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LURU
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Prólogo
Abrió los ojos con brusquedad. Tomó una profunda bocanada de
aire, como si no lo hiciera hace tiempo. Cómo si debiera hacerlo
por obligación. Sus pulmones se expandieron, pero no fue
suficiente como para satisfacerlos, ya que la escases de oxígeno
era muy clara.
Por más que abriera los ojos, todo era oscuro. Empezó a hacer
repaso mental de su cuerpo, quién se fueron entumecido,
quieto, como si hace rato no se moviera. Aquel repaso consistía
saber cuantos extremidades podía mover; sus dedos, sus pies,
sus piernas. Todo estaba intacto. Estaba acostada, apretujada
contra paredes de lo que parecía madera.
Le faltaba la respiración, necesitaba más aire. Se sintió sofocada,
al borde del colapso. Su respiración empezó a contraerse de una
forma horrible. Sus manos se levantaron y chocaron
bruscamente contra una tela fina, dándose cuenta de que se
había topado con una especie de tapa. Sintió su rostro palidecer.
—No… —musitó, casi sin voz. Su garganta se sintió tan seca y
rasposa que le dolía.
Sus manos se convirtieron en puños y sus piernas empezaron a
dar patadas con tanta fuerza, consumida por la adrenalina. Ellas,
hechas puño, comenzaron a golpear contra lo que parecía la tapa
de un féretro. Un ataúd. El pánico la invadió, necesitaba respirar
estaba fuera de sí y sentía como cada segundo era una eternidad
al ver que cada golpe resultaba ser en vano. Pero aquello que
esperaba que sucediera, pasó. El ataúd por tantos golpes e
intentos de escape, se volteó hacia un costado y cayó
bruscamente contra el suelo creando un gran ruido seco de
madera rota. Su cuerpo se encontró más estremecido aun en
cuanto cayó el suelo. La cerradura se quebró por el golpe, y
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Capítulo 1
Tiempo después ...
—Usted queda seleccionada, señorita Gray. Tiene un bello
portafolio de fotografías y sin duda, su rostro llegara muy lejos.
Sonreí, sin poder evitar embozar una. Mordí mi labio inferior
para tratar de ocultar mi felicidad. Me levanté de mi asiento,
alisándome un poco la falda tubo negra con mis dedos nerviosos
y le estreché la mano Mirtha Johnson, quien se sigue detrás de
un escritorio de madera oscura. Ella se levantó de su asiento
para estrechar mi mano aún más fuerte. Nos soltamos.
La directora de la agencia de modelo más prestigiosa de Miami
había publicado un anuncio en los que requerían caras nuevas
para diversas publicidades. Apenas me enteré de la noticia, no
tardé en realizar una sesión de fotos para un portafolios y
presentarlo yo mismo. Mi rostro fue el detonante para que
tuviera una entrevista cara a cara con ella.
Era bajita, de cabello n *** o por encima de los hombros y lucía
un delicado atuendo color celeste pastel: una chaqueta y un
pantalón largo. Tenía un maquillaje bastante natural y suavizado.
—Esta tarde, a las cinco y media, le realizaremos unas fotografías
nosotros mismos para poder tener fotos suyas con nuestra
marca de agua. Ya sabe, fotos que solo la agencia tendrá — me
avisó.
Asentí, con una sonrisa.
—A las cinco y media estoy aquí —confirmé, tomando mi bolso
de mano y mi abrigo de color marrón claro que me llega hasta las
rodillas.
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Capítulo 2
Claramente había llegado al edificio demasiado dormida como
para prestarle atención. Para las cinco de la tarde ya estaba lo
suficiente despierta para darme cuenta lo que me esperaba.
Entonces me quedé quieta, como una pequeña hormiga desde la
acera de enfrente observando el edificio frente a mis ojos. Creo
que lo más idiota que pensé fue: si esa cosa enorme se me cae
encima no habrá más existencia de mi parte.
Tomé una bocanada de aire e ingresé junto con personas que
iban a la misma dirección que yo. La enorme puerta corrediza de
la agencia de modelos más prestigiosas e importantes que tenía
Miami: Divine Beauty.
Los ventanales del hall eran mucho más altos de los que
imaginaba, e incluso los colores grisáceos daban una apariencia
intimidante, dándome a entender que en ese mundo de la moda
y la fotografía, quizás, podría resultarme algo inquietante.
Las paredes estaban revestidas con piedra natural blanca y al
final de todo, se encontraron el mostrador junto a una chica de
cabello rubio recogido y sonrisa amigable. No era la misma chica
que la de hoy a la mañana.
Me presenté, buscó mi cita en la computadora y confirmo mi
presencia amablemente, avisándole a personas que no conocía
que ya estaba allí. Me despedí con un saludo de mano luego de
que me indicara que estaban esperándome en el último piso, ya
que las fotografías se harían tanto en el exterior como el interior
del edificio. Quizás tenían una enorme terraza al aire libre para la
realización de fotos.
Expectante, subí al elevador y apreté el botón que indicaba el
séptimo piso.
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—¿Max?
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Capítulo 3
Maquillada, cambiada y lista para iniciar la sesión de la cual
sacaría un par de billetes. Estaba nerviosa, pero todo estaba
saliendo a la perfección. Me encantaba ser el centro de atención,
en el buen sentido (si es que tenía un buen sentido). Me había
dado cuenta que aquello podría ser fácil y divertido.
—Eso es Gray, me gusta, me gusta — me decía el fotógrafo, que
tenía una camisa a cuadros y pantalones cortos, y un ánimo
contagioso.
Tenía un gran aro de luz enfocándome y estaba siendo
fotografiada con un suelo y tela detrás de mí de color
blanca. Tenía un vestido blanco y suelto que me llevaba a los
tobillos. Los pies descalzos pisaban la helada cerámica en el cual,
me veía reflejada. Creo que la intención era verme lo más
angelada posible.
Me dejado el cabello suelto con bucles en las puntas y un par de
aretes plateados preciosos colgando en mis orejas. Me
maquillado únicamente con base, rímel para las pestañas y un
brillo labial muy poco visible. No me quejé, me gustaba.
Estaba sentada en un cuadrado blanco, haciendo las poses que el
chico me iba pidiendo.
—Pon tus mechones de cabellos que están en tus orejas por
detrás de ellas para ver mejor tu cuello — me indiqué el
fotógrafo, mientras veía la pantalla de su cámara. Hice lo que me
pidió—. Eso es. Fantástico — me felicita.
Me siento bien. Después de tanto tiempo, me siento
bien. Estábamos solos en una habitación privada que tenía
muchos cuadros colgados de mujeres y hombres
modelando. Habían cámaras y lentes por doquier. Me
encantaba.
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Lista para salir, abrí la puerta del baño del salón de fotografía y vi
que el fotógrafo aún continuaba observando las fotos mientras
las editaba desde su computadora.
—¿Qué harán con esas fotografías?—le pregunté, caminando
hacia donde estaba él.
Él se sobresaltó en su asiento. Claramente lo había asustado.
Giró en mi dirección con su silla giratoria y me dio una amplia
sonrisa.
—Eso lo decidirá la señora Johnson—me informó—. Yo sólo me
ocupo de editarlas y enviárselas.
—Está bien. Nos vemos otro día entonces—lo saludé con un
beso en la mejilla—¿Sabes algo de la paga?
Negó con la cabeza, extrañado.
—Busca a uno de sus asistentes. Mark es uno. Él te dará algo por
el trabajo de hoy —me dijo, pero al ver que aparentaba estar
demasiado perdida con todo aquel mundo, continuó hablando—
¿Sabes cómo funciona todo esto?¿Lo de la agencia, las fotos...?
—Me han explicado muy por arriba—confesé, encogiéndome de
hombros.
—Básicamente, Divine Beauty sirve para nexo entre las marcas,
tiendas, productoras y demás. Por ejemplo, si una marca decide
hacer un desfile para su nueva colección, te llamaran a ti si es lo
que están buscando. Esta agencia te abre muchas puertas, Ada. Y
no te preocupes, te pagaran. Sólo busca a Mark, él te depositara
en tu cuenta bancaria. Si ya estás dentro de la agencia, deberán
depositarte. Muchas chicas no ven un sólo peso hasta que alguna
marca o empresa las solicita como rostro de algo.
—Te agradezco mucho por la información—le agradecí,
sincera—¿Mark estaba dando vueltas por el edificio?
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todos los papeles al día. Así que podía andar por donde se me
apetecía.
Aparqué la moto en un estacionamiento privado que tenía el
edificio únicamente para inquilinos y que estaba completamente
segura. Lo que me faltaba es que alguien me robara el único
objeto que me vinculaba a la persona que amaba. Le tenía un
gran valor sentimental.
Apagué el motor y las luces se apagaron a la par. Guardé la llave
en mi chaqueta. Cuando ya estaba por entrar por la parte trasera
del edificio, mi celular comenzó a sonar. Los únicos que tenían
mi número era los de la agencia, pero la terminación no era la de
Miami sino la de...New York.
Miré la pantalla de mi móvil, algo tildada porque tenía miedo de
atender y escuchar cualquier voz que me trasladara al pasado.
La duda me ganó y apreté el botón verde para atender. Me llevé
el móvil a la oreja y no dije nada. La que quería escuchar la voz
era yo, no que me escucharan a mí.
—Oh mi Dios... ¿estás aquí? ¿Entonces es cierto? ¿Volviste,
Ada Gray? —la voz que alguna vez oí se quebró.
Era Miranda, mi sobrina. La hija de Cupido.
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Capítulo 4
Tenía que admitir que escuchar una voz familiar era tan
reconfortante como curativa. Me hizo bien, me hacía
bien. Miranda lloraba detrás de su teléfono, congojada y con voz
queda. Digamos que pude decirle algo luego de que se calmara
en su totalidad.
—Sí, soy yo —afirmé, mientras abría la puerta de mi
apartamento.
—¡Dónde estás! ¡Te fuiste así, de la noche a la mañana! ¡Te
suicidaste! ¡¿Sabes lo devastador que fue saber que te habías ido
al mismísimo infierno?! ¿Qué demonios se te cruzó por la
cabeza, Ada? ! —Su grito era enfurecido, sacada de quicio.
Me sentí como una niña regañada escuchándola. Dejé mi bolso
sobre el recibidor y me saqué los zapatos, dejando mis pies
descalzos sobre las baldosas negras.
—Es muy difícil de explicar, Miranda —bufé.
—¿¡QUÉ ES MUY DIFICIL DE EXPLICAR!? ¡¿ESO DIJISTE ?! —Tuve
que apartar el celular de la oreja ante ese grito suyo. Mierda, a
veces era muy intensa, pero estaba súper justificado —¡Adam no
para de preguntar por ti, cree que te has ido de viaje con Max!
¡Oh mi Dios! ¡¿Y Max?! ¡Mi madre me ha contado que ambos
murieron! ¡Por Dios! ¡¿Qué demonios se les ha cruzado a la
cabeza para ir al Inframundo ?!
Adam. Se me detuvo la respiración por algunos segundos cuando
escuché su nombre. Mi dulce e inocente Adam. Él se merecía una
explicación sobre mi ausencia. Había sido tan bueno conmigo
hace tiempo atrás. Tan generoso ofreciéndome su amistad. Me
daba asco pensar que habíamos tenido algo carnal siendo...sentí
nauseas al instante.
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Capítulo 5
No esperaba encontrarlo allí. No tan pronto. Su presencia fue tan
brusca cómo inesperada.
No hace mucho mi alma, toda yo, había bajado al
Inframundo. Era más grande mi preocupación que mi felicidad
por verlo. Tenía una camisa negra ajustada al cuerpo y los
botones de arriba desabrochados, dejándome ver varios vellos
finos y pelirrojos contra su pecho. Tenía la camisa dentro de un
pantalón de jeansos, unos zapatos negros y un cinturón que
rodeaba su cintura, con una hebilla que parecía carísima.
Tenía el cabello correctamente peinado y lucia mucho más guapo
que la última vez que lo vi.
Su rostro reflejaba la combinación perfecta de desesperación, la
alegría y el enfado. No tenía palabras, no fui capaz de decir algo,
sólo tenía los labios separados y la angustia fermentando en mi
pecho.
—¡Ada! —Me gritó, golpeando su puño contra la barra. Las
personas del ambiente no se vieron sorprendidas. Sólo éramos
nosotros dos — ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Por qué lo hiciste ?!
Tragué saliva con gran dificultad, sintiendo como mis ojos se
empañaban. La furia lo estaba cegando. Aquella furia de la que
yo era causante.
-Yo...
Inútil. Me sentí una inútil.
—¡Llevo meses buscándote! —Sus palabras eran atropelladas —
¡Meses y tú aquí, bebiendo! ¡¿Por qué demonios te suicidaste
?! —Se le quebró la voz. Se llevó un puño cerrado a la boca,
apoyándola en sus labios, reprimiendo el dolor —¡Pudimos
solucionarlo, pudimos vivir con ello!
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Lo miré.
—¡Lo nuestro se acabó Max! —le dije, herida —¡Te amo, pero no
eres mío!
—¡Si soy tuyo! —se acercó más. Tomó mi mano y la puso contra
su pecho, apretándola contra él con fuerza —¡Soy tuyo y lo he
decidido el día en que te propuse matrimonio!¡Desde el primer
día en que te conocí lo soy!¡Siempre lo fui y no dejaré de serlo
por más pecaminosa que sea la cosa!
Sus ojos buscaron los míos con gran desesperación.
Lo había echado tanto de menos, tanto que quemaba por
dentro. Era imposible cubrir el sol con un dedo, taparlo y
disimular que no estaba. Aquello era igual que ocultar mi amor
por él. Cada vez que pensaba en él, la barra de lo prohibido se
alzaba y me advertía que no siguiera pensando en su estúpida y
hermosa sonrisa coqueta, su rostro de facciones perfectas y
aquel cuerpo masculino que me estremecía cada vez que lo
miraba más de la cuenta, provocando sensaciones extrañas en
mi cuerpo.
Max era lo que yo necesitaba y con el hombre que yo
quería estar, pero...
—Deja que lo asimile, por favor —le supliqué, con un hilo de
voz.
Él dejó caer los hombros, desanimados. Agachó la cabeza hacia el
suelo y asintió con gran pesadez. Sé qué esto iba a costarnos a
los dos y que él estuviera frente a mí provocaba que aquello
fuera más difícil.
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Miranda tiró de mis sabanas, dejando a la vista mi pijama de
seda rosa con detalles negros que alguna vez, Max me había
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Capítulo 6
—¡Acepto!
Mi grito detuvo su paso. Tardó varios segundos en darse
vuelta. Max me miró sobre sus hombros.
—¿Qué tan segura estás de que no habrá marcha atrás con tu
decisión? —Me pregunta, precavido.
Las charlas animadas de las almas, la música estruendosa y el ir y
venir de rostros desconocidos, era tan desesperante como
irritante para aquella situación que Max y yo estábamos
viviendo.
—Si estoy pagando el precio por amarte en un lugar donde la luz
del sol no llega y la eternidad no se manifiesta como en la tierra…
acepto amarte como tanto deseaba desde que llegué aquí — le
digo, con gran honestidad.
Esas palabras fueron suficientes como para que se diera vuelta,
permitiéndome ver su rostro lleno de esperanza. Comenzó a
caminar hacia mí, con decisión y sin titubear. Una oleada de
deseo me invadió.
—Que me perdone la divinidad y todo lo que está bien, pero ni la
gloria se ve tan inalcanzable e incandescente cómo tú, Ada Gray.
No tardó en embestirme con un beso inesperado y levantarme
del suelo para que rodeara con mis piernas cada lado de su
cadera. Mis brazos rodearon su cuello de una forma desesperada
al igual que aquel intenso beso que él sólo podría darme. Max
acariciaba su lengua con la mía, a un ritmo que costó llegar
por nuestro claro deseo de besar al otro. Sus manos apretaban
mi espalda contra su pecho, recorriéndola, hundiendo sus dedos
en mi piel. Yo agarro su cuello, acariciando su cabello por detrás
con mis dedos, sintiendo cada vello, cada centímetro. Lo amaba
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tanto que dolía. Sin él no podría vivir en la tierra. Sin sus besos,
sin su manera de agarrarme cada vez que me deseaba. Él era mi
oxígeno y quería aferrarme como ninguna.
Aparta sus labios de los míos y lo odié por eso.
—Tengo una habitación exclusiva aquí—me dice, logrando
recuperar el ritmo de su respiración—. Ser el hijo de Hades me
da ciertas comodidades—sonríe, pícaro y con una voz profunda
que me da un leve escalofrío que recorre toda mi espalda.
—Somos.
—¿Qué?
—Somos hijos de Hades—le explico, acariciando su cabello
mientras recorro su rostro con la mirada. Que hermoso era.
—¿Podemos olvidarnos de eso por tan sólo un momento? —me
pidió, con aire irritado.
Largo un suspiro. Que difícil era todo aquello.
—Qué más da…ya estamos muertos—le digo, pero aquellas
palabras eran tanto para mí como para él.
—Sí. Cariño, sí.
Pasamos entre las personas que parecían ajenas a nosotros. Max
no tiene intenciones de bajarme al suelo. Me sentía como un
koala contra un firme tronco. Y que tronco.
No sé cuánto caminó, pero sólo sé qué llegamos a un pasillo con
diversas habitaciones. Cómo si de un motel se tratara. Las
paredes eran un rojo intenso y el techo también tenía el mismo
color, pero era un tono más claro. Había arañas colgando,
iluminando el pasillo y el suelo no era más que una alfombra del
mismo color que la pared y el techo, con dibujos en un tono oro
y extraños.
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Capítulo 7
“Se explica así que la palabra Némesis posea hoy en día el
significado de una retribución justa o divina, un castigo
largamente pospuesto o esperado, o una forma de justicia
poética. También es común verla empleada como sinónimo de
enemigo o de final ”.
Némesis quería llevar al sufrimiento ya la agonía a Afrodita por
las múltiples infidelidades que había generado siglos atrás por la
súplica de miles de mujeres. Pero no lo conseguiría con facilidad,
así que recurrió a su arma secreta.
La historia de Apolo comienza unos cuantos años antes de su
nacimiento. El rey de Chipre había tenido una hija y este
proclamaba a los cuatro vientos que era el ser más bello del
mundo. A la diosa Afrodita no le sentó nada bien esta afirmación
y como motivo de venganza le mandó una maldición que haría
que el rey y su hija la princesa mantuvieran relaciones
incestuosas.
Afrodita había tomado decisiones en el pasado que, en la
actualidad, estaban pasando factura sobre sus hijos.
Tras quedar encinta de su propio padre, la joven huyó
perseguida por este, que encolerizado intentó terminar con su
pecado imperdonable. La diosa sintiéndose culpable por su
imprudente decisión, se convirtió a la princesa en un árbol de
mirra, del cual 9 meses después nació un bello niño mortal. Uno
que merecía una medalla por ser el más hermoso de todos.
El destino del pequeño era incierto. Para la diosa las cosas se
habían salido de control. No sabían qué hacer con el pequeño
niño. Pero, después de pensarlo, lo ocultó en un pequeño cofre
llevándolo a Perséfone, esposa de Hades y reina del Averno. Le
encargó que cuidara de aquel cofre sin nunca ver su contenido,
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Capítulo 8
Miranda tardó en respondedor cuando le conté lo que sucedió
con Max en el Inframundo. Parecía estar procesándolo, con la
mirada en la playa, en aquella espuma blanca que tocaba la
arena blanca como una danza que no paraba de repetirse.
—Te embarazó en contra de tu voluntad —soltó, indignada. Me
miró — ¡Lo hizo y no me lo niegues!
Asentí, sintiendo aquella dolorosa sensación de traición como si
se tratara del primer día, cuando lo hizo.
¿Cómo negar algo que era cierto?
—¿Sabes lo más cruel de todo esto, Miranda? —La miré. Mi voz
sonó débil -. Yo sí, en lo más profundo de mi corazón quería
tener hijos con Max antes de saber que él y yo éramos ... —no
era capaz de decirlo, así que continué—. Pero no me embarazó
por amor, sino para sacarme del Inframundo por una estúpida
promesa que le hizo a mi madre. Me embarazó con ese
propósito. No sabía que la única manera de sacar a un alma era
esa. No le importó siquiera mi opinión, no me escuchó cuando le
dejé en claro que yo no quería volver a la tierra. Nunca se lo
perdonaré.
—¿Y cómo seguirás después de esto? —Me preguntó, con cierto
odio hacia Max —Te mandó a la tierra en contra de tu voluntad,
te dejó embarazada y ahora estás sin dinero en la tierra ¿puedo
matarlo? —Me pregunta, haciéndome entender que quizás, su
propuesta era en serio.
Mis manos fueron a mi vientre de manera involuntaria, pero en
cuanto lo hice y me di cuenta, las aparté de forma inmediata. No
estaba lista. Aún no.
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—Es por eso que me marché de New York —le confesé —. Quise
alejarme de todo lo que me recordaba a él. Mi reunión con él en
el Inframundo fue hace dos años, Miranda, y aún me cuesta
olvidarlo e incluso ayer te he dicho que pretendo decirle que
nuestra relación podría funcionar a pesar de nuestro linaje
familiar que nos une. Pero ahora que lo pienso...él sólo quiso
darme no sólo una vida en la tierra...sino dos.
—Cerdo egoísta —masculló Miranda, llevándose el pico de la
botella a los labios y haciendo un movimiento de negación con la
cabeza.
—A nadie le importó lo que yo quería. Perdóname si te lastimo
con mis palabras, sobrina. Pero yo no quiero estar viva —
carraspeé, sintiendo la frustración carcomer mi cabeza —. Y
ahora estoy aquí, esperando a que la semilla en mi vientre
florezca algun día. Dejé de beber alcohol, esperando a que aquel
futuro niño o niña se manifieste. De todas formas, pueden pasar
años o como puede ser mañana.
Miranda tomó mi mano por encima de la mesa y le dio un ligero
apretón.
—No estás sola —me dijo, con voz calma, buscando mis ojos —.
No voy a dejar que tú y mi futuro primo o prima estén solos en
este mundo. Ese canalla te envió sola, contra tu voluntad ¿cómo
puedes seguir amándolo?
—Porque tengo la esperanza de que esto sea parte de un plan —
se me quebró la voz —. Porque tengo la esperanza de que él,
algún día, regresará a la tierra y se hará cargo de su hijo y me
demostrará que su boca, cuando soltaba un te amo, era genuino
y no una farsa.
Disfrutar unos días con mi sobrina me bastó para tener la mente
centrada en cosas que no vincularan a Max Voelklein. Salimos a
bailar, a pasar los días en la playa soleada, preparamos comida
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Capítulo 9
Su mirada era la cruda evidencia de que él pensaba que yo
estaba haciendo algo mal. Cuando, en realidad, no era yo la que
tenía dos hombres a mi lado, luchando por captar mi atención y
llevarme a la cama.
—¡Oh mierda! —Escuché decir a Miranda a través de la música
alta al darse cuenta de lo que yo estaba mirando—. Ese no es…
¡Oh mi Dios!
Asentí, afirmando su suposición. No podía dejar de mirar a Max y
él no podía dejar de mirarme a mí. Había soñado un reencuentro
distinto, donde había múltiples escenas en las que él venía a
buscarme, nos mudábamos al lugar más recóndito donde no
fuéramos juzgados y en donde vivieramos felices por
siempre. Así, de la forma más hermosa nos imaginé.
¿Cómo el destino puede apagar tus ilusiones, tu luz de esperanza
sobre una persona y darte una bofetada al demostrarte que la
que maneja tu vida es él y no tú? Anoche soñé con Max, todos
los días lo soñaba, sabía que cuando caía la noche, mis sueños le
correspondían.
Pero, por primera vez, sabía que aquella noche no soñaría con él
en absoluto.
—Necesito que te tomes un taxi. Ve al apartamento y quédate
allí, por favor — le pido a Miranda, con la voz temblándome y
con las palabras atropelladas mientras buscaba la llave de mi
apartamento para dárselas.
Miranda miró en dirección hacía Max, quién parecía no
reaccionar ante nuestro encuentro y seguía mirándonos a
ambas, con el rostro descompuesto y con la ira carcomiéndole el
rostro. Parecía muy enojado.
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Capítulo 10
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Capítulo 11
¿Qué sentirías con exactitud si te enteras que el amor de tu vida
estará con alguien que no seas tú? ¿Qué sensaciones te
atravesarían cómo un puñal en el pecho cuando te imaginas
cómo él y ella consiguen sus felices para siempre mientras tú,
sólo ves desde la distancia lo que tanto querías? ¿Qué sentirías si
te digo que ellos continuaran con sus vidas mientras tú te quedas
detenida en el tiempo, preguntándote qué hiciste mal como para
que todo terminara así?
¿Qué se te cruza por la cabeza si te digo que él y tú no acabaran
juntos después de todo lo que luchaste para que terminen
juntos?
Sí, aquello que sientes, aquella sensación desesperación,
angustia y ganas inmensas de llorar era lo que me estaba
carcomiendo por dentro. Como si un gran vacío se abriera en tu
pecho. Una sensación que sólo el más grande dolor y descensión
podría causar. Arde. Muchísimo.
Llegar a mi apartamento como si me hubiera costado horrores
regresar, fue lo más aliviador que conseguí. Ni siquiera recordaba
cómo llegué, ya que estaba consumida por un gran estado de
shock.
Miranda dormía plácidamente en el sofá, consumida por los más
profundos de los sueños.
Me deshice de los zapatos dejándolos a un costado de la
puerta. Dejé mi cartera de mano sobre la mesa de ratona del
living y me dirigí al baño, arrastrando prácticamente los pies y
con la vista nublada por las interminables lagrimas saladas que
rosaban mis labios.
Me metí a la ducha y dejé que todo se fuera por la cañería:
lagrimas, maquillaje, mis ganas de vivir...
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Pero...era aburrido.
Se peinaban entre ellas, gozaban de banquetes, el sexo era
bienvenido y había dioses musculosos que me cortejarían sin
dudarlo. Hombres que no eran un maldito hermano mío. Había
fiestas y se discutía sobre el destino de los mortales. Sí, había eso
y mucho más. Yo había estado ahí junto a mi madre,
resguardada.
Recordaba que usaba preciosos vestidos blancos e inmaculados,
donde dominaba los tonos pasteles, el oro puro y las joyas
pesadas. No había preocupación alguna allí arriba.
Pero sabía que no era bienvenida por poseer el hijo de mi
hermano en mi vientre. Lo único que conseguiría era avivar las
malas lenguas y la desaprobación de los dioses. Avergonzar a mi
madre y a todo lo que la rodea.
El mes de Julio en Miami resultaba ser tan agobiante como
abrazador.
Era lunes por la tarde cuando me encerré en el baño, me realicé
un test de embarazo y di...positivo.
Sentí como se me cayó el mundo a los pies. Tenía el test entre
mis dedos y no podía dejar de observar una raya que estaba
marcada con gran intensidad y la otra viéndose un apenas. Dos
rayas. Un embarazo en camino.
La semilla se instaló luego de dos años de ser concebida.
Mis manos temblaban. Lo que podía a ver si el mejor momento
de mi vida, se convirtió en un mar de llantos y la soledad golpeó
aún más fuerte.
Mientras intentaba recobrar el aliento, mi celular sonó.
Era Mark, el de la agencia Divine Beauty. Antes de atender,
aclaré mi garganta y respiré hondo.
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Llevé una manta para poner en la arena y una soda que no tardé
en destapar y llevar a mi boca mientras observaba el agua que se
perdía en la lejanía. El sol picaba, mucho, pero la brisa de verano
creaba una gran combinación para no sentir mucho el calor.
Era época de turistas y estaba repleto de personas. Yo opté por
sentarme en un sitio donde no había tantas personas a mi
alrededor.
Pero entre tantas personas, encontré a la que no quería ver ni en
figuras. Mierda, mierda, mierda.
Max se encontraba tendido tomando sol en una reposera
mientras leía un libro con sus lentes de lectura puestos. Estaba a
varios pasos de mí, concentrado y cada vez que terminaba su
lectura en una página pasaba a la siguiente.
Tenía el torso desnudo y unos pantalones cortos azules de playa
que tenía varias palmeras dibujadas. Su espalda estaba salpicada
de pecas en su piel pálida y sus fuertes músculos estaban
flexionados sosteniendo el libro, causando que se ensancharan
aún más.
Tragué saliva con fuerza al ver que miró hacia su derecha y sus
ojos se encontraron con los míos. Aparté la vista de inmediato
hacia el mar, con el corazón latiéndome con fuerza.
¡Mierda!
Vuelvo a mirar de manera disimulada y veo que camina hacia mí
con su silla cerrada en la mano y con la otra sosteniendo su libro.
Ay por todos los cielos viene hacía aquí.
Bufo por dentro. Lo más detestable de todo esto es que mis ojos
en vez de recaer sobre su perfecto rostro, se ven desviados por
su físico tan candente que me pone nerviosa. Tiene el pecho
inflado y se le marca de forma destacable los cuadraditos sobre
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Capítulo 12
¿Alguien me puede explicar porque siempre termino teniendo
una previa al sexo con Max cuando estamos peleados? ¿Por qué
demonios eres así, Ada Grey?
Terminamos ingresando a mi apartamento con gran
desesperación mientras nuestros sentidos estaban activados
para no chocar con los muebles mientras nos besábamos con
devoción, con pasión.
Cuando me percaté caí de espaldas contra el colchón mientras
dejaba escapar un leve gemido inaudible, con los brazos abiertos
y el cabello rubio despeinado que cae como abanico sobre mis
sábanas blancas.
—No te confundas. Me puedes meter el pene pero no dejaré de
estar furiosa contigo, Max — le digo, advertente.
Él está a los pies del sommiers y tiene las rodillas pegadas al
colchón, mientras sonríe con malicia. Sus ojos recorren mi
cuerpo de forma descarada y desee poder leer sus pensamientos
con gran ansiedad.
Su mirada es tan adictiva que tengo ganas de fotografiarlo y
observarlo en mis noches de soledad.
—Me gusta el sexo de reconciliación — se encoje de hombros
mientras me regala una media sonrisa.
Me cabreo.
—¿Qué parte de que tú y yo…?
No soy capaz de terminar la pregunta ya que se abalanza sobre
mí y me besa con excitación.
Introdujo su lengua en mi boca y yo disfrute de ella, disgustando
su sabor, su caricia. Mis manos se posaron en su recta
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Capítulo 13
Ver a la persona que amas con otra que no seas tú, puede
destrozar tu corazón y tus esperanzas en pocos segundos. Cómo
si tu alma se callera en los pies y no pudieras disimular una
sonrisa para apaciguar la tensión. Me resulta difícil respirar con
normalidad.
Aquella sonrisa me costó conseguirla. Que digo sonrisa, fue una
mueca hacia la derecha y pude arrugar un poco mi frente para
conseguir la expresión de sorpresa.
—Max me ha comentado que tiene una hermana muy bonita y
ahora confirmo sus palabras sin dudarlo —me dice ella, con una
amplia sonrisa.
Lo que noto de forma inmediata es que no recuerda haberme
visto en su boda y eso me da ventaja de mentir.
Di algo maldita sea. Ada por el amor de Dios, que esta no te
supere. Tomo una bocanada de aire y mi mente despierta de la
pesadilla que está presenciando de una forma cruel.
—Sí, soy su hermana —digo finalmente, y le ofrezco mi mano y
ella la estrecha con delicadeza. Su piel es suave y sus dedos muy
finos como sus anillos de plata—. Un gusto conocerte, mi
hermano Max me ha hablado maravillas de ti —le echo una
mirada al futuro padre de mi hija, quien no para de aflojarse el
cuello de la camisa blanca que lleva puesta.
Max aprieta los labios en un intento de sonrisa y asiente en
dirección a Emilia.
—Nunca había escuchado mencionar a Walter de ti —me dice,
frunciendo el ceño.
Mierda. Mis manos se aferran al vaso helado de mi bebida como
reacción.
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gana —. Primero él, ahora tú. Que conste que no me afecta que
Hermes y ella se hayan casado. Me da igual. Ni siquiera me di
cuenta que Hermes estaba en la fiesta. Estaba demasiado
concentrada en las palabras de tu madre no biológica. Lo único
que me duele es que ahora Emilia tenga el placer de meterse
contigo.
Max me caza de la muñeca ante mi comentario y detiene mi
acción de maquillarme, obligándome a que le dedique toda la
atención del mundo.
—Conozco a Afrodita y sé qué es muy vengativa cuando se lo
propone—me dice, con voz profunda y con tono advertente—.
Por favor que no se te cruce por la cabeza...
Me echo a reír y me zafo de su agarre.
—¿Qué? ¿Tienes miedo de que me meta con Hermes por
despecho y así herir a Emilia? —suelto, con sorna. Su rostro me
confirma que ese es su temor—. Yo no caigo tan bajo Max—
espeto con voz firme y él parece relajarse, pero sé qué no lo
está.
Él está a punto de decirme algo, pero tocan la puerta.
—¿Max, Ada? ¿Están adentro del baño?
Mierda, es Emilia. Pongo mala cara en cuanto abre la puerta sin
esperar respuesta afirmativa de nosotros.
Ingresa con una sonrisa, pero esta se desvanece en cuanto mira
hacia el inodoro vomitado y luego a mí.
—Oh querida ¿te ha hecho mal la bebida? —me dice,
acercándose a mí y apoyando sus manos sobre mis hombros —
¿Necesitas que te llevemos a casa con tu hermano?
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Capítulo 14
—¿Te encuentras bien? —Me pregunta Emilia, al ver que arqueo
la espalda al sostenerme del lavamanos y así poder recuperar el
aliento.
No.
Abrí el grifo, junto mis manos para hacer un recipiente con ellas
y así, comienzo a beber el agua para enjuagarme la boca y
eliminar el horrible gusto que siento en ella. Necesito una menta.
—Sí, son las náuseas. Creo que necesito vomitar otra vez —le
digo en voz baja porque ni eso me ayuda a fingir que todo está
bien como para darle una voz más alta.
No me atrevo a mirar a Max, y siento su mirada sobre mí. Su
silencio me está torturando y yo no soy capaz de decirle algo
frente a su novia. Debo ocultar la ira que me está
consumiendo. Es la misma sensación cuando descubres una
maldita infidelidad.
—Te esperaremos afuera —me dice Emilia dándome un apretón
de hombro, toma a su marido del brazo con la intención de
guiarlo hasta la puerta, pero Max se queda quieto en su lugar,
con la espalda pegada en la pared y mirándome con angustia en
su rostro.
—Ve tú a la fiesta, Emilia —le dice Max, en tono suave y con sus
ojos color caramelo puestos en mí—. Debo cuidarla.
—Pero ...
—De verdad —ahora la mira a Emilia, insistente -, ve a la fiesta
que enseguida bajo. Debo cuidarla.
Más que cuidarme me estaba causando migraña su presencia.
Cómo una persona puede lastimarte tanto en una noche. Me
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Capítulo 15
Bajé por las escaleras mientras la indignación aumentaba en mi
mente. Veo que Max se pierde entre las personas, supongo que
va a buscar a su futura esposa.
Eso me pone celosa. No, ser celosa es demostración de la propia
inseguridad y yo estaba segura de mi belleza y la clase de mujer
que era.
Mejor dicho, estaba dolida por pensar que él había tenido sexo
con otra mujer por el simple hecho de que quería permanecer en
la tierra para cuidarme.
Me lástima saber que lo nuestro se terminó y que a partir de
ahora todo debería ser así.
Me era imposible tomar con madurez lo que acababa de decirme
Max en el baño y cómo se había atrevido a aceptar la propuesta
de Mark.
—¡Ven aquí, no he terminado contigo Gray! —Escucho que me
dice Mark detrás de mí.
Hablando de Roma…
Evité poner los ojos en blanco, aflojé el gesto tenso de mi rostro
y me di media vuelta para darle una agradable sonrisa.
Mark se pone a mi lado y parece no querer dejarme ir.
—No vuelvas a desaparecer — me regaña—. En esta fiesta tu
rostro debe ser el más destacado de todos y lo sabes.
—Lo siento —me disculpé.
Siento no sentirme bien ya ver peleado en un baño con mi ex,
pensé.
—Y con ustedes el señor Mark Figueroa.
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Miro hacia la izquierda y veo que Hermes está al final del pasillo.
Frunzo el entrecejo, extrañada. Sigue con el traje gris puesto y
tiene los brazos cruzados, provocando que estos se ensanchen.
—¿Hermes?¿Qué haces aquí?—le pregunto con un hilo de voz.
No para de sostenerme la mirada mientras camina hacia mí con
pasos firmes y decidido. Tomándome por sorpresa, Mark me
estampa contra la puerta de mi apartamento, provocándome un
sobresalto y haciendo que mi respiración se detenga con
brusquedad. Estamos cara a cara y sus ojos verdes me parecen
muy penetrantes.
Sus manos se apoyan a cada lado de mi cabeza, acorralándome.
—Hemos tenido una mala noche—dice cómo si hubiera leído mi
mente—. Me encontré a mi ex esposa en brazos de otro sujeto
más apuesto que yo (y eso nunca lo digo) y resulta que ese
sujeto ha tenido algo contigo por cómo nos ha mirado toda la
noche.
Mierda.
—Sí. Es cierto—le doy la razón y me resulta extraño que haya
regresado a mi apartamento. Seguro me siguió—, el que se
casará con tu ex esposa y se trata de mi ex comprometido y
padre de mi futuro bebé. El Olimpo suele tener un gran sentido
del humor cuando se trata de cruzar personas.
No quería normalizar que una persona siga a la otra sin su
consentimiento, pero no podía esperarme otra cosa de Hermes.
Esto ya lo había hecho en el pasado y jamás me molestó que lo
hiciera.
—¿Me invitas a pasar y tomamos una copa de vino? —me
pregunta, coqueto y a varios centímetros de mi rostro.
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Capítulo 16
Hermes estampa contra la pared más cercana a Ada Grey. El
hombre besa con gran deseo y enfado a la joven de cabello rubio
en la plenitud de la noche.
Ella duda si aceptar sus intensos besos, duda si aceptar una
invitación que podrían causar conflictos en algún futuro cercano.
Aunque los labios de Hermes son familiares por un pasado
apasionado entre los dos, ella se ve consumida por su sabor, su
lengua acariciándola y cada tanto sus dientes chocan por una
desesperación incontrolable.
Hermes busca la punta de la playera de la bella diosa para
sacársela por encima de la cabeza y así, manosear con gran
excitación sus enormes pechos de pezones erectos y rosados,
que se ven revolucionados por su caluroso contacto. Ada suelta
un gemido mudo y Hermes se ve victorioso al ver que ella se
encuentra tan excitada como él.
Ada desabrocha los botones de su camisa con cierto desenfreno
y torpeza. Cuando logre desabrochar el ultimo botón se la
arrebata y la lanza por algún lugar del salón mientras se besan.
Pecho contra pecho, desnudos, en cuanto Hermes la levanta del
suelo y ella rodea su firme cintura con sus finas piernas,
entrelazándolas contra su espalda. Ada lo atrae hacia ella para
besarlo aún más y ambos se abrazan, cayendo contra el sofá sin
dejar de rozar sus labios.
Hermes hunde su rostro en el cuello de Ada mientras este
recorre con sus enormes manos el cuerpo esculpido de la hija de
la diosa de la belleza y cada tanto aprieta su piel, como si aquel
contacto fuera adictivo.
Toda Ada Gray era adictiva.
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Capítulo 17
Muda.
Me quedé completamente muda. Seguro mis ojos parecían
platos por lo abiertos que se encontraban.
Abrí la boca para decir algo más de una vez, pero nada salía de
ella. No podía creer que estaba allí, frente a mí.
Tomándome por sorpresa, se acerca mí para levantarme del
suelo y así darme el más fuerte de los abrazos. Yo me aferro a
sus enormes brazos con miedo a caer y pego un chillido.
—¡Maldita desaparecida! —Exclama, feliz mientras apoya su
mentón en mi hombro -. Déjame que te abracé porque te
extrañé horrores, Gray. Luego tendré tiempo de regañarte.
Cuando entro en noción de que él está aquí, junto a mí,
abrazándome, cierro los ojos y lo abrazo más fuerte, tan feliz por
verlo. Mi cuerpo se relaja y siento que me debilito. Entonces,
comienzo a llorar en silencio. Él no se da cuenta. La angustia me
tortura.
Tantos años sin verlo, pensándolo todos los días y
preguntándome cuándo debería el valor de verlo a los ojos otra
vez luego de saber lo que sucedió entre los dos. Lo de saber lo
que nos unía a ambos.
Ay no, ahora me tocaba decirle la verdad.
—Miranda me contó que estabas aquí, en Miami y le supliqué
tantas veces que me diera tu dirección y así, visitarte —me
cuenta, sin intenciones de soltarme aún—. Así que me escapé de
New York y estoy alojado en un hotel que está a unas cuantas
calles de aquí.
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Capítulo 18
Hermes baja del coche y lo rodea, con aire fresco y seguro de sí
mismo. Yo salgo asustada por lo que podría llegar a pasar entre
él y Max.
Max comienza a remangarse las mangas de su camisa negra
hasta los codos, preparado para cualquier intento de violencia
por parte de Hermes.
Camino hacia Max para frenar cualquier locura que tenga en
mente, pero él está demasiado concentrado midiendo los pasos
de Hermes que viene hacia nosotros.
—Pero si es el nuevo esposo de mi ex —lo saluda Hermes, con un
humor feliz claramente fingido -. No sólo te dedicas a quitarme a
Emilia, sino que no quieres que ande con ninguna otra
mujer. Felicidades fosforito, tienes a todas las mujeres muertas
por ti.
—¡Cállate, Hermes! —Le grito, antes de que aquello se convierta
en una masacre.
A Max se le tensa la mandíbula y lo mira de forma asesina. Pongo
mis manos en el pecho de Max y me hago puntas de pie para
llevar a su oído. Dios ¿qué demonios le digo para calmarlo?
—No armes un rollo por favor que el empleo de los dos está en
juego —le recuerdo para llegar a sus pensamientos, deseando
que me escuche.
El empleo me importa una mierda. No quiero que golpeen a Max
y lo lastimen.
Max baja la mirada hacia mí, con cierta frialdad y vuelve su
mirada hacia Hermes. De pronto me abraza, apretándome contra
su pecho, protegiéndome y señala con su dedo a mi ex, furioso.
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Capítulo 19
Desliza su mano hacia uno de mis pechos y lo aprieta con fuerza,
provocando que de un respingo al sentir el roce de la palma con
mi pezón.
El elevador comienza a subir y debemos detenernos con
brusquedad al ver que alguien lo solicitó en el segundo piso. Max
se aparta y se coloca a mi lado de forma inmediata, cortando
aquel encuentro electrizante que ha conseguido que mi
respiración no sea normal.
Tres modelos de una alta estatura suben con ropas ostentosas y
coloridas, pasando de mi presencia, pero si cayendo ante la
mirada intimidante de Max Voelklein. Las chicas cuchichean
entre ellas, lanzándose miraditas y sin poder evitar mirarlo más
de una vez.
Max me mira y arquea una ceja, sonriendo y claramente
sintiéndose todo un sex simbol. Pongo los ojos en blanco. En el
pasado estaba acostumbrada a que aquello pasara.
—Nos parece muy adorable que un padre acompañe a su hija a
las sesiones de modelos — de pronto nos dice una.
La sonrisa de Max se esfuma y ahora parece espantado. Oculto
una risa con mi mano. Ay mi Dios.
—Él no es mi padre —aclaro con rapidez.
Las chicas parecen avergonzadas mientras intercambian miradas.
Llegamos al cuarto piso y las tres, aliviadas porque ya no nos
verán los rostros, se bajan sin antes pedirnos disculpas por el
comentario.
Otra vez nos quedamos solos y me echo a reír ya que me lo tenía
aguantado. Max gruñe, cambiando el peso de su cuerpo
posicionándose con el otro pie y no me mira.
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—Puff, tampoco estoy tan viejo para ti. Sigo siendo muy guapo y
sensual—se dice más para sí mismo que para mí —. Hacemos
una pareja perfecta.
—Hacíamos.
De pronto me mira, apretando los labios y asiente, masticando
mi respuesta.
—Hacíamos —repite en voz tan baja que apenas soy capaz de
oírlo.
Y como si fuera el principio de todo aquello, él está a mi lado y
entrelaza poco a poco su mano con la mía, rompiendo
rápidamente nuestras palabras que resultaron ser frágiles.
Llegamos al piso siete. Las puertas se abren de par en par y nos
encontramos con ese ambiente que alguna vez me resultó
caótico por el ir y venir de las modelos y ahora parecía una misa
de domingo por lo silencioso que se encontraba.
El enorme salón fotográfico de paredes blancas e inmaculadas,
con cuadros fotográficos en blanco y n***o de varios modelos
colgados y el suelo de cerámica blanca el cual parecía un espejo,
me trajeron un precioso pinchazo de emoción, ya que aquel
lugar me ayudaba a transitar mi paso por la tierra y lo hacía
menos traumático.
Estaba en un lugar dónde me ayudaba a olvidarme de mis
problemas. Pero... ¿Por qué estaba tomada de la mano de mi
mayor desastre? Max no pretendía soltarme, y lo supe cuando
cruzamos las puertas del ascensor.
Al fondo de todo pudimos ver al fotógrafo de la agencia, quien
estaba preparando su cámara de forma muy concentrada y
echándole un vistazo a las telas rojas que habían puesto de
fondo para la sesión. A su lado, estaba Mark, quien parecía darle
un par de indicaciones sobre algo que no podía oír, ya que el
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salón era tan inmenso que estábamos muy lejos el uno de los
otros.
Mark se percata de nuestra presencia y su sonrisa de oreja a
oreja nos resulta contagiosa a Max y a mí.
Él se acerca a nosotros y nos da un beso en cada mejilla,
saludándonos.
—¡Son un orgasmo visual cuando los veo juntos! —exclama,
llevándose ambas manos juntas hacia los labios. Su exageración
me hace reír. Le echa un vistazo a su reloj de muñeca—. Y me
alegra aún más saber lo puntuales que son. Gracias por llegar a
tiempo.
—Quiero agradecerle por la oportunidad de tomarnos a mí y a la
señorita Gray en su agencia señor —le dice Max, de manera
formal —. Pero quiero recordarle, cómo hemos hablado ayer por
la tarde en nuestra reunión de contrato, que no deseo tomarme
fotografías junto a la señorita Gray.
Mi cabeza gira hacia un costado para mirarlo, con cierta
confusión.
¿Qué?
—Confieso que me ha dejado desconcertado desde el día de ayer
por su petición, señor Voelklein —le indica Mark, frunciendo el
entrecejo —, pero estoy de acuerdo a sus pautas señaladas. No
se preocupe que no le tomaremos fotografías junto a ella.
Aunque...me hubiese gustado fotografiarlos a ambos juntos.
Aunque no sé por qué Max no quiere ser fotografiado a mi lado,
tengo un presentimiento que indica a dónde va la respuesta. Y
hasta creo que tiene nombre y apellido: Walter Voelklein.
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Capítulo 20
—Mañana pasaré a recogerte para acompañarte a la visita con el
medico — me dice Max, cuando apaga el motor del coche y se
me queda viendo—. Compraré los medicamentos que hagan
falta y podemos comenzar a buscar ropa para el bebé. Incluso
podemos comprar peluches. A mi me gustaban los peluches de
niños.
Estacionó frente a mi apartamento ya que se había ofrecido en
traerme.
—Está bien — asiento.
Estoy apunto de abrir la puerta del coche para irme, pero él toma
mi mano, deteniéndome.
Lo miré, observando sus ojos color caramelo con
detenimiento. Él me sostiene la mirada, en silencio.
—Terminaré con Emilia — me dice de golpe.
No puedo evitar sorrenderme ante su confesión. Espero a que se
retracté pero él aguarda unos segundos para que yo diga algo.
—No sé que esperas que diga—le respondo, encogiéndome de
hombros—. Si esperas un “felicidades” o un “lo siento”.
Él desvía la mirada y asiente.
—Max…yo voy a seguir mi vida de todas formas. Si esto lo haces
para que estemos juntos, te pones en peligro de todas formas—
me sincero.
Su rostro cambia y la tristeza lo descompone.
—¡Ya no sé que hacer para contentarte y obtener tu perdón!—
eleva la voz y apoya sus manos sobre el volante, pegando al igual
su frente, dejándose de caer.
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Capítulo 21
Max toma con sus manos una bolsa de hielo que saqué del
congelador mientras está sentado en mi sofá. Comienza a dar
pequeñas palmadas en su ojo que empieza a hincharse y
tornarse más oscuro.
—Gracias bonita — me agradece él mientras se queja por el
contacto del hielo con su piel.
Obligué a Adam a sentarse en mi sofá L y opta por sentarse en la
punta de este, con la intención de estar lo más lejos posible de
Max.
Aunque la distancia entre ellos dos era notable, no podía dejar
de fulminarse con la mirada.
Yo me quedé de pie, observándolos a ambos con los brazos
cruzados y muy disgustada por la situación violenta que acababa
de presenciar.
—Bueno, tarde o temprano deberíamos reunirnos — les dije a
los dos, que parecen disgustados por el reencuentro—. Vamos
niños ya nos conocemos. No somos extraños — los aliento,
esperando que esto no termine con sangre en mi suelo.
Que ni se les pase por la cabeza ensuciarme el suelo.
—Sí, y qué bien nos conocemos los tres — carraspea Max.
Mierda. Entiendo rápidamente esa referencia. Maldita sea la
hora en la que los tres tuvimos un trio.
Que asco. Trato de sacarme esa imagen de la cabeza antes de
que tenga un colapso mental.
—Max, evita tus comentarios — le advierto—. He llegado a una
conclusión y creo que se alegrarán al saberlo — ambos levantan
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Capítulo 22
Adam y yo amanecemos dormidos en el sofá. La luz del sol me
pega en el rostro, despertándome por completo y oigo el cantar
de los pájaros que comienzan a taladrarme la cabeza. Siento el
peso de Adam sobre mi cuerpo, se ha estado dormido a un lado
de mi vientre, abrazado a él. Lloró hasta que se quedó dormido.
Recuerdo su tristeza de anoche y se me produce un vacío en el
pecho. Lo veo dormir, con serenidad, con su cabello n *** o todo
revuelto y algo largo y no puedo evitar acariciárselo,
somnolienta.
Pretendo seguir durmiendo hasta que alguien toca a mi puerta,
despertándonos a mí a él de manera sobresaltada, poniéndonos
en estado de alerta al instante.
—Yo voy —le aviso, con voz ronca.
Él se sienta, recomponiéndose y yo me dirijo hacia la puerta. Me
doy cuenta que he dormido con la bata y la toalla de cabello en
la cabeza, la cual no tardó en retirarme antes de atender.
Abro la puerta y me encuentro con una de las personas que no
esperaba ver otra vez en mi vida. Pero el destino quiere hacer
que me la cruce cada vez que pueda.
—¿Emilia? —Musité, sin poder ocultar mi sorpresa.
Tiene el cabello recogido en un moño alto, está a cara lavada con
sus ojos hinchados y parece que tiene puesto un pijama de
algodón ya que tiene unos pantalones holgados oscuros y una
playera gris con un logotipo de una de las grandes ligas mayores
de Estados Unidos que le quedan muy larga y le queda por
debajo de la cintura, y unas Vans negras.
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Capítulo 23
Ángelo observa desde la distancia cómo uno de los hijos de
Hades, que tuvo el privilegio de vivir en la tierra y es por eso que
es envidiado por muchos hijos del Dios del Inframundo, tiene en
sus brazos a una joven de cabello corto y rubio e ingresan a una
de las puertas que sólo Max puede cruzar. Un maldito
privilegiado.
Incluso el descarado tiene su propio aposento y él debe
compartir sitio con sus hermanas conocidas como Las Erinias.
Las Erinias o Euménides eran diosas consideradas castigadoras
que solían perseguir a culpables de diversos crímenes. Las tres
diosas tienen serpientes enroscadas en sus largos y sedosos
cabellos y cada tanto se las ve con látigos o antorchas en sus
manos recorriendo todo el Hades. Sus ojos derramaban sangre,
reemplazando a las lágrimas y tenían largas y enormes alas de
murciélagos, que incluso podían verse pesadas para sus cuerpos
de tamaño normal.
Ángelo trataba de evitarlas ya que no quería tenerlas cerca. En
realidad, no quería que nadie se le acercara porque prefería
pasar desapercibido entre las infinidades de almas.
El hombre tenía una apariencia joven, rondando entre los
veintisiete y los treinta años. De cabello castaño y corto, unos
ojos del mismo color de su cabello y una contextura física
envidiada por los hombres muertos que merodeaba por el
Inframundo oscuro, solitario y sofocante por la gran soledad del
sitio que todos los vivos querían claramente evitar.
—Ese imbécil siempre ha tenido la oportunidad de salir cuando
se le dio la gana. Ir y volver cuando a uno se le dé la gana. Eso
quiero yo —carraspea Ángelo, observando desde la distancia
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Lo que Ángelo no sabía era que Max lloraba porque tuvo que
darle un hijo a Ada para sacarla del Inframundo, y así, regresarle
la alegría a Afrodita, quien había sido castigada por Némesis, la
diosa de la Venganza.
Max, en aquella habitación que sólo era una réplica de la tierra,
estaba sentado en el suelo, con sus hombros y cabeza apoyados
en un colchón que no le llegaba ni a los talones al verdadero.
Los mechones pelirrojos del joven estaban contra las sabanas,
esparcidos sobre él. En aquellas sabanas empapadas por las
lágrimas y que eran testigo del enorme sentimiento de tristeza.
Llorar no bastaba para Max, su pecho le dolía, quien era
consumido por un fuego que le quemaba poco a poco por lo que
acaba de hacer. Envió a su amada a la tierra para evitar que sufra
en aquel sitio tan terrible donde podrían violarla, torturarla y
hacerle más cosas inimaginables que no era capaz de crear en su
cabeza.
Tenía que alejarla de aquella oscuridad porque podrían
aprovecharse de ella por tratarse de la hija de Afrodita.
Ada no se merecía pasar por eso, no merecía sufrir como lo haría
allí. Rogaba que lo perdonara algún día y sabía que no volvería a
verla nunca más. Estaba condenado al tormento de su ausencia.
Su torso desnudo era contraído por el llanto, marcando su
abdomen y sus piernas largas cubiertas por un pantalón oscuros
estaban estiradas sobre el frio suelo de la habitación a oscuras.
Estaba destrozado y no encontraba consuelo, sólo recordaba el
bello rostro de la hija de Afrodita, el cual tenía miedo de olvidar
con el pasar de los años, de los siglos y de la eternidad misma.
Una horrible despedida que jamás pensó tener con ella.
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Capítulo 24
Ni siquiera escuché a Adam ingresar a la habitación porque mi
llanto predominaba y sobrepasaba cualquier tipo de sonido,
incluso el de una puerta abriéndose y azotando contra la pared.
Sentí el peso de su cuerpo sobre el colchón y de pronto lo
encuentro abrazándome, desesperado por saber qué estaba
pasando conmigo y por qué de pronto parecía que alguien
hubiera muerto por mi reacción.
Pero no era capaz de articular palabra, el llanto no me lo
permitía y sólo podía soltar alaridos, que quería formar una
oración, pero era imposible.
—¡¿Qué pasa ?! —Grita Adam, invadido por la preocupación —
¡¿Por qué lloras?! ¿Te duele el estómago? ¿Ocurre algo con el
bebé? ¡Ada di algo por favor! ¡Dime si debo llamar a
emergencias!
—¡Max! —Soy capaz de decir finalmente, soltando la respiración
contenida — ¡Max sigue en el Inframundo!
Entonces siento como Adam se queda quieto, pálido y sé que su
mente está siendo atravesada por miles de pensamientos en
donde Max se ve involucrado.
—¿Cómo ... cómo lo sabes? —Logra decir, nervioso —¿Quién te
lo dijo?
Lo miro, entre lágrimas y mis labios no paran de temblar.
—Afrodita —susurro, sintiendo como mi cuerpo tiembla por
algún frio invisible que lo atraviesa.
—¿Afrodita vino a verte? —Me pregunta, sin salir de su asombro
y sin dejar de abrazarme.
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Capítulo 25
El Hotel Warren estaba ubicado a varias calles de mi
edificio. Tenía una buena ubicación ya que era de las calles más
transitadas de Miami, así que el dueño debía ganar dinero a
montones. Y si el dueño ganaba dinero a montones, este debería
para pagar decoración para su hotel, entre muebles y cualquier
cosa que brillará como para que sea lujoso y hermoso.
Y así lo era o fue la primera impresión que tuve cuando el taxi se
posicionó a una calle de él.
—Esto me da mala espina, Gray y sé que si el verdadero Max
estaba aquí me daría una patada en el trasero muy grande — me
dice, lleno de preocupación mientras ve desde la ventanilla
trasera del taxi el hotel a la distancia.
—Por favor, confía en mí —le pido, tomando su mano por
encima de su asiento.
—¿Y qué harás cuando entres allí? —Pregunta, angustiado,
entonces baja la voz, echándole una vistazo al taxista que estaba
demasiado atento escuchando un juego de fútbol sonando en el
estéreo — ¿Lo mataras?
—No — le di una apretón en la mano con la intención de
tranquilizarlo—, lo enviaré a donde pertenece y quizás, así, Max
vuelva.
Deseaba que vuelva y la culpa me carcomía la cabeza porque
sintió que yo había hecho acciones equivocadas, incluso me sentí
asqueada por refugiarme en los brazos de Hermes. Tenía
sentimientos encontrados, confundida y me pregunté si Max me
perdonaría cuando volviera.
Porque si, yo sabía que él volvería, estaba confiando en eso y me
aferraba a que nos volveríamos a ver.
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Capítulo 26
Entré al taxi, apresurada y cerré la puerta del coche con la
respiración algo dificultosa una vez dentro.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —Me pregunto Adam, al ver mi
estado y su voz se elevó, preocupado y nervioso.
—Lo hice — susurré, con voz queda y mirando el asiento oscuro
que tenía frente a mí sin verlo realmente.
-¿What?
—Lo hice — lo miró finalmente, repitiéndoselo—. Lo hice. Ángelo
se fue, funcionó.
Él me miró, confuso, sin comprender a lo que apuntaba.
—Regrese por favor al edificio en donde fue a recogernos — me
incliné sobre el asiento y le pido al taxista.
Este asiente y arranca el coche mientras le sube el volumen a la
radio. Oigo que los Leones van dos a cero y eso mantiene
ocupado en el juego.
Me siento nerviosa, como si la adrenalina hubiera desaparecido
por completo y volviera a ser yo. Siento que la mano de Adam
toma la mía sobre el asiento y las entrelazamos, en silencio,
viendo las calles de Miami para despejarnos.
Llegamos a mi apartamento sin decir palabra alguna e
ingresamos. Enciendo las luces y voy directo al sofá, dejándome
caer en él, agotada y aún en estado de shock.
—¿Qué pasó allí, Ada? —Insiste en saber Adam, de pie ante mí,
con los brazos cruzados y con la punta de su zapato golpeteando
el suelo.
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lencería que llevo puesta a pesar de que mis alas sean un poco
pesadas.
Llevo una mano sobre mi cintura, sonriendo con una media
sonrisa. Manteniendo mi firmeza. Aunque pruebo con los
colgados de lado a lado y no mover mi cuerpo, solo deben
balancearse ligeramente.
—¡Gray!¡Williams!—nos grita Mark a la distancia—¡Es su turno,
salen juntas niñas!¡Tomen sus manos y luego se separan en el
medio de la pasarela!
Nos echamos una última mirada con Amelie y ambas vamos
sonriendo a lo que sería el comienzo del escenario, subiendo
ambas los escalones sin matarnos con nuestros zapatos.
Sabía que la presentación de nuestra lencería estaría Taylor Swift
cantando y aunque había pegado el grito en el cielo por aquella
maravillosa noticia, escucharla cantar y saber que estaba a pocos
metros de nosotros me tenía enloquecida y emocionada.
Si no me equivoco, la canción que había empezado a cantar para
nosotras era Style.
Escucho al público enloquecer, a la cantante sonando a todo
volumen y con Amelia hacemos una gran entrada.
Una enorme pasarela tenemos ante nosotras, caminamos de la
mano, sonriendo sin poder evitarlo porque estamos cumpliendo
uno de nuestros sueños sobre una de las pasarelas más
importantes del mundo.
La música combina con nuestros pasos, dándonos un gran estilo
a la dos. Pero no nos perdemos de nuestro objetivo.
Llegamos al centro de la pasarela y ambas soltamos nuestras
manos, pero seguíamos manteniéndonos a la par.
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Capítulo 27
Una presencia que no debió salir del Inframundo ingresa y las
almas que habitan en él lo observan pasar, tembloroso y sin
dejar de sentirse pequeño porque sabía que estaba a punto de
ser castigado por lo que acababa de hacer.
Las almas se apartaban para permitirle el paso y una melodía
horrible sonaba de fondo, cosa que, de cierta forma, lo
atemorizó por alguna extraña razón.
Entonces ve a la distancia algo que hace detener su caminar y se
queda allí, helado y con los labios temblorosos, imaginando
cosas horribles que podrían llegar a sucederle.
Un hombre alto, corpulento y de cabello anaranjado lo ve a
metros, con los brazos entrecruzados y con el pecho desnudo,
algo sudoroso porque quizás ha estado entrenando por aquellos
dos, casi tres, años en la oscuridad entrenando y haciendo
ejercicios que le arrebataban el aliento. Con su rostro algo
húmedo y su cabello bañado en transpiración, lo mira como si
quisiera comérselo vivo. Le ha crecido la barba que tapa la mitad
de su ancho cuello.
Tiene los dientes apretados, un rostro asesino que por poco saca
fuego y tiene la respiración pesada, dificultosa, agitada por la
rabia. Se contiene, pero sabe que no tiene nada de malo ir atacar
a un sujeto que se hizo pasar por él durante dos años. A esa
persona que se trataba de su hermano.
—¿¡Y tú me demonios me miras !? —Le grita Ángelo a Max,
quien a pesar de que su voz sale potente, a la defensiva, se nota
que se está cagando en los pantalones —¡Tu novia estuvo
riquísima a pesar de ser una zorra que me envió aquí de nuevo!
Ada. Oh no. Se metió con algo valioso en su vida.
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Capítulo 28
Ada apoya sus manos contra el espejo, en estado de shock al leer
lo que había escrito Max en él. No había una explicación lógica
para saber cómo había hecho eso, sino que, en el mundo de los
dioses, no había explicación alguna.
Pero de lo que si estaba segura ella, era que Max, su Max, había
logrado comunicarse con ella después de tantos años.
—¡Lo siento mucho! —Le gritó Ada al espejo, llorando a cantaros
— ¡Siento no haberme dado cuenta antes, amor!
- «No hay nada que lamentar — aquella voz en su cabeza la
calmó—, nada de lo que has hecho podrá romper con lo que
tenemos, ciervito»
Ella cerró los ojos con fuerza, dejando caer su cabeza entre sus
brazos, abatida y aliviada a la vez.
—Nunca dejé de amarte y nunca lo haré — susurró Ada, con la
voz rota.
- «Yo jamás dejé de hacerlo, mi bella reina»
Golpes en la puerta la hicieron sobresaltar.
—¡Ada, debes salir otra vez al escenario!—le grita Mark ante el
bullicio de las modelos—¡Te toca cambio de vestuario!
Ada no sabía que hacer. No quería perder la oportunidad de
hablar con esa persona a la que tanto había esperado. Miró al
espejo, desesperada.
—«Ve, Ada. Es tu momento, debes disfrutarlo al máximo»—la
alienta Max, orgulloso—«Demuéstrales la clase de mujer que
eres, poderosa y fuerte»
Ada sonrió genuinamente, aferrándose a sus palabras con una
enorme felicidad en el pecho.
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—El Max que yo amo diría algo así—le responde ella, con
melancolía y con una lágrima deslizándose por su mejilla
sonrosada—. No puedo creer que estoy hablando contigo.
—«Y yo no puedo creer lo hermosa que te encuentras. Ve, Gray,
o perderás el empleo de tu vida por mí culpa»
Ada, con un gran entusiasmo que había crecido en minutos, salió
del baño sin antes limpiar resto de rímel marcados en sus
mejillas causado por el llanto.
—¡Vamos por la segunda pasarela!—le dice ella a Mark, quien no
tarda en sentirse contagiado por la felicidad de la joven.
La noche cae en Miami con gran pesar y agotamiento sobre mí.
Fue una noche increíble, fascinante. Incluso las modelos
quisieron invitarme a festejar pero no acepté, ya que tenía la
ilusión de encontrarme con Max, aunque sea de manera mental.
Tenerlo cerca, aunque sea un rato. Aunque sea.
Adam se había marchado cuando el desfile finalizó y yo me había
quedado detrás del escenario para vestirme nuevamente, a
pesar de que la lencería era extremadamente hermosa. Amaba
lo que hacía, estar entre pasarelas, fotografías e incluso podría
firmar contrato con comerciales. Podría llegar a ser famosa y eso
me intimidaba un poco, pero no me aterraba.
En cuanto llegué a mi apartamento, encontré a Adam durmiendo
en el sofá. Lo miré con dulzura al ver qué se había quedado
dormido y como toda la sala estaba llena de globos flotando
contra el techo.
Me llevé las manos al pecho, mordiendo mi labio inferior, al ver
qué había decorado para festejar uno de los momentos más
importantes de mi vida. Había un cartel de papel pegado en una
de las paredes con cinta adhesiva que decía “Felicidades” con
letras de colores.
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Capítulo 29
Max sale de su apartamento falso y comienza a correr en
dirección a los aposentos de Perséfone, el cual es custodiado por
dos guardianes. Estos poseen una apariencia tenebrosa. Miden
aproximadamente tres metros de alto, son gigantes regordetes y
con un aspecto verdoso, casi asqueroso, como si se bañaran con
agua estancada y contaminada. Tienen el rostro hinchado y
apenas se les ve los ojos.
Ambos permanecían quietos y alertas en cada extremo de la
gigantesca puerta de acero oscuro para prevenir que la diosa no
pretenda escaparse, a pesar de que se trataba de una reina
importante.
—¡Necesito ver a Perséfone! ¡Urgente! —Les ordena Max, quién
no se encuentra intimidado por dichos gigantes.
Estos cruzan miradas de forma momentánea y vuelven la
intención al hombre que tienen en frente.
—Por supuesto, señor — le responde uno de ellos, con voz
calma.
Max sigue muy enfadado con ellos por cortarle la mano para
castigarlo, pero sabe y comprende que sólo estaban llevando a
cabo un castigo por romper una ley. Sólo seguían lo que rige en
el Inframundo.
Uno de los gigantes abre la puerta y le informan a la reina con
voz potente sobre la presencia de Max.
Esta acepta, permitiéndole el paso.
Max, dudoso si estaba haciendo lo correcto, ingresa por primera
vez a los aposentos de Perséfone.
Su habitación tenía una enorme cama matrimonial con cuatro
columnas en sus esquinas de madera que formaban el dosel, el
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Capítulo 30
No pegué un ojo en toda la noche. No con todas las emociones
encontradas que atravesaban mi cuerpo y alma. No sabiendo
que pude comunicarme con él y que mis esperanzas estaban en
flor de piel.
No sabiendo que él estaba en otro sitio y con sus últimas
palabras retumbando en mi cabeza. Prometiéndome que estaría
junto a mí en lo que menos canta un gallo. Mi Max, mi
zanahoria.
Una lluvia torrencial azotaba Miami. La tormenta me había
despertado a las ocho de la mañana, en su comienzo. Las
palmeras se agitaban, el viento arrastraba las gotas de la lluvia,
llevándolas lejos hasta golpetear mi ventana. Allá afuera, era
todo gris y oscuro y parecía que el cielo quería caerse con sus
enormes nubes tridimensionales. Hasta tenía la sensación de que
podría llegar a tocarlas si hacía puntas de pie.
El sonido de la lluvia era calma y música para mis oídos después
de tantos días de sol. Hasta se había hecho rogar.
Me levanté, con la intención de prepararme el desayuno, hasta
que… comencé extrañarlo. Me dirigí a la cocina, silenciosa para
no despertar a Adam qué aún seguía durmiendo en el sofá y
busqué en el mueble un equipo de mate.
El mate es una infusión que suele beberse en Argentina. Max era
Argentino, y él me había confesado una vez que solía beberlo
mucho cuando vivía allí.
Cada vez que lo echaba de menos, tomaba mate. Solo necesita
azúcar, yerba y agua caliente.
Prefería el dulce que el amargo, aunque había días en los que no
tenía azúcar y debía beberlo sin ella.
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La lluvia nos empapa, nos moja sin tregua pero no nos importa.
No nos importa porque estamos juntos otra vez.
Y eso era lo único que nos hacía mantenernos de pie.
—Aquí estoy, aquí estoy—me dice con su labio pegado a mi
oído, exhausto y sin aliento—. No me iré, aquí estoy. No me iré.
Poco a poco la lluvia se va apagando y creo que varias gotas se
mezclan por mis lágrimas. Un terrible alivio por fin llega a mí, y lo
recibo como tanto lo esperé.
Miro su rostro, pegando la punta de su nariz contra la mía. Le
sonrío. Me sonríe. Nos sonreímos y esa sonrisa se vuelve una risa
algo silenciosa, que pronto se vuelve carcajada, como si no
supiéramos cómo reaccionar ante nuestro reencuentro.
—Hola, sugar—le susurro, rosando sus labios, no puedo dejar
de sonreír.
—Hola, mi baby —se ríe, y es contagioso —Hace cuanto no veo
la lluvia, el agua, la arena pero ¿vamos a casa?
—Vamos a casa.
Llegamos a mi apartamento, empapados y él no tiene
intenciones de bajarme al suelo. Vamos dejando con nuestros
pasos charcos de agua en todo el pasillo del edifico, riéndonos,
besándonos con delicadeza, disfrutando del momento único en
el que estamos viviendo. Sus pantalones negros y largos son una
combinación de arena y agua de mar, que le llega hasta las
rodillas, y sus pies descalzos están cubiertos de ella, incluso
caladas en sus dedos.
Max salió del mar, arrastrado quizás por las olas, porque a pesar
de que hay un rio especifico por el cual se ingresa al Hades, a
veces, los dioses pueden salir por donde se les plazca y aparecer
en el sitio que deseen.
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Capítulo 31
Me queda viendo, divertido, como si me hubiera contado un
chiste que yo claramente no comprendí. No sé si se trata de una
broma o por qué dijo lo que dijo, pero con algo así no se bromea.
—Max, no me gusta que hagas esas bromas —espeto, seria.
Toma el embace de champo, le saca la tapa con sus agiles dedos
y vuelca un par de gotas del contenido en la coronilla de mi
cabeza. Al tener una sola mano, comienza a masajear con sus
dedos mi cabello y así, esparcirlo.
—Perséfone, reina del inframundo y esposa obligada del idiota
de Hades me confesó que nosotros no somos hermanos —dice
finalmente él, con voz potente -. Pero no me pidas que te
confiese quién es hijo de quién porque la única explicación la
tiene Afrodita.
Lo miré, atónita.
—Dime que es una broma y que sólo intentas ilusionarme ... —
no puedo siquiera hablar porque sus masajes en la cabeza me
distraen al ser tan placenteros —¡Max no puedo pensar su me
lavas el cabello!
—Recién he llegado y ya me estás regañando —se echa a reír -
. Créelo, porque sé que Perséfone no me mentiría.
—No puede ser, ella me lo diría —contradigo, sin salir del
asombro -. Afrodita no nos mentiría con algo así.
—Por lo que me dijo Perséfone, hay un secreto guardado entre
Afrodita y Atenea —continúa hablando —. Nos están ocultando
cosas, Ada y creo que es hora de que sepamos qué ocurrió.
Su confesión me deja en desconcierto. Atónita y sin dejar de
pensar en lo que me dijo, tomo el champo y comienzo a lavarle
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Capítulo 32
Salimos de la ducha con una toalla rodeando mi cuerpo y mi
larga cabellera y él con una rodeando su cintura. Estoy pletórica
y sin aliento.
Max no pretende soltarme, está abrazándome por detrás
mientras salimos y ambos nos reímos, sueltos, como si nada
hubiera pasado.
El vapor del baño se expande por el pasillo y vemos al final de
este a Adam, quién se encuentra quieto en su lugar, sosteniendo
una bolsa blanca en cada mano y nos observa cómo si tratara de
comprender quién es el sujeto que me abraza y me da besos en
el cuello, haciéndome cosquillas.
—Max — le advierto a él de la presencia de Adam y este levanta
la vista.
—Suéltala — masculla Adam, entre dientes y con una mirada
fulminante que parece atravesar los ojos de Max—. Te
mandamos al Inframundo ¡¿Qué demonios haces aquí?! - grita él
a todo pulmón.
—¡No, Adam, espera! —Le grito, atónita.
Pero ya es tarde, Adam deja caer las bolsas al suelo y viene con
los ojos puestos en Max, dando pasos firmes y con sus puños
apretados.
—¡No, Adam! ¡Soy yo! —Le grita Max, potente, quién se echa
hacia atrás antes de que este quiera embestirlo.
Me aparto rápidamente ya que Adam parece arrasar todo a su
paso y le da un fuerte empujón con sus manos contra el fuerte
pecho de Max.
Adam está a punto de darle una golpiza en dirección al ojo de
Max, y lo hace, pero su acción es frenada rápidamente en cuanto
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Un lío que sólo Afrodita era capaz de hacer por más que ella
salvó a Max informándome que Ángelo se estaba haciendo pasar
por él.
Salgo de la habitación y cierro la puerta con cuidado para no
despertar a Max, aliviada de que esté durmiendo en mi cama y
no en un calabozo.
Adam sigue cocinando y el aroma a patatas fritas en el aceite me
invaden, abriéndome el apetito.
—Se durmió ¿no es así?—me pregunta Adam, mientras saca una
tanda de papas y las coloca en un recipiente—. Porque no he
oído el rechinido de la cama moviéndose al compás del amor—se
ríe.
Me uno a él, apoyándome en la mesada y cruzándome de brazos.
—Creo que dormirá por días —calculo, apenada—. Le han hecho
tanto daño, lo presiento.
—Estuvo en el infierno. Nadie la pasaría bien allí—supone él, con
cierta obviedad—. Estará bien, sólo dale tiempo para que se
recupere, Ada.
Asiento, pensativa y me robo una patata frita, sintiendo los ojos
punzantes de desaprobación de Adam. Este se encoje de
hombros y toma una. Se la lleva a la boca y sonríe.
—Cocinas tan bien. No me canso de las cosas que haces—le
admito.
—Sólo son unas patatas fritas, Ada—menea la cabeza,
avergonzado.
—Es más que eso. Espera —frunzo el ceño—¿No ibas a preparar
algo sano?
—No pude. Lo intenté. Quise hacer algo saludable cómo las
fotografías de comida que salen en Instagram—dice
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Capítulo 33
Adam regresa a Nueva York y eso me entristece.
Lo abrazo con fuerza en el aeropuerto y me aferro a él, cerrando
los ojos y tomando una bocana de aire para no echarme a llorar.
Sé que es una despedida dolorosa, pero no quiero que pierda sus
estudios en su ciudad natal por mí. Sé que volveremos a
encontrarnos.
—Te quiero y por favor, no dejes de tener contacto conmigo —
le suplico en un murmuro, conmovida por su adiós.
Me aparto para verle el rostro. Sus mejillas se ensanchan cuando
curva una sonrisa juvenil y atractiva.
—Para nada, seguro volvamos a vernos cuando tengas una
enorme panzota — me dice, manteniendo su ánimo siempre por
las nubes.
—Cuídate y avísame cuando llegues.
—Y tú avísame si necesitas algo — me responde, protector.
Adam me da un largo y fuerte beso en la mejilla, y sus manos
siguen aferradas a mis caderas.
Se aparta y se acerca a Max para despedirse.
—Cuídala, por favor — le dice Adam a él, pero más que unas
simples palabras parecen una orden.
—No tienes por qué preocuparte. Te diría que está en buenas
manos pero… me falta una. Trato de acostumbrarme a no hablar
en plural a partir de ahora — le sonríe Max y Adam rompe a
carcajadas por aquel chiste de mal gusto.
Meneo la cabeza, ocultando una sonrisa.
Estuvo bueno, debía admitirlo.
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Capítulo 34
Ada y Max se administre en seco cuando ven que alguien está
parado en el umbral de la puerta.
Y sí, ese alguien era Emilia, quién permanecía en la puerta, con
su rostro acongojado, cabello n *** o algo erizado por la
humedad y su rímel n *** o resbalando por sus mejillas por el
llanto silencioso.
—¡Emilia! ¡¿Qué haces aquí?! - grita Ada, tartamudeando por los
nervios y apartándose de Max con rapidez.
Está tan nerviosa que busca sus vaqueros mientras la mira a ella,
quién no parece salir del estado de shock.
Emilia los observa, con odio.
—¿Emilia? —Musita Max, ya que la observa por primera vez
luego de varios años de ausencia.
La mujer de cabello n *** o abre los labios para decir algo pero
nada sale de ellos. Entrecierra los ojos, como si le costará hablar
mientras solloza.
—¿Te estabas acostando con tu…? —Las palabras de Emilia
apenas se escuchan por la lluvia que no para de caer — ¿Ella no
era tu hermana? ¡¿Me mentiste o ambos están enfermos?! - se
lleva las manos a la boca y se marcha a gran velocidad,
destrozada.
Ya no puede soportar lo que está mirando.
—¡No! —Grita Ada, al borde del colapso y el llanto — ¡Demonios,
mierda! ¡No es lo que piensas! ¡Él no es mi hermano!
Quiere salir corriendo a buscarla, pero ponerse los vaqueros se le
dificulta demasiado.
Max se abrocha el pantalón cuanto antes y sale tras ella.
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Ada no le tema a nada, pero ese hombre que tanto le hizo daño,
es su pesadilla y se castiga por dentro por no tener la valentía de
destrozarle la cara a puñetazos.
—¡Zeus se ha enterado de tus intenciones! —le suelta Afrodita,
furiosa—¡Volverás al Inframundo de dónde nunca debiste salir!
Hades pestañea un par de veces, tratando de procesar las
palabras de la diosa. Emboza una sonrisa, esperando que fuera
chiste.
—¿Qué? —musita Hades, confuso y da un paso al frente,
amenazante—¿Qué acabas de decir?
Afrodita no se deja intimidar y sostiene su postura.
—Y yo no tendré el placer de enviarte—le responde la diosa.
Entonces Afrodita se aparta y deja frente a frente a Ada y a
Hades. Dándole a entender al dios del Inframundo que la que lo
enviara devuelta es Ada.
La chica se queda parada, pálida y no sabe exactamente cómo
eso ocurrirá.
Hades vuelve a reírse.
—¿Esta cosa va a enviarme al Inframundo? —la señala
Hades, burlándose y mira en dirección al cielo, elevando la
cabeza—¡¿QUÉ DEMONIOS TE OCURRE ZEUS?!
La puerta del apartamento se abre y Max ingresa con gran
tristeza y se percata que no está únicamente Ada en el piso.
Se queda pasmado al ver a su padre, quién parece furioso y se
lleva una gran sorpresa cuando ve cara a cara a su hijo. Luego sus
ojos viajan hacia Afrodita, quién lo observa con gran angustia.
Y luego, su mirada recae sobre Ada. Max se pone en estado de
alerta al verla vulnerable, tapándose con su camisa pegada al
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Capítulo 35
Afrodita empieza a hablar.
—Atenea quedó embarazada de Apolo. Estos se enamoraron en
secreto y llevaron su romance en silencio para que Zeus no se
enterara. Atenea, es la diosa griega de la sabiduría, estrategia,
artes, justicia y habilidad. Puedo decir que es una de las
principales divinidades del panteón griego, siendo además uno
de los doce dioses olímpicos. Es hija de Zeus y Metis.
»Atenea, quién ha decidido tener una virginidad perpetua, se ve
tentada por la belleza de Apolo y estos rompen esa virginidad,
quedando embarazada automáticamente. Atenea, al enterarse
de su embarazo, recurre a mí —se señala Afrodita, con gran
pesar -. Cuando nace la primera semilla de Hades, mi primer hijo,
este nace muerto justo el mismo día en que Atenea tiene al
suyo. Ambas habíamos acordado en que yo lo adoptaría, pero
jamás hubiera imaginé que mi primer hijo nacería sin vida.
Atenea me convence y me suplicó que oculte a su hijo biológico
haciéndolo pasar por propio para no hacer enfadar a su
padre. Max - Afrodita mira a los ojos al joven pelirrojo—, tú eres
hijo de Apolo y Atenea. Y he mentido todo este tiempo para
cubrirla y así, evitar el enojo de Zeus hacía ella. Luego de tu
nacimiento, años después, nace Rose, su segunda hija. Que ha
sido producto de una relación con un humano. Esta fue fácil de
ocultar, ya que no era una diosa en su totalidad cómo tú.
Max se tambalea un poco, llevándose los dedos a la frente,
confundido. Ada se aparta de él un poco, sin poder creer lo que
acaba de oír.
Ambos están tan consternados por la noticia que no saben qué
responder ante eso. Hasta que Ada explota:
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—Soy una gran basura para ella y jamás me dijeron tantas cosas
horribles por acciones que yo claramente no hice —me explicó
Max, apenado —. Ángelo la ilusionó de tal forma que incluso le
pidió contraer matrimonio ¿puedes creerlo?
—Emilia está muy enamorada de ti Max y Ángelo la lastimó
muchísimo. Tú no la heriste Max, fue él.
—¿Cómo le explico que esa persona no era yo? —suena herido
—¿Cómo le explico que hubo alguien haciéndose pasar por mí
sin parecer loco?
—No puedes —lamenté, posando mi mentón en su hombro —.
Sólo debes dejar que las cosas se enfríen.
Él asiente, pensando en mis palabras y bebé de su té.
—Se llamará Scarlett —Max levanta la vista, deteniendo su
acción y me mira, conmovido —. Nuestra hija llevará ese
nombre.
Max deja la taza encima de la mesa y hace lo mismo con la mía.
Paso seguido, se abalanza sobre mí para abrazarme y me hace
chillar.
Comienza a llenarme la cara de besos y hace un camino de ellos
hasta llegar a mi vientre, descubriéndolo subiendo mi playera. Su
contacto me hace cosquillas, provocando que me ría.
—Serás tan hermosa e inteligente cómo tu madre —le susurra al
bebé, con sus labios pegados a mi ombligo —. Y medio loco
cómo tu padre. Serás perfecta.
Y así lo fue.
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Capítulo 36
Tiempo después ...
El alma de Hades volvió al Inframundo y el alma de Afrodita
regresó al Olimpo a recibir su castigo por tantos años de
mentiras a Zeus.
El castigo de Afrodita fue algo tan doloroso para ella que lloró
cada noche de verano, invierno, otoño y primavera. Las
estaciones fueron un manto de llanto que pronto cesó hasta que
logró entender que cada decisión tenía consecuencia, incluso en
la vida de otros.
Aceptó no volverme a ver y se perdió el nacimiento de su nieta.
Hemos decidido con mucho cariño elegir el nombre de Scarlett
para nuestra pequeña. Tanto a mí cómo Max nos ha fascinado.
Nuestra pequeña nació en el mes de octubre. Su gestación en mi
vientre fue una casi tortura de doce meses, porque yo no era
humana y el embarazo de una diosa llega a su fin cuando la tierra
logra darle una vuelta al sol.
Eso no lo sabía hasta que me informé comunicándome con
Hermes.
Tuve que confesarle a Max todo lo que había ocurrido con él en
su ausencia, y gracias al Olimpo, él se lo había tomado con calma
y lo único que me pidió fue que no volviera a mencionarle aquel
tema.
Es decir, fingir que eso JAMÁS pasó. Sólo para paz mental
propia.
Max y yo decidimos mudarnos a una mansión espectacular
ubicada en Miami. La zona nos gustaba a los dos y es por eso que
decidimos criar a Scarlett allí hasta que cumplió doce años de
edad.
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Pero el día de mi boda no marqué nada. Fui con mi piel tan lisa
cómo lo es.
—¿Sabes por qué Miranda no ha asistido a la boda? —me
preguntó Adam, entrelazando su brazo con el mío, ya que él me
llevaría al altar.
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—Al fin los tres juntos —nos recuerda ella, dándonos un guiño
de ojo y una sonrisa pícara.
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FINAL
A la edad de dieciséis años, sus audífonos blancos e inalámbrico
suenan al ritmo de Daisy de la cantante Ashnikko.
Los estudiantes la ven pasar por el pasillo del High School
Marymounthe, secundaria ubicada en California.
Tiene una melena pelirroja que le llega a las caderas y se mueve
ligeramente con su caminar. Su cintura al descubierto se mueve
un poco hacia los costados con cada paso que da.
Cómo si no se percatara lo hermosa que se ve.
Su falda de cuadros color negra y roja está a tres dedos arriba,
cosa que no está permitida en la institución. Pero no le
importa. Levanta un poco su falda cuando salé de su casa para
que sus padres no la vean.
Lleva sus libros abrazados a su pecho, y sabe que los estudiantes
tanto masculinos cómo femeninos la están mirando, pero, finge
no notarlo.
Sabe que miran con descaro y sin filtro sus piernas largas y
delgadas, su trasero firme y su escote que se ve un poco gracias
a un botón de arriba que ha desabrochado.
Planta cara seria, fría y su existencia es la viva imagen de la
belleza y el peligro.
Sus ojos grises están resaltados por su delineado n *** oy sus
pestañas realzadas lo suficiente como para no ser exageradas.
Se ha puesto un poco de rubor en sus mejillas, sólo un poco para
darle color a su rostro y no lleva los labios pintados porque
podrían colocarle una falta por ello. No quería hacer pasar un
mal rato a sus padres.
LURU
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De todas formas, sus labios tenían ese color rosado natural que
había heredado de su madre.
Lo bueno de aquella escuela, es que tenía al tope el calefactor
por las bajas temperaturas de aquel invierno, asi que podía
andar cómo quisiera dentro de la institución sin tener frio.
Llega a su casillero y guarda sus libros.
Un grupo de chicos pretenden acercarse a ella, pero con tan sólo
mirarlos con mala cara es suficiente para que sigan su camino y
la dejen en paz.
Pocos tenían el privilegio de agradarle a Scarlett. Pero ella era
así, su personalidad consistía en desconfiar de todo el mundo.
Entre tantos estudiantes que van y vienen, lo ve desde la
distancia. Sus ojos grises se detienen en él porque, por alguna
extraña razón, destaca entre todos ellos.
Se le acelera el pulso, sus labios se secan y sus pupilas se dilatan.
Está a varios casilleros que el de ella.
Lleva una chaqueta de cuero oscura que realza su cuerpo, parece
malhumorado. Nunca lo había visto por allí. Su cabello n***o se
encuentra revuelto, largo y no aparenta querer mirar a nadie
mientras busca algo especifico en su casillero. Es alto, muy alto y
guapo.
Los ojos grises de Scarlett no pueden dejar de verlo.
El chico echa su cabello oscuro hacia atrás y en aquel
movimiento la deja sin aliento.
Por alguna extraña razón, los ojos oscuros de él se unen a los de
ellas entre tanta gente y sólo por un instante, son ellos dos.
El joven se ha quedado helado por la belleza de aquella chica que
lo está observando sin disimular que lo hace.
LURU
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La tensión entre los dos aumenta en cuanto los ojos del chico la
ven y el deseo es tan fuerte que no tardar en meterse al cuarto
para sacarse las ganas.
Unas ganas que no sabía que existían.
—Liam—jadea él, mientras le devora el cuello a besos y ella le va
sacando la chaqueta—. Mi nombre es Liam.
La chica asiente, pero no dice nada, ya que está tan desesperada
con ser penetrada por aquel chico que lo estampa contra un
mueble de productos de limpieza que retumba por la
embestida.
Liam ve las intenciones de Scarlett, lo siente y está dispuesto a
darle lo que ella desea.
El joven la levanta del suelo y la pega contra una de las paredes,
levantándole la falda aún más y las bragas. El chico no tarda en
meterse en su interior.
Scarlett gime contra su oreja mientras le clava las uñas por la
espalda por encima de su playera negra y él comienza a moverse
con más velocidad.
Hasta que él retira su miembro de ella y se aparta rápidamente,
sosteniendo la punta de su miembro con la mano.
—Lo siento—se disculpa el chico—. No quise acabarte. No llevo
condones conmigo. No estoy acostumbrado a este tipo de
encuentros.
Scarlett asiente, mientras trata de componer su respiración.
Aquel chico es tan guapo que de tan sólo verlo te provoca diez
mil orgasmos.
Ella toma su chaqueta del suelo y le da un beso en la mejilla.
—Dame tu celular—le pide la joven, tendiéndole la mano.
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