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TRABAJOS PRÁCTICOS
AÑO 2023
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA Y EN CIENCIA POLÍTICA - CIC
TRABAJOS PRÁCTICOS
FUNDAMENTACIÓN
En las clases prácticas el interés se centrará en analizar cuatros acontecimientos
históricos que irrumpieron en la vida política y social de la argentina y tuvieron efectos
en la redefinición de las relaciones de poder, en tanto implicaron realineamientos de
grupos políticos, surgimiento de nuevos actores sociales y significaron la irrupción de
nuevos discursos, demandas y repertorios de confrontación. Con el propósito de analizar
estos acontecimientos en clave interdisciplinaria, cruzando la sociología, la ciencia política
y la historia, los casos a revisar son: 1) La Cuestión Social a principios del Siglo XX, 2) el
17 de Octubre de 1945, 3) El Cordobazo y el ciclo de “azos”. Juventudes, política y
memoria; 4) 2001: Estructuras en crisis y nuevas formas de resistencia. Se pretende
analizar en profundidad las condiciones que habilitaron tales acontecimientos, el
significado que los mismos tuvieron en la política y la sociedad argentina, y los efectos en
el corto y largo plazo. La idea que subyace en esta selección es pensar estos hechos como
parte de un proceso histórico que marcaron hiatos o bisagras y a partir de los cuales
analizar las rupturas y las continuidades.
TRABAJO PRÁCTICO Nº 1.La cuestión social a principios del Siglo XX. (NO EVALUABLE)
1
- SURIANO, Juan (2001). "La cuestión social y el complejo proceso de construcción
inicial de las políticas sociales en la Argentina moderna" en Ciclos, Año XI, Vol. XI,
N° 21, 1er semestre de 2001, pp. 123-147.
- LOBATO, Mirta (2000). "Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y
protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en SURIANO, Juan (comp.),
La cuestión social en argentina, 1870-1943, Buenos Aires: La Colmena, pp. 245-
275.
2
TRABAJO PRÁCTICO N° 4. Los '80 en Argentina: utopías democráticas, Derechos
Humanos y tramitaciones del pasado traumático (EVALUABLE, escrito e individual)
3
TRABAJO PRÁCTICO Nº 1.La cuestión social a principios del Siglo XX
(NO EVALUABLE)
- SURIANO, Juan (2001). "La cuestión social y el complejo proceso de construcción inicial de las políticas sociales en la Argentina moderna"
en Ciclos, Año XI, Vol. XI, N° 21, 1er semestre de 2001, pp. 123-147.
- LOBATO, Mirta (2000). "Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en
SURIANO, Juan (comp.), La cuestión social en argentina, 1870-1943, Buenos Aires: La Colmena, pp. 245-275.
4
Ciclos, Año XI, Vol. XI, N° 21, 1 er semestre de 2001 '
Juan Suriano*
Introducción
Los sectores populares y los trabajadores argentinos siempre vivieron situaciones .
de 'vulnerabilidad y precariedad. Estas fueron de mayor o menor gravedad según
las coyunturas, y obviamente los momentos de. crisis generalizada fueron .y son
los de mayores dificultades para los trabajadores. Pero, en sentido contrario a
, quienes ven Un paralelismo entre la cuestión social decomienzos delsiglo xxyla
emergente aínicios del XXI, una de las grandes diferencias entre ambas radica en
una variableclave.el horizonte dé las expectativas populares. En la 'primera eta-
pala gran mayoría de los trabajadores estaban excluidos de los más elementales
derechos sociales" pero en' el contexto de un proceso de' construcción, -lento y
.paulatíno, dé la ciudadanía social (y política} En esta afirmación no importa tan-·
, to si el estado y los grupos gobernantes, influenciados por la concepción liberal,
reaccionaron temprana otardíamente ante el conflicto social; si predominó un es-
'píritu preventivo del conflicto o existían verdaderos criterios aseguradores; si fue-
ron los intelectuales,' los activistas gremiales o los propios trabajadores .quienes
pusieron en locución la cuestión social. Por lo menos- hasta' 1930, es decir, hasta
el comienzo de la crisis del modelo agroexportador, se llevó 'adelante un proceso
_de construcción de políticas sociales que apuntaba a incluir a las masas al siste-
ma para neutralizar la agitación social, por supuesto parcialmente, pues la idea de
universalidad' en la aplicación de l~ políticas sociales se vincula a la respuesta
2.. Una definición similar para el caso chileno en James Morris, Las élites, los intelectua-
les y el consenso. Estado de la cuestión social y el sistema de relaciones industria-
les en Chile, Santiago de Chile, 1967, p. 79. . I
'3. Para el primer caso véase Enrique Mases, "Estado y cuestión indígena: Argentina,
1878-1885" en Juan Suriano, La cuestión social en Arqerüiru», 1870-1943,.Buenos Ai-
res, 2000; para el segundo, Mirta Z. Lobato, "Entre la protección y la exclusión: Discur-
so maternal y.protección de la mujer obrera, Argentina, 1890-1934" en ídem.
'4. En este sentido es interesante constatar que la escuela criminológica positivista vincu-
laba el problema de la criminalidad directamente con el "desgranamiento" del merca-
do de trabajo. Sus ideas y proyectos sobre las reformas de las prisiones apuntaban a .
reinsertar a los individuos en el mercado de trabajo y a contribuir a la imposición de
la disciplina laboral. Al respecto véase Ricardo D. Salvatore, "Criminología positivista, ,
reforma de prisiones y la cuestión social/obrera en Argentina" enJ. Suriano, .op. cit.
7
126 Juaai Suriano
Buenos Aires multiplicó su población por ocho, Córdoba por cuatro y Rosario poro
odiez." El fenómeno se entiende mejor silo acotamos, en el caso de Buenos Aires;
al comienzo del período: entre 1869 y 1887 la población aumentó de 177.787 habi-
tantes a 433.375;0 esta cifra indica que en el" lapso de 18 años se produjo el mayor
crecimiento relativo de la historia poblacional argentina (143,7 o%), a una tasa
ooanual del 7,9 %.6"pn aumento de esta índole rápidamente habría de- evidenciar se-
rios problemas de infraestructura y seríaouna muestra contundente de la irracio-
onalidad del desarrollo urbano, hecha visible por los' contingentes de inmigrantes
que pululaban en busca de trabajo,. por el hacinamiento habitacional, especial- o
mente en conventillos y casas de inquilinato, y por los consecuentes focos de in-
fección y enfermedades. Así, la salud/enfermedad trascendieron el ámbito de lo
individual para convertirse en un problema social, tal como lo planteara tempra-
onamente Sarmiento en 1868 al inauguraroobras ode aguas corrientes." .Cada brote
epidémico elevaba laso preocupaciones de los grupos gobernantes, como ocurrie-
ra con laepidemiade fiebre amarilla de abril de 1858, o con la de cólera de fines
de 1867 y principios del año siguiente. Claro que esa visibilidad tuvo un punto de
inflexión a partir de la gran epidemia: de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires en
1871, matando al8 por ciento de la población y repercutiendo casi democrática-
mente sobre diversos grupos sociales. Si bien una de las consecuencias de este
episodio se relaciona con la segregaciónoespacial de las capas altas, que se trasla-
daron del sur al norte de la ciudad, aquí interesa centralmente "el descubrimien-
to de la enfermedad corno problema social'" y la decisión de un grupo de médicos
higienistas avalados porel gobierno para buscar la solución' del problema médi-
co-sanitario, res en este momento, al producirse la intersección entre los sabe-
res médicos y ia intervención estatal," cuando en Argentina comienzan a plantear-
se los problemas derivados de la cuestión social moderna.
Los higienistas pondrían énfasis en que el estado debía garantizar la "salud del
pueblo". Según Eduardo Wilde el gobierno "necesita tener atribuciones, yéstas
son forzosamente invasiones al derecho de cada uno, pero como no se puede vi-
viren sociedad sin ceder parte de los derechos individuales, tenemos que armar
a los gobiernos con aquellos poderes que nosotros mismos no disponemos"." En
5. Francisco Liemur, "La construcción del país urbano" en Mirta Z. Lobato (Ed), El pro-
o greso, la modernización y sus límites, 1880-1916, Buenos Aires, 2000.
6. Guy Bourdé, Buenos. Aires: urbanización e inmiqracion, Buenos Aires, 1977, p. 142.
7. Ricardo González Leandri , "Notas acerca de la profesionalización médica en Buenos
Aires durante la segunda mitad del siglo XIX" en J. Suriano, op. cit., p. 218. Sobre lapro-
fesionalización médica y su incidencia en la enunciación temprana de la cuestión so-
o
cial, véase del mismo autor Curar, persuadir, gobernar. La construcción historicade
o o
8
Cuestión social y políticas sociales en la Arqentina moderna 127,
este sentido, resolverían una parte de los problemas a partir de impulsar y lograr
por parte del estado laconstrucción de obras de salubridad y el consecuenteequi-
parniento sanitario. Se crearon.lasoñcinas gubernamentales pertinentes: el De-
partamento Nacional de Higiene e~ 1880 y la Asistencia Pública tres años más tar-
de. Cómo sostiene Armus, "en estas nuevas instituciones, creadas en gran .medida
como resultado de la presión de los, médicos. higienistas, este grupo burocrático
profesional delineó su área de competencia específica y se transformó en elespe-
cialistapor excelencia" de los problemas medioambientales del mundo urbano." '
y fundamentalmente, los higienistas, asociados a la sensación de temor ante las '
epidemias, indujeron al estado a ampliar sus esferas de actuación, al tomar en sus
manos la salud pública e inmiscuirse de manera directa en la resolución de uno
,de los problemas planteados por la cuestión social urbana.
Pero el plano social parece haber sido la zona más liberal, sin que /esto signíñ- .,
que ausencia del estado en las relaciones sociales. En el transcurso de las últimas
, . ,
tres o cuatro décadas del 'siglo XIX los gobiernos nacionales intervinieron escasa-
mente en el plano social ysólo lo hicieron cuando su presencia' fue indispensable,
como en el caso de la problemática médico-sanitaria. , ,
'En el ámbito más específico del mundo deltrabajo no se percibía, la presencia'
gubernamental, en tanto predominaba una visión liberal que suponía la política,
social sin la participación del estado o que admitía su intervención sólo en parte,
,mediante políticas de control y reglamentación. "Elmundo del trabajo se estructu- ,
a
raba partir de un sistema de obligaciones y tutelas moral-es destinado a los tra- , '
'bajadores a través del patronato filantrópico, pues éstos eran. visualizados como
10
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna '129
se relaciona con la salud y con la vida". 17 Ellos pensaban que, además del fomen-
to de la templanza, con el aseo personal, el mejoramiento del hábitat popular ba-
sado en la limpieza, el aire puro y un mayor espacio, así como por la higiene en el
lugar de trabajo, conseguirían moralizar lascostumbres obreras y resolver el pro-
blema de la higiene y la salud. Esta situación se alcanzaría mediante la reglamen-
tación de las formas de habitar y el estímulo al capital privado para que invierta
en iniciativas filantrópicas, al estilo de las que el millonario Peabody llevaba ade-
lante en Inglaterra, construyendo viviendas populares a precios accesibles para
los trabajadores. 18 El énfasis puesto en el problema de la higiene y la salud, así co-
mo la visión filantrópica de los problemas obreros, marcaban los límites que los
higienistas y los gobernantes de este período tenían para comprender la cuestión
social en toda su magnitud.
Hasta fines del siglo XIX estos problemas se resolvían por los mayores aportes
del Tesoro Nacional a las organizaciones de beneficencia que se hacían cargo de
instituciones tales como asilos, casas de huérfanos, hospitales, manicomios y ca-
sas de espósitos. El presidente Carlos Pellegrini sintetizaba bien esta estrategia de
intervención social: "la caridad ha hecho su deber -sostenía en 1892-, las institu-
ciones piadosas encargadas de cuidar a los enfermos, amparar a los desvalidos, y
asilar a los desheredados de la fortuna y el hogar, han seguido prestando sus ser-
vicios bajo la dirección de las beneméritas damas...(y) el gobierno ha tenido que,
acudir en su auxilio"."
La cuestión social fuera del marco de la higiene y la salud parecía no ser per-
cibida por los gobernantes, y es interesante constatar que en los discursos de Pe-
llegrini como presidente en la apertur.a de las sesiones del Congreso Nacional en
1891 y 1892 no hay, con la única excepción de una mención a la desocupación, nin-
guna alusión, no sólo a la cuestión social en términos generales, sino tampoco 'a
las consecuencias sociales de la crisis económica desatada en 1890.20 Esta actitud
en los discursos presidenciales se mantuvo invariable a lo largo de toda la déca-.
da, salvo en 1895, cuando el presidente José E. Uriburu, desde una perspectiva
más policial que social, manifestó su inquietud por los conflictos obreros que a su
criterio "obedecen al desarrollo creciente del socialismo en esta capital"."
Si bien las dificultades para comprender la cuestión social se vinculan en pri-
mera instancia a su carácter de fenómeno nuevo y a que el estado se hallaba en.
una etapa de construcción, deben recalcarse los límites que a esa comprensión es-
tablecía la concepción liberal predominante en buena parte de los grupos gober-
11
130 Juan Suriomo
12
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 131
13
132 Juan Suriano
14
Cuestión, social y'políf;i,cas sociales en la Argentina moderna 133
Por último, hay un aspecto que también debería ser vinculado a la cuestión so-
cial y que ha sido escasamente transitado desde esta perspectiva: el mutualismo.
Esta forma de asociación comenzó a desarrollarse partir de ladécada de 1850 en
el contexto de lo que algunos historiadores han denominado como una verdadera
"explosión de la 'vida asociativa". 2~ Por esos años se conformaron importantes so-
ciedades: en 1854 la ASociación Francesa, en 1857 la Sociedad Tipográfica Bonae-
rense, la Sociedad de Zapateros San Crispín y la Unione e Benevolenza, mientras
que un año más tarde se fundaba la Asociación Española de Socorros Mutuos; Es-
tas sociedades; lejos de ser homogéneas, eran de diverso carácter: las había étni-
cas, generalmente policlasistas y de representación regional o nacional; de oficio,
que combinabanla ayuda mutua con la defensa de la profesión; cosmopolitas, que
combinaban diversidad étnica y profesional; católicas y patronales. Las .socieda-
'des de ayuda o'socorro mutuo, que se' desarrollaron demanera notable durante la
segunda mitad del siglo XIX, tenían como 'finalidad, a 'partir del aporte de sus aso-
ciados, asistirlos en casos de enfermedad, cubrir los gastos de sepelios; ayudara
las mujeres y los niños en caso de indigencia; en 'ocasiones tambiéncubrían as-
pectos vinculados al desempleo y al suministro de educación y en los casos de or-
ganizaciones específicamente trabajadoras, se encargaban de la defensa del oficio
y la "profesión. Más allá de la heterogénea conformación y de la variada 'gama de
actividades que desarrollaron,' e incluso de cierta oposición de las primeras fede-
raciones obreras a esta forma de asociacionismo, las organizaciones mutuales pa-
recen haber expresado demandas sociales básicas, 'como era la de una cobertura
médica y de ayuda solidaria que garantizara mínimamente la existencia individual
o familiar, y en este 'sentido el movimiento mutualista entraría a formar parte 'd~
la cuestión social, precisamente por esta necesidad de lograr un resguardo básico
de los indivíduos." . :'
Sin embargo, el eco alcanzado por todas estas voces de 'advertencia, entre las
que habría que incluir a 'la prensa, fue realmente escaso en el seno de los grupos
gobernantes. El discurso delos primeros grupos socialistas y anarquistas era dé-
bil; los primeros, recién con la edición en 1894 del periódico La,Vanguardia, au-
todenominado "defensor de la clase trabajadora"," con lafundación del partido
29. Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilité el politique aux origines de la nation ar-
gentine. Les sociabilités a Buenos Aires, París, 1999, p. 202; Hilda Sabato, La políti-
ca en las calles, (Buenos Aires, 1998), p. 51.
30. Sobre las sociedades de socorro mutuo, véase Samuel Baily, "Las sociedades de ayuda
mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1918" en De-
sarrollo Económico, Vol.21, No 84, 1982; Fernando Devoto" "Participación y conflictos
en las sociedades italianas de socorros mutuos" en F. Devoto - G. Rosoli, La inmigra-
ción italiana en Argentina, Buenos Aires, 1985; Ricardo Falcón, "Los trabajadores y
el mundo del trabajo" en Marta Bonaudo (Directora), Liberalismo, estado y orden
burgués (1852-1880), Buenos Aires, 1999; Sebastián Marotta, op. cii.; Rilda Sabato,
op. cit.
31. En su primer número sostenía el periódico socialista: "venimos a promover todas las
reformas tendientes a mejorar la situación de la clase trabajadora: la jornada legal de
15
134 Juan Suriano
dos años más tarde y con la conformación de las primeras organizaciones gremia-
les, comenzaron lentamente a tener un alcance mayor y a convertirse en un inter-
locutor del gobierno y en un punto de referencia para entender los problemas so-
ciales. Los anarquistas, más que visualizados como una manifestación de la cues-
tión social, eran percibidos como un producto de las sociedades industriales eu-
ropeas, extraño a la sociedad argentina y, como tal, un efecto no deseado de la in-
migración; en realidad se les prestaba atención sólo en su carácter de potenciales
terroristas, a la luz de los atentados libertarios en otras partes del mundo. Recién
hacia finales de la década del '90 esa imagen se complejizó debido al triunfo de las
tendencias organizacionistas, que impulsaron la creación de gremios para la de-
fensa de los intereses obreros. A partir de este momento el anarquismo se convir-
tió en un dinámico propagandista de las precariedades de las condiciones de vida
y de trabajo de la población trabajadora y, de esta manera, en uno de los principa-
les locutores de la cuestión social. 32
Durante la década del '90 tampoco la iglesia logró un eco profundo entre la éli-
te gobernante. En principio; aunque 'con menor intensidad; aún perduraban los
efectos del estado laico inaugurado en los '80.y, mas allá del impacto de la encí-
clica Rerum Novarum, ni los Círculos de Obreros ni la prédica de periódicos co-
mo La Voz de la Iglesia lograron, por ejemplo, convencer a los legisladores de la
necesidad de sancionar leyes laborales. Quizás uno de los pocos miembros de la
élite que se' síntíó atraído por la propuesta católica fueErnesto Q~esada, tampo-
co él escuchado en es"e momento porsus pares. En: i895"proniInció unaconferen-
cia sobre "La Iglesia Católica y la cuestión "social", donde rescataba la tradicional
postura de la iglesia en defensa de los humildes; compartía también la idea de evi-
tar las luchas obreras tal como se presentaban en Europa y alejarse de la posibi-
lidad de la revolución a partir de la resolución de la cuestión social. A pesar de
mirar negativamente al anarquismo, del mismo modo que la iglesia, se diferencia-
ba de manera notable en su apreciación del socialismo (Quesada era un asiduo y
buen conocedor de las obras de Marx), al que consideraba un partido positivo y
un posible freno al avance de los movimientos anarquistas." Y en este último sen-
tido verá con simpatía la propuesta de la iglesia y, particularmente, de los Círcu-
los Católicos, aunque en el centro de su atención ya aparece el tema del rol del
estado (que desarrollará de manera más profunda años más tarde) 33, en tanto
ocho horas, la supresión de los impuestos indirectos, el amparo de las mujeres y los
niños contra la explotación capitalista, y demás partes del programa mínimo del parti-
do internacional obrero" en La Vanguardia, 7 de abril de 1894.
32. En ese terreno desempeñó un rol central la prensa libertaria, especialmente La Protes-
ta Humana (más tarde La Protesta) que informaba cotidiana y sistemáticamente so-
bre las condiciones del mundo del trabajo.
33. Ver especialmente Ernesto Quesada, "La cuestión obrera y su estudio universitario",
Boletín, Departamento Nacional del Trabajo, n° 1, junio de 1907.
16
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 135
34. Ernesto Quesada, La Iglesia y la cuestión social, (Buenos Aires, 1895). Sobre este as-
pecto de la obra de Quesada, véase Osear Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires
jin-de-siglo (1880-1910), Buenos Aires, 2000", pp 265-272 r •
17
136 Juan Suriano
.glo XIX; esto es,' para que los grupos gobernantes tomaran conciencia de ella fue
necesaria la eclosión del conflicto social en toda su magnitud en 1901 y 1902.
Hasta ese momento, fuera del aspecto médico-sanitario, las iniciativas estata-
les en materia de regulación y legislación social habían sido escasamente signifi-
cativas. Los primeros síntomas de los desajustes en el mundo del trabajo fueron
percibidos en el ámbito muniéipalporteño. En 1881, con el apoyo de la Sociedad
Tipográfica Bonaerense, los dependientes de comercio elevaron un petitorio a la
Corporación Municipal en el que pedían el cierre de los comercios durante los
días domingo. El cuerpo municipal decretó el feriado invocando una resolución
decarácter religioso de 1857; sin embargo, comerciantes e industriales se movili-
zaron en manifestación pública y entregaron un petitorio con 7.000 firmas exigien-
do la derogación de la medida. En su apoyo se manifestaron unánimemente la
prensa y el propio Ministerio del Interior, ante lo cual la municipalidad derogó la
medida y la limitó a la prohibición del trabajo infantil." Este conflicto entre traba-
jadoresy empresarios" resulta sumamente interesante, no sólo porque fue uno de
los primeros en los que se vio involucrada una de las áreasdel gobierno, sino por
las propias contradicciones que' enfrentó el estado: el intento del poder municipal,
al margen de la convicción con que actuó, estableció los límites en los que se mo-
vería ante 10s problemas sociales. El terreno que enmarca esos límites hace refe-
rencia específicamente al campo de la higiene y la salubridad y, desde esta pers-
pectiva, la reglamentación del descanso dominical escapaba a su atribución', en la
medida en que el problema se vinculaba al mundo de las relaciones obrero-patro-
nales." Además, la intervención del Ministerio del Interior en contra de la regla-
mentación revelaba otros problemas: la escasa autonomía municipal, un incipien-
te conflicto entre el poder municipal y el nacional que alcanzaría su punto de ma-
yor tensión en tomo al problema de la vivienda popular y, fundamentalmente, la
escasa disposición del Poder Ejecutivo a inmiscuirse en los problemás vinculados
al mundo del trabajo.
Precisamente, si se observa la actuación del gobierno nacional, específicamen-
te en la Cámara de Diputados y en el contenido de los discursos presidenciales al
Congreso Nacional, durante 'las' dos últimas décadas del siglo XIX no se perciben
18
Cuestum. social y politicas socia-les en la Argentina moderna 137
39. Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, (Buenos Aires, 1896), Vol. 1,p.129. Sobre las
iniciativas estatales en materia de política social entre 1880 y 1900 véase Juan Suriano,
"El estado argentino frente a los trabajadores urbanos. Política social y "represión,
1880-1916" en Anuario, n° 14, Rosario, 1989-90.
19
138 Juan Suriano
40. "Memorias policiales, 1892", p. 219 en Beatriz Ruibal, "El control social y la policía de
Buenos Aires. Buenos Aires, 1880-1920" en Boletín, Instituto de Historia Argentina y
Americana Dr Emilio Ravignani.N" 2, 1er semestre de 1990, p. 75.
41. Sobre este aspecto véase: Eugenia Scarzanella, Italiani malagente. Inmugrazione,
criminalita, razismo in Argentina, 1890-1940, (Milán, 1999).
42. Miguel Cané, Memoria a Estanislao Zeballos, AGN, Sala VII, Archivo Cané, Legajo 5 bis,
año 1889.
43. Miguel Cané, Proyecto de ley de Ley de Residencia, AGN, Sala VII, Archivo Cané, Lega- .
jo 6, año 1899.
20
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 139
44. Como sostiene Ruibal "la policía se planteaba a fines de siglo, menos la sanción que la
rigurosa vigilancia que le permitiera formar un registro de los mismos" en B. Ruibal,
op. cit., p. 77.
45. El rey italiano Humberto I", el ministro español Cánovas, el presidente francés Sadi
Camot y el norteamericano Mac Kinley fueron algunas de las figuras asesinadas por
los anarcoterroristas, quienes, además, realizaron una gran cantidad de atentados con
bombas en lugares públicos que dejaron decenas de muertos. Sobre las corrientes vio..
lentas en el seno del anarquismo véase Rafael Nuñez Florencio, El terrorismo anar-
quista, 1888-!909, Madrid, 1983.
21
140 Juan Suriomo
cía de las Ideologías' obreristas eran sólo algunos de los tenias que se pusieron en
circulación y debate. .
El gobierno encaró la solución del problemacon una doble estrategia;' por un
lado, aplicó una fuerte carga represiva, destinada esencialmente a la erradicación
del anarquismo y a la limitación de la acción gremial, basada en la sanción de la
ley de Residencia y en la especialización de la policía; por otro, intentó. elaborar
una política preventiva e integradora de los trabajadores al sistema, a partir de
.una legislación de carácter laboral sumamente moderna, que se plasmó en el pro-
yecto de ley Nacional del Trabajo, impulsado por el ministro del interior Joaquín
v González.
Cuando el estado asumió la existencia de la cuestión social, especializó el apa-
rato represivo' con el objeto de neutralizar el anarquismo y la influencia que éste
ejercía sobre los trabajadores; recurriendo al control parcial del sindicalismo, a la
limitación del derecho de hueiga, a la persecución de los activistas más destaca-
. dos y a la restricción de lbs 'piquetes huelguísticos: Para ello sancionó la ley de Re-
sidencia en 1902, que le permitía expulsar del país a todos los extranjeros "cuya
conducta comprometa la seguridadnacional o perturbe el orden público", aunque
en realidad la ley 'apuntaba a dotar al"estado con un instrumento legal que le faci-
litara la represión de los militantes anarquistas, considerados verdaderos enemi-
gos del orden público. Ocho años más tarde esta ley fue complementada con la de
Defensa Social, que incluía el extrañamiento interno para los anarquistas argenti-
nos, y contemplaba también limitaciones a la libertad de reunión' y prensa; alpro-
hibir la asociación y la reunión de anarquistas, así como sus periódicos y revistas."
Además de la sanción d~ instrumentos legislativos, 'adaptó a la policía a los
nuevos tiempos; ya en 1901 se había creado la Sección Especial, destinada 'a per-
seguir y controlar al anarquismo y al socialismo. Tres años más tarde está oficina
amplió sus funciones al transformarse en Comisaría de Investigaciones, 'con el ob-
jeto de controlar las actividades políticas. En 1907, con la incorporación del siste-
ma dactiloscópico, el prontuario y la cédula de identidad, se perfeccionaron los
mecanismos de controL Fue precisamente a partir de la articulación de estos ins-
trumentos que la policía estableció un sistema de control que le permitióconocer
adecuadamente las formas de organización y movilización de los gruposoposito-
res. A través de una red de pesquisas civiles que asistían a los eventos obreros, po-
dían identificar las distintas tendencias que actuaban en el movimiento obrero, di-
ferenciar las jerarquías de los activistas, manejar las cifras de afiliados a sindica-
tos o conocerde antemano los lugares de realización de reuniones públicas.
Tanto las leyes COlTIO el discurso y la práctica de la policía estuvieron permea-
das por el pensamiento positivista criminológico, en el que el crimen era una pa-
tología de carácter social y biológico. Y el anarquismo fue percibido no como un
46. laacov Oved, "El transfondo histórico de la ley 4144 de Residencia" en Desarrollo Eco-
nómico, Vol. 6, N° 61, 1976; Juan Suriano, Trabajadores, anarquismo y estado repre-
sor: de la Ley de Resi dencia a la Ley de Defensa Social (1902-1910), Buenos Aires,
1988.
22
Cuestión social y políticas sociales en la Arqeniino. moderna 141
23
142 Juan. Suriano
51. Sobre el proyecto González véase Ernesto A. Isuani, Los orígenes conflictivos de la se-
guridad social arqentina, Buenos Aires, 1985, pp 52-61; José Panettieri, Las prime-
ras leyes obreras, Buenos Aires, 1984, pp 15-24.
52. Ídem, p. 157.
53. Estas medidas están contempladas en los artículos 405 a 414. Ídem, pp. 160-162.
54. Véase Títulos.nI a XI y XIV, ídem, pp 11-156 Y 167-171.
55. Juan Suriano, "La oposición anarquista a la intervención estatal en las relaciones labo-
rales" en J. Surianó (Compilador), op.cit.
24
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 143
Conclusión
Sin sobredimensionar las acciones gubernamentales en materia de política sa-
nitaria, legislación laboral, así corno la organización y funcionamiento del Depar-
60. Sobre los reformistas sociales véase E. A. Zimmermann, op. cit., pp 41-100.
61. Durante sus primeros años el DNT desempeñó un rol pasivo y se dedicó a "observar, ex-
perimentar y comparar", esto es a establecer un diagnóstico de las problemáticas del
mundo del trabajo para preparar las bases de la legislación laboral. Además de estu-
diar la legislación extranjera, una variada gama de temas fueron investigados y sus
conclusiones publicadas en los boletines trimestrales que la institución publicaba des-
de 1907. Hasta 1912 ésta fue su principal actividad, pero ese año, al sancionarse en el
Congreso la ley orgánica que reglamentaba su funcionamiento, su perfil cambió. La ley
ratificaba la existencia de las divisiones de legislación y estadística y creaba la de ins-
pección y vigilancia, que otorgaba a los inspectores el derecho de ingresar a fábricas,
talleres y comercios y labrar actas de infracción a quienes violaran las leyes vigentes,
'aunque restringía su alcance a la Capital Federal y a los territorios nacionales.
62. TOIUO este concepto de Osear Oszlak "Notas críticas para una teoría de la burocracia'
estatal" 'en O. Oszlak (comp.), Teoria de la burocracia estatal, Buenos Aires, 1985.
63. Theda Skocpol, "El estado regresa a primer plano" en Zonal Abierta, N° 50, Madrid,
enero-marzo de 1989, p.87.
26
Cuestión social y políticas sociales en la Argentina moderna 145
tamento de Trabajo, resulta indudable que durante el largo medio siglo que va de
la década de 1860 hasta 1916 (podríamos extender el período hasta 1930)64 el esta-
do fue especializando sus funciones y avanzando en la formulación de políticas
sociales. Fue un proceso complejo, puesto que no sólo durante mucho tiempo el
estado se mantuvo prescindente, sino que una parte de los actores también inten-
taron mantener al gobierno alejado de la resolución de la cuestión social; es el ca-
so de los empresarios y los industriales que pedían la acción estatal sólo para con-
trolar la actividad gremial, o de los anarquistas, que veían cualquier acción estatal
como atentatoria a las libertades individuales, pero también de.sectores sindica-
les que veían con desconfianza la intervención gubernamental. Sin embargo, tam-
bién es cierto que desde la sociedad, la demanda al estado de soluciones a la cues-
tión social fue creciendo de manera notable (y paralelamente al conflicto social):
desde el movimiento obrero, desde el mutualismo, desde la prensa, desde los in-
telectuales y profesionales, desde la iglesia o desde otras zonas de la 'sociedad ci-
vil hubo coincidencias en la necesidad de la intervención estatal. Una interven-
ción que iniciaría el camino hacia el Estado Interventor y que, finalmente, desem-
bocó en las políticas sociales inauguradas en los años '40 y que perdurarían con
variados matices hasta los años '80.
Hoy se produce un proceso inverso, en el contexto de una sociedad que se ca-
racteriza por la precarización del trabajo y por la crisis de los sistemas clásicos de
protección. En ese marco, el estado está abandonando aceleradamente la esfera
económica y social y deja de lado tanto el rol regulador como su aspiración uni-
versalista," Paralelamente, reaparecen con fuerza las políticas asistencialistas, en
las que la iglesia ocupa un papel cada vez más central." y aunque no se han aban-
64. Durante los gobiernos radicales no se produjeron cambios notables en materia de le-
gislación social e incluso en las actitudes represivas hacia algunos sectores del movi-
miento obrero. No obstante, debe remarcarse, especialmente con Hipólito Yrigoyen en
la presidencia, un cambio notable en las formas de resolución de los conflictos. Yrigo-
yen mediaba personalmente y mantenía una fluida relación con los dirigentes sindica-
listas (no así con los socialistas) y en muchas ocasiones laudó favorablemente a los
obreros y en contra de las grandes empresas. Sobre este tema véase Ricardo Falcón,
"Políticas laborales y relación estado-sindicatos en el gobierno' de' Hipólito Yrigoyen
(1916-1922)" en J. Suriano (Comp.) La cuestión social. ..; David Rock, El' radicalismo
argentino, 1890-1930, BuenosAires, 1977.
65. Por supuesto, como se sabe, el desmoronamiento' del estado administrativo fuerte y la
crisis de la seguridad social organizadapor el "estado providencia" responde a una ten-
dencia mundial y no es caracteristica exclusiva de Argentina. Véase Pierre Rosanva-
llon, La nueva cuestión social. Repensar el estado providencia, (Buenos Aires, 1995)
66. Sólo a modo de ejemplo: la organización Cáritas de la Iglesia Católica maneja unos 200
proyectos asistidos por 25.000 voluntarios que alimentan a 100.000 niños pobres en
2.000 comedores. La participación activa en la ayuda a los pobres se hizo cada vez más
común desde 1989, a partir del desamparo en que fueron dejados por el estado. La in-
formación sobre la obra de Cáritas en Clarín, 8 de octubre de 2000.
27
146 Juan Suriomo
" . . ~ : .. -"; .
-:. donado "det"todo las' prestaciones .del seguro social que;' 'de hecho, se combinan
con el asistencialismo, la tendencia marca en un futuro no muy lejano su desapa-
rición. A diferencia de comienzos del siglo, cuando los trabajadores contaban con
la acción colectiva para presionar por mejoras, hoy las condiciones para actuar
colectivamente Sé han precarizado y fragmentado como lo ha hecho el trabajo. En
ese. sentido Rosanvallon sostiene que "la cuestión social no es hoy la del proleta-
riado sino la derivada del desempleo, laexclusión y las nuevas formas de desigual-
dad quehan venido .acentuándose con elauge del liberalismo"," Quienes protes-
tanno son ya los obreros y sus sindicatos (o sólo son una parte), sinodesemplea-
dos, subempleados o cuentapropistas; en un marco de creciente exclusión y con
tácticas primitivas que apuntan tan sólo a obtener una ayuda asístencial." Este
proceso parece ser muy diferente al que se configuró a comienzos del siglo xx.
28
Cuestión social y políticas sociales en la Arqentino. moderna 147
ABSTRACT
This paper analyses how the first social policies were constructed in Argentina. After
defining the concept of "social issue", first of all there is an examination of the emer-
gence of the social issue in the form. of medical and sanitary problems after the epidem-
ic outbreaks 'in the late 1860's and the early 1870's. Thereafter illness as a-social issue
was included on the state agenda and gave rise to the first public policies. .
Neoertheiess, the uiorkers' social.issue was not to be resolvedfor several decades. Only
at the start of the xx century, an.d as a result of the outbreak of social conjlict, did the
élites start lo give serious thought to the problem. GO!tSequently,1!/nfjrrr.p!!e$.sureoJ,:i;pil~
jlict (development of trades unions, strikes and a strongpresenc.é·6f··anarchi~tsand
socialists), the State embarked on the process of drawing up social policies by.combin-
ing repressive and integrative legislative instruments. This is the way state institutions
entered the arena of social policies, culminating in the social Sta te inaugurated at the
end of the '40's and which today seems to be reverting to a regressive welfare policy.
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60
TRABAJO PRÁCTICO Nº 2. El 17 de octubre de 1945
(EVALUABLE, escrito e individual)
- JAMES, Daniel (1990).Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946 – 1976. Buenos Aires:
Sudamericana. Capítulo 1, pp. 19-65.
- GRIMSON, Alejandro (2017). "La homogeneización de la heterogeneidad obrera en los orígenes del peronismo" en Boletín del Instituto
de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 47, segundo semestre de 2017, pp. 166-189.
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segundo semestre de 2017, pp. 166-189.
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Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de Buenos Aires / Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Introducción: el debate
Este artículo busca realizar un aporte para comprender quiénes eran los
trabajadores que apoyaron el surgimiento del peronismo a partir de 1945. La
interpretación sociológica sobre los orígenes del peronismo se inaugura con una idea de
heterogeneidad obrera muy peculiar. Gino Germani propuso la distinción entre nueva y
vieja clase obrera. La vieja clase obrera expresaría la inmigración europea, la
modernización y las tradiciones políticas de izquierda. Como se sabe, Germani sostuvo
que el peronismo expresó a la nueva clase obrera surgida de la inmigración interna
desde las provincias tradicionales de la década anterior a 1945 (Germani, 1962 y 1963:
362). Esta afirmación fue discutida por numerosos autores. Contra la explicación de los
orígenes del peronismo en función de la heterogeneidad obrera, Murmis y Portantiero
sostuvieron que por el contrario debía ser explicada por la “homogeneidad de la clase
obrera como fuerza de trabajo explotada, en un momento en el que culmina un largo
ciclo de acumulación sin distribución.” (Murmis y Portantiero, 2012: 178).
1
Universidad Nacional de General San Martín / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), Argentina. Correo electrónico: alegrimson@gmail.com
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peronismo cumplió un papel clave la vieja guardia sindical, no una camada totalmente
nueva de dirigentes. Hubo no sólo continuidad de dirigentes sindicales, sino de modos
de vincularse con el Estado. Por su parte, Di Tella intentó con escaso éxito refutar la
tesis de Torre y Del Campo, al mostrar un recambio de la dirigencia sindical entre los
años previos y posteriores a 1945 (Di Tella, 2003).2
Sin embargo, permanece pendiente otro debate. Aquello que sucede al nivel de
los dirigentes (cambio o continuidad) no necesariamente refleja lo que sucede al nivel
de las composiciones obreras. Puede haber continuidad de dirigentes con grandes
migraciones. El propio Germani esbozó una respuesta con esta orientación. Cuando sólo
se había publicado el trabajo de Murmis y Portantiero, Germani escribe su última
contribución a estas controversias y señala una diferencia entre los dirigentes sindicales
(donde podía admitir continuidad) y los nuevos trabajadores, que eran de las provincias
(Germani, 1973). En particular, señaló que los migrantes internos constituían las tres
cuartas partes de la clase obrera urbana y que habían sido protagonistas de la
movilización callejera y del voto peronista (Germani, 1973: 586, 592-93).
2
Eso no niega relevantes aportes de Di Tella a los estudios sobre peronismo, sino simplemente señalar
que compartimos el consenso académico de que los elementos aportados por Di Tella no refutan los
argumentos de Torre y Del Campo.
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ninguna base empírica. En la segunda parte del artículo, analizaremos este proceso de
categorización y homogeneización de un conjunto heterogéneo.
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comercio y finanzas, el 6,1% en los transportes y 23,1% en otros servicios. Todas las
actividades industriales (incluyendo minería y construcción) abarcaban al 30,2% (Llach,
1978: 552). A la vez, resulta sencillo percibir la distancia entre las condiciones de
trabajo de los servicios telefónicos o ferroviarios (con sindicatos antiguos y poderosos)
y los grandes frigoríficos, por no decir nada de la caña de azúcar en la provincia de
Tucumán. La mención de los ferroviarios, obreros de la carne y trabajadores del azúcar
no es caprichosa: los tres sectores, de distinta manera, fueron claves en el surgimiento
del peronismo.
3
Como veremos, no puede citarse todos los datos de Germani como parte de consensos académicos o
verdades absolutas, tal como generalmente se hace. Algunas de sus afirmaciones demográficas son
previas a que se conociera en Censo Nacional de 1947. Ver Cantón y Acosta, (2013: 12).
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Halperin Donghi buscó mostrar que los migrantes internos eran menos en
cantidad de los que Germani había afirmado, que provenían en mayor proporción a lo
estimado por Germani de áreas más pampeanas en lugar de zonas “tradicionales”
(Halperin Donghi, 1975: 765-781). Además, rechazaba el prejuicio de la migración
europea como factor de modernización, señalando su analfabetismo, su fuerte
catolicismo y su tradicionalismo. Así, Halperin intentaba deshacer la oposición entre
viejos y nuevos trabajadores. Criticaba a Germani por idealizar la migración europea e
insinuó que los obreros extranjeros y sus hijos apoyaron tanto al peronismo como los
provincianos. Al menos, que no había nada especialmente “moderno” en aquellos
españoles e italianos que les impidiera hacerlo.
171
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inéditos del Censo de 1947 y aún en 1999 difundía información inédita sobre el mismo
censo respecto de la movilidad territorial de la población. En 1947 en Capital y el Gran
Buenos Aires, entre el 40 y 50% de los argentinos tenían padres argentinos, el resto
padres extranjeros, o uno argentino y otro extranjero (INDEC, 1974: 2 y 3; 1999: 130).
Por lo tanto, el peronismo jamás podría haber triunfado en 1946 sin votos “tocados” por
la “migración ultramarina”, sea esta “modernizadora” o no.
Por otra parte, de los 650.000 migrantes internos registrados en Capital Federal,
500.000 habían nacido en la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba o Santa
Fe; es decir, zonas afectadas por la inmigración europea y que no pertenecían a zonas
“tradicionales” en el sentido de Germani (INDEC, 1999: 130). Menos de 150.000
estaban registrados como migrantes desde provincias “tradicionales”.4 En toda la
Provincia de Buenos Aires (no está distinguido el Gran Buenos Aires en esta
publicación) algo más de trescientas mil personas estaban registradas como migrantes
internos. La suma de los migrantes provenientes de tres provincias pampeanas
(Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe) es de 170.000, unos 130.000 de las provincias
“tradicionales” (INDEC, 1999: 145).5
4
En el caso de que todos los no registrados fueran migrantes y, además, hubieran nacido fuera del área
pampeana (lo cual es improbable), esta cifra llegaría a cerca de 400.000 personas.
5
Nuevamente, está el problema de que hay 264.000 argentinos a los cuales no se les especifica el lugar de
nacimiento.
172
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Los obreros que habían migrado a Berisso desde las provincias “percibían que
no era aceptados por quienes habían arribado al país unos pocos años antes, o por los
hijos de los inmigrantes que buscaban construirse un lugar respetable. Las diferencias se
sentían en la comunidad y se expresaban en los ámbitos de sociabilidad, pero no
adquirieron importantes niveles de violencia. Mayor intensidad tuvieron las tensiones
producidas por la adhesión a un partido político” (Lobato, 2004: 62).
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de los muchos dirigentes una auténtica tradición europea homogénea, así como derivar
de reivindicaciones criollas una supuesta “incontaminación” o “pureza”.
La unificación
¿Cómo es posible que en ese panorama heterogéneo haya surgido una
identificación política unificada? La política social de Perón que implicaba beneficios
para todos es una condición necesaria. Como señalamos, hace tiempo Murmis y
Portantiero mostraron la racionalidad económica y social de los trabajadores en su
adhesión al peronismo. James ha explicado el riesgo de que un instrumentalismo
excesivo pierda de vista dimensiones culturales implicadas en el atractivo del peronismo
6
Además, el analfabetismo y las zonas rurales del conurbano presentan correlaciones negativas con el
peronismo, allí se mantuvo un apoyo a partidos tradicionales nucleados en la Unión Democrática.
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por “su capacidad para redefinir la noción de ciudadanía dentro de un contexto más
amplio, esencialmente social” (James, 2010: 27). Del mismo modo, entre los factores
para comprender el significado del peronismo para los trabajadores en 1945 James
menciona “el orgullo, el respeto propio y la dignidad” (James, 2010: 40). En otras
palabras, tanto en las políticas sociales como en los discursos y las acciones de Perón se
jugó un problema de reconocimiento para amplios sectores de la población, inescindible
del acceso a derechos. De hecho, eso implicó a la vez una redefinición también cultural
de la ciudadanía. Ahora bien, a nuestro juicio, todas esas condiciones necesarias,
requirieron una condición suficiente: el pavor generado en las clases trabajadoras al
significar desde su perspectiva las implicancias de la reacción antiperonista.7
Para que un fenómeno como el peronismo pudiera surgir, ¿era necesaria una
homogeneidad de la clase obrera? Hay autores que plantean claramente que “el 17 de
octubre de 1945 no se hubiese producido sin un sujeto social suficientemente
homogéneo en una concepción sociopolítica abarcativa de intereses sociales y políticos
pluriclasistas”. Esto habría sido posible porque la clase obrera había producido “a su
interior un proceso de homogeneización de intereses” y de “homogenización cultural”
previamente (Godio, 1990: 80).
7
James sostiene que “si bien el peronismo representó una solución concreta de necesidades materiales
experimentadas, todavía nos falta comprender por qué la solución adoptó la forma específica de
peronismo y no una diferente” (James, 2010: 27). El presente trabajo pretende hacer una contribución
específica para responder esa pregunta. Allí donde los trabajadores se percibieron reconocidos por Perón,
se sintieron persistentemente desconocidos o excluidos por los antiperonistas.
8
Cantón y Acosta apuntan en la misma dirección cuando afirman que “la explicación del triunfo del
peronismo (…) y la significación de su llegada, sería fundamentalmente política, no tanto estructural”
(Cantón y Acosta, 2013: 91-92).
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Juegos de alteridad
¿Cómo ha sido posible que un sociólogo de la talla de Germani no haya
percibido la distorsión entre los apoyos efectivos del peronismo y los apoyos que él
podía visualizar? Incluso, cuando los datos estadísticos estaban disponibles como en
1973, las afirmaciones anteriores no pudieron ser revisadas. Ningún sociólogo ni
antropólogo deja de tener puntos ciegos de análisis sobre “los otros”. Ni puede escapar
completamente a los modos de constitución de las alteridades en un contexto histórico
determinado. Así llegamos a la otra pregunta, ya no acerca del voto de febrero de 1946,
sino acerca de quiénes eran los trabajadores que se movilizaron en las calles de Buenos
Aires el 17 de octubre de 1945. Y acerca de cómo fueron percibidos.
10
El peronismo implicó un cierto tipo de división de la sociedad argentina, que se expresó en un lenguaje
político y con una división del voto en términos de clases bastante clara. A diferencia de sociedades
donde los grupos étnicos, migratorios o religiosos tienden a votar de modo unificado detrás de un partido,
las divisiones argentinas no fueron entre españoles o italianos, católicos, judíos o árabes, sino que
atravesó a los diferentes grupos. Ante la supuesta amenaza nazi fascista, podría haber habido un rechazo
homogéneo de la colectividad judía, siempre y cuando todos los judíos hubieran creído en tal amenaza.
Hubo un sector de los judíos argentinos que desde muy temprano apoyó a Perón como mostró Rein
(2015).
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4) Comparando las fotos con las descripciones es claro que la presencia más
empobrecida o bien se magnificó o bien no fue fotografiada. Pero en cualquier caso, fue
un componente relevante de una masa donde había también sacos, corbatas y
sombreros.
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Todo ello estaba en las fotos de los principales acontecimientos.11 En la foto más
famosa de ese día se ven manifestantes refrescando sus pies en una de las fuentes de la
Plaza de Mayo. Esa acción sería denostada como violación de las normas de
comportamiento: “metieron las patas en la fuente”. Quedó en la historia como un ícono
de la rebeldía. Quizás por eso mismo fue poco analizada como muestra de
heterogeneidad.
En esa imagen se ven hombres, mujeres y niños. Hay dos hombres con saco. Son
Juan Molina y su hermano, ambos nacidos en la periferia de Buenos Aires, en Caseros,
por entonces trabajadores de una fábrica de gaseosas. No eran migrantes, ni
internacionales, ni internos. En 1952 Molina fundaría el sindicato de la Sanidad en
Hurlingham, también en el Gran Buenos Aires. En la foto, él y su hermano están
elegantemente engominados. Un sombrero está apoyado detrás de uno de ellos. A su
izquierda, se ve un hombre en camisa y a la derecha a otro hombre en camiseta. Más
atrás, otro hombre con la camisa arremangada y un pañuelo al cuello. Es Amando
11
Al respecto, ver Amaral y Botalla (2010).
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Ponce, santiagueño, es decir, migrante del noroeste, argentino. Trabajaba como cadete
en una sastrería militar, a una cuadra de la Plaza. Ese día ambos tenían 17 años, la
juventud de la mayoría de los participantes. El que está sentado con traje más claro, de
perfil, es Celso Pivida. Había ido hasta su casa a ponerse el traje para ir al centro.
Trabajaba en una empresa lanera, en Avellaneda, y era delegado. Más atrás se ven
mujeres y otros hombres, con diversas vestimentas, pero ninguno “desharrapado”. Una
sola bandera: la argentina. La heterogeneidad estaba a la vista de todos. Y a plena luz
del día fue arrasada.
12
Aunque la edición del libro Yrigoyen y Perón es de 1972, este texto de Scalabrini fue publicado
originalmente en 1948. Esta diferencia de casi 25 llevó a algunos historiadores a creer que la narración
había sido escrita muchísimos años después de los hechos.
13
Nota del Editor: El subrayado corresponde al autor de este ensayo.
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E insiste para quien no haya comprendido: era “una multiplicidad casi infinita de
gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo
impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón”
(Scalabrini Ortiz, 1972: 26).
No solo el cabecita hizo el 17. Hubo mucho rubio, mucho hijo de gringo, mucho
porteño en sus cansadas columnas. El llamado al antagonismo contra los ‘negros’ fue
un recurso más para dividir a la falange proletaria. Recurso que es difícil hallar
expresado públicamente. Circulaba más bien por los subterráneos del rumor, del chiste
político, vivo siempre en la expresión oral.14
Puede haber sido producido para dividir o estigmatizar, pero también se mitologizó en
la idea de lo “auténticamente nacional”.
Esta cuestión implica que en Argentina hay una distancia notable entre la
nominación “negro”, los rasgos fenotípicos y el color de piel. Esto no ha sido notado
adecuadamente. Las clasificaciones fenotípicas argentinas guardan una distancia
14
Ratier (1971: 33).
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significativa con el color de piel que, sin embargo, es utilizado tanto por la sociedad
como por investigadores como un parámetro metonímico. Es metonímico en el sentido
de que supone que una persona blanca o negra, de tez oscura o indígena tendrá ciertos
rasgos fenotípicos. Sin embargo, en términos más sutiles el color de piel no es
realmente un indicador riguroso de los rasgos fenotípicos. Por dar un ejemplo, podrían
encontrarse inmigrantes italianos del sur cuya piel es más oscura que la de personas de
origen guaraní, o españoles de piel más oscura que los descendientes de tehuelches. Esta
cuestión cromática adquiere otro significado en las clasificaciones sociales del color en
la Argentina, ya que blanco y negro aluden más que al color de piel a la jerarquía de
clase y a la jerarquía étnica de las personas. Por más que el color de su piel sea más
blanco que algunos sectores medios, aquellos más pobres, con cierta forma de vestirse,
de hablar, de moverse, entran en la posible catalogación de “negros”.
Por eso, todos los peronistas podrían ser considerados “negros” en un país que la
sociedad establecida consideraba “sin negros”. La pregunta de “quiénes eran” se
convirtió en un verdadero embrollo porque no podría dejar de afectar, aunque de modo
muy peculiar, respuestas a “quiénes son” los argentinos.
183
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¿Qué relación guarda este juego de alteridad con la hipótesis sociológica de Gino
Germani acerca de los migrantes internos? ¿Por qué la persona con mayor capacidad de
análisis de la estructura social formula una apreciación tan sesgada de las características
sociales del apoyo al peronismo? Al menos a modo de hipótesis, cabe citar dos
testimonios relevantes. El sociólogo Darío Cantón afirma: “para mí, que viví esa época,
aunque tuviera casi 18 años menos que él, su imagen suena a versión lavada,
edulcorada, apta para todo público, políticamente correcta, de lo que otros, más
crudamente, rotularon como ‘cabecitas negras’ o peor todavía como ‘aluvión
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zoológico’” (Cantón y Acosta, 2013: 87). Por su parte, la hija de Germani señaló una
contradicción entre los estudios sociológicos y las creencias privadas de su padre:
Juegos peronistas
Cuando esto sucede, el movimiento heteroidentificado tiene distintas
alternativas. La primera es el silencio, la opción asumida por el peronismo ante la
acusación de negros o cabecitas negras. Sólo aludirá al término después de la caída de
Perón en 1955. La segunda opción es la negación explícita: acepta que se trata de una
categoría negativa, pero rechaza su identificación con dicha categoría. Es la opción del
peronismo con la acusación de ser nazis y fascistas: “ni nazis, ni fascistas, peronistas”,
cantaron los manifestantes en el acto de despedida de Perón el 10 de julio, cuando había
renunciado a todos sus cargos en el gobierno.
15
Germani, A. (2004: 99).
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Ninguna de las tres opciones puede ser evaluada en sí misma, sino como una
intervención en un juego no elegido. No elegido en el sentido de que la
heteroidentificación no es previsible por los actores sociales. Ahora bien, una vez
producida, dentro de los límites de lo posible, ellos mismos jugarán sus propias cartas,
desplegarán su propia estrategia, aunque esta fuera el silencio.
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segundo semestre de 2017, pp. 166-189.
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Resumen
Este artículo busca realizar un aporte para comprender quiénes eran los trabajadores que
apoyaron el surgimiento del peronismo a partir de 1945. La historia de las
interpretaciones de los orígenes de peronismo enfatizan a veces la heterogeneidad y a
veces a la homogeneidad de la clase obrera. Este artículo busca mostrar que el apoyo al
peronismo fue protagonizado por trabajadores altamente heterogéneos en varias
dimensiones. La imagen de que el apoyo al surgimiento del peronismo provino de
alguna masa homogénea vinculada a las migraciones internas fue un modo de
categorizar y simplificar un proceso complejo sin ninguna base empírica.
Abstract
This article makes a contribution to understanding features of the workers that
supported the emergence of Peronism since 1945. The history of the interpretations of
the origins of Peronism emphasizes the heterogeneity and the homogeneity of the
working class. This article seeks to show that support for Peronism was led by highly
heterogeneous workers in various dimensions. The image that support the emergence of
Peronism came from a homogeneous mass linked to internal migration was a way of
categorizing and simplifying a complex process without any empirical basis.
189
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TRABAJO PRÁCTICO N° 3. El Cordobazo y el ciclo de “azos”. Juventudes, política y memoria
(EVALUABLE, escrito e individual)
- MANZANO, Valeria (2019). “Los hijos de mayo: generaciones y política en la Argentina, 1969-1994” en Contenciosa, (9).Dossier: Los
«azos» revisitados. Disponible en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/article/view/8775/12203
- SERVETTO, Alicia y ORTIZ, Laura (2019). “La memoria como boomerang. ¿Qué queda del Cordobazo?” enContenciosa, (9).Dossier: Los
«azos» revisitados. Disponible en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/article/view/8762/12169
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Contenciosa, Año VII, nro. 9, 2019 - ISSN 2347-0011
Dossier Los «azos» revisitados
Resumen:
Este artículo estudia cómo, cuándo y porqué diferentes grupos e individuos delinearon
construcciones generacionales que tomaban al mayo de 1969 -y a otros mayos de comienzos de la
década de 1970- como punto de referencia. Mostrará que las construcciones generacionales
implican procesos de representación en un sentido doble. Por un lado, especialmente para el
quinquenio que siguió a Mayo de 1969, el artículo reconstruye qué grupos y con qué significados
políticos y culturales se auto-percibieron, por ejemplo, como “hijos del Cordobazo” e intentaron
representar de esa manera tanto a un grupo de edad (joven) como a una posición y situación
política. Por otro lado, representación aquí se vincula a las tareas de la memoria social, intentando
también identificar de qué manera se desplazaron y transformaron las construcciones
generacionales que cristalizaban, por ejemplo, en el marco de las conmemoraciones de fines de la
década de 1980. En el último tercio de esa década, enmarcadas en procesos conmemorativos
(especialmente, del vigésimo aniversario de las revueltas globales del ’68) y en plena discusión sobre
la valencia de conceptos y programas en torno a la “revolución”, algunas memorias de militancia
política emergieron imbricadas en clave generacional.
Palabras clave:
Generaciones - Juventud - Militancia Política - Memoria Social - Historia Reciente
Abstract:
This article studies how, when, and why different groups and individuals delineated generational
constructions that took May of 1969 -and other Mays in the early 1970s- as reference points. It will
show that those generational constructions imply processes of representation in two senses. On
the one hand, and especially for the five years that followed May of 1969, it reconstructs which
groups (and with which political and cultural meanings) created a self-perception of being, for
example, the “sons of the Cordobazo” and tried to represent an age group (youth) as well as a
political position and situation. On the other hand, representation also refers to the tasks of social
memory. In this respect, the article aims at identifying in which ways the generational constructions
were transformed, for example, in the contexts of the commemorations of the late 1980s. In the
last quarter of that decade, framed in commemorative processes (especially, the twentieth
anniversary of the global revolts of 1968) and in the larger discussions over the legitimacy of
concepts and programs related to the “revolutions”, some memories of political militancy emerged
in close association with generational positions..
Keywords:
Generations – Youth - Political Militancy - Social Memory - Recent History
Recibido: 11/11/2019 - Aceptado: 10/12/2019
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Contenciosa, Año VII, nro. 9, 2019 - ISSN 2347-0011
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1 Altamirano, Carlos, “Memoria del 69”, Estudios, núm. 4, diciembre de 1994, pp. 10-16.
2 Mannheim, Karl, “The Problem of Generations”, en Essays on the Sociology of Knowledge, Londres, Routledge, 1952
(1933), pp. 276-319.
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asociado a los estudios generacionales).3 Antes que identificar, por ejemplo, a una “generación del
Cordobazo”, asumiendo así una perspectiva analítica generacional, en este artículo me interesa
revisar cómo, cuándo y porqué diferentes grupos e individuos a lo largo del tiempo delinearon
construcciones generacionales que tomaban al mayo de 1969 -y a otros mayos de comienzos de la
década de 1970- como punto de referencia. El crítico cultural Leerom Medovoi ha sugerido que
las “generaciones”, como otros colectivos, se instituyen a partir del “acto hegemonizante de
representación”.4 En la historia que intentaré reconstruir, esa representación adquiere un sentido
doble. Por un lado, especialmente para el quinquenio que siguió a Mayo de 1969, refiere a la
posibilidad de reconstruir qué grupos y con qué significados políticos y culturales se auto-
percibieron, por ejemplo, como “hijos del Cordobazo” e intentaron representar de esa manera
tanto a un grupo de edad (joven) como a una posición y situación política. Por otro lado,
representación aquí se vincula a las tareas de la memoria social, intentando también identificar de
qué manera se desplazaron y transformaron las construcciones generacionales que cristalizaban,
por ejemplo, en el marco de las conmemoraciones de fines de la década de 1980. En este sentido,
el artículo pretende colaborar con la historia de las memorias sociales de la militancia política.
Mientras existe una abundante literatura que ha estudiado las cambiantes memorias de la dictadura
y puesto el foco en la década de 1980, poco sabemos sobre cómo se procesaban las memorias sobre
el pasado inmediato a la dictadura en ese mismo contexto.5 Así, busco mostrar que, en el último
tercio de esa década, enmarcadas en procesos conmemorativos (especialmente, del vigésimo
aniversario de las revueltas globales del ’68) y en plena discusión sobre la valencia de conceptos y
programas en torno a la “revolución”, algunas memorias de militancia emergieron imbricadas en
clave generacional.
Este ensayo se organiza en tres apartados que siguen un orden a la vez cronológico y temático.
Primero, el foco estará puesto en el quinquenio que siguió a Mayo de 1969, concentrándome en las
producciones de diversos grupos dentro del movimiento estudiantil universitario tanto como en
las de agrupaciones de izquierda y peronistas. Mientras que entre las agrupaciones de izquierda
(estudiantiles o no) rápidamente emergió una auto-percepción de haber sido “hijos del
Cordobazo”, para quienes se enrolaban dentro de las variantes peronistas la filiación no era tan
intensa. Para estas últimas, especialmente las que se ligaban a Montoneros, con el correr de la
década de 1970 “Mayo” solapaba diversos significados ligados a acontecimientos caros a esa familia
política: el secuestro del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu (en 1970), el inicio del gobierno
de Héctor Cámpora (en 1973) o la confrontación con Juan Perón el 1 de mayo de 1974. Si bien
para la familia del peronismo que se autoproclamaba por la revolución el Mayo de 1969 en general,
y el Cordobazo en particular, se diluían como punto de referencia, no sucedía lo mismo para
activistas y militantes de esa tendencia afincados en Córdoba, un elemento que permite ponderar
lo significativo de las escalas geográficas, en este caso la provincial e incluso local, para comprender
las construcciones generacionales. Esas escalas fueron particularmente significativas para analizar
un segundo momento. En la década de 1980, esas construcciones que tomaban a los “mayos”
como marco de referencia se imbricaron con los modos en que diversos actores políticos y
culturales rememoraron el ciclo de revueltas globales de 1968. Fue esa la ocasión en la cual
comenzaron a visibilizarse construcciones generacionales producidas desde las memorias de la
militancia y, más generalmente, de la revolución, asociadas a un pasado en el cual los “mayos”
volvían a visitarse y evocarse. A pesar de los desplazamientos, ciertos nudos continuaron
3 Jobs, Richard, Riding the New Wave: Postwar Youth and the Rejuvenation of France, Standord, Stanfdord University Press,
2007, pp. 10-17; Neumann, Mathias, “Youth, it is your Turn!: Generations and the Fate of the Russian Revolution
(1917-1932), Journal of Social History, vol. 46, núm.. 2, 2012, pp. 273-304.
4 Medovoi, Leerom, Rebel: Youth and the Cold War Origins of Identity, Durham, Duke University Press, 2005, 216.
5 Sobre las memorias de la dictadura en la década de 1980, ver especialmente Vezzetti, Hugo, Pasado y presente; guerra,
dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002; Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; y una revisión panorámica en Lvovich, Daniel y Jaquelina Bisquert, La cambiante memoria
de la dictadura, Buenos Aires, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2008.
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Dossier Los «azos» revisitados
Entre Mayos
Quienes estudiaron al movimiento obrero han sostenido, con razón, que el Cordobazo representó
la cristalización -antes que el inicio- de tradiciones de lucha, demandas y alianzas que venían
configurándose al menos desde fines de la década de 1950.6 En igual sentido, los historiadores del
movimiento estudiantil en diferentes universidades nacionales han remarcado también que las
transformaciones ideológicas, organizativas y culturales de este actor colectivo de gran visibilidad
en 1969 se remontaban, como mínimo, a mediados de la década de 1960, cuando se delineaban
contornos de una dinámica de radicalización política que fue impregnando a segmentos cada vez
más amplios del estudiantado.7 Movimiento obrero y estudiantil fueron, a lo largo de la década de
1960, dos de los espacios clave para los debates sobre y, más importante, la emergencia de una
“nueva izquierda” en la cual predominaron las resignificaciones del fenómeno peronista y las
disputas sobre las posibles “vías” para una revolución que, para muchos, ya estaba en marcha -no
sólo en la Argentina sino también en el resto de América Latina.8 Contemporáneamente, sin
embargo, las revueltas de 1969 tuvieron un efecto sorpresa, incluso para los grupos estudiantiles,
intelectuales y obreros más activados. Retomando las memorias de Altamirano, ese ciclo de
protestas, y en especial el Cordobazo, por un lado “daba forma a expectativas que lo precedían”
pero, por el otro, “permaneció flotante al menos hasta 1972-1973”. Esa doble vertiente marca las
coordenadas de la relevancia del “acontecimiento” y “mito”, especialmente en su capacidad de
instituirse como marco de referencia para construcciones generacionales que, ancladas en diversas
tradiciones de la izquierda, se auto-representarían como “hijas del Cordobazo”. En la acelerada
dinámica de politización y radicalización de amplios segmentos de la sociedad argentina que se
desplegó en el quinquenio siguiente a Mayo de 1969, otras familias políticas -en particular, el
peronismo que se proclamaba revolucionario- ubicaron al “acontecimiento” y “mito” en una zaga
más larga, diluyendo su potencia simbólica para la producción de construcciones generacionales.
Esa dilución, sin embargo, no alcanzó a quienes fueron activistas y militantes (por lo general,
jóvenes) en Córdoba, algo que ilumina los significados de las escalas geográficas para la elaboración
de construcciones generacionales.
En las memorias de Carlos Altamirano, y en las de otros y otras que experimentaron en términos
personales las dinámicas de radicalización política de fines de la década de 1960 y comienzos de la
siguiente, suelen remarcarse las “expectativas” que precedieron al Mayo de 1969. Aunque
desarrollaré este punto en el próximo apartado, en las memorias esas “expectativas” se ligaban al
6 Brennan, James, The Labor Wars in Córdoba, 1955-1976: Ideology, Work, and Labor Politics in an Argentine Industrial City,
Cambridge, Mass, Harvard University Press, 1994; Gordillo, Mónica, Córdoba en los sesenta: la experiencia del sindicalismo
combativo, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1996.
7 Millán, Mariano, “Entre la Universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia,
Rosario, Córdoba y Tucumán durante la Revolución Argentina (1966-1973)”, Tesis doctoral, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2013; Califa, Juan Sebastián, Reforma y revolución: la radicalización política del
movimiento estudiantil de la UBA, 1943-1966, Buenos Aires, EUdeBA, 2014; Vega, Natalia, “De la militancia estudiantil a
la lucha armada: Radicalización del estudiantado universitario santafecino en la segunda mitad de la década de 1960”,
Tesis doctoral, Universidad Nacional de Entre Ríos, 2016.
8 Tortti, María Cristina, El “viejo” Partido Socialista y los orígenes de la “nueva izquierda” (1955-1965), Buenos Aires, Prometeo,
2009; Aldo Marchesi, Latin America’s Radical Left: Rebellion and Cold War in the Global Sixties, Nueva York, Cambridge
University Press, 2017.
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Dossier Los «azos» revisitados
modo en que se recibían y procesaban las noticias de las revueltas globales que hicieron al
“momento 68”. Como lo he estudiado en otros trabajos, la prensa gráfica argentina siguió de cerca
aquellas revueltas y, más allá de las divergencias en coberturas y opiniones, resaltaban dos
singularidades. Por un lado, en virtud de relaciones e intereses político-culturales de largo plazo, las
revueltas parisinas recibieron una cuota preponderante de la cobertura en revistas y periódicos de
interés general y también políticas. Esa preponderancia obliteró la cobertura de otras locaciones de
revuelta, como las diversas ciudades italianas o, más adelante en 1968, México o Montevideo. Por
otro lado, con el acento puesto en París, la cobertura también enfatizaba en los aspectos que se
consideraban novedosos de las revueltas, como el tono iconoclasta de los grafiti, la gravitación de
segmentos de intelectuales que -se recortaba- proponían rever el “rol” del proletariado en procesos
revolucionarios (Herbert Marcuse era el más mencionado), y en la omnipresencia de rostros
jóvenes, estudiantiles, en las calles.9 Teniendo en cuenta que esos eran los materiales disponibles,
no es de extrañar que quienes fueran convocados a opinar sobre esas revueltas y sobre qué sucedía,
o sucedería, en la Argentina, lo hicieran munidos de esas imágenes y esos énfasis, antes que con
otros elementos de análisis.
Las revueltas del “momento 68” delimitaban las “expectativas” aunque en líneas generales éstas se
delinearan por oposición, antes que por acercamiento, con lo que se interpretaba estaba sucediendo
a escala europea y especialmente parisina. Mientras que la Federación Universitaria Argentina
([FUA] conducida por militantes que recientemente habían roto con el Partido Comunista y
comenzaban a acercarse al maoísmo) lanzó un manifiesto en solidaridad con los estudiantes y, en
especial, los trabajadores franceses en mayo de 1968, muchos otros estudiantes cuestionaban la
validez de las demandas y los actores que veían como preponderantes en las revueltas europeas. 10
Así, por ejemplo, quien era portavoz de una organización que nucleaba a estudiantes de origen
católico en rápido tránsito hacia el peronismo, la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), al ser
consultado por movilizaciones en la Argentina, sostenía que “para la muchachada que hoy sale a la
calle, sus padres históricos son el federalismo, el yrigoyenismo y el peronismo: nos importan un
bledo Marcuse y Marx”. Roberto Grabois, su colega del Frente Estudiantil Nacional (FEN),
sostenía por su parte que “los estudiantes apoyarán la Revolución de los Trabajadores. Quienes
piensan que los trabajadores deben apoyar la revolución de los estudiantes, seguirán soñando en
París mientras la historia se gesta en Avellaneda, en Tucumán y en cada barrio y provincia de la
patria”.11 Aun para quienes, con el transcurrir de los meses, produjeran interpretaciones más
matizadas sobre las demandas y los actores de las revueltas europeas -como Sergio Caletti, quien
enfatizaba que “los dirigentes estudiantiles franceses siempre declararon que las masas trabajadoras
podían y debían ponerse al frente”- las comparaciones seguían al orden del día: “No es la expresión
anárquica, inorgánica, de los objetivos revolucionarios los que pueden llevar a la victoria en las
tierras americanas.12 “Nuestras” luchas no podían ser como las europeas (o como esos estudiantes
e intelectuales las representaban): “aquí” los estudiantes debían seguir a los trabajadores.
Las interpretaciones que se construyeron en el ámbito estudiantil e intelectual respecto a las
revueltas globales, singularizadas en el mayo parisino de 1968, contribuyeron a configurar las
expectativas respecto a lo que potencialmente podría -y, al criterio de muchos activistas y militantes,
debería- suceder en la Argentina.13 En los inicios del mayo argentino de 1969, los movimientos
9 Manzano, Valeria, La era de la juventud en la Argentina: cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2017, cap. 6; “A cincuenta años de las revueltas de 1968”, Ciencia Hoy, núm. 160, julio
de 2018.
10 “Solidaridad con los trabajadores y los estudiantes de Francia”, Vocero de la FUA, núm. 2, mayo-junio de 1968, p. 5.
11 “Hablan los dirigentes estudiantiles”, Semanario CGT núm. 33, diciembre de 1968.
12 Caletti Sergio, “Mayo, Francia, barricadas”, Cristianismo y Revolución, núm. 16, segunda quincena de mayo de 1969, pp.
18-19.
13 En el ámbito estudiantil y profesional, una experiencia que sí recogió diversas ideas, imaginarios y prácticas asociadas
al ciclo de revueltas del 68’ europeo fue la de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba, ver
Malecki, Juan Sebastián, “¿Una arquitectura imposible? Arquitectura y política en el Taller Total de Córdoba, 1970-
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Dossier Los «azos» revisitados
1975”, Prismas, núm. 22, 2018, pp. 95-115. Para las reverberaciones del 68’ europeo y norteamericano en segmentos
contraculturales, ver Manzano, La era de la juventud…, op. cit., cap. 5.
14 La tapa del semanario Panorama del 22 de junio de 1969 sobreimprimía la leyenda “La rebelión de los estudiantes” a
una foto de una manifestación en Rosario. Asimismo, el periódico Cristianismo y Revolución, en su número 17 (primera
quincena de junio de 1969), sintetizaba en su tapa y en su nota editorial que se había tratado de una “Rebelión
estudiantil”, mientras que en su contratapa publicaba una foto de Juan José Cabral, el primer estudiante asesinado en
Corrientes, con la leyenda “dio su vida por una nueva juventud”.
15 “Dirigentes universitarios, después del desborde”, en Panorama, núm. 109, 27 de mayo de 1969, pp. 8-11. Ver también
“Estudiantes, los fantasmas tienen nombre”, Panorama, núm. 110, 3 de junio de 1969, p. 14.
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16 “Llamamiento de la FUA al IX Congreso”, Cristianismo y Revolución, núm. 22, enero de 1970, pp. 21-26.
17 “Declaraciones del FEN”, Cristianismo y Revolución, núm. 22, enero de 1970, pp. 32-34; “La UNE ante la crisis
reformista”, Cristianismo y Revolución, núm. 27, enero de 1971, p. 40.
18 “Nuevo presidente de la FUA: No somos los de antes”, Panorama, núm. 140, 30 de diciembre de 1969, p.9.
19 Véanse, por ejemplo, “Hablan los Montoneros”, Cristianismo y Revolución, núm. 26, noviembre-diciembre de 1970,
pp. 10-14; “A dos años del Cordobazo”, Estrella Roja, núm. 3, junio de 1971, p. 3.
20 Ver Rupar. Brenda, “Emergencia y consolidación de la corriente maoísta en la Argentina: antecedentes, fundamentos
y caracterización (1965-1974)”, Tesis doctoral, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires, 2019, cap. 5.
21 Carnovale Vera, Los combatientes: Historia del PRT-ERP, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
22 “Juan del Valle Taborda”, Estrella Roja, núm. 2, mayo de 1971; “Ramiro Leguizamón”, Estrella Roja núm. 30, febrero
de 1974, y pueden consultarse también “Ivar Barolo” y “José Luis Buscarioli”, Estrella Roja, núm. 39, agosto de 1974.
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Dossier Los «azos» revisitados
23 Cárdenas, Gonzalo, “El movimiento nacional y la universidad”, Antropología Tercer Mundo, núm. 3, noviembre de
1969.
24 Ver especialmente Slipak, Daniela, Las revistas montoneras: cómo la organización construyó su identidad a través de sus
“A un año de los sucesos de Córdoba” y “Noticias sobre Aramburu”, Clarín, 30 de mayo, p.1.
27 “Cómo murió Aramburu”, La causa peronista, núm. 9, 3 de septiembre de 1974.
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Dossier Los «azos» revisitados
De manera sucinta, la irrupción pública de Montoneros yuxtapuso un nuevo “mayo”, que en los
años siguientes sería integrado a una zaga más amplia que construían aquellos que participaban de
esa variante que se proclamaba por la revolución, y que serviría para crear construcciones
generacionales propias. Así, por ejemplo, en ocasión de la celebración por la victoria de Héctor
Cámpora en mayo de 1973, el periódico Montonero El descamisado produjo un informe -con
abundancia de fotografías- recapitulando las luchas populares desde 1955 hasta 1973. En el
informe, el Cordobazo ameritaba una sola fotografía, con el epígrafe “el pueblo entró a tallar”.28
Un año más tarde, al conmemorarse el quinto aniversario del mayo de 1969, en otra publicación
de esa tendencia un “montonero” contaba en primera persona sus experiencias, enfatizando la
emergencia de grupos universitarios peronistas tras el golpe de Onganía y su gravitación, indicaba,
en las jornadas de Córdoba, algo que a su criterio permitía “cuestionar la interpretación de la zurda,
que se adjudica su paternidad”. Esa “zurda” habría estado errada ya que, aseguraba el “montonero”,
el Cordobazo no marcó el “inicio de ninguna revolución”.29 Ya en 1975, desde otro periódico
Montonero, se buscaba clarificar una vez esa mirada sobre mayo de 1969: “nacido en el pueblo
peronista”, sostenía, “el Cordobazo no encontró al movimiento de liberación nacional a su altura”.
Ese movimiento habría encontrado “su altura” recién al mayo siguiente, esto es, en 1970, cuando
Montoneros secuestró y ejecutó a Aramburu, y mucho más en el mayo de 1973, con la llegada de
Cámpora al gobierno. El mayo siguiente, el de 1974 -marcado por la confrontación pública entre
Montoneros y Perón- sintetizaba, para esa interpretación, un momento de mayor autonomía aún
para el “movimiento de liberación nacional”.30 Estas interpretaciones, seguramente compartidas
por segmentos importantes de quienes se enrolaban en el peronismo en su variante Montonera,
ponían el acento en una pluralidad de “mayos” aunque eran los de 1970 y 1973 los que se instituían
como marco de referencia para construcciones generacionales que -como mostraré en el apartado
siguiente- emergieron desde dinámicas memoriales, esto es, a partir de procesos de representación
del pasado.
Sin embargo, de modo contemporáneo, los significados del mayo de 1969 fueron diferentes si se
los entendía a escalas provinciales o locales. Tal fue el caso, por ejemplo, de aquellos militantes y
activistas de Córdoba. Aunque mucha más investigación será necesaria en este punto, una revisión
de la prensa montonera radicada en esa provincia coloca al Cordobazo en un lugar mucho más
central de la zaga de “luchas populares”: se trataba del “glorioso 29 de mayo, cuando la clase
trabajadora de Córdoba derrumbó en las calles los sueños imperiales de Onganía, y nuestra ciudad
fue convirtiéndose en una de las presas más buscadas de las clases dominantes”.31 La (auto)
representación del activismo cordobés como pionero de las luchas populares situaba en el centro
a los trabajadores y a los jóvenes, estos últimos entendidos como “herederos de mayo del 69, en la
senda de La Calera”, en referencia a los montoneros que tomaron esa localidad cordobesa de 1 de
julio de 1970.32 Como lo ha mostrado Mónica Gordillo, para los trabajadores cordobeses la
construcción del Cordobazo como un símbolo “llegó a eclipsar a otras fechas simbólicas, como el
1 de mayo o el 17 de octubre”. El Cordobazo, en tanto símbolo, se instituyó como un eje
significativo de disputas políticas entre los peronismos de diversas variantes -no solamente el
alineado con Montoneros- y también entre éstos y los grupos de izquierda. En 1973, las disputas
parecieron suspendidas: tras un homenaje oficial por parte del Consejo Deliberante, las
conmemoraciones centrales contaron con la presencia del presidente cubano Osvaldo Dorticós,
quien visitaba Córdoba tras haber participado en el acto de asunción de Cámpora. “Cuba va del
brazo, de nuestro Cordobazo” fue el cantito entonado por militantes y activistas, obreros y
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estudiantes, tanto de la izquierda como de los diversos peronismos.33 Pero esa “primavera” fue
breve, y ya para el quinto aniversario de Mayo de 1969 poco quedaba, en Córdoba y en el resto del
país, de las posibilidades de pensar en que la Argentina seguiría “del brazo de Cuba”.
Antes que “flotante por un tiempo”, como lo planteara Altamirano desde sus memorias, los
significados del Cordobazo -y de las revueltas de Mayo de 1969- estuvieron, durante el quinquenio
que les siguió, en el centro de las disputas políticas y culturales de nuevos y viejos grupos que se
auto-proclamaban revolucionarios. Grupos de izquierda, notablemente el PRT, rápidamente lo
identificó como una cesura que marcaba el inicio de una “nueva etapa” y también el “rito de pasaje”
mediante el cual jóvenes que provenían de orígenes no proletarios terminaban de fundirse con la
causa revolucionaria. Contemporáneamente, algunos intelectuales y dirigentes peronistas
interpretaban a las revueltas de Mayo del ‘69 en un sentido similar, o sea, como la instancia en que
“el estudiantado” -que se asumía de clase media- se había fundido con el pueblo, una fusión que
desde esta vertiente tendría otros “mayos” (el de 1970, o de 1973) a ser reconocidos y reivindicados
como enteramente propios. En el quinquenio que siguió a Mayo del ‘69, entonces, se fueron
sucediendo varios otros “mayos” con la potencialidad de constituirse en “acontecimiento” y
“mito”, y así como marco de referencia para construcciones generacionales. Llamativamente, en
un espacio que hacía uso de una posición de edad (juventud) como índice de diferenciaciones
político-ideológicas, las dinámicas de construcción generacional fueron más débiles que entre las
agrupaciones de izquierda. Aunque quede mucho por explorar, esa debilidad de los grupos
asociados a Montoneros para (auto) representar una generación quizá obedezca a la voluntad de
integración a un colectivo mayor (“el pueblo peronista”) en términos similares a otros sectores
activados que hacían uso de las nociones de jerarquía y autoridad asociadas a los sistemas de edad
para legitimar sus propias posiciones.34 Cuando la “novela familiar peronista” llegaba a su final y,
luego, con la imposición de la última dictadura en 1976, decenas de miles de esos “hijos del
Cordobazo” o de otros “mayos” fueron asesinados y desaparecidos, y otros tantos exiliados. Entre
algunos de ellos, afiliados a Montoneros, la conmemoración del décimo aniversario del Cordobazo
coincidió con el lanzamiento de la llamada “contraofensiva”, ocasión en la que se organizó una
representación centrada en la heroicidad de los trabajadores cordobeses, y de la clase trabajadora
argentina en 1979, una clase que -sostenía Roberto Cirilo Perdía- tenía en los peronistas
montoneros a su “vanguardia” (como no lo habían tenido sus predecesores en Córdoba en 1969).35
Esa reivindicación poco puede haber sido escuchada o leída en la Argentina. En la década que
siguió, sin embargo, nuevas construcciones generacionales fueron más consustanciales a los
procesos de memoria social de la militancia.
“Para mi generación…”
Desde fines de la década de 1970 y, con mayor intensidad, en la década que siguió, la acción de
denuncia y el reclamo de justicia por los crímenes cometidos durante la última dictadura militar (en
particular, la desaparición forzada de personas) se organizó a partir del despliegue de una “clave
humanitaria”. Como lo ha mostrado Emilio Crenzel, viejos y nuevos organismos de derechos
humanos, en sintonía con los requisitos y los lenguajes de circulación transnacional, construyeron
sus denuncias a partir de la configuración de perfiles identitarios básicos de las personas
desaparecidas (como edad o profesión). Esa “clave” pervivió en instancias cruciales luego de la
recuperación de un orden político democrático, notablemente en la investigación de la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas que dio como fruto el informe Nunca más (1984) y en
33 Gordillo, Mónica, “Paso, paso, paso, se viene el Cordobazo: Mayo del ’69 y los usos de la memoria”, Estafeta, núm.
32, 1999, pp. 41-45. Para descripciones sobre el 29 de mayo de 1973, ver “Cuba va del brazo, de nuestro Cordobazo”,
Estrella Roja, núm. 22, junio de 1973 y “Ayer lucha, hoy fiesta de liberación”, El descamisado, núm. 3, 5 de junio de 1973.
34 Elaboré algunas de esas ideas en Manzano, La era de la juventud…, op. cit., cap. 6.
35 Roberto C. Perdía, “A diez años del Cordobazo, preparemos el Argentinazo”, Evita Montonera, núm. 24, mayo de
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el contexto del Juicio a las Juntas Militares de 1985. La “clave humanitaria”, que entre otros
elementos suponía obliterar la filiación política y las actividades de militancia de las personas
desaparecidas, fue constitutiva de lo que Crenzel denomina como el primer “régimen de memoria”
sobre la dictadura y su pasado inmediato.36 Esta construcción corrió en paralelo a la intensa
repolitización de segmentos importantes de la sociedad argentina. En los dos primeros tercios de
la década de 1980, una nueva camada de activistas y militantes engrosó las ramas juveniles de la
mayoría de los partidos. Los y las jóvenes buscaron, en buena medida, despegarse de sus pares de
la década anterior, (auto) representándose como una juventud “madura y responsable”, capaz de
convivir en el disenso y baluarte de una nueva cultura democrática -tal lo expresado, por ejemplo,
en el marco del Movimiento de las Juventudes Políticas (MOJUPO, creado en 1983 e integrado
por jóvenes de la Unión Cívica Radical, del Partido Intransigente, del Partido Comunista, y de
diversas ramas del peronismo, entre otros). Sin embargo, los jóvenes del MOJUPO -y de otras
fuerzas políticas de izquierda que no lo integraban- no dejaban de lado una serie de programas y
discursos centrados en el antiimperialismo y el latinoamericanismo, como así tampoco la idea
misma de “revolución social”.37 Como lo mostraban quizá de un modo extremo el llamado “viraje
revolucionario” del Partido Comunista (consumado en 1986) y la fundación del Movimiento Todos
por la Patria (también en 1986), los imaginarios de una revolución social no eran extemporáneos,
mucho menos cuando esos y otros agrupamientos políticos tomaran a la Nicaragua sandinista
como un faro.38 En el último tercio de la década de 1980, sin embargo, una serie de procesos
convergieron para poner en cuestión, y eventualmente remitir al pasado, tanto las diversas ideas de
“revolución” como la militancia política tal cual se entendía. Así, las transformaciones políticas
globales (la Perestroika soviética en primera instancia), la emergencia de una corriente de
desencanto con el proyecto encabezado por Raúl Alfonsín (desencanto que combinaba la
frustración con la política económica y social, además de con las “leyes del perdón” de 1986 y 1987)
y la serie de conmemoraciones sobre el ‘68, fueron las coordenadas para que viejos y nuevos
activistas y militantes e intelectuales construyeran sentidos generacionales en los cuales los
mecanismos de representación -e interpretación- del pasado “setentista” fueron centrales.
Las conmemoraciones por el vigésimo aniversario del ‘68 transnacional fueron el telón de fondo
sobre el cual diversos actores políticos y culturales elaboraron ideas sobre la “pervivencia” de la
revolución y, a partir de ello, configuraron también construcciones generacionales. Esas
conversaciones se hacían visibles en el marco de una serie de emprendimientos periodísticos de
carácter político-cultural significativos de la década de 1980, tales como el semanario El periodista
de Buenos Aires, los mensuarios El porteño, Babel o Fin de Siglo y, en el último tercio de la década, los
periódicos Página/12 y Nuevo Sur. Lanzada en 1987 y dirigida por Vicente Zito Lema, Fin de siglo
ejemplifica el impulso inclusivo que, más allá de sus diferencias, atravesaba a aquellas publicaciones.
De ese emprendimiento participaban viejos y nuevos periodistas, intelectuales y escritores, muchos
de ellos con reconocida participación en organizaciones políticas de izquierda o peronistas en la
década de 1970 -desde Rodolfo Mattarollo hasta Horacio Verbitsky- tanto como un conjunto de
periodistas vinculados a la escena de tipo “contracultural” o al feminismo renovado -por ejemplo,
Enrique Symns y María Moreno. En septiembre de 1987, Fin de siglo produjo un dossier especial,
detonado por la reciente traducción de La revolución y nosotros, que la quisimos tanto, el libro en que se
transcribían las entrevistas que Daniel Cohn-Bendit realizó, en 1985 y 1986, a figuras del ‘68 global,
incluyendo a Jerry Rubin (el ex yippie norteamericano al que se retrataba, ahora, viviendo en un
36 Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
37 Manzano, Valeria, “Juventud en transición: los significados políticos y culturales de la juventud en la Argentina de la
década de 1980”, en Branguier, Víctor y Elisa Fernández (eds.), Historia cultural, hoy: 13 entradas desde América Latina,
Rosario, Prohistoria, 2018.
38 Casola, Natalia, El PC Argentino y la última dictadura militar: militancia, estrategia política y represión estatal, Buenos Aires,
Imago Mundi, 2015; Hilb, Claudia, “La Tablada: último acto de la guerrilla setentista”, Lucha Armada en la Argentina,
núm. 9, 2007, pp. 4-22, Fernández Hellmud, Paula, Nicaragua debe sobrevivir: la solidaridad de la militancia comunista argentina
con la Revolución Sandinista (1979-1990), Buenos Aires, Imago Mundi, 2015.
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lujoso piso en Manhattan) y Joshcka Fischer (quien había pasado de activista estudiantil y sindical
de la “extrema izquierda” a, por entonces, Ministro de Medioambiente socialdemócrata) junto a
otras a ex activistas y militantes de origen estudiantil que continuaban encarcelados en Italia y
Alemania. Antes que reproducir todas esas entrevistas, el dossier de Fin de siglo incluía la
transcripción de una conversación entre Cohn-Bendit y Fernando Savater, en la cual éste le
cuestionaba un sesgo interpretativo -el pasaje desde la “revolución” a la “integración”, o bien a la
“alienación” total- tanto como la no percepción de las diferencias posibles de los significados del
‘68 en diversas particularidades regionales o nacionales. Se trataba, diría Savater, de un ‘68 leído en
clave de “espíritu de época” y asociado -en esto ambos coincidían- a una “generación con rostro
joven”, cuya acción política en pos de una transformación social profunda se perdía en el
recuerdo.39 Quizá para recuperar las particularidades regionales, y para poner en discusión también
qué sentidos de izquierda y de revolución pervivían en América Latina, Fin de siglo solo transcribió
la entrevista de Cohn-Bendit con Fernando Gabeira (un ex guerrillero brasilero que participó en el
secuestro del embajador de Estados Unidos en 1969 y, tras años de prisión y exilio, abogaba por
una “izquierda democrática” que además de preocuparse por la desigualdad social tomara en
consideración temas como el machismo o el racismo) y produjo tres propias: con el líder del Frente
Farabundo Martí de El Salvador, con un dirigente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez de Chile,
y con una dirigente de la Juventud Sandinista.40
Más fundamentalmente, tanto el dossier de Fin de siglo de 1987 (cuyo título general era “¿Qué queda
de la revolución?”) como el producido dos años después por Babel (titulado “La revolución ya no
es lo que era” y publicado en el contexto de las conmemoraciones del bicentenario de la Revolución
Francesa) convocaron a dos docenas de dirigentes y activistas políticos y sindicales tanto como de
intelectuales y artistas argentinos a responder a esos interrogantes. En sus respuestas, una mayoría
de aquellos que ya rondaban por los cincuenta años, transitó desde el singular al plural. “Para mi
generación”, planteaba el ex guerrillero peronista Envar el Kadri, “la revolución era una moneda
corriente”. Por su parte, el sociólogo Ernesto Villanueva -muy cercano a principios de la década de
1970 a los Montoneros- anotaba que “mi generación dio de sí lo mejor que ha podido”, mientras
concluía que “mi generación parece haber aprendido que la revolución es un sinsentido”. Enrolado
en otras vertientes del peronismo en la década de 1970, Julio Bárbaro sin embargo se sumaba a la
misma línea argumentativa: “para mi generación, la revolución estaba atada al marxismo y al
peronismo” sostenía, y ambos habían atravesado tantas transformaciones desde su “generación”,
que la idea misma de revolución social estaba perimida. La invocación generacional, sin embargo,
fue compartida por intelectuales que no provenían de la tradición peronista. Así, Beatriz Sarlo
reflexionaba sobre los sentidos de revolución en sus relaciones con la modernidad, indicando que
“la revolución es, siempre, joven, como lo fuimos”. Oscar Terán, por su parte, remitía al anclaje
nacional del vocablo: “buena parte de mi generación”, anotaba, “colmó esa palabra con el
significado extraído ora en el socialismo libertario, ora en el marxismo especialmente de la III
Internacional, y luego amasado en el ancho curso de la revolución cubana.”41 Acicateados por
procesos conmemorativos en los cuales se ponía en el centro de la escena la reflexión sobre los
sentidos y la vigencia del término revolución, esos antiguos militantes e intelectuales enmarcaron
sus reflexiones en un “nosotros” delineado en clave generacional.
39 “Polémica entre Cohn-Bendit y Savater”, Fin de siglo, núm. 3, septiembre de 1987, pp. 30-32. Kristin Ross analizó el
contexto político e intelectual de la producción de esas memorias, señalando que fueron uno de los hitos en la
construcción de una interpretación culturalista, en clave generacional, del ‘68, ver May 68 and its Afterlives, Chicago,
University of Chicago Press, 2005.
40 “No quiero ser un cosmonauta”, “El poder y los revolucionarios”, “No dejar al pueblo indefenso”, “La dignidad,
núm. 3, septiembre de 1987; Julio Bárbaro, “Un término fuera de juego”, Beatriz Sarlo, “Esplendor y simplicidad” y
Oscar Terán, “La Argentina, tierra de revoluciones”, Babel, núm. 12, julio de 1989.
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Las construcciones generacionales del último tercio de la década de 1980 ponían en juego disputas
en torno a las memorias sociales de los momentos intensos de activación política en los que -se
entendía- se había fraguado un actor colectivo que ahora retomaba la voz pública para enmarcar
aquel pasado.42 ¿Cuáles eran las referencias para las construcciones generacionales en la Argentina?
¿A qué procesos, momentos, dinámicas o acontecimientos evocaban? Mientras algunas de esas
configuraciones remitían a “un espíritu de época” en el cual, ahora, convivían elementos políticos
y culturales variados y globales -“desde Los Rolling Stones hasta la ofensiva del Tet, pasando por
el secuestro de Aramburu”, tal como ironizaba el por entonces muy joven periodista Marcelo
Figueras-43, en otros casos militantes e intelectuales buscaban dilucidar especificidades y, al hacerlo,
reconstruían o deconstruían sentidos e interpretaciones que se remontaban a comienzos de la
década de 1970. Así, por ejemplo, también en el contexto de las conmemoraciones del vigésimo
aniversario del ‘68, El porteño produjo su propio dossier. Uno de los convocados fue Enrique
Dratman, un antiguo dirigente estudiantil comunista, quien sintéticamente indicó que, “en su
momento, nadie recuperó al Mayo Francés” al cual él asociaba -como su partido, pero también
buena parte de la prensa y los activistas habían hecho entonces- con “el rol desempeñado por la
juventud y el estudiantado en los procesos revolucionarios”. A su criterio (de 1988), ese “rol” fue
corroborado “durante el Cordobazo, cuando el estudiantado fue la vanguardia de las luchas
populares”. Lejos de concebirlos como procesos o dinámicas similares, y más lejos aún de entrever
la posibilidad de préstamos ideológicos o políticos, Dratman -y otros colaboradores del dossier- sí
refirieron a la centralidad del movimiento estudiantil en ambos contextos, a los que entendieron
como fundantes de “una generación”.44 Para otros colaboradores, sin embargo, las revueltas del
mayo argentino de 1969 pasaban inadvertidas.45 Así, por ejemplo, Horacio González aseguraba que
“no tuvimos nuestro 1968 en 1968, lo tuvimos unos cinco años después”, refiriendo entonces al
momento breve de 1973 como “instancia liberadora”.46 Como había sucedido quince años atrás,
para muchos de quienes se filiaban con peronismo que se auto-proclamaba revolucionario, sus
referencias eran otros “mayos”. A lo largo de la década de 1980, y al compás del proceso de
reflexión y (auto) crítica sobre la lucha armada, quienes seguían filiándose con el peronismo -
especialmente el renovador, como González- fueron contribuyendo a singularizar al “mayo de
1973” (antes que al de 1970) como marca de referencia identitaria y anclaje para la construcción de
un “nosotros” generacional.47
El mayo de 1969 -a diferencia del ‘68- tuvo su vigésimo aniversario en medio de la aguda crisis
social y política marcada por la hiperinflación y los saqueos, además de la derrota electoral de
Alfonsín y la decisión de anticipar la sucesión presidencial a Carlos Menem. Editorializando para
La voz del interior, Julio César Moreno -él mismo un ex militante del movimiento estudiantil cordobés
de fines de la década de 1960- escribía que “semejante aniversario nos encuentra envueltos en un
clima de penumbra, miedo y malos presagios que ha hecho evocar, en la gente mayor, aquella
jornada del 29 de mayo de 1969”. En su lectura, la mayor diferencia era que “en una Córdoba y en
42 Para México, ver Allier Montaño, Eugenia, “De la conjura a la lucha por la democracia: una historización de las
memorias políticas del ‘68 mexicano”, en Allier Montaño, Eugenia y Emilio Crenzel, Las luchas por la memoria en América
Latina: historia reciente y memoria política, México, Bonilla Artigas Editores, 2015, pp. 185-229.
43 Marcelo Figueras, “Una flor radioactiva”, Nuevo Sur. 19 de mayo de 1989, Suplemento El Tajo, pp. 4-5.
44 Enrique Dratman, “Nadie reivindicó al Mayo Francés”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988, ver también Jorge Warley
y Alberto Castro, “La universidad de la calle”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988.
45 Lo mismo sucedía en el dossier “Los textos de 1968”, coordinado por Nicolás Casullo. Si bien Casullo reflexionaba
sobre el ‘68 desde una perspectiva diferente, indicaba que “de aquel ‘68 nos separaría en la Argentina, esencialmente,
el terror y la muerte”, ver “‘68, aquellas palabras de la tribu”, Babel, núm. 2, mayo de 1988, p. 23. El dossier incluye
textos muy variados que harían a una “escritura d la revuelta”, comenzando por Ho Chi Minh, Franz Fanon y Ernesto
Guevara, y pasando por panfletos de estudiantes y trabajadores franceses hasta llegar a Perón y Cooke. Asimismo, el
dossier incluía un pequeño recuadro de diez líneas, en el que se recupera un relato periodístico sobre el 29 de mayo de
1969 en Córdoba.
46 Horacio González, “Marcooke”, El porteño, núm. 77, mayo de 1988.
47 Para un estudio del peronismo renovador, ver Martina Garategaray, Unidos: la revista peronista de los ochenta, Bernal,
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un país mucho más pobre que hace veinte años” persistían “los canales de expresión abiertos con
la última restauración democrática”.48 Tanto en Córdoba como en Rosario, los actos de
conmemoración fueron convocados por las fuerzas políticas que entonces conformaban Izquierda
Unida -el Partido Comunista y el Movimiento al Socialismo- y reunieron concurrencias poco
numerosas, de entre 2.000 y 4.000 personas que, además de recordar las jornadas de 1969
reclamaban por la liberación de los presos políticos y sociales de esas últimas semanas.49 A la vez,
fue un diario de izquierda, Nuevo sur, uno de los pocos que produjo un dossier especial sobre mayo
de 1969, en el cual primaban las reconstrucciones fácticas junto a pocos testimonios de dirigentes
sindicales y estudiantiles. Como eje interpretativo, mientras tanto, el dossier reproducía el un
fragmento del prólogo de El ‘69: huelga política de masas, de Beba y Beatriz Balvé (editado en esos
meses por Contrapunto), en el cual las autoras reconocían que había sido en medio de un diálogo
con un grupo de trabajadores rosarinos cuando habían decidido “producir un argumento
totalizador” que colocara a mayo en una temporalidad más larga, la de 1969, en la cual -remarcaban-
podía establecerse la “clara hegemonía obrera”.50 Reseñando ese trabajo, Osvaldo Aguirre
comentaba que la reconstrucción se recostaba en “una sola dimensión”, la de la prensa de época y
los informes estatales, y que faltaba reconocer otras voces, las de “aquella generación”, una tarea
que intuía solo sería posible “a partir de los testimonios”.51 Aunque el comentarista no tenía por
qué saberlo, en la década que siguió “los testimonios” y, más generalmente, la literatura y el cine
memorial, fueron una de las avenidas más importantes para las construcciones generacionales que
siguieron tomando a los “mayos”, sea separados o -con mayor frecuencia- juntos, como marco de
referencia.
Conclusiones
Las “memorias del 69” de Carlos Altamirano fueron producidas en el marco del vigésimo quinto
aniversario del Cordobazo. Ese fue un punto de inflexión fundamental en la construcción de
memorias públicas respecto a aquel mayo. De hecho, tanto las memorias de Altamirano como otras
intervenciones de intelectuales y antiguos militantes se discutieron en un encuentro organizado por
la Universidad Nacional de Córdoba, y luego editadas en su revista institucional, Estudios. También
en 1994 James Brennan publicaba, en inglés, uno de los primeros estudios de largo alcance sobre
la historia de los trabajadores cordobeses y en 1996 la historiadora Mónica Gordillo haría lo propio
al publicar -por el sello de la Universidad Nacional de Córdoba- una versión revisada de su tesis
doctoral sobre la experiencia sindical en la década de 1960. Sólo por proseguir con ejemplos del
ámbito universitario, en 1994 se creó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires la Cátedra Libre de Derechos Humanos -a cargo de Osvaldo Bayer- que devino una
plataforma significativa para la producción de debates sobre, y la construcción de memorias en
torno, la militancia previa al golpe de 1976. Con enfoques similares, la cátedra se extendió luego a
la Facultad de Ciencias Sociales, donde se organizaron de periódicamente charlas y conversaciones
con viejos militantes y activistas.52 Esas novedades del ámbito académico formaban parte de una
trama mayor: un desplazamiento hacia nuevas formas de la memoria social sobre la dictadura y su
pasado inmediato en las cuales no solamente se “re-descubrían” los pasados políticos de las
personas desaparecidas sino que, en el mismo movimiento, se revisitaban las formas y modos de
hacer política en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970. Como lo han mostrado otros
investigadores, un hito clave en ese desplazamiento fue la conmemoración del vigésimo aniversario
48 Julio César Moreno, “Córdoba veinte años atrás”, La voz del interior, 29 de mayo de 1989, p. 4.
49 “Hace veinte años, las barricadas”, Nuevo sur, 22 de mayo de 1989, p. 6; “Pacífica marcha de la izquierda”, La voz del
interior, 30 de mayo de 1989, p. 7; “Recordación del Cordobazo”, Nuevo sur, 30 de mayo de 1989, p. 4.
50 “El sentido del ‘69”, Nuevo sur, 28 de mayo de 1989, Suplemento Las palabras y las cosas, pp. 4-5.
51 Osvaldo Aguirre, “El ‘69”, Babel, núm. 12, julio de 1989.
52 Ver Cristal, Yann, “El movimiento estudiantil de la Universidad de Buenos Aires en democracia (1983-2001”, Tesis
Doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2019, pp. 174-5.
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del golpe de 1976, la emergencia del colectivo HIJOS y los procesos de interrogación e
identificación con el pasado político de la “generación” anterior.53
A mediados de la década de 1990, así, la emergencia de esa cohorte de activistas y militantes
encapsulada en -pero no limitada a- HIJOS, viene también a colaborar a suturar algunos de los
debates, explícitos e implícitos, de las dinámicas de construcciones generacionales y a ponerle
nombre a una entelequia: la “generación del setenta”. Si, como intentó ilustrar este ensayo, los
“mayos” sirvieron como marcos de referencia para que (al menos, parte de) los militantes de
izquierda o peronistas produjeran construcciones generacionales en las que se ponían en disputa
posiciones e interpretaciones de aquel presente (principios de la década de 1970) o aquel pasado
(quienes hablaron a fines de la década de 1980), la irrupción de esta cohorte remitía a una
generación anterior. Se trataba en primera instancia de los padres y madres desaparecidos, pero
también de aquellos y aquellas que, habiendo sobrevivido, habían sido también parte de las
dinámicas de intensa activación política de principios de la década de 1970. En tal sentido, jóvenes
y adultos fueron decantando una construcción generacional en la que destacaba una novedad
fundamental: había nacido la “generación del setenta”. Tal construcción venía a indicar tres
cuestiones. Por un lado, y de manera obvia, que las construcciones generacionales son parte de los
procesos de memoria social y remiten al pasado y sus usos.54 Pueden haber -y de hecho, como
intenté mostrar, hubieron- intentos “instantáneos” de producir representaciones en clave
generacional, como por ejemplo “los hijos del Cordobazo”. Contemporáneamente, los usos de
esos nombres (esas identidades) tenían que ver con disputas que hacían a la coyuntura. Fue recién
a fines de la década de 1980 cuando antiguos activistas y militantes hicieron uso del plural “mi
generación” para enmarcar sus recuerdos y, desde ellos, sus interpretaciones del pasado (y de ese
presente en el cual se revisaba el concepto de revolución). Por otro lado, que las construcciones
generacionales implican instancias de debate, pero también de cristalización, muchas veces
sintetizadas en un nombre. Como lo estudió Leerom Medovoi respecto a la “generación beat” en
Estados Unidos, el nombramiento es consustancial a la representación y a las chances de generar
interpelación. Así, las invocaciones a los “mayos”, que funcionaron todavía en la década de 1980,
suponían interpelaciones a parcialidades: su éxito solo podía ser relativo vis-a-vis a la más
totalizante “generación del setenta”. Por último, entonces, esa “generación del setenta” nace
cuando una nueva cohorte (de “hijos”, en el sentido general) emerge en la escena pública y política
y actualiza procesos que son a la vez de identificación y de separación con la anterior. En ese
contexto, en el cual dos cohortes se referenciaban en “los setenta”, se opacaban las diferencias que
persistían en las invocaciones a los “mayos”. Aunque mucho más trabajo sea necesario, los sentidos
y las interpretaciones que se proyectaron en la construcción de una “generación del setenta” fueron
homogeneizantes y tendieron a focalizar en los mínimos comunes denominadores de toda una
experiencia política y cultural diversa -mínimos comunes que podían ser una edad (la juventud de
los protagonistas) o una característica de sus formas de activación política (“la voluntad”).
En la construcción coral de la “generación del setenta” -que nació, lo recalco, a mediados de la
década de 1990- resonaban pocos ecos y voces de las construcciones anteriores, las que aquí he
propuesto leer como “los hijos de mayo”. La historización de estas últimas, sin embargo, pueden
colaborar a una mejor comprensión de las combinaciones posibles entre clave generacional y
disputas políticas a principios de la década de 1970 y, más básicamente, de los modos en que a lo
largo de la década de 1980 (especialmente en su último tercio), se procesaron en clave también
generacional las transformaciones políticas y culturales que, en resumidas cuentas, se tildaban como
53 Ver, entre otros, Bonaldi, Pablo, “Hijos de desaparecidos: entre la construcción de la política y la construcción de la
memoria”, en Jelin, Elizabeth y Diego Sempol (eds.), El pasado en el futuro: los movimientos juveniles, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2006, pp. 143-184; Cueto Rúa, Santiago, “Hijos de víctimas del terrorismo de estado: justicia, identidad y memoria
en el movimiento de derechos humanos en la Argentina (1995-2008), Historia Crítica. núm. 40, 2010/11, pp. 122-145.
54 Nora, Pierre, “Generations”, en Nora, Pierre (ed.), Realms of Memory: The Constructions of the French Past, Nueva York,
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Resumen:
La conmemoración de los 50 años del Cordobazo es una oportunidad para revisar su historia, las
condiciones que lo hicieron posible y las consecuencias que produjo. También es una ocasión
para examinar la(s) memoria(s), debatir sobre sus significados en el presente y ensayar respuestas
a la no siempre cómoda pregunta acerca de ¿Qué queda del Cordobazo?
Como volverse sobre un espejo roto, la pregunta despliega antiguas cuestiones revisadas con
lecturas actuales, y nuevos interrogantes que abren viejas discusiones: ¿Fue el Cordobazo una
respuesta del movimiento obrero a la política económica de Krieger Vasena que atentaba contra
los salarios y condiciones laborales? ¿Fue el Cordobazo la culminación de una etapa de luchas y
resistencia iniciada en 1955? o ¿Fue el inicio de un nuevo ciclo marcado por la politización y la
radicalización ideológica?, ¿Se trató de una gesta sólo de hombres?, ¿Resultaba una novedad el
activismo y la participación de los estudiantes y los jóvenes?
Desandar cada una de estas preguntas nos obliga a pensar críticamente el pasado, sin caer en la
tentación solo de rememorar o, en su defecto, de hacer de aquel acontecimiento un mito de la
gesta popular. Por el contrario, se trata de actualizar y analizar ese pasado que vuelve y nos
interpela con preguntas, con paradojas y con contradicciones.
Palabras clave:
Historia Reciente - Cordobazo - Memorias – Protagonistas - Conflictos
Abstract:
The commemoration of the Cordobazo’s 50th years is an opportunity to review its history, the
conditions that made it possible and the consequences that produced. It’s also an occasion to
examine the memories, discuss their meanings in the present and rehearse answers to the
uncomfortable question about what is left of the Cordobazo?
Like go back over a broken mirror, the question unfolds old revised issues with current readings,
and new questions that open old discussions: Was the Cordobazo a response of the labor
movement to the economic policy of Krieger Vasena that violated wages and working
conditions? Was the Cordobazo the culmination of a stage of struggle and resistance begun in
1955? Or it was the beginning of a new cycle marked by politicization and ideological
radicalization? Was it a deed only of men? Was the activism and participation of students and
young people a novelty?
Returning to each of these questions forces us to think critically about the past and not just
remember or make that event a myth of the popular deed. On the contrary, it is about updating
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and analyzing that past that comes back and challenges us with questions, paradoxes and
contradictions.
Keywords:
Recent history - Cordobazo - Memories - Protagonist Conflicts
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Introducción
La conmemoración de los 50 años del Cordobazo es una oportunidad para revisar su historia, las
condiciones que lo hicieron posible y las consecuencias que produjo. También es una ocasión
para revisar la(s) memoria(s), debatir sobre sus significados en el presente y ensayar respuestas a
la no siempre cómoda pregunta acerca de ¿Qué queda del Cordobazo?
Como volverse sobre un espejo roto, la pregunta despliega antiguas cuestiones revisadas con
lecturas actuales, y nuevos interrogantes que abren viejas discusiones. Son recurrentes las
presuntas acerca de ¿qué pasó?, ¿por qué pasó lo que pasó? y ¿qué significado tiene aquello para
el presente? Esta última pregunta es la más frecuente, la más insistente y, por qué no, la más
difícil de responder: ¿Qué queda hoy? ¿Qué significa hoy? Ciertamente, el mismo interrogante
tiene implícito la duda, ya que da a entender que de aquello que sucedió y de lo que significó no
queda tanto, o al menos, no se puede dar una respuesta lineal.
El Cordobazo es revisado, reinterpretado, resignificado, porque lo que está en juego son los
sentidos que ese pasado tiene en el presente y también los sentidos que ese pasado tuvo y tiene
para los actores que en ese momento histórico estuvieron involucrados. Al recorrer con mirada
atenta, como si se tratara de un boomerang sobre un rollo de película, que nos transporta del
presente al pasado y del pasado al presente, nos ubica en un tiempo de notable potencialidad,
donde se condensan múltiples combinaciones políticas, sociales y culturales que pueden entrar en
disputa. Porque la memoria colectiva es eso, un espacio de polifonías pero también de conflicto
por la representación dominante de ese pasado.
Aparecen viejas preguntas con lecturas nuevas, y nuevos interrogantes que abren antiguas
discusiones: ¿Fue el Cordobazo una respuesta del movimiento obrero a la política económica de
Krieger Vasena que atentaba contra los salarios y condiciones laborales? ¿O fue la condensación
de un descontento generalizado contra la dictadura de Onganía? ¿Fue el Cordobazo la culminación
de una etapa de luchas y resistencia iniciada en 1955 o se trató del inicio de un nuevo ciclo
marcado por la politización y la radicalización ideológica? ¿Se trató de una gesta sólo de
hombres? ¿Resultaba una novedad el activismo y la participación de los estudiantes y los jóvenes?
Desandar cada una de estas preguntas nos obliga a pensar críticamente el pasado, sin caer en la
tentación solo de rememorar o, en su defecto, de hacer de aquel acontecimiento un mito de la
gesta popular. Por el contrario, se trata de actualizar y analizar ese pasado que vuelve y nos
interpela con preguntas, con paradojas y con contradicciones.
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1 Testimonio publicado por Bohoslavky, Abel, “El mayo cordobés, antes y después”, Nodal. Noticias de América Latina
y el Caribe, en línea en: https://www.nodal.am/2019/05/el-mayo-cordobes-antes-y-despues-por-abel-bohoslavsky/,
consulta: 24/5/2019. Abel Bohoslavsky en 1969 era estudiante de 5° año de Medicina y en los años siguientes fue
médico del Hospital Rawson y del Sindicato de Trabajadores de Perkins en Córdoba. Autor de Los Cheguevaristas. La
Estrella Roja, del Cordobazo a la Revolución Sandinista, Buenos Aires, Imago Mundi, 2016.
2 Elpidio Torres, dirigente del SMATA, de filiación peronista, vinculado a la CGT-Azopardo, fue uno de los
protagonistas de las jornadas del mayo cordobés.
3 Sobre el clasismo, vid. Ortiz, María Laura, Con los vientos del Cordobazo. Los trabajadores clasistas en tiempos de violencia y
represión, Córdoba, Editorial UNC, 2019.
4 Torre, Juan Carlos, “A partir del Cordobazo”, Estudios, núm. 4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs.19 y 20.
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Específicamente en Argentina, la etapa que se abrió con el golpe de estado de 1955 que derrocó
al presidente Juan Domingo Perón estuvo determinada por la inestabilidad político-institucional
que provocaron los sucesivos golpes militares desde 1955 y la ilegitimidad de los gobiernos
democráticos que sostuvieron y avalaron la proscripción del partido mayoritario, el peronismo, en
el marco de las cíclicas crisis económicas. La dictadura encabezada por el general Juan Carlos
Onganía en 1966 fue un proyecto de la clase dominante que pretendió resolver por la vía
autoritaria el estado activo y autónomo de los sectores populares.5
La política de desmovilización y despolitización llevó, por el contrario, a una mayor conflictividad
política y social. En términos de M. Cristina Tortti, en los años previos y posteriores al Cordobazo
fueron emergiendo una serie de rasgos nuevos en la relación entre lucha social y lucha política,
dando lugar a la emergencia de movimientos populares de tipo insurreccional, al surgimiento de
direcciones “clasistas” en el movimiento obrero y al crecimiento de diferentes grupos
provenientes del peronismo, de la izquierda, del nacionalismo y de sectores católicos ligados a la
teología de la liberación.6 Pese a la diversidad de los orígenes políticos, la convicción común a
todos ellos era que el sistema de dominación vigente reposaba en la violencia y que sólo otra
violencia, que echara a andar una guerra, que debía evolucionar como guerra popular, podría
desenmascarar y, finalmente, derrotar a ese sistema que explotaba y oprimía a los pueblos.7
A partir de estas lecturas, retomamos entonces las preguntas del inicio: ¿Fue el Cordobazo el final
de una historia de resistencia y de luchas obreras sostenida desde la caída de Perón y el golpe
militar de 1955, que nutrieron una cultura de la resistencia antidictatorial? ¿Fue el punto de
partida de un proceso de movilización social y radicalización política que permitieron formular
alternativas anticapitalistas? En otras palabras: ¿Fue la consumación de las luchas peronistas o el
inicio de las luchas de la izquierda radicalizada? Si la respuesta se concentra en la primera
pregunta, el peso de la historia recae en el movimiento obrero organizado de Córdoba; si la
respuesta recae en la segunda, la historia se balancea hacia la izquierda maximalista, dando
potencia a un nuevo actor como fue la juventud radicalizada. Ciertamente, estamos frente a un
terreno de disputa que no sólo tiene un continuum pasado-presente, sino que, además, confluye e
influye en la constelación política actual de los actores.
Si consideramos al Cordobazo como uno más en el ciclo de azos que sucedieron en esos años en
distintas ciudades argentinas, su peso específico parece perderse. Conocidas como las puebladas
en Argentina, se produjo una serie de insurrecciones populares en varias ciudades. Las principales
sucedieron entre 1969 y 1972: el Ocampazo (Villa Ocampo, Santa Fe enero-abril de 1969, huelga
obrera en torno al ingenio Arno), el Correntinazo (mayo de 1969), el primer Rosariazo (mayo de
1969), el Salteñazo (mayo de 1969), el primer Cordobazo (mayo de 1969), el primer Tucumanazo
(mayo de 1969), el segundo Rosariazo (septiembre de 1969), el Choconazo (febrero-marzo 1970), el
segundo Tucumanazo (noviembre de 1970), el Catamarqueñazo (noviembre de 1970), el segundo
Cordobazo o Viborazo (marzo de 1971), el Casildazo (marzo de 1971), el Jujeñazo (abril de 1971), el
Rawsonazo (marzo de 1972), el Mendozazo (abril de 1972), el Quintazo (en la quinta agronómica de
la Univ. de Tucumán, junio de 1972), el Rocazo (julio de 1972), el Animanazo (Animaná, Salta, julio
de 1972) y el Trelewazo (octubre de 1972). A pesar de que en ellos son muy evidentes sus
diferencias, tanto por los objetivos como por los principales protagonistas en las manifestaciones
5 Vid. O´Donnell, Guillermo, El Estado Burocrático-Autoritario, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1982.
6 Tortti, María Cristina, “La Nueva Izquierda en la Historia Reciente de la Argentina”, Cuestiones de Sociología, núm. 3,
Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Departamento de
Sociología, 2006, págs. 19-32.
7 Servetto, Alicia y Noguera, Ana, “De «guerrilleros y subversivos». Hacia un perfil de los y las militantes de las
organizaciones revolucionarias armadas de Córdoba”, en Carol Solis, Ana y Ponza, Pablo (comps.), Córdoba a 40 años
del Golpe: estudios de la dictadura en clave local, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2016, págs. 10-28, en línea
en: https://ffyh.unc.edu.ar/editorial/wp-
content/uploads/sites/5/2013/05/EBOOK_40A%C3%91OSGOLPE.pdf consulta: 24/5/2019.
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callejeras, en todos los casos se visibilizó la capacidad de rebelión masiva y pública en aquellos
años8, que no sólo sucedió en escala nacional sino sobre todo latinoamericana y mundial.
La historieta da cuenta de un proceso de cambio socio-cultural y político que recorrió el mundo. Jerónimo Nº 29,
primera quincena octubre de 1970.
Las revueltas invadieron las calles y recordaron a los gobernantes que la política no podía
desplazarse ni con las botas ni con las balas. No obstante fueron las jornadas del mayo cordobés
las que irrumpieron con fuerza y se convirtieron en un punto de inflexión para la política
argentina, como mito fundante de la lucha política posterior.
8 Iñigo Carrera, Nicolás, “Algunos instrumentos para el análisis de las luchas populares en la llamada Historia
Reciente”, en López Maya, Margarita, Iñigo Carrera, Nicolás y Calveiro, Pilar (ed.), Luchas contrahegemónicas y cambios
políticos recientes en América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2008, págs. 77-94.
9 Ortiz, María Laura, Con los vientos…, op. cit.
10 Declaración de la delegación regional Córdoba de la CGT de los Argentinos, ante el paro del día viernes 16 de
mayo. La Voz del Interior, 17/5/1969, pág. 21, citada en Estudios, núm.4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, pág. 125.
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anunciado el congelamiento de los convenios colectivos y de los salarios. Esto se agregó a los
descuentos zonales, vigentes desde principios de 1969, que permitían a las empresas radicadas en
el interior pagar salarios 11% menos con respecto a los de Buenos Aires.11
En respuesta, la dos CGT nacionales decretaron un paro nacional para el día 30 de mayo. En
Córdoba, se decidió adelantar un día la jornada de protesta, convocando a un paro activo para el
29/5. En el espacio local, una comisión coordinadora que aglutinaba a los sindicatos afiliados a
las dos CGT (Azopardo y De los Argentinos), se encargó de organizar la jornada de protesta.
Dirigentes de gremios adscriptos a las distintas centrales obreras encabezaron la organización de
la protesta: Elpidio Torres del SMATA, Atilio López de la UTA (Unión Tranviarios Automotor)
y Agustín Tosco del Sindicato de Luz y Fuerza.
Durante muchos años, uno de los principales debates en torno al Cordobazo pretendía
determinar si el estallido había sido un hecho organizado o espontáneo. En los últimos años, una
de las voces más escuchadas en torno a este tema ha sido la de Lucio Garzón Maceda, abogado
laboralista que en aquellos años asesoraba al SMATA y la CGT Córdoba. Según sus recuerdos,
todo lo sucedido había sido pergeñado por aquellos tres dirigentes sindicales mencionados
anteriormente.12 Ciertamente, como comentamos al inicio de este apartado, los sindicatos
cordobeses tenían en 1969 una experiencia acumulada en sus formas de movilización, que incluía
una gimnasia de la resistencia a la represión que el régimen dictatorial venía imponiendo, que
incluso puede ampliarse a los gobiernos democráticos y de facto anteriores, si consideramos la
“Revolución Libertadora” y el plan CONINTES durante el gobierno de Arturo Frondizi 13. Sin
embargo, es claro que lo que los dirigentes sindicales cordobeses pudieron organizar en torno a
las jornadas del 29 y 30 de mayo de 1969 no incluía los sucesos tal cual sucedieron, que estallaron
y desbordaron los planes.
Por la mañana de aquel 29 de mayo, obreros y estudiantes salieron unidos a las calles de Córdoba.
Varias columnas, desde distintos puntos de la ciudad, siguieron la ruta planificada. Al mediodía, y
como resultado del enfrentamiento con la policía, fue asesinado el obrero mecánico Máximo
Mena. Este hecho trágico crispó los ánimos y la indignación colectiva precipitó el conflicto y el
enfrentamiento. La protesta derivó en una revuelta popular y la población se volcó a las calles.
Fue el momento en que los manifestantes le ganaron terreno a la policía, articulando distintos
descontentos sectoriales en uno más general. Por la tarde, se declaró el toque de queda y las
tropas del ejército se hicieron cargo de controlar la ciudad, a base de gases lacrimógenos,
represión y encarcelamiento. Durante la noche, la resistencia se había replegado al Barrio Clínicas,
espacio habitado en especial por los estudiantes universitarios. El saldo oficial, según la prensa de
la época, fueron 34 muertos, 400 heridos y 2000 detenidos.
Lo que comenzó siendo una protesta obrera, con el apoyo y movilización de los estudiantes, se
fue convirtiendo en una revuelta popular e insurrección urbana. Y lo que comenzó siendo una
movilización con reivindicaciones sectoriales se fue transformando en una movilización social de
ofensiva contra la dictadura. Ello nos invita a reflexionar, en términos conceptuales, en el vínculo
entre dirigentes y masas, que es otra vieja discusión en los estudios sobre las organizaciones de
trabajadores. ¿Fueron los dirigentes los que planificaron todo? ¿Es posible pensar que tres o
cuatro líderes sindicales organizaron el Cordobazo tal cual sucedió? Entonces, ¿cuál es el lugar de
las masas: sólo seguir lo que sus dirigentes indicaban o podían tener algún margen más o menos
11 Sobre los acontecimientos del Cordobazo, véase Gordillo, Mónica y Brennan, James, “Protesta obrera, rebelión
popular e insurrección urbana en la Argentina: el Cordobazo”, Estudios, núm. 4, Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs.
51-74.
12 Garzón Maceda, Lucio, La CGT Córdoba de La Falda al Cordobazo. Conversaciones de Jorge Oscar Martínez con Lucio
Garzón Maceda, Córdoba, UOGC, 2014.
13 Tcach, César, De la Revolución Libertadora al Cordobazo. Córdoba, el rostro anticipado del país, Buenos Aires, Siglo XXI
Editores, 2012.
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amplio para expresarse y tomar decisiones? Todo eso remite al viejo debate sobre la estrategia
obrera, que en los últimos años se ha revitalizado demostrando que la discusión aún no está
clausurada.14
Una de las características sobresalientes de las memorias en torno al Cordobazo es su acento
épico, relatado como gesta heroica. Las imágenes que se grabaron en la memoria social sobre el
hecho lo sostienen: el pueblo logrando que la policía retrocediera, armando barricadas con las
herramientas de trabajo cotidiano y echando mano a la vivacidad local. El relato del
acontecimiento es de una victoria popular, y quizás esa sea la explicación de su pervivencia en la
memoria colectiva, que suele guardar con mayor énfasis aquellos momentos que enaltecen la
dignidad15. De allí que gran parte de los que recuerdan se reclamen protagonistas principales de la
proeza, lo que no quiere decir que estén mintiendo deliberadamente si no que para ellos el hecho
tiene una fuerte gravitación en su memoria. Se empoderan en el recuerdo de su participación
activa.
Elpidio Torres dirigente del SMATA, de filiación peronista y adscripto a la CGT-Azopardo en
aquel entonces, fue uno de los dirigentes en las jornadas del mayo cordobés. En ocasión de la
celebración de los 25 años del Cordobazo, Torres reconocía el protagonismo de los trabajadores
cordobeses en aquella protesta, posicionándolos como “los únicos” que podían hacer algo en
contra de Onganía. Aunque reconoce que estaban acompañados por estudiantes universitarios, el
lugar central era el del movimiento obrero, del que él formaba parte.
“Lo primero que quiero señalar es que el Cordobazo fue un hecho muy auténtico, sin
especulaciones de ninguna naturaleza, en el cual el movimiento obrero de Córdoba dio una
muestra acabada de la grandeza que animaba a los hombres que en ese momento
integrábamos sus distintos estamentos. En ese momento existían en Córdoba dos CGT,
con diferencia de matices, de ideologías, de procedimiento; pero por encima de esas
diferencias existió una coincidencia: la conciencia de que la situación de los trabajadores
estaba en peligro, que el país estaba en manos de la dictadura de Onganía y que los únicos
que podían realmente hacer algo para demostrar que el país, que el pueblo, vivía y estaba
latente, eran los trabajadores. […] En aquel entonces, quienes jugamos la patriada, quienes
salimos a la calle a defender lo que era común a la civilidad, el retorno a la democracia,
fuimos los trabajadores acompañados por los estudiantes de la Universidad Nacional de
Córdoba. […]. Pero lo que considero criminal es olvidar esa etapa de lucha porque nos está
marcando un derrotero”.16
En el contexto en que Elpidio Torres realizó esta intervención, su reclamo principal se orientaba
a evitar el olvido del Cordobazo, en un contexto donde el neoliberalismo parecía haber triunfado
en la derrota de los movimientos revolucionarios de la década de 1960 y 1970 en Argentina.
Ciertamente, las operaciones de memoria sobre el pasado dependen de coyunturas favorables o
desfavorables para la instalación de una determinada mirada del pasado, que genera condiciones
socioculturales de escucha para una interpretación de lo sucedido. Michael Pollak17analiza esos
procesos de memoria, reconociendo cómo ciertas verdades se instalan en la memoria colectiva
desde el poder y gracias a un ejercicio de violencia simbólica. No necesariamente porque se
14 Varela, Paula e Iñigo Carrera, Nicolás, “Diálogo sobre el concepto de ´estrategia´ de la clase obrera”, Archivos de
historia del movimiento obrero y la izquierda, Año III, núm.6, 2015, págs. 155-176.
15 Vid. Portelli, Alessandro, “La muerte de Luigi Trastulli (Terni, 17 de marzo de 1949). La memoria y el
acontecimiento”, en Historias orales. Narración, imaginación y diálogo, La Plata, Prohistoria ed., 2016, págs. 37-68.
16 Participación de Elpidio Torres en la Mesa Redonda ¿Qué queda del Cordobazo?, organizado por el Centro de
Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, 20/5/1994. Transcripción en Estudios, núm.4,
Córdoba, CEA-UNC, 1994, págs. 36-37.
17 Pollak, Michael, Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite, Buenos Aires,
Ediciones Al Margen, 2006.
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construya desde el poder debemos imaginar que la responsabilidad es del Estado, sino que puede
referir a los grupos dirigentes de una comunidad de memoria, que puede ser tan amplia como una
etnia o tan reducida como una familia. Ese proceso, que Pollak califica como de encuadramiento
de la memoria, se produce cuando ciertos acontecimientos e interpretaciones son salvaguardados
para reforzar un sentimiento de pertenencia y fronteras sociales entre distintos grupos. En los
años 90, los recuerdos del Cordobazo aproximaban la imagen de una sociedad movilizada y
defensora de derechos laborales y políticos en un contexto general de desmovilización y
despolitización. En esa representación del pasado, la figura de Tosco se constituyó con una
centralidad que no tuvieron los otros dirigentes sindicales. Se multiplicaron allí las reproducciones
de su imagen en mameluco, referenciando su construcción de líder que nunca se apartó de las
bases y, por lo tanto, que discrepaba de los “burócratas”. Para Elpidio Torres ese es uno de los
tantos mitos sobre el Cordobazo, que se dedicó a discutir con empeño. En sus propias palabras:
“(…) Toda mi vida vestí saco y corbata. Recuerdo a un dirigente del PC (…) que me
criticaba diciendo que no podía ser un dirigente obrero vistiendo de saco y corbata. Me
mostraba con eso el viejo concepto anarquista o de izquierda muy acendrado, según el cual
para ser un buen dirigente había que andar de mameluco, alpargatas y un parche en el
trasero.
(…) Tosco era un hombre que vestía igual que yo. En alguna oportunidad, en un abandono
que se hizo en el taller al cual pertenecía, el Gringo estando de mameluco, salió a la calle,
creo que sin ninguna especulación de su parte. En esa ocasión se tomó la foto que se usó
permanentemente.
Pienso que en lugar de alabarlo deforman la realidad, porque no siempre usó el mameluco.
Fue el “folclore de izquierda” quien pretendió crear un mito”.18
Más que mitos proponemos la idea del encuadramiento de la memoria, ciertas versiones de los
hechos pasados que se instalan como verdaderas y legítimas en el deber de recordar. No siempre
ese proceso de encuadramiento se produce desde arriba hacia abajo, pero sí requiere de agentes
de memoria que compartan y reproduzcan ese discurso, como también de objetos de memoria
tales como monumentos, museos, etc. En los años 1990, el recuerdo de Tosco y del Cordobazo
fue necesario para aquellos sectores de izquierda y progresistas que buscaban alternativas de
resistencia al neoliberalismo, empeñado por aquellos años en privatizar las empresas estatales.
Entre otras, se intentó privatizar la Empresa Provincial de Energía Eléctrica de Córdoba (EPEC),
cuyos trabajadores encuadrados en el Sindicato de Luz y Fuerza abrazaron la tradición tosquista
de lucha y lograron evitar la privatización de la empresa.
En aquel contexto, a nadie se le ocurría pensar que Elpidio Torres podría ser un ejemplo para
esas nuevas necesidades de resistencia, ya que sobre él la memoria había resguardado la imagen
del burócrata, pero no sólo porque le gustara vestir de saco y corbata. La historia de Elpidio
Torres quedó anudada a lo que se conoció como la “huelga larga” de SMATA. Aquel conflicto
inició con un traslado arbitrario entre plantas de operarios opositores a Torres, justo en el
momento previo a las elecciones de delegados. Por la presión de las bases, se decidió emprender
una serie de tomas simultáneas de fábricas automotrices justo a un año del Cordobazo, en mayo de
1970. La huelga duró 34 días y al finalizar las patronales despidieron a alrededor de mil
trabajadores mecánicos. Elpidio Torres negoció algunas reincorporaciones, pero los trabajadores
acusaron que fueron muy selectivas y culparon a su secretario general de “traición” y de
aprovechar la oportunidad para “limpiar” de opositores a los cuerpos de delegados y comisiones
internas. Además, Torres fue denunciado por los cuerpos orgánicos y agrupaciones opositoras del
SMATA que aseguraron que había visitado “domicilios de afiliados aconsejándoles volver al
trabajo”, desoyendo los mandatos asamblearios de continuar con el paro. Incluso se denunció
18 Torres, Elpidio, El Cordobazo organizado. La historia sin mitos, Córdoba, Editorial Catálogos, 1999, págs. 127-128.
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que la misma dirección sindical “organizó el traslado de la gente de Alta Gracia a Santa Isabel,
mediante ómnibus y camiones”19. Ante el descrédito generalizado, Torres renunció al sindicato y
a la CGT, generando el espacio para que la oposición encabezada por René Salamanca pudiera
ganar las elecciones sindicales en 1972. En los años de la Dictadura cívico-militar, cuando los
sindicatos estaban intervenidos, la figura de Elpidio Torres volvió a aparecer en las negociaciones
previas a la normalización sindical, intentando disputar el liderazgo que en ese momento ya
ejercía José Campellone.20 De allí que su figura se vinculara con la idea del líder alejado de las
masas, en contraposición a la figura de Tosco.
Si en 1994 el Cordobazo era un acontecimiento que había que defender para recordar, en cambio
en el contexto de una sociedad repolitizada post-2001, la conmemoración se aproxima más a la
interpretación que sostienen las políticas de memoria respecto de la historia reciente. Sin
embargo, los contenidos instalados en ese deber de recordar, son algo que siempre puede
implicar una disputa en el presente. Por ello Pollak asegura que aunque la memoria esté
enmarcada y solidificada, puede ser reconfigurada por presiones de otros grupos de memorias,
que logran reinventar sus propios relatos del pasado en torno a sus necesidades históricas. Desde
esa óptica podemos interpretar la posición actual de la CGT de Córdoba que reclama un relato
verdadero, sin mitos, del Cordobazo. Y reivindicar, así, la figura de Elpidio Torres que había sido
olvidado por la historia, escrita, según sus palabras, por “los que ganan”. Ese pedido se
constituyó como una de las novedades de esta 50ma conmemoración de la revuelta, que fue
compartida por muchas otras voces de agentes de memoria. De hecho, la figura de Elpidio
Torres se revitalizó en gran parte de los discursos e imágenes (murales, pintadas, carteles, etc.) de
los 50 años del Cordobazo. Quizás en sintonía con un intento de “peronizar” aquel estallido, esta
reivindicación de la memoria diluye una serie de procesos y acontecimientos históricos que
explican el porqué de la diferencia en el reconocimiento del protagonismo de unos y otros en el
Cordobazo.
19 Hechos y Protagonistas de las luchas obreras argentinas, Buenos Aires, Editorial Experiencia. Año 1, núm. 1, 1984, pág. 8;
La Voz del Interior, 23/07/1970, pág. 30.
20 Ortiz, María Laura, Con los vientos…, op. cit.
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21 Agulla, Carlos, Diagnóstico Social de una crisis. Córdoba. Mayo de 1969, Córdoba, Editel, 1969, citado en Servetto,
Alicia y Noguera, Ana, “De «guerrilleros y subversivos»…, op. cit.
22 Vid. Noguera, Ana, Revoltosas y revolucionarias. Mujeres y militancia en la Córdoba setentista, Córdoba, Editorial de la
Universidad Nacional de Córdoba, 2019.
23 Censo Nacional Económico 1974, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Dirección de Informática, Estadística y
Censos de Córdoba.
24 Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, SMATA Córdoba, Nº 115, 28/11/1973, pp. 3, 7.
25 Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, SMATA Córdoba, op. cit.
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Imagen del Cordobazo. La fotografía retrata a Nené Peña, empleada bancaria, participando de la protesta. Con esta
foto luego fue identificada y fue la única mujer juzgada en un Consejo de Guerra por los hechos de mayo de 1969.
https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/el-cordobazo-fue-el-bautismo-de-fuego/
Susy Carranza, ex trabajadora de una fábrica de vidrio, recuerda las luchas y las demandas que
protagonizaban las mujeres en aquellos años. Así, contaba que en la fábrica de lámparas
eléctricas, los hornos de hasta 800 grados les daban a la altura del vientre:
“Se nos cocinaban los ovarios y teníamos menstruaciones muy abundantes, muy dolorosas,
con hemorragias. Peleábamos por esas cosas, porque nos quemábamos los dedos, para no
tener que comer en el piso o en las piletas frente al baño. La mayoría no había terminado la
secundaria y los sindicalistas hombres, que no se inquietaban por estas cosas nuestras, se
ocupaban de las cuestiones políticas”.26
Soledad García, por su parte, hace memoria de lo difícil que era para las mujeres que les dieran
lugar para hablar en los actos públicos. “Ellos estaban en la disputa de poder y las mujeres, en
mejorar la vida”:
“De algún modo –agrega quien fuera dirigente de la UEPC–, los días del Cordobazo nos
parieron feministas, aunque no se hablaba de género, sino que nuestras herramientas eran
sindicales, sociales, políticas; hablábamos de conciencia de clase”.27
Lina Averna, operaria de ILASA, evoca con nitidez:
“No usábamos ninguna medida de protección ni el menor equipamiento personal. Nos
hacían convenios por separados de los varones y después supimos que no sólo cobraban
más, sino que también tenían los puestos más calificados. Me tocó ‘hacer la punta’ en el
abandono de tareas el 29 a las 10.30. Estábamos todas juntas y me acuerdo de la alegría que
teníamos. Me animaría a decir que el Cordobazo fue un verdadero bautismo para las que
nunca abandonamos la lucha”.28
26 Testimonios citados en Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres, Córdoba, Editorial Las Nuestras, 2018,
citado en La Voz del Interior, Córdoba, versión on line [https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/mujeres-en-el-
cordobazo-ellas-siempre-estuvieron], consulta: 26/5/2019.
27 Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres…, op. cit.
28 Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres…, op. cit.
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En efecto, es posible advertir a partir de estos testimonios que lejos de ser una protesta
eminentemente masculina, fue visible e importante la presencia de las mujeres. Parafraseando a
Ana Noguera, si bien en términos cuantitativos las jornadas de mayo tuvo una “impronta
netamente masculina”, para las mujeres fue un verdadero acontecimiento “bisagra” o como “un
“bautismo de fuego” en términos políticos.29 Pero lo más significativo es que, producto de las
luchas y de las conquistas vinculadas a las mujeres, hoy, la academia, la prensa, la esfera pública
en general, consideran, recuperan y visibilizan la actuación de las mujeres en la historia del país,
rompiendo de esta forma el esquema del relato dominante.
La movilización estudiantil
La participación de los estudiantes en el Cordobazo, responde ciertamente a un proceso que da
cuenta de las preocupaciones propias del conflicto estudiantil, de la universidad y de la situación
política producida por la dictadura de Onganía. Pero también, la participación estudiantil y su
involucramiento en los asuntos públicos, encuentran sus marcas en las consignas de la Reforma
del ´18. No obstante, lo más novedoso en esta etapa fue la alianza obrero-estudiantil y la
convergencia en torno al discurso antidictatorial.
Las medidas represivas del gobierno en las universidades contra los profesores y estudiantes, la
intervención y supresión de la autonomía universitaria, la prohibición de las organizaciones
político-estudiantiles, más la persecución y la censura fueron factores que condujeron a la
reacción y movilización estudiantil. Los discursos antiimperialistas se fueron transformando en
discursos anti-capitalistas, y la lucha comenzó a plantearse en términos de revolución.
Pensando desde Córdoba, resulta clave destacar la importancia cuantitativa y cualitativa de los
jóvenes universitarios en la ciudad. De hecho, la Universidad de Córdoba actúa aún hoy como
polo de atracción de numerosos estudiantes del interior de la provincia, del noroeste e inclusive
de Bolivia y Perú.30 Por cierto, entre 1966 y 1976, los estudiantes de la Universidad Nacional de
Córdoba (UNC) experimentaron el período más tumultuoso de toda su historia. Como señala
James Brennan, “la década fue también única en el sentido que el activismo de los estudiantes de
la UNC, no constituía solamente un asunto local, sino más bien formaba parte de una
movilización mundial de la juventud, particularmente a nivel universitario, aunque siempre
llegando más allá de ese ámbito”.31
Una cuestión a destacar como novedosa es la figura del estudiante – trabajador. Según Francisco
Delich32, los estudiantes en esa condición constituían un 35% del total de la población estudiantil,
con un aporte clave y significativo por parte de la Universidad Tecnológica de Córdoba. Al
respecto, el siguiente testimonio, es ilustrativo de las condiciones de trabajo y estudio de esta
franja de estudiantes-trabajadores o de trabajadores-estudiantes:
“Para el Cordobazo yo era obrero y también estudiante universitario en la Facultad de
Derecho, ya que quería ser abogado. Era un sacrificio muy grande y recuerdo que tenía que
hacer materias libres porque me coincidían los horarios con el trabajo. Leía los apuntes en
el baño, lo escondía en el overoll y allí estudiaba”.33
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Lucía Robledo, militante estudiantil en 1969, refiere a las luchas que emprendían juntos al
movimiento obrero.
“A partir del golpe del '66, desde la Universidad resistimos con fuerza al gobierno de
Onganía que había echado a muchos de nuestros profesores y anulado nuestra ley
universitaria. Hay que recordar que durante todo ese año nos mantuvimos en huelga, sin ir
a clases ni rendir exámenes, movilizándonos permanentemente no sólo por nuestra
problemática particular sino también tratando de hacer realidad la unión obrero-
estudiantil”.34
Pero la lucha estudiantil no se daba solamente en Córdoba y en la UNC. De hecho, el Cordobazo
fue precedido por una serie de movilizaciones estudiantiles y obreras cuyos puntos más trágicos
fueron las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes donde resultó asesinado Juan José
Cabral, y en Rosario fueron asesinados los jóvenes Adolfo Bello y Luis Blanco lo que provocó
una gran protesta conocida como el primer Rosariazo. También en Salta se produjo una
sublevación de estudiantes secundarios en contra del interventor designado por el gobierno de
Onganía.
Sin dudas, que este protagonismo estudiantil se enlazaba con el papel de los jóvenes como sujeto
colectivo que había cobrado visibilidad significativa desde finales de los años cincuenta. Fue la
juventud, en términos de Valeria Manzano, la portadora de las dinámicas de modernización
cultural y también de sus descontentos, expresados bajo las formas de rebelión cultural y
radicalización política.35
Incluso desde las memorias de “del otro lado”, el Cordobazo tiene una representación que es
interesante atender. En la interpretación del director de inteligencia de Córdoba, el capitán
Héctor Vergez -hoy condenado por delitos de lesa humanidad-, el Cordobazo fue uno más en la
“ola de vandalismos urbanos al estilo parisino y mexicano”, similar al que se vivió en otras
ciudades. Sin embargo, sostiene el genocida, el de Córdoba fue especial porque fue exaltado por
los “terroristas” ya que se trató del único caso en que “los agitadores -siempre estudiantes- fueron
acompañados por obreros «clasistas» de los «gremios combativos», activados por Agustín Tosco y
René Salamanca, la cual creó la leyenda, mantenida hasta hoy, de un sostén «popular»”.36 En esta
representación, la leyenda del Cordobazo se circunscribe a su inexistente apoyo popular, producto
de la acción de estudiantes agitadores devenidos terroristas. Si bien se trató de una conjunción, de
una alianza, de una unidad, el componente obrero en primer lugar otorga una legitimidad a la
acción basada en el sustento popular del que el estudiantado universitario pareciera carecer.
Todas ellas son construcciones simbólicas elaboradas colectivamente, en un tiempo posterior a
los hechos, sobre las que aún quedan muchas reflexiones pendientes.
A modo de cierre
Las puebladas, las protestas obreras, las luchas estudiantiles, en fin, la conflictividad contenía, en
su esencia, un profundo malestar, pero era un malestar social, impregnado de indignación, de
furia, de ira, de enojo colectivo, donde se mezclaba la violencia con el entusiasmo. Pero entre
todos esos estallidos, el de mayo de 1969 en Córdoba se constituyó en la construcción social de la
memoria nacional como un momento especial en el que cristalizaron una serie de cambios
políticos y culturales de largo aliento.
34 Entrevista a Lucía Robledo realizada por Beatriz Torres, 1994, citada en Estudios, núm. 4, op. cit, pág. 179.
35 Manzano, Valeria, La era de la juventud en Argentina. Cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2017.
36 Vergez, Héctor, Yo fui Vargas. El antiterrorismo por dentro, Buenos Aires, Edición del autor, 1995, pág. 239.
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Lo cierto es que nada volvió a ser igual. De allí que la expresión con el aumentativo azo sea
descriptivo y performativo al mismo tiempo, porque cada uno de esos acontecimientos tuvo, en
el escenario político, una fuerza disruptiva. Si el ejercicio de la política estaba clausurado, los
canales de representación prohibida, la mediación partidaria anulada, la política resurgió por otro
lado, en otros espacios, y las calles se transformaron en el lugar escogido para hacerse escuchar.
Desde abajo, comenzó a impugnarse cualquier esquema de poder que los excluyera
económicamente, socialmente y políticamente.
La dinámica política comenzó a relacionarse con estas nuevas formas de participación de la
sociedad argentina, hipermovilizada y alentada por un imaginario de cambio social. En casi todo
el país se instalaron espacios de sociabilidad diferentes de los canales tradicionales de la política
pero que a su vez se politizaron intensamente. Prácticamente no hubo sectores que no fueron
tocados por la onda expansiva de la politización: sindicatos, estudiantes, vecinos, inquilinos,
habitantes de las villas de emergencia, sacerdotes, campesinos, etc. De esta forma, la política se
fue articulando con los problemas sociales y económicos de cada una de las realidades locales, y
nuevos y viejos actores entraron en la escena política con nuevos repertorios de confrontación
que sacudieron los esquemas de poder, e hicieron recordar que la participación política deviene
del ejercicio de la soberanía popular.
Sin embargo, los recuerdos de aquellos momentos han ido cambiando de significado a lo largo de
estos 50 años. Como un boomerang, la memoria sobre ese pasado se construye desde un
presente que necesita relatar(se) para posicionarse en las disputas políticas actuales. ¿Qué queda
hoy del Cordobazo? Es una pregunta que nos exige revisitar la historia, de antes y de después. Y
encontrar allí, en medio de las luchas, un sentido para el presente que debe ser tanto ejercicio de
memoria como una oportunidad para pensar políticamente el futuro.
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TRABAJO PRÁCTICO N° 4. Los '80 en Argentina: utopías democráticas, Derechos Humanos y
tramitaciones del pasado traumático (EVALUABLE, escrito e individual)
- JELIN, Elizabeth. (2017). “¿Víctimas, familiares o ciudadanos? Las luchas por la legitimidad de la palabra”. En Las luchas por el pasado.
Cómo construimos memoria social. Buenos Aires: Siglo XXI.
- LVOVICH, Daniel y BISQUERT, Jaquelina (2008). La cambiante memoria de la dictadura. Discursos públicos, movimientos
sociales y legitimidad democrática. Biblioteca Nacional-Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires. Capítulo 2: La transición
democrática y la teoría de los dos demonios (1983-1986), pp. 27-44.
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Elizabeth Jelin
Las tramas del tiempo. antología esencial
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Jelin, Elizabeth
Las tramas del tiempo : Familia, género, memorias, derechos y
movimientos sociales / Elizabeth Jelin ; compilado por Ludmila Da
Silva Catela ; Marcela Cerrutti ; Sebastián Pereyra. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : CLACSO, 2020.
Libro digital, PDF - (Antologías)
146
¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
1069
147
A comienzos de los años noventa, mientras investigaba y escribía so-
bre el moví miento de derechos humanos en la Argentina, en el mundo
se preparaba la Conferencia Internacional de Derechos Humanos que
se realizaría en Viena en 1993. Para el movimiento feminista, era una
ocasión importante para reclamar por la igualdad, de derechos de las
mujeres; también para denunciar las violaciones sexuales como críme-
nes de guerra —especialmente por lo que estaba ocurriendo en esos
años en los Balcanes—. En ese contexto, la red internacional Entre
Mujeres Sur-Norte me propuso redactar un texto sobre la vinculación
de las mujeres con los temas de derechos humanos. Escribí entonces
“¿Ante, de, en, y? Mujeres, derechos humanos” (Jelin, 1993), donde la
pregunta por los derechos humanos de las mujeres se conecta con el
papel que ellas desempeñan en los movimientos de derechos huma-
nos. No era una conexión obvia o sencilla, ni en términos teóricos ni en
cuanto a la observación de las prácticas sociales. En la realidad argen-
tina y en otros países de la región se veía antes un desencuentro que
una convergencia de objetivos y luchas. Y en las cuestiones de familia,
era importante incluir la dimensión ideológica y política que habían
representado las luchas de “familiares”. Así, incluí una referencia al
tema en mi libro sobre familias (Jelin, 1998), y en 2010 extendí el tema
a un capítulo completo en su reedición y revisión. Asimismo, en 2007,
para un dosier sobre familia en una revista brasileña, trabajé el tema
de la genética y la recuperación de la identidad de niños secuestrados
o nacidos en cautiverio (Jelin, 2007c).
Sostener que hay luchas por la “propiedad” de la memoria no ha
sido sencillo. Me he visto envuelta en protestas y problemas. La acusa-
ción, muchas veces implícita, era que al afirmar que la sociedad argen-
tina sanciona que algunas voces son más legítimas que otras —o que
hay gente que intenta difundir su(la) verdad desde su lugar de víctima,
“afectado” o, más recientemente, militante, yo estaba traicionando el
movimiento porque no reconocía el dolor y el protagonismo—. Una
y otra vez, a lo largo de los años, repito en mis escritos una frase que
reitera, con pequeños cambios de redacción, lo siguiente: “no dudo del
dolor de las víctimas, ni de su derecho (y el de la sociedad, en su con-
junto) a recuperar la información sobre lo ocurrido durante el régimen
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¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
represivo. Tampoco queda duda sobre el rol de liderazgo que las víc-
timas directas y sus familiares han tenido (en la Argentina y en otros
lugares) como voces de denuncia de la represión, ni de su lugar central
en las demandas de verdad, y justicia”. Lo hago para prevenir agresio-
nes, muchas veces sin éxito.
La experiencia argentina puede ser tomada como un caso extremo
del poder del “afectado directo” y de las narrativas personales del sufri-
miento en las disputas acerca de cuáles son las voces que “pueden ha-
blar” del pasado dictatorial. En el período posdictatorial, la “verdad” se
identificó poco a poco con la posición de “afectado directo”, primero en
la voz de los parientes directos de las víctimas de la represión estatal (la
figura emblemática son las Madres, complementadas posteriormente
por la voz de H.I.J.O.S. y Herman@s). La voz de sobrevivientes de cen-
tros clandestinos de detención y de militantes y activistas de la época
no estuvo presente con la misma fuerza en el espacio público sino hasta
mucho después, y llegó a ocupar el centro de la escena pública casi trein-
ta años después del golpe militar de 1976.
La presencia pública de la voz de familiares primero, sobrevivientes
después, implicó un poder considerable en la definición de la agenda de
reclamos alrededor del pasado dictatorial en el país. La noción de “ver-
dad” y la legitimidad de la palabra (o, si queremos ser más extremos, la
“propiedad” del tema) llegaron a encarnar en la experiencia personal y
los vínculos familiares, en especial los genéticos. Dentro del campo po-
lítico progresista que se identifica con la denuncia y la condena al terro-
rismo de Estado, la presencia simbólica y el consiguiente poder político
de estas voces en la esfera pública es muy fuerte y posee una carga de
legitimidad enorme. La eficacia del familismo y del maternalismo pri-
mero, y más recientemente la identificación con la militancia setentista,
implican la relegación o exclusión de otras voces sociales —las ancladas
en la ciudadanía o en una perspectiva más universal referida a la condi-
ción humana, por ejemplo— en la discusión pública de los sentidos del
pasado y las políticas a seguir en relación con él. El desafío histórico y
político que se les presenta a los actores democráticos es transformar
estas tendencias excluyentes, para extender el debate político y la parti-
cipación a la ciudadanía en su conjunto.
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La familia y el familismo en las políticas de la memoria
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¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
1. Véase www.abuelas.org.ar.
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denuncia y protesta de los familiares era, de hecho, la única que podía
ser expresada. Después de todo, eran madres en busca de sus hijos…
La dictadura atribuía a los padres la responsabilidad final de preve-
nir o impedir que sus hijos se convirtieran en “subversivos”. Cuando
los padres o madres se acercaban a alguna repartición gubernamental
para preguntar por el destino de sus hijos, la respuesta era una acusa-
ción: ellos no sabían lo que estaban haciendo sus hijos porque no ha-
bían ejercido debidamente su autoridad paterna; si los y las jóvenes se
transformaban en “subversivos”, se debía a deficiencias en la crianza
familiar.
De esta forma, la paradoja del régimen argentino de 1976-1983 (con
similitudes en los otros regímenes militares del Cono Sur en la época)
era que el lenguaje y la imagen de la familia constituían la metáfora
central del gobierno militar; también la imagen central del discurso y
las prácticas del movimiento de derechos humanos. La imagen para-
digmática es la madre, simbolizada por las Madres de la Plaza de Mayo
con sus pañuelos-pañales en la cabeza; la madre que deja su esfera pri-
vada “natural” de vida familiar para invadir la esfera pública en busca
de su hijo secuestrado-desaparecido2- Los Familiares, las Madres y las
Abuelas a partir de los años setenta, H.I.J.O.S. (acrónimo de Hijos e
Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) veinte
años después y Herman@s de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia,
ya en el siglo XXI, son las organizaciones que mantienen activas sus
demandas de justicia, verdad y memoria. Lo más significativo es que
estas agrupaciones entran en la esfera pública en el sentido literal (y
biológico) de las relaciones de parentesco, antes que como metáforas o
imágenes simbólicas de los lazos familiares.
A pesar de sus orientaciones contrapuestas y en conflicto, tanto
en el gobierno militar como en el movimiento de derechos humanos
se hablaba en la clave familiar de los lazos naturales y cercanos. Para
2. La pregunta “¿Por qué madres y no padres?” remite a dos respuestas habituales: primero, que ser ma-
dre otorga más seguridad frente al terror, ya que todos —incluso los militares— respetan la maternidad
como algo sagrado; además, alguien (el hombre, jefe de hogar) debe seguir trabajando para mantener a
la familia. Como la trágica realidad lo mostró pocos meses después de la primera caminata de las Madres,
el estatus materno no otorgaba ningún privilegio: en diciembre de 1977 desaparecieron varias de ellas.
Además, no todas eran amas de casa, como la imagen popular ha cristalizado.
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De víctimas a sujetos de derecho. Verdad y justicia en la transición
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¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
jurídico, con todas las formalidades y los rituales, puso al Poder Judicial
en el centro de la escena institucional: las víctimas se transformaron en
“testigos”, los represores se tornaron “acusados”, y los actores políticos
debieron transformarse en “observadores” de la acción de los jueces, que
a su vez se presentaban como una autoridad “neutral” que definía la si-
tuación según reglas legítimas preestablecidas.
Con el juicio, el péndulo se movía desde las narrativas personales con-
cretas, históricamente situadas, hacia las demandas universales ligadas
a los derechos humanos. Como señaló un testigo (víctima de desapari-
ción y de prolongado encarcelamiento), “el juicio eliminó esos testimo-
nios fantasmas en la sociedad, puso a las víctimas como seres humanos,
las igualó con el resto de los seres humanos” (Norberto Liwski, entrevis-
ta Cedes, 1/10/1990). El momento histórico del juicio implicaba el triunfo
del Estado de derecho, la transformación de la víctima en sujeto de dere-
cho como corporización del nuevo régimen democrático. Los derechos
ciudadanos igualitarios se reafirmaban. Al mismo tiempo, sin embargo,
el sufrimiento y la necesidad de saldar cuentas no se abolían en ese acto,
y la especificidad del nivel personal y familiar resurgiría de varias mane-
ras, incluso quizá con más potencia.
En el registro de testimonios de la Conadep, y con mayor dramatismo
en las audiencias del juicio, ocurría algo importante. La desaparición, la
tortura y la detención clandestina implican la suspensión del lazo social
y político3. La relación entre víctima y victimario es una relación directa;
no hay marco normativo social o político que la rija. La noción de víctima
no refiere específicamente al grado de daño o sufrimiento vivido, sino
a la condición radical de haber sido despojada de la voz y de los medios
para probar lo ocurrido (Lyotard, 1988). La voz de la víctima no pertenece
al mundo real reconocido; en tanto no hay medios para verificar nada de
lo ocurrido en el contexto del terror arbitrario y el poder total, es como
si nunca hubiera sucedido. De esta manera, las víctimas son empujadas
al silencio o, cuando hablan, no se les cree. En contraste, la posición de
sujeto de derecho implica que los adversarios en conflicto tienen acceso
a una autoridad, a un tribunal que puede juzgar la verdad de lo que se
3. La interpretación ofrecida en este párrafo y en los siguientes se basa en González Bombal (1987, 1995).
1077
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alega según procedimientos y reglas que permiten presentar pruebas. El
recurso a la ley implica un cambio radical en la posición de los oponentes,
en tanto ambos son ahora reconocidos como partes del conflicto.
Los hechos de la represión política, que para muchos, de ambos lados,
habían sido interpretados hasta entonces de acuerdo con un paradigma
de “guerra” (que incluía a menudo el adjetivo “sucia”), eran ahora juzga-
dos según el paradigma de las “violaciones a los derechos humanos”. Sin
embargo, esta creciente conciencia sobre el Estado de derecho y su cor-
porización jurídica en el paradigma de los derechos humanos conlleva
una paradoja: creer en un sujeto de derecho individual equivale a creer
en un sujeto abstracto. La ley reinstala la condición humana de la vícti-
ma, pero, para hacerlo, abstrae su condición concreta, histórica y políti-
camente situada. De esta manera, el “Estado de derecho” tiene el efecto
de inhibir o borrar las perspectivas políticas y morales. En este sentido,
una consecuencia de la instalación del paradigma jurídico, a partir del
juicio a los excomandantes, fue el enmascaramiento y el silenciamiento
de identidades políticas sustantivas y de las confrontaciones ideológicas
y políticas involucradas.
El resultado del juicio y la sentencia (en diciembre de 1985) excedió la
condena a los excomandantes. Antes que “saldar las cuentas con el pa-
sado” de manera prácticamente definitiva, como esperaba el presidente
Alfonsín, el veredicto abrió la puerta a más procesamientos y juicios4.
Pero, como analizamos en el capítulo 3, los años siguientes fueron de
limitación y retroceso en el accionar del Poder Judicial.
La historia no termina aquí, sin embargo. Cuando el Estado abando-
nó el escenario de la construcción institucional, las iniciativas ligadas
al pasado retornaron al espacio de los actores sociales, en especial las
víctimas y sus familiares. Las Madres de Plaza de Mayo no interrumpie-
ron sus acciones. Tampoco las Abuelas, ocupadas con los secuestros de
niños y niñas y las adopciones ilegales. El movimiento de derechos hu-
manos continuó con sus denuncias y demandas de justicia, aunque en
los años siguientes presentó altibajos en su perfil público y su capacidad
de movilización social.
4. Un análisis de los efectos de la sentencia, especialmente el “punto 30”, puede verse en Acuña y Smu-
lovitz (1995).
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¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
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niños secuestrados o nacidos en cautiverio pudieran depositar material
genético para eventuales pruebas futuras. A su vez, en 1992 se estableció
la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).
Después de treinta y cinco años, los niños y niñas secuestrados y na-
cidos en cautiverio ya son jóvenes adultos. Las campañas de Abuelas se
dirigen entonces a esos jóvenes; son campañas publicitarias, entre ellas,
una con el siguiente mensaje: “Si tenés dudas acerca de tu identidad,
contactate con Abuelas”.
La restitución de la identidad es una intervención legal, psicológica,
científica y social compleja. El sistema judicial es la instancia formal fi-
nal que debe resolver los conflictos. Por supuesto, esto no incluye la re-
solución subjetiva de las situaciones traumáticas y sus marcas, situación
que corre por otros caminos. En cada caso, hay al menos dos temas a
tratar: los crímenes de secuestro y cambio de identidad cometidos por
los militares (y otros), y la cuestión de la identidad personal del niño —
ahora adulto joven—. También están los reclamos de la familia del des-
aparecido y su derecho a la verdad, y la intención de la sociedad en su
conjunto en la búsqueda de verdad y justicia. A menudo, los deseos y de-
mandas de estos diversos actores —el Estado que constata el crimen de
secuestro y apropiación, el hijo y su derecho a la identidad pero también
a la protección de su intimidad, los familiares y su derecho a la verdad,
la sociedad que exige la verdad histórica— no solo no coinciden, sino
que pueden chocar y entorpecerse. La resolución legal está en manos del
Poder Judicial. Las otras corren por los carriles de la política, la subjetivi-
dad de los involucrados, los grupos sociales y las expresiones culturales.
El impacto social y cultural de la restitución de la identidad es signi-
ficativo, aunque difícil de calibrar. Existe un claro apoyo y admiración
social por la labor de las Abuelas y por avanzar en el esclarecimiento y
la restitución de la identidad de chicos secuestrados y nacidos en cau-
tiverio. El banco genético y las pruebas de ADN son, sin dudas, herra-
mientas fundamentales para esta tarea y refuerzan la creencia en que
la prueba definitiva de la verdad descansa en la prueba de ADN, en la
genética, en la biología y en la sangre (Penchaszadeh, 2012).
No obstante, el tema plantea una paradoja, con consecuencias sociales
difíciles de prever. El recurso básico de la prueba genética se desarrolla en
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¿Víctimas, familiares o ciudadanos?
Las luchas por los sentidos del pasado se actualizan en los rituales y las
conmemoraciones. ¿Quiénes protagonizan estos eventos? ¿Cuáles voces
se expresan? ¿Con qué mensaje o interpretación? Cada 24 de marzo se
conmemora la fecha del golpe militar de 1976. Es una fecha importante,
que evoca significados diferentes para diversos actores sociales y polí-
ticos. En ese contexto, la del 24 de marzo de 2004 fue una conmemo-
ración muy especial. Para nuestro argumento, cuentan dos elementos
centrales: el protagonismo de los y las sobrevivientes, con fuerte presen-
cia y legitimidad mediática, y el papel central ocupado por el entonces
presidente Néstor Kirchner, no tanto en su rol de primer mandatario,
lo cual hubiera sido toda una novedad dada la cuasi ausencia de la voz
presidencial en conmemoraciones anteriores, sino en su identidad de
militante y compañero de las luchas sociales de los años setenta. Veamos
algunos hitos de esa conmemoración.
5. Uno de los cortos publicitarios de Abuelas, “No le dejes a tu hijo la herencia de la duda”, hace alusión a
los antecedentes genéticos, desconocidos en las apropiaciones mantenidas en secreto.
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El flamante presidente Kirchner y el entonces jefe de gobierno de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, iban a firmar un
acuerdo relacionado con la ESMA, por el cual ese sitio infame, donde
estuvieron detenidas clandestinamente unas 5000 personas —en su in-
mensa mayoría, desaparecidas—, se convertiría en un lugar de memoria.
Durante los días anteriores, los y las sobrevivientes ocuparon el centro
de la atención: sus voces eran escuchadas permanentemente en radio y
en televisión, los diarios publicaban entrevistas y testimonios, y se los
podía ver guiando a figuras públicas (incluso al presidente y a Cristina
Fernández, por entonces senadora) a través de los pasillos y escaleras de
su calvario, detrás de las monumentales rejas, columnas y jardines de
la ESMA, ubicada en uno de los barrios más elegantes de Buenos Aires.
Aunque las voces de sobrevivientes habían sido escuchadas antes —
fueron testigos fundamentales durante el juicio a los excomandantes de
las Juntas Militares, en 1985, y sus testimonios aparecen en libros y en-
trevistas múltiples—, su posición en la escena pública no había sido fácil
hasta entonces. El hecho de que hubieran podido sobrevivir al horror
generaba en muchos un halo de sospecha. A menudo, rondaba la pre-
gunta acerca del por qué. Desde los primeros testimonios ofrecidos por
sobrevivientes (hacia fines de los años setenta, por lo general en el exilio
en Europa), se sabía que las autoridades navales de la ESMA habían or-
ganizado una “élite” de personas detenidas (que incluía a profesionales,
periodistas y líderes del grupo guerrillero Montoneros), conocida como
el “staff” y el “ministaff”, a la que asignaban tareas especiales según sus
habilidades políticas: redactar informes, traducir textos de idiomas ex-
tranjeros, preparar archivos de recortes de publicaciones6. Un mecanis-
mo cultural perverso atrapó entonces a parte de la sociedad argentina:
la sospecha de que había alguna racionalidad en la detención, la desapa-
rición y la supervivencia. El “por algo será”, que el sentido común aplica-
ba para intentar comprender las detenciones arbitrarias y clandestinas,
fue deslizándose hacia la sobrevivencia: debe haber alguna razón que
explique por qué sobrevivieron los que sobrevivieron. Esta sensación de
sospecha y desconfianza tiñó la recepción de las voces de sobrevivientes.
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También se leyó un poema de una detenida-desaparecida, escrito du-
rante su detención, y participaron varios cantantes populares.
Cada uno de los gestos y palabras de los oradores hacía referencia al
lugar donde se desarrollaba el acto: la ESMA. Todos los protagonistas re-
marcaron algún tipo de vínculo particular y personal con el lugar: el poe-
ma elegido pertenecía a una compañera de militancia política de Néstor
Kirchner que había pasado por la ESMA; Aníbal Ibarra hizo referencia a
un compañero de estudios que desapareció en la ESMA; los jóvenes se
refirieron a la experiencia personal de haber nacido en ese lugar7.
Algunas partes del discurso presidencial merecen ser mencionadas.
El discurso comienza: “Queridas Abuelas, Madres, H.I.J.O.S.: cuando re-
cién veía las manos, cuando cantaban el himno, veía los brazos de mis
compañeros, de la generación que creyó y que sigue creyendo en los que
quedamos, que este país se puede cambiar”.
Los destinatarios se reiteran: “Abuelas, Madres, hijos de detenidos
desaparecidos, compañeros y compañeras que no están, pero sé que es-
tán en cada mano que se levanta aquí y en tantos lugares de la Argentina”.
Y al final del discurso:
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Una vez más, víctimas y familiares. ¿Y la ciudadanía?
8. Para una historia del maternalismo en la vida política argentina, véase Nari (2004). El análisis com-
parativo de las políticas de familia y género durante las dictaduras de la Argentina, Chile y Brasil puede
verse en Htun (2003).
9. La expectativa era que los hijos alcanzaran niveles de educación más altos que sus padres y que, gra-
cias a eso, se actualizara un proceso de movilidad social intergeneracional ascendente. El emblema de
esta imagen es M’hijo el dotor, título de una popular obra de teatro de Florencio Sánchez de comienzos
del siglo XX.
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Sin embargo, los procesos históricos pocas veces son lineales. El jui-
cio a los miembros de las Juntas Militares fue seguido por una retracción
y una reversión en la acción estatal destinada a saldar cuentas con el
pasado violento. Dada la activación social referida al pasado, y la mag-
nitud y capacidad organizativa de la comunidad de “afectados directos”,
el espacio público fue ocupado una vez más por sus voces. Más recien-
temente, cuando el Estado podría haber recuperado el protagonismo, el
clima político y cultural era tal que las voces que se escuchaban (incluso
la del presidente) estaban encuadradas en la lógica de la familia y de los
sobrevivientes, y no en una interpretación amplia de la comunidad po-
lítica del país.
No se trata de dudar del dolor de las víctimas, ni de su derecho (y el
de la sociedad en su conjunto) a recuperar la información sobre lo ocu-
rrido durante el régimen represivo10. Tampoco queda duda sobre el rol
de liderazgo que las víctimas directas y sus familiares han tenido (en la
Argentina y en otros lugares) en la denuncia de la represión, ni de su lu-
gar central en las demandas de verdad y justicia. La cuestión que planteo
es otra, y en realidad es una cuestión doble. Por un lado, ¿quiénes consti-
tuyen ese “nosotros” con legitimidad para recordar? ¿Un “nosotros” que
marca la frontera entre quienes pertenecen a la comunidad del hablante
y los “otros”, que escuchan u observan, pero que están claramente ex-
cluidos? ¿O un nosotros incluyente, que invita al interlocutor a ser parte
de la misma comunidad? Voy a sugerir que hay dos formas de memoria,
que corresponden a estas dos nociones de “nosotros” o de comunidad:
una inclusiva, la otra excluyente. Las tensiones entre ambas, y los mal-
entendidos y ambigüedades que conllevan, están siempre presentes y
pueden tornarse cultural y políticamente significativas en ciertas co-
yunturas críticas. En consecuencia, la cuestión acerca del clima cultural
en la Argentina contemporánea es si el “nosotros” que puede recordar el
pasado reciente está reservado a quienes “vivieron” los acontecimientos,
10. En el escenario político de comienzos de 2017 —cuando doy los toques finales a este libro—, se es-
cuchan voces que cuestionan y ponen en duda los alcances de la represión dictatorial. Se trata de mani-
festaciones relativizadoras o más abiertamente negacionistas, que no respetan la evidencia histórica y
la construcción institucional desarrolladas desde la transición. Aunque son voces de una muy pequeña
minoría y no afectan el consenso social sobre la existencia de la represión dictatorial, los actores del mo-
vimiento de derechos las viven como una amenaza.
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la verdad. El “nosotros” reconocido es, entonces, excluyente e intransfe-
rible. Llevado al extremo, este poder puede obstruir los mecanismos de
ampliación del compromiso social con la memoria, al no dejar lugar para
la reinterpretación y la resignificación —en sus propios términos— del
sentido de las experiencias transmitidas. El desafío histórico, entonces,
reside en el proceso de construcción de un compromiso cívico con el pa-
sado que sea más democrático y más inclusivo.
Bibliografía
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La cambiante memoria de la dictadura: discursos públicos, movimientos
sociales y legitimidad democrática / Daniel Lvovich y Jaquelina Bisquert. -
1a ed. - Los Polvorines: Univ. Nacional de General Sarmiento; Buenos
Aires: Biblioteca Nacional, 2008.
112 p.; 20 x 14 cm. - (Colección “25 años, 25 libros”; 7)
ISBN 978-987-630-031-5
1. Dictadura. 2. Movimientos Sociales. 3. Democracia. I. Bisquert,
Jaquelina II. Título
CDD 323
Comité editorial: Pablo Bonaldi, Osvaldo Iazzetta, María Pia López, María
Cecilia Pereira, Germán Pérez, Aída Quintar, Gustavo Seijo y Daniela Soldano
ISBN 978-987-630-031-5
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guerra. Tengo muy buenas razones en abono de esta afirmación, y daré sólo
unas pocas. Ninguno de los documentos liminares del Proceso habla de
guerra, y ello resulta por demás significativo [...] recién en 1981, en mo-
mentos en que la represión había disminuido cuantitativamente, el gobierno
argentino comenzó a hablar en los foros internacionales de que había habi-
do una “guerra no declarada”. [...] Pero además, ¿qué clase de guerra es ésta
en la que no aparecen documentadas las distintas operaciones? [...] ¿qué
clase de guerra es ésta en donde los enfrentamientos resultan simulados, y
en la que en todos los combates las bajas sólo hallaron en su camino a los
enemigos de las fuerzas legales, que no tuvieron una sola baja? [...] Las
únicas muertes que pueden contabilizarse en las fuerzas del orden en su
gran mayoría fueron consecuencia de los atentados criminales [...] y en los
intentos de copamiento de unidades [...]. Pero estos últimos fueron comba-
tes leales. ¿Se puede considerar acción de guerra el secuestro en horas de la
madrugada, por bandas anónimas, de ciudadanos inermes?
Y aun suponiendo que algunos o gran parte de los así capturados fue-
sen reales enemigos, ¿es una acción de guerra torturarlos y matarlos cuando
no podían oponer resistencia? No, señores jueces, ésos no fueron episodios
no queridos pero inevitables. Fueron actos criminales comunes, que nada
tienen que ver con la guerra (Alegato de Julio César Strassera, reproducido
en Puentes Nº 3, mar./01).
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