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Prólogo
Abrió los ojos con brusquedad. Tomó una profunda bocanada de
aire, como si no lo hiciera hace tiempo. Cómo si debiera hacerlo
por obligación. Sus pulmones se expandieron, pero no fue
suficiente como para satisfacerlos, ya que la escases de oxígeno
era muy clara.
Por más que abriera los ojos, todo era oscuro. Empezó a hacer
repaso mental de su cuerpo, quién se fueron entumecido,
quieto, como si hace rato no se moviera. Aquel repaso consistía
saber cuantos extremidades podía mover; sus dedos, sus pies,
sus piernas. Todo estaba intacto. Estaba acostada, apretujada
contra paredes de lo que parecía madera.
Le faltaba la respiración, necesitaba más aire. Se sintió sofocada,
al borde del colapso. Su respiración empezó a contraerse de una
forma horrible. Sus manos se levantaron y chocaron
bruscamente contra una tela fina, dándose cuenta de que se
había topado con una especie de tapa. Sintió su rostro palidecer.
—No… —musitó, casi sin voz. Su garganta se sintió tan seca y
rasposa que le dolía.
Sus manos se convirtieron en puños y sus piernas empezaron a
dar patadas con tanta fuerza, consumida por la adrenalina. Ellas,
hechas puño, comenzaron a golpear contra lo que parecía la tapa
de un féretro. Un ataúd. El pánico la invadió, necesitaba respirar
estaba fuera de sí y sentía como cada segundo era una eternidad
al ver que cada golpe resultaba ser en vano. Pero aquello que
esperaba que sucediera, pasó. El ataúd por tantos golpes e
intentos de escape, se volteó hacia un costado y cayó
bruscamente contra el suelo creando un gran ruido seco de
madera rota. Su cuerpo se encontró más estremecido aun en
cuanto cayó el suelo. La cerradura se quebró por el golpe, y

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varios extremos del féretro se quebraron y eso le permitió salir


con más facilidad.
Se arrastró por el suelo y se quedó un instante quieta para tomar
una gran bocanada de aire.
¿Dónde estaba? Con sus manos temblorosas, apartó varios
mechones rubios de su frente para poder mirar mejor. Sus ojos
pestañeaban con rapidez. Supuso que se encontraba en un
mausoleo para ella. Observó su entorno que era frío distante de
ambiente blanco y n***o como aquellas películas de terror
antiguas. Había ventanales altos con rejas negras que eran
golpeadas por las ramas secas y desnudas de los árboles que se
agitaban por el viento. El zumbido del viento era estremecedor,
causándole escalofríos. La noche era de las más tenebrosas.
Había varias flores marchitas puestas en floreros antiguos y
polvorientos. Varios pétalos de diversos colores secos estaban
esparcidos por el frío suelo de cerámica negra y blanca que se
intercalaban entre ellas. Exhausta, dejó caer su mejilla contra la
fría baldosa y comenzó a llorar en silencio, sollozando. Sus
lágrimas empañaron sus ojos grises y vio caer varias de ellas en el
suelo, como una gotera que no lograba taparse cada vez que
llovía.
Un destello de luz apareció frente a sus narices la cual, no tarda
en apagarse con rapidez. Su corazón dio un vuelco en cuanto
sintió cómo dos manos se aferraron a sus brazos, tomándola por
cada extremo y la levantaron del suelo. Su cuerpo se sentía frío,
tembloroso y entumecido. Sintió sus pies descalzos sobre las
baldosas y encontró aquel rostro. Aquel rostro que era capaz de
darle esa paz que necesitaba. La divinidad se hacía presente ante
situaciones que quizás uno no era capaz de afrontar solo.
Afrodita la observó, sin poder dar crédito de lo que veía. De que
ella estaba allí, con sus ojos abiertos, cristalinos y muertos de

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miedo. Pasó sus finos dedos sobre el rostro de porcelana de su


hija. Estaba sin color y la palidez no quería irse. Sus cejas finas,
sus labios rosados y sus pestañas largas, inmaculadas por fin
cobraban vida. Irradiaban aquello que alguna vez lloró con
desgarro.
—¿Ma…má?—murmuró Ada, con un profundo dolor en su pecho
y con voz entrecortada.
Afrodita, congojada, la atrajo contra su pecho y la abrazo con un
gran alivio consumiéndola. La rodeó con sus brazos y hundió su
rostro en la coronilla de la cabeza de su hija.
Ada, sintiendo la cálida piel de su madre contra su rostro, sin
comprender qué estaba ocurriendo, cerró los ojos y soltó el
aliento entre lágrimas. Por alguna extraña razón sentía que a
partir de ahora todo marcharía bien, pero no se sentía completa.
Algo le faltaba.
Algo llamado Max.
En medio del silencio de aquel encuentro, madre e hija no fueron
capaz de formular palabra. Era tan estremecedor tan sólo contar
qué había pasado luego de la muerte de Ada. Experiencias
diferentes, vivencias distintas, pero había algo en común para
ambas: la agonía por la ausencia de la otra.
Afrodita empezó a cantarle en un susurro casi inaudible. Ada se
dejó llevar por el canto angelical de su madre...
“Me complace amarte. Disfruto acariciarte y ponerte a dormir.
Es escalofriante
Tenerte de frente, hacerte sonreír.
Daría cualquier cosa, por tan primorosa, por estar siempre aquí.
Y entre todas esas cosas

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Déjame quererte, entrégate a mí...”


Ada cerró los ojos contra el pecho de su madre, apretó los ojos
con fuerza, al borde del dolor. Entonces, soltó un grito
desgarrador, de un llanto estremecedor que detuvo el corazón
de Afrodita, a la cual se le empañaron los ojos de lágrimas.
Diversas imágenes de Ada en el inframundo, pasando por
situaciones traumáticas, atravesaron la mente de Afrodita.
Empezó a acunarla, mientras Ada gritaba. El pecho de su madre
estaba empapado de lágrimas. La abrazó más fuerte, mientras
cantaba aún más alto para tranquilizarla. Habían destrozado a su
amada hija. Algo le habían hecho.
Ada gritaba a todo pulmón, como si le quemara por dentro, el
nombre de Max. Su nombre era un alarido, una súplica.
Su amado Max.
Afrodita se estremeció aún más. Algo había pasado con uno de
sus hijos. Algo había ocurrido con la primera semilla de Hades
que alguna vez, había tenido en su vientre.
En un cementerio era consolada Ada Gray luego de regresar a la
vida.

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Capítulo 1
Tiempo después ...
—Usted queda seleccionada, señorita Gray. Tiene un bello
portafolio de fotografías y sin duda, su rostro llegara muy lejos.
Sonreí, sin poder evitar embozar una. Mordí mi labio inferior
para tratar de ocultar mi felicidad. Me levanté de mi asiento,
alisándome un poco la falda tubo negra con mis dedos nerviosos
y le estreché la mano Mirtha Johnson, quien se sigue detrás de
un escritorio de madera oscura. Ella se levantó de su asiento
para estrechar mi mano aún más fuerte. Nos soltamos.
La directora de la agencia de modelo más prestigiosa de Miami
había publicado un anuncio en los que requerían caras nuevas
para diversas publicidades. Apenas me enteré de la noticia, no
tardé en realizar una sesión de fotos para un portafolios y
presentarlo yo mismo. Mi rostro fue el detonante para que
tuviera una entrevista cara a cara con ella.
Era bajita, de cabello n *** o por encima de los hombros y lucía
un delicado atuendo color celeste pastel: una chaqueta y un
pantalón largo. Tenía un maquillaje bastante natural y suavizado.
—Esta tarde, a las cinco y media, le realizaremos unas fotografías
nosotros mismos para poder tener fotos suyas con nuestra
marca de agua. Ya sabe, fotos que solo la agencia tendrá — me
avisó.
Asentí, con una sonrisa.
—A las cinco y media estoy aquí —confirmé, tomando mi bolso
de mano y mi abrigo de color marrón claro que me llega hasta las
rodillas.

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Me despedí nuevamente con otro saludo de mano y salí de


aquella oficina con vista a los edificios de la ciudad y al magnifico
cielo azul que se extiende en el gigante ventanal.
Me subí al ascensor apenas se abrieron las puertas de par en par
y toqué el botón que me llevaba al piso principal. Estaba sola,
genial. Me situé en el medio, escuchando únicamente el sonido
de mis tacos contra el piso de este. Mi reflejo se vio en los tres
espejos de las tres paredes del elevador.
Puse mi bolso de mano entre mis piernas y comencé a peinar mi
cabello rubio con los dedos de mis manos. El cabello me llegaba
hasta la cintura, había crecido muchísimo. Tenía ganas de
cortarlo...pero no era capaz de hacerlo. No sabiendo que así me
veía la última vez que..., no. Así estaba bien, así se quedaría.
Tenía una franela blanca que era ajustada al cuerpo y de cierta
forma, alzaba mis pechos. Me gustaba. La vi como mi favorita. El
color blanco me gustaba en toda prenda de ropa, me hacía
recordar a mi madre. Ella era fanática de las prendas claras y
creo que, de cierta forma, había heredado eso de ella.
Todo me recordaba a Afrodita.
El ascensor se detuvo y otra vez las puertas se abrieron. Sali a la
recepción de la entrada y me despedí de la recepcionista con un
saludo de mano cordial acompañado de una sonrisa. Crucé la
puerta giratoria y al instante me sentí super sofocada por el
intenso calor que me había pegado una bofetada.
¡Pero si la mañana se encontraba fresca! Miré mi reloj de
muñeca y ya eran las 11:13 A.M. Había llegado a la entrevista a
las nueve de la mañana. Había durado muchísimo. Creo que
estaban muy interesados en mí como para tenerme esas horas.

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Me saqué el abrigo y lo colgué en mi hombro mientras caminaba


por la acera en dirección hacia la parada de autobús que me
llevaba hasta mi apartamento.
No quería recordar mi pasado que aún pisoteaba mis talones,
como si fuera obligatorio para mi mente recordarme todo aquel
calvario que alguna vez pasé. No, el día estaba hermoso y debía
tener pensamientos positivos. Todo marcharía bien, todo estaría
bien si mi mente era gentil conmigo y la callaba con un día en la
playa.
Había pausado mis estudios universitarios por lo menos hasta
que me sienta segura de lo que haría conmigo misma. Trabajaría
como modelo porque me gustaría ver mi rostro en las portadas
de revistas, en la televisión, donde fuera. No sabía lo que quería
hasta que esa opción me resultó reconfortante como para
mantener mi cabeza ocupada y no pensar en...
Miré a mi alrededor. Era hermoso ver a personas en bikini
patinando en el sofocante verano. Varios paseaban a su perro,
otros salían a correr. Varios hombres musculosos sin playera y
con pantalones cortos pasaban y me miraban, desnudándome
con los ojos. Yo los ignoraba, fingía que no los veía cuando sí me
daba cuenta.
Dios, que calor. Necesitaba una botella con agua helada y una
ducha urgente.
Antes el sexo para mí era un escape. Pero actualmente, no me
sentía lista y tampoco se me cruzaba por la cabeza tener algo con
alguien. Acostarme con personas EQUIVOCADAS en el pasado
me habían dejado un mal sabor en la boca y la conciencia
intranquila.
Habían pasado dos años y los veintidós años no me habían
sacado ninguna arruga. Me reí, por supuesto que eso jamás
pasaría. Tendría el rostro de mi madre para siempre, aunque eso

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nadie podía confirmármelo. Si algún día mi madre me visitaba, se


lo preguntaría. Sólo deseaba recordarlo y así, sacarme aquella
duda.
Llegué a la parada de autobuses y me senté en ese banquito que
estaba super caliente por el sol. Decidí ponerme de pie o mi
pompi se quemaría y una horrible marca tendría. Oh, una rima.
¿El verano me ponía estúpida o estaba de un humor fantástico?
Abrí la puerta de mi apartamento ubicado en el segundo piso.
Era un edificio bonito y simple. Los vecinos eran super
agradables y cada vez que salía alguien, nos ofrecíamos para
estar atentos y así, cuidar de nuestros hogares. Mi puerta tenía
el numero diecisiete en dorado. Abrí la puerta luego de buscar
mis llaves en mi bolso. Apenas entré, me liberé de los zapatos
dejándolos a un costado de la entrada y cerré la puerta. Me sentí
pequeña al instante, esos zapatos me habían dejado unas
horribles ampollas. Maldito calor.
Prendí el aire acondicionado que ya estaba incluido en el
alojamiento y al instante el calor del cuerpo ya empezaba a
disiparse. Puse un poco de música para no sentirme tan sola y
así, acallar mis pensamientos un rato. Corrí las cortinas de lado a
lado. Mi ventanal tenía vista a la playa y eso me tenía enamorada
cada vez que la veía. No dude en alquilar el sitio en cuanto
conocí lo que podría observar cada mañana. Lo que podía
reconfortarme. Tenía una pequeña terraza con barandal firme de
cemento color blanco que me llegaba a la cintura. Había
comprado una mesa de vidrio redonda y pequeña para poder
tomar mi desayuno o lo que quisiera al aire libre, pero hacia
tanto calor que ni se me ocurrió hacerlo. No quería morir
calcinada por el puto sol.
Me había mudado de New York con la intención de alejarme de
todo lo que me recordaba a él. New York era igual que su

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nombre y apellido. Tan sólo pensarlo se empañaban mis ojos y


una roca gigante en la garganta se instalaba para no deshacerse
por horas.
Desconocía qué había ocurrido con el padre y la madre de él.
Desconocía todo su entorno y no me interesaba en absoluto
saberlo. No después de todo lo que viví. No quería pasar por ello
otra vez.
Corté todo tipo de contacto con New York, incluyendo a Adam.
Luego de enterarme el lazo que nos unía, me alejé para siempre
y no quiero saber nada de él. No después de lo que pasó.
No después...
Luego de una agradable ducha y colocarme ropa cómoda que
consistía en un short de jeans corto y la parte de arriba de un
bikini, preparé un té con leche y unas tostadas untadas con
queso untable y varios frutos secos encima. Había desayunado,
pero el hambre me había golpeado otra vez.
Sentada frente al televisor en mi sillón y con la comida encima de
la mesa ratona, me quedé mirando la tostada que tenía en mi
mano más de la cuenta.
No era normal que comiera tanto. Últimamente me apasionaba
la comida más que nunca. Tenía antojos por cosas que jamás
comí. No.
Dejé la tostada en el plato al instante, meneando con la cabeza.
No. No era posible.
No ahora por favor, yo no estaba lista.
Nunca lo estuve.

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Capítulo 2
Claramente había llegado al edificio demasiado dormida como
para prestarle atención. Para las cinco de la tarde ya estaba lo
suficiente despierta para darme cuenta lo que me esperaba.
Entonces me quedé quieta, como una pequeña hormiga desde la
acera de enfrente observando el edificio frente a mis ojos. Creo
que lo más idiota que pensé fue: si esa cosa enorme se me cae
encima no habrá más existencia de mi parte.
Tomé una bocanada de aire e ingresé junto con personas que
iban a la misma dirección que yo. La enorme puerta corrediza de
la agencia de modelos más prestigiosas e importantes que tenía
Miami: Divine Beauty.
Los ventanales del hall eran mucho más altos de los que
imaginaba, e incluso los colores grisáceos daban una apariencia
intimidante, dándome a entender que en ese mundo de la moda
y la fotografía, quizás, podría resultarme algo inquietante.
Las paredes estaban revestidas con piedra natural blanca y al
final de todo, se encontraron el mostrador junto a una chica de
cabello rubio recogido y sonrisa amigable. No era la misma chica
que la de hoy a la mañana.
Me presenté, buscó mi cita en la computadora y confirmo mi
presencia amablemente, avisándole a personas que no conocía
que ya estaba allí. Me despedí con un saludo de mano luego de
que me indicara que estaban esperándome en el último piso, ya
que las fotografías se harían tanto en el exterior como el interior
del edificio. Quizás tenían una enorme terraza al aire libre para la
realización de fotos.
Expectante, subí al elevador y apreté el botón que indicaba el
séptimo piso.

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Me sentía muy nerviosa, dudaba sobre si aquello era lo correcto.


Si estaba bien encaminada ya que nunca nadie me había dicho
qué camino tomar sobre mi vida y tomar mis propias riendas
resultaba algo extraño.
Me di cuenta que nunca fui una chica independiente en su
totalidad. Siempre dependía de alguien tanto emocionalmente
como económicamente.
Él me había dado ese empujón, él había creído en mí y ya no lo
tenía conmigo. Un nudo se formó en la boca de mi estomago.
No, hoy no. No llores que se correrá el rímel y el maquillaje sale
caro como para llorar por alguien que no pudo afrontar el
destino.
Que me demostró una vez más lo cobarde que era.
Ver el Inframundo con mis propios ojos fue lo suficiente como
para no volver allí jamás.
La persona que amaba me salvó pero, a la vez…me condenó.
Las puertas del elevador se abrieron de par en par y ante lo que
parecía un edificio calmado con personas que pasaban con una
pinta muy relajada, se había convertido ante mis ojos en un
montonazo de chicas que caminaban de aquí a allá en un
enorme salón de paredes blancas y el techo altísimo con vigas de
metal gris de los cuales, colgaban luces blancas.
Las modelos iban de aquí para allá, con unos zapatos de tacón
cada vez más altos y difícil de creer que existieran pares así. La
mayoría de las modelos se me quedaban viendo, pero no de una
forma amistosa. Varios ojos solo parecían tirar veneno. Miradas
frías, como si fueras pura mierda andante. Una era más bonita
que la otra.
Era entendible. Los rostros nuevos no eran bienvenidos por el
simple hecho de que aquello podría quitarle el trabajo a rostros

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que ya habían estado en portadas o publicidades. Era


competencia pura.
Estaba el sector de maquillaje dónde había varios espejos
encastrados en escritorios con luces a su alrededor. Maquillistas,
peinadores. Wow. Que agitado y tenso parecía todo.
No sabía a quién buscar, me encontraba algo pérdida. Un
hombre sin cabello y lentes se acercó a mi tan sigilosamente que
no me di cuenta que lo tenía al lado observándome. Me
sobresalté.
Tenía la misma estatura que yo. Tenía una camisa hawaiana roja
y pantalones cortos. Vestimenta relajada. Muy.
—Dime que tú eres Ada Gray—me dijo con tono de voz
desesperado e impaciente. Cómo si hablar conmigo le estuviera
quitando tiempo.
Asentí, con el ceño fruncido. Soltó la respiración, aliviado.
—Me alegra muchísimo saber que viniste y —miró su reloj de
muñeca—, muy puntual por cierto. Me gusta eso. Ven conmigo.
Antes de que pudiera decir que “Sí” ya me tenía tomada del
brazo y me arrastró hasta un escritorio con un luminoso espejo
libre.
—Siéntate y quítate el maquillaje que tienes puesto—me
ordenó, con voz cantarina.
—No tengo maquillaje puesto—le dije rápidamente, viendo venir
un regaño—. Supuse que me maquillarían aquí.
Abrió sus ojos marrones como platos y se llevó los dedos a la
boca de una forma exagerada. Me sobresalté cuando pegó un
grito.
—¡Ay por todos los cielos divinos que me bendicen!—chilló,
feliz—¡Eres bellísima!—me tomo con las dos manos las mejillas y

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me miró detenidamente—. Esos ojos, ese cutis, tus facciones


tan…¡Eres malditamente perfecta!
—¿Gracias?—logré decir, con mis mejillas apretadas.
Me soltó y me sonrió, complacido.
—Todas estás muchachas están nerviosas y excitadas porque en
una hora inicia el casting de modelo.
Me puse nerviosa.
—¿Casting?—le pregunté, confundida—¿Había un casting? No
me han dicho nada, a mí solo me avisaron para hacer un par de
fotos. La señora Mirtha Johnson me ha dicho eso en la entrevista
de esta mañana. Me dijo algo así de que quedaba seleccionada.
Pero no pasé por ningún casting.
Me aferré a esa información con mucho fervor.
—Oh querida, no te preocupes —me dio una palmadita en el
hombro—. Tú no pasas por todo esto porque ya estás dentro de
la agencia. Te haremos las fotos directamente. Estas señoritas se
están maquillando y eligiendo ropa para que la señora Johnson
las vea en persona. Por eso están tan nerviosas—me informó,
mirando a su alrededor con cierto agotamiento.
Me llevé una mano al pecho, recuperando mi tranquilidad de
cierta forma. No me gustaba no estar informada. Era una de las
cosas que más me disgustaba.
Si tan sólo hubiera estado informada de que Max y Adam eran
mis…
—En unos minutos vendrá el maquillista por ti y te dejará más
perfecta de lo que te encuentras—me dijo él, despertándome de
la ensoñación.
—Disculpe ¿Cuál es su nombre?—le pregunté, por si acaso.

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—Mark. Dime Mark—me guiñó un ojo y se fue.


Quedarme quieta observando mi rostro frente al espejo era de lo
más extraño. Era un ambiente donde no había música, pero
podría decirse que, si lo habría, estaría sonando alguna canción
hermosa de Dua Lipa. Mi fondo eran chicas de diversas edades y
apariencias corriendo de aquí allá, algunas charlando entre ellas
y otras observándome con un gran desagrado como si yo no lo
notara. Oh mierda.
Si vivir se trataba de ser una maldita maleducada que no paraba
de mirarme con arrogancia…
Cruzamos miradas a través del espejo con una joven de tes
morena, cabello lleno de rizos y una figura descomunal.
Bellísima. Tenía un vestido n***o pegado al cuerpo con tira en
los hombros y unos zapatos de infierno. Ni siquiera disimulaba
que estaba hablando de mi con dos chicas que la acompañaban.
Apreté los puños contra la mesa de maquillaje, tratando de
contenerme para no ir y romperle la cara de un puñetazo.
Tranquilízate Ada, o perderás lo que podría ser tu nuevo
sustento económico. Sé más inteligentes que ellas. Sé astuta,
ignóralas. Eso me hubiera dicho mi Max…
Pensar en él me calmaba, pensar en su rostro, en sus ojos.
Pensar cómo se mordía los labios para ocultar una sonrisa
embozada y como se ruborizaba cada vez que le decía lo
hermoso que era. Había dejado en claro en una carta que sin él
no podría vivir, que sin él no podía continuar. Sin embargo, me
encontraba allí, de pie, sin ánimos de caer. Me aferraba a que
todo sería distinto, a que podía continuar…
No sé analizar qué noticia me abatió más: si cuando me enteré
que Walter Voelklein era mi padre biológico, un hombre que se
había ocupado de destruir mi vida por completo por actitudes

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abusivas o saber que el amor de mi vida era mi hermano y por


eso no podíamos estar juntos.
Mi respiración se volvió trabajosa. No. No quería pensar en mi
pasado. Yo estaba bien. Lo estaría. Es como si me hubiera
congelado con mis pensamientos. Ya no estaba en aquella futura
sesión de fotos. Mi mente ya no estaba en la agencia de
modelos. Mi mente estaba en otro sitio.
Los campos Elíseos para los bendecidos (muertos con virtudes)
esa región estaba gobernada por Cronos (hijo de Gea y Urano)
allí se encontraban los grandes héroes míticos tras su muerte, los
que se hallaban allí tenían la posibilidad de volver al mundo de
los vivos, pero no lo hacían la mayoría.
Era claro que yo no era un héroe mítico para poder estar en
aquel sitio. Pero, ser la hija de Hades me daba el privilegio de
estarlo. Luego de que mis ojos se cerraran por última vez, con
mis ojos observando al amor de mi vida, quieto, desde la ventana
de enfrente, no recordé cómo pasé de mirarlo a estar en un lugar
repleto de personas en una habitación a oscuras e infinita.
¿Cómo describir al Inframundo hecho para personas
privilegiadas? Si sabía que mi alma iría allí directamente, no me
hubiera suicidado. La soledad que viví fue más intensa que
cuando estaba viva. Era pena lo que sentía, no plenitud ni paz.
Puedes buscar la paz por ti misma cuando estás viva, en cosas
pequeñas pero significativas. Luego de muerta, no hay dónde
aferrarse. No hay opción de elegir un camino porque ya elegiste
uno: el de morir y no hay marcha atrás.
Pude asociar el sitio a donde me encontraba como la de un
casino, donde la riqueza, la comida, y el dinero estaban
presentes constantemente y no parecía acabar nunca. Música a
todo volumen, personas jugando a las cartas a carcajadas. Varias
personas follando sin pudor a ser vistos. Claro, se podía hacer

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cosas horribles sin ser juzgadas. Me pregunté si Aquiles andaba


dando vueltas por allí, aunque no pensé en ello en absoluto
mientras estaba presente en el mismísimo infierno.
Nada importaba, ya estabas muerto.
Fui a una barra que vi a la distancia y me senté en una de las
butacas altas de almohadón de terciopelo rojo. Fue extraño ver
como el barman te atendía sin playera, con el torso desnudo y
una pajarita negra en el cuello. Qué lugar tan extraño y tan
cliché. Disgustada, pedí un daiquiri de frutilla sin alcohol y sentí
su sabor apenas me lo entregaron.
Si era un alma ¿cómo podía seguir sintiendo? ¿Mi alma estaba
aferrada a recuerdos del pasado como para memorizar un sabor
que tanto había conocido en reiteradas ocasiones? Preguntas sin
respuestas. Me encogí de hombros. Ya estaba muertas.
Era un recuerdo andante. Llegué a esa conclusión que podría
responder cualquier pregunta que mi mente cuestionara. Mi
mente.
¿Había mente?
Tantas personas, tanto espacio. El inframundo era infinito,
podrías perderte con facilidad.
¿Mi madre había estado aquí? ¿Para bailar? ¿Darles un gusto a
estas almas perdidas? Qué horror.
—¿Ada?
Me estremecí en cuanto tocaron mi hombro derecho con la voz
de él incluida. Miré sobre mi hombro y allí estaba él. Él.
Tragué saliva. Todas las emociones me golpearon en la cara,
provocándome un remolino de sensaciones. No sabía que hacer,
estaba demasiado preocupada. Todo había pasado demasiado
rápido.Con aquella luz de esperanza en su expresión. Atónito.

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—¿Max?

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Capítulo 3
Maquillada, cambiada y lista para iniciar la sesión de la cual
sacaría un par de billetes. Estaba nerviosa, pero todo estaba
saliendo a la perfección. Me encantaba ser el centro de atención,
en el buen sentido (si es que tenía un buen sentido). Me había
dado cuenta que aquello podría ser fácil y divertido.
—Eso es Gray, me gusta, me gusta — me decía el fotógrafo, que
tenía una camisa a cuadros y pantalones cortos, y un ánimo
contagioso.
Tenía un gran aro de luz enfocándome y estaba siendo
fotografiada con un suelo y tela detrás de mí de color
blanca. Tenía un vestido blanco y suelto que me llevaba a los
tobillos. Los pies descalzos pisaban la helada cerámica en el cual,
me veía reflejada. Creo que la intención era verme lo más
angelada posible.
Me dejado el cabello suelto con bucles en las puntas y un par de
aretes plateados preciosos colgando en mis orejas. Me
maquillado únicamente con base, rímel para las pestañas y un
brillo labial muy poco visible. No me quejé, me gustaba.
Estaba sentada en un cuadrado blanco, haciendo las poses que el
chico me iba pidiendo.
—Pon tus mechones de cabellos que están en tus orejas por
detrás de ellas para ver mejor tu cuello — me indiqué el
fotógrafo, mientras veía la pantalla de su cámara. Hice lo que me
pidió—. Eso es. Fantástico — me felicita.
Me siento bien. Después de tanto tiempo, me siento
bien. Estábamos solos en una habitación privada que tenía
muchos cuadros colgados de mujeres y hombres
modelando. Habían cámaras y lentes por doquier. Me
encantaba.

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Cuando termina de sacarme fotos, me las muestra a través de la


computadora portátil.
—No pretendo incomodarte pero realmente eres muy bella—me
dice el fotógrafo a través de sus lentes y una media sonrisa,
arrugando algo de su barba de tres días.
—Muchas gracias—me ruborizo, apartando la mirada.
Seguro le debe decir eso a todas las chicas que pasan por su
cámara.
—Puedes ir a cambiarte—me señala una pequeña puerta con la
mirada.
Hice lo que me pidió.
Colgué el vestido en uno de las perchas del cambiador para
poder colocarme la ropa que había traído: un shorts de jeans
claros, sandalias marrones y una blusa negra. Me miré en el
enorme espejo del baño, dudando si quitarme el maquillaje o no.
Pero lo que dominó mi mente fue ese efecto de angustia.
Me era imposible estar en un baño sin poder recordar cuando él
casi me folla en uno.
Estábamos en Tifanny, pensando que sería un desayuno
ordinario luego de mi primera cita con el psicólogo. Terminamos
en el baño, él practicandome sexo oral. Yo sentada en la bacha y
él acariciándome con su lengua. Dios mío.
Era una extraña sensación de excitación y anhelo. Apoyé mis
manos contra la bacha, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre
ella.
—Te extraño tanto, zanahoria—susurré, apretando los ojos con
fuerza y sintiendo el dolor fermentar en mi pecho.
El dolor estaba desde el primer día. No había día que no lo
pensara, que no lo extrañara. Que no lo llorara.

LURU
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Cuando me di cuenta ya estaba llorando. Abrí mis ojos, húmedos


y observé aquel gris que se había tornado aún más claro.
¿Por qué lo hiciste Max? ¿Por qué me salvaste sabiendo lo
horrible que sería vivir sin ti? Te amaba tanto. Te sigo amando.
Quiero olvidarte y no puedo. Eres la ausencia de mis días, que
más que días, son un calvario.
Quería esperarlo. Debía hacerlo. Seguiría con mí vida pero tenía
que esperarlo. Yo lo amaba y no quería dejarlo ir porque sabía
que podríamos estar juntos en algún otro universo o en algún
otro plano. Tenía la esperanza de que él volviera algún día y lo
esperaría con los brazos abiertos.
Sabía que estaba mal amarlo en todos los sentidos. Si tan sólo lo
hubiera conocido con su verdadera identidad, yo no estaría
hablando de un amor así, en cuerpo y alma. Yo lo amaría de otra
forma, de otra manera. Tendríamos otro tipo de relación.
En cambio, lo conocí de una forma, que para mí, no era
pecaminosa. Carnal, amorosa. Así amé a Max Voelklein y me
liberaba de toda culpa de amarlo como lo hacía.
Que sea hijo de mi madre y del hombre dueño de mis pesadillas,
no me impedía seguir amándolo. Pero, ahora estaba demasiado
triste para asimilar que ni eso podría alejarme de él.
Max seguía en el Inframundo y tenía la esperanza de que saliera
de la oscuridad algún día por cualquier motivo que fuera. Ya
comprendía por qué él se había alterado aquella noche la cual le
confesé que era hija de Afrodita. Max había pensado que era un
engaño, que una impostora o algo semejante a eso.
Él tenía miedo que lo arrastran al Inframundo solo por el simple
hecho de que no podía volver a salir de allí.

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Lista para salir, abrí la puerta del baño del salón de fotografía y vi
que el fotógrafo aún continuaba observando las fotos mientras
las editaba desde su computadora.
—¿Qué harán con esas fotografías?—le pregunté, caminando
hacia donde estaba él.
Él se sobresaltó en su asiento. Claramente lo había asustado.
Giró en mi dirección con su silla giratoria y me dio una amplia
sonrisa.
—Eso lo decidirá la señora Johnson—me informó—. Yo sólo me
ocupo de editarlas y enviárselas.
—Está bien. Nos vemos otro día entonces—lo saludé con un
beso en la mejilla—¿Sabes algo de la paga?
Negó con la cabeza, extrañado.
—Busca a uno de sus asistentes. Mark es uno. Él te dará algo por
el trabajo de hoy —me dijo, pero al ver que aparentaba estar
demasiado perdida con todo aquel mundo, continuó hablando—
¿Sabes cómo funciona todo esto?¿Lo de la agencia, las fotos...?
—Me han explicado muy por arriba—confesé, encogiéndome de
hombros.
—Básicamente, Divine Beauty sirve para nexo entre las marcas,
tiendas, productoras y demás. Por ejemplo, si una marca decide
hacer un desfile para su nueva colección, te llamaran a ti si es lo
que están buscando. Esta agencia te abre muchas puertas, Ada. Y
no te preocupes, te pagaran. Sólo busca a Mark, él te depositara
en tu cuenta bancaria. Si ya estás dentro de la agencia, deberán
depositarte. Muchas chicas no ven un sólo peso hasta que alguna
marca o empresa las solicita como rostro de algo.
—Te agradezco mucho por la información—le agradecí,
sincera—¿Mark estaba dando vueltas por el edificio?

LURU
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—Sí. Búscalo en la oficina que tiene su nombre en la puerta en la


primera planta.
—¡Gracias!
Mark, el que había conocido. Aquel fotógrafo me caía súper bien.
Bajé por el ascensor y en cuanto llegué a la primera planta,
busqué entre los gigantes pasillos del lugar a Mark. Ya pasaban
de las siete y media. Había sido un día bastante tranquilo y con
experiencias nuevas. Eso me tenía entusiasmada.
En cuanto llegué a la puerta de vidrio que tenía el nombre de
Mark (la cual era transparente al igual que el ventanal de su
interior), toqué una sola vez para llamar su atención, ya que se
encontraba dentro en su escritorio frente a su laptop.
Levantó la vista por detrás de sus lentes de lectura y sonrió. Con
una de sus manos me indicó que pasara. Abrí la puerta.
—Si vienes por tu dinero es en vano. Ya está depositado en tu
cuenta. La señora Johnson me ha pasado tus datos y fue la
primera en levantar el teléfono para decirme que te pague
rápidamente.
Me sentí una idiota sonriendo, pero era imposible no hacerlo
sabiendo que aquello por fin estaba dando fruto.
—¿Cuándo es la próxima sesión?—disimulé mi entusiasmo con
una voz seria muy poco creíble.
—Te llamaremos y créeme que será muy pronto. Tus fotos
deben ser presentadas ante personas del mundo de la publicidad
y bla bla bla—me aseguró, rodando los ojos—. Es un proceso,
tómatelo con calma, Gray.
—¡Se los agradezco muchísimo!
—Y yo te agradecería que tengo tu rostro intacto e inmaculado
¿Cómo demonios haces para cuidarte esa piel, chiquita?—me

LURU
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preguntó, con el ceño fruncido y apoyando su mentón en sus


manos entrelazadas.
Si le digo que soy una diosa griega se cae de culo.
—Nada—me excusé.
Volvió a rodar los ojos.
—Vete de aquí antes de que te eche por mentirosa—me regañó.
—¡Gracias, gracias y de nuevo, gracias!—le dije, contenta y cerré
la puerta.
La noche en Miami Beach era lo suficiente deslumbrante como
para que yo pudiera sentirme entusiasmada para ir a beber algo
que no tuviera alcohol. Inconscientemente me estaba cuidando,
sabía lo que debía hacer y lo que no.
Una hora después estaba en uno de los bares más destacados
frente la playa y en una noche cálida. Estaba enamorada. Era
muy normal ver a las personas bronceadas, con poca ropa y
collares artesanales dando vueltas. Incluso se me cruzó por la
cabeza broncearme al igual que ellos. Quizás estaba a la moda
tener un súper bronceado.
No, mejor no. Seguramente los de la agencia no querían verme
con otro color de piel que no fuera el mío.
Desde que puse un pie en ese edificio no habían parado de
halagarme.
—¿Este asiento está ocupado?
Sentada en la barra del bar, bebiendo un daiquiri sin alcohol de
frutilla, despegué mis labios de la pajita y miré a la morena que
había visto antes. Abrí los ojos como platos y pestañeé más de la
cuenta al ver que se trataba de la modelo que había estado en el
casting de hoy a la tarde. Tenía en cabello rizado recogido en una
coleta, una chaqueta de jeans oscura y un top n***o que dejaba

LURU
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a la vista su plano abdomen y un piercing brillante en su ombligo.


Me gustaba el pantalón blanco ajustado que combinaban con
unos impresionantes zapatos.
—No, adelante —le dije, aclarándome la garganta.
Tomó asiento a mi lado y le pidió una botella de cerveza al
barman. Luego de que la recibió, no tardó en llevársela a los
labios y darle un profundo trago al contenido.
—¿Embriagándote luego de la sesión de fotos? —la escuché
decir, la miré y me lo había preguntado a mí.
Tenía gesto relajado y no paraba de sonreírme. A ver si vamos
aflojando con la sonrisa señora que, si mal no recuerdo, usted no
paraba de hablar de mi con sus amigas.
—No puedo beber alcohol —me limité a decir, mirando el
contenido de mi vaso que ya estaba por la mitad de este.
—¿Embarazada?
Me mordí el labio inferior para reprimir un “¿quién cojones eres
para preguntar eso?” La miré, dándole una sonrisita falsa y
contesté:
—No —mentí.
No sabía si lo estaba. Aquella noticia sabía que iba a golpearme
en cualquier momento, tarde o temprano. Sabía que la historia
que había vivido mi madre y Hades se volvería a repetir conmigo.
Aparté todos aquellos pensamientos y me dediqué a lo que vine
hacer: a relajarme un rato y festejar mi primer pago como
modelo.
—Me alegra saber eso, los de la agencia no les gustaría recibir
esa noticia de una niña tan bonita como tú —se inclinó sobre su
asiento y me susurró al oído, tomándome por sorpresa —. La
agencia te podría echar de una patada.

LURU
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—¡Ya! —exclamé, fulminándola con la mirada —¿Qué quieres?


¿Vienes a molestarme o algo así? —le hice frente, molesta.
Ella sonrió contra el pico de la botella y la retiró de sus labios
para responderme.
—Me gusta hacer enojar a las bonitas. Se ven tiernas cuando se
enojan.
¿Qué?
—¿Disculpa?
—Soy Amelie —se presentó, con una indudable seducción hacia
mi persona.
—Ada —me limité a decir, tratando de comprender cuál era su
juego conmigo.
No sabía si estaba tratando de fastidiarme o quería coquetear
conmigo. Las dos opciones podrían ser válidas.
—He quedado en la agencia. Fui la única que quedó —me contó.
La miré.
—¡Pero si había miles de chicas! —exclamé, sorprendida—¿Sólo
quedaste tú?
Asintió, con gran orgullo y felicidad en su rostro.
—¡Sí y sigo sin poder creerlo! —soltó, fascinada y mirando a
algún punto. Volvió a mirarme—. Ahora puedo decir que
seremos compañeras ¿no te parece algo increíble?
—Seremos compañeras el día que no hables a mis espaldas —
recalqué.
Frunció el entrecejo, confundida.
—Vi como hablabas a mis espaldas con otras chicas del casting —
le confesé, en seco —. Detesto con gran amargura y asco a las

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personas que tienen doble cara y luego se acercan como si no te


hubieran dicho quién sabe qué de ti.
Luego de mirarme como si no entendiera lo que le estaba
diciendo. Luego de un rato que pareció eternidad, se echó
a reír con gran fervor. Ahora era yo la que no entendía por qué
reaccionaba así.
—¿En serio creías que estaba hablando mal de ti? —me
preguntó, cuando ya estuvo un poco más calmada —¡Estaba
halagándote con otras chicas!¡¿Cómo demonios crees que
reaccionaria al ver a una chica que ya es modelo oficial de la
agencia?¡Tu belleza nos puso la vara alta a todas las que
estábamos allí! Ver a una modelo oficial, nunca antes vista junto
a chicas principiantes es emocionante.
Pensé lo que me dijo, dudando si creerle o no. Solté un suspiro,
agotada. No iba a decirle que no había pasado por un casting ya
que había quedado selección automáticamente sin pasar por ese
importante momento. No quería que pensara que era un
acomodo inmediato. De todas formas, tampoco lo era porque yo
había visto el anuncio al igual que ella en el periódico
seguramente. Nadie me había ayudado para llegar a donde
estaba. Sólo Max con su dinero en mi cuenta que me había
permitido mudarme a Miami.
Aún tenía dinero suficiente que él me depositaba todos los
meses por ser su sugar baby. Incluso me había traído la
motocicleta conmigo. Me aferraba aquel regalo como a nada. A
veces prefería tomar el autobús para estar rodeada de personas
y no sentirme sola. Y también porque no quería que mi cabello
se arruinada por el casco en un día tan importante como aquel.
Había ido al bar en
—¿No me estás mintiendo? —le pregunté, de reojo.

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—¡Por supuesto que no! —insistió, desesperada para que


creyera en su palabra —. Siento mucho si pensaste que estaba
hablando mal de ti, no soy esa clase de personas —se disculpó,
con gran sinceridad.
Apreté los labios y asentí con lentitud, aceptando sus disculpas.
—Ahora sí podemos ser compañeras —le dije, para liberar un
poco la tensión entre las dos.
Ella aflojó los hombros y sonrió, complacida.
—¿Cómo ha ido tu día en la agencia?
Le cuento las cosas simples que me hicieron hacer y la facilidad
con la que he me voy adaptando. Sabía que aquello recién era el
comienzo en un mundo totalmente desconocido para mí y
ambas coincidimos que nuestra belleza podría llevarnos lejos en
un mundo dominado por estereotipos. Los cuales no tardamos
en cuestionar las dos, diciéndonos que todos los cuerpos son
perfectos y que la belleza SIEMPRE es subjetiva para los ojos de
quien la ve.
Amelie y yo pasamos un buen rato charlando y bebiendo. Evadí
todo tipo de comentario sobre mi pasado. Sólo dije que venía de
New York y ya. No pretendía asustar a las personas con mi
verdadera identidad. También, sentía que, muy en el fondo,
estaba haciendo trampa utilizando el rostro de mi madre para
monetizarlo.
Ella hubiera querido que sacara provecho de mi belleza ¿eso no
lo había hecho todo este tiempo y por siglos? Después de todo,
ella me quería bien y alegre. De poco lo estaba consiguiendo,
mamá.
Ya eran las nueve y media de la noche. Decidí ir a casa, estaba
cansada y necesitaba recostarme un rato. Me despedí de Amelie
y me subí a mi motocicleta. Ya había sacado el registro y tenía

LURU
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todos los papeles al día. Así que podía andar por donde se me
apetecía.
Aparqué la moto en un estacionamiento privado que tenía el
edificio únicamente para inquilinos y que estaba completamente
segura. Lo que me faltaba es que alguien me robara el único
objeto que me vinculaba a la persona que amaba. Le tenía un
gran valor sentimental.
Apagué el motor y las luces se apagaron a la par. Guardé la llave
en mi chaqueta. Cuando ya estaba por entrar por la parte trasera
del edificio, mi celular comenzó a sonar. Los únicos que tenían
mi número era los de la agencia, pero la terminación no era la de
Miami sino la de...New York.
Miré la pantalla de mi móvil, algo tildada porque tenía miedo de
atender y escuchar cualquier voz que me trasladara al pasado.
La duda me ganó y apreté el botón verde para atender. Me llevé
el móvil a la oreja y no dije nada. La que quería escuchar la voz
era yo, no que me escucharan a mí.
—Oh mi Dios... ¿estás aquí? ¿Entonces es cierto? ¿Volviste,
Ada Gray? —la voz que alguna vez oí se quebró.
Era Miranda, mi sobrina. La hija de Cupido.

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Capítulo 4
Tenía que admitir que escuchar una voz familiar era tan
reconfortante como curativa. Me hizo bien, me hacía
bien. Miranda lloraba detrás de su teléfono, congojada y con voz
queda. Digamos que pude decirle algo luego de que se calmara
en su totalidad.
—Sí, soy yo —afirmé, mientras abría la puerta de mi
apartamento.
—¡Dónde estás! ¡Te fuiste así, de la noche a la mañana! ¡Te
suicidaste! ¡¿Sabes lo devastador que fue saber que te habías ido
al mismísimo infierno?! ¿Qué demonios se te cruzó por la
cabeza, Ada? ! —Su grito era enfurecido, sacada de quicio.
Me sentí como una niña regañada escuchándola. Dejé mi bolso
sobre el recibidor y me saqué los zapatos, dejando mis pies
descalzos sobre las baldosas negras.
—Es muy difícil de explicar, Miranda —bufé.
—¿¡QUÉ ES MUY DIFICIL DE EXPLICAR!? ¡¿ESO DIJISTE ?! —Tuve
que apartar el celular de la oreja ante ese grito suyo. Mierda, a
veces era muy intensa, pero estaba súper justificado —¡Adam no
para de preguntar por ti, cree que te has ido de viaje con Max!
¡Oh mi Dios! ¡¿Y Max?! ¡Mi madre me ha contado que ambos
murieron! ¡Por Dios! ¡¿Qué demonios se les ha cruzado a la
cabeza para ir al Inframundo ?!
Adam. Se me detuvo la respiración por algunos segundos cuando
escuché su nombre. Mi dulce e inocente Adam. Él se merecía una
explicación sobre mi ausencia. Había sido tan bueno conmigo
hace tiempo atrás. Tan generoso ofreciéndome su amistad. Me
daba asco pensar que habíamos tenido algo carnal siendo...sentí
nauseas al instante.

LURU
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Claramente nunca lo había visto como algo más. Mi corazón le


pertenecía a Max, aunque sabía que eso estaba mal. Que no era
moral.
Toda mi vida estuvo mal porque mis decisiones me llevaron a la
ruina emocional y la estabilidad de la misma se había ido a la
mierda.
—¿Qué tan ocupada estás cómo para venir a Miami a vivir
conmigo por un tiempo? —le pregunté, tratando de calmarla —
Es imposible explicártelo por vía llamada, Miranda.
Se tomó su tiempo para contestar. Escuché como soltaba el
aliento.
—Si me envías los pasajes iré y me quedaré unos días. No tengo
mucho dinero conmigo. No sabes cuánto te extraño, quiero estar
contigo ya mismo.
—No te preocupes por eso ¿eso quiere decir que vendrás? —una
pizca de ilusión se produjo en mi voz.
—Sólo si no te mueres otra vez.
—No prometo nada —suspiré, viendo la playa de noche desde
mi ventanal —. No veo la hora de verte.
Fui a buscarla al aeropuerto a la semana siguiente con mi
motocicleta. Llevaba una mochila conmigo porque tenía un cartel
dentro que decía su nombre para encontrarnos más rápido.
La adrenalina de aquel momento por llegar al aeropuerto y
encontrarla me tenía emocionada. La había extrañado más de lo
que había imaginado. Ver alguna cara conocida jamás me había
dado tantas esperanzas porque sabía que aquel día no era uno
cualquiera. Era un reencuentro con ella. Con la loca de mi
sobrina.

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En cuanto la vi a la distancia, entre las personas que bajaban de


un vuelo, se me cayó el alma a los pies. Tenía un bolso enorme
sobre una valija negra con rueditas en una mano. Con la otra
sostenía su móvil. Estaba bellísima.
Tenía el cabello n***o super largo y suelto hasta la cintura y
unos anteojos de sol sobre su cabeza. Llevaba una camisa a
cuadros hasta las rodillas color rojo y n***o y unas botas altas
negras. En cuanto nuestros ojos se encontraron, algo en mí se
reinició.
No tardamos en correr hacia la otra y embestirnos en un largo
abrazo. Ella se vio sacudida por las lágrimas y no paraba de llorar
contra mi hombro. Su tristeza fue tan conmovedora que yo
también empecé a lagrimear, sin decir nada.
—Creí que no volvería a verte y esa es una sensación horrible ¿lo
sabes verdad? —me murmuró, entre el llanto y la emoción.
—Lo sé —logré decir, ya que mi voz se partió.
—Por favor, no vuelvas a irte. No te vayas maldita zorra rubia
folla hombres —carraspeó, tratando de sonreír.
—Esta zorra no volverá a irse —la tranquilicé, tomándola de las
mejillas y secándolas con mis dedos pulgares —. Mírate, estas
hecha una diosa.
—Lo sé —admitió, sonriendo —. Tú sigues igual, pero Dios —
tomó varios mechones de cabello con sus dedos y los miró con
los ojos bien abiertos —. Tu cabello está larguísimo.
Tomé la manija de su valija y pasé mi brazo libre sobre su
hombro, estrechándola contra mí.
—Y se quedara largo —le dije, sonriendo.
Caminamos juntas y pegadas porque no paraba de abrazarme.
Me dolió saber que mi ausencia le había afectado muchísimo. A

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veces, cuando una persona decide irse de la vida de otra, puede


causar la destrucción total o mejorar su vida. En este caso, había
destrozado a Miranda. Pude notarlo en su rostro.
Cuando se llegamos a mi apartamento, un taxi iba detrás de mi
motocicleta con su valija.
Abrí la puerta y Miranda entró, fascinada y boquiabierta.
—¡¿Vives aquí con esta vista sensacional?! —me preguntó.
Asentí, sonriendo.
—Creo que vivir en Miami ha sido una de las mejores opciones
que he encontrado para empezar de cero —cerré la puerta —
¿Quieres una Coca-cola en lata? —le ofrecí, dirigiéndome a la
heladera.
—Sí, por favor. Estoy sedienta.
Saqué dos de la heladera, una para mí y otra para ella.
—Perdón por no decirte donde estaba —le dije, lamentándolo.
Ella me miró sin decir nada y bebió un poco de su lata, con cierta
desaprobación en sus ojos por lo que le había dicho.
—Si no fuera por mi madre Cupido hubiera creído que la tierra te
había tragado —carraspeó, claramente enojada.
Nos dejamos caer en el sofá con el atardecer de la playa a
nuestro lado por el enorme ventanal. Ambas, hipnotizadas por la
combinación de colores que el cielo ofrecía. Un cielo pintado de
vivos colores azules, rojizos, anaranjados y amarillos, que
también se reflejan en el agua y solamente son separados por
una franja negra a lo largo del horizonte.
—Decidí suicidarme porque he cometido el peor de los pecados,
Miranda —le dije finalmente, rompiendo el silencio y mirando el
amanecer —. Max, Adam y yo somos hermanos tanto de madre

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como de padre. Mi abusador fue todo este tiempo mi padre


biológico y yo forniqué con tanto con Max como con Adam.
Incluso...con los dos al mismo tiempo. Apenas lo supe...decidí
marcharme de lo terrenal porque sabía que no podría vivir con
eso en mente ¿sabes el peso de la culpa que me ha caído
encima? ¿Sabes lo tentador que es ver algo filoso todos los días y
pensar en clavártelo en el pecho con tan sólo recordar lo que
pasó?
Miranda me miró, con los ojos cristalinos.
—Mamá no me ha contado esa parte de la historia... ¿eso quiere
decir que Adam y tú? —miró a algún punto de la sala, como si le
hubiese caído la ficha de algo —¿Adam es mi...tío? ¿Qué? —
musitó, volviendo sus ojos en mí. Dejó su soda encima de la
mesa ratona y se llevó las manos a la cara —¡No puede ser! —
gritó, en shock.
—Perdóname por no confesártelo antes...apenas estoy
analizando lo que ocurrió conmigo. Por favor, no pienses que soy
una egoísta por no decírtelo —le supliqué, al borde del llanto.
—¡Ada, yo me acosté incontables veces con él! —explotó,
llevándose las manos abiertas al pecho —¡¿Qué mierda hemos
hecho?!¡Yo no quiero ir al infierno por dicho acto! —empezó a
llorar —¡Yo no quiero eso en mi vida, Ada!¡Me he portado bien,
he sido buena y no hice nada fuera de lo moral!
—¡Pero los dioses te perdonaran!¡Lo hicieron conmigo y lo harán
contigo! —traté de consolarla.
—¡Tía, no me jures un Olimpo cuando tú te fuiste al Inframundo
en vez de ascender! —masculló, apuntándome con su dedo
acusador.
Como me arrepentía por no contarle antes que Adam pertenecía
a nuestro linaje familiar. Aquella situación incestuosa parecía no

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tener fin. Lo moral en lo terrenal y la divinidad no era lo mismo.


En la tierra no estaba permitido relacionarse de manera amorosa
con alguien de tu misma sangre. Era algo enfermizo. En cambio,
cuando se le echaba un vistazo a la mitología griega, era muy
común que dioses se relacionaran con algún familiar. Pero en
algunas ocasiones el incesto es lícito; en la formación de la
sociedad divina dentro de la mitología griega y otras mitologías.
Incluso entre las realezas de algunas sociedades antiguas el
incesto fue permitido como medio de crear un grupo de poder
endogámico. En la mitología griega las relaciones sexuales
incestuosas son frecuentes entre hijos y madres, padres e hijos,
entre hermanos o primos o entre tíos y sobrinas. Son los
ejemplos de Edipo, Sísifo o las Danaides.
¿Pero por qué nos preocupaba tanto a mí y Miranda este tipo de
relación? Fácil. Nos habíamos criado con valores terrenales y
morales pisoteándote. Era sencillo sentirnos culpables, por eso
nos había afectado.
Por eso tomé la decisión que tomé cuando me enteré lo que me
unía a Max. Eso también involucraba a Adam. Pero...aquella
información la supe luego de vivir nuevamente. Actué sin
escuchar. Como siempre. Entonces, llegué a una conclusión que
me dejó un destello de luz en los ojos.
Un momento...
—Yo no fui al Inframundo por hacer un acto pecaminoso —le
dije a ella, tocando su hombro, descubriendo una información
crucial y que respondía a la mayoría de mis dudas. Miranda me
miró, con aquel maquillaje corrido por debajo de sus ojos —.
Miranda, yo fui a la oscuridad por ser la hija de Hades ¡Mi lugar
es allí!
Frunció el entrecejo, asimilando lo que acababa de soltar.

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—No entiendo..., el incesto es pecado, Ada—me dijo,


pestañeando deprisa.
—Nosotros pertenecemos a un grupo de dioses diferentes a lo
terrenal ¿Conoces al tipo que por error se acostó con su madre y
que luego se quitó los ojos cuando se enteró? —le pregunté, con
la esperanza de que entendiera a dónde iba encaminada —¡Zeus
quiso acostarse con mi madre!¡Ellos son familiares! —por poco
saltaba del sillón de la emoción —¡No hemos pecado por
relacionarnos con alguien de nuestra sangre!¡Edipo no era un
dios!¡Es por eso que se autocastigó!¡Nosotras no somos
humanas!
Max tenía que saberlo. Demonios ¿cómo no pensé aquello
antes?
—¡Te equivocas! —me corrigió, levantando el dedo —La que no
es humana aquí eres tú, Ada. Mi madre se relacionó con un
humano. Así que es válido que yo me vaya al inframundo o a
dónde mierda que ellos quieran que vaya mi alma—se levantó
del sofá, completamente fuera de sí, caminando de aquí para
allá, inquieta.
—Voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que nada te
pase—insistí, angustiada.
Se paró en seco y me miró.
—Ya nada importa, después de todo, la que pecó fui yo. No tú—
molesta, se fue dando pasos firmes y se encerró en el baño
dando un portazo que me sobresaltó.
No iba a permitir que su alma fuera al Inframundo. Si eso pasaba,
yo misma iría a buscarla. Lo que debía hacer ahora, por más
egoísta que me sintiera por priorizar encontrar a Max y decirle a
la conclusión que quizás, podría salvar lo que alguna vez fuimos.
Lo que alguna vez fue amor.

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Mis argumentos podrían salvarnos a ambos.

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Capítulo 5
No esperaba encontrarlo allí. No tan pronto. Su presencia fue tan
brusca cómo inesperada.
No hace mucho mi alma, toda yo, había bajado al
Inframundo. Era más grande mi preocupación que mi felicidad
por verlo. Tenía una camisa negra ajustada al cuerpo y los
botones de arriba desabrochados, dejándome ver varios vellos
finos y pelirrojos contra su pecho. Tenía la camisa dentro de un
pantalón de jeansos, unos zapatos negros y un cinturón que
rodeaba su cintura, con una hebilla que parecía carísima.
Tenía el cabello correctamente peinado y lucia mucho más guapo
que la última vez que lo vi.
Su rostro reflejaba la combinación perfecta de desesperación, la
alegría y el enfado. No tenía palabras, no fui capaz de decir algo,
sólo tenía los labios separados y la angustia fermentando en mi
pecho.
—¡Ada! —Me gritó, golpeando su puño contra la barra. Las
personas del ambiente no se vieron sorprendidas. Sólo éramos
nosotros dos — ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Por qué lo hiciste ?!
Tragué saliva con gran dificultad, sintiendo como mis ojos se
empañaban. La furia lo estaba cegando. Aquella furia de la que
yo era causante.
-Yo...
Inútil. Me sentí una inútil.
—¡Llevo meses buscándote! —Sus palabras eran atropelladas —
¡Meses y tú aquí, bebiendo! ¡¿Por qué demonios te suicidaste
?! —Se le quebró la voz. Se llevó un puño cerrado a la boca,
apoyándola en sus labios, reprimiendo el dolor —¡Pudimos
solucionarlo, pudimos vivir con ello!

LURU
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¿Meses? Pero yo llegué sólo hace cinco minutos aquí ...


—¡No yo! —grité. Es como si mi mente hubiera despertado de
una vez, saliendo de su asombro por verlo —¡No yo, Max!¡No
sabiendo que me follé a mis hermanos!¡No sabiendo que la
persona que abusó de mí era mi padre biológico!¡No yo!¡Me
aferré a ti y eso fue un error!¡Todo esto está mal!
Dio un paso atrás, como si mis palabras le hubieran afectado.
—¿Soy un error para ti, Gray? —preguntó, en voz baja.
Hice un ademan con la mano, y me llevé ambas al
rostro cubriéndolos. Él estaba aquí, eso significaba una cosa:
estaba muerto.
—No debiste venir, Max —le dije, con voz queda.
—¿No vas a responder a mi pregunta?
—No puedo responder a eso, no cuando hace sólo cinco minutos
que llegué.
—¡Pasaron meses desde que llegaste! —me corrigió.
—¡Qué más da! —exclamé, mirándolo nuevamente —¡Estoy
muerta!
—He venido por ti —se acercó más a mí y yo deseaba que no
avanzara más, que retrocediera porque no sería capaz de dejarlo
ir si él continuaba insistiendo. Mi cuerpo se tensó y él lo notó —.
Tienes que volver, podremos solucionarlo.
—No voy a volver —solté, con sorna, sin poder evitar darle una
estúpida sonrisa como si hubiera contado un chiste —. Por algo
tomé la decisión que tomé, Max.
—¿Entonces bajé por ti en vano? —se apoyó contra la barra,
insistente, dolido —¿Sabes qué bajé porque aquí sí podremos
amarnos?

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Lo miré.
—¡Lo nuestro se acabó Max! —le dije, herida —¡Te amo, pero no
eres mío!
—¡Si soy tuyo! —se acercó más. Tomó mi mano y la puso contra
su pecho, apretándola contra él con fuerza —¡Soy tuyo y lo he
decidido el día en que te propuse matrimonio!¡Desde el primer
día en que te conocí lo soy!¡Siempre lo fui y no dejaré de serlo
por más pecaminosa que sea la cosa!
Sus ojos buscaron los míos con gran desesperación.
Lo había echado tanto de menos, tanto que quemaba por
dentro. Era imposible cubrir el sol con un dedo, taparlo y
disimular que no estaba. Aquello era igual que ocultar mi amor
por él. Cada vez que pensaba en él, la barra de lo prohibido se
alzaba y me advertía que no siguiera pensando en su estúpida y
hermosa sonrisa coqueta, su rostro de facciones perfectas y
aquel cuerpo masculino que me estremecía cada vez que lo
miraba más de la cuenta, provocando sensaciones extrañas en
mi cuerpo.
Max era lo que yo necesitaba y con el hombre que yo
quería estar, pero...
—Deja que lo asimile, por favor —le supliqué, con un hilo de
voz.
Él dejó caer los hombros, desanimados. Agachó la cabeza hacia el
suelo y asintió con gran pesadez. Sé qué esto iba a costarnos a
los dos y que él estuviera frente a mí provocaba que aquello
fuera más difícil.
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Miranda tiró de mis sabanas, dejando a la vista mi pijama de
seda rosa con detalles negros que alguna vez, Max me había

LURU
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obsequiado. Con gran pesadez, abrí los parpados, somnolienta.


Otro día azul aparecía por el ventanal de mi habitación.
Miranda tenía el cabello recogido en una cola alta y un pijama de
tela fina azul que consistía un short y playera de algodón
que hacían juego.
—He llegado a la conclusión de que me iré al infierno por querer
a Adam —me dice, sin importar que me haya despertado de
golpe —. Ya hemos follado, me ha dicho que me quiere y
podemos ser una gran pareja. Total, ya estoy condenada —llegó
a la conclusión —, no siento que Adam sea un tío para mí.
—¿Y qué diferencia hay entre él y yo? —le pregunté, con voz
ronca mientras me sentaba sobre el colchón y me refregaba los
ojos con las manos. La miré —. Yo no parezco
tu tía. Prácticamente tenemos la misma edad ¿no crees?
—Bueno, puede ser...
—El Inframundo no es tan malo como piensas, Miranda —la
tranquilicé —. Aunque los dioses han hecho PEORES cosas como
para juzgar tus actos amorosos con parientes lejanos.
—Incluso justificando un amor incestuoso nos vemos
asquerosamente mal —se llevó una mano al
pecho, sentándose sobre los pies de la cama —. Me siento
culpable por más defensas que ponga sobre lo que siento por
Adam, tía.
—Tarde o temprano esto se resolverá —tomé sus manos por
encima de las sabanas y la miré a los ojos —. Te ofrezco, para
despejar tu mente de nubes tormentosas, un día en la playa.
Asintió luego de pensarlo un instante.
—¿Vas a contarme qué ocurrió entre Max y tú en el Inframundo?
—me preguntó.

LURU
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Desvié la mirada, apenada.


—No he hablado sobre él durante dos largos años —admití, con
una punzada en el pecho cada vez que oía aquel nombre—. Creo
que es hora de desahogarme un poco y tenerte al tanto de lo
que está ocurriendo en mi vida.
—Soy toda oídos, tía
Eran las once de la mañana y el sol se encontraba en lo alto del
cielo. Había una brisa de verano hermosa y el calor comenzaba a
picarnos la piel. Con mi sobrina alquilamos una carpa blanca de
cuatro patas muy altas para pasar el día. Cada carpa estaba
pegada a otra y tenían vista a la playa.
Llevé una canasta con cuatro sándwiches grandes de bacón y
queso y con una botella de cerveza para ella y para mí una de
soda. La idea era arrancar el día no con un desayuno tradicional,
ya que ambas no estábamos con ánimo de prepararnos algo que
llevara mucho tiempo.
Ambas nos sentamos en la mesa redonda y blanca que incluía la
carpa.
—Cuando me suicidé no esperaba que él fuera a buscarme—
comencé a decir, destapando ambas botellas y poniendo una
frente a ella—, simplemente se apareció frente a mí. Cuando yo
estaba aceptando mi destino, aquel que vivía para toda la
eternidad.
—¿Max fue...? Ay mi Dios.
—Sí. Él se suicidó. Por mí —aún no podía asimilar hasta
dónde llegaría por mi alma —. Primero me regañó muy fuerte
por hacerlo y luego...
No pude seguir hablando, sin poder recordar todo lo que
habíamos vivido con Max. La noche en que volví a la vida, fue

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una situación tan fuerte y dolora que aún tenía la sensación


de oír a mi madre cantar.
—¿Qué ocurrió? —me alentó a seguir Miranda, que me miraba a
través de sus lentes de sol.
—Pecamos otra vez.
—¡¿Qué?!
—Miranda —la miré, con lágrimas en mis ojos —. Max y yo
provocamos una semilla que no tardara en crecer en mi vientre
—ella se levantó los anteojos y los dejó sobre su
cabeza, mirándome, perpleja —. Tendré un hijo de él.

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Capítulo 6
—¡Acepto!
Mi grito detuvo su paso. Tardó varios segundos en darse
vuelta. Max me miró sobre sus hombros.
—¿Qué tan segura estás de que no habrá marcha atrás con tu
decisión? —Me pregunta, precavido.
Las charlas animadas de las almas, la música estruendosa y el ir y
venir de rostros desconocidos, era tan desesperante como
irritante para aquella situación que Max y yo estábamos
viviendo.
—Si estoy pagando el precio por amarte en un lugar donde la luz
del sol no llega y la eternidad no se manifiesta como en la tierra…
acepto amarte como tanto deseaba desde que llegué aquí — le
digo, con gran honestidad.
Esas palabras fueron suficientes como para que se diera vuelta,
permitiéndome ver su rostro lleno de esperanza. Comenzó a
caminar hacia mí, con decisión y sin titubear. Una oleada de
deseo me invadió.
—Que me perdone la divinidad y todo lo que está bien, pero ni la
gloria se ve tan inalcanzable e incandescente cómo tú, Ada Gray.
No tardó en embestirme con un beso inesperado y levantarme
del suelo para que rodeara con mis piernas cada lado de su
cadera. Mis brazos rodearon su cuello de una forma desesperada
al igual que aquel intenso beso que él sólo podría darme. Max
acariciaba su lengua con la mía, a un ritmo que costó llegar
por nuestro claro deseo de besar al otro. Sus manos apretaban
mi espalda contra su pecho, recorriéndola, hundiendo sus dedos
en mi piel. Yo agarro su cuello, acariciando su cabello por detrás
con mis dedos, sintiendo cada vello, cada centímetro. Lo amaba

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tanto que dolía. Sin él no podría vivir en la tierra. Sin sus besos,
sin su manera de agarrarme cada vez que me deseaba. Él era mi
oxígeno y quería aferrarme como ninguna.
Aparta sus labios de los míos y lo odié por eso.
—Tengo una habitación exclusiva aquí—me dice, logrando
recuperar el ritmo de su respiración—. Ser el hijo de Hades me
da ciertas comodidades—sonríe, pícaro y con una voz profunda
que me da un leve escalofrío que recorre toda mi espalda.
—Somos.
—¿Qué?
—Somos hijos de Hades—le explico, acariciando su cabello
mientras recorro su rostro con la mirada. Que hermoso era.
—¿Podemos olvidarnos de eso por tan sólo un momento? —me
pidió, con aire irritado.
Largo un suspiro. Que difícil era todo aquello.
—Qué más da…ya estamos muertos—le digo, pero aquellas
palabras eran tanto para mí como para él.
—Sí. Cariño, sí.
Pasamos entre las personas que parecían ajenas a nosotros. Max
no tiene intenciones de bajarme al suelo. Me sentía como un
koala contra un firme tronco. Y que tronco.
No sé cuánto caminó, pero sólo sé qué llegamos a un pasillo con
diversas habitaciones. Cómo si de un motel se tratara. Las
paredes eran un rojo intenso y el techo también tenía el mismo
color, pero era un tono más claro. Había arañas colgando,
iluminando el pasillo y el suelo no era más que una alfombra del
mismo color que la pared y el techo, con dibujos en un tono oro
y extraños.

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Llegamos al final del pasillo, frente a una puerta gigantesca y de


madera pesada.
—¿Tienes una habitación aquí? ¿En serio? ¿Alguna vez bajaste al
Inframundo? Estás muerto cuando vienes aquí ¿no es así? —le
pregunté, muy confundida.
—He bajado porque el imbécil de mi padre ha insistido la
mayoría de las veces. Sólo para tener control de las
almas mientras él hace millones con la línea de restaurantes que
posee—me cuenta mientras pone varios mechones de mi cabello
por detrás de mi oreja—. Pero ahora todo es distinto, porque he
descendido con la intensión de encontrarte.
—¿Tu amor por mí llega hasta lo más profundo del infierno?
—Te sorprendería hasta donde podría ir por ti, Gray.
Depositó un casto beso en mis labios, como una caricia necesaria
y luego abrió la puerta, dejándome ver lo amplio que era su
sector privado.
Me quedé boquiabierta.
—Es tu apartamento—le dije, sin poder creer lo similar que era
todo.
La cocina con una enorme isla en una esquina, en la otra un sofá
azul en L con almohadones cuadrados y un ventanal que daba
directo a la ciudad de una falsa noche estrellada de New York. El
techo alto, cerámicas blancas del suelo y muebles carísimos y
modernos. Un televisor de alta definición colgada en un extremo
de una pared y los pasillos que conducían a su habitación y al
baño de invitados. Estaba todo intacto y limpio.
—Si mi padre quería que bajara al Inframundo, lo haría con
comodidad ¿No crees? —me sonrió, sin evitar morder el lóbulo

LURU
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de mí oreja izquierda, provocándome un cosquilleo en todo el


cuerpo.
—Calma tus hormonas, Voelklein—me burlé.
—Imposible contigo cerca.
Entramos y cerramos la puerta detrás de nosotros. Max me bajó
al suelo y se encaminó a la cocina, como si estuviera en su propio
hogar y con gran relajo, buscó una botella de vino.
—¿Por qué no te gusta bajar al Inframundo? —le pregunto—.
Aún retumba en mi memoria tu rostro asustado y perplejo
cuando creíste que yo podría enviarte.
—¿No fue así? —tomó dos copas que apoyó en la isla de
mármol n***o y las llenó de vino.
Caminé hacia él, confundida.
—¿A qué te refieres con que fue así, Max? —me senté en uno de
los taburetes altos que estaba junto a la isla, observándolo.
Max puso una copa frente a mí y tomó un sorbo de la suya, sin
dejar de mirarme. Dejó la copa sobre la isla y pasó la punta de la
lengua por sus labios.
—¿Tienes hambre? —me pregunta, evasivo.
—Responde a mi pregunta.
—¿Por qué arruinar un momento como este con preguntas que
no tengo ganas de responder, Gray?—se le endurece el gesto.
Agacho la mirada hacia mi copa, mirándola un poco de más. El
color del vino es oscuro. Hay tantas cosas que él me oculta y yo
las percibo. No soy idiota.
—Necesito respuestas Max. Ya sabes lo que ocurrió la última vez
que no me dijeron la verdad.

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Él apoyó sus manos contra el mármol, dejando caer el peso de su


cuerpo contra ellas y me miró, agotado.
—Vine a sacarte de aquí, de este sitio tan horrible. Pero que yo
te saque no significa que yo vuelva contigo.
Lo miré, atónita.
—¿Qué?
—Ada, una cosa es que yo bajé ante la petición de mi padre. Y
otra es muy diferente si bajo por voluntad propia—me explicó,
serio—. Si yo bajo, no hay marcha atrás.
—Entonces nos quedaremos los dos—le digo, ocultando la
desesperación en mi voz.
Que Max se quedará allí para siempre era lo mismo que estar en
el Inframundo. Pero sin él.
—No—espetó, fríamente—. Afrodita y yo hicimos un trato. Y un
trato no se rompe.
—¿Realmente piensas que yo pasaré mi vida en la tierra
sabiendo que todo lo que quiero está aquí?¿Ante mis ojos?—
solté, consternada—. Yo no voy a marcharme de aquí sin ti.
—¿Ves porque prefería decirte esto antes?—carraspeó,
llevándose una de sus manos a su cabeza, exasperado.
—Tarde o temprano debías decírmelo. Yo de aquí no me voy—le
dije, cruzándome de brazos y a la defensiva.
Max lanzó un sonoro suspiro, irritado. Me miró, como si
estuviera pensando qué hacer conmigo. Cuando estaba a punto
de decirle algo, ambos miramos en dirección al pasillo que daba
al baño de invitados ya que alguien había abierto la puerta de la
misma. Una mujer de cabello rizado color castaño y ojos verdes
fue lo primeros rasgos que vi. Me vi desconcertada al ver qué

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llevaba un encaje n***o que dejaba ver prácticamente sus partes


íntimas por lo transparente que era.
Era muy alta y tenía unos zapatos de taco aguja n***os. Arqueé
una ceja y le lancé una mirada significativa a la zanahoria, quién
estaba sonrojado, con los ojos bien abiertos y claramente
evadiendo la presencia de la chica poniendo sus ojos en mí.
—¿Ya me cambiaste? —le dijo la chica a Max, haciendo un
puchero.
Lo que me faltaba.
—¡Elena, por dios, ponte algo de ropa! —le grita Max, sin
mirarla.
—¿Quién es ella, naranjita? —insiste, ella, mientras no para
rebajarme con los ojos con tanto descaro que me pone de los
pelos.
—Vamos, dile quién soy, “naranjita”—me burló, malhumorada y
aliento a Max para que me presenté a su amiga que parece
demasiado cómoda en su maldito apartamento falso.
—Elena, ella es mi esposa, Ada—le dice Max, quién parece estar
descompuesto porque se le juntó su maldito ganado.
—¿Esposa? —Elena se echó a reír desde su lugar—¿MAX
VOELKLEIN TIENE ESPOSA? Esto debo contárselo a las chicas.
¿A las chicas? Oh Max te estás metiendo en una grande. Mi
cuerpo aún no se ha enfriado y tú metiéndote con chicas muy
lindas, por cierto.
—No nos hemos casado aún —le recuerdo a Max, tajante.
—Un momento —Elena me mira con gran detenimiento,
frunciendo el ceño —¿Tú no eres Afrodita? —se lleva una mano
al pecho, con sorpresa.

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—La hija —la corrijo, con voz agradable claramente fingida.


—Dios, tu madre es inspiración para todas nosotras —de pronto
parece que le caigo bien y se acerca descaradamente a la isla
para apoyar sus codos e inclinarse en mi dirección—. Ella es tan
perfecta, seductora y todos los adjetivos bonitos se le adecuan.
Le sonrió, tensa y le echo una fugaz mirada a Max para que se la
lleve. Este comprende mi señal y comienza a caminar hacia ella
para llevarla hasta la puerta. La chica me halagaba, pero no lo
suficiente como para que me caiga bien.
—Te sacaste la lotería, cabron —lo felicita a Max, mientras ella
entiende que debe irse.
—Sí, sí, sí. Adiós —le dice Max con gran desinterés, con su mano
rodeando su brazo derecho y finalmente la saca de su
apartamento falso, luego de que ella nos salude agitando su
mano en símbolo de saludo.
Con Elena afuera, cierra nuevamente la puerta y me regala una
sonrisa tensa.
—¿Sirve de algo si digo que antes de ti he estado con muchas
mujeres? —me dice, en un tono de disculpas.
Auch.
—Sí, yo también he visto muchos p***s en mi vida —
contraataco, y le regalo un guiño de ojo.
Su gesto se endurece. Pone los ojos en blanco. Claramente lo he
puesto celoso, como yo lo estaba. Se acerca con aire seductor y
se posa frente a mí mientras yo continúo sentada en la butaca de
mal humor por lo que acababa de pasar. Lo miro, enojada.
—Yo sé que el pene más bonito que viste fue el mío, ciervito —
me dice, con voz profunda y me devuelve el guiño de ojo.

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—Puede ser... —admito, con un hilo de voz al sentirme tan


intimidada por su mirada y aquellos ojos color caramelo que
me volvían loca.
Aflojé el cuerpo. El maldito es tan irresistible. Su cuerpo está
muy cerca del mío. Aquel cuerpo que quizás no es uno, sino un
alma. Ambas almas juntas. Pero... ¿y si Afrodita podía bajar en
cuerpo y alma al Inframundo? ¿Porque sólo conmigo había
viajado mi alma y no mi cuerpo? ¿Ser una diosa me daba aquella
habilidad de ser un alma que siente hasta incluso lo que puede
sentir el físico? Tantas preguntas y tan pocas respuestas...
—¿En qué piensas? —me pregunta, buscando mis ojos y como si
tratara de leer mis pensamientos.
—Te he echado mucho de menos —un nudo se instala en mi
garganta.
—Estoy aquí —me susurra, acariciando mi mejilla. Su contacto se
siente tan real —. Estamos aquí, juntos.
Acerqué un poco más mi rostro al suyo y lo beso con cuidado.
Sus labios son tan suaves que se vuelven adictivos. Aquel beso
que comenzó con delicadeza, comenzó a aumentar su intensidad
poco a poco. Max dio paso a su lengua que no tardó en acariciar
la mía a su ritmo, el cual no tardé en adaptarme a lo que él
quería. Dios, besaba tan bien y yo caía en aquel encanto suyo.
Una de sus manos libres se posó en mi abdomen y con cuidado,
fue descendiendo con sus dedos hasta llegar a mi puente de
venus. Mis muslos se tensaron al ver su intensión.
Sonreía, entre besos y quise apartarme para preguntarle el
motivo de su sonrisa, pero no fui capaz de interrumpir aquel
contacto suyo. Sólo me dejé llevar.
Lo atraje hacia mí, como auto reflejo en cuanto sentí sus dedos
acariciándome por encima de la tela negra que llevaba puesta.

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Era un simple vestido de seda, de aquellos cortos que sólo


utilizas para dormir y sentir como esta acaricia tu piel. No sabía
por qué había aparecido en el Inframundo con esa ropa.
Max me levantó de la silla, tomándome por sorpresa y yo pegué
un gritito.
—A la cama —me dijo, en tono autoritario.
Sonreí contra sus labios. No iba a contradecirlo.
Entre besos llegamos a la cama y nos desvestimos con gran
entusiasmo, sin dejar de besarnos, adictos al contacto del otro.
Hubiera fotografiado su rostro en cuanto me libere del vestido,
dejando mis pechos al descubierto y completamente desnudos
frente a él. Era una mezcla de sorpresa y excitación.
Sobre su cama, Max me miraba, admirado.
—Yo nos declaro, marido y mujer —soltó, irónico y
abalanzándose sobre mí para llenarme el cuello de besos.
Caigo de espalda y con sólo mis bragas contra las almohadas,
riéndome y abrazándolo, mientras él parece desesperado y me
recorre con sus manos todo el cuerpo, provocando que me
pierda en su contacto y sus labios, sedientos. De pronto se
detiene y me mira, frente a frente, serio.
—Te amo —me susurra contra los labios.
Mi corazón se dulcifica. Acaricio su mejilla con mis manos y él
cierra sus ojos bajo mi contacto.
—Te amo para toda la muerte, mi Max.
—¿Para toda la muerte? —me pregunta, confundido.
—Es donde estamos... —le recuerdo, poniendo los ojos en
blanco.

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Él suelta una carcajada.


—Contigo a mi lado ya no importa dónde estamos. Mi lugar
favorito es donde tú estés, Ada,
Los ojos se me llenan de lágrimas y asintió, apretando los labios
para reprimir un suspiro de lo más profundo de mi garganta. De
aquellos suspiros que te quitan el aire por la tristeza que llevas
dentro y que no quieres demostrar por más que la situación sea
de lo más hermosa.
Me besa para que dejemos de pensar, tan sólo por un rato.
Incluso la mente viaja estando muertos y eso me preocupaba.
Entre besos y caricias, Max busca mi sexo con su miembro que
no tarda en meterlo en mi interior. Comienza hacerlo despacio,
con cuidado, pero cuando me doy cuenta estoy gimiendo contra
su oído y él tiene la respiración entre cortada.
—Perdóname —me dice y sé que algo anda mal en cuanto lo
suelta
Paso de largo lo que me suelta, debido a que me veo consumida
por cada penetración que hace al estar encima mío. Me aferro a
su cabello, entrelazando mis dedos con su cabello. Él llega al
orgasmo antes.
—Perdóname por favor —me repite, y ahora se me congela el
corazón al verlo llorar en silencio.
Lo aparto bruscamente y veo que había acabado en mi interior.
Eso no lo había hecho nunca y no sé por qué, sentí una punzada
al saber que a pesar de que estábamos muertos, eso no
significaba nada.
—Max...¿Qué acabas de hacer? —le pregunté, muerta de miedo
y saliendo de la cama a tropezones por los nervios que
aumentaban a cada segundo.

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Mis partes íntimas estaban muy húmedas. Cuando me puse de


pie, sentí que algo estaba bajando en mi interior.
Él se sienta en el borde de la cama, con la cabeza agachada. No
es capaz de mirarme. Palidezco ante su reacción. Todo lo
romántico se corta.
—¡Max! —le grito, insistente.
Me mira, descompuesto.
—Le prometí a Afrodita que volverías a la tierra y la única
manera de hacerlo es... —mira mi vientre por un momento y
luego sus ojos viajan a los míos. Sus labios le tiemblan—. Nunca
olvides que te amo, Ada.
No fui capaz de emitir sonido alguno, porque cuando me di
cuenta, mi vista se había nublado, mi boca sellado y mi
corazón...destrozado.

LURU
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Capítulo 7
“Se explica así que la palabra Némesis posea hoy en día el
significado de una retribución justa o divina, un castigo
largamente pospuesto o esperado, o una forma de justicia
poética. También es común verla empleada como sinónimo de
enemigo o de final ”.
Némesis quería llevar al sufrimiento ya la agonía a Afrodita por
las múltiples infidelidades que había generado siglos atrás por la
súplica de miles de mujeres. Pero no lo conseguiría con facilidad,
así que recurrió a su arma secreta.
La historia de Apolo comienza unos cuantos años antes de su
nacimiento. El rey de Chipre había tenido una hija y este
proclamaba a los cuatro vientos que era el ser más bello del
mundo. A la diosa Afrodita no le sentó nada bien esta afirmación
y como motivo de venganza le mandó una maldición que haría
que el rey y su hija la princesa mantuvieran relaciones
incestuosas.
Afrodita había tomado decisiones en el pasado que, en la
actualidad, estaban pasando factura sobre sus hijos.
Tras quedar encinta de su propio padre, la joven huyó
perseguida por este, que encolerizado intentó terminar con su
pecado imperdonable. La diosa sintiéndose culpable por su
imprudente decisión, se convirtió a la princesa en un árbol de
mirra, del cual 9 meses después nació un bello niño mortal. Uno
que merecía una medalla por ser el más hermoso de todos.
El destino del pequeño era incierto. Para la diosa las cosas se
habían salido de control. No sabían qué hacer con el pequeño
niño. Pero, después de pensarlo, lo ocultó en un pequeño cofre
llevándolo a Perséfone, esposa de Hades y reina del Averno. Le
encargó que cuidara de aquel cofre sin nunca ver su contenido,

LURU
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ya que Afrodita en el fondo había quedado impresionada con el


niño y al crecer quería que solo fuese de ella. Con el paso del
tiempo la curiosidad pudo más que la diosa de los muertos y
guiada por sus instintos abrió el cofre encontrando al hermoso
niño y enamorándose de él inmediatamente como sólo Afrodita
podía hacerlo.
El tiempo convirtió a Apolo en un niño fuerte, hermoso y sobre
todo muy atractivo. Tenía cabello color caramelo,
un físico impresionable y quería convertirse en un gran cazador.
Sí, Apolo era su nombre de aquel que nació de una forma
incestuosa en un pasado griego.
Fue aquí donde comenzó la disputa. Perséfone y Afrodita
estaban peleadas a muerte por obtener la atención del joven
Apolo y es por esto mismo que llevaron el caso al Olimpo. Zeus
salomónicamente decretó que Apolo debería pasar cuatro meses
con Afrodita en la tierra, cuatro en el averno con Perséfone y
cuatro meses con quien él desease para que luego pudiera
elegir.
Pero...fue Afrodita quien no respeto el decreto del padre de los
dioses.
Entre seducción y seducción, Apolo y Afrodita tuvieron muchos
encuentros carnales y en ella se plantó una semilla que tardó
muchísimos años en florecer en el vientre de la joven diosa de la
belleza.
Claramente no fue cosa del destino que Apolo
naciera. Némesis había planificado aquel encuentro porque sabía
que Afrodita era lo suficiente testaruda como para conseguir a
cualquier hombre que quisiera.
Apolo no fue una excepción.

LURU
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Y aquí no termina esto. Para Perséfone, la muerte de Apolo no


era un problema sino más bien una bendición ya que al
descender al inframundo, Perséfone podría disfrutar por la
eternidad de la compañía de este seductor mortal. Pero no todo
sería tan fácil, Afrodita volvió a recurrir a Zeus para pedir estar
con su joven amado. Zeus dictaminó que Adonis pasaría desde
ese momento seis meses con cada diosa. De este modo Adonis
consiguió la inmortalidad, considerándose un Dios gracias a ello.
Afrodita al ver que Perséfone, la diosa del infierno, había
conseguido aquella victoria suya, la joven de la belleza no se dejó
vencer porque sabía que tarde o temprano caería el karma sobre
ella.
Afrodita, tiempo antes se había metido con Hades, quien ahora
era esposo de Perséfone...
¿Quién había ganado después de todo?
¿Si Afrodita había salido del Inframundo con una tercera semilla
según cuenta la historia y en realidad una de ellas ya estaba
instalada hace tiempo en su vientre?
Por supuesto que aquello no podía saberse, porque
la única diosa que tenía aquella verdad era Némesis.
Una mentira puede ocasionar una tragedia.
Y aquella tragedia explotó en Max y Ada cuando decidieron
terminar con sus vidas en un día frio de New York. Ambas almas
se vieron destinadas a separarse, y encontrarse en el lugar más
recondito del universo, consumidos por un amor que no era
permitido ante los ojos de los dioses griegos. Pero aún así,
pasaron por alto la súplica de que aquello parara de una vez por
todas.

LURU
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Aunque, es aquí donde nuevas conjeturas se abren para sacar


hipótesis entre los lectores de esta historia y yo soy la portadora
de esta historia que quiere traer la calma.
Hay algo que nadie sabe...una de aquellas semillas que
transportaba en el vientre Afrodita, al nacer, murió.
Uno de los hijos de Afrodita había nacido muerto y ella no sabía
si se trataba de uno de los hijos de Hades o de Apolo.
Es aquí donde la figura de Atenea aparece y puede que esta sea
la salvación para que ambos protagonistas de esta
historia...puedan estar juntos y obtener aquel final que tanto
desean...

LURU
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Capítulo 8
Miranda tardó en respondedor cuando le conté lo que sucedió
con Max en el Inframundo. Parecía estar procesándolo, con la
mirada en la playa, en aquella espuma blanca que tocaba la
arena blanca como una danza que no paraba de repetirse.
—Te embarazó en contra de tu voluntad —soltó, indignada. Me
miró — ¡Lo hizo y no me lo niegues!
Asentí, sintiendo aquella dolorosa sensación de traición como si
se tratara del primer día, cuando lo hizo.
¿Cómo negar algo que era cierto?
—¿Sabes lo más cruel de todo esto, Miranda? —La miré. Mi voz
sonó débil -. Yo sí, en lo más profundo de mi corazón quería
tener hijos con Max antes de saber que él y yo éramos ... —no
era capaz de decirlo, así que continué—. Pero no me embarazó
por amor, sino para sacarme del Inframundo por una estúpida
promesa que le hizo a mi madre. Me embarazó con ese
propósito. No sabía que la única manera de sacar a un alma era
esa. No le importó siquiera mi opinión, no me escuchó cuando le
dejé en claro que yo no quería volver a la tierra. Nunca se lo
perdonaré.
—¿Y cómo seguirás después de esto? —Me preguntó, con cierto
odio hacia Max —Te mandó a la tierra en contra de tu voluntad,
te dejó embarazada y ahora estás sin dinero en la tierra ¿puedo
matarlo? —Me pregunta, haciéndome entender que quizás, su
propuesta era en serio.
Mis manos fueron a mi vientre de manera involuntaria, pero en
cuanto lo hice y me di cuenta, las aparté de forma inmediata. No
estaba lista. Aún no.

LURU
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—Es por eso que me marché de New York —le confesé —. Quise
alejarme de todo lo que me recordaba a él. Mi reunión con él en
el Inframundo fue hace dos años, Miranda, y aún me cuesta
olvidarlo e incluso ayer te he dicho que pretendo decirle que
nuestra relación podría funcionar a pesar de nuestro linaje
familiar que nos une. Pero ahora que lo pienso...él sólo quiso
darme no sólo una vida en la tierra...sino dos.
—Cerdo egoísta —masculló Miranda, llevándose el pico de la
botella a los labios y haciendo un movimiento de negación con la
cabeza.
—A nadie le importó lo que yo quería. Perdóname si te lastimo
con mis palabras, sobrina. Pero yo no quiero estar viva —
carraspeé, sintiendo la frustración carcomer mi cabeza —. Y
ahora estoy aquí, esperando a que la semilla en mi vientre
florezca algun día. Dejé de beber alcohol, esperando a que aquel
futuro niño o niña se manifieste. De todas formas, pueden pasar
años o como puede ser mañana.
Miranda tomó mi mano por encima de la mesa y le dio un ligero
apretón.
—No estás sola —me dijo, con voz calma, buscando mis ojos —.
No voy a dejar que tú y mi futuro primo o prima estén solos en
este mundo. Ese canalla te envió sola, contra tu voluntad ¿cómo
puedes seguir amándolo?
—Porque tengo la esperanza de que esto sea parte de un plan —
se me quebró la voz —. Porque tengo la esperanza de que él,
algún día, regresará a la tierra y se hará cargo de su hijo y me
demostrará que su boca, cuando soltaba un te amo, era genuino
y no una farsa.
Disfrutar unos días con mi sobrina me bastó para tener la mente
centrada en cosas que no vincularan a Max Voelklein. Salimos a
bailar, a pasar los días en la playa soleada, preparamos comida

LURU
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casera en casa y por poco prendemos fuego el apartamento.


Fuimos a un show de stripper porque Miranda quería pensar en
otro abdomen que no fuera el de Adam.
Entonces, decidimos salir en su última noche en Miami ya que
debía regresar a estudiar. Nos pusimos uno de nuestros mejores
vestidos ajustados y que se daba una generosa vista de nuestro
escote, unos zapatos de tacón que nos hacía más altas de lo que
éramos.
Tomamos nuestros bolsos y nos fuimos. Pedimos un taxi porque
no queríamos arruinar nuestro cabello arreglado con los cascos
de la motocicleta.
Entonces nos detuvimos frente a un bar que se volvía discoteca
pasada las once de la noche los sábados. El sitio se llamaba Zinza.
—Dios, si no tengo un polvo con alguien esta noche me volveré
loca—me dice Miranda mientras bajábamos del coche luego de
pagarle al taxista.
—Yo estuve dos años sin follar y mírame, estoy bien —le digo,
tras entrelazar mi brazo con el suyo y empezamos a caminar en
dirección a la entrada del bar.
—¿Tu futuro embarazo te impide tener ganas de tener un rollo
de una noche o estás tan enamorada del imbécil naranjudo?—
me pregunta, con una ceja arqueada.
—Simplemente no tengo ganas—le dije, con aire desinteresado y
levantando los hombros—. No lo veo como algo primordial en mi
vida en este momento, supongo.
—¿Qué pasó con la Ada Gray que se follaba a todo aquel que
quería?—empezó a reírse, mirándome de pies a cabeza—. Si vas
a estar aquí, en la tierra, al menos recuerda lo delicioso que es
un orgasmo.

LURU
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Me sonrojo. Tampoco tenía abstinencia por enrollarme con


alguien. Max estaba en mi mente. Cada vez que quería hacer
algo o cualquier acción me llevaba a pensar qué haría él y si la
estaría pasando bien en el Inframundo. Lugar donde debería
estar yo y no él.
No quería pensar que él estaría con una chica allá abajo…¿O si?
Aparté esa hiriente idea de mi cabeza. Max no me haría algo así.
Miré mi anillo de compromiso en mi mano izquierda, echándole
una fugaz mirada y viendo cómo la piedra blanca brillaba por la
luz neón rosa de la entrada. La noche era perfecta. Ojalá
pudiéramos ver el mismo cielo Max. Ojalá hubiéramos terminado
juntos en el Inframundo.
Pero él había querido que las cosas fueran diferentes. Porque
claro, él tomó la decisión que tomo completamente SOLO.
—Ada.
La voz de Miranda me saca de mis pensamientos de manera
brusca y le dedicó una sonrisa para que vea que tiene toda mi
atención.
—Lo siento, claro debo pagar…—ella pone su mano en la mía
cuando pretendo sacar dinero de mi bolso cuando nos
encontramos frente a uno de los hombres que resguardan el
sitio.
Queríamos el VIP, por eso pretendíamos pagar.
—Cariño, acabo de pagar yo—me dice ella, deteniéndome. Yo
frunzo el ceño, sin entender y ella me explica—: Pagaste muchas
cosas por mi estas dos semanas, permíteme pagar el VIP aunque
sea.
Relajo los hombros.
—Gracias—le agradezco con honestidad.

LURU
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El hombre acepta nuestros billetes y nos coloca dos pulseras de


un color rojo flúor que dice ZINZA VIP en nuestras manos
izquierdas y levanta la cinta roja que nos frena frente a la
entrada para permitirnos el paso.
La música retumbaba en mi pecho. La oscuridad en su plenitud
hubiera sido perfecta pero las luces de colores iluminaban desde
el techo, creando un efecto de pausa por segundos. Aquello me
mareaba un poco. Aferré mi brazo al de Miranda, quién
caminaba meneando la cadera con cada paso que daba. Mi idea
era que disfrutara su última noche en Miami conmigo. Pasar
entre el tumulto de personas bailando fue un desafío y era
inevitable no sentir varias miradas masculinas y para mi
sorpresa, femeninas, recaer sobre nosotras. Miranda parecía
ajena lo que pasaba a su alrededor, ya que parecía está
dominada por la música a todo volumen. Logramos llegar a la
barra de bebidas sanas y salvas.
—Recuerda que tú no debes beber alcohol—me dice ella, en
tono advertente.
—Si, no te preocupes. Me conformo siempre con un daiquiri de
frutilla o pomelo, sin alcohol. Son mis favoritos—le digo.
Fue llegar a la barra y pedir nuestras bebidas. Miranda optó por
una piña colada y yo con mí típico daiquiri fui feliz. Luego de
beber, fuimos directo a la pista a bailar a penas sonó una canción
que ambas conocíamos: Untouched de The Verónicas.
El cuerpo pegado de las personas, bailando y pegoteados el uno
al otro, era una sensación extraña ya que hace tiempo no salía
como aquella noche. Siempre me sentaba en la esquina de un
bar a beber algo, pasando desapercibida entre la multitud y
dispuesta a no ligar con nadie.
Estábamos en el sector común, ya que no había muchas
personas allí y sería algo incómodo bailar así. El sector VIP estaba

LURU
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ubicado en un segundo piso y tenía vista al piso principal y así,


observar la cantidad de personas sumidas en su mundo.
Miranda y yo, bailábamos pegadas, meneando hasta abajo y de
una forma que atraía la miradas masculinas.
Mis manos recorrían mi cuerpo, disfrutando de la canción y
cerrando los ojos para adentrarme en ella. Mis manos iban de mi
cuello a mí cintura y aquella sensualidad que tanto guardé un día
con llave, quería salir. La tentación de seducir a cualquier
hombre me tenía en la mira. Un cosquilleo recorrió mi
entrepierna en cuanto tuve el deseo de acostarme con alguien.
Mis ojos se abrieron un poco y no sé por qué fueron directo a la
planta de arriba, en aquel sector que Miranda y yo habíamos
pagado. En aquel barandal de fierro n***o y apoyando sus
enormes manos contra ellas, lo vi.
Entonces si, lo vi. Pestañeé incontables veces para tratar de
adaptar mis ojos ante la oscuridad, el humo artificial y las luces
de colores. Era él.
Tenía a dos mujeres acompañándolo, una en cada lado, quienes
pasaban sus manos por sus hombros y no dejaban de tocarle el
pecho, desprendiendo los botones de arriba de su camisa negra y
sacarle charla a la que él no estaba dispuesta a responder.
Nuestros ojos se encontraron. Tenía una mirada profunda, fría y
distante y estaban puestos en mí. Sólo en mí. Dejé de bailar por
más que la música se escuchará de fondo debido a que toda mí
atención estaba sobre él. Las chicas que lo rodeaban parecían
ajenas a lo que estaba ocurriendo.
Dolor, furia y sobretodo, decepción haciendo presión en mi
pecho. Evadí las ganas de llorar. Si tenía el corazón destrozado
aquella última vez que lo vi. Todo lo que quedaba de mi amor
por él, se había esfumado.

LURU
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Max había regresado del inframundo y estaba frente a mis ojos,


en la mira. El tiempo se detuvo entre los dos
Había vuelto y no me había dicho nada.
Rencor. Lo único que sentí fue rencor hacia él.

LURU
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Capítulo 9
Su mirada era la cruda evidencia de que él pensaba que yo
estaba haciendo algo mal. Cuando, en realidad, no era yo la que
tenía dos hombres a mi lado, luchando por captar mi atención y
llevarme a la cama.
—¡Oh mierda! —Escuché decir a Miranda a través de la música
alta al darse cuenta de lo que yo estaba mirando—. Ese no es…
¡Oh mi Dios!
Asentí, afirmando su suposición. No podía dejar de mirar a Max y
él no podía dejar de mirarme a mí. Había soñado un reencuentro
distinto, donde había múltiples escenas en las que él venía a
buscarme, nos mudábamos al lugar más recóndito donde no
fuéramos juzgados y en donde vivieramos felices por
siempre. Así, de la forma más hermosa nos imaginé.
¿Cómo el destino puede apagar tus ilusiones, tu luz de esperanza
sobre una persona y darte una bofetada al demostrarte que la
que maneja tu vida es él y no tú? Anoche soñé con Max, todos
los días lo soñaba, sabía que cuando caía la noche, mis sueños le
correspondían.
Pero, por primera vez, sabía que aquella noche no soñaría con él
en absoluto.
—Necesito que te tomes un taxi. Ve al apartamento y quédate
allí, por favor — le pido a Miranda, con la voz temblándome y
con las palabras atropelladas mientras buscaba la llave de mi
apartamento para dárselas.
Miranda miró en dirección hacía Max, quién parecía no
reaccionar ante nuestro encuentro y seguía mirándonos a
ambas, con el rostro descompuesto y con la ira carcomiéndole el
rostro. Parecía muy enojado.

LURU
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—¿Ada, realmente quieres que te deje sola? —Me preguntó ella,


algo temerosa por mi decisión.
—Lamento que esta noche termine de forma tan repentina, pero
no puedo pensar qué haré ahora si tú estás aquí. No podre
cuidarte. Lo siento.
Dios, las ganas de llorar estaban aumentando a cada segundo.
—Está bien, tía. Te veré allí—me dijo ella, sin intenciones de
interponerse en mi decisión.
Le doy la llave y ella se marcha. Agradecí que entendiera lo que
estaba ocurriendo y no me discutiera por arruinarle su última
noche en Miami.
Salgó de mi estado de shock en cuanto veo que él se aleja de mi
vista con ambas mujeres, desapareciendo completamente.
No. Necesito una explicación. Ese maldito no me va a dejar con
todas las palabras en la boca que tengo y exijo soltarle.
Mi cuerpo reacciona ante mi petición y comienzo a caminar con
paso acelerado entre las personas hasta toparme con el primer
escalón de madera y super fino que subía al sector VIP de Zinza.
Aquella escalera no estaba diseñada para tacones finos. Un paso
en falso y podría matarme.
Si el Inframundo es muy cobarde por venir por mí, yo iría hacía
él. Subí los escalones interminables hasta que llegué al último y
pude ver con mis propios ojos, a Max, confirmando lo que no
quería ver. Si no me daba una explicación de una forma
inmediata lo mataría con mis propias manos.
Logré verlo sentado en un sofá de respaldo alto, de terciopelo
oscuro mientras bebía muy relajado su whisky apoyando su codo
en el apoya brazos. Todo él me resultaba extraño, algo andaba
mal.

LURU
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La segunda planta era bastante oscura y no contaba con luces de


colores ni humo, sólo oscuridad y varios tubos en la pared que
irradiaban una luz azul y tenue.
Esa iluminación chocaba contra el final del cabello de Max. Lo
que me dejó boquiabierta fue ver lo enorme que estaba. Sus
brazos habían aumentado en tamaño de una forma brusca,
amenazando con romper su ajustada camisa negra.
Otro cosquilleo en la entrepierna me invadió.
Un hombre alto se puso frente a mí, obstaculizando mi vista.
—¿Tiene pulsera roja? —me pregunta, serio y con voz
monótona.
Le muestro mi pulsera y me deja pasar al instante, recuperando
mi enfoque sobre Max. Había mujeres y hombres que bailaban
con sus cuerpos pegados al otro al ritmo de la canción que
sonaba a todo volumen.
Tomé aire. Cálmate Ada. Cálmate o esto será una masacre.
Me pongo frente a él y las chicas que están a su lado me miran
de pies a cabeza, como si fuera mierda pura. Max, sin embargo,
tiene sus ojos puestos en mis caderas y no tarda en subir
lentamente sus ojos por todo mi cuerpo hasta llegar a mi rostro.
Me cruzo de brazos y lo fulmino con la mirada. Mis fosas nasales
se expanden, buscando aire. La ira que fermenta en mi pecho
quiere gritar, desahogarse, pero me mantengo acorde.
—Señor Voelklein—un hombre aparece a mi lado —¿Esta joven
lo está molestando? —le pregunta, sin siquiera mirarme.
—No —le dice él, con frialdad y sin apartar la mirada de mí —.
Liberen toda la zona VIP.
—Pero señor...

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—¿Tengo cara de que estoy bromeando? —carraspea Max,


frunciendo el ceño y con un gesto asesino que me estremeció —
¡Págale doble al dueño, pero libera toda la maldita zona y así
puedo hablar con mi hermana!
Hermana. Eso provocó que mi pecho sintiera una punzada. Mis
ojos se cerraron un segundo, como si intentara procesar lo que
acababa de soltar. Volví a abrirlos, haciéndole frente.
Su guardaespaldas se remueve, incomodo, pero asiente, con un
gesto disgustado claramente disimulado para no hacer enojar
más a su jefe. Mis ojos aún siguen puestos sobre Max, quien en
pocos minutos logró sacar a todas las personas del sector para
que sólo quedáramos él y yo.
Cuando bajó la última persona por las escaleras, se le relajó el
gesto de una forma tan obvia que algo en mí se alivió un poco,
creyendo que quizás, estaba fingiendo.
—Deja de mirarme así —masajea su frente con la yema de sus
dedos —. Deja que te explique antes de que me comas vivo.
Sacó mi anillo de compromiso de mi dedo y lo sostengo con mis
dedos frente a él.
—Espero que tengas una buena explicación, Maximiliano. O haré
de este anillo billetes o te lo meteré por donde no te da el sol—
carraspeé, rogando que no se me cortara la voz por el nudo en la
garganta que tenía instalado.
Observo que él no lleva el suyo y eso me parte el corazón. Mi
enojo aumenta drásticamente y cualquier argumento no
justificaba que no tuviera su anillo.
Rápidamente me sentí una estúpida por tener el mío al saber
que él no tenía el suyo.

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—Estás tan preciosa. El cabello largo se te ve tan bien—me dice,


ofreciéndome su mano para sentarme en su regazo.
Me niego a hacer eso. Ni sus palabras logran aflojar mi actitud
frente a él. Apreté el anillo más con mis dedos y lo muevo de un
lado a otro, lentamente.
—Se te termina el tiempo, Voelklein —lo amenazo.
—Te extrañé —sus labios formulan aquellas palabras mudas a
través de la música.
—¿Terminaste?
Se le endurece el gesto al ver que yo no bajo la guardia. Nuestra
relación, en aquel momento, en aquel instante, dependía
únicamente de él y lo que podría decir en su maldita defensa.
—¿Podemos hablar de esto en un lugar más tranquilo? —me
ofrece, impaciente.
—¡Acabas de echar a las personas del VIP! —le grité, sin
paciencia.
—¡Lo sé, pero...! —mira en dirección a la derecha de una forma
fugaz y luego me mira a mí. Se levanta de un salto y toma mi
brazo, tirando de mí.
Yo protesto, pero a él no parece importarle. El contacto de su
mano contra mi piel se me hizo tan familiar que despertó
muchos recuerdos íntimos. Mierda.
Cuando me doy cuenta, nos estamos metiendo en el baño del
sector privado y eso me pone intranquila. Las luces blancas por
fin tocan mis ojos ya que la falta de luz me estaba mareando
muchísimo. El baño sólo tiene un espejo cuadrado inmaculado,
un lavamanos de mármol, inodoro y ¿una ducha? ¿Es en serio?
¿Quién demonios agrega una ducha en una discoteca? Quizás
antes era una casa.

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Max cierra la puerta de un portazo y vuelvo a la realidad,


sobresaltada.
La música se apacigua, pero las paredes retumban por ella al
igual que sigo sintiéndola en mi pecho.
Retrocedo hasta que siento que mis piernas chocan contra el
mueble del lavamanos. Los ojos color caramelo del que aún no
sabía si continuaba amándome, me miraron con frialdad y
lejanía. Su rostro parecía reflejar el enojo mismo y la
incertidumbre que me impedían saber qué estaba atravesando
por su cabeza.
De pronto, la temperatura sube.
Apoya su espalda contra la pared de color n***o y me mira, con
el mentón levantado y se cruza de brazos.
Estábamos a unos cuantos pasos del otro porque sabíamos que,
en nuestro interior, deseábamos matarnos de una forma sexual.
Pero eso, en la tierra, estaba prohibido.
—Volví porque hice un trato con mi padre —me confiesa de una
vez, con voz apagada —. Regresé a New York hace dos años,
pero cada verano viajaba aquí, a Miami, para cuidarte a la
distancia.
¿Qué?
Mis labios se separaron al escucharlo. Pestañeé un par de veces,
sin poder creerlo. Mis ojos se desviaron a un punto del baño, en
alguna mancha de humedad negra en alguna esquina. En algún
lugar donde no estuviera Max mirándome.
—El trato consistía en que, si regresaba, no volvería a verte.
Tengo y debo fingir que te he olvidado —continua, con gran
fragilidad—. Debo fingir que no existes, cuando en lo único que
pienso es en ti en cada instante ¿sabes lo que es dormir e

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imaginar que tú estás allí, a mi lado, abrazándome y dándole


consuelo a mi alma que no para de preguntar por ti?
Muerdo mi labio, reprimiendo un suspiro. El pecho de Max subía
y bajaba de forma rítmica, como si le faltara el aire. Hacía calor,
podía afirmarlo, incluso el vestido se me pegaba al cuerpo. No
había aire y la abertura que estaba diseñada para ventilar, no
alcanzaba para secar nuestro sudor.
—Y yo pensando todo este tiempo que te encontrabas en el
Inframundo... —susurré, sin voz, perpleja—. Creyendo que
estarías solo, durante días interminables...
Mi vista se vio empañada por las lágrimas, difuminando un poco
a Max.
—Ahora tengo el control de un restaurante en Miami, bajo mi
supervisión total. Estoy aquí con la excusa de que estoy
manejandolo todo. Cerrando números, contentando al
personal... —mueve su mano mientras habla, con desdén—. Me
he enterado que te has unido a la agencia Divine Beauty y
dejaste tus estudios en New York —la conversación cambia
repentinamente y recae sobre mí.
Yo lo observo, en silencio.
Él cambia el peso de su cuerpo apoyándose en su otro pie y me
mira, preocupado. No podía creer que estaba viendo aquel
rostro que solo podía observar en fotografía durante aquellos
años de soledad. Y ahora estaba allí, mirándome.
—Dos años pensando que tú estabas... —digo, sin poder apartar
sus palabras de mi cabeza —¡No diste ninguna maldita señal! —
explotó al igual que mis lagrimas—¡Si tanto te tengo preocupado
qué demonios haces en una maldita discoteca a las doce y media
de la noche con dos chicas! —me falta el aire—¡Me dejaste
embarazada y sabe Dios cuando tu hijo o hija se manifestará en

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mi vientre!¡Y tú estás ahí, tan tranquilo con tus miles de dólares,


bebiendo y yo luchando por conseguir algo estable para ahorrar
dinero y así comprar una miserable cuna!¡Una maldita cuna,
Max!¡Me mandaste al mundo en contra de mi voluntad! —lo
acuso con los dientes apretados y señalándolo con el dedo—
¡Vete a la mierda, Voelklein!
Le arrojo el anillo que impacta contra su pecho y cae sobre el
suelo, dando varios rebotes hasta que finalmente se queda
quieto. Él me mira, con los ojos abiertos, descolocado.
—¡Te he cuidado a la distancia porque otra cosa no puedo, Ada!
—exclama, con fervor —¡Mi padre me ha dejado claro que si
intento regresar contigo...me enviara de nuevo al Inframundo,
olvidándose cualquier pacto de paz entre los dos! —da varios
pasos en mi dirección, con aire suplicante—. Te he cuidado, sé
qué pasos diste aquí en Miami, sé cuántas horas pasas encerrada
en tu apartamento y que sólo sales para hacer las compras o
correr. Sé que tienes una buena vida aquí y que puedes hacer
todo sin necesitarme. Estoy pendiente constantemente para
saber cuándo quedaras embarazada.
Sus manos se apoyan en mis hombros y yo ruego por dentro que
se aparte, que me deje en paz. Su contacto lo hace más difícil.
Me obliga a mirarlo directo a los ojos con su dedo sobre mi
mentón, el cual lo levanta con cuidado.
—Por favor, créeme...—me suplica en un susurro inaudible, con
los ojos cristalinos y el rostro enrojecido por la desesperación
que lo acecha.
—¿Cómo seguiré mi vida al saber que tú estás aquí y que no
podré evitar correr a tus brazos? ¿Cómo podré vivir sabiendo
que tú estás a pasos de mí, sin poder besarte, tocarte y amarte?
Dame consuelo para los sueños que se volverán pesadillas y las
lágrimas que derramaré sobre mi almohada cuando te deje ir.

LURU
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Dame consuelo al saber que tú no estarás junto a mí —le pido,


con la voz rota —. Me mandaste a un mundo en el que no quería
estar, cuando la única razón por la cual me fui, fue porque no
podía tenerte cómo yo quería —apoyo una mano contra mi
pecho—, cómo yo deseaba. Mírame. Mírame, estoy en el mismo
lugar donde nos enteramos que éramos hermanos. Destrozada,
sin respuestas y sin saber qué hacer sin ti.
—Eres fuerte sin mí, Ada —me dijo, rápidamente, acunando con
sus manos mis mejillas empapadas—. Valiente, inteligente y
serás capaz de todo lo que te propongas, amor mío. Pero debes
dejarme ir. Amarme y amarte desde la distancia. Prefiero estar a
pasos de ti, cuidándote, siendo tu dios que trae la calma y no en
un mundo donde los muertos predominan. En la incertidumbre
de saber si estás bien. Mi amor por ti está aquí—se lleva una
mano a la altura del corazón—, y no se va a morir.
Y sin darme paso a decirle algo, los labios de Max buscan los mío
y yo me veo consumida por el pecado de dicho acto.

LURU
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Capítulo 10

Max me levanta con sus fuertes brazos y me sienta en los


lavamanos de mármol. Me abre las piernas con sus manos, con
cierta desesperación contagiosa mientras nos consumimos en los
más acalorado de los besos. De aquellos que sólo son una
necesidad, una urgencia que no puede ser postergada.
Se mete entre mis piernas, haciéndome sentir su miembro que
se pega contra mi punto más íntimo, ya que cuando me levanté,
mi vestido rojo también hace esa acción y queda por la mitad de
mi trasero, dejando a la vista mi braga de encaje. Su entrepierna
hace presión, causando que suelte un leve gemido.
Mi cabeza se pega contra el frio espejo, mientras él realiza un
camino de besos de mis labios hasta mi garganta. Sigue bajando
con sus labios humedeciendo mi piel hasta llegar al inicio de mi
escote, causando múltiples escalofríos que recorren mi espalda.
Mis manos se hunden en su cabello y lo obligo a que continúe su
recorrido. Él, se ve encantado.
Con ambas manos, tira hacia abajo la tela del vestido de forma
salvaje, descubriendo ambos pechos desnudos. Entre jadeos y
sudor, él mete en su boca un pezón, provocando que suelte el
aliento de manera ruidosa al sentir como sus dientes se hincan
en él.
—Extrañaba hacerte eso —jadea él, y veo cómo emboza una
sonrisa que sólo significa peligro.
Succiona ambos pechos, juguetea, me tortura y su lengua es el
profundo castigo de mi placer que quiere estallar con él.
Busco la hebilla de su pantalón con mis torpes dedos y dejo a la
vista su bóxer n***o con una tira que delata la marca. Su

LURU
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pantalón quiere romperse y su bóxer está lo suficiente estirado


por su miembro erecto.
Ambos nos miramos, preguntándonos en el silencio de una
discoteca si proseguir y pecar o dejarlo allí, con unas ganas que
nos comían vivos. En cambio, Max toma la iniciativa y saca su
miembro, sin antes tocarme a mí con sus fuertes dedos. Gimo.
—Sí, estás tan mojada cómo deseo —me dice, entre dientes.
Sin perder más, lo toma con una mano y lo apoya su punta
contra la punta de mi clítoris. Muerdo mi labio inferior,
reprimiendo otro gemido. Comienza a moverla, rozándonos. Dios
mío.
—¡Deja de torturarme y métemela! —le suplico, sin voz y entre
dientes
Él sonríe entre dientes, viendo mi clara desesperación y sin
pensarlo dos veces y con gran velocidad, corre la tela de mi
braga hacia un costado y me penetra con fuerza. Me estremezco.
Comienza a moverse, apretando mi cuerpo contra el suyo. Con
una de sus manos aprieta mi nuca para estamparme la boca de
un beso con lengua tan adictivo que es imposible dejar de
hacerlo.
Sus movimientos aumentan y la intensidad por llegar al clímax se
vuelve una necesidad tanto como para mí como para él.
Deja de besarme y pega la punta de la nariz con la mía, para
mirarme a los ojos.
—Te amo cada maldito segundo de mi existencia —me dice,
entre jadeos.
Aprieta los dientes, con cada embestida su rostro se torna un
rojo en las que sus pecas sobresaltan.

LURU
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Mis piernas se entumecen, mis uñas se deslizan por el cuello de


su camisa y rasguñan su espalda como si no bastara lo cerca que
está. Mi pulso se acelera, mi vientre se contrae y consigo llegar al
orgasmo. Mi boca se abre en un impulso de liberar un gemido,
pero Max lo detecta al instante y me cubre la boca con la palma
de su mano para acallarlo.
De pronto, hunde su rostro en mi cuello y succiona en un lado
con sus labios, provocándome un cosquilleo mientras transito el
después de un orgasmo.
Max no tarda en correrse en mi interior, empapando mis partes
íntimas. Veo como en su cuello se le marcan las venas y como sus
músculos se tensa. De pronto, su cuerpo se desploma contra el
mío y su rostro se pega en mi escote mientras intenta recobrar el
aliento perdido. Lo abrazo, mientras mi corazón no para de latir
con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho.
—Qué fuerte te late el corazón —me dice él, con ánimo —. Sé
que es genuino cuando te corres para mí, porque él te delata —
confiesa, apoyando su mentón contra mi pecho y mirándome
con una sonrisa y con varios mechones de su cabello pelirrojo
pegados a la frente por el sudor.
—¿Volveremos a vernos? —le pregunto, temerosa por lo que él
pueda llegar a responderme.
Aprieta los labios y se aparta de mí, para meter su miembro
dentro del pantalón y así luego, abrochar su hebilla. Otra vez, el
aire es cortante y me arrepiento por preguntarle eso. Pero, lo
creo necesario para saber cómo sigue esto.
—Ada, tengo algo que decirte —me dice de pronto y yo
presiento lo peor —. Voy a casarme.
Mi frente se arruga por el asombro y mis labios se separan. Mi
alrededor se detiene y no puedo dar crédito a lo que dijo.

LURU
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—¿Qué...dijiste? —lo oí bien, muy bien, pero necesitaba


corroborar que mi mente no me jugó una mala pasada e inventó
cosas que sólo podían causarme pesadillas.
Max traga saliva y entrecierra los ojos, sin poder decir palabra
alguna. Se aclara la garganta.
—¿Recuerdas que hace dos años atrás asistimos a la boda de mi
amiga Emilia?
Asiento con lentitud, mientras estoy queda y subo con mis
manos temblorosas mi vestido para cubrir mis pechos. No
comprendo qué está ocurriendo y a dónde va la conversación. En
aquella boda su madre me dijo cosas horribles para separarme
de su hijo.
—Emilia, meses después se divorció de su esposo porque ella
estaba perdidamente enamorada de mi—confiesa, con gran
dificultad—. Mi padre y el padre de Emilia son amigos hace
muchos años y creyeron conveniente que nosotros…
—No—espeto, sintiendo que las lágrimas quieren arrancarme el
valor para hacerle frente—. Por favor no me digas que te casarás
con ella.
Su silencio es todo lo que necesito para que me rompa en mil
pedazos.
—¡Yo no la amo!—me dice, acercándose a mí, pero yo bajo del
lavamanos de un salto y me alejo de él acorralándome contra
una pared lejana.
Max se tensa, destrozado.
—¡No puedes hacerme esto!—le grito, congojada—¡Acabamos
de hacer el amor y me escupes en la cara que te casarás!

LURU
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Todo mi alrededor se siente como si estuviéramos en un limbo.


Siento prontas ganas de vomitar y el aire me sofoca. No, no por
favor. Que sea una maldita broma de mal gusto.
—¡Es eso o regresar al Inframundo, Gray!—contraataca,
desesperado—¡Quiero quedarme aquí por nuestro futuro bebé!
Debo hacerle creer a mi padre que te olvidé.
Ojala te pudras Walter Voelklein.
—¡No sólo me estás lastimando a mí, sino a aquella chica con tu
amor no correspondido hacía ella, Max!
—¡¿Qué opción tengo?!¡Dilo!—me grita aún más fuerte y con su
puño cerrado golpea la pared más cercana y lanza un gruñido
como descargo.
Comienzo a llorar, cubriendo con mis manos el rostro. Me llevo
una mano al pecho, pegando mí cabeza contra la pared para
intentar mantener el equilibro.
Max me mira y de pronto veo ojeras en sus ojos, y su rostro que
sólo delata lo agotado que está. Todo se desmorona, lo siento. Es
de esas sensaciones en las que debes mantenerte fuerte pero no
lo consigo.
Max con otra mujer que no sea yo. Viviendo una vida que nos
correspondía a ambos y por diversos motivos el destino nos
quiere alejados el uno del otro.
—Se acabó—mis labios susurran aquellas palabras con un gran
pesar en mi interior—. Se terminó…
Max se acerca y pega su frente contra la mía. Mis lágrimas corren
por mis mejillas y cuando él intenta secarlas con sus dedos, me
corro hacia un costado, evadiéndolo.
—No hagas esto más difícil—le supliqué con frialdad. Aclaré mi
garganta, y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. Tomé

LURU
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mi cartera de mano y observé mi anillo en el sucio suelo del


baño—. Lo que nos une ahora es un bebé. Lo nuestro se
terminó—lo miré y veo que él está al borde de las lagrimas—.
Quisiste salvarme del Inframundo para traerme a uno peor. La
próxima vez me voy a suicidar lejos de ti para que no puedas
irrumpir en mis decisiones. Ten buena vida Max. Felicidades a la
novia.
Tomé la manija de la puerta, la giré y me fui, dejándolo solo.
Desee por más egoísta que sonara, que sufriera aquella soledad
tanto como me afectaba a mí.

LURU
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Capítulo 11
¿Qué sentirías con exactitud si te enteras que el amor de tu vida
estará con alguien que no seas tú? ¿Qué sensaciones te
atravesarían cómo un puñal en el pecho cuando te imaginas
cómo él y ella consiguen sus felices para siempre mientras tú,
sólo ves desde la distancia lo que tanto querías? ¿Qué sentirías si
te digo que ellos continuaran con sus vidas mientras tú te quedas
detenida en el tiempo, preguntándote qué hiciste mal como para
que todo terminara así?
¿Qué se te cruza por la cabeza si te digo que él y tú no acabaran
juntos después de todo lo que luchaste para que terminen
juntos?
Sí, aquello que sientes, aquella sensación desesperación,
angustia y ganas inmensas de llorar era lo que me estaba
carcomiendo por dentro. Como si un gran vacío se abriera en tu
pecho. Una sensación que sólo el más grande dolor y descensión
podría causar. Arde. Muchísimo.
Llegar a mi apartamento como si me hubiera costado horrores
regresar, fue lo más aliviador que conseguí. Ni siquiera recordaba
cómo llegué, ya que estaba consumida por un gran estado de
shock.
Miranda dormía plácidamente en el sofá, consumida por los más
profundos de los sueños.
Me deshice de los zapatos dejándolos a un costado de la
puerta. Dejé mi cartera de mano sobre la mesa de ratona del
living y me dirigí al baño, arrastrando prácticamente los pies y
con la vista nublada por las interminables lagrimas saladas que
rosaban mis labios.
Me metí a la ducha y dejé que todo se fuera por la cañería:
lagrimas, maquillaje, mis ganas de vivir...

LURU
LURU

Me deslicé contra la pared, desnuda hasta sentarme en el suelo,


sobre las baldosas mojadas mientras el agua de la ducha caía
sobre mi vientre y pecho.
¿Cómo pudo hacerme esto?¿Cómo era capaz de traicionarme
así? Estaba rota. Max había actuado sin pensar, sin tenerle a las
consecuencias que me golpearían a mí.
Me había suicidado por los pecados cometidos contra él y Adam.
Por enterarme que mi abusador era mi padre. Había terminado
con mi vida y Max tuvo el descaro de salvarme, sin que yo se lo
pidiera. Yo no quería ser salvada, no sabiendo que él y yo no
podíamos estar juntos.
Sé qué mi vida no terminaba por un hombre, pero lo que él y yo
teníamos era más que una simple historia de amor. Iba más allá
que eso.
—Y todo se terminó... —pensé en voz alta, entre sollozos.
Dejé que el agua tibia corriera, escuchando su sonido para
apaciguar mi cuerpo sacudido por el llanto desgarrador.
Él sería feliz con otra persona, con dinero en sus bolsillos y
alguien quién adorar. Mientras que a mí me tocaba sufrir aquello
como un duelo, con un futuro hijo en camino.
La colera me atormentaba, me consumía y me llevaba al lugar
más recóndito de lo oscuro.
Emilia era hermosa, yo la había visto en aquella boda. Cabello
n***o y ojos azules como el cielo. Delgada, fina y seguía plantada
en mi cabeza con aquel vestido de bodas de ensueño. Su imagen
en mi mente era la agonía.
La imaginé caminando hacia el altar con aquel vestido y a Max,
esperándola con un elegante esmoquin pegado a su cuerpo

LURU
LURU

musculoso. A Aquel pelirrojo con la mano tendida para que ella


la tome para que por fin estén juntos.
El odio y el amor estaban peleándose en mi interior para ver
quién ganaba y me dominaba.
El odio y el rencor ganó, sintiéndose victorioso.
Acompañé a Miranda al aeropuerto al día siguiente, sin decir
palabra alguna. Ella se volvió insistente por saber qué había
ocurrido la noche anterior en Zinza. Sin embargo, lo único que
salió de mí fue decirle “Te lo contaré cuando esté lista y lo
asimile”. Miranda no insistió y se lo agradecí. Entre besos y
abrazos nos despedimos el una de la otra.
Cuando llegué a la soledad de mi apartamento, me metí en la
cama y no salí por una semana.
Mi casa era un desastre. Platos sucios acumulados al igual que la
ropa en el suelo y comida chatarra en la boca a cada hora. Lo
peor fue torturarme con películas románticas para hacer catarsis
y así, desahogarme. Ay por dios, cómo lloré hasta sentir dolor en
los ojos.
Tuve abstinencia por beber alcohol, hasta que recordaba que no
podía hacerlo porque podría dañar al bebé. Si es que había
germinado la semilla.
Cada mes me hacía un test de embarazo para ver si daba
positivo, pero hasta el momento habían dado negativo. Sabía
con exactitud que el cuerpo de una diosa no pasaba por la regla,
como lo hacía una humana. Yo no había sangrado en mi vida. Así
qué no sabía cómo funcionaria un embarazo conmigo.
¿Y si me olvidaba de todo y regresaba al Olimpo, donde las
diosas conviven? La propuesta era tan tentadora que me lo
replanteé varias veces.

LURU
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Pero...era aburrido.
Se peinaban entre ellas, gozaban de banquetes, el sexo era
bienvenido y había dioses musculosos que me cortejarían sin
dudarlo. Hombres que no eran un maldito hermano mío. Había
fiestas y se discutía sobre el destino de los mortales. Sí, había eso
y mucho más. Yo había estado ahí junto a mi madre,
resguardada.
Recordaba que usaba preciosos vestidos blancos e inmaculados,
donde dominaba los tonos pasteles, el oro puro y las joyas
pesadas. No había preocupación alguna allí arriba.
Pero sabía que no era bienvenida por poseer el hijo de mi
hermano en mi vientre. Lo único que conseguiría era avivar las
malas lenguas y la desaprobación de los dioses. Avergonzar a mi
madre y a todo lo que la rodea.
El mes de Julio en Miami resultaba ser tan agobiante como
abrazador.
Era lunes por la tarde cuando me encerré en el baño, me realicé
un test de embarazo y di...positivo.
Sentí como se me cayó el mundo a los pies. Tenía el test entre
mis dedos y no podía dejar de observar una raya que estaba
marcada con gran intensidad y la otra viéndose un apenas. Dos
rayas. Un embarazo en camino.
La semilla se instaló luego de dos años de ser concebida.
Mis manos temblaban. Lo que podía a ver si el mejor momento
de mi vida, se convirtió en un mar de llantos y la soledad golpeó
aún más fuerte.
Mientras intentaba recobrar el aliento, mi celular sonó.
Era Mark, el de la agencia Divine Beauty. Antes de atender,
aclaré mi garganta y respiré hondo.

LURU
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—¡Hola! —lo saludé, con un gran sonrisa falsa en mis labios y un


tono de voz lo suficiente cantarina como para que sea genuina
mi felicidad por escucharlo.
No recuerdo la última vez que sonreí genuinamente.
—¡Hola Gray! ¿Adivina quién asistirá a una fiesta super
importante donde asistirán representantes de marcas super
importantes como Gucci y Praga? ¿Ya remarqué lo super? —me
pregunta, excitado —¡Tus fotos encantaron a muchas agencias
familias y te convertiste en uno de los rostros más cotizados, Ada
Gray! —exclama, feliz —¿Te apetece firmar contrato con
nosotros y quedarte exclusivamente con esta agencia que puede
abrirte muchas más puertas de las que piensas?
Miré el test de embarazo con su positivo que aún seguía
sujetándolo con mis dedos y miré mi reflejo en el espejo,
observando mi demacrado rostro lleno de ojeras y sin vida. Largo
un suspiro y luego respondo:
—¿Dónde firmo?
Luego de regresar de la firma de contrato con la agencia, opté
por salir a tomar algo de sol en la playa. Me puse el biquini de
dos piezas n***o y un sombrero de paja amarilla, más unos
lentes de sol oscuros.
El martes era un día caluroso así que decidí salir de mi
apartamento para despejar un poco mi mente y llenarme de
energía positiva. Oficialmente ya tenía trabajo y los de la agencia
me daban un gran número de dinero para que me quede con
ellos. Lo suficiente como para mantener a un bebé.
Bebé. Aún seguía tratando de asimilar la noticia.
—Prometo que no te faltara nada —le prometí en voz alta
mientras acariciaba mi vientre desnudo.

LURU
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Llevé una manta para poner en la arena y una soda que no tardé
en destapar y llevar a mi boca mientras observaba el agua que se
perdía en la lejanía. El sol picaba, mucho, pero la brisa de verano
creaba una gran combinación para no sentir mucho el calor.
Era época de turistas y estaba repleto de personas. Yo opté por
sentarme en un sitio donde no había tantas personas a mi
alrededor.
Pero entre tantas personas, encontré a la que no quería ver ni en
figuras. Mierda, mierda, mierda.
Max se encontraba tendido tomando sol en una reposera
mientras leía un libro con sus lentes de lectura puestos. Estaba a
varios pasos de mí, concentrado y cada vez que terminaba su
lectura en una página pasaba a la siguiente.
Tenía el torso desnudo y unos pantalones cortos azules de playa
que tenía varias palmeras dibujadas. Su espalda estaba salpicada
de pecas en su piel pálida y sus fuertes músculos estaban
flexionados sosteniendo el libro, causando que se ensancharan
aún más.
Tragué saliva con fuerza al ver que miró hacia su derecha y sus
ojos se encontraron con los míos. Aparté la vista de inmediato
hacia el mar, con el corazón latiéndome con fuerza.
¡Mierda!
Vuelvo a mirar de manera disimulada y veo que camina hacia mí
con su silla cerrada en la mano y con la otra sosteniendo su libro.
Ay por todos los cielos viene hacía aquí.
Bufo por dentro. Lo más detestable de todo esto es que mis ojos
en vez de recaer sobre su perfecto rostro, se ven desviados por
su físico tan candente que me pone nerviosa. Tiene el pecho
inflado y se le marca de forma destacable los cuadraditos sobre

LURU
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su abdomen. Una notable V se marca mientras camina hacia y se


pierde en sus pantalones cortos.
¿Estuvo durmiendo en el gimnasio o qué?
Cuando me di cuenta, lo tengo al lado, sentado y como si
ignorara mi presencia ya que vuelve a retomar la lectura.
Si piensa que yo voy a dirigirle la palabra está muy equivocado. Él
no existe más en mi vida (mentalicé eso por dos semanas y me lo
estoy creyendo cada día que pasa).
—Positivo—le suelto, con la mirada en el mar y con frialdad.
¡¿En qué quedamos mente?!¡¿No era que yo no debía hablarle y
simplemente ignorarlo?!
Presiento que Max me mira pero no lo correspondo, paso de él.
—¿Estás embarazada?—su voz titubea, nervioso.
Asiento con lentitud, con el corazón en la garganta. Un silencio
se expande entre los dos y solo se escucha el ruido del agua, las
personas charlando y los niños jugueteando.
—Esta mañana me hice un test y dio positivo—espeté—.
Felicidades Voelklein, serás padre—carraspeó, con una estúpida
sonrisa falsa.
—Seremos padres—me corrige y sin verlo siento que sonríe,
anonadado.
—Si, como sea—me llevo el pico de la soda a la boca y saboreo
su contenido con la única intensión de aflojar el maldito nudo en
la garganta.
—Te enviaré dinero a tu cuenta en un par de horas—me avisa.
—Cómo si el dinero pudiera remplazar a un padre ausente.

LURU
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Max se levanta de su silla y flexiona sus piernas para agacharse y


quedar frente a mí. Su cercanía me pone nerviosa y dudo se
apartarme de él o fingir que no me afecta en absoluto.
Me quedo con la segunda opción por más que mi pulso se
acelere.
—No seré un padre ausente, Ada—me dice, ofendido, tratando
de romper aquel muro que puse entre los dos—. Estaré contigo
en cuanto le de la tranquilidad a mi padre de que de ti me he
olvidado, Ada.
Me quito las gafas de sol con brusquedad y lo miro directo a los
ojos.
—Por supuesto que serás un padre ausente—le digo, con
sorna—. Tendrás más hijos con tu nueva esposa, no te
preocupes. Yo cuidaré de MI hija sola y sin ti. Estoy harta de tus
promesas vacías, Max.
Él aparta la mirada, soltando el aliento y se sienta en la punta de
la manta. Apoya una mano en mi pierna y yo finjo no
estremecerme por su contacto. Alejo mi pierna de él, enojada. Él
se decae peor.
—¿Sientes que es una niña?—me pregunta, con suavidad en su
voz—. Sabes que no voy a tener hijos con Emilia.
Lo miro con mala cara. De tan sólo pensar que ellos dos podrían
tener un hijo se me sube la cólera.
—Sí. Será una niña. Lo presiento—mi mano viaja hacia mi vientre
y se queda allí.
—Nacerá igual de perfecta cómo su madre—me dice y yo trato
de no embozar una sonrisa, así que sólo aprieto mis labios y dejo
de mirarlo para sacar una pelusa imaginaria de mi manta.
—Guarda tus halagos para Emilia.

LURU
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—¿Es que nunca vas perdonarme?—suelta, insistente.


—Me volviste a la vida, me embarazaste en contra de mi
voluntad, estuviste en la tierra dos años y sin darme señales de
que estabas aquí. Y recordemos que tendrás una maldita boda
con una súper modelo a la que tu madre tanto quiere y me ha
refregado en su casamiento lo mucho que la quiere—carraspeo
mientras enumero sus acciones con los dedos de mi mano y se la
enseño con gusto—. Tengo motivo suficiente como para estar
muy cabreada contigo, Voelklein.
Él aprieta los dientes, desviando los ojos y asiente con lentitud.
—Lo pillo—admite con gran pesar—. Ni en mil vidas me
perdonarás.
—Me alegra que lo entiendas y ahora apártate que me tapas la
vista del mar—suelto en seco.
—¿Y que harás si no me aparto?—me desafía curvando su labio
hacia un costado.
Hundo una de mis manos en la arena húmeda formando un bollo
y sin pensarlo dos veces se la lanzo contra su pecho.
Este exclama una maldición. Ve la arena restante que queda
pegada en su pecho y lentamente sube sus ojos hacia a mí, con la
boca entreabierta. Vuelve a mirar su pecho y luego a mí. Repite
esta acción unas cuatro veces hasta que se levanta de un salto y
se abalanza sobre mi para tomarme sus brazos y levantarme del
suelo. En pocos segundos me carga en sus hombros, tomándome
por sorpresa.
—¡No!¡Bajame!—chillo, furiosa pero a él sólo parece divertirse
por mi histeria.
Golpeó su pecho con mis puños y él ríe.

LURU
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—¡No hasta que haga justicia por lo que acabas de hacer!—me


dice con su boca pegada a mi oído y me besa la mejilla con
fuerza.
Comienzo a gritar y a tratar de zafar de su agarre cuando entro
en pánico al ver qué si intención es meterme al mar. Empieza a
correr hacia el agua.
—¡No por favor no quiero mojarme!—grito, al ver que cada vez
estamos más cerca.
—Es la primera vez que me súplicas algo así—me dice, con aire
coqueto.
—¡Te odio!
—¡Y yo te amo!
Vuelvo a gritar en cuanto me lanza al agua helada, sintiendo
como mi temor aumenta en cuestión de segundos y caigo sobre
ella en la cual me sumerjo.
Maldita sea la hora en la que me enamoré perdidamente de él.
Te amo Max.

LURU
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Capítulo 12
¿Alguien me puede explicar porque siempre termino teniendo
una previa al sexo con Max cuando estamos peleados? ¿Por qué
demonios eres así, Ada Grey?
Terminamos ingresando a mi apartamento con gran
desesperación mientras nuestros sentidos estaban activados
para no chocar con los muebles mientras nos besábamos con
devoción, con pasión.
Cuando me percaté caí de espaldas contra el colchón mientras
dejaba escapar un leve gemido inaudible, con los brazos abiertos
y el cabello rubio despeinado que cae como abanico sobre mis
sábanas blancas.
—No te confundas. Me puedes meter el pene pero no dejaré de
estar furiosa contigo, Max — le digo, advertente.
Él está a los pies del sommiers y tiene las rodillas pegadas al
colchón, mientras sonríe con malicia. Sus ojos recorren mi
cuerpo de forma descarada y desee poder leer sus pensamientos
con gran ansiedad.
Su mirada es tan adictiva que tengo ganas de fotografiarlo y
observarlo en mis noches de soledad.
—Me gusta el sexo de reconciliación — se encoje de hombros
mientras me regala una media sonrisa.
Me cabreo.
—¿Qué parte de que tú y yo…?
No soy capaz de terminar la pregunta ya que se abalanza sobre
mí y me besa con excitación.
Introdujo su lengua en mi boca y yo disfrute de ella, disgustando
su sabor, su caricia. Mis manos se posaron en su recta

LURU
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mandíbula, acunandola mientras las yemas de mis dedos


rosaban la barba creciente de su mejilla. Él se apartó varios
centímetros de mi rostro, para observarme.
Su lejania me quema el pecho, pero supongo que lo hace por
otra intención.
—Amarte y mi forma de cuidarte te han herido y eso jamás me lo
perdonaré—me susurra, con la voz rota.
Yo lo observo un instante, con el corazón encogido.
—Tu forma de amarme me lástima, Max—confieso—. Ya no sé
qué hacer si no te tengo.
—Aunque nuestro padre nos aceche y sea la pesadilla viviente,
debemos amarnos de esta forma hasta que se nos ocurra otra
solución—me alienta, mientras mete un mechón de cabello
rubio por detrás de mi oreja—. Dame la oportunidad de
encontrar una solución. Mi gran temor es entrar en el
Inframundo y no poder cuidar de ti y de mi…—baja la mirada a
mi vientre y posa su mano. Su contacto me estremece—, mi hija.
—¿Pretendes que te espere?
Me mira otra vez.
—Sí… ¿lo harías?
—Me duele saber que te casarás con otra mujer solo para darle
tranquilidad a tu padre.
—¿Ada?
—¿Sí?
—No respondiste a mi pregunta—su rostro se torna frío—¿Me
esperaras, verdad?
—No.

LURU
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La poca alegría que hay en su rostro se esfuma y me mira, como


si esperara que fuera una broma lo que acababa de decirle.
Sale de encima de mí y se acuesta a mi costado, horrorizado.
Lo miro a los ojos.
—Tu padre no me aceptará jamás y yo tampoco quiero hacerlo—
comienzo a hablar—. Mientras tu juegas a la vida de casado con
una mujer que está enamorada de ti a mí me tocará llorarte en
silencio y tendré la cama fría mientras la suya tendrá la calidez
de tu presencia. Mientras tu besas y le das amor a una mujer que
me es ajena, yo sufriré tu ausencia y sólo me quedarán
recuerdos de lo que alguna vez fuimos. Yo no me quiero abrigar
con los recuerdos, Max. Te quiero completo o nada.
El semblante de Max cambia por completo y la frialdad se
apodera de él. Sale de la cama y busca la playera blanca en el
suelo que se había sacado con anterioridad. La encuentra y se la
pone, cabreado.
—¿Entonces ya no quieres estar conmigo? —espeta, abriendo
los brazos, exasperante y me mira mientras
yo continúo acostada.
Arqueé una ceja y lo miré, desafiante.
—Priorizo mi paz mental y mi amor propio por encima de las
cosas—me llevo los dedos al pecho señalándome—¡Yo no voy a
estar tranquila al saber que ella te besará, te abrazará y te dará
todo ese amor que yo no podré darte por el simple hecho de
ser hermanos! —se me parte la voz—¡Yo merezco ser algo más
que tu simple amante o tu maldita sugar baby!¡Pagar la
manutención de un bebé no es ejercer la paternidad, Max!
—¡Pero sólo debes confiar en mí!¡No seré un padre ausente y
tampoco seré sólo una billetera para mi hija!¡No puedo creer

LURU
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que pienses así de mí luego de todo lo que vivimos, Gray!—me


grita, herido.
—¡Tendré tu confianza cuando dejes a Emilia y vuelvas a mí y eso
puede tardar años!¡Lo sabes!
Me siento en la cama, fuera de sí y lo miro, destrozada por
dentro.
—¡¿Tu amor por mí no puede esperar?!
Abro la boca para decir algo, pero ninguna palabra sale de ella.
Aquel silencio lo desmorona y me mira como si le hubiese roto el
corazón. Me miré las manos, agachando la mirada y comencé a
llorar.
—No me amas lo suficiente como para esperarme…—me dice en
un susurro respondiendo a su pregunta.
—Te amo, pero debo dejarte ir para amarme a mí misma—
susurré, quebrándome—. Mientras tanto, busca tu felicidad y yo
buscaré la mía.
Se agacha flexionando las piernas para quedar a mi altura y toma
mis manos para acunarlas con las suyas.
—Tú eres mi felicidad—busca mis ojos—. Vendré por ti, tarde o
temprano y reconstruiré la confianza que te arrebaté por mis
decisiones dominadas por el impulso—me susurra, con los
labios temblándole—. No te pondré en el lugar de amante. Eres
la madre de mi hija y, sobre todo, eres todo lo que construye mi
propio Olimpo.
Sus palabras son cómo esa caricia que necesito, esa calma que
sólo podría darme. Pero yo necesitaba hechos, no palabras.
—Por favor…llámame cuando estés en New York para saber
cómo estás—le supliqué en un murmuro.
—Haré más que eso. No las dejaré solas.

LURU
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Los de la agencia se ocuparon de pagarme un taxi hasta una de


las residencias privadas más lujosas de todo Miami. El barrio
privado refinado poseía una casa más hermosa que la otra a
medida que el auto se acercaba a su destino. Hasta de un Ferrari
rojo hasta un Lamborghini Sia en calles asfaltadas a la perfección
sin ningún bache molesto que me hiciera sobresaltar en el
asiento.
Lo que apreciaban mis ojos en aquel momento era una mezcla
de poder y dinero. Mucho dinero.
La brisa de la noche de verano que se calaba por la ventanilla
abierta, pegándome en el rostro como una caricia ausente que
sólo el clima podía darme. Porque Max no estaba allí para
brindarla en su total plenitud y yo poder saborear su contacto
físico.
El taxi estacionó frente a la entrada de una casa mucho más
grande que otras y que me dejó boquiabierta. Literal.
Las personas llegaban con sus lujosos autos a la fiesta y varios ya
estaban rodeándola con sus elegantes vestidos y trajes de gala
mientras estacionaban y caminaban a un costado de la
gigantesca piscina cuadrada llena de pétalos de rosa que se
encontraba en la entrada con su agua cristalina y azulada por el
fondo de esta.
Pagué al taxista, abrí la puerta y mis zapatos de taco aguja
blancos tuvieron el privilegio de tener el primer contacto con la
mansión más cara de toda la zona.
Su estilo rectangular con miles de ventanales que iban del suelo
al techo dejaba ver su interior iluminada por luces amarillas.
Tantas personas ingresando a la mansión, subiendo sus
incontables escalones de la entrada y tantos guardacoches
siendo guardianes de sus ostentosos autos, me había dado a

LURU
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comprender que no se trataba de una fiesta cualquiera y estaba


orgullosa de mi atuendo para la ocasión.
Había optado por uno de los vestidos al estilo griego que me
había enamorado por completo apenas lo vi en una vidriera de
una marca muy conocida.
Era blanco y de seda con un corpiño de pliegues de gasa y
aplique de encaje de cuentas en la zona de la cintura y el
corpiño. Tenía un precioso escote bateau en tul de ilusión con un
cuello en V.
Estaba compuesto por un corsé que levantaba mis pechos y el tul
de la falda creaba esa sensación de movilidad al caminar y
asomaba mi pierna por un tajo que iba de la cintura a los pies.
Me había recogido el cabello y sólo dejé dos mechones largos y
rubios ondulados a cada costado de mi rostro. Y por detrás de mi
cabeza había ondulado varios mechones sueltos para que caigan
en mi espalda desnuda.
Elegí una tiara romana de hojas doradas para adornar mi frente y
cortar un poco con el color blanco.
No sé por qué había elegido esa apariencia, pero, por un
momento, me sentí cercana a mis raíces que me pegaban a las
diosas más bellas. Me sentía como una.
Crucé el portón n***o que tenía dos iniciales doradas y me
adentré en aquel predio verde y lleno de pinos y palmeras donde
la flora dominaba.
A distancia, vi como Mark bajaba de su Mercedes Benz gris con
un traje de color rojo y sencillo y le ponía seguro apretando
el botón de sus llaves. Alzó la vista hacía mí y su rostro pasó de
relajado a sorpresa. Abrió los ojos y me miró de arriba abajo, con
su boca abierta.

LURU
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—¡Por todos los cielos! —exclama, absorto por la sorpresa de


verme y abre los brazos—¡Provocaras que me dé un infarto y
que me vuelva hetero, mujer!
Le sonreí con timidez al sentir mis mejillas ruborizadas. Le doy un
beso en cada mejilla.
—Donde hay comida, Ada Gray estará —le digo, en forma de
broma.
Él entrelaza su brazo con el mío y ambos nos dirigimos
caminando hacia la entrada de la mansión, de la cual resuena
la música.
—Cariño, desvía tu mente de la comida y céntrate en seducir a
las mejores marcas posibles. Esta fiesta podría catapultarte a
hacer una de las modelas más cotizadas de la industria —me dice
con suma importancia—. Pero, contigo estoy relajado porque
donde tú pisas destacas, Ada Gray.
—No voy a fallarle, señor Mark.
—¿Señor Mark?¡Me dijiste señor Mark! —me gruñe —¡Elimina la
cortesía conmigo, jovencita!¡Dime sólo Mark! —me da un ligero
golpecito con el codo en mi cintura.
—Está bien, Mark —le respondo para satisfacerlo y trato de no
embozar una sonrisa.
Subimos los escalones de la entrada y cruzamos la puerta junto a
otros invitados. La música remezclada con exitosas canciones
sonaba de fondo, los invitados tenían ya sus copas con alcohol en
ella y picaban cada tanto algún canapé que los mozos les ofrecía
en sus bandejas.
Mark y yo veía como varios invitados posaban la vista sobre mí y
eso me dio cierto aire de superioridad ya que mi objetivo aquella
noche (además de comer cosas ricas) era poder encontrar alguna

LURU
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marca que quisiera mi rostro para publicidades o para lo que


ellos quisieran.
Dónde viera billetes verdes por montones estaba allí para
decirles que sí. Cualquier oferta me sería tentadora, sólo debía
escoger bien cuál me convenia más. La estrategia debía dominar
mi mente, mi corazón y...
—¡Uy un canapé! —dije en cuanto un hombre muy guapo y con
una bandeja en su mano me ofreció uno con una sonrisa.
Lo tomé entre mis dedos y me lo llevé a la boca. Le sonreí y se lo
agradecí.
Creo que lo único que dominaba mi mente ahora era el bebé que
llevaba en mi vientre y quería ser dueño de mi apetito.
La pequeña zanahoria quería adueñarse del apetito de su mamá.
—¡Maria! —Mark deja de entrelazar mi brazo y se marcha de mi
lado al ver que encuentra una conocida suya entre los invitados,
dejándome a mí algo descolocada por su brusco alejamiento.
Algo perdida e incómoda, camino hacia el bar donde están
ofreciendo bebidas exóticas y pido una copa con jugo de frutilla y
hielo. Algo extraño, pero debía alejarme del alcohol por un
tiempo.
Cuando me lo entregan y me doy la vuelta, detengo al instante al
chocar contra un pecho. Lo primero que veo es un esmoquin con
una pajarita, levanto la mirada y encuentro unos profundos ojos
color caramelo que me dejan sin aliento.
Mierda.
—Una pretende olvidarte y te encuentro hasta en la sopa —
carraspeo mientras que Max me mira con gran sorpresa.
Me echo hacia atrás y trato de disimular mi mala cara.

LURU
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—¿Qué haces aquí? —me dice, atónito.


Lo miro, arqueando una ceja.
—¿Tú qué haces aquí? —contrataco.
Él comienza a mirar a su alrededor mientras sostiene un vaso de
wiski en su mano, tenso. Como si buscara a alguien.
—¿Me estás siguiendo? —le pregunto, consternada por la
casualidad de nuestro encuentro.
Vuelve a mirarme, incrédulo.
—¿Eh? No —dice al instante. Me duele su indiferencia —Es que
yo...
—¿Max?
Ambos nos volvemos hacia la voz femenina que capta nuestra
atención.
Una mujer de cabello n***o ondulado y suelto con unos intensos
ojos azules nos queda mirando a los dos. Posee tez blanca y una
figura despampanante debajo de su vestido celeste con
lentejuelas ajustado que permite ver su escote con su corte en V.
El vestido le llega hasta los pies, tapando sus zapatos. Lleva unos
pendientes preciosos que brillan por la luz artificial de la
mansión. Sus labios están pintados de un fuerte color rojo fuego
y me atraviesa con la mirada a través de sus largas pestañas.
—¿Tú eres la hermana de Max? ¿Ada?—me dice de pronto, con
una gran alegría que me es ajena por mi desconcierto—¡Dios,
eres bellísima! Estoy muy contenta de conocer a mi cuñada.
Cuando ella se acerca al brazo de Max para aferrarse, mi corazón
se partió en cuanto supe que se trataba de Emilia, la futura
esposa de Max.

LURU
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Capítulo 13
Ver a la persona que amas con otra que no seas tú, puede
destrozar tu corazón y tus esperanzas en pocos segundos. Cómo
si tu alma se callera en los pies y no pudieras disimular una
sonrisa para apaciguar la tensión. Me resulta difícil respirar con
normalidad.
Aquella sonrisa me costó conseguirla. Que digo sonrisa, fue una
mueca hacia la derecha y pude arrugar un poco mi frente para
conseguir la expresión de sorpresa.
—Max me ha comentado que tiene una hermana muy bonita y
ahora confirmo sus palabras sin dudarlo —me dice ella, con una
amplia sonrisa.
Lo que noto de forma inmediata es que no recuerda haberme
visto en su boda y eso me da ventaja de mentir.
Di algo maldita sea. Ada por el amor de Dios, que esta no te
supere. Tomo una bocanada de aire y mi mente despierta de la
pesadilla que está presenciando de una forma cruel.
—Sí, soy su hermana —digo finalmente, y le ofrezco mi mano y
ella la estrecha con delicadeza. Su piel es suave y sus dedos muy
finos como sus anillos de plata—. Un gusto conocerte, mi
hermano Max me ha hablado maravillas de ti —le echo una
mirada al futuro padre de mi hija, quien no para de aflojarse el
cuello de la camisa blanca que lleva puesta.
Max aprieta los labios en un intento de sonrisa y asiente en
dirección a Emilia.
—Nunca había escuchado mencionar a Walter de ti —me dice,
frunciendo el ceño.
Mierda. Mis manos se aferran al vaso helado de mi bebida como
reacción.

LURU
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—Notaras que nulo es mi relación con él si sabes el apellido que


utilizo—me limito a decir, con voz agradable por más que la
tristeza en mi pecho vaya en aumento.
Un silencio incomodo se establece entre los tres
—Emilia ¿me acompañas a hablar con unos patrocinadores que
tienen intenciones muy buenas con los restaurantes de mi
familia? —le ofrece Max para salvarnos a ambos de aquello y me
mira —. Es el motivo de mi presencia en esta fiesta.
¿Acaso está justificando su presencia para que yo lo sepa? Lo
odio.
Ella asiente con alegría y veo cómo apoya una mano en el pecho
de Max. Mi sangre hierve por los celos y desvió la mirada con tal
de eliminar esa imagen de mi cabeza con la cual sé que soñaré y
será mi motivo de desvelo.
—Un gusto conocerte, Ada. Eres bellísima —me dice.
Ambos se alejan y veo como Max me regala una última mirada
por encima de su hombro, como si se disculpara en silencio.
Veo que se pierden entre los invitados. Mis hombros se relajan.
Me doy media vuelta y apoyo mis codos sobre la barra de
madera oscura para lograr recomponerme.
¿Qué había sido eso? Yo no estaba preparada mentalmente para
verlos juntos a pocos centímetros de mí. Nadie está preparado
para ver a la persona que ama con otra. No así.
Me pregunté a mí misma si de haber sabido que estarían
presentes en aquella fiesta hubiera estado lista. Pero sabía que
aquello no sería verdad porque nunca estaré lista por ver algo
así.
La música me aturdía, el bullicio de personas charlando
rebotaban en mis oídos y lo único que quería era regresar a casa

LURU
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y preparar comida casera para despejar mi mente. Si no


estuviera embarazada me embriagaría.
—Por lo menos la pequeña zanahoria me mantiene sana y
sobria—pensé en voz alta y aquel comentario me hizo embozar
una sonrisa.
—Nada más sano que pensar en voz alta. Típico de ti.
Miró hacia mi derecha y encuentro unos ojos verdes que me
observan divertidos. El hombre de traje gris y corpulento se
sienta en una de las altas butacas que están contra el bar. Tiene
la tez morena que hacen resaltar sus ojos que me son tan
familiares y tiene la cabeza rapada.
—¿Hermes? —le pregunto, con los ojos achinados y sin poder
creer que lo estoy viendo.
Su sonrisa se hace más amplia ante mi acierto, mostrándome sus
dientes inmaculados. Mis ojos se abren, sorprendidos. Trago con
fuerza. No sé si alegrarme por verlo o salir corriendo.
—¿Cómo ha estado una de mis ex más hermosas? —me dice,
disfrutando de mi perplejidad.
Maldición.
Hermes es el hijo de Zeus, el padre de innumerables Dioses. Él y
yo tuvimos un largo romance en el pasado. Mi primera relación
sexual fue con él a los quince años. Nos habíamos conocido en el
Olimpo. Él claramente, era algo mayor que yo, pero la edad entre
dioses no importaba ya que muchos se mantenían tan jóvenes
que eso pasaba desapercibido.
—¿Qué haces aquí?¿Por qué no estás disfrutando de la paz del
Olimpo? —le pregunto, dándole un sorbo a mi bebida.

LURU
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Él pide un Miami Vice y a los pocos minutos se lo preparan y se lo


entregan. Me mira con cierto descaro que irradia coqueteo y que
no me pasa desapercibido.
—Sabes que disfruto la diversión terrenal —responde, con voz
profunda—. Y vengo sólo a Miami para divertirme ¿tú no?
—No con un embarazo en camino —me lamento.
Hermes abre los ojos y analiza lo que acabo de soltar.
—Oh... —musita—. Si no me lo decías ni cuenta me hubiera dado
—confiesa —. Estás esplendida, Ada.
—Gracias, Her. Tú también estás fantástico—le sonreí,
ruborizada.
—¿Qué te trae por Miami? —me pregunta, con aire curioso y
amistoso.
¿Cómo responder a esa pregunta?¿Debía decirle que estaba
escapando de mi pasado y tratando de superar a mi ex que
resultó ser un hermano mío? Mmm, mejor no.
—Buscando nuevas oportunidades —le dije, con una sonrisa —.
Trabajo para una agencia de modelaje muy importante de la
zona. No sé si la conoces, pero se llama Divine Beauty.
Hermes arruga la frente.
—¿Divine Beauty? Wow, que pequeño es el mundo. Mi empresa
de perfumes está buscando un nuevo rostro para su comercial y
he venido especialmente a esta fiesta a buscar algún rostro que
quiera ser partícipe de esto —se inclina hacia mí sobre su
asiento—. Tu rostro deja en desventajas a todas las presentes
aquí si deseas cooperar conmigo.
Me quedo atónita por su propuesta. Pestañeo un par de veces.

LURU
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—Debo consultarlo con mi agente Mark—le digo, sin poder


evitar sonreír —. Me sentiría muy cómoda trabajando contigo.
—Dile a tu agente que tengo una buena inversión que ofrecerle.
Eso lo convencerá —se echa a reír —¿Estás de novia, Ada?
No sé por qué se me da mirar a la distancia y me encuentro con
la cara enojada a la distancia de Max, quien está acompañado de
Emilia mientras ella habla con un grupo de mujeres de su edad.
El pelirrojo parece ajeno a la situación que se le presenta al lado,
ya que está demasiado ocupado tratando de averiguar qué hago
con un hombre tan guapo y musculoso como Hermes.
Emilia hace puntas de pie y le da un beso en la mejilla a su futuro
esposo, y este se remueve en su lugar. Ella sigue charlando
animadamente con las mujeres.
Eso dolió. Trago con fuerza.
Le regalo una breve sonrisa maliciosa a Max y me dirijo
nuevamente hacia Hermes, ofreciéndole toda mi atención.
—No... ¿por qué lo preguntas? —le respondo, agradable.
—¿Por qué no nos echamos un polvo cómo los viejos tiempos?
—me propone sin pudor alguno.
Me quedo estupefacta ante su propuesta tan repentina. Escondo
mi rostro bebiendo un sorbo de mi bebida.
Hermes siempre tan directo.
De pronto siento náuseas. Mierda. Un revoltijo se forma en mi
estomago.
—Necesito ir al baño—le doy un último sorbo a la bebida como si
no bebiera algo líquido hace días, me bajo del taburete y me
alejo—. Lo siento.

LURU
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Me escabullo entre las personas con la intención de buscar un


baño con urgencia. La mansión es tan grande que no lo
encuentro gracias a mi intuición, sino preguntándole a un mozo.
Corro al subir las escaleras de escalones incontables y abro la
primera puerta a la derecha que se encuentra en uno de los
incontables pasillos, del cual, debo ir por el tres. Dios, correr me
mata. Nota mental, debo salir a correr por la playa y así,
recuperar mi estado físico.
Abro la puerta, sintiendo el alivio al ver que este se encuentra
vacío. Es tanta mi desesperación que abro sin preguntar.
Mi alivio llega cuando cierro la puerta y puedo vomitar en el
inodoro todo el contenido arrodillándose frente a él.
Dios, no volveré a beber algo con frutilla otra vez. Me siento
asqueada. El jugo gástrico me quema la garganta. Que asco. Mis
dedos se aferran al váter, sujetándolo con fuerza y sintiéndolo
frío. Debo lavarme las manos cuando aquella pesadilla termine.
Escucho a alguien tocar la puerta, pero me siento tan
descompuesta vomitando que no soy capaz de formular palabra.
—¿Ada?¿Estás bien?
La voz de Max me pone nerviosa, provocando que al escucharla
se me tense el cuerpo.
¿Eso es un pedazo de arroz escapándose por mi nariz? Vuelvo a
vomitar.
—Ada déjame pasar—me ordena, autoritario.
Vaya, Max poniéndose los pantalones. Me vale.
—¡No!—le grito y una arcada me invade, volviendo a lanzar el
contenido dentro del inodoro.

LURU
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Max pasa de mi intento de autoridad e ingresa sin importarle mi


respuesta negativa.
Yo le enseño el dedo del medio mientras vómito.
Siento como se agacha a mi lado para tomar entre sus dedos
varios mechones rebeldes y apartarlos de mi cara. Su contacto
me causan escalofríos en el cuello.
—Vete, soy un asco—balbuceo, completamente avergonzada.
—Yo he estado peor en borracheras—me tranquiliza y a pesar de
que no pueda verlo, sé qué emboza una sonrisa.
—Ojala esto fuera por una simple borrachera, naranjita—me
siento a un costado del inodoro, exhausta.
Max se levanta del suelo al darme una mueca, busca papel, lo
encuentra y comienza limpiarme la comisura de los labios con
tanta delicadeza que se me encoge el corazón. Lo hace con
concentración, cómo si pensara que cualquier movimiento en
falso podría lastimarme, sabiendo que eso sería ridículo.
Max se aclara la garganta, y se remueve en su lugar.
—El sujeto con el que estabas…¿te estaba molestado?—me
pregunta de golpe.
—Nop…él es mi ex.
Max se queda congelado mirándome, como si la noticia lo
hubiera tomado por sorpresa. Pestañea un par de veces y frunce
el entrecejo, confuso.
—¿Tu...ex? —repite, saboreando sus propias palabras.
Asiento y él palidece. Me levanto del suelo y él me ayuda hacerlo
mientras me sujeta por los brazos.
—¿Quién es él? —indaga mientras caminamos hacia el lavabo
para lavarme el rostro.

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Me asusto por ver mi reflejo. Tenía varios mechones de cabello


pegados a la frente por el sudor de hacer esfuerzo por vomitar y
mi brillo labial rosa se esparcía por la comisura de mis labios.
Mierda. Mi rímel estaba corrido bajo mis ojos, creando pequeños
puntos negros. Mejor dicho, manchones pequeños.
Evito ver a Max así y trato de evadirlo a través del reflejo del
espejo. Carajo. No quería que me viera de aquella forma tan
espantosa.
—Hermes. Es un Dios con el cual estuve saliendo un par de
meses —contesto de forma tajante mientras limpio mi rostro
con agua. Mi única intención es regresar a mi maquillaje
anterior. Tomo la toalla de mano y me seco el rostro con
palmaditas sobre lo que considero fuera de lugar—. Un viejo ex.
Todos tenemos un viejo ex ¿no Max?
Él está a mi lado y se rasca la nuca con cierta incomodidad.
Parece cabreado, pero no dice nada. Eso me inquieta.
—Hermes...vaya. Estuviste con Hermes.
Lo miro esta vez, descolocada.
—¿Lo conoces?
—Hermes es el ex esposo de Emilia, Ada —me informa con tono
cortante.
—Dime que me estás tomando el pelo.
—¿Acaso tengo cara de estar tomándote el pelo, Gray? —dice
rápidamente, con aire ofendido —¿Por qué crees que lo estuve
mirando a él y a ti toda la noche?
—Mierda...yo no sabía que Emilia estuvo con mi ex... ¿hay algo
más que quiera quedarse esa mujer? —carraspeo, buscando
maquillaje dentro de mi pequeño bolso para retocarlo. Tomé el
rímel, lo destapé y comencé a pasarlo por mis pestañas con mala

LURU
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gana —. Primero él, ahora tú. Que conste que no me afecta que
Hermes y ella se hayan casado. Me da igual. Ni siquiera me di
cuenta que Hermes estaba en la fiesta. Estaba demasiado
concentrada en las palabras de tu madre no biológica. Lo único
que me duele es que ahora Emilia tenga el placer de meterse
contigo.
Max me caza de la muñeca ante mi comentario y detiene mi
acción de maquillarme, obligándome a que le dedique toda la
atención del mundo.
—Conozco a Afrodita y sé qué es muy vengativa cuando se lo
propone—me dice, con voz profunda y con tono advertente—.
Por favor que no se te cruce por la cabeza...
Me echo a reír y me zafo de su agarre.
—¿Qué? ¿Tienes miedo de que me meta con Hermes por
despecho y así herir a Emilia? —suelto, con sorna. Su rostro me
confirma que ese es su temor—. Yo no caigo tan bajo Max—
espeto con voz firme y él parece relajarse, pero sé qué no lo
está.
Él está a punto de decirme algo, pero tocan la puerta.
—¿Max, Ada? ¿Están adentro del baño?
Mierda, es Emilia. Pongo mala cara en cuanto abre la puerta sin
esperar respuesta afirmativa de nosotros.
Ingresa con una sonrisa, pero esta se desvanece en cuanto mira
hacia el inodoro vomitado y luego a mí.
—Oh querida ¿te ha hecho mal la bebida? —me dice,
acercándose a mí y apoyando sus manos sobre mis hombros —
¿Necesitas que te llevemos a casa con tu hermano?

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Veo que sus intenciones son de consuelo y preocupación y eso


me hace sentir odio a mí misma por pensar muy mal de ella. Que
sea tan agradable me hace mal.
—No. Es producto del embarazo—le informo mirándola
a través del espejo que no para de iluminarme el rostro con su
luz amarillenta y con una leve sonrisa que se esfuma en cuanto
Max me pone mala cara y desvía el rostro.
Emilia abre los ojos como platos y eso me da a entender de
inmediato que ella no estaba al tanto de mi estado.
—¡Oh por Dios, Max! —exclama ella mirando a Max, en una
mezcla de alegría y confusión. Ahora parece algo enojada —¿Por
qué no me dijiste que tu hermana estaba embarazada?¡Dios
cómo se te puede pasar contarme que tendremos un sobrino!
Sus palabras son como un puñal en el estómago.
Hermana...sobrino. Me agarran horribles nauseas otra vez, pero
trato de calmarme abriendo el grifo otra vez y así mojar mi nuca
algo afiebrada. El ambiente se vuelve tenso y el aire parece
sofocarme. Dios, la chica vive en una cruel mentira y si se entera
que el hijo que llevo es de su futuro esposo...
—Es que es muy reciente, cariño—se excusa Max, rosando sus
dedos en el cuello de su camisa cómo signo de ahogo disimulado.
Me echa miradas en signo de ayuda. Paso de él—. Estaba por
decírtelo tarde o temprano —le miente. Sé qué le miente —. Por
favor, ninguna palabra a Walter —le pide.
Emilia luego de mirarlo, asiente, comprensiva y se vuelve a mí
con sus ojos azules tan penetrantes. Apoya su mano en mi
espalda desnuda, haciéndome sentir su mano tibia. Su contacto
me quema.
—¿Quieres regresar a tu casa? Podemos llevarte en el auto —
insiste —Incluso podemos quedarnos a cuidarte en donde

LURU
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quieras que vivas y así no quedarte sola en este estado, Ada —


me ofrece.
Trago saliva. Ni mi madre se preocupa tanto por mí. Si la hubiera
conocido en otras condiciones que no fueran en las que
estábamos viviendo, me hubiera caído genial. Pero...en aquella
vida tenía prohibido formar vínculo con ella. Incluso tenía miedo
de lastimarla si se enteraba de lo mío con Max.
—Sé que tú también querrías que me cuidaran cuando Max y yo
te demos sobrinos —suelta una risita que oculta con sus dedos y
mira a Max, buscando su complicidad, pero él se tensa. Los ojos
de Emilia se apagan en cuanto ve que su esposo no parece
conmovido por sus palabras —. Y eso que ya hemos empezado a
buscar ¿o no, cariño?
Se me paraliza el corazón.
—¿Qué has dicho? —le pregunto a ella, desconcertada—
¿Ustedes ya estuvieron juntos? —finjo que me alegro por ellos,
pero por dentro me estoy derrumbando.
Emilia se ruboriza y me sonríe con ternura, confirmando mi
pesadilla.

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Capítulo 14
—¿Te encuentras bien? —Me pregunta Emilia, al ver que arqueo
la espalda al sostenerme del lavamanos y así poder recuperar el
aliento.
No.
Abrí el grifo, junto mis manos para hacer un recipiente con ellas
y así, comienzo a beber el agua para enjuagarme la boca y
eliminar el horrible gusto que siento en ella. Necesito una menta.
—Sí, son las náuseas. Creo que necesito vomitar otra vez —le
digo en voz baja porque ni eso me ayuda a fingir que todo está
bien como para darle una voz más alta.
No me atrevo a mirar a Max, y siento su mirada sobre mí. Su
silencio me está torturando y yo no soy capaz de decirle algo
frente a su novia. Debo ocultar la ira que me está
consumiendo. Es la misma sensación cuando descubres una
maldita infidelidad.
—Te esperaremos afuera —me dice Emilia dándome un apretón
de hombro, toma a su marido del brazo con la intención de
guiarlo hasta la puerta, pero Max se queda quieto en su lugar,
con la espalda pegada en la pared y mirándome con angustia en
su rostro.
—Ve tú a la fiesta, Emilia —le dice Max, en tono suave y con sus
ojos color caramelo puestos en mí—. Debo cuidarla.
—Pero ...
—De verdad —ahora la mira a Emilia, insistente -, ve a la fiesta
que enseguida bajo. Debo cuidarla.
Más que cuidarme me estaba causando migraña su presencia.
Cómo una persona puede lastimarte tanto en una noche. Me

LURU
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maldigo a mí misma por ser tan vulnerable cuando se trata de


Max Voelklein, el maldito hijo de Hades.
Ella me mira a mí y luego a él y asiente. Lanzó un suspiro. Luego
de segundos, se retira del baño cerrando la puerta.
Mi pecho sube y baja rítmicamente. Veo a través del reflejo que
intenta acercarse a mí, pero me aparto como autoprotección.
—¡No! —espeto, alejándome de él rápidamente.
—¡Deja que te explique por favor! —exclama, con
desesperación.
—¡Te acostaste con Emilia! —grité, rompiendo en llanto —¡Eso
no estaba en el trato!¡Eso ni siquiera...! —no puedo seguir
hablando ya que un sollozo me interrumpe.
—¡Debo casarme con ella!¡Debiste saber que eso pasaría!¡Deja
de verme como un hombre insensible, Gray!¡Hago todo esto
para no volver al maldito Inframundo y cuidar de nuestra hija! —
me dice, sintiendo que él está cada vez más cerca de mí por su
fuerte colonia masculina.
Max tiene el cuello rojo, resaltando aún más que sus incontables
pecas y sus venas se marcan con intensidad, creando una
ramificación casi perfecta. Busco mis ojos. Estoy demasiado
dolida como para verlo a la cara.
—Yo no puedo soportar esto —carraspeé, recuperando la
compostura —. Yo no merezco esto. No así. Ya no quiero nada
contigo. Maldita sea la hora en la que decidiste salvarme.
Paso a su lado empujándole el hombro, voy a hacia la puerta, la
abro y salgo del baño dando fuertes pasos. Hoy es la peor noche
de mi vida y ya no quiero seguir llorando por alguien que no para
de lastimarme con cada cosa que me oculta y decide soltarlo.

LURU
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Escucho como Max suelta un grito de frustración luego de que


me voy de su lado y oculto las ganas por ir hacia él y abrazarlo,
pero siento tanto dolor que paso de su tristeza por ponerle fin a
una relación que alguna vez fue hermosa.
Yo merezco algo mejor que todo aquello. Miles de hombres
mueren por mí y me estoy centrando en alguien que está
volviendo a hacer su vida para no volver al Inframundo y
proteger a mi hija. Demonios. Ya no puedo pensar con claridad
que empiezo a mezclar las cosas.
Incluso si decido estar con Max a escondidas podría lastimar a
Emilia y hasta ahora me ha demostrado que es una excelente
mujer. Ella no se merece estar con él por sus mentiras y porque
claramente no la ama.
Bajo las escaleras como puedo y logro con gran dificultad
obtener aquella postura con la que llegué: sintiéndome una
hermosa perra.
Quería consolarme a mí misma pensando que hacia todo esto
para protegerme, quería razonar sobre ello, pero estaba tan
cegada por el dolor que no quería sufrir más y decidí cortarlo
de raíz. Era mejor tener a Max a la distancia y aceptar que lo
nuestro no podia ser por más que lo intentáramos.
Al final de las escaleras veo a Mark acercarse a mí con la peor
cara de amigos que había visto.
—¿Dónde estuviste?¡Te estuve buscando, Gray! —masculla en
voz baja para que nadie lo oiga.
—Lo siento, no me siento bien del estómago y estuve vomitando
—me sinceré.
Él no debía enterarse que yo estaba en cinta. Si eso pasaba,
tendría que despedirme del empleo.

LURU
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Mark afloja el gesto cuando procesa la información y asiente,


más calmado. Cuando está a punto de decirme algo, mira detrás
de mí y capta toda su atención, sonriendo. Yo miro hacia atrás y
veo a Max bajando por las escaleras con los primeros botones de
la camisa desabrochados y el cabello despeinado. Se pasa la
mano por el cabello de la frente y cuando ve que Mark y yo lo
miramos, se detiene en uno de los escalones, confundido.
—¡Tú! —dice Mark, fascinado ante la belleza del hombre
pelirrojo. Él sube un par de escalones y parece que yo no existo
otra vez —¡Serias perfecto como modelo!
Max lo mira espantado, analizando a aquel hombre que lo ve
como un Dios. Zanahoria me mira a mí en busca de una
explicación y yo me encojo de hombros, desinteresada.
—Disculpe buen señor, pero yo no me dedico a esas cosas —
espeta Max, tratando de evadirlo.
Pero Mark no da su brazo a torcer.
—¡Pero tú eres perfecto! —insiste él —¡Mira tus facciones, tu
rostro tallado y ese cuerpo tan...!¡Puedo ofrecerte una suma
muy importante para trabajar en la agencia más prestigiosa de
Miami, Divine Beauty!
Un brillo inexplicable atraviesa los ojos acaramelados de Max. Ay
no. Me mira con una media sonrisa en los labios.
Ay no. Por favor no.
¡¿Qué demonios pasa contigo Mark?!, grito en mi mente.
—¿Usted ha dicho Divine Beauty? —repite Max, saboreando la
propuesta.
¡Demonios!

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Sé cuál es su intención y la desapruebo completamente. Quiero


agarrar a Mark y alejarlo de Max con sus ideas, pero es mi jefe,
no puedo llevarle la maldita contra.
Quiero chillar.
—¡Oh si, si, si! —dice rápidamente mi agente, subiendo un
escalón más arriba por más que Max le saca dos cabezas de lo
alto y enorme que es —. Divine Beauty es una agencia que abre
muchas puertas en el mundo del modelaje y las publicidades.
Créame que no aceptamos a cualquier rostro —Mark me mira a
mí, apuntándome con un movimiento de cabeza —. Tan sólo
mire la belleza de la joven Ada Gray y saque su propia conclusión
a qué belleza facial apuntamos y que exigentes somos. No
aceptamos a cualquiera. Usted simplemente entra en
nuestras categorías.
Aprovecho que la atención de Mark vuelve hacia Max, quien se
agarra del barandal de madera de la escalera y comienzo a
mover la cabeza con frenesí en señal de negación para que no
acepte la propuesta.
¡Una intenta alejarse de lo que le hace mal y parece que el
destino le lleva la contra!
Max me dedica una sonrisa maliciosa, mirándome de pies a
cabeza.
—Sí, aceptaré trabajar para Divine Beauty —sentencia
Max Voelklein con diversión. Mark pegó un gritito de felicidad
sintiéndose victorioso—. Supongo que la señorita Ada Gray
podrá ser mi guía en este nuevo negocio de belleza. Me alegra
saber que seré compañero de una de las mujeres más hermosas
del mundo.
Apreté los labios con fuerza, fulminándolo con la mirada.
Mis ganas de matarlo aumentaron bruscamente.

LURU
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Capítulo 15
Bajé por las escaleras mientras la indignación aumentaba en mi
mente. Veo que Max se pierde entre las personas, supongo que
va a buscar a su futura esposa.
Eso me pone celosa. No, ser celosa es demostración de la propia
inseguridad y yo estaba segura de mi belleza y la clase de mujer
que era.
Mejor dicho, estaba dolida por pensar que él había tenido sexo
con otra mujer por el simple hecho de que quería permanecer en
la tierra para cuidarme.
Me lástima saber que lo nuestro se terminó y que a partir de
ahora todo debería ser así.
Me era imposible tomar con madurez lo que acababa de decirme
Max en el baño y cómo se había atrevido a aceptar la propuesta
de Mark.
—¡Ven aquí, no he terminado contigo Gray! —Escucho que me
dice Mark detrás de mí.
Hablando de Roma…
Evité poner los ojos en blanco, aflojé el gesto tenso de mi rostro
y me di media vuelta para darle una agradable sonrisa.
Mark se pone a mi lado y parece no querer dejarme ir.
—No vuelvas a desaparecer — me regaña—. En esta fiesta tu
rostro debe ser el más destacado de todos y lo sabes.
—Lo siento —me disculpé.
Siento no sentirme bien ya ver peleado en un baño con mi ex,
pensé.
—Y con ustedes el señor Mark Figueroa.

LURU
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Mark y yo miramos hacia delante y nos encontramos con Hermes


y su fantástica sonrisa.
Mark levantó las cejas y no tardó en levantar su mano para
estrechar la de él.
—Hermes Zoa—lo saluda Mark cordialmente y con cierto
nerviosismo. Hermes corresponde su saludo—. Sabía que daría
vueltas por una de estas fiestas tan maravillosas y esperaba verlo
por aquí. Lo cual me alegra muchísimo, señor.
—El sentimiento es mutuo, Mark—lo saluda él y de pronto sus
ojos recaen sobre mí—. Veo que usted recorre esta fantástica
fiesta con la señorita más hermosa de todas. Siento una pizca de
celos.
Mark se sobre salta en su lugar, como si hubiese recordado que
yo me encontraba junto a él.
—¡Oh la señorita Gray es maravillosa!—coincide con gran
vehemencia—La agencia apuesta fuertemente que será uno de
los rostros más cotizados de todo Miami y quién dice, del mundo
entero.
—Eso no lo discuto, señor Figueroa—Hermes me mira directo a
los ojos y percibo una doble intensión de sus palabras de las que
Mark es ajeno y que nosotros dos sólo somos capaces de
entender.
Me ruborizo al recordar los momentos íntimos que habíamos
vivido en algún pasado no muy lejano.
No soy capaz de formular palabra alguna de lo avergonzada que
me siento.
—Me gustaría poder trabajar junto a la señorita Gray y que ella
sea el nuevo rostro de nuestras fragancias. Habrá un nuevo

LURU
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lanzamiento y quiero su rostro en todas las publicidades—me


propone nuevamente, pero esta vez frente a Mark.
—¡Señor Hermes pellízqueme si esto se trata de un sueño!—
exclama Mark, anonadado—¡Por supuesto que la señorita Gray
será el rostro de su lanzamiento!¡Estoy encantado! Emocionado
mejor dicho—le responde él, sin poder evitar la alegría de su voz
y rostro.
Hermes asiente tras llevarse el borde de su vaso de whisky por la
mitad y bebe sin sacarme los ojos de encima mientras asiente.
—Me presentaré esta semana en la agencia con una propuesta
más formal—le dice Hermes tras saborear su bebida. Él vuelve a
mirarme, cómplice—. Señorita Gray, estaremos en contacto.
Hermes toma mi mano y deposita un fugaz beso en ella. Me
estremezco.
Asiento con una media sonrisa en el rostro y sé que sus ojos
traman algo que quizás, podría interesarme.
Desde el otro lado del salón, una copa de vidrio se rompe
estrellándose contra el liso y pulcro suelo. Una copa que Max
sostenía con anterioridad y que nos mira a los dos, sin ocultar su
enfado.
Llegué a mi apartamento con el alma por el suelo.
Desde la llegada de Max estaba aún más triste, decaída y creí
que su llegada sólo significaría felicidad en mí vida. En cambio,
no fue así.
El destino siempre era de sorprenderme con pura mierda por
más cosas positivas que tuviera en mi vida.
Caminé por el silencioso pasillo de mi edificio mientras
escuchaba el sonido de varias moscas golpetear con las luces
blancas y redondas que se repetían en el largo estrecho hasta mi

LURU
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puerta. Pasaban las doce de la noche y lo único que tenía en


mente era meterme en la cama y dormir abrazada a mi
almohada.
Incluso tenía pensado charlar con el bebé que tenía en mi
vientre.
No había podido lograr analizar y aceptar que estaba
embarazada de mi ex sugar daddy.
La Ada del pasado se hubiera caído de culo al suelo si supiera
que en el futuro aquello sucedería.
Era tan reciente la idea que ya tenía en mente que debía
planificar toda una semana de citas con el médico para que
hiciera un seguimiento del embarazo. Eso me puso nerviosa.
Debía asegurarme de que el bebé estuviera bien.
Ni siquiera tenía un nombre. Lo pensaría luego, aún faltaba
mucho.
Sentí cosquillas en el estómago al pensar que se trataba de una
niña. Me aferraba a aquel presentimiento y haría una apuesta
conmigo misma a que era ese su sexo cuando fuera a hacerme
una ecografía y me lo digan.
Una futura zanahoria nacería en aquel vientre que protegería
con uñas y dientes.
Pensar en el bebé no me hacía sentir tan sola después de todo.
Llegué a la puerta de mi apartamento, busqué la llave en mi
bolso y la introduje en la cerradura, agotada.
Presiento al ver una sombra a través del rabillo de mi ojo que
realmente no estaba sola.

LURU
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Miro hacia la izquierda y veo que Hermes está al final del pasillo.
Frunzo el entrecejo, extrañada. Sigue con el traje gris puesto y
tiene los brazos cruzados, provocando que estos se ensanchen.
—¿Hermes?¿Qué haces aquí?—le pregunto con un hilo de voz.
No para de sostenerme la mirada mientras camina hacia mí con
pasos firmes y decidido. Tomándome por sorpresa, Mark me
estampa contra la puerta de mi apartamento, provocándome un
sobresalto y haciendo que mi respiración se detenga con
brusquedad. Estamos cara a cara y sus ojos verdes me parecen
muy penetrantes.
Sus manos se apoyan a cada lado de mi cabeza, acorralándome.
—Hemos tenido una mala noche—dice cómo si hubiera leído mi
mente—. Me encontré a mi ex esposa en brazos de otro sujeto
más apuesto que yo (y eso nunca lo digo) y resulta que ese
sujeto ha tenido algo contigo por cómo nos ha mirado toda la
noche.
Mierda.
—Sí. Es cierto—le doy la razón y me resulta extraño que haya
regresado a mi apartamento. Seguro me siguió—, el que se
casará con tu ex esposa y se trata de mi ex comprometido y
padre de mi futuro bebé. El Olimpo suele tener un gran sentido
del humor cuando se trata de cruzar personas.
No quería normalizar que una persona siga a la otra sin su
consentimiento, pero no podía esperarme otra cosa de Hermes.
Esto ya lo había hecho en el pasado y jamás me molestó que lo
hiciera.
—¿Me invitas a pasar y tomamos una copa de vino? —me
pregunta, coqueto y a varios centímetros de mi rostro.

LURU
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—Que hermoso de tu parte querer darle vino a una embarazada


—le recuerdo, arqueando una ceja —. Quédate si quieres, esta
noche no me gustara estar sola con mis pensamientos. Eso ya es
una tortura.
Él asiente, complacido y se aparta varios pasos hacia atrás para
que yo pueda abrir la puerta.
No sé si era un buen plan tener a Hermes en mi apartamento.
Pero de lo que sí estaba segura es que necesitaba estar con
alguien conocido y no con un extraño.
Entramos a mi apartamento.
—Ponte cómodo. Necesito ponerme ropa cómoda —le dije,
mientras atravesaba el pasillo para ir a mi habitación.
—¿Algo de encaje? —se burla.
Alguien tiene las hormonas a baño Maria. Lo miré desde el
marco de la puerta de mi habitación, con mala cara.
—En tus sueños, Hermes.
Él parece divertido y me emboza una sonrisa contagiosa. Meneo
con la cabeza.
Luego de colocarme un short corto de algodón blanco y una
playera corta de dejaba al descubierto mi ombligo, regresé a la
sala y encontré a Hermes sirviéndose una copa de vino de uva
sentado en mi sofá y observando la luna desde el ventanal.
Había apagado todas las luces y la única encendida era la del
velador de pie, creando un ambiente cálido y algo oscuro.
Había colgado su saco gris en la pared y llevaba únicamente una
camisa blanca con sus dos primeros botones desabotonados.
Tenía su pierna por encima de la otra, formando un cuatro
y bebía su vino con gran relajación hasta que se dio cuenta que
ya no estaba solo.

LURU
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—No sabía que Christian Grey estaría en mi apartamento esta


noche —le digo, riéndome y cruzándome de brazos.
Él se ríe y toma de la mesa ratona de vidrio un vaso con zumo de
naranja que había servido para mí y me lo entrega.
Me uno a Hermes sentándome en el sofá con mis piernas
pegadas a mi pecho y bebo del jugo.
—Me duele tanto como a ti ver al amor de tu vida con otra
persona —confiesa de golpe.
Aquello me toma desprevenida. Un Hermes con el corazón roto.
Nunca antes visto.
De pronto me siento comprendida.
—No sabía que Emilia era tu esposa hasta que Max me lo
confesó —le digo —. Incluso fui a tu boda. Pero no sabía que tú
te casabas, no te había visto.
Me mira, con el ceño fruncido.
—¿En serio? Vaya —piensa unos segundos antes de seguir
hablando mientras mira un punto fijo de la sala—, si sabía que
estabas allí me hubiera acercado a saludarte.
—Lo sé —lo tranquilicé, dándole un golpecito en el hombro —
¿Qué sucedió entre Emilia y tú?
Larga un suspiro antes de responder.
—Emilia y yo nos separamos porque claramente no estuvo nunca
enamorada de mí. Siempre estuvo enamorada de ese tal Max.
Incluso había mencionado su nombre mientras hacíamos el amor
—suelta, con cierto resentimiento y vuelve a beber un poco de
su vino. Traga y me mira a mí —. Me pidió el divorcio de un día
para el otro... ¿cómo negárselo cuando yo no podía hacerla feliz?
Y ahora se está por casar con él y eso me duele cada día que pasa
¿sabes? Quiero aferrarme a las palabras “si ella es feliz yo

LURU
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también lo soy” pero eso no es verdad. Ella está haciendo su vida


y yo quedé detenido en el tiempo, viviendo en mi mente
momentos felices con ella.
—Comprendo el sentimiento —le digo, con la voz rota.
Sí él sabía cuáles eran las intenciones de Max con Emilia,
lo mataría.
Hermes era un hombre muy fuerte, tenía una contextura física
muy corpulenta. Max era alto y musculoso y Hermes era un poco
más bajo que él, pero sabía que le ganaba por fuerza.
—¿Cuál es tu historia con Max? —me pregunta.
—Fui su sugar baby, nos enamoramos, terminamos siendo
hermanos y quedé embarazada —le sonreí, siendo lo más breve
posible y evitando una explicación que uniera a Max con Emilia y
así evitar cualquier tipo de conflicto.
Hermes ríe mientras me mira y su sonrisa se va apagando a
medida que nota que no estoy haciendo ningún tipo de broma.
—Me tomas el pelo, Gray.
—Mmm nop.
—¿Max y tú son hermanos? —se remueve en el sofá, perplejo —
¡Gray hay tantos hombres en la tierra y vas y te tiras a tu
hermano! —me regaña.
—No sabía que era mi hermano ¿crees que soy cómo el resto de
los dioses? —me reí, incrédula— Max no es un humano, es el
hijo de Hades, Hermes.
—¡¿Qué?! —da un brinco en el sofá y vuelca a su vez el vino en el
suelo, pero es no me importa al ver su cara de enojo —¡¿Emilia
se está por casar con el hijo de Hades?!

LURU
LURU

Me siento ajena a su disgusto ya que no sabía que él no estaba al


tanto. Me pongo nerviosa, y sé que es en vano que intente
calmarlo.
—Walter es Hades —le confieso, removiéndome en el sofá—.
Toda la cadena de restaurantes más prestigiosas del mundo está
a cargo de Hades, Hermes. Creí que lo sabías.
Hermes empieza a caminar por la sala, dejando la copa de
vino vacía sobre la mesa ratona y se lleva las manos a la cabeza,
sin poder creerlo.
—¡Por supuesto que no lo sabía! —pega el grito en el
cielo, deteniéndose en seco —¡Dios mío!¡Emilia no merece estar
con un monstruo del Inframundo!
—¡Max no es ningún monstruo! —le digo a la defensiva,
poniéndome de pie. Me cerco a él y pongo mis manos sobre sus
enormes hombros—Emilia no está en peligro si eso es lo que
piensas, Hermes.
Me mira a los ojos, buscándolos con intensidad. Entonces
presiento que me está mirando más allá de lo que estamos
permitido mirarnos.
—Si el hijo de Hades se mete con mi mujer...yo me meteré con la
suya.
Y sin decir más nada, sus labios estampan los míos sin darme
tiempo a responder a sus palabras.

LURU
LURU

Capítulo 16
Hermes estampa contra la pared más cercana a Ada Grey. El
hombre besa con gran deseo y enfado a la joven de cabello rubio
en la plenitud de la noche.
Ella duda si aceptar sus intensos besos, duda si aceptar una
invitación que podrían causar conflictos en algún futuro cercano.
Aunque los labios de Hermes son familiares por un pasado
apasionado entre los dos, ella se ve consumida por su sabor, su
lengua acariciándola y cada tanto sus dientes chocan por una
desesperación incontrolable.
Hermes busca la punta de la playera de la bella diosa para
sacársela por encima de la cabeza y así, manosear con gran
excitación sus enormes pechos de pezones erectos y rosados,
que se ven revolucionados por su caluroso contacto. Ada suelta
un gemido mudo y Hermes se ve victorioso al ver que ella se
encuentra tan excitada como él.
Ada desabrocha los botones de su camisa con cierto desenfreno
y torpeza. Cuando logre desabrochar el ultimo botón se la
arrebata y la lanza por algún lugar del salón mientras se besan.
Pecho contra pecho, desnudos, en cuanto Hermes la levanta del
suelo y ella rodea su firme cintura con sus finas piernas,
entrelazándolas contra su espalda. Ada lo atrae hacia ella para
besarlo aún más y ambos se abrazan, cayendo contra el sofá sin
dejar de rozar sus labios.
Hermes hunde su rostro en el cuello de Ada mientras este
recorre con sus enormes manos el cuerpo esculpido de la hija de
la diosa de la belleza y cada tanto aprieta su piel, como si aquel
contacto fuera adictivo.
Toda Ada Gray era adictiva.

LURU
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Hermes busca su sexo por encima de su pantalón corto y pasa la


lengua por encima de la tela. Ada cierra los ojos con fuerza y
separa sus labios mientras aprieta sus pechos, clavando sus uñas
en ellos.
Hermes, al ver que la humedad de su sexo atraviesa la tela, lo
retira por sus piernas y la deja con una simple bombacha negra.
Cuando él está a punto de correr su ropa interior para darle paso
a su lengua, Ada lo detiene colocando su mano en su frente.
Hermes levanta la cabeza, confundido.
—Sólo un hombre tiene el privilegio de besar mi sexo. Y ese ya
no eres tú —le musita ella, con cierto dolor en su voz.
Hermes sonrió, algo descolocado, pero no insiste sobre el
asunto.
El hombre toma ambas manos de ella y la sienta en el sofá.
Luego de sentarse Hermes en él, Ada se sube a horcajadas en sus
piernas y busca la hebilla de su pantalón mientras los labios del
dios griego juegan con los pezones de la diosa, quien no para de
moverse sobre sus muslos, deseosa por tenerlo en su interior.
Logra desabrochar el cinturón con sus agiles dedos y saca su
miembro duro. Ada Gray lo encierra entre sus dedos mientras su
mano sube y baja, acariciándolo. Él carraspea, mientras hinca
con los dientes el cuello de ella por tocarlo de una manera tan
tortuosa como lo es la lentitud.
Ella se levanta un poco y mete la punta de su miembro en su
interior, logrando que se escape un gemido desde lo más
profundo de su garganta, creando una unión que la divinidad sí
permite hacer.
Ada se mueve con cuidado, subiendo y bajando mientras se
sostiene sobre los hombros morenos de Hermes. Este suelta una

LURU
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maldición, extasiado por los movimientos de la diosa y ella se


siente victoriosa por causar placer en un cuerpo que no es suyo.
Ambos dejan de pensar por un momento lo dolido que se
sienten por estar lejos de las personas que aman y un buen sexo
sin vinculo alguno, a veces, ayuda a despejar la mente más
desolada. Aunque sea, por un instante.
Pero lo que ambos no sabían por un descuido no intencional y ya
costumbre de Ada Gray dejar las cortinas abiertas del ventanal
de su apartamento, es que un hombre llamado Maximiliano
Voelklein le estaba dando una larga calada a su cigarrillo,
observando una escena que le partía el corazón en dos.
Apoyado contra la puerta de su Ferrari rojo, miraba desde la calle
desierta y ventosa cómo su diosa fornicaba para acallar su
tristeza. En un intento de escape de la realidad.
Max le dio otra calada a su cigarro, y entendió, con sus ojos
llenos de lágrimas, que quizás, era momento de olvidarla y
aceptar...que ambos no podían estar juntos.
El joven de cabello pelirrojo, minutos después, sube a su coche y
arranca, enfurecido, recibiendo la derrota como una vieja amiga.
____
La luz del sol me pega directo a los ojos. Lanzó un gruñido,
despertándome poco a poco. Bostecé, somnolienta mientras me
incorporo y me siento en el sofá, algo mareada ya que continuo
con sueño.
Comienzo a recorrer la sala con los ojos y al mirar a mi derecha
veo como Hermes duerme desde la otra punta del sofá, sin
pantalones, con un bóxer n***o puesto y su abdomen marcado y
desnudo. Tiene sus manos por detrás de la cabeza y está boca
arriba, en el quinto sueño, durmiendo con gran relajación.

LURU
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Dudo si despertarlo o dejarlo dormir.


Optó por la segunda opción, ya que no me molesta que esté allí.
Por alguna extraña razón, la culpa me consume por mi acto
sexoso de anoche. Pero luego recuerdo que Max y yo no somos
nada y que él ha estado con Emilia y se me pasa toda culpa.
Busco mi playera blanca en el suelo y la levanto. La llevo conmigo
al baño para dejarla sobre la tapa del inodoro y así meterme a la
ducha, ya que luego me la colocaré.
Ya bajo el agua, lavo mi cabello y luego me paso el jabón por el
cuerpo, hasta que este se congela mi vientre al sentir una
diminuta montañita.
Tragó saliva y me atrevo a bajar la mirada.
Apenas se nota. Apenas yo lo noto. Pero está ahí.
El vientre creció unos centímetros apenas y mis manos lo siente
sobresalir.
¿Un mes? ¿Un mes en mi vientre y ya he notado un cambio
brusco? Ya no comprendo en qué fecha estoy, quizás ya estoy
entrando en el segundo mes. Debo sacar cita con un médico de
forma urgente porque yo misma soy un desastre.
Se siente extraño, muy. No dejo de tocar mi vientre mientras me
doy una larga ducha.
Tocan la puerta del baño.
—¿Puedo meterme contigo a la ducha?—escucho que pregunta
Hermes.
—Sólo un hombre tiene ese privilegio—le respondo, con frialdad.
—Mínimo deja que me lave el rostro—me dice—. También
necesito cepillarme los dientes. Prometo no ver nada.

LURU
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Veo dudosa la cortina de la ducha cerrada y después de un rato,


acepto.
Escucho que entra y que se abre el grifo. El agua de la ducha se
torna un poco fría pero no es molestia alguna.
—Quiero que Max y Emilia se separen—me dicen, con voz ronca.
Me echo acondicionador en la mano y empiezo a pasarlo en los
largos mechones de mi cabello, penetrando en las puntas.
—Max no es malo—insisto.
Aunque últimamente estaba haciendo cosas que me estaban
aterrando y ponían en duda mi postura el cual, lo defendía.
—No me fio de él.
—Yo lo conozco. Ten fe en mi palabra, Hermes.
—¿Cómo sé que no la arrastrará al Inframundo?¿Acaso puedes
prometerme algo así, Ada? Por el amor de Zeus—suelta, irritado.
Trago saliva. No creo que haya algún motivo por el cual Max
decida llevarse a Emilia a la oscuridad.
—Sé que tu intención es protegerla, Hermes—cierro la ducha y
tomó la toalla que está colgada en el caño de la cortina para
rodearla en mi cuerpo—. Pero a veces es mejor no salvar a
alguien que no pide ser salvado. Y te lo digo por experiencia.
Abro la cortina a un lado y lo encuentro de pie, mirándose al
espejo que comienza a empañarse, pensativo y sosteniendo
ambas manos en la bacha.
—¿Por qué tu voz imana tranquilidad al saber que él está con
ella?—me pregunta, volviendo su rostro para mirarme.
—Porque a pesar de que él y yo estemos separados…sé qué
estamos haciendo lo correcto estando lejos del otro.

LURU
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Pasan los días y cada mañana salgo a desayunar con Hermes. No


hemos tenido sexo otra vez, simplemente hemos optado por
refugiarnos en la compañía del otro.
No supe más nada de Max y de Emilia. Quizás porque Hermes y
yo teníamos la intención de superarlos a ambos y seguir con
nuestras vidas. Hasta que una simple mañana, una persona a la
cual no esperaba ver, se posó frente a mi puerta.
Me quedé helada cuando abrí la puerta y frente a mis ojos,
observé sus hermosos ojos oscuros que alguna vez me miraron
con amor y lujuria.
Adam estaba de pie, frente a mí, con una playera negra, unos
pantalones oscuros y una gorra que aplastaba su cabello n***o,
de las cuales se escapaban varios mechones.
El pánico me invadió.
—Hola, bella Gray.

LURU
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Capítulo 17
Muda.
Me quedé completamente muda. Seguro mis ojos parecían
platos por lo abiertos que se encontraban.
Abrí la boca para decir algo más de una vez, pero nada salía de
ella. No podía creer que estaba allí, frente a mí.
Tomándome por sorpresa, se acerca mí para levantarme del
suelo y así darme el más fuerte de los abrazos. Yo me aferro a
sus enormes brazos con miedo a caer y pego un chillido.
—¡Maldita desaparecida! —Exclama, feliz mientras apoya su
mentón en mi hombro -. Déjame que te abracé porque te
extrañé horrores, Gray. Luego tendré tiempo de regañarte.
Cuando entro en noción de que él está aquí, junto a mí,
abrazándome, cierro los ojos y lo abrazo más fuerte, tan feliz por
verlo. Mi cuerpo se relaja y siento que me debilito. Entonces,
comienzo a llorar en silencio. Él no se da cuenta. La angustia me
tortura.
Tantos años sin verlo, pensándolo todos los días y
preguntándome cuándo debería el valor de verlo a los ojos otra
vez luego de saber lo que sucedió entre los dos. Lo de saber lo
que nos unía a ambos.
Ay no, ahora me tocaba decirle la verdad.
—Miranda me contó que estabas aquí, en Miami y le supliqué
tantas veces que me diera tu dirección y así, visitarte —me
cuenta, sin intenciones de soltarme aún—. Así que me escapé de
New York y estoy alojado en un hotel que está a unas cuantas
calles de aquí.

LURU
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Me baja al suelo despacio y me mira con aquellos ojos color


noche que yo conozco tan bien que se ven consumidos por la
preocupación apenas notan mi estado emocional.
Acorrala con sus manos mi rostro, mientras seca con sus dedos
pulgares mis lágrimas.
—Hey...¿por qué lloras?
—¡Te he echado de menos, Adam! —le digo, congojada, con la
voz rota y vuelvo a abalanzarme sobre él para abrazarlo mientras
rodeo con mis brazos su cuerpo —Tengo que decirte tantas
cosas y no sé por dónde iniciar...
—Lo sé todo, Ada.
Pestañeó un par de veces cuando me suelta eso con gran
seguridad. Trago saliva.
—¿Qué dijiste?
Adam cierra la puerta y apoya su espalda contra ella, mientras
me mira sin saber por dónde empezar a hablar.
—Miranda me contó todo —confiesa, con voz queda —. Me ha
dicho que tú no serias capaz de decirme la verdad sin sufrir un
colapso, así que ella tomó valor y me contó toda la verdad. Sobre
ti, sobre Max...sobre nosotros tres...
Tuve que agarrarme de una de las sillas de la pequeña mesa que
tenía en la cocina para comer. Me llevé una mano al pecho.
Miranda le había dicho algo que no le correspondía hacer. La
odié por microsegundos, pero luego analicé la situación y le di la
razón. Yo no me atrevería a contarle nunca la verdad Adam y lo
había demostrado cuando decidí huir de New York, cuando
decidí borrarme del mapa para no darle explicaciones
Aparte de cobarde, fui una estúpida.

LURU
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—Supongo entonces que estás al tanto de todo —le digo,


consternada —. Siento no haber sido yo la que te haya
confesado que eras hijo de Afrodita y Hades.
Él asiente, y claramente está tenso al igual que yo. Toda la
armonía de un reencuentro se desvía hacia la incomodidad que
sabía que tarde o temprano sucedería.
—Toda mi vida tuve visiones y sueños extraños que ligaban a
dioses raros y desconocidos. Y ha tenido significado cuando
Miranda me contó todo —me dice, con tranquilidad, como si lo
hubiese analizado —. Afrodita me visitó por primera vez una
tarde de abril y aún la recuerdo con su inmaculado vestido
blanco cómo tanto la describen en los relatos griegos...y me
confesó que era mi madre tanto como la tuya ¿y sabes qué? Creí
enloquecer cuando me contó la verdad...pero pude procesarlo
como todo un adulto. Y comprendí, finalmente, que sentirme
extraño durante tantos años de mi vida había tenido un sentido.
Y ese sentido hoy me trae paz.
Sus palabras apagan mi ansiedad de tantas noches
preguntándome cuándo y cómo sería nuestro encuentro si
sucedía alguna vez. Y hoy, finalmente, él no es el único que se
recuesta en un manto de paz interior por sacarnos un gran peso
de encima. La verdad nos trae esa calma que alguna vez, resultó
ser tormenta.
—Y ahora lo único que me destroza por dentro es saber que
nosotros dos...tuvimos algo, Ada —continúa diciendo, llevándose
una mano al pecho como si le doliera y sin atreverse a mirarme a
la cara—. Y tuve algo con la joven que sería mi sobrina... ¿sabes
lo asqueroso que resulto para nosotros enterarnos que éramos
parte de un linaje familiar? Miranda y yo decidimos terminar una
relación de dos años sin dudarlo o repensarlo un segundo.
Tomamos esa decisión a la par. Lo peor de todo esto, es que la

LURU
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culpa me sigue comiendo la cabeza incluso cuando he


abandonado quererla. Tanto a ella cómo a ti. Lo moral de la
tierra es lo más doloroso cuando nosotros pertenecemos a otro
mundo.
Lo miré, conmovida y asiento a medida que avanza con sus
palabras, dándole toda la razón porque yo, en algún momento,
he estado en su lugar y no pude recibir la noticia de la misma
forma que él lo estaba haciendo, con calma y dando un paso a la
vez.
Yo me suicidé y él decidió vivir con la culpa.
Hermanos, pero con pensamientos claramente distintos.
—Lo siento mucho, Adam —me lamenté, con gran sinceridad y
tristeza —. Siento que las cosas terminaran con Miranda, ella se
ha descompuesto cuando le conté la verdad...ella te ama
mucho.
Él aprieta los ojos y asiente, como si evadiera las ganas de llorar.
—Pero hay que aceptar que cuando algo no está destinado a ser,
no hay que insistir por más tentador que sea ¿sabes? Pero
terminamos en buenos términos. Ella y yo seremos amigos, nada
más, porque sé que aquí, en la tierra no somos tío y sobrina. Nos
hemos conocido como dos personas diferente, de mundos
distintos, criado con morales distintas a los divinos...quizás en
algún futuro, nos queramos a escondidas —musita y emboza una
sonrisa que dura poco mientras se toma el tiempo de imaginarse
junto a ella.
Adam es y será siempre de aquellas pocas personas que se hacen
querer apenas las conoces. Él imana ternura, compañerismo y
sabes que estará para ti siempre que lo necesites. Era una joya
blanca entre tantas perlas negras en el mundo porque destacaba
con tan sólo mirarlo y sin decir palabra alguna.

LURU
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—También me enteré que era adoptado y que mis padres


eligieron al niño más feo del orfanato —agrega y se encoje de
hombros, dándole un poco de sentido del humor al asunto.
Le sonreí y caminé hacia él para abrazarlo. Levanto la cabeza
para mirarlo, ya que es muy alto. Él me sonríe y parece aliviado.
—Lo que sucedió entre nosotros fue muy hermoso, Adam —le
digo, sincera —. Y trataré con lo más profundo de mi corazón
tratar de salvar lo que alguna vez nos unió como amigos. No digo
que a partir de ahora te trate como una hermana mayor o algo
parecido ya que eso sería medio extraño luego de que
nosotros...sabes a lo que me refiero.
Él asiente, comprensivo.
—No somos hermanos en la tierra, pero si ante los ojos de la
divinidad.
—Adam, eso sería negar nuestro linaje y hay que aceptar para
soltar—apoyé mi mentón en su pecho—, y yo quiero soltar para
que deje de doler.
—¿Y cómo seguirá nuestra relación a partir de ahora? —me
pregunta, frunciendo el entrecejo.
—Serás tío de una bonita niña —le cuento, con una sonrisa—, y
eso te hace parte de mi vida para siempre.
Adam abre los ojos y la boca, completamente sorprendido. Se
separa de mí unos cuantos pasos y comienza a recorrer con la
vista cada sitio de mi apartamento, soltando alaridos.
—¿Queeé? ¿Dónde está ella? ¿Tuviste un bebé?¡Eres la peor por
no contármelo, Gray! —me pregunta, sonriéndome y esperando
con ansias conocerla —Quiero conocerla.
Ruedo los ojos, sonriendo.

LURU
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—Ella aún no ha nacido —le informo y me llevo las manos al


vientre, señalando con la mirada —. Está aquí.
Adam abre los brazos de par en par, sin poder contener la alegría
pega un grito, emocionado y viene abrazarme otra vez.
—¡Dios, que buena noticia! —me felicita y yo me echo a reír —
¡Tendrás un bebé!¡Max debe ser un hombre muy afortunado!
Mi alegría se desvanece cuando lo nombra y él nota mi cambio
de humor. Me aparto varios pasos para mirarlo a la cara,
incomoda.
—Yo no estoy con Max... —le digo, lo tomo de la mano y lo llevo
hacia el sofá —. Él y yo ya no estamos juntos y te explicaré por
qué.
Contarle a Adam lo que había ocurrido con Max y nuestra
situación actual había sido buena idea, ya que me resultó tan
reconfortante que sea comprensivo a pesar de que quería
matarlo por dejarme embarazada en contra de mi voluntad para
sacarme del Inframundo.
Charlar con un viejo amigo a veces resultaba ser tan sanador e
incluso cada vez que contaba mi historia es como si yo fuera la
protagonista, ya que me alejaba de lo sentimental para poder
contarlo bien y sin baches de llantos.
—Quédate en mi apartamento. Hay espacio de sobra aquí—lo
invito.
Él sonríe, y asiente.
—No sé cuánto tiempo podré quedarme sinceramente en Miami.
He abandonado un semestre de la universidad para poder venir a
verte cuánto antes.

LURU
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—¡¿Qué hiciste qué?!—pego un grito en el cielo—¡Adam no


puedes dejar un semestre para venir a verme! Ahora me siento
culpable.
—Tranquila—parece relajado—. No dejé la carrera, sólo me
tomaré unos meses. Suele ser muy estresante. Ya estoy en el
tercer año.
Al instante la melancolía me golpeó.
—Yo también debería estar en mi tercer año—musito mientras
pellizco pelusas imaginarias en mi pantalón corto—. Pero sé qué
algún día retomaré la universidad y seré una buena psicóloga.
—Por supuesto que sí y abriremos nuestro propio consultorio—
me alentó, tras darme un apretón en el hombro.
Era imposible no quererlo mucho. Estar frente a él hacía darme
cuenta que lo había echado mucho de menos.
Estaba a punto de salir a la calle con mi motocicleta en cuanto un
Ferrari n***o que brillaba por si solo se estacionó frente a mí,
impidiéndome el paso. Levanto el plástico del casco que tiene
como visor y lo observo, indignada. La luz del sol me golpea un
poco los ojos, así que me es imposible no pestañear de más.
—¡Hey! —me quejo, furiosa y comienzo a tratar de sacar la moto
de la acera para bajar a la calle y así, esquivar el coche.
La ventanilla del conductor se desliza hacia abajo y el rostro de
Hermes aparece, quien lleva unos lentes de sol oscuros y me
sonríe de manera picara que sólo significaba problemas.
—¿Dónde va la diosa más sexy de todas? —me pregunta
mientras se saca los lentes y los coloca en su sonrisa —No sabía
que manejabas una motocicleta. Eso sólo me traera un millón de
fantasías cochinas con las cuales entretenerme en la soledad.
Pongo los ojos en blanco.

LURU
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—Voy a hacer de cuenta que no escuché esa guarrada y me iré


con calma a la agencia —le digo, con una sonrisa fingida —. Debo
trabajar.
—Manejas estando embarazada ¿eso es bueno? ¿Qué tal si te
llevo a la agencia y evitamos un accidente de tránsito?
Creo que no dejara irme con facilidad. Suspiro.
—No está muy lejos de aquí —le digo y me relajo al ver que tiene
una buena intención—. Por eso me manejo con la motocicleta
para llegar más rápido y no ir en autobús.
—Insisto, Gray.
—¿No vas a dejarme en paz verdad?
—Te pincharé una rueda —se encoge de hombros, divertido —.
Tú decides, rubia.
Bueno. Debo darle la razón. Conducir una motocicleta no me
trae tanta paz ahora que estoy embarazada. Los autos en Miami
andan tan veloces que a veces se torna peligroso manejar y
llevarles la corriente para que no te choquen.
—Bien. Tú ganas —le digo. Hermes sonríe, todo un ganador —.
Sólo deja que la guarde en el garaje del edificio —comienzo a
echarme hacia atrás con la moto para subirla nuevamente a la
acera.
Cuando me doy cuenta ya estoy dando un ligero portazo en el
asiento de acompañante en el Ferrari de Hermes. Este huele a
cuero y el tablero es tan limpio que no puedo evitar pasar los
dedos, encantada. Los asientos son super cómodos y todo
el interior es oscuro. Me da gracia al ver que el centro del
volante tiene su logo amarillo con un pequeño caballito en el
medio.

LURU
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La vista hacia la calle es espectacular y de fondo suena una


canción que está en mi lista de reproducción de
Spotify: Blood Water de Grandson.
—Nunca estuve dentro de un Ferrari —admito, fascinada.
Hermes me mira, claramente halagado y me sonríe, aferrando
sus manos al volante.
—Sujétate fuerte, Gray. Que también sabrás cómo anda mi bello
bebé —me avisa, haciendo ronronear su coche y eso
es música para mis oídos.
Jamás fue tan interesante y emocionante viajar a la agencia de
modelos en un auto como aquel. Dios, sentía que volaba y que
no tocaba el caluroso asfalto de aquella preciosa mañana. Era
tan hermosa como calurosa pero el aire acondicionado del coche
no me hacía padecerlo.
Había elegido un bonito vestido floreado amarillo con flores rojas
pequeñas que me llegaba por encima de las rodillas y unas
sandalias bajas de tiras de cuero ecológico que rodeaban mis
tobillos. Trencé mi cabello y dejé que cayera sobre mi hombro
derecho. Me gustaba que las puntas de mi cabello me regaran
hasta la cintura con el peinado. También, me puse una preciosa
tiara de pétalos dorados y dejé varios mechones caer a los
costados de mi rostro para dar un efecto natural y relajado.
No me maquillé ya que los maquillistas se ocuparían de ello y me
daba pereza retirar un maquillaje que, quizás, no era el adecuado
para una sesión.
Hermes estacionó el coche frente a la puerta giratoria de la
agencia y bajo la ventana apretando el botón de la puerta para
ver si Amelia andaba por allí, la chica de rizos que había conocido
el mismo día que quedé en la agencia.

LURU
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Me quedé algo confundida cuando Hermes puso su enorme


mano sobre mi muslo. Lo miré, con mala cara.
—Que me haya acostado contigo no te da el derecho de
ponerme una mano encima —le digo rápidamente,
completamente seria. Tomo su muñeca la cual posee un lujoso
Rolex y la pongo en su pierna.
Vuelve a poner su mano en mi muslo sin darle importancia a mis
palabras y sigue sosteniendo su sonrisa.
—¡Oye te he dicho que...!
Ambos nos sobresaltamos en cuanto escuchamos que alguien le
da una patada al coche, justo a mi lado y miramos en la dirección
en la que la oímos.
—Que le quites la mano de encima te ha dicho —aparece Max,
que nos mira desde mi ventanilla y por poco mete su rostro por
ella, cabreado —¿Eres sordo o qué? ¿Quieres que te lo explique
a los golpes?
De pronto me encuentro aturdida.
¿Qué demonios hace él aquí?

LURU
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Capítulo 18
Hermes baja del coche y lo rodea, con aire fresco y seguro de sí
mismo. Yo salgo asustada por lo que podría llegar a pasar entre
él y Max.
Max comienza a remangarse las mangas de su camisa negra
hasta los codos, preparado para cualquier intento de violencia
por parte de Hermes.
Camino hacia Max para frenar cualquier locura que tenga en
mente, pero él está demasiado concentrado midiendo los pasos
de Hermes que viene hacia nosotros.
—Pero si es el nuevo esposo de mi ex —lo saluda Hermes, con un
humor feliz claramente fingido -. No sólo te dedicas a quitarme a
Emilia, sino que no quieres que ande con ninguna otra
mujer. Felicidades fosforito, tienes a todas las mujeres muertas
por ti.
—¡Cállate, Hermes! —Le grito, antes de que aquello se convierta
en una masacre.
A Max se le tensa la mandíbula y lo mira de forma asesina. Pongo
mis manos en el pecho de Max y me hago puntas de pie para
llevar a su oído. Dios ¿qué demonios le digo para calmarlo?
—No armes un rollo por favor que el empleo de los dos está en
juego —le recuerdo para llegar a sus pensamientos, deseando
que me escuche.
El empleo me importa una mierda. No quiero que golpeen a Max
y lo lastimen.
Max baja la mirada hacia mí, con cierta frialdad y vuelve su
mirada hacia Hermes. De pronto me abraza, apretándome contra
su pecho, protegiéndome y señala con su dedo a mi ex, furioso.

LURU
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Una extraña sensación en mi pecho se expande. Hace mucho no


estaba tan cerca de Max y verlo tan protector conmigo me hace
sentir algo emocionada.
—¡Aléjate de ella sino quieres terminar en el hospital, Hermes!
—Max le grita entre dientes.
Hermes se detiene, con una sonrisa desafiante y se apoya contra
la puerta de su coche, cruzándose de brazos.
—Pasaré a recogerte más tarde, Ada—me dice Hermes, de forma
descarada y pasa por alto la advertencia de Max.
—¿Qué?¡No! —le digo, desconcertada —Hasta nunca Hermes
¡vete!
Sé qué lo hace para hacer enojar a Max y eso me irrita. Me suelto
del abrazo con cierto anhelo ya que no quiero alejarme de él y
así hacerle frente Hermes.
Este se encoje de hombros y se encamina hacia la puerta del
conductor rodeando el coche por la parte delantera. Max está
tenso en su lugar, pero presiento que está haciendo todo lo
posible para contenerse y no hacer un espectáculo en plena calle
con sangre incluida.
Vemos cómo Hermes arranca el coche sin antes lanzarle una
mirada arrogante a Max y se aleja con su Ferrari n***o por las
calles de Miami, destacando sobre las palmeras posicionadas en
la mitad de ambas calles.
Miro a Max, quien está frotando sus ojos con las yemas de sus
dedos y no para de maldecir por lo bajo, conteniendo aún su ira.
Levanta la mirada directo hacia mí y me clava sus ojos caramelo,
furioso.
—No te quiero cerca de ese tipo —me dice, enojado—. Lo quiero
lejos de ti y del bebé ¿oíste?

LURU
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Asiento y no soy capaz de discutirle. Sé qué Hermes no era una


mala persona, pero tenía un comportamiento tan inmaduro que
a veces no comprendía por qué se portaba así. Recordé al
instante por qué lo dejé.
—Lo siento —me disculpo, y no sé por qué.
Él suelta el aliento y se acerca mí, apoyando sus manos sobre mis
hombros, lo que me obliga a mirarlo.
Está tan guapo y su rostro es una completa adicción para mí. Tan
sólo tenerlo cerca me afecta, muchísimo.
Parece agotado y tiene ojeras por debajo de sus ojos, como si no
pudiera dormir bien hace ya rato. Me gustaría preguntarle si se
encuentra bien, si está comiendo cómo debe y qué es lo que no
le permite conciliar el sueño. Si tan sólo nuestra historia de amor
fuese distinta, yo tendría esas respuestas porque sería su novia,
su mujer y amante. Sería suya.
Pero alguien más estaba al tanto de su estado. Alguien llamada
Emilia. Me dije a mi misma que ella era una mujer con suerte por
tenerlo cerca, respirando su mismo aire. Un aire que yo no tenía
permitido respirar.
—No te disculpes por algo que tú no hiciste —me dice, con voz
suave —. Aunque me duela que te hayas acostado con él. Estoy
bien. Siempre estoy bien cuando se trata de ti.
Cerré los ojos al escucharlo, como si hubiera recibido un golpe.
Mierda, mierda, mierda. Me ha escuchado decirlo cuando me
saqué la mano de Hermes de encima. Ay no. Me pongo nerviosa
e intento hablar, pero mis palabras se tropiezan.
—Escucha Max, yo...

LURU
LURU

Me toma de la mano antes de que pueda decir algo y tira de mí,


como si su humor hubiera cambiado por completo. Como si aire
le renovara todo el humor.
—Vamos, tenemos un par de fotos que hacer—me interrumpe.
Creo que no tiene la intención de escuchar alguna explicación y
eso, de cierta forma, me alivia.
Cruzamos la puerta giratoria de cristal de Divine Beauty,
mientras él me lleva de la mano.
—¿Te convocaron para hacer fotos hoy? —le pregunto, curiosa.
—Sí —afirma—. Quieren ver esta carita de muñeco bonito en
papel fotográfico ¿cómo decirles que no? —me dice, arrogante y
sonriendo.
Pongo los ojos en blanco y quiero decirle que si, que es
guapísimo pero no quiero alimentar su ego. Él sabe lo guapo que
es y eso me prende.
Siento que lo que sucedió hace minutos se esfuma y ambos nos
ponemos detrás del mostrador para anunciar nuestra llegada y
nos envían al séptimo piso donde se realizan las fotografías.
No sólo estoy ansiosa por ver a Max haciendo fotografías, sino
que quiero que me produzcan y que él se vuelva loco por verme
guapa.
Luego de anunciar nuestra llegada, ambos nos dirigimos a tomar
el elevador. Mientras esperamos, se establece un silencio
extraño entre los dos pero que no resulta incómodo.
No sé si soy yo, pero a pesar de que no me sienta incómoda,
siento una tensión algo familiar…
Está a mi lado. Su cuerpo imana calor en mi brazo y comienzo a
sentir un cosquilleo en mi vientre. Me sobresalto un poco
cuando uno de sus dedos rosa los míos, y poco a poco su mano

LURU
LURU

se va entrelazando con la mía. Ninguno de los dos es capaz de


mirar al otro, pero nuestros cuerpos no son capaces de disimular
que no soportan estar separados el uno del otro.
Las puertas del elevador se abren de par en par y ambos nos
sobresaltamos en cuanto la vemos, escuchando cómo ambas
puertas se deslizan hacia un costado. Nuestras manos se separan
de forma inmediata, cómo si tuviéramos miedo a ser
descubiertos por quién sabe qué.
Suelto un suspiro al ver que un hombre sale del elevador sin
antes desearnos un buen día y desaparece por el largo pasillo del
primer piso.
Max y yo ingresamos al elevador y en cuento las puertas se
cierran, comienza el descontrol del hermoso pecado.
El hombre pelirrojo me acorrala contra una de las paredes del
elevador y lleva una de sus manos firmes hacia mi cuello. De mi
garganta se escapa un tenue gemido al ver qué intenciones tiene
conmigo.
Su entrepierna se apoya contra mis partes bajas, provocándome
una excitación que crece en mi interior. Las pupilas de Max se
dilatan y penetran los míos, y luego baja los ojos para verme los
labios.
Muerdo mi labio inferior y eso parece enloquecerlo.
—Creo que te has olvidado cómo te follaba en épocas pasadas—
carraspea profundamente y musitando sus palabras con
lentitud—. Eres mía, mi amor y es hora de recordarte cómo
somos juntos cuando hacemos el amor —sus labios viajan hacía
mi oído mientras acaricia sus dedos mi cuello—. Hermes ni
cualquier otro ex tuyo me llega a los talones.
—Sí, sugar. Hora de jugar.

LURU
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Capítulo 19
Desliza su mano hacia uno de mis pechos y lo aprieta con fuerza,
provocando que de un respingo al sentir el roce de la palma con
mi pezón.
El elevador comienza a subir y debemos detenernos con
brusquedad al ver que alguien lo solicitó en el segundo piso. Max
se aparta y se coloca a mi lado de forma inmediata, cortando
aquel encuentro electrizante que ha conseguido que mi
respiración no sea normal.
Tres modelos de una alta estatura suben con ropas ostentosas y
coloridas, pasando de mi presencia, pero si cayendo ante la
mirada intimidante de Max Voelklein. Las chicas cuchichean
entre ellas, lanzándose miraditas y sin poder evitar mirarlo más
de una vez.
Max me mira y arquea una ceja, sonriendo y claramente
sintiéndose todo un sex simbol. Pongo los ojos en blanco. En el
pasado estaba acostumbrada a que aquello pasara.
—Nos parece muy adorable que un padre acompañe a su hija a
las sesiones de modelos — de pronto nos dice una.
La sonrisa de Max se esfuma y ahora parece espantado. Oculto
una risa con mi mano. Ay mi Dios.
—Él no es mi padre —aclaro con rapidez.
Las chicas parecen avergonzadas mientras intercambian miradas.
Llegamos al cuarto piso y las tres, aliviadas porque ya no nos
verán los rostros, se bajan sin antes pedirnos disculpas por el
comentario.
Otra vez nos quedamos solos y me echo a reír ya que me lo tenía
aguantado. Max gruñe, cambiando el peso de su cuerpo
posicionándose con el otro pie y no me mira.

LURU
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—Puff, tampoco estoy tan viejo para ti. Sigo siendo muy guapo y
sensual—se dice más para sí mismo que para mí —. Hacemos
una pareja perfecta.
—Hacíamos.
De pronto me mira, apretando los labios y asiente, masticando
mi respuesta.
—Hacíamos —repite en voz tan baja que apenas soy capaz de
oírlo.
Y como si fuera el principio de todo aquello, él está a mi lado y
entrelaza poco a poco su mano con la mía, rompiendo
rápidamente nuestras palabras que resultaron ser frágiles.
Llegamos al piso siete. Las puertas se abren de par en par y nos
encontramos con ese ambiente que alguna vez me resultó
caótico por el ir y venir de las modelos y ahora parecía una misa
de domingo por lo silencioso que se encontraba.
El enorme salón fotográfico de paredes blancas e inmaculadas,
con cuadros fotográficos en blanco y n***o de varios modelos
colgados y el suelo de cerámica blanca el cual parecía un espejo,
me trajeron un precioso pinchazo de emoción, ya que aquel
lugar me ayudaba a transitar mi paso por la tierra y lo hacía
menos traumático.
Estaba en un lugar dónde me ayudaba a olvidarme de mis
problemas. Pero... ¿Por qué estaba tomada de la mano de mi
mayor desastre? Max no pretendía soltarme, y lo supe cuando
cruzamos las puertas del ascensor.
Al fondo de todo pudimos ver al fotógrafo de la agencia, quien
estaba preparando su cámara de forma muy concentrada y
echándole un vistazo a las telas rojas que habían puesto de
fondo para la sesión. A su lado, estaba Mark, quien parecía darle
un par de indicaciones sobre algo que no podía oír, ya que el

LURU
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salón era tan inmenso que estábamos muy lejos el uno de los
otros.
Mark se percata de nuestra presencia y su sonrisa de oreja a
oreja nos resulta contagiosa a Max y a mí.
Él se acerca a nosotros y nos da un beso en cada mejilla,
saludándonos.
—¡Son un orgasmo visual cuando los veo juntos! —exclama,
llevándose ambas manos juntas hacia los labios. Su exageración
me hace reír. Le echa un vistazo a su reloj de muñeca—. Y me
alegra aún más saber lo puntuales que son. Gracias por llegar a
tiempo.
—Quiero agradecerle por la oportunidad de tomarnos a mí y a la
señorita Gray en su agencia señor —le dice Max, de manera
formal —. Pero quiero recordarle, cómo hemos hablado ayer por
la tarde en nuestra reunión de contrato, que no deseo tomarme
fotografías junto a la señorita Gray.
Mi cabeza gira hacia un costado para mirarlo, con cierta
confusión.
¿Qué?
—Confieso que me ha dejado desconcertado desde el día de ayer
por su petición, señor Voelklein —le indica Mark, frunciendo el
entrecejo —, pero estoy de acuerdo a sus pautas señaladas. No
se preocupe que no le tomaremos fotografías junto a ella.
Aunque...me hubiese gustado fotografiarlos a ambos juntos.
Aunque no sé por qué Max no quiere ser fotografiado a mi lado,
tengo un presentimiento que indica a dónde va la respuesta. Y
hasta creo que tiene nombre y apellido: Walter Voelklein.

LURU
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Estoy segura de que no quiere que su padre vea alguna


fotografía actual nuestra por las emisoras televisivas o cualquier
lugar publicitario donde sea publicada la foto.
Espero que sea por eso y no por otra razón que me lastime.
Al menos que Emilia le resulte extraño vernos en una fotografía
que nos vincule a los dos de una forma extraña y enfermiza.
¡Ay por Dios no!
—Tengo una noticia buena y mala para ti, Ada —continúa
hablando Mark y su rostro serio me eriza la piel porque no sé lo
que puede llegar a decirme —. El señor Hermes Zoa a decidido
romper contrato con nosotros. He recibido una llamada
telefónica suya avisándome que este año no tendrá intenciones
de llamar a ninguna de nuestras modelos. No me ha dado
motivos, sólo disculpas.
Lancé un suspiro. Frustrada. Quiero decirle a Mark que seguro
tiene que ver con el conflicto de hace un momento y es por eso
que Hermes ya no me quiere para que sea el rostro de su
campaña.
Me cruzo de brazos, algo triste porque perdí dinero.
—Pero…—Mark pone su mano en mis brazos para que lo siga
escuchando—, Victoria’s Secret te quiere cómo modelo de su
nueva lencería. Uno de los representantes te ha visto en la fiesta
de marcas y no ha podido sacarte los ojos de encima, bella Gray.
Abro los ojos de par en par. Una amplia sonrisa florece de mis
labios. Me llevo las manos a los labios y chillo, entre emocionada
y feliz.
¡Ay por favor! ¡No lo puedo creer!
—¡Dios mío!—exclamo, mirando a Max, quién me estrecha
contra sus hombros en forma de felicitaciones—¡Amo su

LURU
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lencería!¡Oh mi Dios!¡Oh mi Dios!—no puedo evitar dar


bronquitis en el lugar—¡Es cómo un sueño, muchas gracias
Mark!
—Me han pedido fotografías tuyas en lencería y es por eso que
te he llamado para esta sesión, bella Gray —apunta a una de las
puertas de los vestidores que hay en el salón fotográfico—. Ve a
cambiarte que está la muestra de lencería que hemos comprado
para ti.
—¡Por supuesto que si!—exclamo, excitada y le doy mi bolso a
Max que no tarda en tomar y pegar contra su pecho—¡Tú sirve
para algo zanahoria y sostén mi bolso!
—Usted manda ciervito—comienzo a alejarme de él y escucho
que me dice—¡Felicidades Gray!
Me vuelvo para mirarlo, feliz y sonriendo.
—¡Gracias Voelklein!—grito, sin poder contener la emoción.
Cuando abro la puerta del vestidor me encuentro con un espejo
de cuerpo completo pegado en la pared con pequeños focos de
luz en los bordes y en una esquina, un pequeño asiento de
madera.
Las paredes son de color salmón. Su color es tan fuerte que
parece recién pintado.
Arriba del asiento hay una caja negra con las letras VS en dorado,
junto a una caja de zapatos de mi talle.
Unos zapatos n***os de tacón con una tira negra para sujetar
mis tobillos.
No puedo dejar de chillar de felicidad. Estoy tan feliz por aquella
hermosa oportunidad que me olvido de todos mis problemas.

LURU
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Abro la caja con lentitud y dejo la tapa a un costado. Dentro hay


una tela blanca que cubre la ropa interior y vuelvo a chillar por lo
hermosa que era.
Se trataba de un precioso y delicado body rosa transparente
confeccionado en bonito encaje sin forro con tiras que
proporciona un efecto push up sin necesidad de relleno. Me
gustaba que fuera con tirantes ajustables y un cierre posterior
con corchetes. La parte de abajo era tipo tanga.
No tardé en colocármelo y verme al espejo.
Me quedaba a la perfección.
—Wow—musité, sin poder creer lo hermosa que me veía.
Me di una media vuelta para ver mi trasero y sonreí. Me
quedaba fantástico.
Saqué la liga que sostenía la punta de mi trenza y me solté el
cabello. Gracias al peinado anterior, los mechones de mi cabello
estaban ondulados y bien marcados. Opté por dejarme la tiara.
Sonreí.
—Soy toda una perra—me alenté a mi misma.
Con zapatos y el precioso body, salí del vestidor.
Max estaba con su celular en la mano, parecía estar charlando
con alguien hasta que levantó la vista de la pantalla y me echó
una breve mirada. Pero volvió a levantarla rápidamente al ver
qué toda mi pinta había cambiado.
Su celular se resbala de las manos y cae al suelo
—Mierda—masculla, agachándose y sin dejar de verme
boquiabierto—. Por todos los Olimpos—me dice, admirado ante
mi presencia.

LURU
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Camino hacia él como si de una pasarela importante se tratara y


le sonreí, sin antes arquear una ceja.
—¡Bellísima!—exclama Mark al verme, y el fotógrafo no se
queda atrás al mirarme de pies a cabeza.
Me detengo y levanto las manos a la altura de mis hombros con
las palmas abiertas.
—¿Les gusta?—les pregunto, sonriendo.
Max asiente con frenesí, con cara de bobo y las cejas levantadas.
—¡La marca te adorara!—responde Mark
No me saca los ojos de encima y más de una vez lo fiché
observando mi trasero.
Mientras Mark se aleja para decirle algo al fotógrafo, Max se
acerca a mi lado en cuanto ve que estoy sola.
—Estoy buscando diosas para una nueva religión y acabo de
elegirte—me suelta Max en el oído, con vos profunda y
claramente algo bobo por verme de aquella forma.
Lo miré, mordiendo mi labio inferior para evitar sonreírle. Iluso.
—No gracias. No me interesa. Besitos Voelklein. Tengo una
sesión de fotos que hacer—le doy una sonrisa fingida con una
palmadita en el hombro incluida y él se queda con una sonrisa,
sin poder creer mi rechazo ante su juego de seducción.
Cuando termino de hacer la sesión de fotos, es el turno de
Max…únicamente en bóxer.
Luego de que él sale del vestidor, se me hace agua a la boca.
Su abdomen tallado por los mismos dioses y sus músculos
marcados y fuertes, me provocan un gran cosquilleo en la
entrepierna, sintiendo como cada movimiento hace por las
posiciones ante la cámara me hagan desearlo a cada segundo.

LURU
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Sus firmes brazos que alguna vez se marcaron cuando debía


sujetarme las muñecas para así, tener el control cada vez que me
follaba en algún pasado pero, que aún seguían patentes en mi
cabeza.
Mis ojos caen sobre la V que baja sobre su abdomen y se pierde
en su bóxer azul oscuro, sin tener vergüenza ante los ojos que lo
observan.
Tengo ganas de tocarme al verlo, pero me contengo para no ir al
vestíbulo y hacerlo.
No puedo relacionarlo con Hades y Afrodita. No quiero hacerlo.
No cuando todo mi sexo pide a gritos ser follada por él.
Max me lanza miradas breves, pero significativas, oscuras y no
puedo evitar humedecer mis labios cada vez que me intimida con
sus fríos ojos. Dios. Toda mi mente enloquece cuando se trata de
él.
—Creo que también tengo ganas de hacer una nueva religión—le
susurré cuando pasa a mi lado para ir hacía el vestidor y así
cambiarse ya que la sesión había finalizado.
A la distancia, gira su rostro para echarme una mirada con una
media sonrisa en sus labios a través de sus hombros y me guiña
un ojo, como si analizada mi propuesta.
Ambos no podemos evitar reír en silencio.
Max y yo nos despedimos de Mark, quien queda en contactarnos
por si hay novedades sobre nuestra nueva presunta carrera.
Volver al ascensor con el hombre pelirrojo que alguna vez me
amó, se sintió algo tan tenso y no de una manera incómoda, sino
de una forma sexual por aquella exposición que ambos le
habíamos hecho al otro.

LURU
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Una vez adentro, las puertas se cierran y es inevitable no


mirarnos con cierto deseo chispeando a nuestro alrededor.
—Te extraño demasiado—confiesa de golpe, melancólico—.
Quiero llevarte lejos y escapar de Hades. Deseo eso cuando me
levanto o al acostarme. Mis impulsos quieren ganar, pero luego
recuerdo que puedes correr peligro y mis ganas de escapar
contigo desmullen—Max se acerca a mi y pone una de sus manos
en mi mejilla—. Espero que algún día puedas comprender
porque siempre intento salvarte, cuidarte y no lo hago con otra
intención.
Sus palabras son sinceras y no ha parado de confesarme desde
que nos reencontramos que su decisiones son para protegerme.
Cierro los ojos cuando apoya su frente contra la mía y nos
quedamos así, quietos, disfrutando aquellos segundos que nos
quedan dentro del elevador antes de que cada uno continúe con
su vida.
—Te amo—se escapa de mis labios, como si necesitará decírselo
hace tiempo.
Él busca mis ojos, lo noto cuando los abro y cierto alivio se ve
reflejado en su rostro.
—Yo te amo mucho más. Mucho más de lo que crees y piensas—
murmura y me da el más dulce de los besos.
Un hombre observa desde una camioneta 4x4 oscura cómo Max
y Ada suben a un Ferrari rojo de último modelo. Tiene una gorra
que cubre su cabello canoso y unos lentes oscuros para evitar los
rayos del sol.
Carraspea pura maldiciones por lo bajo, confirmando por qué su
hijo había insistido tanto en viajar a Miami. La verdad es signo de
ira en su interior.

LURU
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¿Acaso pensaron que lo no sabría?¿Lo tomaron por imbécil?


Sus labios arrugados y pálidos se aprietan. Sube la ventanilla de
la parte trasera donde está sentado apretando el botón de la
puerta con fuerza.
Walter Voelklein los descubrió.

LURU
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Capítulo 20
—Mañana pasaré a recogerte para acompañarte a la visita con el
medico — me dice Max, cuando apaga el motor del coche y se
me queda viendo—. Compraré los medicamentos que hagan
falta y podemos comenzar a buscar ropa para el bebé. Incluso
podemos comprar peluches. A mi me gustaban los peluches de
niños.
Estacionó frente a mi apartamento ya que se había ofrecido en
traerme.
—Está bien — asiento.
Estoy apunto de abrir la puerta del coche para irme, pero él toma
mi mano, deteniéndome.
Lo miré, observando sus ojos color caramelo con
detenimiento. Él me sostiene la mirada, en silencio.
—Terminaré con Emilia — me dice de golpe.
No puedo evitar sorrenderme ante su confesión. Espero a que se
retracté pero él aguarda unos segundos para que yo diga algo.
—No sé que esperas que diga—le respondo, encogiéndome de
hombros—. Si esperas un “felicidades” o un “lo siento”.
Él desvía la mirada y asiente.
—Max…yo voy a seguir mi vida de todas formas. Si esto lo haces
para que estemos juntos, te pones en peligro de todas formas—
me sincero.
Su rostro cambia y la tristeza lo descompone.
—¡Ya no sé que hacer para contentarte y obtener tu perdón!—
eleva la voz y apoya sus manos sobre el volante, pegando al igual
su frente, dejándose de caer.

LURU
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Pego mi espalda contra el respaldo del asiento y meneo la


cabeza. Sé que está haciendo un esfuerzo enorme para conseguir
mi perdón pero me es difícil hacerlo.
No cuando estoy recibiendo noticias suyas que viven
afectándome constantemente.
Observé al hombre que está encorvado contra el volante,
perdido ante su destino y se me pone la piel de gallina en cuanto
escucho un sollozo por parte suya.
Cierro la puerta del coche y él levanta la mirada hacia ella,
confundido, creyendo que me marche, pero sigo dentro del
coche y eso le trae la calma.
Me desabroché el cinturón para subirme a horcajadas sobre su
regazo, tomándolo por sorpresa. Se me encoje el corazón al ver
qué sus ojos caramelo se empañan, demostrando su fragilidad.
Acuno en mis manos su perfecto mentón y lo obligo a mirarme,
elevándolo un poco.
Cuando cierra sus ojos, una lágrima cae sobre mi vestido
floreado.
—Sé qué lo intentas—le susurro—. Pero ya encontraremos la
forma de estar juntos otra vez sin que tu padre te envié al
Inframundo.
Él traga con fuerza antes de hablar, pero aún así, su voz suena
rota, quebrada.
—Eres aquello que me hace ponerme de pie cada mañana,
Ada—me dice, mientras acaricia mi rostro con la yema de sus
dedos—. Y no he parado de destrozarte el corazón cuando tú te
mereces estar plena, y no sufriendo por un imbécil cómo yo.
Estoy desesperado por tenerte en mis brazos y estar por siempre
a tu lado pero no paro de arruinarlo con mis decisiones—respira
hondo, inundado por las lagrimas. Aparta la mirada hacia el sol,

LURU
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el cual le ilumina los ojos, aclarándoselos—. Voy a resolver todo


esto. Por favor, espérame.
Sus palabras me conmueven y las recibo como un refugio.
—¿A qué te refieres con que te espere, Max?—le pregunté,
confusa.
—Dejare todo, absolutamente todo por ti. Desapareceré del
mapa y podremos irnos juntos—empezó a sonar muy
motivado—. Claro, sí tú decides dejarlo todo y marcharnos a un
lugar donde nadie nos encuentre. Podremos criar a nuestra hija,
juntos.
Cuando estoy a punto de responder, él posa sus dedos sobre mis
labios.
—No, no es necesario que respondas ahora—me irrumpe—.
Dame tu respuesta cuando estés lista.
—Max.
—¿Sí?
—Por primera vez en mi vida siento que todo marcha bien…y yo
no voy a renunciar a mis metas por un hombre.
Max frunce el entrecejo, sin comprender por dónde se va la
conversación.
—Pero…
—Me lastimaste demasiado y ahora tengo un nuevo proyecto
cómo modelo para una de las marcas más importantes y de la
cual soy fanática—le digo con sinceridad—. Por primera vez no
planifico un suicidio en mi mente. Por primera vez me siento
plena y la llegada del bebé me tiene extasiada. No voy a fugarme
contigo.

LURU
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Max asiente con pesar, asimilando mis palabras en el silencio de


su coche.
—Yo tampoco permitiría que renuncies a tus sueños por mí—
coincide, arrepentido—. Siento mucho si tomaste mal mi
propuesta. De verdad.
—Es mejor que las cosas marchen cómo están. Pero…harás bien
si dejas a Emilia. La lastimaras si sigues así.
—Si, también soy un cretino por eso. Ella quiere tener un bebé
conmigo, quiere planes a futuros dónde me involucra. Estoy
jodido y eso es sólo mi culpa.
—Y lo mejor es que la dejes ir—insisto.
Vuelve a asentir y me abraza. Yo apoyo mi cabeza contra su
hombro, refugiando mi rostro sobre su cuello que huele a
colonia de hombre. Inhalo su aroma, mientras él me envuelve en
sus brazos. Por primera vez, siento que estoy desligando mi
dependencia emocional de él. Me priorizo a mí, mis sueños,
proyectos y sé qué a la bebé no le pasará nada y no le faltará
nada.
—Debo irme—le aviso, lamentando interrumpir aquel momento.
—Un ratito mas—susurra, estrechándome un poco más.
—Es que alguien me está esperando en casa—le digo finalmente.
Max me suelta de pronto y me obliga a mirarlo. Mierda. Me
observa, serio.
—Adam está aquí—le aviso y le sonreí, encogiéndome de
hombros.
—¡¿Qué?!—grita, absorto.
Toqué la puerta de mi propio apartamento. Escuché pasos
aproximándose desde adentro hasta que por fin Adam me abrió

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y sonrió al verme. Tenía un delantal blanco puesto por encima de


su ropa oscura. Supuse al instante que se encontraba cocinando.
Tenía el cabello n***o despeinado y varias pizcas de harina en su
rostro.
Su sonrisa se esfumó cuando dirigió sus ojos detrás de mi, como
si su rostro se hubiese oscurecido por algo que no le gustó ver en
absoluto.
Claramente sus ojos se posicionaron en Max. Parecía que ambos
estaban en llamas.
—¿Qué hace él aquí?—carraspeó Adam, con los dientes
apretados.
—Quise subir a saludarte—le responde Max, hundiendo sus
manos en sus bolsillos y claramente incómodo por la reacción de
Adam.
—Largo de aquí—espeto en seco Adam, a la defensiva.
Oh no…
—Adam…—intenté decir, pero Max se apresuró a hablar.
—Seguro sabes todo lo que ocurrió con Ada y…
Adam no dejó que terminara de hablar y le pegó un puñetazo
fugaz que viajó a su ojo izquierdo.
Chillé, aterrada. Cuando pensé que Max caería al suelo ante el
golpe, sólo se tambaleó un poco tras soltar un quejido más una
maldición.
—¡Adam no!—grité, consternada.
—¡Largo de aquí!—le repitió Adam a Max, sacado de sí—¡Aléjate
de ella, ya le hiciste demasiado daño!
El chico de cabello n***o quiso abalanzarse otra vez sobre él
pero se lo impido en cuanto veo que quiere golpearlo otra vez,

LURU
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interponiéndome en su camino, haciendo una especie de muro


entre ellos.
—¡Ya!¡Ya entendí el mensaje y lo acepto!—le grita Max,
quejándose, cubriéndose el ojo y algo encorvado por el golpe—
¡Pero no me voy a marchar porque eso sólo lo decide Ada!
—¡Basta ya!—les grito a los dos—¡Max, entra a la casa ahora
mismo!
Max me mira y luego lo mira a Adam a través de su ojo sano
mientras se cubre el otro, dudando si hacerlo o no. Luego de un
rato, suelta el aliento y cruza el umbral de la entrada, sin antes
empujar con el hombro a Adam, quién sigue conteniéndose para
darle un puñetazo mientras aprieta sus puños con fuerza.
—Gracias—le digo a Adam, en un tono de voz que sólo él pueda
escucharlo—. Desde que llegó a Miami sueño con darle un
puñetazo pero en otro sitio específico.
Cruzo el umbral de la puerta y escucho como Adam la cierra de
un portazo y pretende escabullirse en la cocina pero yo sé lo
impido.
—No —pongo una mano en su pecho, deteniéndolo—. Es hora
de que hablemos los tres y dejar de evitarnos de una vez por
todas.
Tarde o temprano los tres hijos de Afrodita de reunirían…
Y todo había empezado de muy mala gana.

LURU
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Capítulo 21
Max toma con sus manos una bolsa de hielo que saqué del
congelador mientras está sentado en mi sofá. Comienza a dar
pequeñas palmadas en su ojo que empieza a hincharse y
tornarse más oscuro.
—Gracias bonita — me agradece él mientras se queja por el
contacto del hielo con su piel.
Obligué a Adam a sentarse en mi sofá L y opta por sentarse en la
punta de este, con la intención de estar lo más lejos posible de
Max.
Aunque la distancia entre ellos dos era notable, no podía dejar
de fulminarse con la mirada.
Yo me quedé de pie, observándolos a ambos con los brazos
cruzados y muy disgustada por la situación violenta que acababa
de presenciar.
—Bueno, tarde o temprano deberíamos reunirnos — les dije a
los dos, que parecen disgustados por el reencuentro—. Vamos
niños ya nos conocemos. No somos extraños — los aliento,
esperando que esto no termine con sangre en mi suelo.
Que ni se les pase por la cabeza ensuciarme el suelo.
—Sí, y qué bien nos conocemos los tres — carraspea Max.
Mierda. Entiendo rápidamente esa referencia. Maldita sea la
hora en la que los tres tuvimos un trio.
Que asco. Trato de sacarme esa imagen de la cabeza antes de
que tenga un colapso mental.
—Max, evita tus comentarios — le advierto—. He llegado a una
conclusión y creo que se alegrarán al saberlo — ambos levantan

LURU
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la mirada hacia mí, y sé qué tengo toda su atención—. Saben que


al ser hijos de dioses griegos no pecamos por fornicar ¿verdad?
—¿Eh? El incesto es delito de aquí a la China, Ada—se
escandaliza Adam, apoyando sus codos sobre sus piernas—. No
justifiques algo tan aberrante cómo eso.
—Yo no lo estoy justificando. Yo no fui enviada al Inframundo
por pecar, sino porque soy hija de Hades. Nuestro linaje griego
está basado en historias tan morbosas que nuestros actos se
quedan pequeños, Adam —le explico, con paciencia —. Incluso
Zeus quiso montarse a todo lo que tuviera vida y jamás fue
juzgado hasta que lo moral llegó y enderezó la vida social en la
tierra. Lo único que pretendo explicarles es que no hay por qué
castigarnos a nosotros mismos por lo que ocurrió. Pero no debe
volver a repetirse. Yo no quiero exiliarme como Edipo, quien fue
humano y se castigó por eso arrancándose los ojos luego de
acostarse con su madre y tener hijos con ella—ante mis últimas
palabras, le lanzó una mirada significativa a Max, quien capta la
indirecta con mala cara —. Nosotros somos Dioses, pero
cometemos errores mundanos. Podemos estar días debatiendo
esto. Sólo quería que supieran mi postura.
—Y si somos Dioses ¿qué demonios hacemos en la tierra? ¿Por
qué no estamos en el Olimpo? —nos pregunta Adam, confuso —.
El mismo Hades crio a Max ¿y nosotros qué? Él puede bajar al
Inframundo cuando se le apetece ¿nosotros debemos tener una
vida de humanos si o si por ser educados en la tierra?
Quiero responder ante eso, pero...ni yo tengo una respuesta.
—¿Estás preguntando eso porque quieres evadir los exámenes
de la Universidad? —se burla Max, pero a Adam no le da una
pizca de gracia. El pelirrojo se pone serio —. Sí, puedo descender
al Inframundo con el permiso de Hades. Yo no creo que quieras
bajar allí, Adam.

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—Yo no quiero ir al Inframundo —niega Adam, explicándose —.


Quiero ir al Olimpo.
—¿Por qué quieres ir al Olimpo, Adam? —le pregunto,
cruzándome de brazos.
—Tengo el derecho de ir por ser el hijo de Afrodita ¿no? —se
encoje de hombros —Tengo mucha curiosidad por saber cómo
es.
Lanzo un suspiro y me agacho frente a él, flexionando mis
rodillas.
—El Olimpo es el paraíso que todos soñados y es donde reina a
paz, la belleza y la serenidad —le digo, sonriendo —. Yo estuve
allí hasta los doce o catorce años, no lo recuerdo bien. Pero lo
que sí recuerdo es lo hermoso que era porque no estaba el peso
de las preocupaciones.
—Y si es tan bello cómo dices ¿por qué no intentas regresar allí?
—me pregunta Adam, quien tiene una curiosidad increíble.
Bajo la vista a mi vientre y sonreí, posando la palma de mi mano
en ella.
—La bebé que viene en camino en mi Olimpo ahora y no quiero
irme a ningún lugar—le respondo. Viajo la mirada hacia Max,
quien me está observando con un gran brillo en sus ojos,
sonriéndome desde la otra punta del sofá —. Max se equivocó al
no darme consentimiento por embarazarme. Yo sí quería tener
hijos con él en algún futuro, pero su única intención fue salvarme
de una manera desesperada. Sacarme del Inframundo sin pedirle
ayuda a Hades. A veces, las buenas intenciones pueden lastimar
a la otra persona. Y perdonar no me hace alguien sumisa que
acepta la mierda del otro. Perdono para dejar ir y soltar
pensamientos negativos. Esa es mi única intención. Soltar

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negatividad, cosa que la anterior Ada Gray hubiera deseado


antes de su primer intento de suicidio.
Max y yo comprendemos el esfuerzo que hice para recuperar mi
estabilidad emocional con ayuda de profesionales y ahora puedo
decir que estoy bien con la vida que tengo. No voy a dejar ir todo
por la borda cuando tengo un trabajo hermoso, una casa bonita
frente a la playa y un bebé en camino.
Adam asiente y me da un beso en la frente.
—No voy a disculparme por el puñetazo que le di —me informa
Adam, en un susurro.
—No espero que lo hagas —le respondo en un mismo tono de
voz.
El timbre del temporizador de cocina sonó y Adam se levantó de
un salto del sofá.
—Mis pastelillos ya están listos. Que emoción—nos informa a
ambos, con entusiasmo y se va corriendo a la cocina, dejándonos
solos a Max y a mí.
Un silencio se estableció entre los dos. Me pongo de pie y me
siento en el sofá, a su lado.
Max me mira, sonriéndome con los labios y levanta la palma de
su mano en mi dirección, como si quisiera que se la estrechara.
Yo frunzo el entrecejo, sin entender por qué lo hace.
—¿Amigos? —me pregunta, con tranquilidad —Si no podemos
ser algo más allá de lo que ambos deseamos...podemos intentar
ser amigos ¿no? Fuimos amigos en un pasado, lo pasábamos
bien juntos ¿recuerdas? También podemos ser aquellos padres
separados que se llevan la fiesta en paz y pueden salir a pasear
junto a su bebé sin matarse en el intento.

LURU
LURU

Su propuesta me parece tan encantadora que no puedo evitar


estrecharle la mano. Max parece relajado cuando ve que asiento
y acepto sin duda alguna.
—Sí, podemos intentarlo. No veo por qué no —le respondo, al
ver que estamos tomando una decisión bastante madura a pesar
de que sea doloroso para los dos.
El roce de nuestra piel me provoca un cosquilleo en el estómago
que él no tarda en percibir, soltándome para tratar de cortar
todo tipo de intensidad sexual entre los dos. Sé que es más
fuerte de lo que parece, pero ambos decidimos luchar contra
ella.
Por más que mis ojos recaen en sus labios y vuelven a subir a sus
preciosos ojos. Él hace el mismo gesto sin poder evitarlo. Nos
sostenemos la mirada por varios segundos que parecen una
eternidad.
Cuando veo que Max está a punto de inclinar su rostro hacia el
mío, dudoso si avanzar o no, aparece Adam, provocándonos un
sobresalto y evitando otro desastre entre los dos.
—Hice unos bizcochos con relleno de banana—nos anuncia
mientras sostiene un planto blanco el cual tiene lo que preparó y
humea deliciosamente—. Seguí una receta por internet. Espero
que sean tan ricos cómo parecían en la imagen de muestra.
Adam apoya el plato en la mesita ratona de vidrio.
—Eres un encanto Adam—le digo, tentada por probar lo que
hizo.
Tenía un aroma tan atractivo.
—Tienen muy buena pinta—le dice Max, quién sigue
sosteniendo el hielo contra su ojo y tiene un intento de acercarse
a Adam con sus palabras.

LURU
LURU

Tenía la esperanza de que ellos dos, algún día, se llevarán bien y


así, podríamos compartir más momentos juntos.
Max se fue, Adam se quedó dormido en mi sofá mientras miraba
su telenovela mexicana favorita y yo me metí en la ducha con
muchas cosas qué pensar.
Cuando estaba a punto de meterme a la ducha, mi celular
comenzó a vibrar encima del estante del espejo.
Tenía una llamada entrante de Hermes. Fruncí el entrecejo y no
sabía si dejar pasar aquella llamada o atender para ver con qué
me venía ahora.
Suspiré y atendí, desnuda, llevándome el celular a la oreja y
mirándome en el reflejo del espejo.
—Hola Hermes—lo saludo, en seco.
Luego de la situación descarada que había tenido conmigo en su
auto, se me había ido todo cariño hacia él.
—Funcionó ¿verdad?
—¿Eh?
—Funcionó, Ada—repite, y se que está embozando una sonrisa
desde el otro lado—. Max se puso celoso ¿no lo notaste?
—Ilumíname, Hermes.
—Yo vi llegar a Max a la agencia de modelos y en cuanto noté
que ya nos había visto, puse una mano en tu pierna para que vea
que tú puedes conquistar al hombre que desees y darle un
empujón a qué sienta celos de ti y de mí.
—¿Qué?—espeté—¡¿Pusiste una mano en mi pierna sólo para
que Max lo viera?! Para tu información yo puedo tener comiendo
de mi mano a cualquier hombre que desee, sin ayuda de uno—
repliqué.

LURU
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¿Qué demonios ocurría con todos estos hombres con


intenciones estúpidas?
—Por todos los cielos, por supuesto que lo sé. Eres la hija de
Afrodita—responde—. Pero era hora de recordarle a Max a qué
clase de mujer está perdiendo.
Entonces mi mente se ilumina.
—¡Oh Dios, ya entiendo por qué haces esto!—exclamo, con la
boca abierta—Intentas recuperar a Emilia y quieres que Max la
dejé por mí ¿No es así?
Su silencio breve detrás del teléfono me dio todas las respuestas
que necesitaba como para saber sus propósitos.
—Estoy desesperado, Ada—confiesa finalmente, con un tono de
voz apagada—. Creo que es hora de dejar ir a Emilia y seguir con
mi vida. Hace dos años estoy detrás de ella…soy un imbécil.
—Sé por lo que estás pasando—le digo, mirándome a través del
espejo—. Pero yo también estoy dejando ir a Max. Estoy
buscando mi propio camino sin llorar por nadie.
—Entonces, te pido disculpas por si hoy te he ocasionado
molestias. Tú sabes que yo no soy esa clase de hombres que
suelen sobrepasarse.
—Lo sé—le dije para que se quedara tranquilo—. Es por eso que
me resultó extraño que hagas eso.
—Por eso llame para explicarte por qué lo hice.
—Todo está bien contigo, Hermes—le aseguro—. Pero, debo
aclarar una duda antes ¿Por qué rompiste el contrato conmigo
para hacer el rostro de la publicidad?
—¿Y dejar que pierdas una oportunidad tan grande como lo es
Victoria'S Secret por un simple perfume? Cuando saco una
oportunidad en la vida de alguien, es porque estoy al tanto de

LURU
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que esa persona recibirá algo mejor que trabajar conmigo—me


asegura, con buen animo—. Trabaja con ellos este año, enfócate
en ese proyecto, que el año próximo tu rostro será todo mío.
La hora de acostarme llegó, pero un sollozo proveniente de la
sala me detuvo en medio del pasillo. Con mi bata cubriendo mi
cuerpo desnudo y una toalla envolviendo mi cabello mojado, fui
directo a la sala y me encontré con Adam llorando. Tenía en la
palma de su mano su celular y pude observar cómo su pantalla
delataba que estaba en un perfil de Instagram. Su cuerpo era
sacudido por las lágrimas y cubría su rostro con su mano libre.
—¿Qué ocurre, Adam? —le pregunté, asustada por su llanto.
Corro a sentarme a su lado y abrazarlo, trayéndolo hacía mí y él
no se resiste.
Entonces me da su celular y veo lo que le rompió el corazón.
Miranda estaba abrazada a un chico de cabello rubio, alto y muy
apuesto. Él y ella estaban besándose bajo las luces coloridas de la
ciudad de New York, en plena noche. Miranda tenía el cabello
castaño recogido en una cola alta y el chico que la acompañaba
tenía sus manos en su rostro, mordiéndole el labio inferior
mientras ella sonreía.
Ay no. Pobre Adam.
—Hoy hornee bizcochos que ella y yo preparábamos juntos.
Busqué la receta por internet por qué no la recordaba con
exactitud y los encontré. Quise hacerlos para tomarle una
fotografía y así enviársela para sacar un tema de conversación
entre los dos...pero esa foto saltó en mi inicio de Instagram —me
cuenta él, mientras lo tengo acunado contra mi pecho,
acongojado.
Lo abrazo fuerte y cierro los ojos.

LURU
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—Lo siento mucho, Adam —le susurro, conmovida.


Me alegra saber que Miranda está rehaciendo su vida con
alguien más a su lado. Pero Adam me parte el corazón en dos.
Pobrecito.
—Es hora de dejarla ir ... ¿no es así? —me pregunta Adam, en un
sollozo.
—Sí... —observo la luz de la luna ingresando por nuestro
ventanal, que ilumina toda la sala y siento mi
corazón acompañándolo en el sentimiento. Pienso en Max con
un nudo en la garganta —. Es hora de dejarla ir, Adam.

LURU
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Capítulo 22
Adam y yo amanecemos dormidos en el sofá. La luz del sol me
pega en el rostro, despertándome por completo y oigo el cantar
de los pájaros que comienzan a taladrarme la cabeza. Siento el
peso de Adam sobre mi cuerpo, se ha estado dormido a un lado
de mi vientre, abrazado a él. Lloró hasta que se quedó dormido.
Recuerdo su tristeza de anoche y se me produce un vacío en el
pecho. Lo veo dormir, con serenidad, con su cabello n *** o todo
revuelto y algo largo y no puedo evitar acariciárselo,
somnolienta.
Pretendo seguir durmiendo hasta que alguien toca a mi puerta,
despertándonos a mí a él de manera sobresaltada, poniéndonos
en estado de alerta al instante.
—Yo voy —le aviso, con voz ronca.
Él se sienta, recomponiéndose y yo me dirijo hacia la puerta. Me
doy cuenta que he dormido con la bata y la toalla de cabello en
la cabeza, la cual no tardó en retirarme antes de atender.
Abro la puerta y me encuentro con una de las personas que no
esperaba ver otra vez en mi vida. Pero el destino quiere hacer
que me la cruce cada vez que pueda.
—¿Emilia? —Musité, sin poder ocultar mi sorpresa.
Tiene el cabello recogido en un moño alto, está a cara lavada con
sus ojos hinchados y parece que tiene puesto un pijama de
algodón ya que tiene unos pantalones holgados oscuros y una
playera gris con un logotipo de una de las grandes ligas mayores
de Estados Unidos que le quedan muy larga y le queda por
debajo de la cintura, y unas Vans negras.

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—Max me dejó —me suelta en la cara y rompe en llanto,


embistiéndome con un abrazo que me deja sin aliento y que por
poco me hace perder el equilibrio —. Tu hermano me dejó, Ada.
¿Pero qué demonios...?
Emilia cruza el umbral de la puerta de mi apartamento,
soltándome de repente y comienza a caminar de aquí para allá,
como si aún no pudiera creer lo que pasó entre Max y ella
Yo, sin embargo, no sé cómo sentirme al respecto y sólo soy
capaz de mirarla.
Acabo de despertarme y ya tengo nuevos conflictos en mi vida
diaria.
Tengo muchas ganas de mandar al amor a la mierda después de
ver tantos corazones rotos a mi alrededor. Adam, Hermes y
ahora Emilia...y recurren a mí por consuelo.
—Estábamos por casarnos y él siempre fue tan indiferente
conmigo...es cómo si hubiese aceptado por el simple hecho de
que insistí demasiado —se detiene en seco y me mira, buscando
respuestas ante mi estado de petrificación.
Le echó una mirada fugaz a Adam que continúa sentado en el
sofá, quien no entiende qué está ocurriendo y quién es aquella
chica.
Pestañeó un par de veces, volviendo a la realidad otra vez.
—Adam ella es Emilia, la ex de ¿Max? —no sé exactamente
cómo llamarla y esperaba que él comprendiera a qué me refería.
Emilia se percata de la presencia de Adam y lo saluda desde su
lugar, haciendo un movimiento de mano fugaz y vuelve toda su
atención sobre mí.
—Tienes que ayudarme a saber por qué Max me dejó —me dice,
desesperada mientras muerde sus uñas y sus ojos azules parecen

LURU
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querer romper en llanto en cualquier momento —. Él es tu


hermano, seguro te ha mencionado algo o quizás te ha dicho por
qué lo hizo —se acerca a mí y apoya mis manos en mis brazos
cruzados —. Ada cualquier información puede ayudar a aclarar
mi mente y saber por qué él se fue de nuestra casa de la noche a
la mañana.
Trago saliva. Demonios. No sé qué decirle.
No puedo decirle que estoy enamorada del hombre que acaba
de romper con ella y que yo, su propia hermana, fui el motivo de
aquella ruptura. Eso me ponía en un gran apriete a la que no
estaba lista enfrentar.
—No sé qué ocurrió, Emilia —miento descaradamente y eso me
hará sentir culpable luego —. Me gustaría poder ayudarte, pero
sinceramente no sé qué ocurrió con Max y desconozco por qué
tomó esa decisión tan repentina.
Emilia me mira, analizando si le estoy diciendo la verdad. Parece
que está manteniendo su postura seria hasta que flagea su
cuerpo y pega su espalda contra la pared de mi apartamento,
desviando la mirada hacia algún punto, consumida por la
tristeza.
—Él nunca me amó y yo siempre lo supe. No quise verlo —
lamenta, decaída —, soy una mujer hermosa, con un buen
estatus social y soy una gran abogada —sus ojos vuelven a caer
en mí —. Soy una excelente persona y estoy sufriendo hace años
por un hombre que jamás tuvo el más mínimo interés por mí y
que sólo me vio como una gran amiga. Yo quise correrme de ese
lugar y aquí me ves...sufriendo otra vez. A veces insistir no te da
nada, sólo te amarga los días cuando algo no es para ti.
La miro un instante y tengo ante mí a una mujer que realmente
está enamorada de Max. Pero...yo también tengo el derecho a

LURU
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amarlo y a pelear por él, aunque yo haya llegado después de


ella.
Emilia tiene más años de ventaja que yo por conocer antes a
Max. Pero yo rompí eso cuando aparecí y le robé su lugar.
Ahora me sentía fatal.
—¿Quieres una taza de café? —le ofrezco —O un zumo de
naranja...
Emilia me sonríe con la boca cerrada y niega con la cabeza.
Suelta el aliento, como si hubiese llorado toda la noche y
estuviese agotada.
—No, gracias Ada. Sólo he venido por información —me dice,
dirigiéndose a la puerta que se encontraba abierta —. Perdona si
te desperté, no sabía que estabas con tu esposo —de pronto
mira a Adam y nos sonríe a ambos.
Si hubiera tenido café en mi boca lo escupiría por escucharla
decir eso. Adam se parte de risa desde la sala, observando cómo
me pongo colorada.
—¡Oh no, no, él no es mi esposo! —le aclaré rápidamente —Es
mi amigo. Es sólo un amigo.
—¡Oh mi Dios, lo siento! —se lamenta rápidamente, echándole
una mirada de disculpas a Adam—. Es que hacen bonita pareja
y...perdona, ya me voy así dejo de meter la pata. Gracias por
todo, Ada—se despide, nerviosa, me da un beso en la mejilla y
desaparece rápidamente.
Cierro la puerta y me pego contra ella, tratando de saber qué
demonios fue todo aquello.
—Bonita pareja eh... —se burla Adam, levantándose del sofá y
estirándose mientras se lleva sus enormes brazos por detrás de
la cabeza.

LURU
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Su playera se levanta y me deja ver su V marcada por debajo de


su abdomen. Aparto la mirada rápidamente.
—Cállate —le digo, muerta de vergüenza.
Él se dirige a la cocina en busca de un vaso con agua y yo lo sigo.
—¿Cómo te encuentras?—le pregunto, pegado mi cintura contra
la mesada de mármol mientras él busca un vaso de vidrio en uno
de los estantes.
—Me siento con el síntoma del corazón roto—confiesa con una
media sonrisa—. Pero me alegra que ella siga adelante. Es una
hermosa mujer que merece lo mejor del mundo. Y era de
esperarse que intentara continuar con su vida. Yo debería hacer
lo mismo—entonces me mira, con una enorme melancolía en su
rostro.
—Podrás seguir adelante, Adam—lo
aliento, posicionándome frente a él y así, acomodar
varios mechones de su cabello n***o revuelto—. Cualquier
mujer desearía estar al lado de un hombre tierno, apuesto y
genial.
Adam me sonríe, haciendo que los hoyuelos de sus mejillas se
marquen.
—Ada Gray acaba de decirme que soy genial—me dice, en
tono burlon—. Voy a guardarme esa palabrita.
—Toda tuya—me reí.
Le doy un beso en la frente y decido comenzar mi día con un
delicioso desayuno con huevos revueltos, frutas cortadas y veo si
puedo sumarle más cosas. Hoy es mi cita con el medico asi que
estoy algo emocionada.

LURU
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—¿Estás feliz porque Max decidió romper relación con Emilia?—


me pregunta Adam cuando estoy abriendo la puerta de la
heladera.
Me quedó allí, observando lo que tengo sin realmente prestarle
atención a la mercadería en cuando me hace esa pregunta.
—Con Max decidimos ser amigos—le respondo, tratando de
evadir aquella situación cómo sea—. Así que es sólo un amigo
que decidió romper con su novia.
—¿El motivo de la ruptura fuiste tú, Ada?
Sacó la fruta de la heladera y la dejo sobre la mesada (tengo la
maldita costumbre de guardarla allí para que se conserve mejor
y que no se llene de moscas). Miro a Adam, con cierta angustia.
—Sí—a él no iba a mentirle—. Max está enamorado de mí y sólo
estaba con ella para que su padre piense que me ha
superado. Emilia estuvo toda su vida enamorada de él. Si el
padre de Max se entera que ha tenido la más mínima cercanía
conmigo, lo mandará al Inframundo y no volveré a saber de él
nunca más.
—Que patán que es Max al ligarse con una mujer que ya estaba
enamorada de él—me responde Adam, claramente indignado—.
Ojalá sea buena idea que tú y él decidan ser amigos y dejen de
lastimarse cómo lo están haciendo hasta ahora.
—Nos mantenemos en contacto por el bebé—le informé—. Creo
que los dos debemos dejar de atacarnos y bajar la guardia.
Madurar, supongo.
—Menuda historia traen ustedes dos.
Luego de mi cita con el médico, Max estacionó frente a mi
edificio. Estábamos subidos a uno de sus tantos autos,

LURU
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exactamente en un Mercedes Benz gris que brillaba por si sólo


por lo impecable que estaba.
La tarde ante nosotros y nos habíamos mantenido en silencio
durante todo el trayecto. En realidad, él se había quedado
callado todo el viaje y tenía pinta de no querer entablar una
conversación conmigo.
Claramente no estaba obligado a hablarme, pero...me resultaba
extraño que fuera tan evasivo luego de un importante día.
Sabía que lo era porque hablaríamos con un profesional sobre mi
bebé y hasta ahora todo marchaba bien. Sólo debía hacerme
estudios de sangre, me han recetado uno que otro remedio que
se le recetan a las embarazadas y ya los tenía conmigo en una
bolsita de papel de farmacia.
—Terminé mi relación con Emilia y estoy alojado en un hotel no
muy lejos de aquí —me informa, apagando la radio y con la
mirada en frente, observando algún punto en donde las personas
salieron a correr y pasear a sus mascotas porque el día estaba
precioso.
—¿Estás bien? —le pregunté, con un hilo de voz.
Esperaba que no encontrara consuelo en mis brazos porque yo
podía consolar a todo el mundo por un amor fallido, pero...no a
él.
—¿Soy una basura si digo que tomé una gran decisión en
dejarla? —me pregunta, melancolico —Porque me siento una
mierda desde el día en que decidimos tener algo para que Hades
no me arrastre al Inframundo.
Pongo una mano sobre su espalda y la acaricio, él la recibe con
alivio, disfrutando de mi contacto.

LURU
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—No soporto la idea de estar lejos de ti —confiesa, apagado —.


Ojalá algún día comprendas por qué tomé decisiones tan
estúpidas para no ir a la oscuridad y no volverte a ver nunca
más.
—Te perdono, Max.
De pronto me mira, sin poder creer lo que acabo de decir. Parece
anonadado.
—¿Realmente lo haces o sólo lo haces para que encuentre la
calma? —indaga, dudoso.
—Lo hiciste por buenas intenciones. Pero debes dejar de tomar
decisiones tú sólo y dejar que yo maneje mi propia vida —le
respondo, desabrochándome el cinturón y así darme la vuelta en
dirección a él sobre mi asiento —. Debes dejar de salvarme
cuando no te lo pido.
—Sí, sí. Haré lo que tú me pidas —atropella las palabras, para
darme la razón rápidamente y puedo saber que cierta
tranquilidad lo inunda —. Gracias.
Entonces me abraza y yo me aferro a aquel abrazo, cerrando los
ojos mientras pego mi mejilla sobre su hombro. Sus manos se
posan en mi espalda mientras hunde su rostro en mi cuello. Nos
quedamos así un instante.
—Sé que te estás esforzando para no perderme —le susurré —.
Pero no dejaremos de ser amigos por más que hayas dejado a
Emilia.
Él se aparta un poco para verme a la cara.
—Por supuesto. Eso es lo que somos y te respetaré —me
asegura, serio —. No te preocupes por mí, no haré nada que te
moleste o te ocasione problemas, Ada—de pronto, lleva una
mano a mi vientre y su contacto me hace sentir segura —.

LURU
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Tenemos a una niña en camino que nos necesita bien...y no voy a


dejarlas solas por nada del mundo.
Sus palabras me reconfortan, y ambos miramos mi panza con
cierta melancolía. Cómo si mi vientre fuera un fruto de alguna
esperanza.
—Aún no he pensado un nombre —le confieso, sonriendo —. Si
tengo algo en mente te lo diré.
—Por favor que sea un nombre bonito —se ríe —. Yo tengo
millones de nombres para ofrecerte, pero esperaré tu decisión.
Tú mandas.
Levanto la vista hacia su rostro y veo que observa mi vientre con
cariño, mientras lo acaricia con sus dedos por encima de mi
playera blanca de tiras.
—No sé qué ocurrirá cuando nazca y el Olimpo se entere de lo
que hicimos —le digo, preocupada —. Tengo miedo que ellos
reaccionen por esto, Max. No quiero sonar con maldad,
pero...ella es hija de dos hermanos y yo...
—¿A qué le temes con exactitud, Ada? —me mira fijamente,
buscando mis ojos.
—A los Dioses. Y mucho más que al Inframundo.
—Pase lo que pase, ni Adam ni yo permitiremos que nada
ocurra.
Vuelve abrazarme y quiero aferrarme a aquellas palabras porque
son las únicas que me quedan.
____
Me pongo mi ropa luego de una hermosa sesión de fotos con
varias lencerías de la marca que me ha contratado como una de
sus modelos. Colgué la última prende de ropa con una sensación
de felicidad creciendo en mi pecho. Me doy la vuelta sobre mis

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pies con una sonrisa, y esta se esfuma en cuanto veo que


Afrodita, mi madre, está parada frente a mí, con lágrimas en sus
ojos y con una tristeza que al instante me es contagiosa. Jamás la
había visto así. Tenía los ojos hinchados por las lágrimas y verla
así me hizo temer lo peor.
Apenas la veo suelto un grito por el susto que me causa su visita
tan repentina.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? ¿qué ocurre? —le suelto, aterrada.
Tiene el cabello trenzado y una coronilla de oro por encima de su
cabeza. Luce un precioso vestido blanco que deja ver su
pronunciable escote y que le llega hasta los pies, cubriéndoselos
por completo.
—Hija, he venido para decirte algo muy importante, escúchame
con atención —me suelta, tomando mis hombros para que le de
toda su atención —¡Max nunca regresó del Inframundo!¡Ángelo
se está haciendo pasar por él, el otro hijo de Hades!
Entonces, desperté.
Estaba empapada de sudor, la noche dominaba mi habitación
por su penetrante oscuridad. Y entre la confusión, los escalofríos
y el temblor por la visita de Afrodita en mis sueños, eran lo
suficientemente fuerte como para que me largue a llorar a gritos.
Empecé a patalear, desordenando mi propia cama y viendo
como mis sábanas blancas se alejaban hasta el otro extremo,
amenazando con caerse.
Cómo yo, a punto de derrumbarme por la profunda pesadilla de
mi realidad. No. No puede ser. Él no. Yo sabía muy en el fondo
que él no me lastimaría tanto como lo estaba haciendo hasta el
momento.
Él...,mi Max.

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Mi Max. Mi Max. Mi Max.


Mi Max seguía en el Inframundo y nunca había salido de él.
¿Cómo demonios no pude darme cuenta antes? Aferro mi mano
a mi pecho, rompiendo en llanto.
¡No, por favor!

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Capítulo 23
Ángelo observa desde la distancia cómo uno de los hijos de
Hades, que tuvo el privilegio de vivir en la tierra y es por eso que
es envidiado por muchos hijos del Dios del Inframundo, tiene en
sus brazos a una joven de cabello corto y rubio e ingresan a una
de las puertas que sólo Max puede cruzar. Un maldito
privilegiado.
Incluso el descarado tiene su propio aposento y él debe
compartir sitio con sus hermanas conocidas como Las Erinias.
Las Erinias o Euménides eran diosas consideradas castigadoras
que solían perseguir a culpables de diversos crímenes. Las tres
diosas tienen serpientes enroscadas en sus largos y sedosos
cabellos y cada tanto se las ve con látigos o antorchas en sus
manos recorriendo todo el Hades. Sus ojos derramaban sangre,
reemplazando a las lágrimas y tenían largas y enormes alas de
murciélagos, que incluso podían verse pesadas para sus cuerpos
de tamaño normal.
Ángelo trataba de evitarlas ya que no quería tenerlas cerca. En
realidad, no quería que nadie se le acercara porque prefería
pasar desapercibido entre las infinidades de almas.
El hombre tenía una apariencia joven, rondando entre los
veintisiete y los treinta años. De cabello castaño y corto, unos
ojos del mismo color de su cabello y una contextura física
envidiada por los hombres muertos que merodeaba por el
Inframundo oscuro, solitario y sofocante por la gran soledad del
sitio que todos los vivos querían claramente evitar.
—Ese imbécil siempre ha tenido la oportunidad de salir cuando
se le dio la gana. Ir y volver cuando a uno se le dé la gana. Eso
quiero yo —carraspea Ángelo, observando desde la distancia

LURU
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como Max ingresa con aquella preciosa joven y cierran la puerta,


perdiéndolos de vista.
Celoso, manipulador y, sobre todo, nunca deja pasar por alto
algo que desea cambiar hace tiempo. Persistente, así solían
conocer al tal Ángelo. Un dios que nunca tuvo el privilegio de
conocer a su madre y sólo conoció la soberbia de un padre que lo
tenía en el olvido.
Celoso de ver al pelirrojo que podía moverse con tranquilidad
por el mundo de los muertos, Ángelo invoca a su padre Hades,
quien también tiene el privilegio de salir cuantas veces quiera a
pesar de que pasa por alto lo acatado por Zeus: que gobierne el
Inframundo sin salir de él.
Pocas horas después, escucha el llanto de Max desde sus
aposentos. Las paredes retumban ante el grito desgarrador, que
incluso despierta curiosidad de los muertos.
Ángelo, se acerca a la puerta con cierto sigilo. Y apoya su oído
contra la fuerte y oscura madera y aprovecha el silencio que hay
en el pasillo de paredes rojas y suelo viejo para saber qué ocurre
allí adentro.
Se le pone la piel de gallina cuando escucha gritar a su hermano
lo siguiente:
—¡Perdóname mi amor!¡Perdóname Ada!¡Mi dulce Ada!¡Mi vida
entera!¡Lo siento, sólo quise salvarte del tormento en el que
ambos estábamos condenados!¡Perdóname por favor! —grita
con gran desgarro.
¿Quién es Ada? ¿Acaso es la joven con la que ingreso a su
aposento? ¿Por qué grita de esa forma tan desesperada? ¿Por
qué le pide perdón? Esas preguntas y más atravesaron la mente
de Ángelo.

LURU
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Lo que Ángelo no sabía era que Max lloraba porque tuvo que
darle un hijo a Ada para sacarla del Inframundo, y así, regresarle
la alegría a Afrodita, quien había sido castigada por Némesis, la
diosa de la Venganza.
Max, en aquella habitación que sólo era una réplica de la tierra,
estaba sentado en el suelo, con sus hombros y cabeza apoyados
en un colchón que no le llegaba ni a los talones al verdadero.
Los mechones pelirrojos del joven estaban contra las sabanas,
esparcidos sobre él. En aquellas sabanas empapadas por las
lágrimas y que eran testigo del enorme sentimiento de tristeza.
Llorar no bastaba para Max, su pecho le dolía, quien era
consumido por un fuego que le quemaba poco a poco por lo que
acaba de hacer. Envió a su amada a la tierra para evitar que sufra
en aquel sitio tan terrible donde podrían violarla, torturarla y
hacerle más cosas inimaginables que no era capaz de crear en su
cabeza.
Tenía que alejarla de aquella oscuridad porque podrían
aprovecharse de ella por tratarse de la hija de Afrodita.
Ada no se merecía pasar por eso, no merecía sufrir como lo haría
allí. Rogaba que lo perdonara algún día y sabía que no volvería a
verla nunca más. Estaba condenado al tormento de su ausencia.
Su torso desnudo era contraído por el llanto, marcando su
abdomen y sus piernas largas cubiertas por un pantalón oscuros
estaban estiradas sobre el frio suelo de la habitación a oscuras.
Estaba destrozado y no encontraba consuelo, sólo recordaba el
bello rostro de la hija de Afrodita, el cual tenía miedo de olvidar
con el pasar de los años, de los siglos y de la eternidad misma.
Una horrible despedida que jamás pensó tener con ella.

LURU
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Mientras Max era consumido por la agonía de perder a su


amada, Ángelo tomó la tristeza del hijo favorito de Hades a su
favor, robando uno de los espejos prohibidos de Las Erineas y así,
tomar la figura de Max, quien aprovechando que este sigue
dentro del Inframundo, se fuga con su apariencia y así, evitar
algún tipo de pregunta por parte de los guardianes del
Inframundo, quien lo dejan marchar sin sospecha alguna.
Cuando los guardianes vean que el verdadero Max quiera salir,
no se lo permitirán, ya que supuestamente él ya salió y lo
condenaran por mentiroso, castigándolo sin piedad por hacerse
pasar por uno de los importantes dioses del Inframundo. Algo
que no se perdona con facilidad en el mundo de los muertos.
Lo más curioso fue ver con la facilidad que salió de allí, sin
interrogatorio alguno. Ya que cuando un hijo de Hades ingresa
por voluntad propia al Inframundo, no puede salir sin el permiso
de su padre.
¿Acaso los guardianes estaban tan cansados de vigilar hasta
la eternidad un lugar lleno de oscuridad que ya les daba igual
quien entraba y salía? Pero, eso ya no le importaba al farsante
porque ya se había llevado con la suya.
Ángelo cruzó el enorme umbral del infierno con una media
sonrisa en su rostro, triunfal. En un rostro que no le pertenecía
en absoluto.
Ángelo llegó a un acuerdo con Hades en cuanto lo vio en el
cuerpo de un hombre de más de unos cincuenta años, una
apariencia de estatura baja, arrugado y algo avejentado. Quizás,
para pasar desapercibido entre tantas personas vivas.
Hades era codicioso, dueño de una línea de restaurantes exitosos
en todo el mundo, alimentando a personas con comida chatarra
y dueño de una enorme fortuna. Una fortuna la
cual mezquinaba incluso a su propio hijo, Max.

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Ángelo se hizo pasar por el joven de cabello pelirrojo y comenzó


a comportarse demasiado servil con Hades para mandarlo al
Inframundo y quedarse con aquel dinero y así, poder vivir
satisfactoriamente en la tierra.
Ángelo quería disfrutar de aquel mundo nuevo que le prometía
dinero, mujeres y fiestas en donde él, al utilizar una apariencia
tan atractiva y sensual que no le era propia, sentía que todo
estaba servido en bandeja. Pleno, feliz, así se sentía él.
El impostor se encontraba en New York, lugar donde se había
encontrado por última vez Max.
Una tarde, mientras Ángelo disfrutaba de su estadía en el
apartamento del pelirrojo bebiendo vino y comiendo
uvas, tubo una visita inesperada de Walter, o mejor dicho,
Hades.
Abrió la puerta y le permitió el paso sin dudarlo.
—Me alegra saber que no armaste ningún escándalo cuando
aquella perra murió—le dice Walter apenas cruza el umbral del
apartamento y se siente en su sofá, sin siquiera saludarlo—. Está
muerta. Ada está muerta—le dice, con cierto orgullo y se saca su
sombrero n***o para dejarlo en su regazo.
¿Ada?¿No era el nombre de la chica que había entrado al
Inframundo con su hermano? Le siguió el juego a su padre, sin
dudarlo.
—Me da lo mismo. Ya la he superado—le dice Ángelo,
sirviéndole una copa de vino a su padre, quién la toma sin
desconfianza alguna.
El viejo lo mira con cierto cansancio en sus ojos.
—Eso quería escuchar—le responde Hades con aprobación y voz
rasposa—. Era una mierda al igual que tu madre, Afrodita.

LURU
LURU

Aléjate de las diosas del Olimpo, son pura mierda, muchacho. Tú


debes meterte con mujeres de verdad, como Emilia. Esa joven es
un sueño para todo hombre.
¿Emilia? Ángelo se sienta en el sofá que está ubicado frente a él
y cruza las piernas, mientras trata de recolectar aquella
información que le suelta Hades para usarla a su favor.
—Te doy la razón, padre. Ada siempre fue escoria pura, he caído
bajo y lo reconozco. Si a ti te da tranquilidad que esté con Emilia,
puedo intentarlo y así, podré continuar con mí vida junto a ella.
Quizás así puedo conseguir tu perdón.
Hades lo miro a través de sus ojos café, pensando en las palabras
de su hijo. Su gesto se endureció de manera repentina.
—Si tienes la intención de buscar a Ada en el Inframundo y me
entero que la has vuelto a ver, tan sólo por unos segundos o el
encuentro más mínimo, no dudaré en enviarte al Inframundo y
dejarte allí para siempre ¿Oíste muchacho?—enerva Hades,
amenazante y sin vacilación alguna en sus palabras que son un
gran filo para Ángelo—. No te quiero ver enrollado con tu propia
sangre.
¿Enrollado con su qué? Ángelo trata de ocultar su asombro al
descubrir la clase de unión que tienen Max y Ada.
¿El desgraciado se estaba acostando con su propia hermana?¿La
hija de Afrodita? Por todos los cielos. Que hijo de puta. Quiso
echarse a reír pero se contuvo.
—Mi preocupación ahora es tu perdón ante mi gran
desconocimiento del asunto, padre. Haré todo lo posible para
casarme con Emilia y así, dejarte tranquilo en que yo no te
ocasionaré ningún lío. Mi prioridad ahora es conseguir tu
perdón.

LURU
LURU

Entonces Ángelo se encuentra casualmente en una fiesta a Emilia


y por algunas fotos suyas del pasado que tenía guardadas el
verdadero Max en un álbum viejo, la reconoce.
Se le acerca a ella quién se encuentras de espaldas a él, seguro
de si mismo y acerca sus labios a su oído.
Es más hermosa que en las fotografías.
Tiene un cabello n***o larguísimo que me cubre toda la cintura y
con mechones perfectamente ondulados, con un vestido blanco
que resalta su figura y unos labios rojos que invitan ser besados.
—Que hermosa te encuentras esta noche—le susurra Ángelo, y
ella se sobresalta y por poco lanza su copa de champagne al
suelo.
Emilia se da vuelta al oír a la persona que alguna vez amo y sigue
amando en secreto, y le sonríe, hechizada por lo que acaba de
decirle.
—¡Max Voelklein—lo saluda con dos besos en la mejilla,
fingiendo estar serena pero por dentro se encuentra súper
nerviosa—, que gusto encontrarte!
—El gusto es mío porque tengo el placer de ver ante mí a una
hermosa mujer. Que digo placer—se ríe él—, mejor dicho, tengo
el privilegio.
Emilia levanta su mano para mostrarle el anillo de bodas que
tiene en ella, como señal de advertencia.
—Soy una mujer casada, no lo olvides—bromea ella, sonrojada y
excitada por sus halagos.
Ángelo se acerca un poco más a ella, quién no sabe cómo tomar
la cercanía tan pronta de él. El hombre viaja sus dedos a unos
mechones n***os y rebeldes de Emilia, para dejarlos por detrás
de su oreja.

LURU
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La chica se queda quieta y suelta el aliento, sin poder creer lo


que está ocurriendo. Disfrutando de aquel contacto que le es
sorpresivo porque proviene de Max. De Max Voelklein.
—¿Quieres olvidarte por unos segundos de que estás casada y
divertirnos un rato en el cuarto de limpieza? —le susurra él, bien
pegado a su oído—. Porque tengo muchas ganas de ver esas
bragas empapadas y ser digno de presenciar tu llegada al clímax.
No tardaron demasiado en meterse al cuarto de limpieza con
una excitación más alta que cualquier edificio de New York.
Ángelo se metió entre las piernas de Emilia que lo recibieron con
deseo, éxtasis y lujuria, bebiendo de su sexo hasta más no poder,
dejándola temblando y feliz por acostarse con el hombre de sus
sueños.
A la semana siguiente, Emilia le pidió el divorcio a Hermes y se
fugó con Ángelo a Miami, donde su padre le dio un restaurante
el cual, debía vigilar durante algunos meses.
Ángelo estaba viviendo una vida de en sueños, tenía a una mujer
hermosa a su lado, dinero por montones y el poder de un
restaurante a su cargo. Nada podía faltarle...hasta que una tarde
de verano, un año después de instalarse por algunos meses en
Miami, la vio a ella a la distancia en plena calle.
Ada Gray tenía el cabello rubio recogido en una coleta baja y
tenía colocado una sudadera color piel, unos leggins rosa
ajustado a sus piernas, la cual también le resaltaba su pomposo
trasero y unas zapatillas deportivas.
Tenía unos auriculares inalámbricos en sus orejas y estaba
demasiado concentrada corriendo hacia algún punto. Sí, había
salido a correr y no se había percatado que un hombre con la
apariencia de Max la había fichado a la distancia desde adentro

LURU
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de su Ferrari rojo, anonadado por su belleza y cómo esta parecía


salir de las puertas del Olimpo.
Ángelo no tardó en reconocerla en cuanto la vio, ya que ya la
había visto en el Inframundo junto a su hermano Max.
«Que bien comiste todo este tiempo, hermanito», piensa Ángelo,
con gran envidia, «ahora tengo lo que tú siempre tuviste, y ahora
quiero lo que más amas, a esa tal Ada. Quiero a la hija de
Afrodita, es tan bella y tiene un rostro tan ingenuo, tan inocente.
Seguro que en la cama es más voraz de lo que aparenta ser.
Quiero averiguarlo yo mismo»
Ángelo se ocupó de perseguirla a escondidas a cualquier sitio
que iba, hasta supo dónde vivía. La espiaba cada vez que podía
hasta saber en qué horarios salía de su apartamento, el cual
estaba ubicado a una calle de la playa. Seguro tenía bastante
dinero como para costearlo y había averiguado que la joven
había ingresado a trabajar en una agencia de modelos.
Miami era uno de los destinos más cotizados y más visitados en
el mundo; por su clima caliente la mayoría del año, con preciosas
playas de un mar verde bien azulado, incluyendo museos
fascinantes y fiestas interminables donde los jóvenes disfrutaban
estar, con sexo, alcohol y drogas por montón.
Ángelo decidió quedarse por un tiempo allí por ese motivo hasta
que supo que Ada vivía allí. La acechó durante dos años, hasta
que la topó accidentalmente en una discoteca y la vio de cerca.
El falso Max se obsesionó al ver sus curvas, su rostro de muñeca
y aquel cabello rubio largo que lo había dejado sin aliento. Era
una mujer tan hermosa que no la dejaría ir con facilidad y es por
eso que perdió todo interés por Emilia al instante, aunque sabía
que perderla significaría romper el trato con su padre.

LURU
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—Últimamente te encuentro muy distante conmigo, Max —le


reprocha Emilia con calma mientras se sienta a su lado en la
cama.
Ángelo se puso en estado de alerta al ver que Emilia le había
soltado eso. Él la abrazo y ella se sintió reconfortada por su
novio.
—Es porque estoy planificando algo importante —se
excusa Ángelo.
—¿Planificando algo importante? —le pregunta Emilia,
extrañada—¿Qué tienes en mente, querido?
—Nuestra boda, cariño. Porque tú y yo nos casaremos.
Emilia se sintió la mujer más feliz del mundo.
Aunque Ángelo quería en realidad casarse con Ada Gray y
poseerla en cuerpo y alma, follarla hasta dejarla sin aliento,
como lo estaba haciendo con Emilia en aquel momento.

LURU
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Capítulo 24
Ni siquiera escuché a Adam ingresar a la habitación porque mi
llanto predominaba y sobrepasaba cualquier tipo de sonido,
incluso el de una puerta abriéndose y azotando contra la pared.
Sentí el peso de su cuerpo sobre el colchón y de pronto lo
encuentro abrazándome, desesperado por saber qué estaba
pasando conmigo y por qué de pronto parecía que alguien
hubiera muerto por mi reacción.
Pero no era capaz de articular palabra, el llanto no me lo
permitía y sólo podía soltar alaridos, que quería formar una
oración, pero era imposible.
—¡¿Qué pasa ?! —Grita Adam, invadido por la preocupación —
¡¿Por qué lloras?! ¿Te duele el estómago? ¿Ocurre algo con el
bebé? ¡Ada di algo por favor! ¡Dime si debo llamar a
emergencias!
—¡Max! —Soy capaz de decir finalmente, soltando la respiración
contenida — ¡Max sigue en el Inframundo!
Entonces siento como Adam se queda quieto, pálido y sé que su
mente está siendo atravesada por miles de pensamientos en
donde Max se ve involucrado.
—¿Cómo ... cómo lo sabes? —Logra decir, nervioso —¿Quién te
lo dijo?
Lo miro, entre lágrimas y mis labios no paran de temblar.
—Afrodita —susurro, sintiendo como mi cuerpo tiembla por
algún frio invisible que lo atraviesa.
—¿Afrodita vino a verte? —Me pregunta, sin salir de su asombro
y sin dejar de abrazarme.

LURU
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Asiento sobre su cálido pecho, sin dejar de llorar y empapando


su playera lisa y gris de mangas cortas, aferrándome a él con mis
puños cerrados en la tela.
—Sigue allí —susurro —. Yo sabía que algo andaba mal, Max no
es una persona que me lastimaría tanto como lo ha estado
haciendo. Yo sabía que algo no estaba bien. Yo sabía. Un tal
Ángelo se está haciendo pasar por Max, es uno de los hijos de
Hades. Todo este tiempo yo estuve con... ¡Ay no!
Vuelvo a romper en llanto, sintiendo como mi estomago se
contrae por las lágrimas. Me es imposible no pensar en Max, en
aquel mundo en donde no existe la luz y sólo la tiniebla lo
acompaña. El Inframundo está lleno de almas soberbias, crueles
y que no te darían una mano si les pides ayuda.
Yo estuve allí.
Besé los labios equivocados, lloré por alguien que no era y
le deseé lo mejor a una persona que debía estar entre las llamas.
Se metió con el amor de mi vida y eso...a una diosa no se le
hace.
—Debemos mudarnos —de pronto me ofrece Adam, con las
palabras atropelladas pero muy seguro de ellas—. Te llevaré
conmigo y te cuidaré, te alejaré de esa basura cuanto antes.
Debemos marcharnos.
Entonces levanto la mirada, para verlo directo a sus ojos.
—El que se tiene que ir es Ángelo —carraspeo entre dientes—.
Yo mismo me ocuparé de enviarlo al Inframundo y traeré de
nuevo a Max. Me importa una mierda Hades, me importa una
mierda si el amor de mi vida es de mi sangre ¡yo lo necesito
conmigo!¡Mi Max es una persona generosa, buena, educada y el
que está aquí en Miami no le llega ni a los talones!

LURU
LURU

—¡Piensa que puede tratarse de una persona peligrosa!¡Que la


ira y el dolor no te venden los ojos Gray!
Me levanto de la cama de un salto, completamente despabilada
y sintiendo como el fervor de mi pecho aumenta. Mis
pensamientos sólo se tratan de exterminar a alguien que no le
corresponde estar aquí.
—Créeme —de pronto miro a Adam, seria y fría —, el que
debería temer y sentir que está en peligro es él, no yo —me saco
el pijama por encima de los hombros y me quedo en ropa
interior de espalda ante Adam, sin pavor alguno. Él ya había visto
mi cuerpo y no me resultaba para nada incómodo. Busco el
vestido que considero el más sexy entre los que tengo colgado
en mi vestidor—. Esa basura se metió con la persona equivocada,
Adam y esta noche la va a conocer.
Adam sale de la cama en cuanto ve que empiezo a colocarme un
vestido corto y n***o de encaje con mangas largas que deja al
descubierto mis hombros y un lazo oscuro a la altura de mi
cintura.
En medio de la noche, sólo puedo ver la figura de Adam, ya que
todas las luces se encuentran apagadas y sólo la luz de la luna
ingresa por mi habitación.
—¿Qué crees que estás haciendo? —espeta, inexpresivo —¡¿Qué
locura estás por hacer?!¡Estás embarazada!
—Tranquilízate, que mi plan es perfecto —le aseguro, temiendo
que él sea un obstáculo —. No tienes por qué temer.
Subo como puedo el cierre del vestido ubicado en mi espalda y
prendo la luz para sacar a toda prisa mis zapatos favoritos de
tacón n***o que están debajo de mi cama, los cuales, no tardó
en calzarme.

LURU
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—¡Por favor, Ada, entra en razón! —insiste Adam, caminando de


aquí a allá, exasperado —¡Max no querría que te expongas así!
—¡Max querría que lo sacaran del Inframundo! —le grito, con
mis ojos grises cristalinos.
—¡Estás embarazada!
—¡Me importa una mierda! —mascullo, pasando por su lado
para cruzar el umbral de la puerta de mi habitación y así ir a
maquillarme al baño—¡Ven conmigo, pide un taxi mientras
averiguo en qué hotel está alojado Ángelo! Me cuidaras desde la
calle y te daré una señal si algo ocurre conmigo, cosa que lo
dudo.
—¡¿Qué demonios piensas hacer cuando lo tengas en frente?!—
me dice mientras va detrás de mí, pisándome los talones.
Me detengo en seco y lo miro.
—No sólo heredé el rostro de mi madre, Adam.

LURU
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Capítulo 25
El Hotel Warren estaba ubicado a varias calles de mi
edificio. Tenía una buena ubicación ya que era de las calles más
transitadas de Miami, así que el dueño debía ganar dinero a
montones. Y si el dueño ganaba dinero a montones, este debería
para pagar decoración para su hotel, entre muebles y cualquier
cosa que brillará como para que sea lujoso y hermoso.
Y así lo era o fue la primera impresión que tuve cuando el taxi se
posicionó a una calle de él.
—Esto me da mala espina, Gray y sé que si el verdadero Max
estaba aquí me daría una patada en el trasero muy grande — me
dice, lleno de preocupación mientras ve desde la ventanilla
trasera del taxi el hotel a la distancia.
—Por favor, confía en mí —le pido, tomando su mano por
encima de su asiento.
—¿Y qué harás cuando entres allí? —Pregunta, angustiado,
entonces baja la voz, echándole una vistazo al taxista que estaba
demasiado atento escuchando un juego de fútbol sonando en el
estéreo — ¿Lo mataras?
—No — le di una apretón en la mano con la intención de
tranquilizarlo—, lo enviaré a donde pertenece y quizás, así, Max
vuelva.
Deseaba que vuelva y la culpa me carcomía la cabeza porque
sintió que yo había hecho acciones equivocadas, incluso me sentí
asqueada por refugiarme en los brazos de Hermes. Tenía
sentimientos encontrados, confundida y me pregunté si Max me
perdonaría cuando volviera.
Porque si, yo sabía que él volvería, estaba confiando en eso y me
aferraba a que nos volveríamos a ver.

LURU
LURU

¡Él debería volver, deberíamos una hija!


Si Max me salvó a mí, yo lo salvaría a él.
—¿Qué señal me harás en caso de que ocurra algo?—insiste—
Por favor dime qué me enviarías una señal si las cosas se salen
de control ¿Acaso tienes súper poderes, Gray?¡Él mide un metro
ochenta!
—Te daré una señal desde su ventana, da a la calle. Está ubicado
en el segundo piso, y sólo hay varias ventanas—le indiqué
mientras salía del taxi—. O te enviaré un texto, no te preocupes.
Me había comunicado con Ángelo o el falso Max a través de una
llamada a su celular. Obviamente tenía su número.
Cuando escuché un “Hola preciosa” saliendo de su boca,
comencé a llorar en silencio. Se sentía tan real, es como si él
estuviera allí, conmigo y sabía que eso no era así.
Me dolía, me afectaba y tenía tanta rabia dentro que sería capaz
de todo con total de traer al verdadero junto a mí.
Me abracé a mí misma mientras cruzaba la calle para dirigirme al
edificio de luces de neon rosa que resaltaban su nombre. Tenía
un toldo rojo en la entrada y un botón vigilando las calles y
recibiendo a las personas con su traje rojo típico hotelero.
No fue tan difícil ingresar y terminar en la habitación, ante el
silencio del pasillo tan elegante.
Había cuadros colgados y pequeñas arañas de cristal cada varios
metros, iluminando con luces amarillentas. Había un suave olor a
lavanda, el cual, de cierta forma, conseguía tranquilizarme
aunque sabía que estaba buscando la calma en cosas que
resultaban insignificantes en un momento como aquel.
Me sentía muy segura de mi misma, era como si la adrenalina
estuviera usurpando mi cuerpo. Cosa que agradecí.

LURU
LURU

No quería sudar, quería estar perfectamente bien.


Llegué a la habitación número dieciséis. Toqué la puerta con
varios golpecitos hasta que está se abrió.
Lo primero que vi fue su rostro inmaculado y salpicado de pecas,
sus cejas de un tono pelirrojo muy oscuro y sus pestañas del
mismo color.
Nuestros ojos se encontraron con los míos sentía mis piernas
temblar y mis puños se cerraban, logrando que mis uñas se
clavaran con un dolor soportable contra la palma de mi mano.
Por debajo de uno de sus ojos tenía un enorme moretón por el
puñetazo que le había dado Adam.
Ver que lleva una ropa puesta a lo que el verdadero Max no
usaría por nada del mundo, me causa náuseas.
Lleva una camisa a botones roja, la cual tiene arremangada por
los codos y metida dentro de sus pantalones oscuros y na
enorme hebilla dorada rodeando su cintura.
¿Eso era un collar de dólar? Dios mío, que imbécil.
Tragué saliva y sonreí, empezando a llevar mi plan acabo.
—Madre mía—me dice, apoyando una mano en el marco de la
puerta y con la otra sosteniéndola para que no se cierre—. Me
quedaré corto si te digo que estás bellísima.
Me desnuda con la mirada con cierto descaro y siento unas
profundas ganas de llorar por la impotencia que siento.
Dios, que difícil era aquello, tenerlo a él pero a la vez saber que
aquello no era cierto. No era real.
Sigue adelante, Ada.
Salva a Max.

LURU
LURU

—Ahora que eres un hombre soltero, podemos disfrutar sin


tener algo sin culpa—me acerqué a él, coqueta y poniendo las
manos sobre su pecho.
Él embozó una sonrisa, colocando una mano en mi espalda y
adentrándome poco a poco a su habitación hasta cerrar la puerta
y quedarnos solos completamente.
Me estampa contra la pared, y pone su rostro cerca del mío, con
la respiración trabajosa.
Yo sonreía, coqueta.
Entonces veo que quiere intentar besarme y lo detengo,
colocando mis manos en su rostro.
—Quiero disfrutarte, despacio—me excuso en un susurro.
Él asiente con frenesí, sin sacarme los ojos de encima al igual que
sus manos en mis caderas.
Veo que la habitación se encuentra algo a oscuras y lo único que
la alumbra es una enorme chimenea encendida, la cual me
parece extraño por estar en pleno verano.
¿Por qué un alma necesitaba de calor? Millones de preguntas
atravesaron mi mente pero no iba a distraerme con facilidad por
un simple detalle, pero importante después de todo. Sabía que
tener una chimenea enorme me haría las cosas más fáciles.
Vi que frente a la chimenea en donde el fuego consumía el
carbón, había un sofá de terciopelo rojo y una alfombra de piel
color blanca en el suelo.
—Quiero desnudarme ante ti —le susurré a Ángelo, traviesa.
—Será un placer meterme en tus bragas, Gray.
¡Cerdo asqueroso! La ira me superó y le di una fuerte bofetada
que aterrizó en su mejilla y le dio vuelta el rostro. Él se tambaleó

LURU
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hacía atrás, perplejo por mi reacción y completamente atónito,


abriendo los ojos como platos y llevándose una mano a la mejilla.
Tardé varios segundos en entender qué había hecho, nerviosa.
—¿Por qué me miras como si me tuvieras miedo, amor?—le digo
rápidamente, volviendo a mi papel—¿Acaso ya no te gusta que
te golpeé?¿Ya no te excita como antes?—me acercó a él,
fingiendo estar arrepentida—. No lo volveré si no quieres que lo
haga.
—No, no—recupera la compostura, de repente, pestañeando
deprisa y riendo—. Es que no lo vi venir, mi cielo. Sabes que amo
el sexo duro y tú siempre me has golpeado antes de él—empieza
a acariciarme los hombros desnudos con las yemas de sus dedos
y su voz suena ronca, seductor—. Amo que tus manos me
azoten. Recuerdo que lo hacías antes y me volvía loco.
¿Qué? Max no soportaría que alguien lo golpee luego del trauma
que su padre mismo le ha causado en la infancia.
Entonces pretende besarme otra vez y lo esquivo, tomándolo de
la mano y guiándolo al sofá.
—Disfrutemos esta noche larga que nos espera, mi amor—le
digo, cariñosa, mientras retrocedo y él, se pone cómodo en el
sofá, sonriéndome, ansioso—. Quiero que me veas a mí, sólo a
mí.
Entonces sus ojos se posan en los míos y todo su rostro se torna
serio, concentrado. Lo que yo quiero.
Sus labios se separan, admirándome de más.
—Sabes lo que tienes que hacer hija. Es todo tuyo.—escucho
susurrar a Afrodita, quién me observa desde una esquina, seria y
elevando su mentón con asco mirando a Ángelo.

LURU
LURU

Asiento con lentitud, y ella vuelve a esfumarse de la habitación,


dejándolos completamente solos. Confiando en mí.
Oh cabron.
Te metiste con la persona equivocada.
Ángelo apoya su espalda contra el respaldo del sofá y coloca sus
manos por detrás de su cabeza, sin dejar de mirarme de pies a
cabeza.
Me suelto el cabello recogido y este cae como cascada sobre mis
hombros y brazos. No dejo de mirarlo directo a los ojos.
Él parece estar entrando en un trance en cuanto comienzo a
bajar el cierra de mi vestido ubicado detrás de mi espalda,
empezando a desvestirme con lentitud.
Lo veo tragar con dificultad en cuanto uno de mis senos es
liberado y luego le sigue el otro.
La punta de su lengua rosa sus labios, deseoso ante lo que ve.
—¿Te gusta, Ángelo?—le pregunto finalmente.
Asiente con lentitud, observando mis pechos desnudos. Está tan
hipnotizado que no es capaz de captar que lo he llamado por su
nombre. Lo hice para confirmarlo y sé que todo marcha bien.
Sé que el que me está mirando mientras me desnudo
lentamente no es Max, sino otra persona. Cosa que estoy
repitiendolo a cada segundo en mi mente para que la tristeza no
me consuma.
—¿Quieres verme desnuda Ángelo?—repito su nombre con
suavidad. Asiente. Yo embozo una sonrisa—¿Quieres ver mis
bragas Ángelo?¿Quieres que me toque para ti, Ángelo?¿Escuchas
esa canción que suena en tu mente, Ángelo? La puse para ti ¿Te
gusta, Ángelo? Te encanta ¿no es así?

LURU
LURU

Vuelve a afirmar con la cabeza, boquiabierto. Estoy tan metida


en su mente que hago que en su cabeza suene la canción Such a
w***e. Mi favorita.
Mi vestido cae con lentitud por mis piernas algo abiertas hasta
caer sobre la alfombra y mis zapatos.
Me muerdo el labio inferior y eso lo vuelve loco, lo sé.
Pateó el vestido no muy lejos y me quedo con los pechos
desnudos frente a él y con mis bragas negras de encaje
transparente.
—Mirame Ángelo—le ordeno, con voz calma, autoritaria. Él hace
lo que le pido—. Ve hacía el fuego, Ángelo. Llegarás a mi cuerpo,
a tocarme, solo si vas al fuego, Ángelo. Ve a agachas.
Asiente nuevamente, sin dejar de mirar mí cuerpo y con lentitud,
obedece. Se levanta del sofá con ayuda de sus manos y entonces
se agacha y empieza a gatear hacía el fuego.
—Eso es, Ángelo—le susurré, flexionando las piernas y así estar a
su altura mientras se dirige hacía el fuego—. Házlo, bebé.
Ante mis ojos veo el fiel espectáculo de cómo su rostro está cada
más cerca de las llamas que consumen todo a su paso. El imbécil
está tan idiotizado cuando su rostro completo toca el fuego que
no siente nada, hasta meterse incluso dentro de chimenea y ser
parte de la leña.
Ante mis ojos veo la viva consumision de un alma que nunca
debió permanecer en mi mundo.
Es tanta la concentración de Angelo que no hace alarido alguno.
Hasta que veo como aquella imagen suya desaparece de mí vista,
sin dejar rastro de su presencia en la tierra porque de un alma se
trataba. Solo su ropa es consumida por las llamas.

LURU
LURU

Un alma andante que toma apariencia ajena. Una que no le


corresponde en absoluto. Se consume ante mis ojos lo que me
hizo llorar cada noche con sus malas decisiones aunque quizas,
eran sencillas.
Un alma que quizás, sería castigada en el Inframundo por tomar
una apariencia que no era suya.
Me da impresión ver cómo la apariencia de Max chispea, no
queda nada de ella, desaparece. El calor de la chimenea me llega
a mí cuerpo, quién sigue viendo todo.
Mamá me había heredado eso. La belleza a veces puede ser
encanto. Hasta el punto de quedar hipnotizado por ella y hacer
cosas irracionales. Tuve el sueño en donde ella me explicaba que
un hijo no autorizado por Hades podría ser enviado al
Inframundo otra vez.
Y yo no autorizaba que Angelo estuviera aquí. Porque yo
también, por más que lo negara...era hija de Hades. Utilizando
partes iguales de lo que me había heredado Afrodita y él: belleza
y poder.
Así que...
Adiós, pedazo de mierda.

LURU
LURU

Capítulo 26
Entré al taxi, apresurada y cerré la puerta del coche con la
respiración algo dificultosa una vez dentro.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —Me pregunto Adam, al ver mi
estado y su voz se elevó, preocupado y nervioso.
—Lo hice — susurré, con voz queda y mirando el asiento oscuro
que tenía frente a mí sin verlo realmente.
-¿What?
—Lo hice — lo miró finalmente, repitiéndoselo—. Lo hice. Ángelo
se fue, funcionó.
Él me miró, confuso, sin comprender a lo que apuntaba.
—Regrese por favor al edificio en donde fue a recogernos — me
incliné sobre el asiento y le pido al taxista.
Este asiente y arranca el coche mientras le sube el volumen a la
radio. Oigo que los Leones van dos a cero y eso mantiene
ocupado en el juego.
Me siento nerviosa, como si la adrenalina hubiera desaparecido
por completo y volviera a ser yo. Siento que la mano de Adam
toma la mía sobre el asiento y las entrelazamos, en silencio,
viendo las calles de Miami para despejarnos.
Llegamos a mi apartamento sin decir palabra alguna e
ingresamos. Enciendo las luces y voy directo al sofá, dejándome
caer en él, agotada y aún en estado de shock.
—¿Qué pasó allí, Ada? —Insiste en saber Adam, de pie ante mí,
con los brazos cruzados y con la punta de su zapato golpeteando
el suelo.

LURU
LURU

—Lo envié al Inframundo — le confieso, entrelazando mis manos


por encima de mis rodillas. Aún seguía temblando—. Afrodita me
dijo cómo hacerlo y lo hice. Y mi Max no está aquí.
El temblor aumenta, aprieto mis dientes y comienzo a llorar.
Había reprimido mí angustia durante aquellas horas y me fue
imposible seguir así.
—¡Estoy sola de nuevo y sin él!—exclamo, entre lagrimas—¡Ya
no volverá!¡No sé dónde está y siento que estoy demasiado
pérdida!¡Sé que Max está allí abajo!¡Quiero salvarlo, quiero
saber cómo hacerlo, se lo debo!
Me veo sacudida por el llanto y sus espasmo que últimamente ya
los sentía como algo rutinario. Había vivido en un engaño en
todo aquel tiempo, creía que todo estaba marchando demasiado
bien como para que sea cierto. Él jamás estuvo a mí lado. Él sigue
allí adentro y yo creyendo que había regresado.
Me sentía una estúpida.
Siento a mi lado como el sofá se hunde y no tardó en
acurrucarme en el pecho de Adam, quién frota mi hombro con
sus enormes manos.
—Regresara, yo sé que si lo hará y seré yo, mientras tanto, el que
te cuide—me asegura sin titubear y deposita un beso en la
coronilla de mi cabeza—. Cuidaré de ti y el bebé.
Me di una larga ducha, de aquellas que no querías que finalizará
para no afrontar la realidad que me esperaba allí afuera. Una
realidad sin él.
Quería preguntarle a Afrodita cómo podía hacer para que él
regresara y eso me estaba carcomiendo viva.

LURU
LURU

Entonces recuerdo que me acosté con Ángelo y vomité en medio


de la ducha, dejando que todo el contenido se vaya por el
desagüe al igual que mis lágrimas.
Adam se ocupó de comprar una cuna. Cosa que no había hecho
por el momento porque estaba liada con el trabajo.
La armamos en mi habitación, contra una de las paredes de la
habitación. Esta era de mimbre con su colchón pequeño y blanco
que estaba rodeado de almohadones blancos y un tul que estaba
sujetado a un barrote fino, dando el efecto de caída. El sol
ingresa por mi ventana, pegando delicadamente y con armonía
con sus rayos el tul.
La observé, nostálgica y abracé a Adam mientras la mirábamos
ya armada y terminada.
—Me encanta—admito, agradecida—. No debiste gastar, Adam.
—¿Gastar? —repite, riéndose—. Mi sobrina será una consentida.
—Lo sé. Porque tendrá al mejor tío del mundo.
Aquella semana surgió un desfile. Una convocación que no podía
rechazar en absoluto porque había dinero en juego. Dinero por
un trabajo que me encantaba.
Estaba decaída, triste y aún no podía creer lo que había sucedido
entre Ángelo y yo.
Aceptarlo me dolía y quedarme sin respuestas también. Porque
era fácil enviar a alguien al inframundo cuando eras hija de dos
dioses importantes. Pero, no sabía si sería un riesgo ir a buscar a
Max al Inframundo y si perdería el bebé en el intento.
Un chasquido de dedos me saca de mi ensoñación, volviéndome
otra vez a la realidad.

LURU
LURU

Parpadeo un par de veces, y otra vez vuelvo a oír el bullicio de las


modelos riendo, algunas cantando y otro que otro maquillista
charlando en voz muy alta.
Las luces blancas vuelven a cagarme de cierta forma, secándome
los ojos por momentos y me encuentro sentada, inmóvil, con la
lencería ya colocada y maquillada. Lista para salir.
—¡Ada!—chasquea nuevamente Mark ante mis narices—¿Es
más importante ese pensamiento tuyo que centrarte en la
pasarela usando una nueva lencería exclusiva ante miles de
personas?—me regañó, quisquilloso.
«Sí, el padre de mi hija está en el Inframundo y no sé cómo
sacarlo de allí», pensé.
—No—le dije rápidamente—, estoy nerviosa solamente. Que me
vean tantas personas me pone loca.
Mark me mira un instante y afloja el gesto, soltando un suspiro.
—Gray, sé que es tu primer desfile y es una experiencia única—
se arrodilla frente a mí, flexionando las piernas para quedar a mi
altura—. Pero necesito que te enfoques en esto. Que recuerdes
cómo caminar, en qué parte de la pasarela detenerte, cómo
debes posar. Luego, cuando eso te lo memorices, surgirá solo.
Recuerda: pasos firmes, mirada fija y postura perfecta.
Asiento, escuchándolo atentamente.
—No voy a defraudarte—le digo, sonriéndole—. Haces mucho
por mí.
—Eso es lo que quería escuchar, pequeñita—se pone de pie y
vuelve a poner cara seria—. Ahora levántate y práctica antes de
que sea tu turno.
Hago lo que me pido y me uno junto a dos modelos para
empezar a practicar cómo se debe caminar en la pasarela.

LURU
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La lencería blanca y angelical que llevaba puesta tenia bordados


florales tanto en el corpiño con copa como en la tanga preciosa.
Estos eran transparentes y a decir verdad me quedaba sexy con
su estilo de encaje.
Aunque estoy en contra de la depilación obligatoria, los de la
camp
La tanga era tiro bajo y el corpiño era a espalda cubierta.
Incluso, habían tenido la magnifica idea de colocarme unas
preciosas alas falsas y decidieron que debía llevar el cabello
suelto, con las puntas perfectamente onduladas.
Cuando me acerqué a las chicas, me observaron de arriba a bajo,
por como si no tuviera que estar allí.
Eso me hizo sentir incómoda, pero pasé de ellas.
—Pero mira quién está aquí—una voz familiar me susurra al
oído, provocándome un sobresalto.
—¡Amelie!—exclamé, contenta de ver un rostro conocido—
¡Wow estás bellísima—le digo con tan sólo verla.
Tiene un baby doll n***o de encaje que le llega hasta los muslos
y debajo de este unas bragas oscuras preciosas, que hacen
sobresaltar su figura con unas tiras ajustables. Posee unas alas
negras enormes y un collar fino rodeando su cuello. Está preciosa
incluso con su pelo rizado esponjoso y controlado. Un profundo
maquillaje marca sus intensos y enormes ojos.
—¡Dudo que más que tú, guapa!—me dice, codeándome y
dándome un beso en la mejilla en forma de saludo.
Un momento. Miro mis alas blancas y falsas y luego observó las
de ellas.
—Creo que ambas saldremos juntas a la pasarela—supongo, al
ver que ambas somos las únicas que poseen alas.

LURU
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—Puede ser…—entonces entra en la misma duda que yo. Amelie


toma mi mano y le echa una mirada de asco a las otras chicas
que continuaban ensayando—. Ten cuidado con estás arpías—
me advierte—, son capaz de quebrarte el taco del zapato con
total de no hacerte subir a la pasarela.
—Lo tendré en cuenta—asiento, ahora un poco más atenta con
su sugerencia.
—Somos las chicas nuevas. Y siempre a las nuevas les hacen algo
para boicotearlas—continua—. Mantente a mi lado.
—¿Me vas a proteger?—me río.
—Hay que proteger al ángel —sonríe, cómplice.
—Entonces protegerme de no caer. Ensayemos—le sigo el juego.
Ella comienza a reír.
La postura lo dice todo, y para poder caminar como una modelo
es imprescindible que sea buena.
Debo llevar los hombros hacía atrás, con la pelvis ligeramente
hacía adelante y la espalda recta, pero no al borde de tenerla
tiesa. A algunas modelos las veo bajar ligeramente los hombros
para poder resaltar el cuello y así tener más movimiento en los
brazos.
Empiezo a caminar con pasos firmes, manteniendo la postura en
todo momento y con pasos que deben ser exactamente idénticos
para que no se vean unos más largos que otros. Mantengo la
intensidad de los pasos y la misma actitud para lograr elegancia
pero a la vez, firmeza en mi caminar.
Mantengo la mirada fija, concentrada. Debo mantener la cabeza
siempre elevada, recta y mirando insistentemente al frente.
Debo centrarme en un objetivo que esté en frente, que capte mi
atención. Debo irradiar confianza, seguridad e intentar vender la

LURU
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lencería que llevo puesta a pesar de que mis alas sean un poco
pesadas.
Llevo una mano sobre mi cintura, sonriendo con una media
sonrisa. Manteniendo mi firmeza. Aunque pruebo con los
colgados de lado a lado y no mover mi cuerpo, solo deben
balancearse ligeramente.
—¡Gray!¡Williams!—nos grita Mark a la distancia—¡Es su turno,
salen juntas niñas!¡Tomen sus manos y luego se separan en el
medio de la pasarela!
Nos echamos una última mirada con Amelie y ambas vamos
sonriendo a lo que sería el comienzo del escenario, subiendo
ambas los escalones sin matarnos con nuestros zapatos.
Sabía que la presentación de nuestra lencería estaría Taylor Swift
cantando y aunque había pegado el grito en el cielo por aquella
maravillosa noticia, escucharla cantar y saber que estaba a pocos
metros de nosotros me tenía enloquecida y emocionada.
Si no me equivoco, la canción que había empezado a cantar para
nosotras era Style.
Escucho al público enloquecer, a la cantante sonando a todo
volumen y con Amelia hacemos una gran entrada.
Una enorme pasarela tenemos ante nosotras, caminamos de la
mano, sonriendo sin poder evitarlo porque estamos cumpliendo
uno de nuestros sueños sobre una de las pasarelas más
importantes del mundo.
La música combina con nuestros pasos, dándonos un gran estilo
a la dos. Pero no nos perdemos de nuestro objetivo.
Llegamos al centro de la pasarela y ambas soltamos nuestras
manos, pero seguíamos manteniéndonos a la par.

LURU
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Pasé por al lado de la cantante Taylor Swift y está me rozó la


mano mientras caminaba, casi chillo pero me enfoqué en el
trabajo.
¡Dios que hermoso era aquello! Las luces sobre mí, el público con
rostros difuminados y a oscuras. La enorme pantalla detrás de
nosotras, con diversas luces de colores. Todo era perfecto.
Tengo la intención de buscar disimuladamente a Adam entre la
multitud pero no lo encuentro. Continuo caminando, feliz, sin
poder parar de sonreír.
—«No puedo creer que una mujer cómo tú se fijara en alguien
como yo»
Estaba a punto de meterme otra vez detrás del escenario en
cuanto escuché aquella voz en mí cabeza, provocando que me
detuviera en seco.
El pulso se me acelera y mis ojos tratan de buscarlo en cada
rincón, con desesperación. Pero su rostro no aparece y creo que
estoy empezando a volverme loca.
—«Sigue caminando, sigue brillando cómo sólo tú sabes hacerlo.
Quiero que sepas que yo estoy contigo en un momento tan
importante como este»
Insiste su voz, su hermosa y melodiosa voz. Con las piernas
temblándome continuo caminando y es inevitable no tener
ganas de echarme a llorar.
—«Llegaste tan lejos mi hermosa Ada Gray. Eres insuperable,
arrasas todo a tu paso»
Sus palabras motivadoras que siempre supieron levantarme de
los lugares más oscuros me ponen la piel de gallina.
Siento como Mark y Amelie se reúnen a mi lado para darme las
felicitaciones pero yo no los escucho realmente.

LURU
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—Lo siento—musito en una disculpa, pálida y tratando de ver


por dónde escapar ya que hay muchas modelos y personas que
se ocupan de que todo esté perfecto para el desfile que incluso
era transmitido por televisión.
Comienzo a escabullirme entre las chicas en busca del baño y así
escapar de ellas. Cada tanto pido disculpas porque empujo sin
querer a alguna. Encuentro una puerta y veo que el baño está
vacío, no dudo en ingresar rápidamente con mis enormes alas y
tratar de sacarme las tiras por los hombros para sacarmelas.
—¡¿Cómo sé que no es Ángelo el que está hablando en mi
cabeza?!—entonces pregunto, carraspeando, mirando mi reflejo
en el espejo del diminuto baño privado.
No responde.
Entonces, el espejo se torna oscuro poco a poco y pego
fuertemente mi espalda contra la pared, petrificada y dudando si
salir corriendo o no.
Hasta que mis piernas se sienten temblorosas y hago un gran
esfuerzo para no caer de bruces al suelo.
El vidrio se empaña y unas palabras aparece en él.
“Sé que no cierras las cortinas de tu casa porque tienes la
esperanza de que algun día, regrese y deseas que yo te
encuentre”.
Me llevé las manos a la boca, ahogando un sollozo al ver la
veracidad de sus palabras. De su letra, al ver qué siempre se
olvidaba de colocar un punto sobre las "i". Es como si me hubiese
vuelto el alma al cuerpo.
—Max…

LURU
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Capítulo 27
Una presencia que no debió salir del Inframundo ingresa y las
almas que habitan en él lo observan pasar, tembloroso y sin
dejar de sentirse pequeño porque sabía que estaba a punto de
ser castigado por lo que acababa de hacer.
Las almas se apartaban para permitirle el paso y una melodía
horrible sonaba de fondo, cosa que, de cierta forma, lo
atemorizó por alguna extraña razón.
Entonces ve a la distancia algo que hace detener su caminar y se
queda allí, helado y con los labios temblorosos, imaginando
cosas horribles que podrían llegar a sucederle.
Un hombre alto, corpulento y de cabello anaranjado lo ve a
metros, con los brazos entrecruzados y con el pecho desnudo,
algo sudoroso porque quizás ha estado entrenando por aquellos
dos, casi tres, años en la oscuridad entrenando y haciendo
ejercicios que le arrebataban el aliento. Con su rostro algo
húmedo y su cabello bañado en transpiración, lo mira como si
quisiera comérselo vivo. Le ha crecido la barba que tapa la mitad
de su ancho cuello.
Tiene los dientes apretados, un rostro asesino que por poco saca
fuego y tiene la respiración pesada, dificultosa, agitada por la
rabia. Se contiene, pero sabe que no tiene nada de malo ir atacar
a un sujeto que se hizo pasar por él durante dos años. A esa
persona que se trataba de su hermano.
—¿¡Y tú me demonios me miras !? —Le grita Ángelo a Max,
quien a pesar de que su voz sale potente, a la defensiva, se nota
que se está cagando en los pantalones —¡Tu novia estuvo
riquísima a pesar de ser una zorra que me envió aquí de nuevo!
Ada. Oh no. Se metió con algo valioso en su vida.

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Un silencio sepulcral penetró todo el Inframundo, algo que no


había sucedido antes. Alguien le había faltado al respeto a uno
de los sucesores de Hades, a alguien que tenía el mismo poder
que él sobre el Inframundo cuando este no estaba merodeando
por allí.
Las palabras de Ángelo son el detonante para que Max comience
a caminar hacia él con pasos firmes, fuertes, con los ojos
caramelo fijados en su objetivo y todo alrededor de este se
nubla, centrándose sólo en el farsante.
Ángelo traga con fuerza y pretende escapar de lo que se le
avecina, pero choca bruscamente con los guardianes del
Inframundo quienes lo interceptan al instante, impidiéndole la
salida.
Max emboza una sonrisa diabólica, manteniendo su enojo
intacto al ver que aquel cobarde intenta irse sin antes probar
algo de su venganza por todos aquellos años en los que irrumpió
en la vida de Ada como si nada.
Ada era el talón de Aquiles de Max.
El pelirrojo toma del cuello a Ángelo con una mano y este
balbucea, ante el contacto de Max porque le está haciendo sentir
una asfixia terrenal. El impostor baja la mirada como puede hacia
el brazo de Max y ve que este le falta la mano izquierda.
¿Le cortaron la mano a Max?
Ángelo tiembla, sus ojos parecen querer salirse de órbita ante la
apretujada que Max le estaba dando en el cuello.
—Por culpa de tu egoísmo me arrebataron una mano porque
pensaron que yo era el impostor—carraspea el entre dientes,
acercando el rostro al de Ángelo para que se sienta más
intimidado de lo que se encontraba—. Me arruinaste la vida
pedazo de mierda.

LURU
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Max aprieta aún más y Ángelo comienza a babear,


humedeciendo la comisura de sus labios que poseen vello facial
grueso.
—Te creíste inteligente, pasaste sobre mi autoridad y ahora
recibirás el castigo que te mereces—continua hablando Max,
apretando sus dientes—. Eres débil por más que pretendes
parecer fuerte ¿no?¿Eso es lo que pretendes Ángelo.
Ángelo, cómo respuesta, le da un escupitajo en la cara. Este cae
sobre la punta de la nariz de Max y cierra los ojos, con fuerza, y
ya no puede contener más la ira.
Max se limpia con el dorso del brazo el rostro y pega un grito,
enfurecido, lo suelta y comienza a darle una serie de puñetazo
en el rostro a Ángelo, quién no es capaz de defenderse ya que los
guardianes están sujetándole los brazos.
—¡Esto es por meterte con Ada!—le da un puñetazo en el ojo—
¡Esto es por meterse en su vida y mentirle!—un puñetazo
aterriza en su labio, que rápidamente empieza a sangrar—¡Esto
es por lastimar a Emilia!—grita Max, otro puñetazo—¡Esto es por
hacerme parecer un imbécil, egoísta y un manipulador
obsesivo!¡Y por mi mano!—otro puñetazo en el centro de la
cara—¡Y esto es por adeudarme con miles de dólares por tus
caprichos!¡Y por comprar un maldito Ferrari rojo
sobrevalorado!¡A MI NO ME GUSTAN LOS FERRARIS!—le grita a
todo pulmón—¡Córtenle las manos y que sea la comida de
Cerbero, el perro guardián de mi padre!¡Que las Erinias les
arranquen las manos!—Max se acerca a su rostro y le
murmura—Ellas están deseosas por cortarte las manos a
picaduras de serpientes por arrebatarles su espejo sin su
permiso. Están furiosas.
El hombre pelirrojo le da una indicación a los guardianes con un
movimiento de cabeza para que se lo lleven y estos obedecen a

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su amo, llevándose a rastras a Ángelo, quién soltaba alaridos del


dolor terrenal que había obtenido cómo castigo. El rostro
de Ángelo estaba hinchado, bañado en sangre y su camisa blanca
estaba teñida de este. Incluso había perdido unos cuantos
dientes que se encontraban tirados en el suelo.
Max ve cómo se lo llevan, con su pecho subiendo y bajando por
la adrenalina. Había deseado por dos años golpearlo de esa
forma, verlo sufrir el peor de los castigos.
Las almas observaban al hombre que jamás había tenido una
actitud violenta estando en el Inframundo. Para que haya
reaccionado de esa manera, seguro estaba muy molesto.
Max mira su brazo, el que no posee mano, con melancolía ve
cómo este finaliza de forma redonda, con una cicatriz lineal que
sobresalía con un tenue rojizo a su alrededor. Un castigo sin
anestesia que los guardianes le causaron al creer que él era
alguien que se estaba haciendo pasar por uno de los hijos de
Hades. Hasta que pudo comprobar que era él gracias a la ayuda
de Perséfone, la reina del Inframundo, una esposa importante
para Hades.
Perséfone era la diosa griega de la primavera, las flores, y las
estaciones. Era hija de Zeus y Deméter. Estaba casada con Hades,
quién la raptó y la convirtió en reina del Inframundo contra su
voluntad. Sin embargo, con el tiempo Perséfone se fue
enamorando cada vez más de Hades y realmente parecía amarlo
por cómo lo recibía cada vez que este bajaba para visitarla. Esta
tenía el cabello rizado y de color rojizo, que caía como
tirabuzones sobre sus hombros y una preciosa silueta. Aunque
aparentaba ser una mujer de unos veinticinco años, llevaba
siglos y siglos en el Inframundo y sólo le era permitido salir
algunos meses de cada año al Olimpo.

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Ella le había creído a Max y esta se había contactado con Afrodita


saliendo del Inframundo cuando se le fue permitido para
contarle la verdad sobre lo que había hecho uno de los hijos de
Hades.
Max estuvo dos años cautivo, encerrado y por poco creyó
enloquecer, hasta que Perséfone lo visitó y le dio toda su
confianza de manera inmediata al ver lo deplorable y apagado
que se encontraba este. Incluso sintió pena al ver que le habían
cortado una mano por una equivocación nefasta.
Era algo muy malo que un alma se haga pasar por un dios. Era
una gravísima falta de respeto.
Una pregunta fugaz atravesó su mente, provocándole una
extraña angustia en su pecho.
¿Ada lo amaría de todas formas si sólo contaba con una sola
mano? ¿Lo aceptaría? Reprimió la angustia, con cierta tristeza y
levantó el mentón. Pensar en ella lo entristecía demasiado, al
borde de recordarla con lágrimas y tenía miedo de que ella lo
rechazara. Ada era perfecta, necesitaba tener a su lado a alguien
perfecto.
Seguía amándola desde el primer día, la pensaba a cada
momento y siempre estaba presente en sus pensamientos.
Gracias a los dioses, a Afrodita, su madre, había logrado obtener
su libertad al comprobar que Ángelo estaba ocupando su lugar
en la tierra.
Una de las Erinias se acercó a Max, con cierta vergüenza en
su pálido rostro.
—Hermano...

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El hombre se sobresalta al ver a las serpientes enroscada en su


cabello y cómo estas parecían enloquecidas. Se aparto un poco,
temeroso.
La diosa tenía en su mano un espejo redondo y dorado, que
parecía tener pinta de ser pesado.
—Nosotras queremos pedir tu perdón debido a tu encierro
injusto —comienza a decir ella, con gran pesar y agachando la
mirada mientras le tendía el espejo —. De parte de tus hermanas
queremos obsequiarte este espejo para que puedas ver a tu
amada a través de él. Por favor, acéptalo, aunque la deuda
contigo es mucho más que un simple espejo. Queremos
obsequiarte la paz de ver a la hermosa e inigualable hija de
Afrodita.
Max miró el espejo y luego a una de las Erinias, sin poder creer lo
que le estaba regalando. Separó sus labios y tomó una bocanada
de aire.
Por fin podría verla y simplemente no podría creerlo.
—¿Po...podré verla? —balbucea él, con un enorme alivio en su
pecho y toma el espejo con temor ya que tiene miedo de
romperlo —Tengo ganas de abrazarte y darte muchos besos en
la cara, hermana, pero tengo temor de que alguna serpiente tuya
me pique —se ríe Max, nervioso y emocionado a la vez.
La Erinia sonríe, observándolo con sus ojos blancos.
—Tu alivio es calma para nosotras, hermano. Ahora me despido.
Debo vengar tu horrible encierro cortándole las manos a
alguien.
Y con una sonrisa, la Erinia se escabulle entre las almas, que han
vuelto a su rutina: merodear hasta olvidarse de que están
muertas.

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Max se encierra en su falso apartamento, ansioso, pegando su


espalda contra la puerta cerrada y posa el espejo frente a su
rostro.
Aquel espejo funcionaba cuando realmente deseabas ver a
alguien que se encontraba en otro sitio que no fuera el
Inframundo. Realmente era un gran alivio, sentía millones de
emociones que eran vinculadas con la felicidad.
Su rostro desaparece del espejo y logra verla. Poco a poco va
deslizándose hasta sentarse en el suelo, sin palabras por lo que
estaba observando.
A Max se le llenaron los ojos de lágrimas.
Ada Gray tenía una hermosa lencería de color claro y unas alas
de ángeles. Caminaba con pasos firmes, sus manos en la cintura
y agitando sus caderas cómo si estuviera a punto de conquistar
el mundo.
Quizás para eso no faltaba mucho, pero lo que sí sabía es que
ella había conquistado el suyo hace ya tiempo. Ada era su dueña,
su reina y no podía creer que aquella sonrisa que tenía en su
rostro inmaculado, era genuina. Real.
Le había crecido muchísimo el cabello. Le quedaba tan bien. Max
sonrió, entre lágrimas al ver lo lejos que había llegado.
¡Ada Gray estaba feliz, en una pasarela, sonriendo!
Entonces a Max se les escapa las siguientes palabras en voz alta:
—«No puedo creer que una mujer cómo tú se fijara en alguien
como yo. Sigue caminando, sigue brillando sólo como tú sabes
hacerlo. Quiero que sepas que yo estoy contigo en un momento
tan importante como este. Llegaste tan lejos mi hermosa Ada
Gray. Eres insuperable, arrasas todo a tu paso»
Ada no tardó en escucharlo.

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Capítulo 28
Ada apoya sus manos contra el espejo, en estado de shock al leer
lo que había escrito Max en él. No había una explicación lógica
para saber cómo había hecho eso, sino que, en el mundo de los
dioses, no había explicación alguna.
Pero de lo que si estaba segura ella, era que Max, su Max, había
logrado comunicarse con ella después de tantos años.
—¡Lo siento mucho! —Le gritó Ada al espejo, llorando a cantaros
— ¡Siento no haberme dado cuenta antes, amor!
- «No hay nada que lamentar — aquella voz en su cabeza la
calmó—, nada de lo que has hecho podrá romper con lo que
tenemos, ciervito»
Ella cerró los ojos con fuerza, dejando caer su cabeza entre sus
brazos, abatida y aliviada a la vez.
—Nunca dejé de amarte y nunca lo haré — susurró Ada, con la
voz rota.
- «Yo jamás dejé de hacerlo, mi bella reina»
Golpes en la puerta la hicieron sobresaltar.
—¡Ada, debes salir otra vez al escenario!—le grita Mark ante el
bullicio de las modelos—¡Te toca cambio de vestuario!
Ada no sabía que hacer. No quería perder la oportunidad de
hablar con esa persona a la que tanto había esperado. Miró al
espejo, desesperada.
—«Ve, Ada. Es tu momento, debes disfrutarlo al máximo»—la
alienta Max, orgulloso—«Demuéstrales la clase de mujer que
eres, poderosa y fuerte»
Ada sonrió genuinamente, aferrándose a sus palabras con una
enorme felicidad en el pecho.

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—El Max que yo amo diría algo así—le responde ella, con
melancolía y con una lágrima deslizándose por su mejilla
sonrosada—. No puedo creer que estoy hablando contigo.
—«Y yo no puedo creer lo hermosa que te encuentras. Ve, Gray,
o perderás el empleo de tu vida por mí culpa»
Ada, con un gran entusiasmo que había crecido en minutos, salió
del baño sin antes limpiar resto de rímel marcados en sus
mejillas causado por el llanto.
—¡Vamos por la segunda pasarela!—le dice ella a Mark, quien no
tarda en sentirse contagiado por la felicidad de la joven.
La noche cae en Miami con gran pesar y agotamiento sobre mí.
Fue una noche increíble, fascinante. Incluso las modelos
quisieron invitarme a festejar pero no acepté, ya que tenía la
ilusión de encontrarme con Max, aunque sea de manera mental.
Tenerlo cerca, aunque sea un rato. Aunque sea.
Adam se había marchado cuando el desfile finalizó y yo me había
quedado detrás del escenario para vestirme nuevamente, a
pesar de que la lencería era extremadamente hermosa. Amaba
lo que hacía, estar entre pasarelas, fotografías e incluso podría
firmar contrato con comerciales. Podría llegar a ser famosa y eso
me intimidaba un poco, pero no me aterraba.
En cuanto llegué a mi apartamento, encontré a Adam durmiendo
en el sofá. Lo miré con dulzura al ver qué se había quedado
dormido y como toda la sala estaba llena de globos flotando
contra el techo.
Me llevé las manos al pecho, mordiendo mi labio inferior, al ver
qué había decorado para festejar uno de los momentos más
importantes de mi vida. Había un cartel de papel pegado en una
de las paredes con cinta adhesiva que decía “Felicidades” con
letras de colores.

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Busqué una manta y tapé a Adam. Estaba preparando algunos


exámenes la noche anterior para la universidad, adelantando
material y se había quedado estudiando toda la noche, por eso
comprendía lo exhausto que se encontraba.
—Gracias por ser cómo eres—le susurro al oído y le doy un beso
en la sien.
Luego de darme una larga ducha, deseando que Max me hablé
otra vez, voy y me encierro en mi habitación. Mi cama se ve tan
deseable que no puedo evitar caer sobre ella boca abajo y lanzar
un suspiro ruidoso.
Me da placer ver una cama tendida perfectamente. Gracias a la
Ada del pasado por tenderla en la mañana.
—«Benditas sean esas sábanas que rosas, acariciando tu piel y
dejándome ver tu sensualidad»
Abro los ojos de par en par al escuchar su voz. Su gruesa y
potente voz. Me quedo helada, esperando a que no sea parte de
mi imaginación. Ruego que no me esté volviendo loca. Me siento
en la cama, con ganas de llorar de felicidad.
—«Oh Gray, estamos tan cerca de reencontrarnos otra vez que
muero de ganas por llenarte de besos y sentir tu cabeza sobre mi
pecho. O follarte en un avión—se rie—. Somos tan divertidos
cuando estamos juntos»
—¿Max?—apenas mi voz suena audible—¿Por dónde puedes
verme?
Recorro la habitación y mis ojos recaen sobre el espejo de
cuerpo completo que se encuentra incorporado en la puerta
corrediza de mi mueble. Este espejo da directo a mí cama.
—«Sí, me encontraste, por allí puedo verte»—vuelve a reír, tan
cálido como lo recuerdo.

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Me levanto de la cama. Mis pies descalzos tocan el frío suelo de


madera y me acerco poco a poco al espejo. Levanté la mano y
hago que mis dedos lo toquen. No hay ninguna luz encendida,
sólo ingresa la claridad de las luces de la calle que atraviesa la
cortina de forma muy tenue.
—Max…¿dónde estás?—le pregunto en voz baja, angustiada.
—«Sigo en el Inframundo, atado aquí, como si lo mereciera.
Unas diosas me regalaron un espejo para que pueda
comunicarme contigo, hablarte desde la distancia—confiesa—. A
través de los reflejos puedo verte, observarte y admirarte ¿cómo
no encontrarme agradecido con ellas por este gran regalo?»
—Deja de decirme cosas bonitas o me harás llorar—me río,
sonrojada y con un enorme nudo en la garganta—. Necesito
respuestas. No halagos.
—«Entonces me marcharé de este infierno, me escaparé y asi,
podré darte esas respuestas en persona»
Frunzo el entrecejo.
—¿Qué?¿Max?
Dejó de responder.

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Capítulo 29
Max sale de su apartamento falso y comienza a correr en
dirección a los aposentos de Perséfone, el cual es custodiado por
dos guardianes. Estos poseen una apariencia tenebrosa. Miden
aproximadamente tres metros de alto, son gigantes regordetes y
con un aspecto verdoso, casi asqueroso, como si se bañaran con
agua estancada y contaminada. Tienen el rostro hinchado y
apenas se les ve los ojos.
Ambos permanecían quietos y alertas en cada extremo de la
gigantesca puerta de acero oscuro para prevenir que la diosa no
pretenda escaparse, a pesar de que se trataba de una reina
importante.
—¡Necesito ver a Perséfone! ¡Urgente! —Les ordena Max, quién
no se encuentra intimidado por dichos gigantes.
Estos cruzan miradas de forma momentánea y vuelven la
intención al hombre que tienen en frente.
—Por supuesto, señor — le responde uno de ellos, con voz
calma.
Max sigue muy enfadado con ellos por cortarle la mano para
castigarlo, pero sabe y comprende que sólo estaban llevando a
cabo un castigo por romper una ley. Sólo seguían lo que rige en
el Inframundo.
Uno de los gigantes abre la puerta y le informan a la reina con
voz potente sobre la presencia de Max.
Esta acepta, permitiéndole el paso.
Max, dudoso si estaba haciendo lo correcto, ingresa por primera
vez a los aposentos de Perséfone.
Su habitación tenía una enorme cama matrimonial con cuatro
columnas en sus esquinas de madera que formaban el dosel, el

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cual, tenía unas largas telas blancas atadas a estás. Todo el


entorno estaba adornados con telas altas encendidas para mayor
iluminación.
Muebles rústicos, espejos enormes y alfombras de cuero, le
daban un aspecto antiguo a la habitación de tonos oscuros y
rojizos.
Perséfone estaba sentada en la punta de la cama, tejiendo algo
que despertó la curiosidad de Max, pero sabía que no debía
enfocarse en eso, ya que tenía algo importante que pedirle.
La reina levantó la mirada de su tejido y le sonrió a su visita.
—Hola Maximiliano—lo saluda ella, cálidamente—, me alegra
verte, querido.
Perséfone tenía una apariencia juvenil, de cabello colorado y
trenzado cayendo sobre su hombro derecho y un vestido blanco
gastado, de mangas largas que aparentaba ser un pijama.
Max hace una reverencia flexionando su espalda y la mira, con
angustia en sus ojos.
—Debo pedirle un favor importante, señora Perséfone—le dice
Max, algo avergonzado, recomponiéndose otra vez—. Debe
dejarme ir.
—Sabes que eso no es posible—lamenta—. A mi también me
gustaría marcharme de aquí—Perséfone dirige su mirada al
enorme ventanal de ventanas abiertas y observa la noche
estrellada y ventosa artificial—. Es una cárcel en la que nadie
quiere estar.
—Pero necesito reencontrarme con la mujer que amo—insiste
Max, dando unos pasos hacia delante—. Si Ángelo pudo salir, yo
también podré hacerlo.

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—Ángelo tuvo su castigo por escapar del Inframundo, Max—la


mujer deja su tejido sobre su regazo y le dedica toda su atención
al hombre—. Te cortaran la segunda mano si te dejo marchar.
—Que me corten lo que ellos y usted desee—Max le hace
frente—, pero yo no pertenezco aquí.
Perséfone se pone de pie y deja el tejido sobre el colchón, lanza
un suspiro y lo mira nuevamente.
—He perdido una mano, soy capaz de perder lo que sea con tal
de verla otra vez—insiste él, entonces se arrodilla—. Se lo
suplico.
A Max se le quiebra la voz y no puede evitar ser consumido por
la tristeza así que esta sale a la luz y se convierte en lágrimas
pesadas que resbalan por el puente de su nariz hasta llegar a la
punta de ella y perderse en el firme suelo.
Tiene la mirada agachada, derrotado y Perséfone se apiada de él,
se le acerca y apoya su delicada mano que hace contraste en la
sudorosa y sucia piel del muchacho.
—Vete, Max.
El joven levanta la mirada rápidamente y parpadea un par de
veces, sin poder creer lo que acaba de escuchar.
—Hades y yo somos los dueños de este sitio. Así que tengo la
misma autoridad que él para decidir quién permanece aquí y
quién no—le explica la diosa—. Vete y busca a la hija de Afrodita.
Debes cuidarla, protegerla y amar a ese bebé que viene en
camino.
Max no lo puede creer, después de tanto tiempo, emboza una
sonrisa que es una combinación de alivio e incertidumbre. Se
queda sin palabras.

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—Y si Hades decide pasar sobre mi decisión, lo golpearé—le


sonríe al joven—. Después de todo, esto le sucede por tenerme
prisionera durante siglos.
Max se levanta de golpe y la abraza con fuerza, con la respiración
trabajosa.
—¡Gracias, gracias, gracias por liberarme!—rompe en llanto,
cosa que deja atónita a la diosa—¡Gracias por dejarme
ir!¡Gracias por permitir que me marche!
El joven se separa de la diosa y comienza a caminar hacia la
puerta, con el corazón desembocado y con todas las expectativas
puestas en su salida luego de estar dos largos años encerrado en
un calabozo.
—¿Max?—lo llama Perséfone detrás de él.
El muchacho gira y la mira, deteniendo su paso.
—Sabes que ella no es tu hermana ¿o si?
Entonces Max se queda helado, sin saber cómo responder a eso.
Se queda perplejo y no sabe si lo que escuchó fue lo correcto.
—¿A qué se refiere con que ella no es mi hermana?—repitió
Max, con un hilo de voz y serio.
—Afrodita y Atenea les debe una explicación que yo no debo
darles porque no me corresponde—les dice ella, sin expresión en
sus ojos—. Esa confesión despertara la ira de Zeus y todos los
dioses, incluso la de Hades.
—No comprendo.
—Tu identidad no es la que aparenta, cariño. Tu paz y la de Ada
será encontrada cuando se sepa la verdad.
—¿Ada no es mi hermana?—repite Max, congojado—¡¿Qué?!

LURU
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—Fui testigo de lo que no debía ver, pero que esta confesión


sirva para que todo el Olimpo se entere del pecado de Atenea.
—¡Pero Afrodita—Max apenas podía hablar por la sorpresa—
…,Afrodita no nos podría ocultar algo tan importante como esto
después de todo lo que hemos pasado con Ada!¡Todo lo que
hemos vivido por ese pecado que intentamos evitar con ella!
—Si Afrodita mencionaba algo sobre esto, sobre lo que pasó
realmente ¿A quién crees que culparían por cubrir y mentir por
alguien?
Max se la quedó mirando, analizando detenidamente las
palabras de Perséfone.
—Vete y reencuéntrate con tu amada y tu futuro hijo—insistió
Perséfone—. Ojalá el destino no nos reencuentre a nosotros y
seas feliz con ella—le deseó lo mejor la joven diosa.
Max asintió, feliz y se marchó corriendo antes de que esta
cambiará de opinión, pasando por al lado de los guardianes con
una sonrisa de felicidad y ansias.
Ansioso por reencontrarse con Ada Gray.
El amor de su vida.

LURU
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Capítulo 30
No pegué un ojo en toda la noche. No con todas las emociones
encontradas que atravesaban mi cuerpo y alma. No sabiendo
que pude comunicarme con él y que mis esperanzas estaban en
flor de piel.
No sabiendo que él estaba en otro sitio y con sus últimas
palabras retumbando en mi cabeza. Prometiéndome que estaría
junto a mí en lo que menos canta un gallo. Mi Max, mi
zanahoria.
Una lluvia torrencial azotaba Miami. La tormenta me había
despertado a las ocho de la mañana, en su comienzo. Las
palmeras se agitaban, el viento arrastraba las gotas de la lluvia,
llevándolas lejos hasta golpetear mi ventana. Allá afuera, era
todo gris y oscuro y parecía que el cielo quería caerse con sus
enormes nubes tridimensionales. Hasta tenía la sensación de que
podría llegar a tocarlas si hacía puntas de pie.
El sonido de la lluvia era calma y música para mis oídos después
de tantos días de sol. Hasta se había hecho rogar.
Me levanté, con la intención de prepararme el desayuno, hasta
que… comencé extrañarlo. Me dirigí a la cocina, silenciosa para
no despertar a Adam qué aún seguía durmiendo en el sofá y
busqué en el mueble un equipo de mate.
El mate es una infusión que suele beberse en Argentina. Max era
Argentino, y él me había confesado una vez que solía beberlo
mucho cuando vivía allí.
Cada vez que lo echaba de menos, tomaba mate. Solo necesita
azúcar, yerba y agua caliente.
Prefería el dulce que el amargo, aunque había días en los que no
tenía azúcar y debía beberlo sin ella.

LURU
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Tomar mate me hacía extrañarlo menos, porque de cierta forma


conmigo, lo tenía más cerca. Ya no sabía que hacer para tenerlo
cerca aunque sea un instante.
Sabía que lo nuestro estaba mal, que era mal visto. Pero…no
podía vivir sin él.
Bueno, si, había comprobado que sí podía vivir sin él.
Pero…prefería no hacerlo. Quería tenerlo cerca de mí, que me
abracé y tenerlo así, para toda la vida.
Que vivamos juntos, que seamos felices juntos. Amarnos.
Vivir.
Bebía mates en la cocina apoyada en la mesada de esta,
observando la lluvia caer sobre el ventanal de la sala. Todo
estaba abierto en esta casa, sólo la cocina estaba dividida por un
enorme mural de cemento que me llegaba a las caderas.
Tenía una playera de mangas que me llegaban hasta por debajo
de los hombros y de color gris. Un moño que recogía cada
mechón de mi cabello en lo más alto de la cabeza y unos
calcetines blancos con rayas azul y rojo en sus bordes que me
llegaban hasta por debajo de las rodillas.
Me llevé una mano al vientre.
—Papá vendrá pronto—le susurro al bebé, con melancolía—. Él
tiene una promesa que cumplir.
Entonces me quedo mirando la lluvia caer, observándola con
detenimiento.
Pero…algo a la distancia, en plena playa, capta mi atención. No
sé exactamente qué es pero algo me dice que vaya. Que camine
hacía la playa.
Dejo el mate encima de la mesada, tomó las llaves de la casa sin
antes colocarme unos tenis y salgo al pasillo del edificio, con un

LURU
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presentimiento en mi pecho. Uno muy grande. Comienzo a


caminar, sin pensar, simplemente lo hago.
No recuerdo en qué momento llegué a la puerta de salida del
edificio y cruzo la calle que se encuentra enfrente, la cual es la
entrada a la playa.
El cemento de la acera se vuelve arena, arena mojada por la
lluvia torrencial.
La lluvia cae, me empapa y la playera que llevo puesta se pega
contra mi pecho, mojándola por completo, pegándose hasta el
punto de que mi cuerpo desnudo se ve a través de ella.
Las gotas y el frío me erizan la piel, pero no me importa. Porque
hay algo en las olas agitadas y peligrosas que me llaman la
atención, por más que mi vista se nuble por el agua cayendo del
cielo. Por más que no sepa a dónde vaya con exactitud, sé que
hay algo por lo que debo ir.
Algo me llama, algo me dice que vaya.
Entonces una silueta a la distancia, saliendo del agua es todo lo
que necesito ver para saber dónde debo ir, qué rumbo tomar.
Esa silueta aumenta, primero veo su cabeza, luego su torso
desnudo, un torso que recuerdo ver con anterioridad en algún
momento de mí vida. En algún momento.
Una silueta humana que es difuminada por la lluvia que no para,
que parece intensificarse. La silueta camina hacia mí entonces
caigo de rodillas contra la arena, sin poder creer lo que mis ojos
logran captar.
Caen por la sorpresa. Por lo que tanto ansiaba ver hace tiempo.
Caen porque no pueden analizar si es real o se trata de un
sueño.

LURU
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La silueta comienza a correr hacia mí en cuanto se percata de mi


presencia.
Corre, no le dan los pies por la pesada arena mojada.
No soy capaz de levantarme, pero una fuerza enorme me anima
hacerlo, me anima porque la adrenalina que siento me domina
para que corra hacia él y lo abrace con fuerza.
—¡¡¡ADA!!!
Su grito, su grito es lo que me impulsa a correr hacia él. Su voz, la
que tanto quise escuchar en mis noches de soledad.
Nuestro reencuentro parece inalcanzable, mis pies
quieren parar pero los obligo a no hacerlo.
Está viniendo hacía mí y yo voy hacia él, con los pulmones
queriendo estallar por dentro, colapsar por la falta de oxígeno
debido a la lluvia que nos castiga, simbólica de lo que estamos
haciendo mal. No aprendimos nada, y no queríamos aprender.
Necesitábamos estar juntos. Queríamos estar juntos.
—¡¡¡MAAAX!!!—grito como si mi vida dependiera de ello.
Entonces veo su rostro, veo su hermoso rostro. Empapado,
lloroso, angustiado y con el cansancio consumiéndolo. Cómo si
no diera más. Cómo si todas sus fuerzas se acabarán. Lo
reconozco a pesar de tener una barba creciente que cubre la
mitad de su cuello.
Los dos ya estábamos agotados.
Nuestros cuerpos chocan, finalmente, y salté sobre él, quién me
atrapa con agilidad y rodeé mis piernas alrededor de sus caderas,
aferrándome mientras nos vemos arrasados por un
estremecedor llanto. Hundo mi rostro en su cuello y él en el mío,
mientras clava su mano en mi espalda, aferrándonos con temor
de que nos vuelvan a separar.

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La lluvia nos empapa, nos moja sin tregua pero no nos importa.
No nos importa porque estamos juntos otra vez.
Y eso era lo único que nos hacía mantenernos de pie.
—Aquí estoy, aquí estoy—me dice con su labio pegado a mi
oído, exhausto y sin aliento—. No me iré, aquí estoy. No me iré.
Poco a poco la lluvia se va apagando y creo que varias gotas se
mezclan por mis lágrimas. Un terrible alivio por fin llega a mí, y lo
recibo como tanto lo esperé.
Miro su rostro, pegando la punta de su nariz contra la mía. Le
sonrío. Me sonríe. Nos sonreímos y esa sonrisa se vuelve una risa
algo silenciosa, que pronto se vuelve carcajada, como si no
supiéramos cómo reaccionar ante nuestro reencuentro.
—Hola, sugar—le susurro, rosando sus labios, no puedo dejar
de sonreír.
—Hola, mi baby —se ríe, y es contagioso —Hace cuanto no veo
la lluvia, el agua, la arena pero ¿vamos a casa?
—Vamos a casa.
Llegamos a mi apartamento, empapados y él no tiene
intenciones de bajarme al suelo. Vamos dejando con nuestros
pasos charcos de agua en todo el pasillo del edifico, riéndonos,
besándonos con delicadeza, disfrutando del momento único en
el que estamos viviendo. Sus pantalones negros y largos son una
combinación de arena y agua de mar, que le llega hasta las
rodillas, y sus pies descalzos están cubiertos de ella, incluso
caladas en sus dedos.
Max salió del mar, arrastrado quizás por las olas, porque a pesar
de que hay un rio especifico por el cual se ingresa al Hades, a
veces, los dioses pueden salir por donde se les plazca y aparecer
en el sitio que deseen.

LURU
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—Te ha crecido el cabello —me dice él, en un susurro mientras lo


toma con su mano y me echa ligeramente la cabeza hacia atrás
para darme un cálido beso en el cuello —. Te queda tan bien,
Gray.
—Será un placer que tires de él cuando lo hagamos —le guiño un
ojo.
—Mmm tentador —gruñe, con voz profunda —. Ahora dime
¿cuál es el número de tu apartamento? —me pregunta, mientras
recorre con la mirada —Por cierto, es hermoso el lugar dónde te
mudaste y tiene pinta de ser bastante seguro.
—Es allí —señalo mi puerta y nos situamos frente a ella, yo aún
continuo arriba suyo —, no me puedo quejar del sitio. Es
hermoso y tranquilo.
Me pega contra la pared tras soltar el aliento. Él tiembla, sus
dientes chocan con cierto frenesí, porque el aire acondicionado
del pasillo estaba prendido y ambos estábamos chorreando
agua.
—Vamos adentro, prenderé el calefactor y te haré algo caliente
para beber —le digo, acunando mis manos en su mejilla—
. Déjame cuidarte, por favor ¿Dónde estuviste todo este
tiempo?
Su rostro se ensombrece, desvía la mirada. De pronto siento que
unos extraños músculos me oprimen el estómago al ver que él
no desea hablar sobre ello y temo lo peor.
Mis manos elevan su rostro y obligo a que sus ojos se encuentren
conmigo. Me mira, tragando con fuerza.
—Max —me voz apenas es audible, ya que siento un enorme
nudo en la garganta —¡¿Dónde estuviste y qué te hicieron?!

LURU
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Entonces me baja al suelo y se aparta un poco, escondiendo


rápidamente un brazo por detrás de su espalda, cómo si hay algo
que lo avergonzada, cómo si no encontrara las palabras
adecuadas.
—Me tuvieron en un calabozo durante dos años, uno de esos en
los que sólo vez las cuatro paredes, dónde duermes en el frio
suelo y lloras por la noche porque tienes miedo a pasar el resto
de la eternidad así —confiesa, evadiendo las ganas de llorar —.
Pero lo peor no fue eso, amor.
Entonces, saca su brazo oculto detrás de su espalda y mis
pestañas se cierran con pesar luego de ver lo que tanto lo estaba
lastimando.
A Max le cortaron la mano.
—Ay no... —se me forma un vacío en el pecho —¡¿Quién te hizo
algo así?!¡¿Quién te lastimó?! ¡Max! —las ganas de llorar
quieren aflorar, pero no lo permito.
Tomó su brazo y veo como este va disminuyendo de tamaño
hasta llegar a la altura de su muñeca, donde finaliza. Luego de
ella, no hay nada, termina en un redondel perfectamente
cortado y una cicatriz rojiza en ella que se expande de punta a
punta.
Paso sus dedos sobre la cicatriz, con el corazón encogido.
—¿Podemos entrar y luego te lo explico? —me pregunta,
evadiendo a mis preguntas —Estoy agotado y lo único que
quiero es estar contigo.
Lo miro, detenidamente, analizándolo. Creándome miles de
preguntas en la cabeza. Enojada lo miro, tratando de sacar mis
propias conclusiones.
¿Quién le haría algo así?¿Por qué? Todo me lleva a Ángelo.

LURU
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Resoplo y abro la puerta de mi apartamento. Ambos ingresamos,


con nuestro ánimo por el suelo y veo que Adam no se encuentra
en el piso. Cosa que me desconcierta.
Veo en la barra que divide la sala de la cocina hay una nota
pegada. Me acerco a ella y la leo: “Fui a comprar mantas para la
cuna, no me extrañes”.
Miro la nota con dulzura. Adam siendo Adam.
—¿Estás de novia? —me doy media vuelta y veo a Max, que está
detrás de mí y acaba de leer la nota que tengo en mis dedos
desde donde se encontraba—. Lo entendería si lo estás. Han
pasado años y supongo que ya hiciste tu vida.
Sonríe, pero esta no ilumina su mirada.
—No estoy de novia, Max —aclaro, riéndome —. Adam ha
venido desde New York para cuidarme y no ha parado de gastar
dinero para el bebé. Será un gran tío.
Pestañea un par de veces, desconcertado. Y cierto alivio veo en
sus ojos. Procesa lo que le digo.
—Espera ¿bebé? —comienza a pestañear, acercándose a mí. Se
le quiebra la voz y no puede salir de su sorpresa —Entonces
finalmente la semilla...
Nuestros ojos se encuentran y me siento tan aliviada que aquello
sea real. Asiento, llevándome las manos al vientre.
—Serás el padre de una niña, Max —le digo en un murmuro.
Max se apoya contra la pared más cerca, con los labios
entreabiertos y con asombro en su rostro. Me mira y luego baja
la mirada a mi vientre, donde está gestando su hija.
Entonces viene hacia mí, a carcajadas y me
abraza, levantándome con cuidado del suelo y me aprieta contra
él, inundado de una felicidad contagiosa.

LURU
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—¡Por todos los cielos! —exclama, extasiado —¡Seremos padres


de una niña!¡Una niña!
Me llena de besos la cara; mi frente, mis mejillas sonrosadas, mis
labios, su comisura, el cuello.
—Seré un gran padre, te lo juro, no estarás sola. Haré todo, tú
no harás nada. Es mi responsabilidad, yo lo causé y te juro que lo
voy a remendar. Las cuidaré, las protegeré y no les faltará nada.
Te lo prometo —me jura, con las palabras atropelladas, como si
quisiera realmente convencerme de eso.
Rodeo mis brazos sobre su cuello, pegándome fuertemente a él.
—Lo seremos —le repito, con una sonrisa —. Seremos buenos
padres, Max. Sin importar qué.
Busco unas toallas enormes y pongo en la secadora nuestra ropa
empapada. Max sólo trajo un pantalón, algo que me
resultó extraño, pero no le preguntaré sobre su estadía en el
Inframundo.
Ojalá no hablara de él otra vez.
Nos deshacemos de las prendas y tenemos la intención de
terminar en la ducha, la cual produce que todo el baño se llené
de vapor.
Nos quedamos mirando, desnudos antes de ingresar, en un
silencio necesario.
—No puedo creer que estás frente a mí, desnuda, tan bella y con
aquellos ojos grises que no creí volver a ver —confiesa, decaído
mientras me acaricia con su única mano, pasando la yema de sus
dedos por mi piel—. Eres dónde yo quiero estar ¿lo sabes
verdad?
Sus ojos color caramelo se cristalizan, busca los míos.
—Te eché mucho de menos, Max.

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Rompí en llanto y pegué mi rostro en medio de sus músculos


pectorales. Él me abraza, con fuerza,
acunándome, abrazándome como tanto lo necesitaba. Siento
que pega su barbilla contra la coronilla de mi cabeza, abatido.
—Ven —me susurra, mientras comienza a dar pasos en dirección
a la ducha sin permitir que me aparte —, voy a cuidarte
¿recuerdas cómo lo hice la primera vez? —asiento contra él,
mientras poco a poco el vapor está cada vez más cerca de mi
piel—¿Recuerdas cuando te fuiste a dar esa larga ducha el día en
que quisiste suicidarte? Ese día quise entrar contigo, pero no con
una intensión que sobrepasara los límites, sino, para lavar tu
cabello, enjuagar tu cuerpo. Lavarte, como si aquello pudiera
sanarte. Mimarte. Eso es lo que mereces, Ada Gray —continúa
hablando, dulce y ambos nos metemos debajo del agua tibia,
dejando que esta nos toque —. Cuidarte, porque lo mereces.
Porque quiero hacerlo.
—Quiero que me cuides toda la vida —le pido, conmovida por
sus hermosas palabras.
—Te cuidaré toda la vida —me susurra él, entonces se acerca
divertido a mi oreja —. Y mucho más al saber que tú y yo no
somos hermanos —me muerde el lóbulo de la oreja, provocando
que mil sensaciones colapsen mi sistema.
Me aparto bruscamente de él.
—¿Qué acabas de decir, Max?

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Capítulo 31
Me queda viendo, divertido, como si me hubiera contado un
chiste que yo claramente no comprendí. No sé si se trata de una
broma o por qué dijo lo que dijo, pero con algo así no se bromea.
—Max, no me gusta que hagas esas bromas —espeto, seria.
Toma el embace de champo, le saca la tapa con sus agiles dedos
y vuelca un par de gotas del contenido en la coronilla de mi
cabeza. Al tener una sola mano, comienza a masajear con sus
dedos mi cabello y así, esparcirlo.
—Perséfone, reina del inframundo y esposa obligada del idiota
de Hades me confesó que nosotros no somos hermanos —dice
finalmente él, con voz potente -. Pero no me pidas que te
confiese quién es hijo de quién porque la única explicación la
tiene Afrodita.
Lo miré, atónita.
—Dime que es una broma y que sólo intentas ilusionarme ... —
no puedo siquiera hablar porque sus masajes en la cabeza me
distraen al ser tan placenteros —¡Max no puedo pensar su me
lavas el cabello!
—Recién he llegado y ya me estás regañando —se echa a reír -
. Créelo, porque sé que Perséfone no me mentiría.
—No puede ser, ella me lo diría —contradigo, sin salir del
asombro -. Afrodita no nos mentiría con algo así.
—Por lo que me dijo Perséfone, hay un secreto guardado entre
Afrodita y Atenea —continúa hablando —. Nos están ocultando
cosas, Ada y creo que es hora de que sepamos qué ocurrió.
Su confesión me deja en desconcierto. Atónita y sin dejar de
pensar en lo que me dijo, tomo el champo y comienzo a lavarle

LURU
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el cabello, masajeándoselo. Max cierra los ojos, dejando escapar


el aliento y echando la cabeza hacia atrás.
—Es muy bueno para ser verdad —murmuro, con voz queda.
Tantos años pensando que podríamos estar haciendo las cosas
mal, muchos años creyendo que nuestros labios no debían
tocarse, que nuestros ojos no podían observarse con una
intensidad que llevaba a lo pecaminoso, a lo prohibido.
Un amor que no podía ser...
Y ahora...
—Me aferro a las palabras de Perséfone cómo si fueran ese
salvavidas que nos permitirá vivir. Vivir en paz, cómo tanto
hemos querido los dos —me alienta, abrazándome —. Quiero
dejar de pensar tan sólo un segundo lo que no nos permite estar
juntos, Ada.
Asiento, pensativa. Él deposita un beso en mi cuello, pero este se
vuelve un camino de labios hasta llegar a mi barbilla y luego,
estos encuentran mis labios que lo esperan con ansias. Su
contacto me causa escalofríos, de esos que recorren tu espalda y
te hacen temblar de pies a cabeza.
Max se aparta un poco para mirarme, rosando únicamente sus
labios con los míos. Lo miro y me siento incapaz de expresarme.
El suelo son placas tectónicas en movimiento.
Él despierta lo que alguna vez sentí. Lo que alguna vez me hizo
enamorarme completamente de aquel hombre.
—Te amo con cada parte de mi alma—me susurra, mientras el
agua cae sobre nosotros.
Entonces lo beso, dejando toda delicadeza y trato dulce de lado.
Aquella delicadeza que nos identifica como pareja.

LURU
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Max me lleva con cuidado contra la pared de la ducha y me besa


con intensidad, como si fuese su oxígeno y él el mío. Un beso que
ambos estábamos esperando hace años y que se nos fue
cruelmente prohibido.
Su cuerpo desnudo se pega contra el mío, recorriéndome con su
mano desde mi cuello hasta clavarme los dedos en la cintura,
hundiéndolos en mi piel mojada.
Mis manos suben a su cabeza, presionando su rostro contra el
mío. Es tan intenso lo que siento que necesito tenerlo, poseerlo.
Hacerlo mío.
—Me da rabia saber qué no tengo otra mano con la cual
acariciarte—carraspea, dolido.
—Lo que necesito es a ti—lo tranquilizo.
—Por suerte entrené lo suficiente como para tener la fuerza de
poder hacer esto.
Sin darme tiempo a pensar, me da vuelta con su mano y me
estampa la mejilla contra la pared, haciéndome sentir su
miembro erecto contra mi trasero. El pega su cuerpo contra el
mío.
Mis pechos se pegan a las frías cerámicas blancas al igual que las
palmas de mis manos.
—¡Max!—gimoteo, sin aliento.
—¿Me extrañaste Gray?—masculla contra mi oído, divertido
mientras juega con la punta de su miembro trazando
movimientos contra mi trasero—¿Me echaste de menos?
El calor condena mi interior, aumentando el deseo cada vez con
más intensidad. Mis partes íntimas se humedecen.
—¡Sí!

LURU
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—No me importa qué sucedió entre Ángelo y tú—me dice y


puedo percibir en su voz que está algo herido—. Pero voy a
demostrarte que nadie puede igualarme ni imitarme. Te
demostraré que soy único y te demostraré que eres mía.
Sin siquiera darme dos segundos a procesar sus palabras, me
penetra con fuerza, provocando que suelte un gemido desde lo
más profundo de mi garganta.
Comienza a moverse, mientras gruñe mordiendo el lóbulo de mí
oreja y me sujeta con sus brazos, como puede.
Tira mi cabeza hacia atrás tomándome del cabello y succiona con
sus labios una parte de mi cuello. Su contacto me estremece,
cierro lo ojos, dejándome llevar.
Mis piernas tiemblan y mi deseo por él se elevan.
Mis manos viajan por detrás de su nuca, sujetándome de ella con
fuerza para no caer. Sus movimientos aumentan, me embisten y
él hace lo posible para que reciba sus caricias.
Entonces baja sus dedos hacia mi punto más sensible de mis
partes, aquel punto que sabe que amo ser tocada. A ese punto G
que me vuelve loca. Sus enormes dedos lo encuentran sin
dificultad y empieza a moverlos en círculos contra él, haciendo
que rosen pero sin presionar para que no duela.
—¿Así Gray?¿Así te gusta que te toquen?—jadea Max—Claro
qué se lo que te gusta, porque te conozco, porque te dedico toda
la atención que mereces—aumenta el ritmo—. Sé lo que te
gusta, amor.
Sus palabras son embriagadoras, adictivas y tan profundas que
son la combinación perfecta entre sus toqueteos y jadeos.
Aumenta el ritmo. Me pierdo en él y el cosquilleo en mi
entrepierna me avisa algo.

LURU
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—¡Max, me harás acabar!—le advierto, con la voz entrecortada.


Emboza una sonrisa de dientes completos contra mi cuello,
hundiendo su rostro en él. Mis piernas se sienten como gelatina,
mí vientre se prende fuego y los espasmos aparecen,
haciéndome saber qué llego al orgasmo victorioso, haciendo
gritar con los labios pegados a la pared y mis uñas clavándose en
su cuello.
—¡Mi dios!—él sigue moviéndose y no tarda en unirse a mí,
acabando en mi interior, sale poco a poco de mi cuerpo y pega su
pecho contra mí espalda, dejándose caer mientras ambos
intentamos recobrar el aliento—. Lo siento, no follo hace casi
tres años. Te esperé hace ya mucho tiempo—se ríe, con voz
incómoda.
Me doy la vuelta para verlo y lo abrazo, con mi pecho subiendo y
bajando. Se acerca a mi y me da el más dulce de los besos.
—¿Me ayudas a ponerme al día contigo, Gray?—me pregunta,
con una media sonrisa que me dan ganas de llenarle de besos la
cara.
—Será un placer, Voelklein.

LURU
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Capítulo 32
Salimos de la ducha con una toalla rodeando mi cuerpo y mi
larga cabellera y él con una rodeando su cintura. Estoy pletórica
y sin aliento.
Max no pretende soltarme, está abrazándome por detrás
mientras salimos y ambos nos reímos, sueltos, como si nada
hubiera pasado.
El vapor del baño se expande por el pasillo y vemos al final de
este a Adam, quién se encuentra quieto en su lugar, sosteniendo
una bolsa blanca en cada mano y nos observa cómo si tratara de
comprender quién es el sujeto que me abraza y me da besos en
el cuello, haciéndome cosquillas.
—Max — le advierto a él de la presencia de Adam y este levanta
la vista.
—Suéltala — masculla Adam, entre dientes y con una mirada
fulminante que parece atravesar los ojos de Max—. Te
mandamos al Inframundo ¡¿Qué demonios haces aquí?! - grita él
a todo pulmón.
—¡No, Adam, espera! —Le grito, atónita.
Pero ya es tarde, Adam deja caer las bolsas al suelo y viene con
los ojos puestos en Max, dando pasos firmes y con sus puños
apretados.
—¡No, Adam! ¡Soy yo! —Le grita Max, potente, quién se echa
hacia atrás antes de que este quiera embestirlo.
Me aparto rápidamente ya que Adam parece arrasar todo a su
paso y le da un fuerte empujón con sus manos contra el fuerte
pecho de Max.
Adam está a punto de darle una golpiza en dirección al ojo de
Max, y lo hace, pero su acción es frenada rápidamente en cuanto

LURU
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el pelirrojo la caza en el aire con su única mano, atajándola con


rapidez y decisión.
—¡Adam, él es verdadero Max!—le grito, tirando de él para que
lo deje en paz.
Adam quiere insistir en golpearlo, pero en cuanto me escucha, se
frena, con la respiración trabajosa y me mira, con los ojos
abiertos.
Max se aparta y por poco se mete al baño para tenerlo lejos y
así, no hacerle daño.
—¡¿Qué?!—grita Adam, mirándome a mí y luego a Max, repite
esa acción incontables veces—¡¿Cómo estás tan segura de que
no se trata de Ángelo, Ada?!
Max toma una bocanada de aire y suelta el aliento, porque sigue
sorprendido con lo que acaba de pasar.
—Ángelo ya no existe—le explica él—. Apenas Ada lo mandó al
Inframundo me ocupé de su existencia. Corté sus manos y lo hice
comida para perros.
Frunzo el entrecejo al escuchar sus palabras que son totalmente
nuevas para mí. Adam se aparta y lo mira, dudando.
—Estuve metido casi tres años en un calabozo hasta que
Perséfone fue a visitarme y se apiadó de mí. Esta fue a buscar a
Afrodita para que la ayudará a saber dónde se encontraba
Ángelo y así, devolverlo al Inframundo—sostiene Max, con
firmeza.
Adam se apoya contra la pared. Ambos hombres se quedan
observando, en silencio.
Hasta que mi hermano rompe el silencio:
—Eso explica la barba dispareja que te ha crecido.

LURU
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A Max se le afloja el gesto y se echa a reír ante el comentario de


Adam.
—Debo comprar algo para rasurarla—le sigue el juego, con una
sonrisa.
Suelto el aliento y aflojó los hombros, aliviada que la tensión se
esfumara.
Adam se ríe hasta que baja la mirada hacia uno de los brazos de
Max y todo signo de gracia desaparece.
—Pero qué demonios…¿Y tu mano?—musita Adam, al ver qué a
este le falta una mano. El chico busca una explicación en los ojos
de Max, quién parece algo incomodo.
—La envié a hacer las compras—Max suelta una tenue risa pero
sus rostro no se ilumina por ella, tiene la mirada agachada.
—Max, queremos saber quién te cortó la mano—insisto, con voz
suave y me acerco a él, para darle todo mi apoyo.
—Ya no tiene sentido mirar al pasado—murmura, mirando algún
punto del suelo—. No quiero volver a pensar en algo que me ha
traumatizado. No en algo que han hecho sin anestesia y con
tanta lentitud que mis gritos no bastaron para que se detuvieran.
Un silencio sepulcral se establece entre los tres.
Se me encoge el corazón, conmovida. Siento ganas de llorar. Max
no se merece una cosa así y quién sea que lo haya hecho se lo
haré pagar muy caro. Me estremezco al imaginar los gritos de
Max, pidiendo ayuda.
Ay no.
—Prepararé algo para almorzar—anuncia Adam, con un dejé de
tristeza en su voz—. Haré algo sano y rico. Después de todo,
necesitamos salir de lo frito con Ada—se ríe para no hacer sentir
cómodo a Max, lo sé.

LURU
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—Mientras tanto yo te llevaré a acostarte hasta que esté el


almuerzo—agrego, tomando a Max por sus anchos brazos y lo
guio hasta mi habitación.
Adam asiente y se marcha por el pasillo.
—¿Mmm no quedaste satisfecha y relajada en la ducha para que
me lleves a tu habitación?—susurra Max en mi oído con voz
ronca y melosa.
—Calma tus hormonas, Voelklein—me río.
La actitud sexosa se le esfumó en cuanto se acostó y
rápidamente se durmió con el rostro pegado a su almohada.
La luz del sol entraba en la habitación, calándose en las cortinas
claras, iluminándola con su claridad.
Max dormía plácidamente de costado, relajado, como si no lo
hubiera hecho hace tiempo. Y sé qué no lo hizo.
Su rostro es la viva imagen de la relajación, de la comodidad. Sus
ojos cerrados a veces delata sus pupilas moviéndose por debajo
de los parpados, como si algún sueño lo mantuviera inquieto en
su interior.
Sus labios están ligeramente separados. Parecería un niño
durmiendo sino fuera por aquella gruesa barba que no esperé
encontrar, pero le quedaba tan bien.
Max no era más guapo porque no le daba el tiempo.
Su belleza era tan cautivadora que me sentía muy afortunada en
tenerlo en mí vida. Su energía siempre era positiva, cómo la
recordaba y sabía que me amaba, sabía que él había luchado lo
suficiente cómo para obtener mi perdón de manera inmediata.
Ángelo era tan imbécil que sólo había tomado la figura de Max,
pero no su personalidad.

LURU
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Lo que lo hacía como persona.


Sabía que Max tenía buenas intenciones desde el día en que
decidió salvarme la vida.
Max quería demostrarme lo bonita que era la vida, sus
perfecciones a pesar de la oscura realidad.
Pero, lo que sí daba por sentado era que Max era lo bonito que
me había regalado la vida. Él era mi señal positiva que el mismo
Olimpo no me había dado, pero sí el destino.
El destino que sólo toca a los humanos, pero que a veces, le da
una oportunidad a los dioses.
Lo veo dormir mientras acaricio su cabello anaranjado que brilla
ante la luz del sol, aclarándoselo aún más. Está largo y le llega
hasta el final de las orejas.
Parece sacado de la película náufrago y eso me hace reír en
silencio.
Le doy un beso a la altura del comienzo de sus cejas y percibo
que sonríe a través de sus sueño.
Me da nostalgia verlo así, pero sé que está en casa y eso me hace
sentir tanto alivio que por fin, realmente por fin, puedo obtener
la calma y la felicidad que necesitaba.
Aunque sé que tendré paz absoluta en cuanto mi madre escupa
de una vez por todas la verdad.
Porque si algo sé con exactitud, es que Afrodita si puede ocultar
algo a la perfección. Cómo me oculto que Walter era Hades, que
Hades era mi padre y si Hades era mi padre, también era padre
de Max. Y si era padre de Max, él y yo seríamos hermanos de
padre y madre.

LURU
LURU

Un lío que sólo Afrodita era capaz de hacer por más que ella
salvó a Max informándome que Ángelo se estaba haciendo pasar
por él.
Salgo de la habitación y cierro la puerta con cuidado para no
despertar a Max, aliviada de que esté durmiendo en mi cama y
no en un calabozo.
Adam sigue cocinando y el aroma a patatas fritas en el aceite me
invaden, abriéndome el apetito.
—Se durmió ¿no es así?—me pregunta Adam, mientras saca una
tanda de papas y las coloca en un recipiente—. Porque no he
oído el rechinido de la cama moviéndose al compás del amor—se
ríe.
Me uno a él, apoyándome en la mesada y cruzándome de brazos.
—Creo que dormirá por días —calculo, apenada—. Le han hecho
tanto daño, lo presiento.
—Estuvo en el infierno. Nadie la pasaría bien allí—supone él, con
cierta obviedad—. Estará bien, sólo dale tiempo para que se
recupere, Ada.
Asiento, pensativa y me robo una patata frita, sintiendo los ojos
punzantes de desaprobación de Adam. Este se encoje de
hombros y toma una. Se la lleva a la boca y sonríe.
—Cocinas tan bien. No me canso de las cosas que haces—le
admito.
—Sólo son unas patatas fritas, Ada—menea la cabeza,
avergonzado.
—Es más que eso. Espera —frunzo el ceño—¿No ibas a preparar
algo sano?
—No pude. Lo intenté. Quise hacer algo saludable cómo las
fotografías de comida que salen en Instagram—dice

LURU
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rápidamente, justificándose—. Pero no pude evitar hacer patatas


fritas. Sabes que las amo.
—Y yo te quiero a ti.
Adam me mira, su gesto se dulcifica y me abraza con fuerza,
atrayéndome contra su pecho.
—Yo también te quiero, mi bella Ada—susurra, depositando un
beso en la coronilla de mi cabeza.
No sé qué haría sin él.
-----
Walter Voelklein baja al Inframundo convertido en Hades,
tomando una forma tenebrosa y con colores que representan a
la noche misma.
Su apariencia en el Hades no es igual al de la tierra. Su cabello se
torna largo y blanco, canoso, que le llega hasta la cintura.
Tiene una apariencia joven, de unos cuarenta años y un cuerpo
físico descomunal. Fuertes pectorales, abdomen bien marcado y
sus brazos son montañas de fuerza.
Lleva una túnica que de cierta forma, se le ajusta al cuerpo y que
le tapa los pies de lo larga que es.
Sus ojos pierden aquel color café y se tornan blancos, sin vida. Su
mirada es calculadora, penetrante e intimidante.
Toda alma le teme y se va con sigilo para no cruzarse con él.
Tenía un aspecto enorme, superando los dos metros.
Había llegado a la conclusión de que si en la tierra usaba el
cuerpo de un viejo de cincuenta años, lo respetaría aún más por
ser alguien “con experiencia en la vida”.

LURU
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Nadie confiaría en alguien joven, lo echarían a patadas del


mercado por una experiencia que sería subestimada.
Nada cómo tener comiendo de la palma de su mano a simples
humanos con su comida chatarra, hacerlos consumidores de algo
que puede afectarles la salud.
Su negocio le generaba millones porque tenía locales de comida
chatarra en muchas partes del mundo. Su marca Afrodita era la
más conocida de todas. Superaba incluso a McDonald.
Aquel dinero que crecía día a día lo hacía disfrutar de fiestas,
vinos exclusivos y una vida llena de gustos y caprichos.
Por eso amaba la tierra, podría darse el gusto de lo que él
quisiera y siempre lo asemejaba con la vida en el Olimpo.
Porque claro, no tenía la oportunidad de subir al Olimpo porque
no le era permitido hacerlo.
Entonces bajo, con su aire peligroso y elegante. Lo primero que
siempre hacia era bajar y ver a Perséfone, a la única mujer que
amaba con tanta intensidad que a veces lo aterraba ser tan
vulnerable.
Perséfone cepillaba su largo y sedoso cabello mientras estaba
sentada frente a su espejo, contemplándose, decaída.
Entonces las puertas de sus aposentos se abren con brusquedad
que Hades hace presencia, causándole un sobresalto.
—Liberaste a Max—la acusa apenas la ve.
Ella ni se mosquea, sigue en lo suyo y ni se voltea.
—Sí, así es—afirma la reina del Inframundo.
A Hades lo enoja su indiferencia pero se mantiene en su sitio.
—¡¿Por qué lo hiciste?!—le grita—¡Espero que tengas una
explicación que justifique tu acto, cosa que lo dudo!

LURU
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Perséfone suelta una breve risa, llena de superioridad.


—Cuando me trajiste aquí, a la fuerza, sabías que sería dueña
tanto como tú de este sitio—se burla la mujer—. No me vengas
con sorpresas tú. No tengo por qué darte explicaciones.
Hades camina de un lado a otro, exasperado.
—¡Max se merece estar bajo tierra por meterse con su
hermana!¡La hija de Afrodita y él mataron a uno de mis hijos!
—Un bastardo que ha escapado del Inframundo pasando nuestra
autoridad por alto—agrega Perséfone, encontrando un enredo
en su cabello, justo en la punta de este—. Vive y deja vivir.
—¡Pero no a ellos!¡No a esos pecadores que lo único que traen
en mí vida son problemas!
—Estás enfadado porque ella no te ama.
Hades se queda quieto ante las palabras de Perséfone.
—Tienes tanto rencor por Afrodita que te duele que sus hijos
sean felices—continua diciéndole ella, haciéndole frente y
saltando de su silla—¡La que manda aquí cuando tú no estás soy
yo!—le grita a todo pulmón.
Hades se marcha y cierra la puerta de una azotada.
Perséfone sonríe porque ha pegado en el blanco y menos mal
que se ha ido, porque tenía miedo de que se le escapara que
Max no era hijo suyo.
Sino de Apolo y Atenea.

LURU
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Capítulo 33
Adam regresa a Nueva York y eso me entristece.
Lo abrazo con fuerza en el aeropuerto y me aferro a él, cerrando
los ojos y tomando una bocana de aire para no echarme a llorar.
Sé que es una despedida dolorosa, pero no quiero que pierda sus
estudios en su ciudad natal por mí. Sé que volveremos a
encontrarnos.
—Te quiero y por favor, no dejes de tener contacto conmigo —
le suplico en un murmuro, conmovida por su adiós.
Me aparto para verle el rostro. Sus mejillas se ensanchan cuando
curva una sonrisa juvenil y atractiva.
—Para nada, seguro volvamos a vernos cuando tengas una
enorme panzota — me dice, manteniendo su ánimo siempre por
las nubes.
—Cuídate y avísame cuando llegues.
—Y tú avísame si necesitas algo — me responde, protector.
Adam me da un largo y fuerte beso en la mejilla, y sus manos
siguen aferradas a mis caderas.
Se aparta y se acerca a Max para despedirse.
—Cuídala, por favor — le dice Adam a él, pero más que unas
simples palabras parecen una orden.
—No tienes por qué preocuparte. Te diría que está en buenas
manos pero… me falta una. Trato de acostumbrarme a no hablar
en plural a partir de ahora — le sonríe Max y Adam rompe a
carcajadas por aquel chiste de mal gusto.
Meneo la cabeza, ocultando una sonrisa.
Estuvo bueno, debía admitirlo.

LURU
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—Ten buen viaje Adam y si necesitas algo puedes llamarme a la


hora que sea—le dice Max a él, estrechándole la mano y
dándose un fuerte abrazo—. Estaré siempre en deuda contigo
por cuidar a Ada.
Adam le sonríe.
—Fue un placer cuidarla mientras tú no estabas—le responde él,
y le da un apretón en el hombro.
Adam toma su bolso y su valija y antes de marcharse me da un
último abrazo, regalándome una amplia sonrisa de dientes
completos.
Me abrazo a mi misma, mientras se aleja.
Hay personas que valen oro. Y una de esas personas era Adam.
Segundo que pasaba, segundo que Max se me abalanzaba
encima para besarme con esa clase de besos que sólo se dan
cuando ambas personas se encuentran solas.
No me soltaba y eso me encantaba.
—Max —aparto mi rostro de él, forzosa para verlo—¿El
Inframundo te ha aumentado las ganas de follar o qué?—me río.
Hunde su rostro en el hueco de la unión entre el hombro y el
cuello, mientras se ríe.
Estamos subiendo las escaleras del edificio y estoy haciendo un
gran esfuerzo por los dos para no tropezarnos.
El elevador estaba fuera de servicio.
—Puede ser—ronronea contra mi piel—, o puede ser que
necesito una gran dosis de Ada Gray.
Llegamos finalmente a mi pasillo y él no tenía intenciones dejar
de abrazarme por la espalda, rodeando con sus brazos mi
cintura.

LURU
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—Creo que necesitas una ducha helada—bromeo, sin admitir


que sus besos me prendían muchísimo.
Se frota la barbilla con parsimonia y sus ojos caramelo me
observan atentamente, fingiendo pensar algo muy serio.
—Mmm, yo creo que necesito ponerte contra una pared—me
ofrece y de pronto caza mi labio inferior con sus dientes y a lo
aprieta con suavidad.
Con una mano rodeó su nuca mientras me besa y con la otra
busco las llaves de mi apartamento metiendola en el interior de
mi bolso, desesperada. Cuando la encuentro, brinco por dentro.
Fue difícil meter la llave en la cerradura mientras Max Voelklein
no paraba de meterme la lengua en la garganta y apretandome
contra su miembro creciente debajo de sus pantalones.
¡Ay mi Dios!
Llevaba una camisa blanca con el cuello abierto y unos
pantalones grises de franela que le caen de forma muy seductora
sobre las caderas. Todavía lleva el pelo húmedo por la ducha de
la mañana antes de salir hacia el aeropuerto a acompañar a
Adam.
Al mirarlo se me seca la boca… Está alucinantemente bueno y es
todo mío.
Max me apreta el culo con su mano. Doy un brinco ante la
sorpresa.
—Entra o te desnudo aquí mismo en el pasillo—me amenaza,
juguetón.
La puerta se abre gracias a todos los cielos y no tarda en
embestirme contra la pared más cercana con un intenso beso
que me provoca

LURU
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Mientras él me manosea, haciéndome sentir su contacto por


todo el cuerpo, yo voy desabrochándole la camisa con mis torpes
y desesperados dedos que quieren verlo desnudo.
Sus labios abiertos se detienen contra mi barbilla mientras trata
de desabrochar mi pantalón con una sola mano.
Cuando intento ayudarlo me detiene, cazando mis dedos.
—No, no te preocupes, es cuestión de práctica. Deja que intente
hacerlo solo—me pide, con suavidad.
Asiento, con el corazón encogido.
Entonces sonríe con malicia cuando logra hacerlo.
—¿Ves?—me dice, riéndose—Si con una mano puedo
desabrocharte los vaqueros, imagínate lo que puedo hacer con
ella.
Tomo entre mis manos su mentón y lo obligó a mirarme.
—Tú podrás todo en esta vida, Max—le susurro, fijando la
mirada en él.
Él me mira, conmovido y apoya su frente contra la mía. Ambos
intentamos recobrar el aliento y creo que lo estamos logrando.
Permanece en silencio y quieto por varios segundos contra mi
frente y tiene los ojos cerrados.
—¿Qué ocurre?—le pregunto, con un hilo de voz.
—Pensé que dejaría de gustarte por perder una mano—confiesa,
y apenas puedo oírlo por su voz tan baja.
Me quedo helada.
—¿Qué?—me escandalizo, dolida—¿Cómo pudiste pensar en
una cosa así?—no puedo creer lo que dijo.
Él se aparta un poco y sus mejillas se ruborizan. Desvía la mirada.

LURU
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—Lo siento por pensar así.


—Mírame.
No lo hace.
—Max, mírame.
Con dolor en sus ojos cristalinos me mira, apretando sus labios y
claramente incómodo.
Entonces con mis manos en su pecho lo guio hasta el sofá y lo
obligó a sentarse mientras él está tratando de averiguar qué
demonios estoy haciendo.
—Voy a demostrarte que te amo tal y cómo eres a mí manera—
le aseguro, desabrochando con gran velocidad el botón de sus
vaqueros mientras me meto en medio de sus piernas.
Max retiene la respiración, observándome con sus ojos bien
abiertos.
Sin sacarle la mirada de encima, desabrochó el último botón de
su camisa y se la abro para dejar su abdomen y pecho al
descubierto.
Está tan marcado que es imposible no dejar de verlo.
Era lo que necesitaba para que la inspiración llegue a mí.
Saco con una mano su fuerte miembro erecto y lo dejo ante mis
ojos.
Me arrodillo más cerca del sillón, con mis rodillas bien contra el
suelo y me hago un moño rápido en el cabello.
—Quiero mostrarte también, cuánto te he extrañado, sugar—
jadeo y sin darle tiempo a replicar me meto la punta de su
miembro en la boca.

LURU
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Max reprime un gemido y se apoya en sus codos, echando la


cabeza hacia atrás.
—Mierda, Ada—carraspea, excitado.
Comienzo a chupar con cuidado, recorriendo con mi lengua cada
centímetro suyo, disfrutándolo con lentitud mientras subo y bajo
con mi boca.
Él se tensa un poco y sus piernas se ponen duras al igual que su
miembro.
Lo tomo con mi mano, encerrándolo y comienzo a frotarla
mientras se la sigo chupando.
Veo que Max separa sus labios y con su mano acaricia mi cabello
mientras jugueteo con mi lengua.
Aumento el ritmo y él se estremece.
Succioné y le doy un ligero mordisco en la punta.
Él levanta la cabeza y me mira, con una sonrisa.
—¿Y eso por qué fue?—jadea, sin aliento.
—Un castigo por dejarme tanto tiempo sola.
Entonces sin darme tiempo a ver su reacción, me atrae hacia él y
me sacó los vaqueros con rapidez hasta quedar en bragas y
subida a horcajadas sobre sus muslos.
Me saco la camiseta por encima de la cabeza mientras él me
ayuda y hunde su rostro en mi escote, el cual no tarda en pasar
su lengua por él, causándome piel de gallina.
Él corre con sus dedos mis bragas hacia un costado y me
sostengo de sus hombros para levantarme y así, bajar para que
se introduzca en mi interior.
Apenas siento que entra la punta, suelto un tenue gemido.

LURU
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Bajo poco a poco, con movimientos lentos y así acostumbrarlo


dentro mío.
Max aprieta los dientes y nos hundimos en un apasionado beso.
Al principio chocamos dientes por la desesperación, hasta que
encontramos la sincronía exacta del beso perfecto.
Me abraza con fuerza mientras subo y bajo con lentitud.
Los nervios de mi clítoris se revolucionan en cuanto franelean
por debajo de su abdomen a medida que me muevo.
Max se aferra a mí, mientras sus labios me acarician la garganta,
mordisqueándolo y pasándole la punta de la lengua.
—Te he echado tanto de menos—masculla, sin aliento.
—Y yo a ti, amor—gimo, cerrando los ojos con fuerza a medida
que encuentro ese punto que puede hacerme acabar.
Comienzo a subir a bajar con más deprisa, aferrando mis manos
a sus enormes hombros salpicados de pecas al igual que su
rostro.
Lo beso, con fervor, como si le llevara la vida en ello.
Él se mueve también, levantándome más y me sujeta por las
caderas para penetrarme mejor.
Se recuesta, observado como mis pechos saltan con cada
embestida.
—Maravillosa vista—me dice, divertido.
Clavó las uñas en su abdomen y él jadea. Comienzo a moverme
junto a él mientras le sonrío con malicia.
—Trabajo en equipo—bromeo, coqueta.
Él se ríe y aquello le dura poco porque su miembro se endurece y
aumenta de tamaño en mi interior.

LURU
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Por las sacudidas mi cabello rebelde se


—Veamos quién acaba primero—me dice, con la voz ronca.
—Mi juego favorito.
Entonces aumenta el ritmo, provocando que gimotee por debajo
suyo. Siento que me prendo fuego y sé que él también lo hace.
Ambos nos perdemos y nos unimos, como siempre quisimos. Mi
respiración se contrae y todo se nubla. El fuego en mi interior se
acrecienta. Estoy a punto de llegar al clímax.
—¡Te amo!—gemí, agarrándome los pechos con ambas manos.
Lo que Max y Ada no sabían es que alguien les daría una grata
sorpresa en aquel momento de intimidad.
Walter Voelklein estaba afuera con su camioneta en el medio de
una lluvia que venía azotando a Miami hace ya una semana.
Sabía que Max y Ada se encontraban allí adentro. Sabía en qué
piso vivía ella y el número de la puerta de su apartamento.
Cuando Ada estaba ausente, Walter mandaba a su gente para
investigar más a fondo sobre su vida para mantenerla lejos de su
hijo.
Pero ni aún así había logrado que aquellos dos se separen.
El viejo, cascarrabias, no paraba de maldecir día tras día cuando
supo que su hijo Max, su verdadero Max, había regresado del
Inframundo sin dirigirle la palabra. Ni siquiera había ido a
buscarlo. Sólo regresó por ella.
Cosa imperdonable.
¡No! No le harían pasar un mal rato. No después de que
Perséfone se burlara de él liberando a Max del Inframundo.

LURU
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Walter había amado a Afrodita cómo a ninguna otra mujer y en


cuanto se había enterado que esta le había dado hijos,
enloqueció.
Y más al saber que Max había sido abandonado en su puerta
para que él se hiciera cargo.
Afrodita, siempre haciendo de las suyas…
—¿Por qué estamos frente al edificio donde vive Ada, tu hija?—
le pregunta Emilia a Walter, algo confusa.
El hombre la había sorprendido con un llamado telefónico para
que se reencontraran, porque según él, debía mostrarle algo que
aclararía ciertas dudas.
Emilia aceptó, ya que conoce a Walter hace años y no es un
completo desconocido para ella.
Walter la mira, ceñudo.
Ambos se encuentran sentados en la parte trasera de la
camioneta 4X4 oscura.
—¿Quieres saber por qué Max te dejó?
Emilia pestañea un par de veces, confusa. Mira a través de la
ventana el edificio de Ada y luego a Walter, quién esta sentando
sosteniendo su bastón de punta redondeada cobrizo.
—Explícate, Walter—la voz de Emilia se endereza.
Si le nombran a Max todo en ella se debilita.
—Sube al apartamento de Ada, abre la puerta. Ella suele dejarla
abierta porque es muy despistada y descubrirás con quién te ha
engañado Max todo este tiempo.
Emilia se queda muda.
¿Qué?

LURU
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Menea la cabeza, confusa.


—La curiosidad no va a matarte, Emilia—la alienta Walter, con
voz calma pero insistente.
La convence aunque no se lo dice con palabras.
La mujer, abre la puerta, temerosa y sale del coche a través de la
lluvia y se cruza a la acera de enfrente, abrazándose el cuerpo.
No sabe si está haciendo bien o mal, pero quizás necesite saber
qué pasó con Max y por qué decidió cancelar su compromiso.
Necesitaba verlo en persona, por más que su herida se abra al
saber lo que ocurrió.
Emilia sube las escaleras del edificio, abrazándose así misma y
con cierto temblor en sus labios por el nerviosismo. Siente su
corazón latir con fuerza, como si le estuviera agarrando
taquicardia a medida que va acercándose cada vez más a la
planta de Ada.
¿Acaso la hermana de Max estaba cubriéndolo a él por una
infidelidad?¿Acaso esperaba a que Ada le hubiese prestado el
apartamento a Max para hacer de las suyas?
Entonces cruza el pasillo hasta detenerse en la puerta de Ada.
Traga con fuerza y se le seca la boca al oír gemidos que vienen
del interior.
La puerta está abierta.
Emilia ingresa y se encuentra con una escena que no esperaba
ver.
Primero la ve a ella, luego a él por debajo del cuerpo de Ada.
Una escena incestuosa que la deja completamente sin palabras.

LURU
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Capítulo 34
Ada y Max se administre en seco cuando ven que alguien está
parado en el umbral de la puerta.
Y sí, ese alguien era Emilia, quién permanecía en la puerta, con
su rostro acongojado, cabello n *** o algo erizado por la
humedad y su rímel n *** o resbalando por sus mejillas por el
llanto silencioso.
—¡Emilia! ¡¿Qué haces aquí?! - grita Ada, tartamudeando por los
nervios y apartándose de Max con rapidez.
Está tan nerviosa que busca sus vaqueros mientras la mira a ella,
quién no parece salir del estado de shock.
Emilia los observa, con odio.
—¿Emilia? —Musita Max, ya que la observa por primera vez
luego de varios años de ausencia.
La mujer de cabello n *** o abre los labios para decir algo pero
nada sale de ellos. Entrecierra los ojos, como si le costará hablar
mientras solloza.
—¿Te estabas acostando con tu…? —Las palabras de Emilia
apenas se escuchan por la lluvia que no para de caer — ¿Ella no
era tu hermana? ¡¿Me mentiste o ambos están enfermos?! - se
lleva las manos a la boca y se marcha a gran velocidad,
destrozada.
Ya no puede soportar lo que está mirando.
—¡No! —Grita Ada, al borde del colapso y el llanto — ¡Demonios,
mierda! ¡No es lo que piensas! ¡Él no es mi hermano!
Quiere salir corriendo a buscarla, pero ponerse los vaqueros se le
dificulta demasiado.
Max se abrocha el pantalón cuanto antes y sale tras ella.

LURU
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—¡Emilia! —Grita Max, desapareciendo por el pasillo con su


camisa desabrochada, pies descalzos y el pantalón algo
desacomodado.
Ada trata de procesar en su lugar qué demonios acaba de pasar y
se agarra la cabeza con las manos, temblando de los nervios.
—¡Mierda! —carraspea la hija de la diosa de la belleza.
—Hola Gray.
Se queda quieta en el lugar. El alma se le cae a los pies y no
quiere darse vuelta. No, no puede ser. Le baja la presión, lo
siente. Puede sentir como su rostro palidece, cómo el color se
marcha de él y un frío extraño le sube por la espina dorsal.
No quiere girar sobre sus talones porque sabe que detrás suyo
está Walter Voelklein, mejor conocido como Hades.
—Ha pasado años desde que te veo—le dice el hombre, con voz
rasposa y tono arrogante—¿Te dejaste crecer el cabello? Sabes
lo mucho que me gustaba cuando lo tenías largo.
Ada aprieta los puños, no tiene el valor de darse vuelta. Está
paralizada.
Unos pasos detrás de ella se aproximan, sintiéndolo cada vez
más cerca. Un trueno provoca que los vidrios de su apartamento
retumben un poco.
—¿Yo no te he advertido que te alejaras de mi hijo?—su voz está
cada vez más cerca—¿No te dije que te borraras
del mapa?¿Acaso yo no te he dicho que dejes de existir?
Entonces siente su respiración áspera en su nuca y Ada reacciona
al sentirla, apartándose y dándose vuelta para verlo. Le cuesta
respirar, sus fosas nasales se dilatan y su enojo crece tanto que
parece querer explotarle en el pecho.

LURU
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Quiere decirle tantas cosas que no pudo escupirle antes y que no


se ha atrevido por no sentirse capaz de hacerlo.
Walter se ríe entre dientes. Tiene los dientes inmaculados,
irreales y su rostro está lleno de arrugas.
Se cubre sus pechos desnudos frente a él y toma rápidamente su
camisa blanca corta y se la coloca por encima del pecho,
tapándose.
—Así que también me darás una nieta—estipula Walter,
cruzándose de brazos y balanceándose sobre sus propios pies—.
Siempre he querido una nieta.
—¡Ella no es nada tuyo! —le grita Ada, furiosa, explosiva.
—¡Lo es! —le grita Walter, dando un golpe en el suelo con la
punta de su bastón—¡Y si quieres estar al lado de mi hijo deberás
entregármela!¡Haremos un cambio te guste o no! —Walter se va
acercando más a ella—¿Acaso creíste que podrías vivir en paz
con Max?—suelta una larga y resonante carcajada—¡¿Acaso
pensaste que podrías quedarte con él cuando es mi único
heredero en la tierra?!
—Estás demente si creer que voy a darte a mi hija—masculla
Ada, con los dientes apretados y con los ojos llorosos—. Estás
demente si crees que permitiré que arruines lo que amo por un
simple capricho tuyo.
—Entonces si lo estoy—contraataca Hades—. Recuerda que la
demencia es hereditaria y sabes que llevas mi sangre por más
que lo niegues. Sigues siendo mi hija.
—¡Podré llevar tu sangre, pero no eres mi padre!¡Un padre no
abusa de su hija!¡No la toca cuando nadie los ve! —Ada rompe
en llanto, congojada por las lágrimas, está tan herida—¡Me das
asco, vete y déjame en paz!¡Vete y no regreses!¡Déjame en paz!

LURU
LURU

—grita tan fuerte que su pecho le quema y no le importa que


todo el edificio la oiga.
Ada agarra cosas que están en su radio y se las arroja. Walter
las esquiva sin problema alguno.
Pero que la joven se revele contra él le produce ira, despertando
lo peor que puede existir en Hades.
Camina hacia ella, con velocidad y con el bastón levantado para
pegarle.
—¡Te voy a demostrar con quién te metiste porque aún no te ha
quedado claro! —le grita el hombre.
Ada se agacha para cubrirse el estómago y que el golpe no caiga
sobre su vientre, cerrando los ojos con fuerza, llena de miedo.
Pero el golpe no llega con la velocidad que ella creía. Abre los
ojos y no ve a Hades, sino una tela blanca.
Levanta la cabeza y Afrodita se encuentra delante de ella, de
espaldas, haciendo que su cuerpo se convierta en un escudo
humano. La diosa está haciéndole frente a Hades,
protegiéndola.
Ada se queda atónita.
—¡NO! —el grito potente de Afrodita le retumba los oídos—
¡Aléjate de mi hija y mi nieta!
El enojo de Afrodita se potencia al ver qué estás están en peligro
y Hades da varios pasos hacia atrás, precavido.
—¡Es mi nieta también! —le grita Hades, quién chista los dedos y
cierra la puerta para que los humanos no los vean pelear—
¡Puedo hacer lo que se me dé la gana con ella!
Ada se levanta, detrás de su madre y con el corazón encogido
está detrás de la diosa.

LURU
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Ada no le tema a nada, pero ese hombre que tanto le hizo daño,
es su pesadilla y se castiga por dentro por no tener la valentía de
destrozarle la cara a puñetazos.
—¡Zeus se ha enterado de tus intenciones! —le suelta Afrodita,
furiosa—¡Volverás al Inframundo de dónde nunca debiste salir!
Hades pestañea un par de veces, tratando de procesar las
palabras de la diosa. Emboza una sonrisa, esperando que fuera
chiste.
—¿Qué? —musita Hades, confuso y da un paso al frente,
amenazante—¿Qué acabas de decir?
Afrodita no se deja intimidar y sostiene su postura.
—Y yo no tendré el placer de enviarte—le responde la diosa.
Entonces Afrodita se aparta y deja frente a frente a Ada y a
Hades. Dándole a entender al dios del Inframundo que la que lo
enviara devuelta es Ada.
La chica se queda parada, pálida y no sabe exactamente cómo
eso ocurrirá.
Hades vuelve a reírse.
—¿Esta cosa va a enviarme al Inframundo? —la señala
Hades, burlándose y mira en dirección al cielo, elevando la
cabeza—¡¿QUÉ DEMONIOS TE OCURRE ZEUS?!
La puerta del apartamento se abre y Max ingresa con gran
tristeza y se percata que no está únicamente Ada en el piso.
Se queda pasmado al ver a su padre, quién parece furioso y se
lleva una gran sorpresa cuando ve cara a cara a su hijo. Luego sus
ojos viajan hacia Afrodita, quién lo observa con gran angustia.
Y luego, su mirada recae sobre Ada. Max se pone en estado de
alerta al verla vulnerable, tapándose con su camisa pegada al

LURU
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pecho, abrazándose a sí misma y con su maquillaje corrido por


debajo de sus ojos por el llanto.
Ella permanece llorando el silencio, herida. Realmente herida.
Los ojos grises de Ada se encuentran cristalinos, abiertos y
asustadizos.
Nunca la había visto de aquella forma.
—¡¿Qué demonios le hiciste, hijo de puta?!—le grita Max a su
padre y comienza a caminar hacia él con pasos grandes y con una
mirada asesina, dispuesto a todo.
Walter no tiene ni tiempo a responder que Max flexiona su único
brazo y le da un gran puñetazo que viaja directo a su nariz.
Ada y Afrodita pegan un grito, aterradas.
El impacto es tan fuerte que Hades cae de bruces al suelo y mira
a su hijo, consternado. Hades suelta un alarido, cubriéndose el
rostro con una mano.
—¡Si yo me voy al Inframundo, tú vendrás conmigo, Max!—
enerva Hades, con su nariz salpicada de sangre humana.
—¡No!—grita Ada, desesperada.
Max abre los ojos como platos, aturdido.
Hades hace un movimiento con la mano, apuntando al rostro
del joven, pero su acción no hace efecto en él.
Vuelve a hacer el mismo movimiento de zigzag frente al chico y
de pronto se dan cuenta que algo está mal.
Hades, encolerizado mira a Afrodita, apretando los dientes.
—¡¡MAX NO ES HIJO MIO!!—la acusa a Afrodita—¡¡ZORRA, ME
ENGAÑASTE TODO ESTE TIEMPO!!—le grita Hades, enfurecido—
¡¡POR ESO NO PUEDO ENVIARLO DE NUEVO AL INFRAMUNDO,
HIJA DE PUTA!!

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Afrodita levanta la barbilla, mirando al dios del Inframundo con


una arrogancia que no es propia de ella y sus expresiones
reflejan más que frialdad. Se mantiene en silencio. Y esa acción
se propaga por toda la sala.
Max la mira, desconcertado, esperando una explicación mientras
Ada se escabulle en los brazos de su amado, con temor a que él
sufra otra vez.
—Por supuesto que no es tu hijo—revela Afrodita, con calma y
soberbia—. Max es la imagen y semejanza de Atenea y Apolo
¿acaso creías que él había heredado la bondad y la inteligencia
de ti?
Hades tiene intenciones de levantarse para atacarla, pero Max es
más rápido y lo aplasta con su pie en el pecho, manteniéndolo en
su lugar.
Hades maldice.
—Ahora todo el Olimpo sabe del pecado de Atenea. Ahora todo
el mundo sabe que mi primer hijo nació muerto—agrega
Afrodita, con un dolor que se refleja en sus palabras.
Un relámpago se expande en el cielo y los presentes no pueden
evitar verlo desde el enorme ventanal de la sala.

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Capítulo 35
Afrodita empieza a hablar.
—Atenea quedó embarazada de Apolo. Estos se enamoraron en
secreto y llevaron su romance en silencio para que Zeus no se
enterara. Atenea, es la diosa griega de la sabiduría, estrategia,
artes, justicia y habilidad. Puedo decir que es una de las
principales divinidades del panteón griego, siendo además uno
de los doce dioses olímpicos. Es hija de Zeus y Metis.
»Atenea, quién ha decidido tener una virginidad perpetua, se ve
tentada por la belleza de Apolo y estos rompen esa virginidad,
quedando embarazada automáticamente. Atenea, al enterarse
de su embarazo, recurre a mí —se señala Afrodita, con gran
pesar -. Cuando nace la primera semilla de Hades, mi primer hijo,
este nace muerto justo el mismo día en que Atenea tiene al
suyo. Ambas habíamos acordado en que yo lo adoptaría, pero
jamás hubiera imaginé que mi primer hijo nacería sin vida.
Atenea me convence y me suplicó que oculte a su hijo biológico
haciéndolo pasar por propio para no hacer enfadar a su
padre. Max - Afrodita mira a los ojos al joven pelirrojo—, tú eres
hijo de Apolo y Atenea. Y he mentido todo este tiempo para
cubrirla y así, evitar el enojo de Zeus hacía ella. Luego de tu
nacimiento, años después, nace Rose, su segunda hija. Que ha
sido producto de una relación con un humano. Esta fue fácil de
ocultar, ya que no era una diosa en su totalidad cómo tú.
Max se tambalea un poco, llevándose los dedos a la frente,
confundido. Ada se aparta de él un poco, sin poder creer lo que
acaba de oír.
Ambos están tan consternados por la noticia que no saben qué
responder ante eso. Hasta que Ada explota:

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—¡¿Ustedes los dioses se han dado cuenta de cuánto nos han


lastimado ?!
Afrodita agacha la mirada, mirando sus manos entrelazadas.
—Provocaron que me acostara con Rose —susurra Max, atónito,
mirando algún punto de la sala —¿Estamos pagando el precio de
sus mentiras?¡¿Qué se les ha pasado por la cabeza?!¡Me hicieron
creer que Ada y Adam eran mis hermanos!¡Sufrimos tanta culpa
por sus actos que llevaron a Ada al suicidio y ambos terminamos
en el Inframundo!¡Me hiciste ir a buscarla en contra de su
voluntad!¡No la respetaste!¡La traje, la salvé y me pediste que la
embarazara para sacarla de allí cuánto antes!
—¡Sé que su colera los está cegando! —grita Afrodita, al borde
de las lágrimas —¡Sólo intenté persuadir la ira de Zeus en contra
de Atenea!¡Sólo intento hacer las cosas bien!
—Pero sus actos nos condenaron a mí y a Max —contrataca Ada,
abrazando el brazo de Max —¡¿En qué demonios estaban
pensando?!
Ada había pasado por situaciones de soledad y vergüenza por
sentirse culpable de acostarse con sus hermanos. Y que ahora le
confesaran la identidad de su amado, estaba furiosa.
Por culpa de los dioses que debían protegerla, había pasado por
su peor pesadilla: estar lejos de la persona que amaba.
Afrodita se les acerca mientras Hades intenta liberarse de la
fuerza increíble de su hijo.
—Quiero remediar mis actos enviando a Hades al Inframundo y
darles esa vida que tanto se merecen. Una vida llena de calma y
felicidad—les ofrece, esperanzada.
Max y Ada intercambian miradas y luego desvían sus ojos hacia
Hades, quién los observa temerosos.

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Max observa a su padre con cierta melancolía y trata de analizar


lo que pasará con él si es mandado al
Inframundo. Imaginándoselo allí, encerrado, cómo lo ha vivido
en carne propia.
Se supone que un padre debe protegerte, preferir tu bienestar
por encima de las cosas materiales. En cambio, Walter sólo se ha
burlado de sus logros y lo ha pisoteado en el mercado tanto
cómo ha podido.
Está de más decir que lo único que recuerda de su padre no son
abrazos sino los puñetazos que ha recibido de su parte.
Puñetazos a puño cerrado y con nudillos blancos.
Por culpa de Walter, Max había recibido un duro y fuerte
maltrato infantil que él sólo quería no recordar jamás.
—No te preocupes padre —le suelta Max, con odio que
claramente no puede ocultar —. Me encargaré yo mismo de
manejar todo tu imperio de restaurantes.
Hades palidece y mira a Afrodita, en silencio, en busca de piedad.
Pero sabe que no puede luchar contra la decisión de Zeus, quién
lo ha ubicado en el Inframundo hace ya siglos.
Si Hades se portaba mal en la tierra, sería enviado de nuevo a la
oscuridad.
Ada mira a su padre biológico, sin remordimiento alguno y no lo
conmueve en absoluto.
Lo mira con tanto asco que se le sale por los poros.
—Adiós, papi.
Las últimas palabras de Ada son lo que se necesitaba para que el
alma de aquel viejo abandone el cuerpo de forma inmediata y
sólo quedara el cadáver del mismo.

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La expresión facial de Walter era una mezcla de espanto y


suplica.
El mismo rostro que tenía Ada cuando este se aprovechaba de
ella.
La joven sonrió con malicia y sintió, por primera vez en mucho
tiempo, un alivio que sólo podía conseguir si él dejaba de existir.
____
Esa fue la última vez que vimos a Afrodita y Hades. No supe más
nada de ellos.
La noche cayó sobre nosotros y aún seguía lloviendo, pero con
menos intensidad. Las gotas eran finas y molestas y no se veía la
presencia de la luna ante tantas nubes.
La sala de mi apartamento era iluminada por un velador de pie
que tenía a un rincón de ella y que solía prenderlo en algunas
ocasiones.
La televisión estaba apagada y la calma reinaba en mi hogar.
Max y yo después de lo ocurrido nos dimos una larga ducha y los
dos permanecíamos en silencio, inserto en nuestros
pensamientos.
Habían pasado tantas cosas inesperadas en tan sólo un día que
no éramos capaz de asimilarlo.
Me encontraba sentada en el sofá, con una playera larga que me
tapaba lo suficiente para no dejar a la vista mis bragas y tenía las
rodillas pegadas al pecho, abrazándome a mí misma mientras
observaba la lluvia caer desde el ventanal.
Siento el peso del cuerpo de Max sentándose a mi lado y coloca
dos tazas de té de menta con un tarrito de azúcar. Las
tazas humean sobre la mesa ratona de cristal y las miro más de la
cuenta. Cómo si no las estuviera viendo realmente.

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—Hola —me saluda en un susurro y dándome una tenue


sonrisa.
—Hola —le sonrió apenas, mientras le acaricio la espalda
desnuda con mis manos.
—¿Quieres hablar? —me pregunta finalmente, con delicadeza y
apoya su mano en mi rodilla.
Asiento con lentitud, apretando ligeramente los labios.
—He pasado estos años de mi vida en una eterna agonía
y castigándome a mí misma por creer que eras mi hermano, Max
—me desahogo finalmente, dolida.
—Siento exactamente lo mismo que tú, amor —suelta el aliento
mientras le pone azúcar a su té—. Sigo sin poder creerlo. Es algo
que jamás esperamos los dos y ya nos habíamos dado por
vencido.
—¿Vas a quedarte con los restaurantes de tu padre? —le
pregunté.
Max está revolviendo su té y se detiene lentamente, pensativo y
mirando algún punto fijo de la sala.
—Mi madre se quedará con una parte, supongo —me responde,
desanimado —. Pero lo que me preocupa es cómo justificar su
ausencia. Lo vimos desvanecerse frente a nuestros ojos, Ada.
Algo que no olvidaría jamás.
—Tienes dinero suficiente como para tapar la muerte de tu
padre a cajón cerrado y buscando algún cuerpo que se le
asemeje al suyo —le digo, aunque quizás la idea suene tonta.
—Mamá sabía su identidad. Ella sabrá que hacer —carraspea
Max, malhumorado —. No quiero saber más nada de él ni de los
dioses, ni de nadie. Quiero vivir tranquilo —me mira —. Quiero
vivir en paz contigo, Ada.

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Le sonrío, apartando la mirada y me acerco a él para abrazarlo


por el cuello.
—Seremos felices y comeremos perdices —le murmuro,
pegando la nariz con la suya.
Él me sonríe y me besa con suavidad, rosando los labios con los
suyos. Tanta ternura me demostraba con aquella acción que se
me explotaba el corazón de amor. Luego estos viajan a mi
frente.
—Los besos en la frente suelen ser simples y, sin embargo,
demuestra tanto cariño que reflejan un “yo te cuidaré”. Eso es lo
que digo en silencio cuando lo hago—me susurra —. Quiero
cuidarte toda la vida, Ada. Ahora más que nunca.
Mis mejillas se ruborizan y por dentro estoy muerta de amor por
sus palabras.
—¿Y me cuidarás para que no pesque una gripe con un té? —le
pregunto, curiosa y juguetona.
—Por supuesto, señorita —le pone tres cucharadas de azúcar a
mi té y me entrega la taza —. Para usted, con amor.
La tomo y no tardó en llevarme el borde a los labios para
saborearlo.
—Delicioso —lo apruebo con gran satisfacción.
Nos sostenemos la mirada y es imposible no sentirnos en un
hogar cuando estamos juntos.
Su gesto cambia un poco y se pone algo serio, cosa que me
sorprende.
—Hablé con Emilia —me dice de repente, con cierta
incomodidad.
Mierda.

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—Soy una gran basura para ella y jamás me dijeron tantas cosas
horribles por acciones que yo claramente no hice —me explicó
Max, apenado —. Ángelo la ilusionó de tal forma que incluso le
pidió contraer matrimonio ¿puedes creerlo?
—Emilia está muy enamorada de ti Max y Ángelo la lastimó
muchísimo. Tú no la heriste Max, fue él.
—¿Cómo le explico que esa persona no era yo? —suena herido
—¿Cómo le explico que hubo alguien haciéndose pasar por mí
sin parecer loco?
—No puedes —lamenté, posando mi mentón en su hombro —.
Sólo debes dejar que las cosas se enfríen.
Él asiente, pensando en mis palabras y bebé de su té.
—Se llamará Scarlett —Max levanta la vista, deteniendo su
acción y me mira, conmovido —. Nuestra hija llevará ese
nombre.
Max deja la taza encima de la mesa y hace lo mismo con la mía.
Paso seguido, se abalanza sobre mí para abrazarme y me hace
chillar.
Comienza a llenarme la cara de besos y hace un camino de ellos
hasta llegar a mi vientre, descubriéndolo subiendo mi playera. Su
contacto me hace cosquillas, provocando que me ría.
—Serás tan hermosa e inteligente cómo tu madre —le susurra al
bebé, con sus labios pegados a mi ombligo —. Y medio loco
cómo tu padre. Serás perfecta.
Y así lo fue.

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Capítulo 36
Tiempo después ...
El alma de Hades volvió al Inframundo y el alma de Afrodita
regresó al Olimpo a recibir su castigo por tantos años de
mentiras a Zeus.
El castigo de Afrodita fue algo tan doloroso para ella que lloró
cada noche de verano, invierno, otoño y primavera. Las
estaciones fueron un manto de llanto que pronto cesó hasta que
logró entender que cada decisión tenía consecuencia, incluso en
la vida de otros.
Aceptó no volverme a ver y se perdió el nacimiento de su nieta.
Hemos decidido con mucho cariño elegir el nombre de Scarlett
para nuestra pequeña. Tanto a mí cómo Max nos ha fascinado.
Nuestra pequeña nació en el mes de octubre. Su gestación en mi
vientre fue una casi tortura de doce meses, porque yo no era
humana y el embarazo de una diosa llega a su fin cuando la tierra
logra darle una vuelta al sol.
Eso no lo sabía hasta que me informé comunicándome con
Hermes.
Tuve que confesarle a Max todo lo que había ocurrido con él en
su ausencia, y gracias al Olimpo, él se lo había tomado con calma
y lo único que me pidió fue que no volviera a mencionarle aquel
tema.
Es decir, fingir que eso JAMÁS pasó. Sólo para paz mental
propia.
Max y yo decidimos mudarnos a una mansión espectacular
ubicada en Miami. La zona nos gustaba a los dos y es por eso que
decidimos criar a Scarlett allí hasta que cumplió doce años de
edad.

LURU
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¿Cómo describir a mi hija?


Scarlett era una belleza. Una niña dulce e inteligente de cabello
pelirrojo como su padre, con pecas salpicadas en el rostro y
mejillas sonrojadas. Su rostro se asemejaba al mío y había
heredado mis ojos grises y la tez colorada de su padre.
Su cabello era ondulado y le llegaba hasta las caderas. No le
gustaba cortarse el cabello y lo prefería largo. Cómo a su madre.
Era buena persona, tranquila y para nada malcriada. Sobre todo,
muy educada y con buenos modales.
Cuando cumplió los catorce años nos mudamos los tres a
California para que ella reciba la mejor educación y que salga a
disfrutar con sus amigos por sus calles tan tranquilas.
Max era un tanto celoso y siempre procuraba que ningún
jovencito quisiera coquetearle a su hija.
Con Max cumplimos nuestra promesa de casarnos
cuando Scarlett fuera adolescente y así lo hicimos. Queríamos
que ella también disfrutara la fiesta tanto cómo nosotros.
Nos casamos en nuestro jardín, de aquellos que dan directo a la
playa y con un atardecer que pinta el cielo de colores. De
aquellos que quieres mirar para siempre, cómo yo miraba a Max
desde el primer día en que lo conocí.
Cabe aclarar que no con la cara de espanto, sosteniendo un
paraguas porque había invadido mi casa luego de haberme
salvado. Si no, cuando me di cuenta que estaba enamorada de
él.
Max llevaba un traje de novio con una pajarita negra en el cuello
y un pañuelo blanco en el bolsillo a la altura de su corazón. Tenía
los brazos hacía atrás, y se removía en el lugar, ansioso, nervioso
y entusiasmado porque yo llegara.

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Tenía su cabello anaranjado hacia atrás por el gel. Bien peinado.


Aunque se había puesto gel para la ocasión ya que no le gustaba
usarlo.
Todos los presentes se encontraban sentados en sus sillas
blancas que estaban unidas con un tul del mismo color y cada
una de ellas tenía un moño rosa por detrás. La decoración fue
eligiéndola Scarlett y yo me aferré un poco a sus gustos.
Max había invitado algunos amigos del trabajo e íntimos y yo
hice lo mismo.
Me había convertido junto a Amelie dueña de la
agencia Divine Beauty y algunos empleados amigos se
encontraban allí junto a mí a ella y otras amigas que fui creando
con el paso de los años en mi época de modelaje.
Incluso mi vieja amiga de la Universidad, Amanda, había asistido
y no paraba de saludarme desde la segunda fila, sacudiendo su
mano.
Ya estaba casada y tenía dos hijos, Malcome y Jorge. Dos
encantos.
Luego estaba Rose, cómo una de mis damas de honor. Sí, nunca
imaginé tenerla allí, pero Max había insistido en invitarla.
Después de todo, era su hermana y espero que lo de ellos dos
quedara atrás.
Aunque el tiempo había pasado, Max y yo nos habíamos visto
obligados a dibujar algunas líneas de expresión con maquillaje
que delataran nuestras edades actuales.
Nosotros no envejecíamos, el resto sí. Y eso se había vuelto un
problema para ambos.
Éramos dioses, no humanos.

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Pero el día de mi boda no marqué nada. Fui con mi piel tan lisa
cómo lo es.
—¿Sabes por qué Miranda no ha asistido a la boda? —me
preguntó Adam, entrelazando su brazo con el mío, ya que él me
llevaría al altar.

Adam se había vuelto todo un hombre, un hombre guapo y todo


un Don Juan. Había dejado atrás el cabello largo que tanto lo
destacaba y había decidido cortárselo. Recuerdo que me llamó
llorando, diciéndome que se arrepentía. Me reí, pero lloré junto
a él al poco rato porque no me gustaba verlo triste.
Aunque seguía siendo sensible, Adam era un destacado y
prestigioso Licenciado en Psicología.
—No sé nada de ella hace añares —lamenté —. La he invitado a
festejar el nacimiento de Scarlett, la llamé incluso cuando estuve
embarazada, pero ni eso. Se borró del mapa.
Miranda, la hija de Cupido, se había borrado por completo de mi
vida. Incluso me había borrado de todas las redes sociales y
bloqueado.
La busqué, pero ni eso funcionó.
La extrañaba mucho.
—Ella seguro le hubiese gustado estar aquí —murmura Adam,
apenado. Entonces él me mira y me regala una sonrisa para no
arruinar el momento —. Estás tan hermosa Gray ¿estás lista para
dar el sí o quieres salir corriendo? Aún estás a tiempo —se echa
a reír.
Le sonreí, sin poder ocultar mi felicidad.
Mi vestido era perfecto y lo habíamos elegido junto a Scarlett.
Debía admitir que mi hija tenía un excelente gusto.

LURU
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Era blanco con detalles de encaje en su escote corazón que


alzaba mis pechos firmes, no poseía mangas y tenía un corte
princesa que me cubría los pies.
Había elegido una coronilla de hojas doradas que rodeaban toda
mi cabeza y atravesaba mi frente. Mi cabello rubio estaba
recogido hacia atrás en un delicado bollo que estaba a la altura
de mi nuca, sujetado por orquídeas brillantes de plata.
—¿Mamá? —me doy la vuelta y Scarlett ya está lista para tirar
pétalos a mi paso sosteniendo su canasta junto a los anillos—
¿Estás lista? Porque desde aquí veo que papá se está por mear
los pantalones de lo nervioso que se lo ve —me señala, haciendo
una mueca y mirando a su padre.
—¿Puedo grabar a tu padre meandose? —le pregunta Adam a
ella, ansioso por obtener una respuesta afirmativa.
—Te golpearía si no lo haces, tío Adam —le responde
ella, riéndose.
—Nadie va a filmar a nadie —los regaño a ambos y estos
hacen un cara de perrito mojado, decepcionados.
Suelto el aliento y aferro mis manos al ramo de flores, y observo
a Scarlett.
Cuando la observo me veo a mi misma y a Max a la vez. Es
algo raro, pero bellísimo.
Mi hija tiene el cabello pelirrojo claro suelto, con bucles en sus
puntas y una coronilla de hojas doradas similar a la mía. Tiene un
vestido blanco de mangas largas que le llega hasta las rodillas y
unos zapatos bajos.
Está preciosa.
—Estoy lista.

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Adam le hace una seña a la persona que pasará la música de


entrada y suena una canción elegida
por Scarlett: The Only exception de Paramore.
Apenas la escuché, los presentes se levantaron de sus asientos y
yo comienzo a caminar junto a Adam y Scarlett empieza a lanzar
los pétalos rosados en el camino de madera oscura que conduce
hacia el altar donde nos espera un cura, las damas de
honor y...mi Max.
Nuestros ojos se encuentran y en ellos veo un brillo, una
salvación y un amor tan genuino que me es imposible controlar.
Max era mi única excepción en el amor.
Adam me entrega a Max y estos se sonríen, intercambiando
miradas.
Me quedo frente al hombre que amo, quien tiene los ojos
cristalinos y no para de verme. Está tan guapo, tan hermoso y me
siento tan afortunada por tenerlo en mi vida.
Se me encoge el corazón de amor y me llevo una mano al pecho
al ver cómo Max suelta una lagrima en uno de sus ojos.
Ay mi dios. Qué bonito es esto. Quiero echarme a llorar en sus
brazos de la emoción.
—Al fin juntos—me susurra, tomando mis manos con la suya.
Levanta una, para besarla como si fuera a romperse, con
delicadeza y no me saca sus ojos de encima.
—Al fin juntos —le susurro, repitiendo aquellas palabras que,
para nosotros, tienen un precioso significado.
Scarlett se aclara la garganta y los dos dirigimos la mirada hacia
ella, extrañados.

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—Al fin los tres juntos —nos recuerda ella, dándonos un guiño
de ojo y una sonrisa pícara.

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FINAL
A la edad de dieciséis años, sus audífonos blancos e inalámbrico
suenan al ritmo de Daisy de la cantante Ashnikko.
Los estudiantes la ven pasar por el pasillo del High School
Marymounthe, secundaria ubicada en California.
Tiene una melena pelirroja que le llega a las caderas y se mueve
ligeramente con su caminar. Su cintura al descubierto se mueve
un poco hacia los costados con cada paso que da.
Cómo si no se percatara lo hermosa que se ve.
Su falda de cuadros color negra y roja está a tres dedos arriba,
cosa que no está permitida en la institución. Pero no le
importa. Levanta un poco su falda cuando salé de su casa para
que sus padres no la vean.
Lleva sus libros abrazados a su pecho, y sabe que los estudiantes
tanto masculinos cómo femeninos la están mirando, pero, finge
no notarlo.
Sabe que miran con descaro y sin filtro sus piernas largas y
delgadas, su trasero firme y su escote que se ve un poco gracias
a un botón de arriba que ha desabrochado.
Planta cara seria, fría y su existencia es la viva imagen de la
belleza y el peligro.
Sus ojos grises están resaltados por su delineado n *** oy sus
pestañas realzadas lo suficiente como para no ser exageradas.
Se ha puesto un poco de rubor en sus mejillas, sólo un poco para
darle color a su rostro y no lleva los labios pintados porque
podrían colocarle una falta por ello. No quería hacer pasar un
mal rato a sus padres.

LURU
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De todas formas, sus labios tenían ese color rosado natural que
había heredado de su madre.
Lo bueno de aquella escuela, es que tenía al tope el calefactor
por las bajas temperaturas de aquel invierno, asi que podía
andar cómo quisiera dentro de la institución sin tener frio.
Llega a su casillero y guarda sus libros.
Un grupo de chicos pretenden acercarse a ella, pero con tan sólo
mirarlos con mala cara es suficiente para que sigan su camino y
la dejen en paz.
Pocos tenían el privilegio de agradarle a Scarlett. Pero ella era
así, su personalidad consistía en desconfiar de todo el mundo.
Entre tantos estudiantes que van y vienen, lo ve desde la
distancia. Sus ojos grises se detienen en él porque, por alguna
extraña razón, destaca entre todos ellos.
Se le acelera el pulso, sus labios se secan y sus pupilas se dilatan.
Está a varios casilleros que el de ella.
Lleva una chaqueta de cuero oscura que realza su cuerpo, parece
malhumorado. Nunca lo había visto por allí. Su cabello n***o se
encuentra revuelto, largo y no aparenta querer mirar a nadie
mientras busca algo especifico en su casillero. Es alto, muy alto y
guapo.
Los ojos grises de Scarlett no pueden dejar de verlo.
El chico echa su cabello oscuro hacia atrás y en aquel
movimiento la deja sin aliento.
Por alguna extraña razón, los ojos oscuros de él se unen a los de
ellas entre tanta gente y sólo por un instante, son ellos dos.
El joven se ha quedado helado por la belleza de aquella chica que
lo está observando sin disimular que lo hace.

LURU
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La conexión de ambos es al instante.


Scarlett, claramente no quiere dejarlo escapar y le señala con un
gesto de cabeza el final del pasillo.
El chico busca con su mirada aquel gesto dónde ella señala y sus
ojos recaen sobre la puerta del cuarto de limpieza.
Vuelve a mirar a Scarlett y ella le muestra diez dedos en un abrir
y cerrar de manos de forma disimulada y luego toma su libro de
biología.
Desaparece.
En otras palabras, la chica le indica que a las diez de la mañana se
encuentren en aquella puerta por alguna intención qué
él desconoce pero claramente sospecha.
La hora llega, Scarlett se dirige el baño de la escuela que está a
varios pasos de la habitación de limpieza. Se esconde
allí, asomándose por la puerta tan sólo un poco para ver si aquel
chico va y no la deja plantada.
Pasan los minutos y la hija de Max y Ada comienza a
desilusionarse un poco. No le gusta la gente impuntual. Eso le
resta un punto a aquel chico que conoció a la distancia.
Entonces una sombra se va aproximando en el suelo y la joven se
tensa un poco, nerviosa, deseando que fuera él.
Respira en cuanto observa que él no le ha fallado. Está allí,
acercándose a la puerta de limpieza mientras recorre con la
mirada, buscando a la chica.
Scarlett se alisa la falda, se acomoda un poco la camisa. Le da un
vistazo rápido a su cabello para ver si está todo perfecto y en su
lugar y sale.

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La tensión entre los dos aumenta en cuanto los ojos del chico la
ven y el deseo es tan fuerte que no tardar en meterse al cuarto
para sacarse las ganas.
Unas ganas que no sabía que existían.
—Liam—jadea él, mientras le devora el cuello a besos y ella le va
sacando la chaqueta—. Mi nombre es Liam.
La chica asiente, pero no dice nada, ya que está tan desesperada
con ser penetrada por aquel chico que lo estampa contra un
mueble de productos de limpieza que retumba por la
embestida.
Liam ve las intenciones de Scarlett, lo siente y está dispuesto a
darle lo que ella desea.
El joven la levanta del suelo y la pega contra una de las paredes,
levantándole la falda aún más y las bragas. El chico no tarda en
meterse en su interior.
Scarlett gime contra su oreja mientras le clava las uñas por la
espalda por encima de su playera negra y él comienza a moverse
con más velocidad.
Hasta que él retira su miembro de ella y se aparta rápidamente,
sosteniendo la punta de su miembro con la mano.
—Lo siento—se disculpa el chico—. No quise acabarte. No llevo
condones conmigo. No estoy acostumbrado a este tipo de
encuentros.
Scarlett asiente, mientras trata de componer su respiración.
Aquel chico es tan guapo que de tan sólo verlo te provoca diez
mil orgasmos.
Ella toma su chaqueta del suelo y le da un beso en la mejilla.
—Dame tu celular—le pide la joven, tendiéndole la mano.

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El chico frunce el ceño y saca el móvil del bolsillo trasero de su


pantalón. Se lo da desbloqueado y ella le guarda su número en
él.
—Espero tu mensaje—le responde Scarlett, con una sonrisa en
los labios.
Mientras ella se dirige hacia la puerta, el chico se percata que
ella se está llevando su chaqueta de cuero negra.
—¡Oye, mi chaqueta! Salen caras—le exclama él, riéndose,
nervioso.
Ella toma el pomo de la puerta y gira su cabeza para mirarlo.
—En otro encuentro con condones te la devolveré.
Y con una sonrisa pícara que florece en sus suaves y
dulces labios, la joven se marcha, dejando boquiabierto a Liam
por lo traviesa que resultó ser.
Aquel mismo día, Ada Gray recibe un llamado telefónico que la
deja desconcertada. Observa el número desconocido desde su
despacho. Max está bebiendo whisky mientras mira la chimenea
chispear y ve cómo la leña se consume por el fuego.
Max mira a su mujer, que está sentada detrás de su escritorio,
dejando que celular siga sonando mientras trata de averiguar si
los dígitos del número le resultan familiares.
La joven tiene el cabello rubio suelto, hacia un costado, un
vestido rojo de mangas largas que le llega hasta los codos y que
baja hasta la mitad de sus rodillas.
Ada rondaba ya los treinta y seis años, pero tenía la
misma aparencia que una joven de diecinueve. Cosa que algunas
personas les resultaba tan asombroso que no le creían su edad
actual.
—¿No vas a atender, belleza? —le pregunta Max, asombrado.

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Ella asiente y lo hace de una vez, llevándose su teléfono a la


oreja. No sé porque tiene un mal presentimiento.
—¿Hola? —pregunta Ada, seria.
—¿Ada?
Se queda muda, sus ojos se abren de par en par. Aquella voz, esa
voz. Tan familiar, tan cálida y suave que ahora parece estar
teñida de miedo.
—¿Miranda? —la voz de Ada sube una octava y le echa una
mirada a Max, quien parece estar pendiente de la conversación
desde su lugar.
—Necesito decirte algo —entonces se larga a llorar.
—¿Qué pasó? ¿Qué ocurre? ¿Por qué desapareciste por tanto
tiempo? —las preguntas de Ada son atropelladas y suenan tan
heridas.
No ha sabido nada de su sobrina hace años.
—¿Puedo ir a verte ahora mismo? —le responde Miranda, algo
tajante —. Debo explicarte el motivo de mi ausencia durante
este tiempo. Estoy aquí, en California y sé que tú estás viviendo
aquí ¿puedes pasarme tu dirección?
Ada se la pasa, mientras mira el reloj cuadrado de su escritorio.
Esta marca las ocho de la noche y gracias a Dios no es tan tarde
para que ella venga a verla.
En realidad, le importa un pepino el horario si se trataba de
Miranda, pero le daba miedo que estuviera sola y viajara hasta
allí tan de noche.
Así que Max le ofrece a Ada enviar a uno de sus choferes para ir
a recogerla.

LURU
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A las diez de la noche Miranda estaba tocando la puerta principal


de la mansión y no estaba sola.
Un muchacho más alto que ella estaba a su lado,
acompañándola, pero no pudo ver de quién se trataba ya que
estaba encapuchado, protegiéndose del frio.
Scarlett los vio subir la entrada desde la ventana de su enorme
habitación, pero no sabía quiénes eran y bajó por las escaleras
para ver de quienes se trataban.
Sus padres no recibían visitas tan tardes sino se trataba de una
urgencia.
La joven de dieciséis años miró cómo sus padres se dirigían a la
puerta para abrir luego de que escucharan el timbre sonar. Ella
no bajó, sólo prefirió esperar desde lo más alto de la escalera
para ver de quién se trataba.
Ada abre la puerta y parece que el tiempo la ha golpeado con
fuerza, dejándola en desconcierto al ver a Miranda, con su
cabellera castaña larga y su rostro que alguna vez fue joven, algo
marcado por las líneas de expresión.
Miranda era hija de una diosa, pero también, era hija de un
humano que nunca conoció.
Así que, lamentablemente, ella envejecería y Ada la vería
hacerlo.
A veces el tiempo hace lo que corresponde, pero eso no quiere
decir que nos afecte haciendo que veamos morir a nuestros
seres queridos.
Ambas se quedan mirando un instante, sorprendidas después de
tanto tiempo y Scarlett no sabe de dónde conoce su madre a
aquella señora con un gran tapado oscuro, pantalones largos
n***os y botas del mismo color.

LURU
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Pero lo que más la intriga es aquel chico de sudadera gris, alto y


que permanece con la mirada agachada.
A Scarlett le molesta de cierta forma no poder verle el rostro.
—¡Miranda! —exclama Ada, acercándose a la mujer y ambas se
envuelven en un abrazo tan fuerte que Scarlett se queda
anonadada.
¿De dónde se conocen?
—¡Te eché de menos! —la mujer de cabello castaño empieza a
llorar sobre el hombro de su madre, con un gran dolor —¡Lo
siento tanto, tía!¡Perdóname por favor!¡Tuve que desaparecer,
no quería que Adam supiera la verdad!
¿Tía?¿Le dijo tía a su madre? Pero si ella era mayor que su madre
¿Y el Adam de que hablaba se trataba de su tío? La mente de
Scarlett se llenó de preguntas.
—Por favor, ingresen. Hace mucho frio afuera —los invita a pasar
su padre Max, lleno de una gran preocupación.
Las dos personas ingresan y su madre no se despega de aquella
mujer, a quien sigue abrazando y el joven alto, de brazos y
cuerpo enorme, se mantiene con su identidad cubierta.
—¿Y él es...? —le pregunta Ada a Miranda, atónita.
Miranda no responde y mira al muchacho, con gran congojo y
angustia.
—Es mi hijo —susurra Miranda, que apenas es audible, pero
Scarlett logra oír.
—Pasemos al despacho, por favor y así estarán más tranquilas —
les ofrece su padre y estos desaparecen para dirigirse al
despacho.

LURU
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Scarlett, cuando oye que la puerta de la oficina de su madre se


cierra, baja las escaleras con sigilo porque tiene ganas de oir por
detrás de la puerta y así, saber qué está pasando.
La joven de cabello pelirrojo y largo baja las escaleras con una
elegancia de la cual no se percata.
Lleva unos vaqueros azules, unas zapatillas vans y una sudadera
gris similar a la del chico. Tiene el cabello rojo recogido en una
trenza que cae en uno de sus hombros y no lleva maquillaje, está
al natural.
Tiene su rostro salpicado de pecas que es todo lo que necesita
para verse bonita, una nariz fina y pequeña, labios sonrosados y
unos ojos que no necesitan maquillaje para destacar.
La joven corre hacia el despacho para no perderse de nada y
apoya su oreja contra la gruesa puerta, ansiosa por saber qué
ocurre.
Los adultos se encuentran en el interior, sentados y expectantes
por saber qué ocurrió con Miranda todo aquel tiempo en el que
se encontró ausente en sus vidas.
El chico se saca la capucha y mira a Ada y a Max. Este se
encuentra de pie y su madre está sentada, nerviosa y no para de
mover la pierna por la ansiedad de la situación.
Entonces Ada y Max comprenden por qué la inquietud de
Miranda con tan sólo ver el rostro del joven.
—Por todos los cielos... —musita Ada, acercándose al chico y
posar una mano en su mejilla.
Se queda helada y le lanza una mirada a Max. Este la capta y
sabe lo que significa.

LURU
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Sus ojos oscuros, su cabello n***o y algo largo, revuelto,


rostro pálido. Su mandíbula cuadrada, sus rasgos tan
particulares...
El joven se tensa un poco y traga saliva, ya que no la conoce.
Permanece en silencio, expectante.
—Mi hijo fue el motivo por el cual me aleje de todos ustedes —
comienza a hablar Miranda, con la voz apagada y angustiada —.
Él es hijo de Adam. Nunca se lo dije por temor a la ira de los
dioses y porque...porque Adam es familiar mío. No sabía que
estaba embarazada cuando me separé de él hace años —admite,
mirando a Ada con los ojos cristalinos —. Cuando lo supe, me
borré por temor. Sabes qué siempre tuve miedo de ir al
Inframundo por mi pecado, Ada.
La diosa de la belleza camina hacia Miranda y se agacha para
estar a su altura ya que esta se encuentra sentada. Las dos
mujeres se miran, con ojos al borde del llanto, en silencio.
Ada toma sus manos por encima de su regazo y las aprieta con
fuerza, en forma de consuelo.
—Debiste decírmelo —le susurra Ada, lastimada —. Yo te
hubiera ayudado, te hubiera cuidado.
—Tuve miedo —a Miranda se le quiebra la voz —y
sigo teniéndolo.
—No voy a permitir que tu alma vaya al Inframundo, jamás lo
permitiría. Soy hija de Hades y tengo el mismo derecho que él al
escoger quién va al infierno y quién no —Ada le seca las lágrimas
con sus dedos pulgares sobre sus mejillas —. El Olimpo
perdonará tu acto cómo lo hicieron conmigo.
Miranda se refugia en las palabras de la hija de Afrodita y la
abraza, rodeando con sus brazos sus hombros.

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—Gracias —le susurra la hija de Cupido, sin poder evitar sentir el


alivio en su interior —¡Gracias!
Scarlett escucha la conversación, anonadada.
¿El chico que se encuentra allí es hijo de su tío Adam?
Luego de varios minutos de una charla que ya no logra oír,
escucha pasos que provienen del interior y que se van
aproximando a la puerta.
La hija de Ada y Max se aparta cuanto antes para que no sepan
que ha estado escuchando algo que no debe.
Su madre la abre y la encuentra justo a tiempo. La chica sonríe,
nerviosa y con sus mejillas sonrojadas al ser descubierta.
Mierda.
—¿Qué haces aquí, cariño? —le pregunta su madre, confundida
por su presencia.
—He venido a saber si todo estaba bien —le confiesa Scarlett,
titubeando —¿Quién es esa mujer y ese chico que han entrado a
tu despacho, mamá? —no puede evitar preguntar.
Ada la mira un instante y luego de un rato, suelta el aliento.
—¿Quieres conocer a tu primo? Estaba a punto de ir a buscarte
para preguntarte eso.
Scarlett pestañea, confusa y asiente con cierto desconcierto ante
la pregunta de su madre.
Ada abre la puerta y le permite el paso a su hija, quien se
encuentra expectante por lo que puede llegar a ver.
Entonces entra al despacho y ve primero a su padre, en silencio,
observando desde un punto del sitio la situación tan tensa que se
está viviendo allí.

LURU
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Luego a Miranda, sentada quien levanta la vista para verla y se


levanta de un salto, fascinada.
Y luego lo ve a él y tiene ganas de salir corriendo.
—¿Liam?¿Qué haces aquí? —entonces le
pregunta Scarlett con la voz temblorosa, al chico con el que se
había echado un polvo en el cuarto de limpieza de la escuela.
El joven la observa, sorprendido y palidece.
Imágenes en su cabeza en dónde ella estaba siendo besada por
él, sus respiraciones entrecortadas y un sudor en aquel cuarto
polvoriento, golpean a Liam.
Besos adictivos, apasionados, mientras poseía a Scarlett. A esa
pelirroja en la que no había parado de pensar en todo este
tiempo.
Scarlett seguía pensando en él y no había podido dejar de
abrazar su chaqueta de cuero negra por alguna razón, deseando
que un mensaje suyo llegara a su casilla de mensajes y se mordía
el labio inferior cuando recordaba aquel encuentro que habían
tenido.
Un encuentro que fue amor a primera vista. Un flechazo
inquebrantable.
Oh no.
—Scarlett ¿tú lo conocías desde antes? —le pregunta su padre,
con el entrecejo fruncido.
Ella no responde, no sabe qué decir, simplemente se queda
parada allí, con el pulso acelerado y con los sentimientos
encontrados. No puede sacar los ojos de Liam y él no puede
apartar los ojos de ella.
—Yo... —logra decir Scarlett, nerviosa.

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—Él es tu primo, hija —Ada se le acerca, sin poder dejar de ver la


reacción de su niña —¿Lo conocías desde antes? Sé sincera, por
favor —la pregunta de Ada es insistente por una razón que la
joven desconoce.
Ada y Max cruzan miradas. Saben qué algo pasó entre ellos, lo
perciben.
Némesis, la diosa de la venganza, se marcha del despacho con su
manto n***o sin ser vista por el resto.
Ya ha cumplido con su trabajo.
Porque a pesar de que Ada y Max tuvieron su final feliz, eso no
significaba que los parientes de Afrodita no padecieran de
una vigente maldición convocada hace ya siglos.
Una maldición que había recaído sobre la mayoría de los hijos de
la diosa de la belleza, una Afrodita que había aprendido
su lección, pero su legado sufriría por amores fallidos, tristes y
prohibidos.
Una lección que debían aprender los que no se lo merecían.
Un linaje maldecido por Némesis.
Una maldición que ahora recaería sobre Scarlett y Liam pero, esa
ya es otra historia...

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