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Lección III Parte 2: Los principios rectores del derecho

internacional humanitario
En el mismo conflicto puede haber concurrencia. Por ejemplo, en el sirio, que es un
caso armado no internacional en un principio. Cuando un estado apoya a otro estado
desde el gobierno, no significa que sea un conflicto internacional a no se que este apoye
a la oposición.
Se puede calificar un conflicto como no internacional pero dentro de es conflicto puede
haber a su vez conflictos internacionales.
Por ejemplo, la guerra civil española fue un conflicto armado no internacional, pero
cuando Alemania prestó apoyo a España de manera militar contra el gobierno de la
república, sigue siendo un conflicto no internacional pero con un conflicto internacional
que sucede puntualmente, de manera concurrente.

1. El principio de distinción entre población civil y combatientes.

Partimos de la base en la que en los conflictos armados internacionales, la población


civil no puede ser nunca objeto de ataque, los combatientes sí. Entonces bien:

Conforme al artículo 48 del Protocolo Adicional I, se declara norma fundamental la


que obliga a las partes en conflicto a distinguir en todo momento entre población civil y
combatientes así como entre bienes de carácter civil y objetos militares.

De acuerdo con el manual Derecho Internacional Humanitario Consuetudinario, se


establece como primera norma que las partes en conflicto deberán distinguir en todo
momento entre personas civiles y combatientes. Los ataques solo podrán dirigirse contra
combatientes, prohibiéndose los ataques contra la población civil. La práctica de los
Estados establece esta regla como una norma del Derecho Internacional
Consuetudinario aplicable tanto a los conflictos armados internacionales como en los no
internacionales.

Los miembros de las fuerzas armadas estatales pueden ser considerados combatientes
tanto en los conflictos armados internacionales como en los no internacionales. Sin
embargo, el estatuto de combatiente solo existe en los conflictos armados
internacionales. Esta norma se remonta al Reglamento de la Haya, según el cual, “las
fuerzas armadas de las partes beligerantes pueden componerse de combatientes y no
combatientes”. Actualmente este estatuto aparece codificado en el artículo 43 del
Protocolo Adicional I.

Si bien el Protocolo II sobre los conflictos no internacionales no contiene una definición


en este sentido, en su artículo 1 se distingue entre fuerzas armadas de una Alta Parte
contratante y las fuerzas armadas disidentes o grupos armados organizados que, bajo la
dirección de un mando responsable ejerzan sobre una parte de dicho territorio un control
tal que les permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas y aplicar el
Protocolo. La práctica señala no obstante, que cuando participan directamente en las
hostilidades, estas personas pierden la protección contra los ataques otorgada a los
civiles.
Combatiente (estatuto de Prisionero de Guerra)

Art. 1 Reglamento de La Haya dispone que: “Las leyes, los derechos y los deberes de
la guerra no se refieren solamente al ejército sino también a las milicias y a los cuerpos
de voluntarios que reúnan las condiciones siguientes:

 i) Tener a la cabeza una persona responsable por sus subalternos;


ii) Tener una señal como distintivo fijo y reconocible a distancia;
iii) Llevar las armas ostensiblemente;
iv) Sujetarse en sus operaciones a las leyes y costumbres de la guerra.”

Esta definición se usa asimismo en el artículo 4 del III Convenio de Ginebra,


incorporando a los movimientos de resistencia organizados.

No obstante, las cuatro condiciones enunciadas en el Reglamento de La Haya y el III


Convenio de Ginebra se han reducido a dos en el Protocolo I.

Conforme a su artículo 44.2 relativo a los “combatientes y prisiones de guerra”,


aunque todos los combatientes están obligados a observar las normas de Derecho
internacional aplicables en los conflictos armados, la violación de tales normas no
privará a un combatiente de su derecho a ser considerado como tal.

Asimismo, en su párrafo 3 se reafirma que los combatientes están obligados a


distinguirse de la población civil en el curso de un ataque o de una operación
militar preparatoria de un ataque. Sin embargo, dado que en los conflictos armados
hay situaciones en las que, debido a la índole de las hostilidades, un combatiente
armado no puede distinguirse de la población civil, dicho combatiente conservará su
estatuto siempre que en esas circunstancias lleve sus armas abiertamente durante
todo enfrentamiento militar y durante el tiempo en que sea visible para el enemigo
mientras está tomando parte en un despliegue militar previo al lanzamiento de un
ataque en el que va a participar.

En resumen, los que participen sin cumplir estos requisitos no gozan de estatuto de
prisioneros de guerra (espías, mercenarios, civiles que participan en el combate sin
reunir las condiciones anteriores).

Asesinatos o ataques selectivos (Targeted Killing)

Su origen se encuentra en el marco del conflicto árabe-israelí (se generalizó a partir de


la segunda Intifada del 2000) y que posteriormente se ha extendido a otros conflictos
muy vinculados con la guerra global contra el terrorismo.

Es llevado a cabo por civiles cuando no participan directamente en las hostilidades o


cuando se encuentra fuera de la zona de conflicto. Asimismo, hay que tener en cuenta
que tales operaciones no siempre son realizadas por operativos o fuerzas militares, sino
en ocasiones por miembros de los servicios de inteligencia o por contratistas que son
personal civil.
La Guía Interpretativa sobre el concepto de participación directa en las Hostilidades,
adoptada por el Comité Internacional de la Cruz Roja

“A efectos prácticos del principio de distinción... la condición de miembro de tales


grupos no puede depender de una afiliación abstracta, parentesco u otros criterios que
pueden prestarse a arbitrariedad o abuso... De acuerdo con el DIH, el criterio decisivo
para determinar la pertenencia de un individuo a un grupo armado es si esa persona
asume UNA FUNCIÓN CONTINUA DE COMBATE DENTRO DEL GRUPO”.

El autor Pozo Serrano hablaba de los denominados signature strikes, dirigidos contra
grupos de personas sospechosas de ser miembros de un grupo armado por su patrón de
conducta, pero cuya identidad no se conoce y, por tanto, tampoco es segura su
pertenencia al grupo armado. Por el contrario, sostiene, que los ataques dirigidos contra
líderes identificados (personality strikes) suscitan menor oposición interna y externa y
se ajustarían al principio de distinción en la medida en que están dirigidos contra
miembros de un grupo parte en el conflicto.

Por otra parte, cuando el ataque se produce fuera de la zona de conflicto, en otro Estado,
por el momento “ni los tratados vigentes ni la práctica estatal contienen elementos que
respalden la ampliación del teatro de guerra a toda localidad en la que se encuentre
presente un miembro de los grupos armados partes en el conflicto”.

Es decir, no se puede eliminar a un terrorista por el mero hecho de ser terrorista, no le


podemos aniquilar por eso. Si en cambio va a cometer un atentado y la única manera de
frenarlo es actuar contra él y aniquilarlo, entonces sí. Esto se debe a que no puedes
causar un daño mayor al que quieres evitar ya que el principio esencial es “mantener la
vida”.

Además tenemos que tener en cuenta que no se puede organizar una operación para
matar a una persona por sus actos acontecidos en el pasado si no se esta completamente
seguro de que va a cometer un acto terrorista. Si esto se hace, sería una violación de los
derechos humanos.

También debemos precisar que los combatientes son las personas que están en activo.
Es decir, los enfermos o prisioneros no lo son, por lo que tienen una protección especial.
Aquellas personas no combatientes que no están frecuentemente al loro no son
combatientes.

2. Compañías de seguridad privada

Estas compañías privadas, si se integran en la fuerza armada de un Estado, se empiezan


a considerar combatientes. El dilema aparece cuando el personal civil pierde el estatuto
de civil, que se pierde cuando actúa directamente en las hostilidades.

Entonces bien, se plantean dos problemas. El primero es que si se participa directamente


en combate pero sin meterse en las fuerzas armadas, se pasa a ser combatiente ilegal, lo
que significa que pueden ser objetos de ataque y si son detenidos no ganan el estatuto de
prisioneros.

El segundo es lo que sucede con la responsabilidad. El primer estado que tiene potestad
para juzgar es el estado territorial, es decir, en el que tiene lugar el conflicto. Donde hay
empresas privadas para la seguridad, cuando son contratada exigen al estado inmunidad
porque por ejemplo, van a operar en Irak y obviamente no confían en Irak y sus tropas.

Este fenómeno de adapta a los que Elke Krahmann ha denominado la “fragmentación


funcional” de la seguridad mundial, que se aleja del modelo centrado en el Estado, para
adoptar otro modelo de “autoridades múltiples y separadas, con inclusión de actores
públicos o privados” (B.Perrin). A falta de una incorporación formal, se juzgará el
estatuto de tales grupos basándose en los hechos y a la luz de los criterios que sirven
para definir las fuerzas armadas. Si esas unidades participan en hostilidades y cumplen
los criterios de fuerzas armadas, serán consideradas combatientes”.

Como se indica en el Informe CICR sobre “Derecho Internacional Humanitario y los


desafíos de los conflictos armados contemporáneos” (2011), en los últimos 10 años ha
habido una marcada tendencia a la externalización de las funciones militares
tradicionales a empresas militares y de seguridad privadas (EMSP) así como, ante la
creciente complejidad de los sistemas de armas, al recurso cada vez más en la pericia
técnica y la capacitación externas. Esta situación ha dado lugar a un importante debate
acerca de la legitimidad de esta externalización y sobre si debería haber límites al
derecho de los Estados a transferir su “monopolio de fuerza” al sector privado. Además,
la clientela de las EMSP no está integrada solo por Estados, Organizaciones
Internacionales, Organizaciones no gubernamentales y compañías comerciales
transnacionales también han contratado todos sus servicios y no puede excluirse que, en
el futuro, las operaciones militares multinacionales de grupos armados de oposición
contraten los servicios de EMSP para que combatan en su nombre.

Asimismo en el Informe de 2007 el CICR ya constataba que se estaba contratando a


estas compañías “para la realización de un número cada vez mayor de funciones que
anteriormente estaban a cargo de sus propios sistemas militares o de seguridad. Se
incluyen entre ellas el apoyo logístico para despliegues y operaciones militares, el
mantenimiento de sistemas de armamento, la protección de locales e instalaciones, los
servicios de escolta, la instrucción de las fuerzas militares y policiales, tanto en el país
como en el exterior, la recopilación y el análisis de datos de los servicios de
información, la custodia y el interrogatorio de detenidos, y en algunas ocasiones, la
participación en combates.

En 2008 tuvo lugar la firma del Documento de Montreux sobre las obligaciones
jurídicas internacionales pertinentes y las buenas prácticas de los Estados en lo que
respecta a las operaciones de las empresas militares y de seguridad privadas durante los
conflictos armados que fue remitido a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas (A/63/467-S/2008/636). En este documento se reitera que los
integrantes de estas empresas están protegidos como civiles con arreglo al Derecho
Internacional Humanitario, a menos que: se hayan incorporado a las fuerzas armas
regulares de un Estado o que sean miembros de fuerzas, unidades o grupos armados
organizados bajo un mando que sea responsable ante el Estado; o que pierdan, por
alguna razón.

El presidente del Grupo de Trabajo sobre la utilización de mercenarios con medio de


violar los derechos humanos y de obstaculizar el ejercicio de los pueblos a la libre
determinación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, declaró que las empresas
militares y de seguridad privada “gozan de una inmunidad que puede transformarse
fácilmente en impunidad, lo que podría implicar que algunos Estados estarían
contratando a estas empresas para evitar una responsabilidad jurídica directa”. Tal
situación de impunidad se produciría en aquellos supuestos en que tales empresas no
quedaran sometidas ni a la jurisdicción del Estado de origen o de contratación cuando
en virtud de sus respectivas legislaciones no se prevea la jurisdicción extraterritorial de
sus tribunales. Por otra parte, al no tratarse de agentes o funcionarios estatales, sus
actuaciones no resultarían atribuibles al Estado al que prestan sus servicios a no se que
se pruebe el control efectivo del Estado.

3. La protección de los civiles y la noción de participación directa en las


hostilidades.

La definición de los civiles como personas que no son miembros de las fuerzas armadas
se establece en el artículo 50 del Protocolo adicional I, al que no se ha formulado
reserva alguna. En su fallo de 2000 en el asunto Blaskic, el Tribunal Penal Internacional
para la ex Yugoslavia definió a los civiles como “personas que no son o ya no son
miembros de las fuerzas armadas”.

Tal y como se hace contar en el manual sobre “Derecho Internacional Humanitario


Consuetudinario”, no existe una definición exacta de “participación directa en las
hostilidades”.

Sobre esta cuestión se ha indicado que no cabe duda de que la participación directa en
las hostilidades no queda reducida a los ataques, pues comprende también los actos que
lo preparan o el despliegue previo del ataque, pero siempre que se trate de actividades
militares. No es lo mismo participar en el soporte logístico directo (municionamiento de
una posición de fuego) que la contribución a la propaganda o a la administración.
Incluso el transporte de armas o de municiones o el aprovisionamiento de repuestos
integrado en una cadena logística puede ser considerado sólo participación indirecta en
las hostilidades.

En el Informe CICR de 2011 relativo al “Derecho internacional humanitario y los


desafíos de los conflictos armados contemporáneos” se indica que para considerar un
acto como participación directa en las hostilidades, deben cumplirse los requisitos
acumulativos siguientes:

a) Debe haber probabilidades de que el acto tenga efectos adversos sobre las
operaciones militares o sobre la capacidad militar de una parte en un conflicto
armado, o bien, de que cause la muerte, heridas o destrucción a las personas o
los bienes protegidos contra los ataques directos (umbral de daño),
b) Debe haber un vínculo causal directo entre el acto y el daño que pueda resultar
de ese acto o de la operación militar coordinada de la que el acto constituya
parte integrante (causalidad directa),
c) El propósito específico del acto debe ser causar directamente el umbral exigido
de daño en apoyo de una parte en conflicto y en menoscabo de otra (nexo
beligerante).
Estos principios son acumulativos, es decir, no vale si no se cumplen todos.

4. Personal especialmente protegido


4.1 El personal sanitario y el socorro humanitario.

El personal sanitario exclusivamente destinado a tareas médicas será respetado y


protegido en todas las circunstancias. Perderá su protección si, al margen de su función
humanitaria, comete actos perjudiciales para el enemigo. Esta norma se plasmó por
vez primera en el Convenio de Ginebra de 1864 y se reiteró ulteriormente en los
Convenios de Ginebra de 1906 y 1929. Actualmente, aparece prevista en los Convenios
de Ginebra I (arts.24-26), II (art.36) y IV (art.40) de 1949.

Su ámbito de aplicación se amplió con el artículo 15 del Protocolo adicional I para


comprender también al personal sanitario civil, además del personal sanitario militar, en
todas las circunstancias.

Esta protección se hace extensible a las unidades y a los medios de transportes


sanitarios. Conforme al artículo 8c del Protocolo I de 1977 se incluye dentro del
personal sanitario, el perteneciente a las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja o la
Media Luna Roja y otras sociedades nacionales voluntarias de socorro debidamente
reconocidas y autorizadas por una parte en conflicto, incluido el CICR.

4.2 El personal religioso

En el mismo sentido que el personal sanitario, se regula la situación del personal


religioso.
A tal efecto se indica que el personal religioso exclusivamente destinado a actividades
religiosas será respetado y protegido en todas las circunstancias. Perderá su protección
si, al margen de su función humanitaria, comete actos perjudiciales para el enemigo.
Tal obligación se remonta a la Convención de Ginebra de 1864 así como en los
Convenios de Ginebra de 1906 y 1929.

Actualmente, se expresa en el artículo 24 del I Convenio de Ginebra y en el artículo


36 del II Convenio de Ginebra. Su alcance se amplió en el artículo 15 del Protocolo
adicional para incluir al personal religioso civil junto al militar y se mantuvo en el
artículo 9 del Protocolo II.

El termino “personal religioso” se refiere al personal, militar o civil, que se dedica


exclusivamente al ejercicio de su ministerio y esta adscrito a una de las partes en
conflicto, a sus unidades sanitarias o medios de transporte, o a una organización de
protección civil. Su adscripción puede tener carácter permanente o temporal [art.8 d)
del Protocolo I].

4.3 Personal y bienes de las misiones del mantenimiento de la paz


De acuerdo con lo señalado con anterioridad respecto a este tipo de operaciones, la
práctica de los Estados trata a las fuerzas de mantenimiento de la paz, integradas
normalmente por soldados profesionales, como civiles, porque no son miembros de una
parte en conflicto y deben tener derecho a la misma protección contra los ataques que
las personas civiles, siempre que no participen directamente en las hostilidades. Por su
parte, el Estatuto de Roma Estatuto de la Corte Penal Internacional, tipifica como
crimen de guerra tanto en los conflictos armados internacionales como los no
internacionales dirigir intencionalmente ataques contra personal y bienes que participan
en una misión de mantenimiento de la paz de conformidad con la Carta de las Naciones
Unidas.

4.4 Periodistas y corresponsales de guerra

En las Reglas de La Haya y el Convenio de Bruselas de 1929 ya incluyeron la


protección de los “corresponsales y reporteros de periódicos” que siguen a un ejército
otorgándoles la condición de prisiones de guerra en caso de captura.

No obstante, será el artículo 79 del Protocolo Adicional I el que otorgue un


reconocimiento singularizado a los periodistas, artículo que no ha sido objeto reserva
alguna. En virtud de esta disposición, los periodistas que realicen misiones
profesionales peligrosas en las zonas de conflicto armado serán considerados personas
civiles y obtendrán protección como tales a condición de que se abstengan de todo acto
que afecte a su estatuto de persona civil (participación directa en las hostilidades) y sin
perjuicio del derecho que asiste a los corresponsales de guerra acreditados ante las
fuerzas armadas a gozar del estatuto que les reconoce el artículo 4.A 4) del III Convenio
de Ginebra, esto es, la atribución en caso de captura del estatuto de prisionero de guerra
a aquellas personas que sigan a las fuerzas armadas sin formar parte integrante de ellas
(los denominados periodistas empotrados o incrustados, “embedded journalist”).

En virtud de las anteriores consideraciones y de acuerdo con las disposiciones relativas


a las infracciones graves de los Convenios de Ginebra y sus Protocolos, los homicidios,
los actos de tortura así como los atentados contra la integridad física o la salud, las
detenciones ilegales, incluidos los secuestros, y otras violaciones graves de las
obligaciones dimanantes del Derecho internacional humanitario dirigidas o
cometidas contra los periodistas se considerarán crímenes de guerra sujetos, entre
otros, al principio de justicia universal. En tal sentido, la Resolución 1738 (2006) del
Consejo de Seguridad y la posterior Res.2222 (2015) hacen constancia de la
preocupación de este órgano por la frecuencia con que se cometen actos de violencia en
muchas partes del mundo contra periodistas, profesionales de los medios de
comunicación y su personal asociado en los conflictos armados, en particular ataques
deliberados que contravienen el derecho internacional humanitario.

5. El principio de distinción entre objetos civiles y militates

 De acuerdo con el artículo 52 del Protocolo adicional I, los ataques se


limitarán estrictamente a los objetivos militares. En lo que respeta a los bienes,
los objetivos se limitan a aquellos objetos que por su naturaleza, ubicación,
finalidad o utilización contribuyan eficazmente a la acción militar y cuya
destrucción total o parcial, captura o neutralización ofrezca, en las
circunstancias del caso, una ventaja militar definida. En caso de duda acerca
de si un bien que normalmente se dedica a fines civiles, tal como un lugar de
culto, una casa u otra vivienda o una escuela, se utiliza para contribuir
eficazmente a la acción militar, se presumirá que no se utiliza con tal fin.

 Por su parte el artículo 53 del Protocolo adicional I de 1977 indica que sin
perjuicio de las disposiciones de la Convención de La Haya del 14 de mayo de
1954 para la Protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado y de
otros instrumentos internacionales aplicables, queda prohibido cometer actos
de hostilidad o de represalia dirigidos contra los monumentos históricos,
obras de arte o lugares de culto que constituyen el patrimonio cultural o
espiritual de los pueblos así como utilizar tales bienes en apoyo del esfuerzo
militar.

Se debe priorizar la protección de los bienes indispensables para la supervivencia de


la población civil, y en concreto en la prohibición de hacer padecer hambre a la
población civil, se prohíbe atacar, destruir, sustraer o inutilizar los bienes
indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos
alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las
instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego, con la intención deliberada
de privar de esos bienes, por su valor como medios para asegurar la subsistencia, a la
población civil o a la Parte adversa, sea cual fuere el motivo, ya sea para hacer
padecer hambre a las personas civiles, para provocar su desplazamiento, o con
cualquier otro propósito. Tal prohibición no se aplicará cuando una Parte adversa
utilice tales bienes exclusivamente como medio de subsistencia para los miembros
de sus fuerzas armadas; o los utilice en apoyo directo de una acción militar, a
condición, no obstante, de que en ningún caso se tomen contra tales bienes medidas
cuyo resultado previsible sea dejar tan desprovista de víveres o de agua a la
población civil que ésta se vea reducida a padecer hambre u obligada a desplazarse
(art.54 del Protocolo I). Asimismo, en la realización de la guerra se velará por la
protección del medio ambiente natural contra daños extensos, duraderos y graves.

Las obras o instalaciones que contienen fuerzas peligrosas, a saber, las presas, los
diques y las centrales nucleares de energía eléctrica, no serán objeto de ataques,
aunque sean objetivos militares, cuando tales ataques puedan producir la
liberación de aquellas fuerzas y causar, en consecuencia pérdidas importantes en
la población civil. Los otros objetivos militares ubicados en esas obras o instalaciones,
o en sus proximidades no serán objeto de ataques cuando tales ataques puedan producir
la liberación de esas fuerzas peligrosas y causar, en consecuencia, pérdidas importantes
en la población civil. No obstante tal protección cesará solamente si tales
instalaciones se utilizan para funciones distintas de aquellas a que normalmente
están destinadas y en apoyo regular, importante y directo de operaciones militares
y si tales ataques son el único medio factible de poner fin a tal apoyo. En todos los
casos, sin embargo, la población civil y las personas civiles mantendrán su derecho a
toda la protección que les confiere el derecho internacional, incluidas las medidas de
precaución. Si cesa la protección y se ataca a cualquiera de las obras e instalaciones o a
cualquiera de los objetivos militares anteriormente mencionados, se adoptarán todas las
precauciones posibles en la práctica a fin de evitar la liberación de las fuerzas peligrosas
(art.56 Protocolo I).
Localidades no defendidas o “ciudades abiertas”

Artículo 25 del Reglamento sobre las leyes y costumbres de la guerra terrestre de La


Haya y en el artículo 1 del IX Convenio de La Haya de 1907. Conforme al citado
artículo 25 se prohíbe atacar o bombardear por cualquier medio las ciudades, pueblos o
edificios que no estén defendidos. Artículo 59 del Protocolo adicional I. A tal efecto, las
autoridades competentes de una parte en conflicto pueden declarar unilateralmente
localidad no defendida cualquier lugar habitado que se encuentre en la proximidad
o en el interior de una zona donde las fuerzas armadas estén en contacto y que esté
abierta a la ocupación por una parte adversa.

Tal declaración, en la que se indicará con precisión los límites de tal localidad, será
comunicada a la parte adversa quien no podrá negarse a reconocer tal situación si
concurren las condiciones requeridas. En este sentido, estas localidades han de reunir las
siguientes condiciones:

a) deberán haberse evacuado todos los combatientes, así como las armas y el
material militar móviles;
b) no se hará uso hostil de las instalaciones o los establecimientos militares fijos;
c) ni las autoridades ni la población cometerán actos de hostilidad;
d) no se emprenderá actividad alguna en apoyo de operaciones militares.

La presencia en esa localidad de personas especialmente protegidas por los Convenios y


por el Protocolo, así como la de fuerzas de policía retenidas con la única finalidad de
mantener el orden público, no se opone a las condiciones anteriormente señaladas.
Sobre la base del principio de prohibición de ataques a los civiles y a la población civil,
el TPIY ha estimado el ataque contra las poblaciones no defendidas como un
crimen de lesa humanidad (TPIY, asunto Blaskic, 2004, par.158).

Finalmente, el artículo 60 del Protocolo I hace referencia a las zonas desmilitarizadas


que son aquellas zonas en las que se retira todo elemento militar o en las que nunca se
han establecido elementos de esta índole, de modo que puedan servir de refugio a la
población civil y a los combatientes fuera de combate. Se exige siempre el acuerdo
expreso entre las partes y que las zonas reúnan ciertas condiciones que son las mismas
que las señaladas para las localidades no defendidas.

6. La prohibición de los escudos humanos.

En todo caso se prohíbe la utilización de la población civil para evitar los ataques a
objetivos militares (prohibición de escudos humanos).

El artículo 19 del III Convenio de Ginebra de 1949 exige que los beligerantes evacuen a
los prisioneros de guerra tan pronto como sea posible después de su captura, hacia
campamentos ubicados lo bastante lejos de la zona de combate como para no correr
peligro. Por su parte el artículo 23 del mismo Convenio establece que los prisioneros de
guerra no deben ser enviados a, o detenidos en, lugares donde queden expuestos al
fuego de la zona de combate; tampoco pueden ser utilizados, a fortiori, para proteger
ciertos puntos o zonas contra los efectos de las operaciones militares. De forma similar,
el artículo 28 del IV Convenio de Ginebra de 1949 dispone que la presencia de una
persona protegida no debe ser utilizada para proteger ciertos puntos o zonas contra las
operaciones militares.

No obstante, esta prohibición aparece plasmada de forma taxativa en el Protocolo I de


1977. De acuerdo con su artículo 51.7, se establece que “la presencia de la población
civil o de personas civiles o sus movimientos no podrán ser utilizados para poner
ciertos puntos o zonas a cubierto de operaciones militares, en especial para tratar
de poner a cubierto de ataques los objetivos militares, ni para cubrir, favorecer u
obstaculizar operaciones militares. Las Partes en conflicto no podrán dirigir los
movimientos de la población civil o de personas civiles para tratar de poner
objetivos militares a cubierto de ataques, o para cubrir operaciones militares”.

 El artículo 51.8 del Protocolo I que afirma que ninguna violación dispensará a
las partes en el conflicto de sus obligaciones jurídicas con respecto a la
población civil. Más precisamente, el jefe de las fuerzas atacantes debe
continuar tomando todas las medidas de precaución necesarias para limitar las
bajas civiles o los daños a los bienes de carácter civil.
Esta es una clara referencia al artículo 57 del Protocolo cuya aplicación no se
suspende cuando se han utilizado civiles para cubrir objetivos militares. Esta
disposición impone la obligación de adoptar medios y métodos de guerra
diseñados de tal modo que se puedan evitar o reducir todo lo posible las bajas
civiles entre los escudos humanos. Además, implica que las fuerzas atacantes
tienen la obligación de buscar objetivos militares alternativos, que no estén
protegidos con civiles y cuya destrucción les permitiría obtener una ventaja
militar similar.

7. La prohibición de los ataques indiscriminados

Esta viene dada como consecuencia del principio de distinción es la norma que prohíbe
los ataques indiscriminados. En tal sentido se establece en el artículo 54.1 del
Protocolo I que se prohíben los ataques indiscriminados tales como:

a) los que no están dirigidos contra un objetivo militar concreto;


b) los que emplean métodos o medios de combate que no pueden dirigirse contra
un objetivo militar concreto; o
c) los que emplean métodos o medios de combate cuyos efectos no sea posible
limitar conforme a lo exigido por el presente Protocolo; y que, en consecuencia,
en cualquiera de tales casos, pueden alcanzar indistintamente a objetivos
militares y a personas civiles o a bienes de carácter civil.

8. Los principios de proporcionalidad y precaución del derecho internacional


humanitario

El principio consuetudinario de proporcionalidad en el ataque principios de


humanidad y necesidad militares (arts. 15 y 22 del Código Lieber así como del
artículo 24 de las Reglas de la guerra aérea de La Haya de 1924; arts. 51.5 b) y 57.2 a)
iii) al prohibir, y en su caso a suspender o anular, los ataques cuando sea de prever que
causarán incidentalmente muertos y heridos entre la población civil, o daños a bienes de
carácter civil, o ambas cosas, que serían excesivos en relación con la ventaja militar
concreta y directa prevista.
También en el Protocolo II y en el Protocolo II enmendado de la Convención sobre
ciertas armas convencionales (art.3) y conforme al Estatuto de la Corte Penal
Internacional constituye un crimen de guerra. En cuanto a qué ha de entenderse por
“VENTAJA MILITAR CONCRETA Y DIRECTA PREVISTA” se ha indicado que
generalmente consiste en ganar terreno o destruir o debilitar las fuerzas armadas
del enemigo.

La expresión ventaja militar debe ser sustancial y relativamente inmediata por lo que
una ventaja que apenas sea perceptible o que sólo aparezca en el largo plazo
debería descartarse. Además esta expresión ha de referirse a la ventaja que se prevé
obtener con un ataque militar considerado en su conjunto y no como una parte
aislada o concreta del ataque.

Dentro de este concepto han de entenderse incluido los denominados efectos


secundarios o “daños colaterales” del ataque, es decir los efectos que causa el ataque de
manera no directa ni inmediata pero que no obstante son consecuencia suya.

Desde la perspectiva del Derecho penal internacional, para determinar si un ataque es


proporcionado conviene apreciar si una persona razonable teniendo conocimiento
suficiente de la situación en la que se encuentra el autor y analizando juiciosamente las
informaciones que se encuentran a su disposición, habría podido prever que el ataque
causaría pérdidas excesivas en la población civil. A tal efecto, se indica que el
principio de proporcionalidad no se refiere a los daños reales causados ni a la
ventaja militar alcanzada por el ataque, sino a los previstos. Si, en una situación
determinada, una autoridad o un agente de un Estado no pueden evaluar con cierto
grado de previsibilidad los daños colaterales que pueden derivarse del ataque previsto,
ha de abstenerse sencillamente de emprender esa acción. A tal efecto y en referencia
con la “guerra aérea o dirigida por drones”, se ha defendido que parece absurdo dar por
sentado que una acción es proporcionada si el agente, para elevar al máximo su propia
seguridad y no exponerse a riesgos, opta deliberadamente por condiciones que no le
permiten llevar a cabo un análisis objetivo de los costes y beneficios, en el que se basa
en definitiva la proporcionalidad. Una norma subjetiva es, por lo tanto, incompatible
con la esencia del principio de proporcionalidad.

Complementario al principio de proporcionalidad, resulta el principio de precaución.


De acuerdo con el artículo 57.2 del Protocolo I, respecto a los ataques se tomarán las
siguientes precauciones. En primer lugar, quienes preparen o decidan un ataque
deberán:

i) Hacer todo lo que sea factible para verificar que los objetivos que se proyecta
atacar no son personas civiles ni bienes de carácter civil, ni gozan de protección
especial, sino que se trata de objetivos militares;
ii) Tomar todas las precauciones factibles en la elección de los medios y métodos
de ataque para evitar o, al menos, reducir todo lo posible el número de muertos y
de heridos que pudieran causar incidentalmente entre la población civil, así
como los daños a los bienes de carácter civil;
iii) Abstenerse de decidir un ataque cuando sea de prever que causará
incidentalmente muertos o heridos en la población civil, daños a bienes de
carácter civil, o ambas cosas, que serían excesivos en relación con la ventaja
militar concreta y directa prevista.

Asimismo se estipula que cuando se pueda elegir entre varios objetivos militares para
obtener una ventaja militar equivalente, se optará por el objetivo cuyo ataque, según sea
de prever, presente menos peligro para las personas civiles y los bienes de carácter civil.

Conforme a los comentarios de esta disposición, este principio exige que se utilicen de
manera sistemática los medios más eficaces y razonablemente disponibles para
obtener la información más fiable posible antes de un ataque. Si bien la disposición
de ninguna manera impone una obligación de resultado, establece que, en caso de duda,
debe obtenerse información adicional antes de iniciar un ataque. La factibilidad de
tomar precauciones –tanto en el ataque como contra los efectos del ataque– dependerá
de varios factores, como la inteligencia militar disponible, el nivel de control territorial,
la precisión de las armas disponibles, la urgencia de la acción militar y los costos y
riesgos asociados con medidas de precaución adicionales.

El artículo 57.2 c) del Protocolo I prevé que se dará aviso con la debida antelación y por
medios eficaces de cualquier ataque que pueda afectar a la población civil, salvo que las
circunstancias lo impidan. La obligación de dar aviso con la debida antelación de
cualquier ataque que pueda afectar a la población civil es un requisito antiguo que se
halla en las más tempranas codificaciones del derecho que rige la conducción de las
hostilidades. El artículo 19 del Código de Lieber.

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