, mayo de 1971; “Ramiro Leguizamón”, Estrella Roja núm. 30, febrero

de 1974, y pueden consultarse también “Ivar Barolo” y “José Luis Buscarioli”, Estrella Roja, núm. 39, agosto de 1974.

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Cordobazo que implicaba, también, una construcción generacional: el Cordobazo no solamente


habría abierto una nueva etapa de la lucha de clases sino que, al hacerlo, se instituía como
experiencia constitutiva de una nueva generación. El supuesto referente empírico de esos “hijos
del Cordobazo” no era aleatorio: se trataba de jóvenes universitarios, cuyos orígenes sociales se
situaban entre las clases medias y acomodadas, que habrían atravesado al Cordobazo como un rito
de pasaje hacia el encuentro con sus “otros” sociales y culturales. La productividad del Cordobazo
era doble: desde esa perspectiva, expresó y sentó las condiciones para una nueva “etapa” a la vez
que delimitó los contornos de una generación que haría posible, idealmente, llevar adelante sus
potencialidades.
Desde otras esquinas de las organizaciones que se proclamaban revolucionarias, en especial las
peronistas filiadas con Montoneros, mayo de 1969 no tuvo la misma productividad. Muchos de los
grupos “nacionales” en medios universitarios -como mencioné más arriba- tanto como la propia
organización Montoneros reconocieron rápidamente que el Cordobazo había representado un
viraje significativo en la política argentina, ya sea porque habría mostrado la creciente combatividad
y politización de los trabajadores como porque habría significado la “incorporación de los
estudiantes [de las clases medias] a la lucha contra el régimen, contra el cual la clase obrera lucha
hace un cuarto de siglo”, al decir de un sociólogo que evocaba, con el último señalamiento, a 1945
y el “nacimiento” del peronismo.23 En una tradición política que reconocía otros “hitos” -1945,
1955 y el inicio de la “resistencia”, entre otras- mayo de 1969 podía insertarse con mayor o menor
pregnancia, pero su relevancia para la construcción generacional se difuminaba vis-a-vis lo que
sucedía de modo contemporáneo con las fuerzas de izquierda.24 Mucho más, para quienes en la
primera mitad de los años 1970 se filiaron con los Montoneros, la misma fecha, el 29 de mayo,
remitiría a otro suceso: el secuestro del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu y, con él, el
bautismo público de aquella organización. De hecho, ese suceso tuvo lugar precisamente cuando
se conmemoraba el primer aniversario del Cordobazo, una fecha emblemática precedida por una
quincena de intenso activismo, especialmente en los medios estudiantiles, protagonizado por
grupos de diversas tradiciones, que incluían a comunistas, radicales, fracciones del socialismo, y
también del peronismo universitario. La segunda quincena de mayo de 1970 estuvo jalonada por
movilizaciones estudiantiles en Corrientes, Resistencia, Tucumán, Buenos Aires, La Plata, Rosario
y, por supuesto, Córdoba. El 21 de mayo, en esta última ciudad la represión policial fue
particularmente intensa, resultando en decenas de heridos de gravedad y 1500 detenidos y detenidas
-como se encargaba de mostrar la prensa periódica a partir de las fotografías que ocupaban sus
portadas.25 Sin embargo, las portadas de los diarios del 30 de mayo ya estaban divididas entre dos
noticias: las crónicas por la conmemoración del Cordobazo (que en Córdoba resultaron en otros
180 detenidos) y los primeros titulares que indicaban que “habría sido secuestrado Aramburu”. 26
En una de las primeras reconstrucciones posteriores, el periódico Montonero La causa peronista
indicaba que la elección de la fecha obedecía tanto a la conmemoración del aniversario del
“levantamiento obrero” como a las efemérides del Día del Ejército.27 Sin embargo, en los
comunicados de Montoneros no había referencia alguna al “levantamiento obrero”, cuyo primer
aniversario quedó opacado por la resonancia del secuestro de Aramburu y su ejecución a los dos
días.

23 Cárdenas, Gonzalo, “El movimiento nacional y la universidad”, Antropología Tercer Mundo, núm. 3, noviembre de
1969.
24 Ver especialmente Slipak, Daniela, Las revistas montoneras: cómo la organización construyó su identidad a través de sus

publicaciones, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, pp. 74-100.


25 “Agitación estudiantil”, La Razón, 21 de mayo de 1970, p. 9; “Graves sucesos en Córdoba”, La Razón, 22 de mayo

de 1970, pp. 1, 5-6.


26 Ver, por ejemplo, “Agitación estudiantil” y “Aramburu habría sido secuestrado”, La Razón, 30 de mayo de 1970, p.1;

“A un año de los sucesos de Córdoba” y “Noticias sobre Aramburu”, Clarín, 30 de mayo, p.1.
27 “Cómo murió Aramburu”, La causa peronista, núm. 9, 3 de septiembre de 1974.

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De manera sucinta, la irrupción pública de Montoneros yuxtapuso un nuevo “mayo”, que en los
años siguientes sería integrado a una zaga más amplia que construían aquellos que participaban de
esa variante que se proclamaba por la revolución, y que serviría para crear construcciones
generacionales propias. Así, por ejemplo, en ocasión de la celebración por la victoria de Héctor
Cámpora en mayo de 1973, el periódico Montonero El descamisado produjo un informe -con
abundancia de fotografías- recapitulando las luchas populares desde 1955 hasta 1973. En el
informe, el Cordobazo ameritaba una sola fotografía, con el epígrafe “el pueblo entró a tallar”.28
Un año más tarde, al conmemorarse el quinto aniversario del mayo de 1969, en otra publicación
de esa tendencia un “montonero” contaba en primera persona sus experiencias, enfatizando la
emergencia de grupos universitarios peronistas tras el golpe de Onganía y su gravitación, indicaba,
en las jornadas de Córdoba, algo que a su criterio permitía “cuestionar la interpretación de la zurda,
que se adjudica su paternidad”. Esa “zurda” habría estado errada ya que, aseguraba el “montonero”,
el Cordobazo no marcó el “inicio de ninguna revolución”.29 Ya en 1975, desde otro periódico
Montonero, se buscaba clarificar una vez esa mirada sobre mayo de 1969: “nacido en el pueblo
peronista”, sostenía, “el Cordobazo no encontró al movimiento de liberación nacional a su altura”.
Ese movimiento habría encontrado “su altura” recién al mayo siguiente, esto es, en 1970, cuando
Montoneros secuestró y ejecutó a Aramburu, y mucho más en el mayo de 1973, con la llegada de
Cámpora al gobierno. El mayo siguiente, el de 1974 -marcado por la confrontación pública entre
Montoneros y Perón- sintetizaba, para esa interpretación, un momento de mayor autonomía aún
para el “movimiento de liberación nacional”.30 Estas interpretaciones, seguramente compartidas
por segmentos importantes de quienes se enrolaban en el peronismo en su variante Montonera,
ponían el acento en una pluralidad de “mayos” aunque eran los de 1970 y 1973 los que se instituían
como marco de referencia para construcciones generacionales que -como mostraré en el apartado
siguiente- emergieron desde dinámicas memoriales, esto es, a partir de procesos de representación
del pasado.
Sin embargo, de modo contemporáneo, los significados del mayo de 1969 fueron diferentes si se
los entendía a escalas provinciales o locales. Tal fue el caso, por ejemplo, de aquellos militantes y
activistas de Córdoba. Aunque mucha más investigación será necesaria en este punto, una revisión
de la prensa montonera radicada en esa provincia coloca al Cordobazo en un lugar mucho más
central de la zaga de “luchas populares”: se trataba del “glorioso 29 de mayo, cuando la clase
trabajadora de Córdoba derrumbó en las calles los sueños imperiales de Onganía, y nuestra ciudad
fue convirtiéndose en una de las presas más buscadas de las clases dominantes”.31 La (auto)
representación del activismo cordobés como pionero de las luchas populares situaba en el centro
a los trabajadores y a los jóvenes, estos últimos entendidos como “herederos de mayo del 69, en la
senda de La Calera”, en referencia a los montoneros que tomaron esa localidad cordobesa de 1 de
julio de 1970.32 Como lo ha mostrado Mónica Gordillo, para los trabajadores cordobeses la
construcción del Cordobazo como un símbolo “llegó a eclipsar a otras fechas simbólicas, como el
1 de mayo o el 17 de octubre”. El Cordobazo, en tanto símbolo, se instituyó como un eje
significativo de disputas políticas entre los peronismos de diversas variantes -no solamente el
alineado con Montoneros- y también entre éstos y los grupos de izquierda. En 1973, las disputas
parecieron suspendidas: tras un homenaje oficial por parte del Consejo Deliberante, las
conmemoraciones centrales contaron con la presencia del presidente cubano Osvaldo Dorticós,
quien visitaba Córdoba tras haber participado en el acto de asunción de Cámpora. “Cuba va del
brazo, de nuestro Cordobazo” fue el cantito entonado por militantes y activistas, obreros y

28 “18 años de lucha”, El descamisado, núm. 2, 29 de mayo de 1973.


29 “Un montonero cuenta el Cordobazo”, El peronista lucha por la liberación, núm. 6, mayo de 1974.
30 “Cuatro mayos”, Evita Montonera, núm. 4, abril de 1975, pp. 32-33.
31 “Fracasó el zarpazo gorila en Córdoba”, El peronista, núm. 3, 24 de julio de 1973.
32 “¡Hasta la victoria siempre!”, El peronista, núm. 11, tercera semana de noviembre de 1973.

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estudiantes, tanto de la izquierda como de los diversos peronismos.33 Pero esa “primavera” fue
breve, y ya para el quinto aniversario de Mayo de 1969 poco quedaba, en Córdoba y en el resto del
país, de las posibilidades de pensar en que la Argentina seguiría “del brazo de Cuba”.
Antes que “flotante por un tiempo”, como lo planteara Altamirano desde sus memorias, los
significados del Cordobazo -y de las revueltas de Mayo de 1969- estuvieron, durante el quinquenio
que les siguió, en el centro de las disputas políticas y culturales de nuevos y viejos grupos que se
auto-proclamaban revolucionarios. Grupos de izquierda, notablemente el PRT, rápidamente lo
identificó como una cesura que marcaba el inicio de una “nueva etapa” y también el “rito de pasaje”
mediante el cual jóvenes que provenían de orígenes no proletarios terminaban de fundirse con la
causa revolucionaria. Contemporáneamente, algunos intelectuales y dirigentes peronistas
interpretaban a las revueltas de Mayo del ‘69 en un sentido similar, o sea, como la instancia en que
“el estudiantado” -que se asumía de clase media- se había fundido con el pueblo, una fusión que
desde esta vertiente tendría otros “mayos” (el de 1970, o de 1973) a ser reconocidos y reivindicados
como enteramente propios. En el quinquenio que siguió a Mayo del ‘69, entonces, se fueron
sucediendo varios otros “mayos” con la potencialidad de constituirse en “acontecimiento” y
“mito”, y así como marco de referencia para construcciones generacionales. Llamativamente, en
un espacio que hacía uso de una posición de edad (juventud) como índice de diferenciaciones
político-ideológicas, las dinámicas de construcción generacional fueron más débiles que entre las
agrupaciones de izquierda. Aunque quede mucho por explorar, esa debilidad de los grupos
asociados a Montoneros para (auto) representar una generación quizá obedezca a la voluntad de
integración a un colectivo mayor (“el pueblo peronista”) en términos similares a otros sectores
activados que hacían uso de las nociones de jerarquía y autoridad asociadas a los sistemas de edad
para legitimar sus propias posiciones.34 Cuando la “novela familiar peronista” llegaba a su final y,
luego, con la imposición de la última dictadura en 1976, decenas de miles de esos “hijos del
Cordobazo” o de otros “mayos” fueron asesinados y desaparecidos, y otros tantos exiliados. Entre
algunos de ellos, afiliados a Montoneros, la conmemoración del décimo aniversario del Cordobazo
coincidió con el lanzamiento de la llamada “contraofensiva”, ocasión en la que se organizó una
representación centrada en la heroicidad de los trabajadores cordobeses, y de la clase trabajadora
argentina en 1979, una clase que -sostenía Roberto Cirilo Perdía- tenía en los peronistas
montoneros a su “vanguardia” (como no lo habían tenido sus predecesores en Córdoba en 1969).35
Esa reivindicación poco puede haber sido escuchada o leída en la Argentina. En la década que
siguió, sin embargo, nuevas construcciones generacionales fueron más consustanciales a los
procesos de memoria social de la militancia.

“Para mi generación…”
Desde fines de la década de 1970 y, con mayor intensidad, en la década que siguió, la acción de
denuncia y el reclamo de justicia por los crímenes cometidos durante la última dictadura militar (en
particular, la desaparición forzada de personas) se organizó a partir del despliegue de una “clave
humanitaria”. Como lo ha mostrado Emilio Crenzel, viejos y nuevos organismos de derechos
humanos, en sintonía con los requisitos y los lenguajes de circulación transnacional, construyeron
sus denuncias a partir de la configuración de perfiles identitarios básicos de las personas
desaparecidas (como edad o profesión). Esa “clave” pervivió en instancias cruciales luego de la
recuperación de un orden político democrático, notablemente en la investigación de la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas que dio como fruto el informe Nunca más (1984) y en
33 Gordillo, Mónica, “Paso, paso, paso, se viene el Cordobazo: Mayo del ’69 y los usos de la memoria”, Estafeta, núm.
32, 1999, pp. 41-45. Para descripciones sobre el 29 de mayo de 1973, ver “Cuba va del brazo, de nuestro Cordobazo”,
Estrella Roja, núm. 22, junio de 1973 y “Ayer lucha, hoy fiesta de liberación”, El descamisado, núm. 3, 5 de junio de 1973.
34 Elaboré algunas de esas ideas en Manzano, La era de la juventud…, op. cit., cap. 6.
35 Roberto C. Perdía, “A diez años del Cordobazo, preparemos el Argentinazo”, Evita Montonera, núm. 24, mayo de

1979, p. 11. Agradezco a Hernán Confino el haberme compartido la referencia.

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el contexto del Juicio a las Juntas Militares de 1985. La “clave humanitaria”, que entre otros
elementos suponía obliterar la filiación política y las actividades de militancia de las personas
desaparecidas, fue constitutiva de lo que Crenzel denomina como el primer “régimen de memoria”
sobre la dictadura y su pasado inmediato.36 Esta construcción corrió en paralelo a la intensa
repolitización de segmentos importantes de la sociedad argentina. En los dos primeros tercios de
la década de 1980, una nueva camada de activistas y militantes engrosó las ramas juveniles de la
mayoría de los partidos. Los y las jóvenes buscaron, en buena medida, despegarse de sus pares de
la década anterior, (auto) representándose como una juventud “madura y responsable”, capaz de
convivir en el disenso y baluarte de una nueva cultura democrática -tal lo expresado, por ejemplo,
en el marco del Movimiento de las Juventudes Políticas (MOJUPO, creado en 1983 e integrado
por jóvenes de la Unión Cívica Radical, del Partido Intransigente, del Partido Comunista, y de
diversas ramas del peronismo, entre otros). Sin embargo, los jóvenes del MOJUPO -y de otras
fuerzas políticas de izquierda que no lo integraban- no dejaban de lado una serie de programas y
discursos centrados en el antiimperialismo y el latinoamericanismo, como así tampoco la idea
misma de “revolución social”.37 Como lo mostraban quizá de un modo extremo el llamado “viraje
revolucionario” del Partido Comunista (consumado en 1986) y la fundación del Movimiento Todos
por la Patria (también en 1986), los imaginarios de una revolución social no eran extemporáneos,
mucho menos cuando esos y otros agrupamientos políticos tomaran a la Nicaragua sandinista
como un faro.38 En el último tercio de la década de 1980, sin embargo, una serie de procesos
convergieron para poner en cuestión, y eventualmente remitir al pasado, tanto las diversas ideas de
“revolución” como la militancia política tal cual se entendía. Así, las transformaciones políticas
globales (la Perestroika soviética en primera instancia), la emergencia de una corriente de
desencanto con el proyecto encabezado por Raúl Alfonsín (desencanto que combinaba la
frustración con la política económica y social, además de con las “leyes del perdón” de 1986 y 1987)
y la serie de conmemoraciones sobre el ‘68, fueron las coordenadas para que viejos y nuevos
activistas y militantes e intelectuales construyeran sentidos generacionales en los cuales los
mecanismos de representación -e interpretación- del pasado “setentista” fueron centrales.
Las conmemoraciones por el vigésimo aniversario del ‘68 transnacional fueron el telón de fondo
sobre el cual diversos actores políticos y culturales elaboraron ideas sobre la “pervivencia” de la
revolución y, a partir de ello, configuraron también construcciones generacionales. Esas
conversaciones se hacían visibles en el marco de una serie de emprendimientos periodísticos de
carácter político-cultural significativos de la década de 1980, tales como el semanario El periodista
de Buenos Aires, los mensuarios El porteño, Babel o Fin de Siglo y, en el último tercio de la década, los
periódicos Página/12 y Nuevo Sur. Lanzada en 1987 y dirigida por Vicente Zito Lema, Fin de siglo
ejemplifica el impulso inclusivo que, más allá de sus diferencias, atravesaba a aquellas publicaciones.
De ese emprendimiento participaban viejos y nuevos periodistas, intelectuales y escritores, muchos
de ellos con reconocida participación en organizaciones políticas de izquierda o peronistas en la
década de 1970 -desde Rodolfo Mattarollo hasta Horacio Verbitsky- tanto como un conjunto de
periodistas vinculados a la escena de tipo “contracultural” o al feminismo renovado -por ejemplo,
Enrique Symns y María Moreno. En septiembre de 1987, Fin de siglo produjo un dossier especial,
detonado por la reciente traducción de La revolución y nosotros, que la quisimos tanto, el libro en que se
transcribían las entrevistas que Daniel Cohn-Bendit realizó, en 1985 y 1986, a figuras del ‘68 global,
incluyendo a Jerry Rubin (el ex yippie norteamericano al que se retrataba, ahora, viviendo en un

36 Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
37 Manzano, Valeria, “Juventud en transición: los significados políticos y culturales de la juventud en la Argentina de la
década de 1980”, en Branguier, Víctor y Elisa Fernández (eds.), Historia cultural, hoy: 13 entradas desde América Latina,
Rosario, Prohistoria, 2018.
38 Casola, Natalia, El PC Argentino y la última dictadura militar: militancia, estrategia política y represión estatal, Buenos Aires,

Imago Mundi, 2015; Hilb, Claudia, “La Tablada: último acto de la guerrilla setentista”, Lucha Armada en la Argentina,
núm. 9, 2007, pp. 4-22, Fernández Hellmud, Paula, Nicaragua debe sobrevivir: la solidaridad de la militancia comunista argentina
con la Revolución Sandinista (1979-1990), Buenos Aires, Imago Mundi, 2015.

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lujoso piso en Manhattan) y Joshcka Fischer (quien había pasado de activista estudiantil y sindical
de la “extrema izquierda” a, por entonces, Ministro de Medioambiente socialdemócrata) junto a
otras a ex activistas y militantes de origen estudiantil que continuaban encarcelados en Italia y
Alemania. Antes que reproducir todas esas entrevistas, el dossier de Fin de siglo incluía la
transcripción de una conversación entre Cohn-Bendit y Fernando Savater, en la cual éste le
cuestionaba un sesgo interpretativo -el pasaje desde la “revolución” a la “integración”, o bien a la
“alienación” total- tanto como la no percepción de las diferencias posibles de los significados del
‘68 en diversas particularidades regionales o nacionales. Se trataba, diría Savater, de un ‘68 leído en
clave de “espíritu de época” y asociado -en esto ambos coincidían- a una “generación con rostro
joven”, cuya acción política en pos de una transformación social profunda se perdía en el
recuerdo.39 Quizá para recuperar las particularidades regionales, y para poner en discusión también
qué sentidos de izquierda y de revolución pervivían en América Latina, Fin de siglo solo transcribió
la entrevista de Cohn-Bendit con Fernando Gabeira (un ex guerrillero brasilero que participó en el
secuestro del embajador de Estados Unidos en 1969 y, tras años de prisión y exilio, abogaba por
una “izquierda democrática” que además de preocuparse por la desigualdad social tomara en
consideración temas como el machismo o el racismo) y produjo tres propias: con el líder del Frente
Farabundo Martí de El Salvador, con un dirigente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez de Chile,
y con una dirigente de la Juventud Sandinista.40
Más fundamentalmente, tanto el dossier de Fin de siglo de 1987 (cuyo título general era “¿Qué queda
de la revolución?”) como el producido dos años después por Babel (titulado “La revolución ya no
es lo que era” y publicado en el contexto de las conmemoraciones del bicentenario de la Revolución
Francesa) convocaron a dos docenas de dirigentes y activistas políticos y sindicales tanto como de
intelectuales y artistas argentinos a responder a esos interrogantes. En sus respuestas, una mayoría
de aquellos que ya rondaban por los cincuenta años, transitó desde el singular al plural. “Para mi
generación”, planteaba el ex guerrillero peronista Envar el Kadri, “la revolución era una moneda
corriente”. Por su parte, el sociólogo Ernesto Villanueva -muy cercano a principios de la década de
1970 a los Montoneros- anotaba que “mi generación dio de sí lo mejor que ha podido”, mientras
concluía que “mi generación parece haber aprendido que la revolución es un sinsentido”. Enrolado
en otras vertientes del peronismo en la década de 1970, Julio Bárbaro sin embargo se sumaba a la
misma línea argumentativa: “para mi generación, la revolución estaba atada al marxismo y al
peronismo” sostenía, y ambos habían atravesado tantas transformaciones desde su “generación”,
que la idea misma de revolución social estaba perimida. La invocación generacional, sin embargo,
fue compartida por intelectuales que no provenían de la tradición peronista. Así, Beatriz Sarlo
reflexionaba sobre los sentidos de revolución en sus relaciones con la modernidad, indicando que
“la revolución es, siempre, joven, como lo fuimos”. Oscar Terán, por su parte, remitía al anclaje
nacional del vocablo: “buena parte de mi generación”, anotaba, “colmó esa palabra con el
significado extraído ora en el socialismo libertario, ora en el marxismo especialmente de la III
Internacional, y luego amasado en el ancho curso de la revolución cubana.”41 Acicateados por
procesos conmemorativos en los cuales se ponía en el centro de la escena la reflexión sobre los
sentidos y la vigencia del término revolución, esos antiguos militantes e intelectuales enmarcaron
sus reflexiones en un “nosotros” delineado en clave generacional.

39 “Polémica entre Cohn-Bendit y Savater”, Fin de siglo, núm. 3, septiembre de 1987, pp. 30-32. Kristin Ross analizó el
contexto político e intelectual de la producción de esas memorias, señalando que fueron uno de los hitos en la
construcción de una interpretación culturalista, en clave generacional, del ‘68, ver May 68 and its Afterlives, Chicago,
University of Chicago Press, 2005.
40 “No quiero ser un cosmonauta”, “El poder y los revolucionarios”, “No dejar al pueblo indefenso”, “La dignidad,

un hecho cotidiano”, Fin de siglo, núm. 3, septiembre de 1987, pp. 33-36.


41 Envar El Kadri, “Esa revolución tan amada” y Ernesto Villanueva, “La revolución es cosa de chicos”, Fin de siglo,

núm. 3, septiembre de 1987; Julio Bárbaro, “Un término fuera de juego”, Beatriz Sarlo, “Esplendor y simplicidad” y
Oscar Terán, “La Argentina, tierra de revoluciones”, Babel, núm. 12, julio de 1989.

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Las construcciones generacionales del último tercio de la década de 1980 ponían en juego disputas
en torno a las memorias sociales de los momentos intensos de activación política en los que -se
entendía- se había fraguado un actor colectivo que ahora retomaba la voz pública para enmarcar
aquel pasado.42 ¿Cuáles eran las referencias para las construcciones generacionales en la Argentina?
¿A qué procesos, momentos, dinámicas o acontecimientos evocaban? Mientras algunas de esas
configuraciones remitían a “un espíritu de época” en el cual, ahora, convivían elementos políticos
y culturales variados y globales -“desde Los Rolling Stones hasta la ofensiva del Tet, pasando por
el secuestro de Aramburu”, tal como ironizaba el por entonces muy joven periodista Marcelo
Figueras-43, en otros casos militantes e intelectuales buscaban dilucidar especificidades y, al hacerlo,
reconstruían o deconstruían sentidos e interpretaciones que se remontaban a comienzos de la
década de 1970. Así, por ejemplo, también en el contexto de las conmemoraciones del vigésimo
aniversario del ‘68, El porteño produjo su propio dossier. Uno de los convocados fue Enrique
Dratman, un antiguo dirigente estudiantil comunista, quien sintéticamente indicó que, “en su
momento, nadie recuperó al Mayo Francés” al cual él asociaba -como su partido, pero también
buena parte de la prensa y los activistas habían hecho entonces- con “el rol desempeñado por la
juventud y el estudiantado en los procesos revolucionarios”. A su criterio (de 1988), ese “rol” fue
corroborado “durante el Cordobazo, cuando el estudiantado fue la vanguardia de las luchas
populares”. Lejos de concebirlos como procesos o dinámicas similares, y más lejos aún de entrever
la posibilidad de préstamos ideológicos o políticos, Dratman -y otros colaboradores del dossier- sí
refirieron a la centralidad del movimiento estudiantil en ambos contextos, a los que entendieron
como fundantes de “una generación”.44 Para otros colaboradores, sin embargo, las revueltas del
mayo argentino de 1969 pasaban inadvertidas.45 Así, por ejemplo, Horacio González aseguraba que
“no tuvimos nuestro 1968 en 1968, lo tuvimos unos cinco años después”, refiriendo entonces al
momento breve de 1973 como “instancia liberadora”.46 Como había sucedido quince años atrás,
para muchos de quienes se filiaban con peronismo que se auto-proclamaba revolucionario, sus
referencias eran otros “mayos”. A lo largo de la década de 1980, y al compás del proceso de
reflexión y (auto) crítica sobre la lucha armada, quienes seguían filiándose con el peronismo -
especialmente el renovador, como González- fueron contribuyendo a singularizar al “mayo de
1973” (antes que al de 1970) como marca de referencia identitaria y anclaje para la construcción de
un “nosotros” generacional.47
El mayo de 1969 -a diferencia del ‘68- tuvo su vigésimo aniversario en medio de la aguda crisis
social y política marcada por la hiperinflación y los saqueos, además de la derrota electoral de
Alfonsín y la decisión de anticipar la sucesión presidencial a Carlos Menem. Editorializando para
La voz del interior, Julio César Moreno -él mismo un ex militante del movimiento estudiantil cordobés
de fines de la década de 1960- escribía que “semejante aniversario nos encuentra envueltos en un
clima de penumbra, miedo y malos presagios que ha hecho evocar, en la gente mayor, aquella
jornada del 29 de mayo de 1969”. En su lectura, la mayor diferencia era que “en una Córdoba y en
42 Para México, ver Allier Montaño, Eugenia, “De la conjura a la lucha por la democracia: una historización de las
memorias políticas del ‘68 mexicano”, en Allier Montaño, Eugenia y Emilio Crenzel, Las luchas por la memoria en América
Latina: historia reciente y memoria política, México, Bonilla Artigas Editores, 2015, pp. 185-229.
43 Marcelo Figueras, “Una flor radioactiva”, Nuevo Sur. 19 de mayo de 1989, Suplemento El Tajo, pp. 4-5.
44 Enrique Dratman, “Nadie reivindicó al Mayo Francés”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988, ver también Jorge Warley

y Alberto Castro, “La universidad de la calle”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988.
45 Lo mismo sucedía en el dossier “Los textos de 1968”, coordinado por Nicolás Casullo. Si bien Casullo reflexionaba

sobre el ‘68 desde una perspectiva diferente, indicaba que “de aquel ‘68 nos separaría en la Argentina, esencialmente,
el terror y la muerte”, ver “‘68, aquellas palabras de la tribu”, Babel, núm. 2, mayo de 1988, p. 23. El dossier incluye
textos muy variados que harían a una “escritura d la revuelta”, comenzando por Ho Chi Minh, Franz Fanon y Ernesto
Guevara, y pasando por panfletos de estudiantes y trabajadores franceses hasta llegar a Perón y Cooke. Asimismo, el
dossier incluía un pequeño recuadro de diez líneas, en el que se recupera un relato periodístico sobre el 29 de mayo de
1969 en Córdoba.
46 Horacio González, “Marcooke”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988.
47 Para un estudio del peronismo renovador, ver Martina Garategaray, Unidos: la revista peronista de los ochenta, Bernal,

Universidad Nacional de Quilmes, 2018.

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un país mucho más pobre que hace veinte años” persistían “los canales de expresión abiertos con
la última restauración democrática”.48 Tanto en Córdoba como en Rosario, los actos de
conmemoración fueron convocados por las fuerzas políticas que entonces conformaban Izquierda
Unida -el Partido Comunista y el Movimiento al Socialismo- y reunieron concurrencias poco
numerosas, de entre 2.000 y 4.000 personas que, además de recordar las jornadas de 1969
reclamaban por la liberación de los presos políticos y sociales de esas últimas semanas.49 A la vez,
fue un diario de izquierda, Nuevo sur, uno de los pocos que produjo un dossier especial sobre mayo
de 1969, en el cual primaban las reconstrucciones fácticas junto a pocos testimonios de dirigentes
sindicales y estudiantiles. Como eje interpretativo, mientras tanto, el dossier reproducía el un
fragmento del prólogo de El ‘69: huelga política de masas, de Beba y Beatriz Balvé (editado en esos
meses por Contrapunto), en el cual las autoras reconocían que había sido en medio de un diálogo
con un grupo de trabajadores rosarinos cuando habían decidido “producir un argumento
totalizador” que colocara a mayo en una temporalidad más larga, la de 1969, en la cual -remarcaban-
podía establecerse la “clara hegemonía obrera”.50 Reseñando ese trabajo, Osvaldo Aguirre
comentaba que la reconstrucción se recostaba en “una sola dimensión”, la de la prensa de época y
los informes estatales, y que faltaba reconocer otras voces, las de “aquella generación”, una tarea
que intuía solo sería posible “a partir de los testimonios”.51 Aunque el comentarista no tenía por
qué saberlo, en la década que siguió “los testimonios” y, más generalmente, la literatura y el cine
memorial, fueron una de las avenidas más importantes para las construcciones generacionales que
siguieron tomando a los “mayos”, sea separados o -con mayor frecuencia- juntos, como marco de
referencia.

Conclusiones
Las “memorias del 69” de Carlos Altamirano fueron producidas en el marco del vigésimo quinto
aniversario del Cordobazo. Ese fue un punto de inflexión fundamental en la construcción de
memorias públicas respecto a aquel mayo. De hecho, tanto las memorias de Altamirano como otras
intervenciones de intelectuales y antiguos militantes se discutieron en un encuentro organizado por
la Universidad Nacional de Córdoba, y luego editadas en su revista institucional, Estudios. También
en 1994 James Brennan publicaba, en inglés, uno de los primeros estudios de largo alcance sobre
la historia de los trabajadores cordobeses y en 1996 la historiadora Mónica Gordillo haría lo propio
al publicar -por el sello de la Universidad Nacional de Córdoba- una versión revisada de su tesis
doctoral sobre la experiencia sindical en la década de 1960. Sólo por proseguir con ejemplos del
ámbito universitario, en 1994 se creó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires la Cátedra Libre de Derechos Humanos -a cargo de Osvaldo Bayer- que devino una
plataforma significativa para la producción de debates sobre, y la construcción de memorias en
torno, la militancia previa al golpe de 1976. Con enfoques similares, la cátedra se extendió luego a
la Facultad de Ciencias Sociales, donde se organizaron de periódicamente charlas y conversaciones
con viejos militantes y activistas.52 Esas novedades del ámbito académico formaban parte de una
trama mayor: un desplazamiento hacia nuevas formas de la memoria social sobre la dictadura y su
pasado inmediato en las cuales no solamente se “re-descubrían” los pasados políticos de las
personas desaparecidas sino que, en el mismo movimiento, se revisitaban las formas y modos de
hacer política en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970. Como lo han mostrado otros
investigadores, un hito clave en ese desplazamiento fue la conmemoración del vigésimo aniversario

48 Julio César Moreno, “Córdoba veinte años atrás”, La voz del interior, 29 de mayo de 1989, p. 4.
49 “Hace veinte años, las barricadas”, Nuevo sur, 22 de mayo de 1989, p. 6; “Pacífica marcha de la izquierda”, La voz del
interior, 30 de mayo de 1989, p. 7; “Recordación del Cordobazo”, Nuevo sur, 30 de mayo de 1989, p. 4.
50 “El sentido del ‘69”, Nuevo sur, 28 de mayo de 1989, Suplemento Las palabras y las cosas, pp. 4-5.
51 Osvaldo Aguirre, “El ‘69”, Babel, núm. 12, julio de 1989.
52 Ver Cristal, Yann, “El movimiento estudiantil de la Universidad de Buenos Aires en democracia (1983-2001”, Tesis

Doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2019, pp. 174-5.

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del golpe de 1976, la emergencia del colectivo HIJOS y los procesos de interrogación e
identificación con el pasado político de la “generación” anterior.53
A mediados de la década de 1990, así, la emergencia de esa cohorte de activistas y militantes
encapsulada en -pero no limitada a- HIJOS, viene también a colaborar a suturar algunos de los
debates, explícitos e implícitos, de las dinámicas de construcciones generacionales y a ponerle
nombre a una entelequia: la “generación del setenta”. Si, como intentó ilustrar este ensayo, los
“mayos” sirvieron como marcos de referencia para que (al menos, parte de) los militantes de
izquierda o peronistas produjeran construcciones generacionales en las que se ponían en disputa
posiciones e interpretaciones de aquel presente (principios de la década de 1970) o aquel pasado
(quienes hablaron a fines de la década de 1980), la irrupción de esta cohorte remitía a una
generación anterior. Se trataba en primera instancia de los padres y madres desaparecidos, pero
también de aquellos y aquellas que, habiendo sobrevivido, habían sido también parte de las
dinámicas de intensa activación política de principios de la década de 1970. En tal sentido, jóvenes
y adultos fueron decantando una construcción generacional en la que destacaba una novedad
fundamental: había nacido la “generación del setenta”. Tal construcción venía a indicar tres
cuestiones. Por un lado, y de manera obvia, que las construcciones generacionales son parte de los
procesos de memoria social y remiten al pasado y sus usos.54 Pueden haber -y de hecho, como
intenté mostrar, hubieron- intentos “instantáneos” de producir representaciones en clave
generacional, como por ejemplo “los hijos del Cordobazo”. Contemporáneamente, los usos de
esos nombres (esas identidades) tenían que ver con disputas que hacían a la coyuntura. Fue recién
a fines de la década de 1980 cuando antiguos activistas y militantes hicieron uso del plural “mi
generación” para enmarcar sus recuerdos y, desde ellos, sus interpretaciones del pasado (y de ese
presente en el cual se revisaba el concepto de revolución). Por otro lado, que las construcciones
generacionales implican instancias de debate, pero también de cristalización, muchas veces
sintetizadas en un nombre. Como lo estudió Leerom Medovoi respecto a la “generación beat” en
Estados Unidos, el nombramiento es consustancial a la representación y a las chances de generar
interpelación. Así, las invocaciones a los “mayos”, que funcionaron todavía en la década de 1980,
suponían interpelaciones a parcialidades: su éxito solo podía ser relativo vis-a-vis a la más
totalizante “generación del setenta”. Por último, entonces, esa “generación del setenta” nace
cuando una nueva cohorte (de “hijos”, en el sentido general) emerge en la escena pública y política
y actualiza procesos que son a la vez de identificación y de separación con la anterior. En ese
contexto, en el cual dos cohortes se referenciaban en “los setenta”, se opacaban las diferencias que
persistían en las invocaciones a los “mayos”. Aunque mucho más trabajo sea necesario, los sentidos
y las interpretaciones que se proyectaron en la construcción de una “generación del setenta” fueron
homogeneizantes y tendieron a focalizar en los mínimos comunes denominadores de toda una
experiencia política y cultural diversa -mínimos comunes que podían ser una edad (la juventud de
los protagonistas) o una característica de sus formas de activación política (“la voluntad”).
En la construcción coral de la “generación del setenta” -que nació, lo recalco, a mediados de la
década de 1990- resonaban pocos ecos y voces de las construcciones anteriores, las que aquí he
propuesto leer como “los hijos de mayo”. La historización de estas últimas, sin embargo, pueden
colaborar a una mejor comprensión de las combinaciones posibles entre clave generacional y
disputas políticas a principios de la década de 1970 y, más básicamente, de los modos en que a lo
largo de la década de 1980 (especialmente en su último tercio), se procesaron en clave también
generacional las transformaciones políticas y culturales que, en resumidas cuentas, se tildaban como

53 Ver, entre otros, Bonaldi, Pablo, “Hijos de desaparecidos: entre la construcción de la política y la construcción de la
memoria”, en Jelin, Elizabeth y Diego Sempol (eds.), El pasado en el futuro: los movimientos juveniles, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2006, pp. 143-184; Cueto Rúa, Santiago, “Hijos de víctimas del terrorismo de estado: justicia, identidad y memoria
en el movimiento de derechos humanos en la Argentina (1995-2008), Historia Crítica. núm. 40, 2010/11, pp. 122-145.
54 Nora, Pierre, “Generations”, en Nora, Pierre (ed.), Realms of Memory: The Constructions of the French Past, Nueva York,

Columbia University Press, 1995, pp. 499-526.

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“el fin de la revolución”. En ambos contextos, esas construcciones generacionales se instalaron


como parte de un juego de escalas geográficas, y con ello también políticas y culturales. Mientras
los militantes peronistas ligados a Montoneros en Córdoba enfatizaron su ligazón política y afectiva
con el Cordobazo (diferenciándose con esto de sus compañeros de otras locaciones geográficas),
una mayoría de los antiguos militantes e intelectuales de la década de 1980 elaboraron sus memorias
de militancia en clave generacional en el marco de las conmemoraciones transnacionales que
eclosionaron entre 1987 y 1989, cuando lo que se puso en disputa era la “vigencia de la revolución”
y sus imaginarios.

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LA MEMORIA COMO BOOMERANG ¿QUÉ QUEDA DEL


CORDOBAZO?
THE MEMORY AS BOOMERANG. WHAT REMAINS OF CORDOBAZO?

ALICIA SERVETTO (CEA-FCS/FCC/UNC)


Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales
Facultad de Ciencias de la Comunicación
Universidad Nacional de Córdoba
aliciaservetto@gmail.com

LAURA ORTIZ (CEA-FCS/FFyH/UNC)


Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Nacional de Córdoba
malauraortiz@gmail.com

Resumen:
La conmemoración de los 50 años del Cordobazo es una oportunidad para revisar su historia, las
condiciones que lo hicieron posible y las consecuencias que produjo. También es una ocasión
para examinar la(s) memoria(s), debatir sobre sus significados en el presente y ensayar respuestas
a la no siempre cómoda pregunta acerca de ¿Qué queda del Cordobazo?
Como volverse sobre un espejo roto, la pregunta despliega antiguas cuestiones revisadas con
lecturas actuales, y nuevos interrogantes que abren viejas discusiones: ¿Fue el Cordobazo una
respuesta del movimiento obrero a la política económica de Krieger Vasena que atentaba contra
los salarios y condiciones laborales? ¿Fue el Cordobazo la culminación de una etapa de luchas y
resistencia iniciada en 1955? o ¿Fue el inicio de un nuevo ciclo marcado por la politización y la
radicalización ideológica?, ¿Se trató de una gesta sólo de hombres?, ¿Resultaba una novedad el
activismo y la participación de los estudiantes y los jóvenes?
Desandar cada una de estas preguntas nos obliga a pensar críticamente el pasado, sin caer en la
tentación solo de rememorar o, en su defecto, de hacer de aquel acontecimiento un mito de la
gesta popular. Por el contrario, se trata de actualizar y analizar ese pasado que vuelve y nos
interpela con preguntas, con paradojas y con contradicciones.

Palabras clave:
Historia Reciente - Cordobazo - Memorias – Protagonistas - Conflictos

Abstract:
The commemoration of the Cordobazo’s 50th years is an opportunity to review its history, the
conditions that made it possible and the consequences that produced. It’s also an occasion to
examine the memories, discuss their meanings in the present and rehearse answers to the
uncomfortable question about what is left of the Cordobazo?
Like go back over a broken mirror, the question unfolds old revised issues with current readings,
and new questions that open old discussions: Was the Cordobazo a response of the labor
movement to the economic policy of Krieger Vasena that violated wages and working
conditions? Was the Cordobazo the culmination of a stage of struggle and resistance begun in
1955? Or it was the beginning of a new cycle marked by politicization and ideological
radicalization? Was it a deed only of men? Was the activism and participation of students and
young people a novelty?
Returning to each of these questions forces us to think critically about the past and not just
remember or make that event a myth of the popular deed. On the contrary, it is about updating

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and analyzing that past that comes back and challenges us with questions, paradoxes and
contradictions.

Keywords:
Recent history - Cordobazo - Memories - Protagonist Conflicts

Recibido: 16/10/2019 - Aceptado: 18/11/2019

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LA MEMORIA COMO BOOMERANG ¿QUÉ QUEDA DEL


CORDOBAZO?

ALICIA SERVETTO (CEA-FCS / FCC / UNC)


aliciaservetto@gmail.com

LAURA ORTIZ (FFyH / CEA-FCS / UNC)


malauraortiz@gmail.com

Introducción
La conmemoración de los 50 años del Cordobazo es una oportunidad para revisar su historia, las
condiciones que lo hicieron posible y las consecuencias que produjo. También es una ocasión
para revisar la(s) memoria(s), debatir sobre sus significados en el presente y ensayar respuestas a
la no siempre cómoda pregunta acerca de ¿Qué queda del Cordobazo?
Como volverse sobre un espejo roto, la pregunta despliega antiguas cuestiones revisadas con
lecturas actuales, y nuevos interrogantes que abren viejas discusiones. Son recurrentes las
presuntas acerca de ¿qué pasó?, ¿por qué pasó lo que pasó? y ¿qué significado tiene aquello para
el presente? Esta última pregunta es la más frecuente, la más insistente y, por qué no, la más
difícil de responder: ¿Qué queda hoy? ¿Qué significa hoy? Ciertamente, el mismo interrogante
tiene implícito la duda, ya que da a entender que de aquello que sucedió y de lo que significó no
queda tanto, o al menos, no se puede dar una respuesta lineal.
El Cordobazo es revisado, reinterpretado, resignificado, porque lo que está en juego son los
sentidos que ese pasado tiene en el presente y también los sentidos que ese pasado tuvo y tiene
para los actores que en ese momento histórico estuvieron involucrados. Al recorrer con mirada
atenta, como si se tratara de un boomerang sobre un rollo de película, que nos transporta del
presente al pasado y del pasado al presente, nos ubica en un tiempo de notable potencialidad,
donde se condensan múltiples combinaciones políticas, sociales y culturales que pueden entrar en
disputa. Porque la memoria colectiva es eso, un espacio de polifonías pero también de conflicto
por la representación dominante de ese pasado.
Aparecen viejas preguntas con lecturas nuevas, y nuevos interrogantes que abren antiguas
discusiones: ¿Fue el Cordobazo una respuesta del movimiento obrero a la política económica de
Krieger Vasena que atentaba contra los salarios y condiciones laborales? ¿O fue la condensación
de un descontento generalizado contra la dictadura de Onganía? ¿Fue el Cordobazo la culminación
de una etapa de luchas y resistencia iniciada en 1955 o se trató del inicio de un nuevo ciclo
marcado por la politización y la radicalización ideológica? ¿Se trató de una gesta sólo de
hombres? ¿Resultaba una novedad el activismo y la participación de los estudiantes y los jóvenes?
Desandar cada una de estas preguntas nos obliga a pensar críticamente el pasado, sin caer en la
tentación solo de rememorar o, en su defecto, de hacer de aquel acontecimiento un mito de la
gesta popular. Por el contrario, se trata de actualizar y analizar ese pasado que vuelve y nos
interpela con preguntas, con paradojas y con contradicciones.

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El mayo cordobés y las revueltas populares


Abel Bohoslavsky, integrante del PRT-ERP, recuerda:
“La potencia de la irrupción del movimiento obrero en ese mayo cordobés, abrió una
época de auge que, a la vez que jaqueó al sistema, dio inicio a una incesante búsqueda de
rumbos, y motivó la irrupción de una pléyade de activistas, militantes y organizaciones. Una
revolución en las ideas, un sacudón al conformismo político. ¿Era posible una revolución
social? ¿Cuál debía ser la estrategia, cuáles las herramientas? Era la época de la naciente
Revolución Cubana que mostraba que el socialismo era posible, del Vietnam heroico que
enseñaba que el imperialismo no es indoblegable. El Cordobazo no fue propiamente una
insurrección –aunque se pareció por sus formas– porque no se planteó como objetivo la
conquista del poder, pero su potencia provocó el repliegue de la dictadura. Abrió una época
que bien podemos denominar como la de la revolución proletaria, que quedó inconclusa,
interrumpida, cuando ese auge ascendente tuvo como respuestas más violentas aún: el
terrorismo estatal”.1
De acuerdo a este testimonio, el Cordobazo fue el comienzo de la revolución proletaria, haciendo
emerger un nuevo actor, como fueron las organizaciones de izquierda. En cambio para otros
protagonistas, como por ejemplo para Elpidio Torres2 el estallido de mayo de 1969 fue la
culminación de una etapa anterior de lucha del movimiento obrero, que revelaba su fuerza y su
conciencia. Dos ejemplos tangibles de cómo se interpreta el significado histórico del Cordobazo.
Ciertamente, aquella rebelión sumó algo a una historia que ya tenía dos elementos
intrínsecamente conflictivos: la resistencia del peronismo proscripto, establecido en 1955 y, la
dictadura del gobierno de la Revolución Argentina instalado con el golpe de estado de 1966.
Mientras el primer elemento polarizó el campo político zanjando profundamente la división entre
peronistas y antiperonistas, la política económica de Onganía y de su ministro de economía,
Krieger Vasena, agudizó las contradicciones sociales y económicas de la clase media y de los
sectores populares afectados por la aplicación de medidas que beneficiaban a los sectores
capitalistas más concentrados.
Pero también el Cordobazo, abrió varios procesos: liquidación de la dictadura, inauguración de una
ola de movilización social, surgimiento de un sindicalismo alternativo – el clasismo-,3 desarrollo
de las organizaciones revolucionarias, acompañado de un proceso de radicalización política e
ideológica de vastos sectores de la sociedad argentina. A partir de mayo del ´69 varias
agrupaciones comenzaron a plantear que la revolución era posible.
La conflictividad era resultado de una crisis de la dominación social y de un orden político
incapaz de contener y regular los conflictos. En este sentido, resulta explicativa la afirmación de
Juan Carlos Torre cuando sostiene que “los conflictos en el plano político derivados de la
dificultad para encapsular la cuestión peronista, se prolongaron en el plano social en la pugna
distributiva en el contexto de detención del crecimiento. Forma parte de la historia que convergió
en el Cordobazo”.4

1 Testimonio publicado por Bohoslavky, Abel, “El mayo cordobés, antes y después”, Nodal. Noticias de América Latina
y el Caribe, en línea en: https://www.nodal.am/2019/05/el-mayo-cordobes-antes-y-despues-por-abel-bohoslavsky/,
consulta: 24/5/2019. Abel Bohoslavsky en 1969 era estudiante de 5° año de Medicina y en los años siguientes fue
médico del Hospital Rawson y del Sindicato de Trabajadores de Perkins en Córdoba. Autor de Los Cheguevaristas. La
Estrella Roja, del Cordobazo a la Revolución Sandinista, Buenos Aires, Imago Mundi, 2016.
2 Elpidio Torres, dirigente del SMATA, de filiación peronista, vinculado a la CGT-Azopardo, fue uno de los
protagonistas de las jornadas del mayo cordobés.
3 Sobre el clasismo, vid. Ortiz, María Laura, Con los vientos del Cordobazo. Los trabajadores clasistas en tiempos de violencia y
represión, Córdoba, Editorial UNC, 2019.
4 Torre, Juan Carlos, “A partir del Cordobazo”, Estudios, núm. 4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs.19 y 20.

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Específicamente en Argentina, la etapa que se abrió con el golpe de estado de 1955 que derrocó
al presidente Juan Domingo Perón estuvo determinada por la inestabilidad político-institucional
que provocaron los sucesivos golpes militares desde 1955 y la ilegitimidad de los gobiernos
democráticos que sostuvieron y avalaron la proscripción del partido mayoritario, el peronismo, en
el marco de las cíclicas crisis económicas. La dictadura encabezada por el general Juan Carlos
Onganía en 1966 fue un proyecto de la clase dominante que pretendió resolver por la vía
autoritaria el estado activo y autónomo de los sectores populares.5
La política de desmovilización y despolitización llevó, por el contrario, a una mayor conflictividad
política y social. En términos de M. Cristina Tortti, en los años previos y posteriores al Cordobazo
fueron emergiendo una serie de rasgos nuevos en la relación entre lucha social y lucha política,
dando lugar a la emergencia de movimientos populares de tipo insurreccional, al surgimiento de
direcciones “clasistas” en el movimiento obrero y al crecimiento de diferentes grupos
provenientes del peronismo, de la izquierda, del nacionalismo y de sectores católicos ligados a la
teología de la liberación.6 Pese a la diversidad de los orígenes políticos, la convicción común a
todos ellos era que el sistema de dominación vigente reposaba en la violencia y que sólo otra
violencia, que echara a andar una guerra, que debía evolucionar como guerra popular, podría
desenmascarar y, finalmente, derrotar a ese sistema que explotaba y oprimía a los pueblos.7
A partir de estas lecturas, retomamos entonces las preguntas del inicio: ¿Fue el Cordobazo el final
de una historia de resistencia y de luchas obreras sostenida desde la caída de Perón y el golpe
militar de 1955, que nutrieron una cultura de la resistencia antidictatorial? ¿Fue el punto de
partida de un proceso de movilización social y radicalización política que permitieron formular
alternativas anticapitalistas? En otras palabras: ¿Fue la consumación de las luchas peronistas o el
inicio de las luchas de la izquierda radicalizada? Si la respuesta se concentra en la primera
pregunta, el peso de la historia recae en el movimiento obrero organizado de Córdoba; si la
respuesta recae en la segunda, la historia se balancea hacia la izquierda maximalista, dando
potencia a un nuevo actor como fue la juventud radicalizada. Ciertamente, estamos frente a un
terreno de disputa que no sólo tiene un continuum pasado-presente, sino que, además, confluye e
influye en la constelación política actual de los actores.
Si consideramos al Cordobazo como uno más en el ciclo de azos que sucedieron en esos años en
distintas ciudades argentinas, su peso específico parece perderse. Conocidas como las puebladas
en Argentina, se produjo una serie de insurrecciones populares en varias ciudades. Las principales
sucedieron entre 1969 y 1972: el Ocampazo (Villa Ocampo, Santa Fe enero-abril de 1969, huelga
obrera en torno al ingenio Arno), el Correntinazo (mayo de 1969), el primer Rosariazo (mayo de
1969), el Salteñazo (mayo de 1969), el primer Cordobazo (mayo de 1969), el primer Tucumanazo
(mayo de 1969), el segundo Rosariazo (septiembre de 1969), el Choconazo (febrero-marzo 1970), el
segundo Tucumanazo (noviembre de 1970), el Catamarqueñazo (noviembre de 1970), el segundo
Cordobazo o Viborazo (marzo de 1971), el Casildazo (marzo de 1971), el Jujeñazo (abril de 1971), el
Rawsonazo (marzo de 1972), el Mendozazo (abril de 1972), el Quintazo (en la quinta agronómica de
la Univ. de Tucumán, junio de 1972), el Rocazo (julio de 1972), el Animanazo (Animaná, Salta, julio
de 1972) y el Trelewazo (octubre de 1972). A pesar de que en ellos son muy evidentes sus
diferencias, tanto por los objetivos como por los principales protagonistas en las manifestaciones

5 Vid. O´Donnell, Guillermo, El Estado Burocrático-Autoritario, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1982.
6 Tortti, María Cristina, “La Nueva Izquierda en la Historia Reciente de la Argentina”, Cuestiones de Sociología, núm. 3,
Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Departamento de
Sociología, 2006, págs. 19-32.
7 Servetto, Alicia y Noguera, Ana, “De «guerrilleros y subversivos». Hacia un perfil de los y las militantes de las
organizaciones revolucionarias armadas de Córdoba”, en Carol Solis, Ana y Ponza, Pablo (comps.), Córdoba a 40 años
del Golpe: estudios de la dictadura en clave local, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2016, págs. 10-28, en línea
en: https://ffyh.unc.edu.ar/editorial/wp-
content/uploads/sites/5/2013/05/EBOOK_40A%C3%91OSGOLPE.pdf consulta: 24/5/2019.

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Dossier Los «azos» revisitados

callejeras, en todos los casos se visibilizó la capacidad de rebelión masiva y pública en aquellos
años8, que no sólo sucedió en escala nacional sino sobre todo latinoamericana y mundial.

La historieta da cuenta de un proceso de cambio socio-cultural y político que recorrió el mundo. Jerónimo Nº 29,
primera quincena octubre de 1970.

Las revueltas invadieron las calles y recordaron a los gobernantes que la política no podía
desplazarse ni con las botas ni con las balas. No obstante fueron las jornadas del mayo cordobés
las que irrumpieron con fuerza y se convirtieron en un punto de inflexión para la política
argentina, como mito fundante de la lucha política posterior.

Los protagonistas y las memorias del Cordobazo


Días antes del Cordobazo, el 14/5/1969 se realizó una asamblea en el Club Córdoba Sport,
desobedeciendo la prohibición dispuesta por el gobierno provincial. En ella se reunieron unos
5500 obreros mecánicos, que desde 1968 habían iniciado un proceso de movilización muy
significativa por conflictos en las fábricas Perdriel y Forja de Renault.9 El secretario general del
Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), Elpidio Torres,
aprovechó aquella asamblea para denunciar la derogación del sábado inglés y convocó a un paro
de 48 hs. a partir del día siguiente. La guardia de caballería de la policía de la provincia reprimió
brutalmente a los afiliados que no habían podido entrar. Y luego arrojó gases lacrimógenos al
interior del Club, por lo cual los obreros debieron romper los techos de fibrocemento para
combatir la acción de los gases. A raíz de estos incidentes la delegación regional Córdoba de la
CGT de los Argentinos (CGTA), dio a conocer una declaración:
“Córdoba ha dicho basta a la dictadura, ha dicho basta al atropello, ha dicho basta a la
congelación de salarios, a la supresión del sábado inglés, a las quitas zonales, a la
derogación de los convenios, a las cesantías, a las persecuciones, a la mordaza política y
social”.10
Decir “basta” era una clara señal de las jornadas que se avecinaban. El movimiento obrero de
Córdoba se pronunciaba así enfáticamente contra las medidas que aplicaba la dictadura de
Onganía y su proyecto corporativo y neofascista. De hecho, el gobierno había dictado un decreto
por el cual derogaba los regímenes especiales sobre el descanso del sábado inglés y había

8 Iñigo Carrera, Nicolás, “Algunos instrumentos para el análisis de las luchas populares en la llamada Historia
Reciente”, en López Maya, Margarita, Iñigo Carrera, Nicolás y Calveiro, Pilar (ed.), Luchas contrahegemónicas y cambios
políticos recientes en América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2008, págs. 77-94.
9 Ortiz, María Laura, Con los vientos…, op. cit.
10 Declaración de la delegación regional Córdoba de la CGT de los Argentinos, ante el paro del día viernes 16 de
mayo. La Voz del Interior, 17/5/1969, pág. 21, citada en Estudios, núm.4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, pág. 125.

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anunciado el congelamiento de los convenios colectivos y de los salarios. Esto se agregó a los
descuentos zonales, vigentes desde principios de 1969, que permitían a las empresas radicadas en
el interior pagar salarios 11% menos con respecto a los de Buenos Aires.11
En respuesta, la dos CGT nacionales decretaron un paro nacional para el día 30 de mayo. En
Córdoba, se decidió adelantar un día la jornada de protesta, convocando a un paro activo para el
29/5. En el espacio local, una comisión coordinadora que aglutinaba a los sindicatos afiliados a
las dos CGT (Azopardo y De los Argentinos), se encargó de organizar la jornada de protesta.
Dirigentes de gremios adscriptos a las distintas centrales obreras encabezaron la organización de
la protesta: Elpidio Torres del SMATA, Atilio López de la UTA (Unión Tranviarios Automotor)
y Agustín Tosco del Sindicato de Luz y Fuerza.
Durante muchos años, uno de los principales debates en torno al Cordobazo pretendía
determinar si el estallido había sido un hecho organizado o espontáneo. En los últimos años, una
de las voces más escuchadas en torno a este tema ha sido la de Lucio Garzón Maceda, abogado
laboralista que en aquellos años asesoraba al SMATA y la CGT Córdoba. Según sus recuerdos,
todo lo sucedido había sido pergeñado por aquellos tres dirigentes sindicales mencionados
anteriormente.12 Ciertamente, como comentamos al inicio de este apartado, los sindicatos
cordobeses tenían en 1969 una experiencia acumulada en sus formas de movilización, que incluía
una gimnasia de la resistencia a la represión que el régimen dictatorial venía imponiendo, que
incluso puede ampliarse a los gobiernos democráticos y de facto anteriores, si consideramos la
“Revolución Libertadora” y el plan CONINTES durante el gobierno de Arturo Frondizi 13. Sin
embargo, es claro que lo que los dirigentes sindicales cordobeses pudieron organizar en torno a
las jornadas del 29 y 30 de mayo de 1969 no incluía los sucesos tal cual sucedieron, que estallaron
y desbordaron los planes.
Por la mañana de aquel 29 de mayo, obreros y estudiantes salieron unidos a las calles de Córdoba.
Varias columnas, desde distintos puntos de la ciudad, siguieron la ruta planificada. Al mediodía, y
como resultado del enfrentamiento con la policía, fue asesinado el obrero mecánico Máximo
Mena. Este hecho trágico crispó los ánimos y la indignación colectiva precipitó el conflicto y el
enfrentamiento. La protesta derivó en una revuelta popular y la población se volcó a las calles.
Fue el momento en que los manifestantes le ganaron terreno a la policía, articulando distintos
descontentos sectoriales en uno más general. Por la tarde, se declaró el toque de queda y las
tropas del ejército se hicieron cargo de controlar la ciudad, a base de gases lacrimógenos,
represión y encarcelamiento. Durante la noche, la resistencia se había replegado al Barrio Clínicas,
espacio habitado en especial por los estudiantes universitarios. El saldo oficial, según la prensa de
la época, fueron 34 muertos, 400 heridos y 2000 detenidos.
Lo que comenzó siendo una protesta obrera, con el apoyo y movilización de los estudiantes, se
fue convirtiendo en una revuelta popular e insurrección urbana. Y lo que comenzó siendo una
movilización con reivindicaciones sectoriales se fue transformando en una movilización social de
ofensiva contra la dictadura. Ello nos invita a reflexionar, en términos conceptuales, en el vínculo
entre dirigentes y masas, que es otra vieja discusión en los estudios sobre las organizaciones de
trabajadores. ¿Fueron los dirigentes los que planificaron todo? ¿Es posible pensar que tres o
cuatro líderes sindicales organizaron el Cordobazo tal cual sucedió? Entonces, ¿cuál es el lugar de
las masas: sólo seguir lo que sus dirigentes indicaban o podían tener algún margen más o menos

11 Sobre los acontecimientos del Cordobazo, véase Gordillo, Mónica y Brennan, James, “Protesta obrera, rebelión
popular e insurrección urbana en la Argentina: el Cordobazo”, Estudios, núm. 4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs.
51-74.
12 Garzón Maceda, Lucio, La CGT Córdoba de La Falda al Cordobazo. Conversaciones de Jorge Oscar Martínez con Lucio
Garzón Maceda, Córdoba, UOGC, 2014.
13 Tcach, César, De la Revolución Libertadora al Cordobazo. Córdoba, el rostro anticipado del país, Buenos Aires, Siglo XXI
Editores, 2012.

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amplio para expresarse y tomar decisiones? Todo eso remite al viejo debate sobre la estrategia
obrera, que en los últimos años se ha revitalizado demostrando que la discusión aún no está
clausurada.14
Una de las características sobresalientes de las memorias en torno al Cordobazo es su acento
épico, relatado como gesta heroica. Las imágenes que se grabaron en la memoria social sobre el
hecho lo sostienen: el pueblo logrando que la policía retrocediera, armando barricadas con las
herramientas de trabajo cotidiano y echando mano a la vivacidad local. El relato del
acontecimiento es de una victoria popular, y quizás esa sea la explicación de su pervivencia en la
memoria colectiva, que suele guardar con mayor énfasis aquellos momentos que enaltecen la
dignidad15. De allí que gran parte de los que recuerdan se reclamen protagonistas principales de la
proeza, lo que no quiere decir que estén mintiendo deliberadamente si no que para ellos el hecho
tiene una fuerte gravitación en su memoria. Se empoderan en el recuerdo de su participación
activa.
Elpidio Torres dirigente del SMATA, de filiación peronista y adscripto a la CGT-Azopardo en
aquel entonces, fue uno de los dirigentes en las jornadas del mayo cordobés. En ocasión de la
celebración de los 25 años del Cordobazo, Torres reconocía el protagonismo de los trabajadores
cordobeses en aquella protesta, posicionándolos como “los únicos” que podían hacer algo en
contra de Onganía. Aunque reconoce que estaban acompañados por estudiantes universitarios, el
lugar central era el del movimiento obrero, del que él formaba parte.
“Lo primero que quiero señalar es que el Cordobazo fue un hecho muy auténtico, sin
especulaciones de ninguna naturaleza, en el cual el movimiento obrero de Córdoba dio una
muestra acabada de la grandeza que animaba a los hombres que en ese momento
integrábamos sus distintos estamentos. En ese momento existían en Córdoba dos CGT,
con diferencia de matices, de ideologías, de procedimiento; pero por encima de esas
diferencias existió una coincidencia: la conciencia de que la situación de los trabajadores
estaba en peligro, que el país estaba en manos de la dictadura de Onganía y que los únicos
que podían realmente hacer algo para demostrar que el país, que el pueblo, vivía y estaba
latente, eran los trabajadores. […] En aquel entonces, quienes jugamos la patriada, quienes
salimos a la calle a defender lo que era común a la civilidad, el retorno a la democracia,
fuimos los trabajadores acompañados por los estudiantes de la Universidad Nacional de
Córdoba. […]. Pero lo que considero criminal es olvidar esa etapa de lucha porque nos está
marcando un derrotero”.16
En el contexto en que Elpidio Torres realizó esta intervención, su reclamo principal se orientaba
a evitar el olvido del Cordobazo, en un contexto donde el neoliberalismo parecía haber triunfado
en la derrota de los movimientos revolucionarios de la década de 1960 y 1970 en Argentina.
Ciertamente, las operaciones de memoria sobre el pasado dependen de coyunturas favorables o
desfavorables para la instalación de una determinada mirada del pasado, que genera condiciones
socioculturales de escucha para una interpretación de lo sucedido. Michael Pollak17analiza esos
procesos de memoria, reconociendo cómo ciertas verdades se instalan en la memoria colectiva
desde el poder y gracias a un ejercicio de violencia simbólica. No necesariamente porque se

14 Varela, Paula e Iñigo Carrera, Nicolás, “Diálogo sobre el concepto de ´estrategia´ de la clase obrera”, Archivos de
historia del movimiento obrero y la izquierda, Año III, núm.6, 2015, págs. 155-176.
15 Vid. Portelli, Alessandro, “La muerte de Luigi Trastulli (Terni, 17 de marzo de 1949). La memoria y el
acontecimiento”, en Historias orales. Narración, imaginación y diálogo, La Plata, Prohistoria ed., 2016, págs. 37-68.
16 Participación de Elpidio Torres en la Mesa Redonda ¿Qué queda del Cordobazo?, organizado por el Centro de
Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, 20/5/1994. Transcripción en Estudios, núm.4,
Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs. 36-37.
17 Pollak, Michael, Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite, Buenos Aires,
Ediciones Al Margen, 2006.

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construya desde el poder debemos imaginar que la responsabilidad es del Estado, sino que puede
referir a los grupos dirigentes de una comunidad de memoria, que puede ser tan amplia como una
etnia o tan reducida como una familia. Ese proceso, que Pollak califica como de encuadramiento
de la memoria, se produce cuando ciertos acontecimientos e interpretaciones son salvaguardados
para reforzar un sentimiento de pertenencia y fronteras sociales entre distintos grupos. En los
años 90, los recuerdos del Cordobazo aproximaban la imagen de una sociedad movilizada y
defensora de derechos laborales y políticos en un contexto general de desmovilización y
despolitización. En esa representación del pasado, la figura de Tosco se constituyó con una
centralidad que no tuvieron los otros dirigentes sindicales. Se multiplicaron allí las reproducciones
de su imagen en mameluco, referenciando su construcción de líder que nunca se apartó de las
bases y, por lo tanto, que discrepaba de los “burócratas”. Para Elpidio Torres ese es uno de los
tantos mitos sobre el Cordobazo, que se dedicó a discutir con empeño. En sus propias palabras:
“(…) Toda mi vida vestí saco y corbata. Recuerdo a un dirigente del PC (…) que me
criticaba diciendo que no podía ser un dirigente obrero vistiendo de saco y corbata. Me
mostraba con eso el viejo concepto anarquista o de izquierda muy acendrado, según el cual
para ser un buen dirigente había que andar de mameluco, alpargatas y un parche en el
trasero.
(…) Tosco era un hombre que vestía igual que yo. En alguna oportunidad, en un abandono
que se hizo en el taller al cual pertenecía, el Gringo estando de mameluco, salió a la calle,
creo que sin ninguna especulación de su parte. En esa ocasión se tomó la foto que se usó
permanentemente.
Pienso que en lugar de alabarlo deforman la realidad, porque no siempre usó el mameluco.
Fue el “folclore de izquierda” quien pretendió crear un mito”.18
Más que mitos proponemos la idea del encuadramiento de la memoria, ciertas versiones de los
hechos pasados que se instalan como verdaderas y legítimas en el deber de recordar. No siempre
ese proceso de encuadramiento se produce desde arriba hacia abajo, pero sí requiere de agentes
de memoria que compartan y reproduzcan ese discurso, como también de objetos de memoria
tales como monumentos, museos, etc. En los años 1990, el recuerdo de Tosco y del Cordobazo
fue necesario para aquellos sectores de izquierda y progresistas que buscaban alternativas de
resistencia al neoliberalismo, empeñado por aquellos años en privatizar las empresas estatales.
Entre otras, se intentó privatizar la Empresa Provincial de Energía Eléctrica de Córdoba (EPEC),
cuyos trabajadores encuadrados en el Sindicato de Luz y Fuerza abrazaron la tradición tosquista
de lucha y lograron evitar la privatización de la empresa.
En aquel contexto, a nadie se le ocurría pensar que Elpidio Torres podría ser un ejemplo para
esas nuevas necesidades de resistencia, ya que sobre él la memoria había resguardado la imagen
del burócrata, pero no sólo porque le gustara vestir de saco y corbata. La historia de Elpidio
Torres quedó anudada a lo que se conoció como la “huelga larga” de SMATA. Aquel conflicto
inició con un traslado arbitrario entre plantas de operarios opositores a Torres, justo en el
momento previo a las elecciones de delegados. Por la presión de las bases, se decidió emprender
una serie de tomas simultáneas de fábricas automotrices justo a un año del Cordobazo, en mayo de
1970. La huelga duró 34 días y al finalizar las patronales despidieron a alrededor de mil
trabajadores mecánicos. Elpidio Torres negoció algunas reincorporaciones, pero los trabajadores
acusaron que fueron muy selectivas y culparon a su secretario general de “traición” y de
aprovechar la oportunidad para “limpiar” de opositores a los cuerpos de delegados y comisiones
internas. Además, Torres fue denunciado por los cuerpos orgánicos y agrupaciones opositoras del
SMATA que aseguraron que había visitado “domicilios de afiliados aconsejándoles volver al
trabajo”, desoyendo los mandatos asamblearios de continuar con el paro. Incluso se denunció

18 Torres, Elpidio, El Cordobazo organizado. La historia sin mitos, Córdoba, Editorial Catálogos, 1999, págs. 127-128.

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que la misma dirección sindical “organizó el traslado de la gente de Alta Gracia a Santa Isabel,
mediante ómnibus y camiones”19. Ante el descrédito generalizado, Torres renunció al sindicato y
a la CGT, generando el espacio para que la oposición encabezada por René Salamanca pudiera
ganar las elecciones sindicales en 1972. En los años de la Dictadura cívico-militar, cuando los
sindicatos estaban intervenidos, la figura de Elpidio Torres volvió a aparecer en las negociaciones
previas a la normalización sindical, intentando disputar el liderazgo que en ese momento ya
ejercía José Campellone.20 De allí que su figura se vinculara con la idea del líder alejado de las
masas, en contraposición a la figura de Tosco.
Si en 1994 el Cordobazo era un acontecimiento que había que defender para recordar, en cambio
en el contexto de una sociedad repolitizada post-2001, la conmemoración se aproxima más a la
interpretación que sostienen las políticas de memoria respecto de la historia reciente. Sin
embargo, los contenidos instalados en ese deber de recordar, son algo que siempre puede
implicar una disputa en el presente. Por ello Pollak asegura que aunque la memoria esté
enmarcada y solidificada, puede ser reconfigurada por presiones de otros grupos de memorias,
que logran reinventar sus propios relatos del pasado en torno a sus necesidades históricas. Desde
esa óptica podemos interpretar la posición actual de la CGT de Córdoba que reclama un relato
verdadero, sin mitos, del Cordobazo. Y reivindicar, así, la figura de Elpidio Torres que había sido
olvidado por la historia, escrita, según sus palabras, por “los que ganan”. Ese pedido se
constituyó como una de las novedades de esta 50ma conmemoración de la revuelta, que fue
compartida por muchas otras voces de agentes de memoria. De hecho, la figura de Elpidio
Torres se revitalizó en gran parte de los discursos e imágenes (murales, pintadas, carteles, etc.) de
los 50 años del Cordobazo. Quizás en sintonía con un intento de “peronizar” aquel estallido, esta
reivindicación de la memoria diluye una serie de procesos y acontecimientos históricos que
explican el porqué de la diferencia en el reconocimiento del protagonismo de unos y otros en el
Cordobazo.

El Cordobazo nos parió feministas


Una cuestión importante para revisar en los relatos hegemónicos es la influencia de los estudios
de género para repensar las interpretaciones clásicas del Cordobazo. Hasta hace pocos años, la
gesta del 29 de mayo había sido cosa de hombres, y las mujeres quedaron invisibilizadas, no sólo
en los relatos masculinos, sino también en las propias reconstrucciones académicas. Sin embargo,
su presencia se registra y cobra vida en las voces y testimonios de las mujeres trabajadoras,
estudiantes, vecinas que, incluso se las ve, activamente participando, en las imágenes y en los
videos de la época.
En relación a esto, el sociólogo Juan Carlos Agulla, en su análisis de los procesos y
acontecimientos de mayo de 1969, había señalado una particular apreciación sobre la
participación de la mujer universitaria. El autor reconocía que si bien se pudo ver a mujeres al
lado de sus compañeros varones, ellas no representaban una gran cantidad: “Dentro de estos
acontecimientos, que en Córdoba siempre han tenido características masculinas, ella ha sido la
nota de color (a veces, romántica, a veces, grotesca)”. Y agregaba que la presencia de las mujeres
en las jornadas del Cordobazo fueron un “reflejo”, “una maduración”, no solo de la composición
social de la Universidad de Córdoba -donde se hizo evidente el peso cuantitativo de las mujeres
estudiantes-, sino también, de la aparición de la militancia femenina en la vida social y política de

19 Hechos y Protagonistas de las luchas obreras argentinas, Buenos Aires, Editorial Experiencia. Año 1, núm. 1, 1984, pág. 8;
La Voz del Interior, 23/07/1970, pág. 30.
20 Ortiz, María Laura, Con los vientos…, op. cit.

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la ciudad, atribuido a la alta presencia de ellas en las facultades más “revoltosas” y


“revolucionarias”, como las de Filosofía, Arquitectura y Bellas Artes.21
En definitiva, lo que Agulla observaba eran las transformaciones que estaba experimentando el
mundo laboral, relacionadas al acceso y permanencia de las mujeres. El empleo femenino tenía
una gran concentración en las actividades de servicios, docentes, empleadas bancarias y de
comercios, secretarias y enfermeras. Dentro del sector industrial, su presencia fue más bien
escasa, vinculada mayoritariamente a la industria textil y de confección (calzado y vestido),
aunque también ocupaban puestos de trabajo en las industrias de la carne, de la alimentación y del
vidrio. En la educación superior también se fue asistiendo a un proceso de creciente
feminización. Las estadísticas muestran que, en esos años, había un elevado porcentaje de
mujeres en las denominadas “profesiones femeninas” como Letras, Historia, Filosofía, Servicio
Social o Psicología.22
A pesar de que la presencia femenina en las industrias era minoritaria, apenas un 11% en 1974 23,
la incorporación de las mujeres en los espacios reservados a los varones implicaba además una
transformación en las relaciones de género. En sus propias palabras, esas mujeres se daban
cuenta que había un mandato cultural que las reservaba a la vida doméstica, pero su decisión era
salir a trabajar: “A veces los hombres quieren que te dediques solamente al hogar, pero vos sabés
que hay necesidades económicas entonces quiera o no, una sale a trabajar”24.
Por el contexto histórico que les tocó vivir, muchas de estas mujeres fueron partícipes de la
politización y radicalización de la época y, en algunos casos, se convirtieron en activistas
sindicales y militantes. Es decir que fue un momento de ruptura de patrones culturales, donde
algunas mujeres no sólo se convirtieron en trabajadoras fabriles sino que, además, se
comprometieron con el activismo sindical. Una trabajadora de ILASA explicaba que la actividad
sindical era una necesidad para combatir que los patrones las maltrataran: “Todas tenemos ganas
de volver a casa temprano, pero a la par de eso sabés que es importante que tenés que hacer tu
actividad gremial, porque si te quedás aplastada vienen los de arriba –los patrones- y nos
pisotean”25.

21 Agulla, Carlos, Diagnóstico Social de una crisis. Córdoba. Mayo de 1969, Córdoba, Editel, 1969, citado en Servetto,
Alicia y Noguera, Ana, “De «guerrilleros y subversivos»…, op. cit.
22 Vid. Noguera, Ana, Revoltosas y revolucionarias. Mujeres y militancia en la Córdoba setentista, Córdoba, Editorial de la
Universidad Nacional de Córdoba, 2019.
23 Censo Nacional Económico 1974, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Dirección de Informática, Estadística y
Censos de Córdoba.
24 Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, SMATA Córdoba, Nº 115, 28/11/1973, pp. 3, 7.
25 Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, SMATA Córdoba, op. cit.

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Imagen del Cordobazo. La fotografía retrata a Nené Peña, empleada bancaria, participando de la protesta. Con esta
foto luego fue identificada y fue la única mujer juzgada en un Consejo de Guerra por los hechos de mayo de 1969.
https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/el-cordobazo-fue-el-bautismo-de-fuego/

Susy Carranza, ex trabajadora de una fábrica de vidrio, recuerda las luchas y las demandas que
protagonizaban las mujeres en aquellos años. Así, contaba que en la fábrica de lámparas
eléctricas, los hornos de hasta 800 grados les daban a la altura del vientre:
“Se nos cocinaban los ovarios y teníamos menstruaciones muy abundantes, muy dolorosas,
con hemorragias. Peleábamos por esas cosas, porque nos quemábamos los dedos, para no
tener que comer en el piso o en las piletas frente al baño. La mayoría no había terminado la
secundaria y los sindicalistas hombres, que no se inquietaban por estas cosas nuestras, se
ocupaban de las cuestiones políticas”.26
Soledad García, por su parte, hace memoria de lo difícil que era para las mujeres que les dieran
lugar para hablar en los actos públicos. “Ellos estaban en la disputa de poder y las mujeres, en
mejorar la vida”:
“De algún modo –agrega quien fuera dirigente de la UEPC–, los días del Cordobazo nos
parieron feministas, aunque no se hablaba de género, sino que nuestras herramientas eran
sindicales, sociales, políticas; hablábamos de conciencia de clase”.27
Lina Averna, operaria de ILASA, evoca con nitidez:
“No usábamos ninguna medida de protección ni el menor equipamiento personal. Nos
hacían convenios por separados de los varones y después supimos que no sólo cobraban
más, sino que también tenían los puestos más calificados. Me tocó ‘hacer la punta’ en el
abandono de tareas el 29 a las 10.30. Estábamos todas juntas y me acuerdo de la alegría que
teníamos. Me animaría a decir que el Cordobazo fue un verdadero bautismo para las que
nunca abandonamos la lucha”.28

26 Testimonios citados en Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres, Córdoba, Editorial Las Nuestras, 2018,
citado en La Voz del Interior, Córdoba, versión on line [https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/mujeres-en-el-
cordobazo-ellas-siempre-estuvieron], consulta: 26/5/2019.
27 Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres…, op. cit.
28 Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres…, op. cit.

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En efecto, es posible advertir a partir de estos testimonios que lejos de ser una protesta
eminentemente masculina, fue visible e importante la presencia de las mujeres. Parafraseando a
Ana Noguera, si bien en términos cuantitativos las jornadas de mayo tuvo una “impronta
netamente masculina”, para las mujeres fue un verdadero acontecimiento “bisagra” o como “un
“bautismo de fuego” en términos políticos.29 Pero lo más significativo es que, producto de las
luchas y de las conquistas vinculadas a las mujeres, hoy, la academia, la prensa, la esfera pública
en general, consideran, recuperan y visibilizan la actuación de las mujeres en la historia del país,
rompiendo de esta forma el esquema del relato dominante.

La movilización estudiantil
La participación de los estudiantes en el Cordobazo, responde ciertamente a un proceso que da
cuenta de las preocupaciones propias del conflicto estudiantil, de la universidad y de la situación
política producida por la dictadura de Onganía. Pero también, la participación estudiantil y su
involucramiento en los asuntos públicos, encuentran sus marcas en las consignas de la Reforma
del ´18. No obstante, lo más novedoso en esta etapa fue la alianza obrero-estudiantil y la
convergencia en torno al discurso antidictatorial.
Las medidas represivas del gobierno en las universidades contra los profesores y estudiantes, la
intervención y supresión de la autonomía universitaria, la prohibición de las organizaciones
político-estudiantiles, más la persecución y la censura fueron factores que condujeron a la
reacción y movilización estudiantil. Los discursos antiimperialistas se fueron transformando en
discursos anti-capitalistas, y la lucha comenzó a plantearse en términos de revolución.
Pensando desde Córdoba, resulta clave destacar la importancia cuantitativa y cualitativa de los
jóvenes universitarios en la ciudad. De hecho, la Universidad de Córdoba actúa aún hoy como
polo de atracción de numerosos estudiantes del interior de la provincia, del noroeste e inclusive
de Bolivia y Perú.30 Por cierto, entre 1966 y 1976, los estudiantes de la Universidad Nacional de
Córdoba (UNC) experimentaron el período más tumultuoso de toda su historia. Como señala
James Brennan, “la década fue también única en el sentido que el activismo de los estudiantes de
la UNC, no constituía solamente un asunto local, sino más bien formaba parte de una
movilización mundial de la juventud, particularmente a nivel universitario, aunque siempre
llegando más allá de ese ámbito”.31
Una cuestión a destacar como novedosa es la figura del estudiante – trabajador. Según Francisco
Delich32, los estudiantes en esa condición constituían un 35% del total de la población estudiantil,
con un aporte clave y significativo por parte de la Universidad Tecnológica de Córdoba. Al
respecto, el siguiente testimonio, es ilustrativo de las condiciones de trabajo y estudio de esta
franja de estudiantes-trabajadores o de trabajadores-estudiantes:
“Para el Cordobazo yo era obrero y también estudiante universitario en la Facultad de
Derecho, ya que quería ser abogado. Era un sacrificio muy grande y recuerdo que tenía que
hacer materias libres porque me coincidían los horarios con el trabajo. Leía los apuntes en
el baño, lo escondía en el overoll y allí estudiaba”.33

29 Noguera, Ana, Revoltosas y revolucionarias…, op. cit.


30 Crespo, Horacio y Alzogaray, Dardo, “Los estudiantes del mayo cordobés”, Estudios, núm.4, Córdoba, CEA-
UNC, 1994.
31Brennan, James, “Rebelión y revolución: los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba en un contexto
transnacional”, en Saur, Daniel y Servetto, Alicia, Universidad Nacional de Córdoba. Cuatrocientos años de historia, Córdoba,
Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, 2013.
32 Delich, Francisco, Crisis y protesta social. Córdoba, mayo de 1969, Córdoba, CEA-UNC, 1994.
33 Testimonio de Humberto Brondo, obrero de IKA y estudiante de Derecho. Entrevista realizada por Mónica
Gordillo en diciembre de 1989, publicada en Estudios, núm.4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, pág. 186.

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Lucía Robledo, militante estudiantil en 1969, refiere a las luchas que emprendían juntos al
movimiento obrero.
“A partir del golpe del '66, desde la Universidad resistimos con fuerza al gobierno de
Onganía que había echado a muchos de nuestros profesores y anulado nuestra ley
universitaria. Hay que recordar que durante todo ese año nos mantuvimos en huelga, sin ir
a clases ni rendir exámenes, movilizándonos permanentemente no sólo por nuestra
problemática particular sino también tratando de hacer realidad la unión obrero-
estudiantil”.34
Pero la lucha estudiantil no se daba solamente en Córdoba y en la UNC. De hecho, el Cordobazo
fue precedido por una serie de movilizaciones estudiantiles y obreras cuyos puntos más trágicos
fueron las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes donde resultó asesinado Juan José
Cabral, y en Rosario fueron asesinados los jóvenes Adolfo Bello y Luis Blanco lo que provocó
una gran protesta conocida como el primer Rosariazo. También en Salta se produjo una
sublevación de estudiantes secundarios en contra del interventor designado por el gobierno de
Onganía.
Sin dudas, que este protagonismo estudiantil se enlazaba con el papel de los jóvenes como sujeto
colectivo que había cobrado visibilidad significativa desde finales de los años cincuenta. Fue la
juventud, en términos de Valeria Manzano, la portadora de las dinámicas de modernización
cultural y también de sus descontentos, expresados bajo las formas de rebelión cultural y
radicalización política.35
Incluso desde las memorias de “del otro lado”, el Cordobazo tiene una representación que es
interesante atender. En la interpretación del director de inteligencia de Córdoba, el capitán
Héctor Vergez -hoy condenado por delitos de lesa humanidad-, el Cordobazo fue uno más en la
“ola de vandalismos urbanos al estilo parisino y mexicano”, similar al que se vivió en otras
ciudades. Sin embargo, sostiene el genocida, el de Córdoba fue especial porque fue exaltado por
los “terroristas” ya que se trató del único caso en que “los agitadores -siempre estudiantes- fueron
acompañados por obreros «clasistas» de los «gremios combativos», activados por Agustín Tosco y
René Salamanca, la cual creó la leyenda, mantenida hasta hoy, de un sostén «popular»”.36 En esta
representación, la leyenda del Cordobazo se circunscribe a su inexistente apoyo popular, producto
de la acción de estudiantes agitadores devenidos terroristas. Si bien se trató de una conjunción, de
una alianza, de una unidad, el componente obrero en primer lugar otorga una legitimidad a la
acción basada en el sustento popular del que el estudiantado universitario pareciera carecer.
Todas ellas son construcciones simbólicas elaboradas colectivamente, en un tiempo posterior a
los hechos, sobre las que aún quedan muchas reflexiones pendientes.

A modo de cierre
Las puebladas, las protestas obreras, las luchas estudiantiles, en fin, la conflictividad contenía, en
su esencia, un profundo malestar, pero era un malestar social, impregnado de indignación, de
furia, de ira, de enojo colectivo, donde se mezclaba la violencia con el entusiasmo. Pero entre
todos esos estallidos, el de mayo de 1969 en Córdoba se constituyó en la construcción social de la
memoria nacional como un momento especial en el que cristalizaron una serie de cambios
políticos y culturales de largo aliento.

34 Entrevista a Lucía Robledo realizada por Beatriz Torres, 1994, citada en Estudios, núm. 4, op. cit, pág. 179.
35 Manzano, Valeria, La era de la juventud en Argentina. Cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2017.
36 Vergez, Héctor, Yo fui Vargas. El antiterrorismo por dentro, Buenos Aires, Edición del autor, 1995, pág. 239.

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Lo cierto es que nada volvió a ser igual. De allí que la expresión con el aumentativo azo sea
descriptivo y performativo al mismo tiempo, porque cada uno de esos acontecimientos tuvo, en
el escenario político, una fuerza disruptiva. Si el ejercicio de la política estaba clausurado, los
canales de representación prohibida, la mediación partidaria anulada, la política resurgió por otro
lado, en otros espacios, y las calles se transformaron en el lugar escogido para hacerse escuchar.
Desde abajo, comenzó a impugnarse cualquier esquema de poder que los excluyera
económicamente, socialmente y políticamente.
La dinámica política comenzó a relacionarse con estas nuevas formas de participación de la
sociedad argentina, hipermovilizada y alentada por un imaginario de cambio social. En casi todo
el país se instalaron espacios de sociabilidad diferentes de los canales tradicionales de la política
pero que a su vez se politizaron intensamente. Prácticamente no hubo sectores que no fueron
tocados por la onda expansiva de la politización: sindicatos, estudiantes, vecinos, inquilinos,
habitantes de las villas de emergencia, sacerdotes, campesinos, etc. De esta forma, la política se
fue articulando con los problemas sociales y económicos de cada una de las realidades locales, y
nuevos y viejos actores entraron en la escena política con nuevos repertorios de confrontación
que sacudieron los esquemas de poder, e hicieron recordar que la participación política deviene
del ejercicio de la soberanía popular.
Sin embargo, los recuerdos de aquellos momentos han ido cambiando de significado a lo largo de
estos 50 años. Como un boomerang, la memoria sobre ese pasado se construye desde un
presente que necesita relatar(se) para posicionarse en las disputas políticas actuales. ¿Qué queda
hoy del Cordobazo? Es una pregunta que nos exige revisitar la historia, de antes y de después. Y
encontrar allí, en medio de las luchas, un sentido para el presente que debe ser tanto ejercicio de
memoria como una oportunidad para pensar políticamente el futuro.

14

143
TRABAJO PRÁCTICO N° 4. Los '80 en Argentina: utopías democráticas, Derechos Humanos y
tramitaciones del pasado traumático (EVALUABLE, escrito e individual)

- JELIN, Elizabeth. (2017). “¿Víctimas, familiares o ciudadanos? Las luchas por la legitimidad de la palabra”. En Las luchas por el pasado.
Cómo construimos memoria social. Buenos Aires: Siglo XXI.

- LVOVICH, Daniel y BISQUERT, Jaquelina (2008). La cambiante memoria de la dictadura. Discursos públicos, movimientos
sociales y legitimidad democrática. Biblioteca Nacional-Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires. Capítulo 2: La transición
democrática y la teoría de los dos demonios (1983-1986), pp. 27-44.

144
Elizabeth Jelin
Las tramas del tiempo. antología esencial

Familia, género, memorias,


derechos y movimientos
sociales

145
Jelin, Elizabeth
Las tramas del tiempo : Familia, género, memorias, derechos y
movimientos sociales / Elizabeth Jelin ; compilado por Ludmila Da
Silva Catela ; Marcela Cerrutti ; Sebastián Pereyra. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : CLACSO, 2020.
Libro digital, PDF - (Antologías)

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-987-722-807-6

1. Memoria. 2. Estudios de Género. I. Da Silva Catela, Ludmila, comp.


II. Cerrutti, Marcela, comp. III. Pereyra, Sebastián, comp. IV. Título.
CDD 305.409

Otros descriptores asignados por CLACSO


Familia / Género / Feminismos / Memorias / Derechos Humanos /
Dictadura Cívico Militar/ Desapariciones / Democracia / Estado /
Movimientos Sociales

146
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

Las luchas por la legitimidad de la palabra*

El tema de este capítulo me ha acompañado a lo largo de décadas, desde


que comencé a trabajar en este campo. Desde fines de los años setenta,
me asombra la centralidad de las Madres en el movimiento de derechos
humanos argentino, hasta el extremo de que la mirada internacional —
en Europa, Norteamérica, América Latina— veía en ellas a las protago-
nistas casi exclusivas y excluyentes del movimiento de derechos huma-
nos en nuestro país. Este asombro me llevó en varias direcciones. Por
un lado, hizo que me preguntara sobre el lugar del familismo y el mater-
nalismo en las expresiones de sufrimiento y en los reclamos al Estado.
En este punto, mis preocupaciones por las memorias de las dictaduras
convergían con mis inquietudes e investigaciones sobre las familias y
el papel social de las mujeres. Por otro, y más directamente ligada a la
argumentación de este capítulo, estaba la cuestión de quiénes son “los
dueños” o, más bien, “las dueñas” de los relatos y las memorias y de las
luchas por la legitimidad de la palabra. Ya mencioné el origen y el inicio
de esta preocupación, surgida cuando, al analizar el movimiento de de-
rechos humanos, constaté que había actores (o actrices) que se sentían
propietarios —casi monopólicos— de la verdad y la memoria, dado que
anclaban la legitimidad de su reclamo en el sufrimiento personal.
Desde aquella mención inicial —quizás una intuición, más que una
constatación— el tema apareció y reapareció en numerosos momentos y
en mis escritos, guiada por mi preocupación académica, ética y política.
* Jelin, E. (2017). ¿Víctimas, familiares o ciudadanos? Las luchas por la legitimidad de la palabra. En Las
luchas por el pasado. Cómo construimos memoria social. Buenos Aires: Siglo XXI.

1069

147
A comienzos de los años noventa, mientras investigaba y escribía so-
bre el moví miento de derechos humanos en la Argentina, en el mundo
se preparaba la Conferencia Internacional de Derechos Humanos que
se realizaría en Viena en 1993. Para el movimiento feminista, era una
ocasión importante para reclamar por la igualdad, de derechos de las
mujeres; también para denunciar las violaciones sexuales como críme-
nes de guerra —especialmente por lo que estaba ocurriendo en esos
años en los Balcanes—. En ese contexto, la red internacional Entre
Mujeres Sur-Norte me propuso redactar un texto sobre la vinculación
de las mujeres con los temas de derechos humanos. Escribí entonces
“¿Ante, de, en, y? Mujeres, derechos humanos” (Jelin, 1993), donde la
pregunta por los derechos humanos de las mujeres se conecta con el
papel que ellas desempeñan en los movimientos de derechos huma-
nos. No era una conexión obvia o sencilla, ni en términos teóricos ni en
cuanto a la observación de las prácticas sociales. En la realidad argen-
tina y en otros países de la región se veía antes un desencuentro que
una convergencia de objetivos y luchas. Y en las cuestiones de familia,
era importante incluir la dimensión ideológica y política que habían
representado las luchas de “familiares”. Así, incluí una referencia al
tema en mi libro sobre familias (Jelin, 1998), y en 2010 extendí el tema
a un capítulo completo en su reedición y revisión. Asimismo, en 2007,
para un dosier sobre familia en una revista brasileña, trabajé el tema
de la genética y la recuperación de la identidad de niños secuestrados
o nacidos en cautiverio (Jelin, 2007c).
Sostener que hay luchas por la “propiedad” de la memoria no ha
sido sencillo. Me he visto envuelta en protestas y problemas. La acusa-
ción, muchas veces implícita, era que al afirmar que la sociedad argen-
tina sanciona que algunas voces son más legítimas que otras —o que
hay gente que intenta difundir su(la) verdad desde su lugar de víctima,
“afectado” o, más recientemente, militante, yo estaba traicionando el
movimiento porque no reconocía el dolor y el protagonismo—. Una
y otra vez, a lo largo de los años, repito en mis escritos una frase que
reitera, con pequeños cambios de redacción, lo siguiente: “no dudo del
dolor de las víctimas, ni de su derecho (y el de la sociedad, en su con-
junto) a recuperar la información sobre lo ocurrido durante el régimen

1070

148
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

represivo. Tampoco queda duda sobre el rol de liderazgo que las víc-
timas directas y sus familiares han tenido (en la Argentina y en otros
lugares) como voces de denuncia de la represión, ni de su lugar central
en las demandas de verdad, y justicia”. Lo hago para prevenir agresio-
nes, muchas veces sin éxito.
La experiencia argentina puede ser tomada como un caso extremo
del poder del “afectado directo” y de las narrativas personales del sufri-
miento en las disputas acerca de cuáles son las voces que “pueden ha-
blar” del pasado dictatorial. En el período posdictatorial, la “verdad” se
identificó poco a poco con la posición de “afectado directo”, primero en
la voz de los parientes directos de las víctimas de la represión estatal (la
figura emblemática son las Madres, complementadas posteriormente
por la voz de H.I.J.O.S. y Herman@s). La voz de sobrevivientes de cen-
tros clandestinos de detención y de militantes y activistas de la época
no estuvo presente con la misma fuerza en el espacio público sino hasta
mucho después, y llegó a ocupar el centro de la escena pública casi trein-
ta años después del golpe militar de 1976.
La presencia pública de la voz de familiares primero, sobrevivientes
después, implicó un poder considerable en la definición de la agenda de
reclamos alrededor del pasado dictatorial en el país. La noción de “ver-
dad” y la legitimidad de la palabra (o, si queremos ser más extremos, la
“propiedad” del tema) llegaron a encarnar en la experiencia personal y
los vínculos familiares, en especial los genéticos. Dentro del campo po-
lítico progresista que se identifica con la denuncia y la condena al terro-
rismo de Estado, la presencia simbólica y el consiguiente poder político
de estas voces en la esfera pública es muy fuerte y posee una carga de
legitimidad enorme. La eficacia del familismo y del maternalismo pri-
mero, y más recientemente la identificación con la militancia setentista,
implican la relegación o exclusión de otras voces sociales —las ancladas
en la ciudadanía o en una perspectiva más universal referida a la condi-
ción humana, por ejemplo— en la discusión pública de los sentidos del
pasado y las políticas a seguir en relación con él. El desafío histórico y
político que se les presenta a los actores democráticos es transformar
estas tendencias excluyentes, para extender el debate político y la parti-
cipación a la ciudadanía en su conjunto.

1071

149
La familia y el familismo en las políticas de la memoria

La idea de familia y los lazos familiares ocupan en la Argentina un lu-


gar muy particular a partir de la dictadura y el terrorismo de Estado.
Los militares que tomaron el poder en 1976 usaron (y abusaron de) la
referencia a la familia. Primero, el gobierno definió a la sociedad como
un organismo constituido por células (familias). De esta forma, esta-
bleció un vínculo directo entre la estructura social y su raíz biológica,
naturalizando los roles y valores familísticos. Existía solo una forma,
la forma “natural”, en que la sociedad argentina podía organizarse. A
su vez, en la medida en que la metáfora de la familia se aplicaba a la
nación como un todo, el padre-Estado adquiría derechos inalienables
sobre la moral y el destino físico de los ciudadanos. La imagen de la na-
ción como “gran familia argentina” implicaba, de manera tácita, que
solo los “buenos chicos” eran verdaderamente argentinos.
En este discurso, la autoridad paterna era fundamental. Se espera-
ba que los hijos e hijas acataran las obligaciones morales de obedien-
cia —no había lugar para ciudadanos y ciudadanas con derechos, para
seres humanos con autonomía personal—. En un mundo como ese,
“natural” antes que social o cultural, el peligro del mal o la enfermedad
venía “de afuera”: algún cuerpo extraño que invade y contagia. Y para
restablecer el equilibrio natural era imprescindible una intervención
quirúrgica que permitiera extraer y destruir los tejidos sociales infec-
tados. El régimen militar, de esta forma, se transformaba en el padre
protector que se haría cargo de la ardua responsabilidad de limpiar
y proteger a su familia, ayudado por otros padres “menores”, que se
ocuparían de controlar y disciplinar a los adolescentes rebeldes. Las
publicidades estatales en la televisión preguntaban: “¿Sabe usted dón-
de está su hijo ahora?”, urgiendo a los padres a reproducir ad infinitum
el trabajo de seguimiento, control e inteligencia que llevaban a cabo
los militares.
La imagen de la familia como célula de la nación implicaba que los
padres debían protegerla de la penetración foránea, dado que un virus
o una infección que invade una única célula puede contagiar al resto.
En tanto niños y jóvenes representaban los lazos más frágiles o lábiles

1072

150
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

del cuerpo familiar-nacional, y por contacto con el exterior podían


traer la enfermedad al cuerpo social, la manera de defender a la nación
era confrontar al enemigo en el punto de entrada: el lazo entre los y las
jóvenes y sus familias. En este punto, si el padre-Estado estaba para
proteger a la nación, no debía perder de vista el seno de la familia. La
consecuencia fue el avasallamiento de la vida familiar, que desdibujó
la distinción entre vida pública y familia privada.
La defensa de la familia patriarcal tradicional era una bandera clara
y explícita del gobierno de facto (Filc, 1997). Al mismo tiempo, se im-
plemento una política sistemática de represión clandestina que afec-
tó directamente a miles de familias e implicó el secuestro masivo de
personas —e incluso la invasión de sus hogares—, que después fueron
torturadas y desaparecidas (Calveiro, 1998; Conadep, 1984). Niños y ni-
ñas fueron secuestrados con sus padres y madres; las mujeres embara-
zadas secuestradas eran mantenidas con vida hasta el parto para lue-
go apropiarse de los bebés y niños, falsificando sus datos de origen e
identidad. Las estimaciones sobre el número de desaparecidos varían,
con cifras que llegan a 30 000 personas; las estimaciones de bebés se-
cuestrados o nacidos en cautiverio y entregados con identidades falsas
llegan a los 500 (de los cuales, hacia comienzos de 2017, había 122 casos
resueltos y con sus identidades restituidas1).
En 1976, parientes de personas detenidas y desaparecidas se reu-
nieron y formaron la organización Familiares de Desaparecidos y
Detenidos por Razones Políticas. Abril de 1977 marcó el inicio de las
reuniones de lo que más tarde se transformaría en el emblema del
movimiento de derechos humanos: las Madres de Plaza de Mayo. En
noviembre de ese año se creó la asociación Abuelas de Plaza de Mayo.
¿Por qué las denuncias y demandas del movimiento de derechos hu-
manos debían formularse en términos de parentesco? En el contexto
político de la dictadura, la represión y la censura, las organizaciones
políticas y los sindicatos estaban suspendidos. El uso que el discurso
dictatorial hizo de la familia como unidad natural de la organización
social tuvo su reflejo en parte del movimiento de derechos humanos: la

1. Véase www.abuelas.org.ar.

1073

151
denuncia y protesta de los familiares era, de hecho, la única que podía
ser expresada. Después de todo, eran madres en busca de sus hijos…
La dictadura atribuía a los padres la responsabilidad final de preve-
nir o impedir que sus hijos se convirtieran en “subversivos”. Cuando
los padres o madres se acercaban a alguna repartición gubernamental
para preguntar por el destino de sus hijos, la respuesta era una acusa-
ción: ellos no sabían lo que estaban haciendo sus hijos porque no ha-
bían ejercido debidamente su autoridad paterna; si los y las jóvenes se
transformaban en “subversivos”, se debía a deficiencias en la crianza
familiar.
De esta forma, la paradoja del régimen argentino de 1976-1983 (con
similitudes en los otros regímenes militares del Cono Sur en la época)
era que el lenguaje y la imagen de la familia constituían la metáfora
central del gobierno militar; también la imagen central del discurso y
las prácticas del movimiento de derechos humanos. La imagen para-
digmática es la madre, simbolizada por las Madres de la Plaza de Mayo
con sus pañuelos-pañales en la cabeza; la madre que deja su esfera pri-
vada “natural” de vida familiar para invadir la esfera pública en busca
de su hijo secuestrado-desaparecido2- Los Familiares, las Madres y las
Abuelas a partir de los años setenta, H.I.J.O.S. (acrónimo de Hijos e
Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) veinte
años después y Herman@s de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia,
ya en el siglo XXI, son las organizaciones que mantienen activas sus
demandas de justicia, verdad y memoria. Lo más significativo es que
estas agrupaciones entran en la esfera pública en el sentido literal (y
biológico) de las relaciones de parentesco, antes que como metáforas o
imágenes simbólicas de los lazos familiares.
A pesar de sus orientaciones contrapuestas y en conflicto, tanto
en el gobierno militar como en el movimiento de derechos humanos
se hablaba en la clave familiar de los lazos naturales y cercanos. Para

2. La pregunta “¿Por qué madres y no padres?” remite a dos respuestas habituales: primero, que ser ma-
dre otorga más seguridad frente al terror, ya que todos —incluso los militares— respetan la maternidad
como algo sagrado; además, alguien (el hombre, jefe de hogar) debe seguir trabajando para mantener a
la familia. Como la trágica realidad lo mostró pocos meses después de la primera caminata de las Madres,
el estatus materno no otorgaba ningún privilegio: en diciembre de 1977 desaparecieron varias de ellas.
Además, no todas eran amas de casa, como la imagen popular ha cristalizado.

1074

152
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

unos, la familia era el control y la autoridad enmascarados como es-


cudo de protección contra las amenazas y el mal. Para otros, el lazo
familiar personalizado y privado justificaba y motivaba la acción pú-
blica con un doble propósito: por un lado, revertir la imagen de “mala
familia” que los militares querían transmitir en relación con las fami-
lias de las víctimas, que presentaban a sus parientes-víctimas como
niños y niñas ejemplares, buenos estudiantes y miembros de familias
armoniosas; en suma, como ideales o “normales”. Por otro lado, la pér-
dida familiar impulsaba la expansión de los lazos y sentimientos priva-
dos hacia la esfera pública y rompía de modo decisivo la frontera entre
vida privada y ámbito público.
Esta aparición pública de los lazos familiares en la vida política es
significativa, más allá de sus objetivos y su presencia. Implica una re-
conceptualización de la relación entre vida pública y privada. En la
imagen que el movimiento de derechos humanos comunicó a la socie-
dad, el lazo de la familia con la víctima era la justificación básica que
legitimaba la acción. Para el sistema judicial, en realidad, era el único.
Solo las víctimas sobrevivientes y los parientes directos eran conside-
rados “afectados” en sus demandas de reparación —personalizadas
e individualizadas—. Sin embargo, este familismo público y político
plantea desafíos y conlleva peligros en cuanto a su impacto cultural y
político. Las Madres pueden haber generalizado su maternidad, con el
eslogan de que todos los desaparecidos son hijos de todas las Madres.
Al mismo tiempo, y como efecto de esta interpretación de la noción
de familia, se crea una distancia —imposible de superar— en las mo-
vilizaciones públicas: entre quienes llevan la “verdad” del sufrimiento
personal y privado y quienes se movilizan políticamente por la mis-
ma causa, pero presumiblemente por otros motivos que no son vistos
como igualmente transparentes o legítimos. Es como si en la esfera
pública del debate, la participación no fuera igualitaria, sino estrati-
ficada de acuerdo con la exposición pública del lazo familiar; razones
ideológicas, políticas o éticas no parecen tener el mismo poder justifi-
catorio a la hora de actuar en la esfera pública, excepto “acompañando”
las demandas de los “afectados directos”.

1075

153
De víctimas a sujetos de derecho. Verdad y justicia en la transición

El énfasis en el familismo transmite solamente una parte de la historia.


El final de la dictadura y la instauración de un régimen constitucional en
diciembre de 1983 implicaron la búsqueda de respuestas institucionales a
las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen dicta-
torial. La manera en que el nuevo gobierno ajustaría cuentas con el pasado
fue un componente central del establecimiento del Estado de derecho. Los
pasos siguientes apuntaron a transformar el escenario: del protagonismo
central del sufrimiento de víctimas y familiares a otro escenario donde se
reconocían los crímenes cometidos por el Estado y se buscaban procesos
de condena y castigo a los victimarios. En ese proceso, las víctimas —des-
pojadas de sus derechos y de su condición humana— se constituirían en
ciudadanos y ciudadanas reconocidos y legitimados.
Como vimos en el capítulo 3, la confrontación entre las demandas
del movimiento de derechos humanos y el nuevo gobierno fue intensa.
El movimiento buscaba alguna forma legítima de castigo que pudiera
servir al mismo tiempo como reafirmación de los valores éticos básicos
de la democracia. En lugar de una comisión parlamentaria, el gobierno
decidió que la investigación estuviera a cargo de una comisión indepen-
diente de “notables”: la Conadep. Sobre la base de la experiencia y los da-
tos acumulados por los organismos de derechos humanos, la Comisión
recolectó un conjunto de información que sería evidencia crucial al año
siguiente, en los juicios a los miembros de las Juntas Militares (Acuña y
Smulovitz, 1995). La actividad de la Conadep produjo información es-
tratégica sobre los métodos y técnicas represivas, y la sociedad argen-
tina comenzó a enterarse de los detalles de lo sucedido. La Comisión se
convirtió en el sitio donde se estaba produciendo el reconocimiento de la
“verdad”, y como tal, en la sede de una poderosa condena simbólica con-
tra la dictadura militar. Al mismo tiempo, era el lugar de legitimación
simbólica de las voces y demandas de las víctimas (Crenzel, 2008).
La Conadep fue la manera de indagar y dar a conocer lo sucedido, de
saber y reconocer la verdad. Lina vez logrado esto, vendría el tiempo de la
justicia. El juicio mostraría si el Estado de derecho podía imponerse por
encima de la fuerza. Como ya se dijo, el despliegue del procedimiento

1076

154
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

jurídico, con todas las formalidades y los rituales, puso al Poder Judicial
en el centro de la escena institucional: las víctimas se transformaron en
“testigos”, los represores se tornaron “acusados”, y los actores políticos
debieron transformarse en “observadores” de la acción de los jueces, que
a su vez se presentaban como una autoridad “neutral” que definía la si-
tuación según reglas legítimas preestablecidas.
Con el juicio, el péndulo se movía desde las narrativas personales con-
cretas, históricamente situadas, hacia las demandas universales ligadas
a los derechos humanos. Como señaló un testigo (víctima de desapari-
ción y de prolongado encarcelamiento), “el juicio eliminó esos testimo-
nios fantasmas en la sociedad, puso a las víctimas como seres humanos,
las igualó con el resto de los seres humanos” (Norberto Liwski, entrevis-
ta Cedes, 1/10/1990). El momento histórico del juicio implicaba el triunfo
del Estado de derecho, la transformación de la víctima en sujeto de dere-
cho como corporización del nuevo régimen democrático. Los derechos
ciudadanos igualitarios se reafirmaban. Al mismo tiempo, sin embargo,
el sufrimiento y la necesidad de saldar cuentas no se abolían en ese acto,
y la especificidad del nivel personal y familiar resurgiría de varias mane-
ras, incluso quizá con más potencia.
En el registro de testimonios de la Conadep, y con mayor dramatismo
en las audiencias del juicio, ocurría algo importante. La desaparición, la
tortura y la detención clandestina implican la suspensión del lazo social
y político3. La relación entre víctima y victimario es una relación directa;
no hay marco normativo social o político que la rija. La noción de víctima
no refiere específicamente al grado de daño o sufrimiento vivido, sino
a la condición radical de haber sido despojada de la voz y de los medios
para probar lo ocurrido (Lyotard, 1988). La voz de la víctima no pertenece
al mundo real reconocido; en tanto no hay medios para verificar nada de
lo ocurrido en el contexto del terror arbitrario y el poder total, es como
si nunca hubiera sucedido. De esta manera, las víctimas son empujadas
al silencio o, cuando hablan, no se les cree. En contraste, la posición de
sujeto de derecho implica que los adversarios en conflicto tienen acceso
a una autoridad, a un tribunal que puede juzgar la verdad de lo que se

3. La interpretación ofrecida en este párrafo y en los siguientes se basa en González Bombal (1987, 1995).

1077

155
alega según procedimientos y reglas que permiten presentar pruebas. El
recurso a la ley implica un cambio radical en la posición de los oponentes,
en tanto ambos son ahora reconocidos como partes del conflicto.
Los hechos de la represión política, que para muchos, de ambos lados,
habían sido interpretados hasta entonces de acuerdo con un paradigma
de “guerra” (que incluía a menudo el adjetivo “sucia”), eran ahora juzga-
dos según el paradigma de las “violaciones a los derechos humanos”. Sin
embargo, esta creciente conciencia sobre el Estado de derecho y su cor-
porización jurídica en el paradigma de los derechos humanos conlleva
una paradoja: creer en un sujeto de derecho individual equivale a creer
en un sujeto abstracto. La ley reinstala la condición humana de la vícti-
ma, pero, para hacerlo, abstrae su condición concreta, histórica y políti-
camente situada. De esta manera, el “Estado de derecho” tiene el efecto
de inhibir o borrar las perspectivas políticas y morales. En este sentido,
una consecuencia de la instalación del paradigma jurídico, a partir del
juicio a los excomandantes, fue el enmascaramiento y el silenciamiento
de identidades políticas sustantivas y de las confrontaciones ideológicas
y políticas involucradas.
El resultado del juicio y la sentencia (en diciembre de 1985) excedió la
condena a los excomandantes. Antes que “saldar las cuentas con el pa-
sado” de manera prácticamente definitiva, como esperaba el presidente
Alfonsín, el veredicto abrió la puerta a más procesamientos y juicios4.
Pero, como analizamos en el capítulo 3, los años siguientes fueron de
limitación y retroceso en el accionar del Poder Judicial.
La historia no termina aquí, sin embargo. Cuando el Estado abando-
nó el escenario de la construcción institucional, las iniciativas ligadas
al pasado retornaron al espacio de los actores sociales, en especial las
víctimas y sus familiares. Las Madres de Plaza de Mayo no interrumpie-
ron sus acciones. Tampoco las Abuelas, ocupadas con los secuestros de
niños y niñas y las adopciones ilegales. El movimiento de derechos hu-
manos continuó con sus denuncias y demandas de justicia, aunque en
los años siguientes presentó altibajos en su perfil público y su capacidad
de movilización social.
4. Un análisis de los efectos de la sentencia, especialmente el “punto 30”, puede verse en Acuña y Smu-
lovitz (1995).

1078

156
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

La búsqueda de las abuelas, las pruebas de ADN y las identidades


recuperadas

Los militares secuestraron e hicieron desaparecer a miles de personas.


En muchos casos, niños y niñas fueron capturados con sus madres y pa-
dres. A veces, los niños secuestrados fueron devueltos a sus familiares
—por lo general, sus abuelos—, pero no siempre. Los secuestros de mu-
jeres jóvenes embarazadas llevaron a una doble búsqueda a los familia-
res: tuvieron que buscar a los jóvenes desaparecidos y, al mismo tiempo,
a sus hijos. Las Abuelas de Plaza de Mayo comenzaron a organizarse y a
elaborar su estrategia cuando, a fines de 1977, muchas mujeres se dieron
cuenta (en alguna de las tantas e interminables visitas a sedes policiales,
oficinas de gobierno, iglesias y embajadas) de que su caso no era úni-
co; que, además de buscar a sus hijos, debían intentar recuperar a sus
nietos y nietas secuestrados o nacidos en cautiverio; esta última, una
posibilidad alimentada por los rumores circulantes, que indicaban que
los secuestradores mantenían con vida a las mujeres embarazadas en
los centros clandestinos de detención hasta que daban a luz, para luego
separarlas de sus bebés y hacerlas desaparecer.
Lo que siguió fue darse cuenta de que esos niños y niñas funcionaban
como “botines de guerra”: eran apropiados y “adoptados” ilegalmente
por los secuestradores mismos o entregados a otros, en su mayoría per-
sonas ligadas al aparato represivo. Cuando quedó claro que no todos los
niños y niñas secuestrados habían sido asesinados, y que a muchos les
habían cambiado la identidad, las Abuelas se movieron en dos direccio-
nes: buscaron rastros y huellas para averiguar dónde podían estar los
niños y buscaron apoyo internacional para prepararse para la hipotéti-
ca situación de recuperación de su identidad. La comunidad científica
internacional avanzó en las técnicas de estudios genéticos: era necesa-
rio elaborar pruebas sanguíneas y genéticas basadas en parentescos de
segundo y de tercer grado, dado que los padres biológicos habían des-
aparecido y que las pruebas solo podrían hacerse a los abuelos y tíos.
Inmediatamente después de la transición al gobierno constitucional
de 1983, se comenzó a trabajar para implementar un Banco Nacional
de Datos Genéticos (creado finalmente en 1987) donde los familiares de

1079

157
niños secuestrados o nacidos en cautiverio pudieran depositar material
genético para eventuales pruebas futuras. A su vez, en 1992 se estableció
la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).
Después de treinta y cinco años, los niños y niñas secuestrados y na-
cidos en cautiverio ya son jóvenes adultos. Las campañas de Abuelas se
dirigen entonces a esos jóvenes; son campañas publicitarias, entre ellas,
una con el siguiente mensaje: “Si tenés dudas acerca de tu identidad,
contactate con Abuelas”.
La restitución de la identidad es una intervención legal, psicológica,
científica y social compleja. El sistema judicial es la instancia formal fi-
nal que debe resolver los conflictos. Por supuesto, esto no incluye la re-
solución subjetiva de las situaciones traumáticas y sus marcas, situación
que corre por otros caminos. En cada caso, hay al menos dos temas a
tratar: los crímenes de secuestro y cambio de identidad cometidos por
los militares (y otros), y la cuestión de la identidad personal del niño —
ahora adulto joven—. También están los reclamos de la familia del des-
aparecido y su derecho a la verdad, y la intención de la sociedad en su
conjunto en la búsqueda de verdad y justicia. A menudo, los deseos y de-
mandas de estos diversos actores —el Estado que constata el crimen de
secuestro y apropiación, el hijo y su derecho a la identidad pero también
a la protección de su intimidad, los familiares y su derecho a la verdad,
la sociedad que exige la verdad histórica— no solo no coinciden, sino
que pueden chocar y entorpecerse. La resolución legal está en manos del
Poder Judicial. Las otras corren por los carriles de la política, la subjetivi-
dad de los involucrados, los grupos sociales y las expresiones culturales.
El impacto social y cultural de la restitución de la identidad es signi-
ficativo, aunque difícil de calibrar. Existe un claro apoyo y admiración
social por la labor de las Abuelas y por avanzar en el esclarecimiento y
la restitución de la identidad de chicos secuestrados y nacidos en cau-
tiverio. El banco genético y las pruebas de ADN son, sin dudas, herra-
mientas fundamentales para esta tarea y refuerzan la creencia en que
la prueba definitiva de la verdad descansa en la prueba de ADN, en la
genética, en la biología y en la sangre (Penchaszadeh, 2012).
No obstante, el tema plantea una paradoja, con consecuencias sociales
difíciles de prever. El recurso básico de la prueba genética se desarrolla en

1080

158
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

un momento histórico en que la genética adquiere un fuerte protagonis-


mo en temas familiares. Sin embargo, el parentesco y la familia son, en
esencia, lazos sociales y culturales. ¿Cómo podrán las sociedades y los sis-
temas legales conciliar o confrontar las tensiones entre estas dos claves
normativas? Sin duda, la sociedad argentina —o mejor dicho, la sociedad
mundial— necesita dar una respuesta normativa a varios temas de ma-
nera simultánea: los dilemas éticos que conlleva la aplicación de técnicas
reproductivas, las normas que rigen la adopción y el derecho de los hijos a
conocer su filiación (introducido en la Convención sobre los Derechos del
Niño), y los avances médicos que enfatizan las predisposiciones genéticas5.
Dado el significado cultural y político de la recuperación de la identidad
robada que la Argentina ha afrontado durante las últimas décadas y el sen-
tido de “verdad” de las pruebas genéticas, nuestro país puede llegar a ser un
caso testigo crucial para explorar la transformación de las interpretaciones
sociales del vínculo entre biología y cultura en relación con la familia.

Sobrevivientes en la conmemoración pública

Las luchas por los sentidos del pasado se actualizan en los rituales y las
conmemoraciones. ¿Quiénes protagonizan estos eventos? ¿Cuáles voces
se expresan? ¿Con qué mensaje o interpretación? Cada 24 de marzo se
conmemora la fecha del golpe militar de 1976. Es una fecha importante,
que evoca significados diferentes para diversos actores sociales y polí-
ticos. En ese contexto, la del 24 de marzo de 2004 fue una conmemo-
ración muy especial. Para nuestro argumento, cuentan dos elementos
centrales: el protagonismo de los y las sobrevivientes, con fuerte presen-
cia y legitimidad mediática, y el papel central ocupado por el entonces
presidente Néstor Kirchner, no tanto en su rol de primer mandatario,
lo cual hubiera sido toda una novedad dada la cuasi ausencia de la voz
presidencial en conmemoraciones anteriores, sino en su identidad de
militante y compañero de las luchas sociales de los años setenta. Veamos
algunos hitos de esa conmemoración.
5. Uno de los cortos publicitarios de Abuelas, “No le dejes a tu hijo la herencia de la duda”, hace alusión a
los antecedentes genéticos, desconocidos en las apropiaciones mantenidas en secreto.

1081

159
El flamante presidente Kirchner y el entonces jefe de gobierno de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, iban a firmar un
acuerdo relacionado con la ESMA, por el cual ese sitio infame, donde
estuvieron detenidas clandestinamente unas 5000 personas —en su in-
mensa mayoría, desaparecidas—, se convertiría en un lugar de memoria.
Durante los días anteriores, los y las sobrevivientes ocuparon el centro
de la atención: sus voces eran escuchadas permanentemente en radio y
en televisión, los diarios publicaban entrevistas y testimonios, y se los
podía ver guiando a figuras públicas (incluso al presidente y a Cristina
Fernández, por entonces senadora) a través de los pasillos y escaleras de
su calvario, detrás de las monumentales rejas, columnas y jardines de
la ESMA, ubicada en uno de los barrios más elegantes de Buenos Aires.
Aunque las voces de sobrevivientes habían sido escuchadas antes —
fueron testigos fundamentales durante el juicio a los excomandantes de
las Juntas Militares, en 1985, y sus testimonios aparecen en libros y en-
trevistas múltiples—, su posición en la escena pública no había sido fácil
hasta entonces. El hecho de que hubieran podido sobrevivir al horror
generaba en muchos un halo de sospecha. A menudo, rondaba la pre-
gunta acerca del por qué. Desde los primeros testimonios ofrecidos por
sobrevivientes (hacia fines de los años setenta, por lo general en el exilio
en Europa), se sabía que las autoridades navales de la ESMA habían or-
ganizado una “élite” de personas detenidas (que incluía a profesionales,
periodistas y líderes del grupo guerrillero Montoneros), conocida como
el “staff” y el “ministaff”, a la que asignaban tareas especiales según sus
habilidades políticas: redactar informes, traducir textos de idiomas ex-
tranjeros, preparar archivos de recortes de publicaciones6. Un mecanis-
mo cultural perverso atrapó entonces a parte de la sociedad argentina:
la sospecha de que había alguna racionalidad en la detención, la desapa-
rición y la supervivencia. El “por algo será”, que el sentido común aplica-
ba para intentar comprender las detenciones arbitrarias y clandestinas,
fue deslizándose hacia la sobrevivencia: debe haber alguna razón que
explique por qué sobrevivieron los que sobrevivieron. Esta sensación de
sospecha y desconfianza tiñó la recepción de las voces de sobrevivientes.

6. El sistema perverso de detención clandestina está descripto y analizado en Calveiro (1998).

1082

160
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

Sin duda, había un claro reconocimiento del sufrimiento vivido por


los sobrevivientes y la aceptación como “verdad” de las descripciones de
las condiciones de los campos de detención. Al mismo tiempo, se sos-
pechaba de las condiciones “privilegiadas” en los centros de detención,
pero esta sospecha apuntaba más a los silencios (¿colaboración?, ¿dela-
ción?, ¿traición?) que a lo que contaban esas voces. Sin embargo, como
muestra Calveiro (1998), imaginar que los detenidos tenían alguna posi-
bilidad de participar en la decisión de su destino es una ilusión: el poder
estaba en manos de los perpetradores, y nada de lo que hicieran o dije-
ran las víctimas podía afectar su suerte. El poder era total y arbitrario.
A pesar de esto, las imágenes de desconfianza, descreimiento, traición
y delación se repiten en los informes del período, llegando incluso a la
ficción, sobre todo la imagen recurrente de la militante que traiciona su
causa y se salva prestando servicios sexuales a los represores (Longoni,
2005).
El 24 de marzo de 2004 fue emblemático en este contexto. Los y las
sobrevivientes de la ESMA ocuparon el centro de la escena. Recorrían y
exploraban el lugar, marcando los itinerarios de la detención, los lugares
de tortura y confinamiento, tocaban paredes, registraban movimientos
corporales, sonidos y olores (cabe recordar que, en la mayoría de los ca-
sos, no habían visto nada durante su detención, ya que estaban encapu-
chados). Sus testimonios y relatos fueron el telón de fondo, un marco
extraordinario para la ceremonia pública de conmemoración.
El evento se desarrolló en varias etapas, con diferentes protagonis-
tas: las organizaciones de derechos humanos, especialmente Madres,
Familiares e H.I.J.O.S.; el presidente Kirchner y el jefe de gobierno
Ibarra firmando los papeles formales para la creación del sitio; la aper-
tura de los portones y la entrada de miles de personas a los edificios,
siguiendo las rutas de la represión y la tortura; por último, un escenario
donde se pronunciaron discursos y se realizaron actos de conmemora-
ción. Fijemos la atención en esta última etapa.
Los oradores fueron el jefe de gobierno de la ciudad, dos jóvenes na-
cidos en la ESMA (una que representaba a la organización H.I.J.O.S.; el
otro, un joven hijo de desaparecidos apropiado por represores que había
recuperado su identidad poco antes del acto) y el presidente Kirchner.

1083

161
También se leyó un poema de una detenida-desaparecida, escrito du-
rante su detención, y participaron varios cantantes populares.
Cada uno de los gestos y palabras de los oradores hacía referencia al
lugar donde se desarrollaba el acto: la ESMA. Todos los protagonistas re-
marcaron algún tipo de vínculo particular y personal con el lugar: el poe-
ma elegido pertenecía a una compañera de militancia política de Néstor
Kirchner que había pasado por la ESMA; Aníbal Ibarra hizo referencia a
un compañero de estudios que desapareció en la ESMA; los jóvenes se
refirieron a la experiencia personal de haber nacido en ese lugar7.
Algunas partes del discurso presidencial merecen ser mencionadas.
El discurso comienza: “Queridas Abuelas, Madres, H.I.J.O.S.: cuando re-
cién veía las manos, cuando cantaban el himno, veía los brazos de mis
compañeros, de la generación que creyó y que sigue creyendo en los que
quedamos, que este país se puede cambiar”.
Los destinatarios se reiteran: “Abuelas, Madres, hijos de detenidos
desaparecidos, compañeros y compañeras que no están, pero sé que es-
tán en cada mano que se levanta aquí y en tantos lugares de la Argentina”.
Y al final del discurso:

Por eso, hermanas y hermanos presentes, compañeras y compañe-


ros que están presentes por más que no estén aquí, Madres, Abuelas,
chicos: gracias por el ejemplo de lucha. Defendamos con fe, con ca-
pacidad de amar; que no nos llenen el espíritu de odio porque no
lo tenemos, pero tampoco queremos la impunidad. Queremos que
haya justicia, queremos que realmente haya una recuperación for-
tísima de la memoria y que en esta Argentina se vuelva a recordar,
recuperar y tomar como ejemplo a aquellos que son capaces de dar
todo por los valores que tienen y a una generación en la Argentina
que fue capaz de hacer eso, que ha dejado un ejemplo, que ha deja-
do un sendero, su vida, sus madres, que ha dejado sus abuelas y que
ha dejado sus hijos. Hoy están presentes en las manos de ustedes.
7. Los discursos de María Isabel Prigioni Greco y de Juan Cabandié Alfonsín, los dos jóvenes nacidos
en la ESMA de madres en cautiverio que luego fueron desaparecidas —la primera criada por sus pa-
rientes, el segundo secuestrado y criado bajo falsa identidad hasta dos meses antes del evento—, así
como el del presidente Néstor Kirchner, pueden verse en YouTube (también en https://web.archive.org/
web/20170630184012/http://www.archivoprisma.com.ar/registro/acto-en-la-esma-2004/).

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162
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

El discurso estaba dirigido a una audiencia específica: los familiares —


madres, abuelas, hijos e hijas— de desaparecidos. Como la frase final lo
indica, estos familiares tenían un rol asignado: testimoniar en nombre
de los y las ausentes. Además, el presidente Kirchner se identificó en su
discurso como miembro de su grupo político generacional y resaltó su
pertenencia a una generación de militantes que lucharon por una so-
ciedad mejor y por eso desaparecieron, con repetidas referencias a sus
compañeros y compañeras.
Llama la atención que en ningún momento se haya dirigido al conjunto
de la sociedad, a la ciudadanía en general, más allá del grupo de víctimas,
familiares y compañeros. Además, las referencias a su rol de presidente fue-
ron relativamente escasas y marcadas de manera explícita. Una, cuando
“ya no como compañero y hermano de tantos compañeros y hermanos que
compartimos aquel tiempo, sino como presidente de la nación argentina,
vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de
haber callado durante veinte años de democracia por tantas atrocidades”
(frase por la que fue duramente criticado por desconocer lo realizado en
gestiones anteriores, especialmente la del presidente Raúl Alfonsín, y por
la que tuvo que disculparse públicamente). La otra, remarcando su lugar
secundario en relación con la identidad de compañero (en una frase que des-
conoce la connotación de identidad política que posee esta palabra): “Yo no
vengo en nombre de ningún partido, vengo como compañero y también
como presidente de la nación argentina y de todos los argentinos”.
¿Qué significa todo esto? ¿Por qué prestar especial atención a este
acontecimiento y este discurso? Desde mi punto de vista, su importan-
cia radica en el énfasis en las relaciones particulares y la pertenencia a
un grupo específico, en este caso, los militantes y activistas políticos de
los años setenta que se identificaban con la izquierda peronista, aunque
los oradores no mencionaron en ningún momento la palabra “montone-
ros”. No olvidemos que hubo muchas otras víctimas de la represión polí-
tica del régimen militar —la izquierda revolucionaria, cuya aniquilación
fue perpetrada por el ejército— y que hubo represión en todo el país y no
solamente en la ESMA. Sin embargo, la ceremonia estuvo dominada por
este lenguaje particularístico, lo cual expresa una vez más la centralidad
del familismo y del testimonio personal.

1085

163
Una vez más, víctimas y familiares. ¿Y la ciudadanía?

¿Podía haber sido diferente? ¿Existe en la Argentina espacio para un en-


foque más universalizador de las violaciones a los derechos humanos
durante la dictadura? ¿Es posible pensar una perspectiva que contribu-
ya a la construcción de ciudadanía basada en un principio de igualdad?
¿Es la legitimidad de la voz personal testimonial un obstáculo para ese
proceso? Teóricamente no tiene por qué serlo. Pero la visibilidad y la le-
gitimidad de las voces ancladas en la pérdida familiar primero, y en la
vivencia física de la represión y la participación en la militancia política
de los años setenta después, parecen delinear un escenario político que
define las nociones de “afectado” y “ciudadano” como antagónicas, así
como da preeminencia a la primera.
¿De dónde sale el familismo? ¿Qué implica en términos políticos?
Como conjunto de valores y creencias, sus raíces pueden rastrearse en
la historia cultural y política del país. En la Argentina y en otros países
latinoamericanos, la Iglesia católica ha sido un actor cultural poderoso
desde la época colonial. Su punto de vista central concibe a la familia
“natural” como “célula básica” de la sociedad, y ancla su discurso en una
fuerte tradición cultural del “marianismo” (la primacía cultural de la
maternidad, encarnada en la figura de la Virgen María). Este conjunto
de creencias ha guiado las políticas y los programas del Estado argenti-
no respecto de la vida familiar y también de la relación entre familia y
esfera pública8. Por otro lado, durante la última parte del siglo XIX y la
primera mitad del XX, los inmigrantes europeos trajeron la expectativa
de progreso y movilidad ascendente —no en la forma de una idea indivi-
dualista del self made man, sino más bien en términos familiares interge-
neracionales—9. Los inmigrantes no eran individuos aislados en busca
de progreso: eran parte de una amplia red familiar y comunitaria regida

8. Para una historia del maternalismo en la vida política argentina, véase Nari (2004). El análisis com-
parativo de las políticas de familia y género durante las dictaduras de la Argentina, Chile y Brasil puede
verse en Htun (2003).
9. La expectativa era que los hijos alcanzaran niveles de educación más altos que sus padres y que, gra-
cias a eso, se actualizara un proceso de movilidad social intergeneracional ascendente. El emblema de
esta imagen es M’hijo el dotor, título de una popular obra de teatro de Florencio Sánchez de comienzos
del siglo XX.

1086

164
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

por vínculos de solidaridad, reciprocidad y responsabilidad mutua. El


mismo patrón persistió en las corrientes migratorias posteriores origi-
nadas en países latinoamericanos. En suma, la ética de la vida familiar
tiene fuertes antecedentes históricos.
En términos más amplios, el familismo implica una base personali-
zada y particularista para las solidaridades interpersonales y políticas.
¿Cómo se constituyen estas redes de solidaridad? ¿A quiénes se ofrece so-
lidaridad? ¿Qué tipos de relaciones conlleva? No se trata de una relación
abstracta y anónima; debe existir un lazo personal que ata a ambos a tra-
vés de vínculos jerárquicos y redes familiares patriarcales o, al extender el
familismo más allá de los vínculos de sangre hacia la vida pública y políti-
ca, vínculos verticales de patronazgo personalizado (patrón que se tornó
políticamente importante para el liderazgo carismático del peronismo).
En este contexto, la construcción de una cultura de ciudadanía uni-
versal no ha sido fácil ni totalmente exitosa. El contraste entre las ideas
relacionadas con la democracia y la justicia “formales”, por un lado, y
la justicia “social” basada en la distribución de beneficios por el otro ha
sido un rasgo permanente de la cultura política del país (Jelin y otros,
1996). Podría afirmarse que en la Argentina no se llegó a instaurar una
cultura basada en los principios institucionales impersonales de la ley y
los derechos. Lo que se había logrado establecer en este sentido —en el
campo de los derechos ligados al trabajo, por ejemplo— fue destruido
durante el período dictatorial, que implicó la erradicación de los dere-
chos de ciudadanía y el ejercicio absoluto y arbitrario del poder por parte
de los victimarios. Las víctimas no eran parte de la comunidad humana;
eran seres extraños para ser destruidos. Al quebrarse los vínculos de la
comunidad política, los únicos vínculos sobrevivientes fueron los pri-
mordiales del parentesco.
El proceso de transición y el restablecimiento de la autoridad estatal
legítima, especialmente en el escenario creado por el Juicio a las Juntas
Militares en 1985, restituyeron la subjetividad cívica y política de las víc-
timas. En algún sentido, fueron un acontecimiento performático de re-
instalación de la ciudadanía y el Estado de derecho. Fue, si se quiere, un
momento fundacional, que tendría consecuencias y desarrollos poste-
riores para la relación entre ciudadanía y ley (Jelin y otros, 1996).

1087

165
Sin embargo, los procesos históricos pocas veces son lineales. El jui-
cio a los miembros de las Juntas Militares fue seguido por una retracción
y una reversión en la acción estatal destinada a saldar cuentas con el
pasado violento. Dada la activación social referida al pasado, y la mag-
nitud y capacidad organizativa de la comunidad de “afectados directos”,
el espacio público fue ocupado una vez más por sus voces. Más recien-
temente, cuando el Estado podría haber recuperado el protagonismo, el
clima político y cultural era tal que las voces que se escuchaban (incluso
la del presidente) estaban encuadradas en la lógica de la familia y de los
sobrevivientes, y no en una interpretación amplia de la comunidad po-
lítica del país.
No se trata de dudar del dolor de las víctimas, ni de su derecho (y el
de la sociedad en su conjunto) a recuperar la información sobre lo ocu-
rrido durante el régimen represivo10. Tampoco queda duda sobre el rol
de liderazgo que las víctimas directas y sus familiares han tenido (en la
Argentina y en otros lugares) en la denuncia de la represión, ni de su lu-
gar central en las demandas de verdad y justicia. La cuestión que planteo
es otra, y en realidad es una cuestión doble. Por un lado, ¿quiénes consti-
tuyen ese “nosotros” con legitimidad para recordar? ¿Un “nosotros” que
marca la frontera entre quienes pertenecen a la comunidad del hablante
y los “otros”, que escuchan u observan, pero que están claramente ex-
cluidos? ¿O un nosotros incluyente, que invita al interlocutor a ser parte
de la misma comunidad? Voy a sugerir que hay dos formas de memoria,
que corresponden a estas dos nociones de “nosotros” o de comunidad:
una inclusiva, la otra excluyente. Las tensiones entre ambas, y los mal-
entendidos y ambigüedades que conllevan, están siempre presentes y
pueden tornarse cultural y políticamente significativas en ciertas co-
yunturas críticas. En consecuencia, la cuestión acerca del clima cultural
en la Argentina contemporánea es si el “nosotros” que puede recordar el
pasado reciente está reservado a quienes “vivieron” los acontecimientos,

10. En el escenario político de comienzos de 2017 —cuando doy los toques finales a este libro—, se es-
cuchan voces que cuestionan y ponen en duda los alcances de la represión dictatorial. Se trata de mani-
festaciones relativizadoras o más abiertamente negacionistas, que no respetan la evidencia histórica y
la construcción institucional desarrolladas desde la transición. Aunque son voces de una muy pequeña
minoría y no afectan el consenso social sobre la existencia de la represión dictatorial, los actores del mo-
vimiento de derechos las viven como una amenaza.

1088

166
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?

o si puede ampliarse para poner en funcionamiento mecanismos de in-


corporación legítima de otros y otras.
Cabe aquí otra pregunta: ¿hasta qué punto pueden la memoria y la
justicia en relación con el pasado ampliar el horizonte de experiencias
y expectativas? ¿O está restringido a los eventos específicos a recordar?
En un texto sobre las prácticas de memoria en Alemania, Koonz (1994)
pide que el legado de los campos de concentración y exterminio sirva
“como alerta contra todas las formas del terror político y del odio ra-
cial”. Sin negar la singularidad de la experiencia, el desafío consiste en
transformarla en demandas más generalizadas. A partir de la analogía
y la generalización, el recuerdo se convierte en ejemplo que conlleva la
posibilidad de aprender algo de él, y el pasado se vuelve guía para la ac-
ción en el presente y el futuro (Todorov, 1998). Esto implica, por un lado,
sobreponerse al dolor causado por el recuerdo y marginalizarlo para que
no invada todos los espacios de la vida; por el otro —y aquí salimos del
ámbito personal y privado para pasar a la esfera pública—, aprender de
él, sacar lecciones para que el pasado se convierta en principio guía de
acción para el presente y el futuro. En este aspecto, la mayor responsa-
bilidad recae en los estados democráticos. Y en este punto, la memoria
entra a jugar en otro contexto, el de la justicia y las instituciones, porque
cuando se introduce la posibilidad de la generalización y la universaliza-
ción, la memoria y la justicia convergen y se oponen al olvido intencional
(Yerushalmi, 1989).
La cuestión de la autoridad de la memoria y la verdad puede llegar a
tener una dimensión aun más inquietante. Existe el peligro (especular
en relación con el biologismo racista) de anclar la legitimidad de quie-
nes expresan la verdad en una visión esencializadora de la biología y del
cuerpo. El sufrimiento personal (sobre todo cuando se lo vivió en carne
propia o a partir de vínculos de parentesco sanguíneo/genético) puede
llegar a convertirse, para muchos, en el determinante básico de la legi-
timidad y la verdad. Reiterando lo dicho en el Capítulo 3: si la legitimi-
dad social para expresar la memoria es socialmente asignada a quienes
tuvieron una experiencia personal de sufrimiento físico, esta autoridad
simbólica puede fácilmente deslizarse (consciente o inconscientemen-
te) a un reclamo monopólico del sentido y el contenido de la memoria y

1089

167
la verdad. El “nosotros” reconocido es, entonces, excluyente e intransfe-
rible. Llevado al extremo, este poder puede obstruir los mecanismos de
ampliación del compromiso social con la memoria, al no dejar lugar para
la reinterpretación y la resignificación —en sus propios términos— del
sentido de las experiencias transmitidas. El desafío histórico, entonces,
reside en el proceso de construcción de un compromiso cívico con el pa-
sado que sea más democrático y más inclusivo.

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Lvo aquelina Bisquer
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La cambiante memoria
de la dictadura
Discursos públicos, movimientos sociales
y legitimidad democrática

170
Lvovich, Daniel
La cambiante memoria de la dictadura: discursos públicos, movimientos
sociales y legitimidad democrática / Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert. -
1a ed. - Los Polvorines: Univ. Nacional de General Sarmiento; Buenos
Aires: Biblioteca Nacional, 2008.
112 p.; 20 x 14 cm. - (Colección “25 años, 25 libros”; 7)
ISBN 978-987-630-031-5
1. Dictadura. 2. Movimientos Sociales. 3. Democracia. I. Bisquert,
Jaquelina II. Título
CDD 323

Colección “25 años, 25 libros”


Dirección de la colección: Horacio González y Eduardo Rinesi
Coordinación general: Gabriel Vommaro

Comité editorial: Pablo Bonaldi, Osvaldo Iazzetta, María Pia López, María
Cecilia Pereira, Germán Pérez, Aída Quintar, Gustavo Seijo y Daniela Soldano

Diseño editorial y tapas: Alejandro Truant


Diagramación: José Ricciardi
Ilustración de tapa: Juan Bobillo

© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2008


Gutiérrez 1150, Los Polvorines. Tel.: (5411) 4469-7507
www.ungs.edu.ar
© Biblioteca Nacional, 2008
Agüero 2502, Ciudad de Buenos Aires. Tel.: (5411) 4808-6000
biblioteca_nacional@bibnal.edu.ar

ISBN 978-987-630-031-5

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión


o digital en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en
cualquier otro idioma, sin autorización expresa de los editores.

Impreso en Argentina - Printed in Argentina


Hecho el depósito que marca la ley 11.723

171
| 27

La transición democrática y la teoría de


los dos demonios (1983-1986)

Tras la derrota de Malvinas el régimen militar ingresó en un


proceso de crisis y descomposición. El orden autoritario, como
afirmó Hugo Quiroga, se derrumbó más como resultado de su
propia ineptitud política que como el producto del acoso sufrido
por las movilizaciones sociales. Con el general Reynaldo Bignone
en la presidencia, se comenzaron a tomar medidas tendientes a
establecer los mecanismos para la transición a la democracia. Sin
embargo, buena parte de la dirigencia política se mostraba tan
preocupada como las propias fuerzas armadas por la desunión
castrense. Por eso, la franja moderada de la dirigencia propuso
transitar una etapa de entendimiento con los militares. El 23 de
junio de 1982 la Multipartidaria publicó un documento titulado
Programa para la Reconstrucción Nacional, en el que se reclama-
ba el establecimiento de un cronograma político, se señalaba el
agotamiento del Proceso de Reorganización Nacional y se recha-
zaba la política económica neoliberal. El tema que permaneció
silenciado fue el de los derechos humanos, contrastando con una
movilización social al respecto que se incrementaba notablemente.
Acordado el cronograma electoral, los militares empezaron a
preocuparse por su situación ante el inminente traspaso del po-
der. Así, en abril de 1983 se transmitió por televisión el Informe
Final de la Junta Militar sobre la guerra contra la subversión. En
éste se mantuvo la imagen de un enfrentamiento bélico a nivel
interior, no convencional, que había obligado a la instrumenta-
ción de nuevos procedimientos de lucha que derivaron en errores
o excesos de la represión que “pudieron traspasar, a veces, los
límites del respeto a los derechos humanos fundamentales y que
quedan sujetos al juicio de Dios, en cada conciencia, y a la com-
prensión de los hombres”. El informe negaba la existencia de
centros clandestinos de detención y declaraba muertos a los des-
aparecidos que no estuvieran en la clandestinidad o exiliados.

172
28 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

En las conclusiones de dicho documento se sostenía que las ac-


ciones llevadas a cabo por las fuerzas armadas en pos de defender
a la nación, “constituyen actos de servicio” y que “únicamente el
juicio histórico podrá determinar con exactitud a quién corres-
ponde la responsabilidad directa de métodos injustos o muertes
inocentes” (La Nación, 29-4-83).
Posteriormente, en septiembre de 1983, a poco de las eleccio-
nes, los militares decretaron su autoamnistía a través de la Ley de
Pacificación Nacional. Según esta ley, todas las acciones subversi-
vas y antisubversivas que se desarrollaron en el país entre el 25 de
mayo de 1973 y el 17 de junio de 1982 no podrían ser juzgadas.
De tal manera, el agónico régimen intentó levantar un manto de
impunidad a fin de impedir que se juzgara a los responsables de
las sistemáticas violaciones a los derechos humanos.
Estas medidas impulsaron actos de repudio organizados por
el movimiento de derechos humanos que congregaron a una gran
cantidad de adherentes. Si en abril de 1982 unas 3.000 perso-
nas se habían reunido en la Plaza de Mayo convocados por las
Madres de Plaza de Mayo, en octubre y diciembre del mismo
año la Marcha por la Vida y la Marcha de la Resistencia, respecti-
vamente, congregaron a más de 10.000 personas cada una. En
abril de 1983, la marcha en repudio al Informe Final elaborado
por el régimen militar reunió a 50.000 manifestantes. Tan alta
participación era impensable no mucho tiempo antes, no sólo
debido a las políticas represivas de la dictadura militar sino al
relativo aislamiento de los organismos de derechos humanos res-
pecto a las principales corrientes de la opinión pública. Aunque
estas movilizaciones estuvieron lejos de acorralar al régimen y
forzarlo a hacer concesiones, posibilitaron que las voces del mo-
vimiento por los derechos humanos llegaran al gran público y
contribuyeran a moldear las ideas sobre la represión y sus secue-
las, que, tal como sostiene Marcos Novaro, evolucionaron desde
las tesituras favorables al olvido y la reconciliación, predomi-
nantes hasta la guerra, hacia las que reclamaban investigación y
verdad, y con el tiempo también justicia y castigo. La evolución
de estas demandas se observa en las consignas de las Madres de

173
La cambiante memoria de la dictadura | 29

Plaza de Mayo y otras organizaciones, que en 1978 coreaban


“Con vida los llevaron, con vida los queremos”, desde 1980 exi-
gían “Aparición con vida”, y a partir de 1982 solicitaban “Juicio y
castigo a todos los culpables”.
Las voces de estas organizaciones llegaron a un público absorto
frente a un show del horror que comenzó a articularse a partir de la
derrota de Malvinas y el derrumbe del poderío militar. Ello im-
plicó un morboso aprovechamiento mediático de las pruebas que
iban apareciendo (por ejemplo, las excavaciones en cementerios
donde se encontraron cadáveres sin ningún tipo de identifica-
ción) y de los testimonios de víctimas y de torturadores. Este
boom de imágenes y de relatos pudo haber producido una rápida
saturación en la opinión pública. Sin embargo, predominó la in-
dignación y el repudio generalizado, independientemente de las
diferentes visiones que coexistían acerca del terrorismo de Estado.
La centralidad que adquirió la cuestión de la violación de los
derechos humanos por parte del Estado terrorista en el debate
público resultó innegable y abrumadora, y el candidato de la
Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, vicepresidente de la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos, la asumió como bandera
de su campaña electoral a través del slogan “Somos la Vida”.
Inés González Bombal ha sostenido que, en la ocasión, un nue-
vo imperativo categórico ordenó la cultura y la política: el de
conseguir que “nunca más” reinara un poder sin ley. En esta pers-
pectiva, en las elecciones de octubre de 1983 no se votaron
contenidos o plataformas electorales precisas, sino que, ante todo,
la sociedad argentina “eligió reinstaurar un pacto vinculante funda-
do en el derecho”.
Con la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de la República,
se aprobaron una serie de medidas tendientes a responder a la
fuerte demanda social de que se juzgara y castigara a los culpables
de la violación a los derechos humanos: la derogación de la Ley de
Pacificación Nacional dictada unos meses antes por la junta mili-
tar, el procesamiento de los miembros de las tres primeras juntas
militares que ejercieron el poder entre 1976 y 1982 y también de
las cúpulas guerrilleras, y la creación de la Comisión Nacional

174
30 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

sobre la Desaparición de Personas (Conadep), integrada por diez


figuras de importantes trayectorias en distintos ámbitos, nom-
bradas por el Poder Ejecutivo, y tres representantes designados
por la Cámara de Diputados.
Aunque el electo presidente se hizo eco de las demandas de
justicia sostenidas por el movimiento de derechos humanos, la
estrategia de Alfonsín no era absolutamente coincidente con las
reivindicaciones de esas organizaciones. Si bien el presidente asu-
mió como necesario el juzgamiento de los crímenes cometidos
para consolidar al sistema democrático reconstituido, también
consideró prioritario limitar el alcance de los mismos en pos de
mantener una relación armónica con el sector militar. En este
sentido, la estrategia desarrollada por Alfonsín se centró, en pri-
mer lugar, en determinar quiénes serían juzgados. Para ello recurrió
al principio de obediencia debida, basado en el artículo 514 del
Código de Justicia Militar, según el cual era necesario operar dis-
tinciones entre los que dieron las órdenes, los que las ejecutaron y
los que cometieron excesos, ya que la responsabilidad absoluta
por las órdenes dadas, en caso de que se incurriera en algún deli-
to, recaía sobre los superiores. Los subordinados, en última
instancia, podían ser acusados en caso de haberse excedido en la
ejecución de dichas órdenes.
En segundo lugar, la estrategia gubernamental se orientó a
que las Fuerzas Armadas se autodepuraran. Para ello se reformó el
Código de Justicia Militar, determinando que los delitos perpe-
trados por las fuerzas armadas con anterioridad a la sanción de la
ley quedaran sujetos a la jurisdicción castrense, aunque las cáma-
ras federales en lo civil podían apelar la sentencia o hacerse cargo
de las causas si el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas no se
expedía al respecto en un plazo de tiempo determinado. Esto
último fue lo que sucedió: tras la avocación de la Cámara Federal
se llevó a cabo un juicio oral y público en el ámbito de la justicia
civil pero restringido a los miembros de las tres primeras juntas
militares que gobernaron el país entre 1976 y 1982: los generales
Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola y Leopoldo Fortunato
Galtieri, los almirantes Emilio Eduardo Massera, Armando

175
La cambiante memoria de la dictadura | 31

Lambruschini y Jorge Isaac Anaya, y los brigadieres Orlando Ramón


Agosti, Omar Graffigna y Basilio Lami Dozo.
Frente a la estrategia gubernamental, los organismos de dere-
chos humanos asumieron distintas posiciones. En principio, el
movimiento en su conjunto condenó la autodepuración militar,
ya que se descreía de la posibilidad de que el Consejo Superior de
las Fuerzas Armadas condenara a los militares involucrados en
violaciones a los derechos humanos, y se exigió la creación de una
comisión bicameral de investigación. El argumento con el que se
defendió la conveniencia de la creación de una comisión bicameral,
en lugar de una integrada por personalidades relevantes, pero
carentes de poder político, era que, dada la autoridad de la que
estarían investidos sus miembros, en tanto legisladores, podrían
acceder a información existente en manos de los militares.
Posteriormente, la creación de la Conadep, en el marco del
juzgamiento militar y no civil a los principales responsables del
terrorismo estatal, concitó diversas reacciones por parte de los or-
ganismos de derechos humanos. Los miembros de la APDH y del
MEDH convocados a formar parte de la comisión aceptaron la
invitación gubernamental. Adolfo Pérez Esquivel, fundador del
SERPAJ y Premio Nobel de la Paz en 1980, rechazó la invitación
de Alfonsín para asumir como presidente de la comisión, ya que
no aceptaba que el juicio fuera llevado adelante por los tribunales
militares ni que los juicios se limitaran a las cúpulas militares. Sin
embargo, el SERPAJ colaboró con la Conadep mediante la entre-
ga de documentación. Las Madres de Plaza de Mayo rechazaron
tajantemente la creación de la comisión y no colaboraron con
ella. Hebe de Bonafini sostuvo años después:

Nosotras no entregamos nuestro material, ni fuimos a la Conadep, y en


nuestro documento dijimos: no le vamos a firmar un cheque en blanco a
Alfonsín porque no sabemos qué va a hacer con las 50.000 páginas que
tiene, porque tampoco sabemos qué hizo con todo lo que había en los
tribunales, de todos los años pasados, y porque sí sabemos que confirmó a
los jueces cómplices del proceso anterior para que sigan haciendo lo mismo

176
32 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

ahora. [...] Por eso no aceptamos a la Conadep ni fuimos a la marcha.


Fuimos las únicas que no fuimos a la marcha de la Conadep (Conferencia
citada en Puentes Nº 2, dic./2000).

En efecto, las Madres de Plaza de Mayo fueron el único orga-


nismo de derechos humanos que no concurrió a la marcha
organizada para acompañar la entrega del informe realizado por
la Conadep al presidente Alfonsín el 20 de septiembre de 1984.
Su presidenta, Hebe de Bonafini, sostuvo que la organización no
participaría “en ningún acto o marcha de apoyo a la entrega del
informe de la Conadep sin conocimiento previo del contenido
total del mismo” (Clarín, 10-9-84).
Luego de realizarse la marcha, Hebe de Bonafini declaró que la
ausencia de las Madres se debió a su desacuerdo ante la supresión
de la lista de nombres de militares involucrados en violaciones a
los derechos humanos que inicialmente figuraba al final del infor-
me (La Nación, 21-9-84). Dicha suprensión generó el rechazo de
todos los organismos de derechos humanos. Según uno de los
principales diarios nacionales:

Una de las ausencias más notorias registradas en la marcha de anteano-


che fue la de las Madres de Plaza de Mayo que no adhirieron a las
manifestaciones que acompañaron la entrega del Informe Sábato –según ya
lo habían señalado previamente, porque el acto fue convocado por la UCR y
por entender que la investigación debe efectuarla una comisión bicameral–,
si bien realizaron su habitual ronda de los jueves frente a la Casa de Gobier-
no. Las Madres improvisaron una marcha hacia el Congreso, mucho antes
que las primeras columnas de los intervinientes en la concentración llegaran
a la Plaza de Mayo, desplegando un cartel con la leyenda “Juicio y castigo a
los culpables” (La Nación, 22-9-84).

Elizabeth Jelin ha subrayado que la posición que cada uno de


los organismos de derechos humanos tomó respecto de la moda-
lidad de investigación no se correspondía inmediatamente con la
sostenida respecto de los caminos elegidos para hacer justicia. Por
ello, pese a que miembros de la APDH y el MEDH formaron

177
La cambiante memoria de la dictadura | 33

parte de la Conadep, y que a título personal casi todos los indivi-


duos que conformaban los organismos de derechos humanos
colaboraron de uno u otro modo con las actividades de esta comi-
sión, a lo largo el año 1984 el movimiento siguió manifestándose
contrario a que los juicios a las cúpulas del régimen dictatorial se
desarrollaran en tribunales militares. “Es decir, la posición res-
pecto del problema de la ‘Verdad’ era una cosa distinta de lo que
se sostenía respecto del problema de la ‘Justicia’”. En este marco,
como ocurriría poco tiempo más tarde, si el inicio del juicio civil
a las cúpulas militares concitó el apoyo de todos los organismos
de derechos humanos, posteriormente las sentencias generaron el
rechazo de los mismos.
Las Madres de Plaza de Mayo comenzaron ya en esta etapa a
desarrollar un discurso frontalmente opositor, no sólo frente a la
Conadep, sino frente al gobierno. En relación con estos temas, y
también con las exhumaciones de NN, se establecieron disiden-
cias internas que culminaron en una fractura de la organización
Así, en 1986 se produce su división y surgen las Madres de Plaza
de Mayo Línea Fundadora. Éstas mantuvieron, al igual que el
grueso de los organismos de derechos humanos, un discurso más
moderado frente al gobierno.
En este contexto, signado por el show del horror, el peso pú-
blico adquirido por el movimiento de derechos humanos y la
relevancia de los juicios a las juntas militares, es que debemos
formular nuestros interrogantes a fin de vislumbrar la constitu-
ción de nuevas lecturas sobre el pasado: ¿qué imágenes de la
dictadura prevalecieron y cuáles se resignificaron? ¿Sobre qué tó-
picos se construyeron nuevos sentidos para ese pasado reciente?
¿Quiénes fueron sus portavoces?
Como ya señalamos, durante el Proceso de Reorganización
Nacional los organismos de derechos humanos fueron mayori-
tariamente ignorados por la opinión pública, cuando no atacados
y desprestigiados por el gobierno militar. Cuando el régimen dic-
tatorial intentó orquestar una salida del poder sin que fueran
juzgadas sus responsabilidades, pero, sobre todo, durante el co-
mienzo de la transición democrática, la imagen de éstos había

178
34 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

cambiado diametralmente, en la medida en que se habían torna-


do visibles para una sociedad que ahora reconocía la legitimidad
de sus reclamos. Comenzaron entonces a ser reivindicados por
una parte significativa de la sociedad, que reconoció su lucha con-
tra un régimen que no había desarrollado una guerra interior,
sino que había implementado una brutal represión basada en el
secuestro, la tortura y la desaparición de personas. Madres de
Plaza de Mayo fue el organismo de derechos humanos que mayor
representatividad alcanzó, y sus pañuelos blancos se convirtieron
en un símbolo de la lucha que llevaron adelante. Pero esta reivin-
dicación de las Madres de Plaza de Mayo como actores legítimos
de lucha contra la dictadura operó simultáneamente como un
justificativo para la anterior pasividad de la sociedad: luchar con-
tra el sistema represor no fue una opción moral sino la acción
desesperada de aquellos “directamente” afectados por aquél.
En este marco se opera, a nivel social, la modificación de mu-
chas de las definiciones que anteriormente habían sustentado al
poder militar: los desaparecidos ya no son aquellos delincuentes
subversivos que pretendían tomar violentamente el poder para
modificar completamente el estilo de vida nacional, sino que apa-
recen, en su gran mayoría, como víctimas inocentes ya no de una
guerra interior, sino de los crímenes perpetrados por un Estado
terrorista. Esta relectura implicó un desplazamiento de los perío-
dos que resultaban centrales para cada argumentación, ya que
mientras el discurso de la “guerra contra la subversión” se concen-
traba en las acciones de violencia guerrillera desplegadas antes del
24 de marzo de 1976, en el modo de interpretación de los prime-
ros años de la renacida democracia la violencia de las organizaciones
armadas revolucionarias no resultó demasiado tematizada.
El profundo cambio en las representaciones del pasado cerca-
no está presente en el prólogo del informe Nunca Más, elaborado
por la Conadep, y se popularizó como la teoría de los dos demo-
nios.. Según ésta, Argentina estuvo sumida en un marco de
violencia política producto de los extremos ideológicos en los años
previos al golpe de Estado de 1976. Esa violencia es repudiada
aunque no historizada en el prólogo, en el que se enfatiza el cariz

179
La cambiante memoria de la dictadura | 35

que asumió la respuesta estatal tras el golpe: al demonio de la


violencia revolucionaria se opuso una aun más condenable violen-
cia estatal. La mayor parte de la sociedad argentina, según esta
perspectiva, aparece como ajena a este enfrentamiento y como
víctima inocente de sus consecuencias. En el prólogo del Informe
de la Conadep se condena abiertamente la violencia terrorista in-
dependientemente de su origen ideológico, y se asume como
propia una perspectiva basada en la dicotomía entre democracia y
dictadura, que silencia, entre otras cosas, las responsabilidades
civiles y militares en la represión desatada bajo el gobierno de
María Estela Martínez de Perón.
Durante el juicio, realizado en 1985, el alegato de la fiscalía se
centró en el pedido de justicia para que se condenara a los respon-
sables del terrorismo de Estado pero también para que se condenara
la violencia política de cualquier signo. En su alegato final, el
fiscal Julio Cesar Strassera sostuvo:

Me acompañan en el reclamo [de justicia] más de nueve mil desapare-


cidos [...] Empero ellos serán mucho más generosos que sus verdugos pues
no exigirán tan sólo el castigo de los delitos cometidos en su perjuicio.
Abogarán, en cambio, para que ese ineludible acto de justicia sirva también
para condenar el uso de la violencia como instrumento político, venga ella
de donde viniere; para desterrar la idea de que existen “muertes buenas” y
“muertes malas” según sea bueno o malo el que las cause o el que las sufra.

Esta significación del pasado implicaba la negación de la gue-


rra interna como parámetro explicativo del pasado: no hubo una
guerra ni tampoco excesos, sino un plan sistemático de desaparición
y muerte orquestado desde los altos mandos que dirigían el Estado.
Es conveniente citar en extenso la argumentación del fiscal Strassera,
ya que, formulada desde la legitimidad que le brindaba su cargo, no
tardaría en convertirse en parte del sentido común democrático:

Particularmente deleznable resulta el argumento de la “guerra sucia”,


esgrimido hasta el cansancio como causa de justificación. […] En primer
lugar, creo necesario dejar claramente establecido que aquí no hubo tal

180
36 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

guerra. Tengo muy buenas razones en abono de esta afirmación, y daré sólo
unas pocas. Ninguno de los documentos liminares del Proceso habla de
guerra, y ello resulta por demás significativo [...] recién en 1981, en mo-
mentos en que la represión había disminuido cuantitativamente, el gobierno
argentino comenzó a hablar en los foros internacionales de que había habi-
do una “guerra no declarada”. [...] Pero además, ¿qué clase de guerra es ésta
en la que no aparecen documentadas las distintas operaciones? [...] ¿qué
clase de guerra es ésta en donde los enfrentamientos resultan simulados, y
en la que en todos los combates las bajas sólo hallaron en su camino a los
enemigos de las fuerzas legales, que no tuvieron una sola baja? [...] Las
únicas muertes que pueden contabilizarse en las fuerzas del orden en su
gran mayoría fueron consecuencia de los atentados criminales [...] y en los
intentos de copamiento de unidades [...]. Pero estos últimos fueron comba-
tes leales. ¿Se puede considerar acción de guerra el secuestro en horas de la
madrugada, por bandas anónimas, de ciudadanos inermes?
Y aun suponiendo que algunos o gran parte de los así capturados fue-
sen reales enemigos, ¿es una acción de guerra torturarlos y matarlos cuando
no podían oponer resistencia? No, señores jueces, ésos no fueron episodios
no queridos pero inevitables. Fueron actos criminales comunes, que nada
tienen que ver con la guerra (Alegato de Julio César Strassera, reproducido
en Puentes Nº 3, mar./01).

La teoría de los dos demonios contribuía a la necesidad de dotar


de estabilidad a la democracia en tanto sistema basado en la plurali-
dad de opiniones, y en la resolución de los conflictos en un marco de
legalidad basado en el disenso y el consenso. La violencia política y
el terrorismo de Estado no tendrían cabida en este nuevo período
en el que la democracia, respetuosa de los derechos elementales de
todos sus ciudadanos, permitiría la civilizada coexistencia de dis-
tintas posturas ideológicas. La idea de revolución quedaba así
neutralizada en sí misma en la medida en que perdía su razón de
ser: no habría necesidad alguna de que jóvenes idealistas se rebela-
ran en contra de un sistema fundado en principios republicanos y
democráticos, y en la legalidad y la defensa de los derechos huma-
nos. Por su parte, el terrorismo de Estado, que se tornó visible en
toda su magnitud y crueldad en las dos instancias mencionadas (el

181
La cambiante memoria de la dictadura | 37

juicio y el informe de la Conadep), fue condenado moralmente


primero y a nivel judicial después.
Hugo Vezzetti ha señalado que la intervención fundadora del
Nunca Más se realizó en nombre de los valores y el programa de la
refundación democrática, y que, aunque ése no haya sido el obje-
tivo central de la tarea de la comisión, denunció la violencia política
de las organizaciones guerrilleras. En esa intervención se reunían
dos operaciones sobre el pasado. “En primer lugar, a partir de un
imperativo de verdad, se hacía público el destino de los desapare-
cidos y se revelaba en el accionar de la dictadura al funcionamiento
sistemático de un aparato de exterminio. Simultáneamente, se
impulsaba el rechazo a toda forma de violencia armada como
metodología política aceptable en la resolución de conflictos en la
sociedad. En ese sentido, ese descenso a los infiernos que buscaba
el saber en el horror, y se preguntaba, sobre todo, qué había pasado,
se legitimaba en una toma de posición y un juicio moral que
colocaba, en el horizonte por lo menos, un ideal de pacificación
de la lucha política”.
Nunca Más debería suceder algo semejante en el país, Nunca
Más se permitiría porque ahora la sociedad toda sí sabía de lo que
se trataba. Y en este punto radica otra de las imágenes que propi-
ciaba la teoría de los dos demonios: la de la sociedad inocente,
víctima de los enfrentamientos entre ambos extremismos, y una
sociedad engañada por el poder militar del que esperaban sólo la
pacificación nacional pero jamás la implementación de un plan
sistemático de desaparición de personas. De haberlo sabido jamás
lo hubieran permitido o avalado. En su alegato, el fiscal Julio
César Strassera sostenía al respecto:

Los acusados pretenden convertir a la sociedad argentina de víctima en


cómplice. Como acabamos de demostrar, el Gobierno anterior no ordenó la
represión ilegal y la sociedad nunca pudo aprobar lo realizado porque nun-
ca se le explicó lo que se hizo. La sociedad argentina siempre fue engañada.
Hasta el día de hoy la intentan engañar negando los hechos que ocurrieron.
Si la sociedad no sabía, mal pudo otorgar la aprobación a lo realizado.

182
38 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

En el prólogo del Nunca Más también se presentaba la ima-


gen de una sociedad inocente, aunque reconociendo que la
sociedad argentina tenía un conocimiento parcial de las políti-
cas represivas de la dictadura, y justificando la actitud de pasi-
vidad de ésta como consecuencia del miedo. “En cuanto a la
sociedad” se afirma allí, “iba arraigándose la idea de la despro-
tección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que
fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderán-
dose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia
consciente o inconsciente a justificar el horror: Por algo será, se
murmuraba en voz baja, como queriendo así propiciar a los te-
rribles e inescrutables dioses, mirando como apestados a los hijos
o padres del desaparecido”.
Emilio Crenzel sostiene que el Nunca Más establece un “noso-
tros” homogéneo, compuesto de víctimas inocentes, diferente de
“los otros”, los perpetradores de los crímenes: “Las referencias rei-
teradas a la sociedad aluden y refieren a un colectivo no dife-
renciado, situado más allá de sus divisiones y parcialidades, como
si el Estado terrorista no hubiera contado con cierto consenso
social favorable y a la vez no se hubiese ensañado con identidades
sociales o políticas particulares, sino contra los intereses del con-
junto de la sociedad civil. El texto propone una imagen de la
sociedad argentina como conjunto, como víctima paralizada que,
si justificaba lo que acontecía, era a causa de los efectos del te-
rror”. Esta apreciación resulta relevante porque nos permite
acercarnos a uno de los “olvidos” que instaló la teoría de los dos
demonios y, simultáneamente, a otra de las representaciones que
conformó. En la medida en que se concibe a la sociedad toda
como la víctima inocente del terror estatal, se desconocen las com-
plicidades y modos de consenso que diversos sectores prestaron a
la “guerra antisubversiva”. En el mismo sentido, cualquiera de los
miembros de esta sociedad podía convertirse en el blanco de la
represión. Así, se despolitizó a las víctimas quitándoles toda refe-
rencia ideológica o partidaria. Los testimonios vertidos en el Nunca
Más se centran en las características y en las modalidades de la
represión y no hacen referencia a la identidad política o militante

183
La cambiante memoria de la dictadura | 39

de las víctimas y de los desaparecidos. El propio Emilio Crenzel


afirma en tal sentido que “las desapariciones quedaron despoja-
das, bajo esta perspectiva, de motivos o intereses materiales y
políticos que fundaron su desencadenamiento, diluyéndose la tra-
ma social y política que involucró el exterminio”.
La misma despolitización de los testigos se operó en el juicio
a las juntas, ya que se privilegió la construcción de pruebas jurí-
dicas, a partir de los testimonios, privilegiando, por ende, sólo
los datos que pudieran servir para probar los crímenes. Pese a
que los abogados defensores acosaron a los testigos para que se
expidieran sobre sus filiaciones políticas pasadas de modo de
justificar los padecimientos que les fueron inflingidos como una
consecuencia de aquellas, el tribunal descartó por irrelevante
toda apreciación subjetiva realizada por los testimoniantes, al
igual que cualquier referencia respecto a sus ideas o militancia.
Como explica Claudia Feld con relación al primero de esos as-
pectos, “el testimonio es uno de los actos más personales que se
puedan realizar [...] Sin embargo, en un juicio estos testimo-
nios suelen despersonalizarse: su función es construir la evidencia,
y el modo en que esos relatos dan cuenta, ya no de hechos, sino
de la propia subjetividad del testigo, queda fuera del relato ju-
dicial. Todo aquello que sirva para probar los crímenes será tomado
en consideración; el resto –las emociones, las interpretaciones, la
pertenencia de los testigos a cualquier tipo de identidad colecti-
va– será descartado”.
Sin embargo, a partir de 1986, el discurso de las Madres de
Plaza de Mayo, a la par que continuó radicalizándose en su po-
sición frente al gobierno y aun frente al resto de los organismos
de derechos humanos, comenzó a sostener públicamente la iden-
tidad política de los desaparecidos: militante, revolucionaria y
popular. En realidad, aunque las Madres de Plaza de Mayo ha-
bían reivindicado la lucha de sus hijos con anterioridad a 1986,
aquel año sería el momento en que –como ha señalado Federico
Lorenz– comenzó un incipiente pero progresivo distanciamien-
to de esa asociación respecto del resto del movimiento por los
derechos humanos.

184
40 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

Hasta aquí reseñamos las características definitorias de la lla-


mada teoría de los dos demonios, en torno a la cual se construyó
la memoria social de la represión. Obviamente, ésta no fue la
única memoria existente en aquel período, pero sí la que se torna
hegemónica, y se reproduce a través de distintos medios. Algunos
de los más relevantes son las películas La Historia Oficial (1985) y
La Noche de los Lápices (1986). En éstas prevalecen algunas de las
representaciones que señalamos previamente. Por ejemplo, en La
Historia Oficial se pone de manifiesto la existencia de una socie-
dad inocente e ignorante de lo que pasaba a su alrededor o que
elegía no saber por miedo. Ni siquiera la esposa de un empresario
vinculado a los militares sabía, en la narración del film, lo que
sucedía, y cuando finalmente lo descubre se horroriza tanto como
cualquier argentino de buena conciencia. La Noche de los Lápices,
por su parte, nos narra la historia de un grupo de estudiantes
secundarios de la ciudad de La Plata que se convirtió en víctima
de la represión. No se trataba de guerrilleros sino de jóvenes
idealistas que simplemente habían decidido reclamar por el bole-
to estudiantil. De esta manera, la película avala la idea de que el
terror estatal se podía abalanzar sobre cualquier inocente. (Sobre
la relación entre cine y política en este período, ver el trabajo de
Gustavo Aprea en esta misma colección).
La teoría de los dos demonios también condicionó las inter-
pretaciones sociales sobre la guerra de Malvinas, ya que extendió
la victimización a los ex combatientes. Los soldados conscriptos
fueron visualizados como víctimas de los oficiales y de los altos
mandos, siendo además “jóvenes inocentes” en tanto “inexpertos”
y con “falta de entrenamiento” como para ganar la guerra: fueron
enviados a morir y no a matar. Entraban así en el marco más
general de las violaciones a los derechos humanos de miles de
jóvenes idealistas, discurso que restaba importancia a sus expe-
riencias bélicas.
Federico Lorenz ha explicado las consecuencias de esta pers-
pectiva: “En las Malvinas, jóvenes inexpertos enfrentaron bajo
malísimas condiciones ambientales (agravadas por la inoperan-
cia de sus jefes) a un adversario superior, y ‘ofrendaron’ sus vidas.

185
La cambiante memoria de la dictadura | 41

Es el régimen el que estafó en su buena fe a los argentinos y mató


a los hijos de los ciudadanos, no los británicos. La guerra fue
explicada anulando responsabilidades colectivas respecto al acuer-
do y satisfacción populares por la recuperación”. Este autor señala
que la significación de la guerra y de los jóvenes combatientes
anulaba las experiencias de estos ex soldados, quienes necesitaban
reivindicar la guerra en sí misma y su actuación en ella. Dicha
experiencia fue el factor aglutinante de sus organizaciones, tal es
el caso de la Coordinadora Nacional de Ex Combatientes, enti-
dad que agrupaba a ex soldados de todo el país. Éstos se consi-
deraban a sí mismos como una generación hija de la guerra y
reivindicaban sus experiencias no desde el lugar de víctimas pasi-
vas sino como actores sociales que lucharon a conciencia en una
“guerra justa”. Por lo tanto, no cuestionaban la validez de la gue-
rra de Malvinas, sino la mala conducción que los había hecho
fracasar en sus aspiraciones. En este sentido, buscaron diferen-
ciarse de los cuadros de las tres armas que participaron de la guerra
de Malvinas: ellos no eran veteranos (categoría que engloba a la
oficialidad de las fuerzas armadas), sino soldados conscriptos, y rei-
vindicaban la guerra pero no el accionar represivo de las Fuerzas
Armadas en el país.
Lorenz ha señalado que las características definitorias que asu-
mió el discurso de los ex combatientes planteaba un doble problema
para el discurso mayoritario de la transición basado en la teoría de
los demonios. En primer lugar, porque la reivindicación de la gue-
rra no encontraba espacio en un relato que condenaba todo tipo de
violencia, incluso aquella desarrollada en el marco de una guerra
“justa”. Los conflictos podían y debían solucionarse por una vía
pacífica. Por otro lado, los ex soldados enmarcaron sus experiencias
en un discurso que podía vincularse con posturas sostenidas por
agrupaciones de la izquierda revolucionaria en los 60 y 70 y que,
por ende, podía asociarse a la reivindicación de la lucha armada, en
momentos en que la transición, con su vocación de cierre del pasa-
do reciente a partir de su condena, no dejaba mucho lugar a
“manifestaciones políticas que tuvieran incorporada la violencia como
parte de sus prácticas”.

186
42 | Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert

En definitiva, el discurso sostenido por los ex combatientes no


tenía cabida en una transición democrática basada en la total con-
dena de los “dos demonios”. En este contexto, predominó una
imagen social de los ex soldados como víctimas inocentes del po-
der militar. La película Los chicos de la guerra, de 1984, condensó
esta imagen. Fue dirigida por Bebe Kamin, sobre un libro homó-
nimo de Daniel Kon, basándose en el testimonio de algunos ex
soldados no desde sus experiencias de la guerra como escenario en
el que se mata y se muere (aspecto que sí consideraba el libro),
sino a partir del relato de sus sentimientos ante la impericia de
sus superiores, ante los malos tratos y las malas condiciones que
debieron afrontar.
En este contexto, los militares continuaron reivindicando su
actuación en la “guerra justa” de Malvinas, y sosteniendo la idea
de que en Argentina había existido una guerra contra la subversión,
lo que justificaba el uso de la represión. Reconocían que se habían
cometido algunos excesos y asumían una parcial responsabilidad
sobre ellos, afirmando que constituían consecuencias desagradables
pero inherentes a cualquier situación bélica. Ante ello, afirmaban
la necesidad de dejar atrás el pasado y cerrar la cuestión. Esto es lo
que pretendió alcanzarse con la autodepuración militar.
Sin embargo, la intervención del tribunal civil permitió que la
vinculación entre la memoria de la represión y la justicia se tornara
posible y pertinente. Como señaló el fiscal Strassera en su alegato:
“A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la
responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la
memoria; no en la violencia sino en la justicia. Ésta es nuestra opor-
tunidad: quizá sea la última”.
El juicio a las juntas militares implicó el establecimiento de
una verdad con dos características fundamentales. En primer lu-
gar, la sentencia determinó la verdad de los hechos en la medida
en que ya no cabían dudas de que no había existido una guerra,
sino que las fuerzas armadas implementaron un plan sistemático
de exterminio de todos aquellos a quienes consideraban sus ene-
migos políticos. En segundo lugar, como ha sostenido Claudia
Feld, la verdad a la que se arribó en el contexto del juicio tiene un

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La cambiante memoria de la dictadura | 43

carácter indeleble, pues aunque se modificasen las condenas a los


responsables del terrorismo estatal, ya no se podría borrar lo que
se determinó como existente.
Más allá de que la propuesta gubernamental de justicia estu-
viera limitada por la necesidad de mantener una armónica relación
con el sector militar, se fundamentó también en la necesidad de
dotar a la democracia refundada de un marco de legitimidad en
torno a la defensa de los derechos fundamentales y a la condena
del terrorismo de Estado. Y esta última necesidad prevaleció du-
rante los primeros años de la transición democrática.

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