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Donde habita el sapo

En ese mismo instante el papel comenzó a temblar, como si un viento interior lo


hubiese habitado, y en el lugar exacto en que había escrito la última palabras e
inició una mancha pardusca que fue cobrando consistencia y volumen hasta
convertirse en un pequeño gránulo palpitante. Inmediatamente un crecimiento
vertiginoso se apoderó de aquel cuerpo extraño y, fruto de una extraña
metamorfosis, surgió un bulto de rugosidades pardas y gelatinosas en que se
abrieron, como azahares de loto, dos ojos que le miraban. Se sintió aterrado. Con
un gesto mecánico intentó clavarle la punta de su pluma en el lomo. El sapo, pues
eso era lo que allí había, más ágil que su brazo, saltó hacia delante y se colocó,
mirándole de soslayo, en un extremo de la mesa. Lanzó de nuevo sin pensarlo su
pluma estilográfica sobre él y logró herirlo ahora, de un roce, en el vientre. El sapo
volvió a saltar y cayó por el borde dela mesa, sobre un acopio de cajas,
ocultándose a su vista. Se quedó paralizado. Con esfuerzo, retomó la pluma y
escribió de nuevo:
Donde habita el sapo
No había aún acabado de cerrar la “o” cuando, removiéndose entre las cajas, saltó
otra vez sobre la mesa el sapo de antes. Se arrellanó y le miró fijamente a los
ojos. No sintió entonces agresividad alguna. Una curiosidad insospechada se
apoderó de él y reprimiendo el asco que el pálpito de su garganta le producía,
intentó continuar su escritura. El animal pareció presentir que no existía ahora
amenaza alguna en el agudísimo final de su pluma y permaneció inmóvil
observándole. Continuó:
Donde habita el sapo en ese lugar exacto de la noche planta la luz con su delirio
Súbitamente, el sapo escupió en el mismísimo lugar en que iba a colocar la
siguiente palabra. Un sentimiento de indignación y sorpresa le invadió. Releyó el
poema, pero las letras se agitaron extrañamente y la palabra sapo descendió
hasta el lugar donde el sapo había escupido. No entendía nada de lo que allí
ocurría. Leyó, de nuevo:
Donde habita en ese lugar exacto de la noche planta la luz con su delirio el sapo
Y junto a esta última palabra se colocó el bicho. Aquello no tenía sentido. Al
menos no el que su intuición le prometía. Decidió no soportar ni un momento más
el juego del estúpido batracio y, con resolución inalterable, agarró con una mano el
cortaplumas que siempre estaba en su mesa y con la otra escribió
Donde está el sapo
En ese momento el sapo se instaló junto a la palabra sapo y él aprovechó el
instante para de una estocada precisa clavarlo allí en su mesa, en el lugar exacto
del papel en que quería situarlo. Se retorció al sentir el frío de la hoja. Exhaló un
resoplido débil y una segregación salivosa rodeó la comisura de su enorme
bocaza. Sin asco, ni pánico, continuó: en ese lugar exacto de la nocheplanta la luz
con su delirio las rosas que ahuyentan las hélices de lo feo
Volvió a leerlo:

Donde habita el sapo en ese lugar exacto de la nocheplanta la luz con su delirio
las rosas que ahuyentan las hélices de lo feo.
Se sintió lleno de satisfacción. Había doblegado al estúpido animal. ¡Aún era
posible guiar la punta de su pluma, con precisión, hasta el corazón de la idea!
Exhausto por el esfuerzo, abandonó todo sobre la mesa y salió a la calle para ver
las rosas verdaderas. La brisa en la cara le hizo recobrar el otro lado del cristal, el
lugar donde la lucidez depende de las cosas.
Paseó durante toda la tarde hasta que las calles quedaron oscuras. Regresó a
casa caída ya la noche y, al llegar, entró derecho al gabinete para releer el poema
que había concluido horas antes. Se acercó a la mesa deseoso de recobrar los
versos y, al verlos, se sintió horrorizado: el sapo había logrado zafarse del
abrecartas y, con el cuerpo destrozado, casi sin abdomen, se había situado,
manchado el papel de un líquido verdusco, en el lugar de las rosas; éstas se
habían corrido hacia arriba; las palabras estaban trastocadas; y el animal parecía
sonreír entre salivas y lenguas. Volvió a leer con espanto: Donde habitan las
rosasen ese lugar exacto de la luz planta de la noche en su delirio el sapo que
ahuyental as hélices de lo feo.

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