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Área de Biología

Prat, María Inés


CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE RESPUESTA INMUNE

Introducción

En este módulo correspondiente al Proceso de Salud Enfermedad Atención Cuidado


como objeto de práctica se profundizarán los conceptos relacionados con la puesta en
marcha de los mecanismos inmunológicos que se desencadenan frente al ingreso de
un agente extraño.

Conceptos introductorios

El sistema inmune es el responsable de que, a pesar de vivir en un ambiente


densamente poblado de agentes microbianos potencialmente patógenos, sólo en
pocas ocasiones experimentemos procesos infecciosos evidentes desde el punto de
vista clínico. Si esto ocurre, en la mayoría de los casos, la infección suele resolverse
con rapidez gracias al desarrollo de una respuesta inmune que integra dos tipos de
estrategias diferentes: la inmunidad innata y la adaptativa.
La piel y los epitelios de los aparatos respiratorio, digestivo y genitourinario
representan elementos propios de la inmunidad innata que impiden la penetración de
los patógenos en el organismo. Estas barreras naturales no actúan pasivamente, sino
que contribuyen a la inmunidad antimicrobiana mediante la producción de sustancias
con actividad microbiostática y microbicida, como también a través de la
producción de un conjunto de mediadores capaces de inducir y orientar la
respuesta inflamatoria local. En esta respuesta participan distintas moléculas y
células entre las que podemos mencionar al sistema del complemento, proteínas
de fase aguda, interferones, neutrófilos, macrófagos, células NK, células
dendríticas mieloides y plasmacitoides y mastocitos.

La naturaleza del agente que ocasione el proceso infeccioso condicionará la


participación de cada uno de los componentes antes mencionados en el montaje de
una respuesta inmune.

Los linfocitos T y B constituyen los elementos celulares de la respuesta


inmune adaptativa. Estas células reconocen motivos particulares presentes en los
patógenos. Existen decenas o centenares de millones de estos motivos reconocidos
por los linfocitos T y B representados, por lo general, por secuencias aminoacídicas
cortas pertenecientes a las proteínas microbianas. El encuentro de estos linfocitos
con el patógeno o sus productos, ocurre en regiones especializadas de los órganos
linfoides secundarios, donde se drenan todos los antígenos que han superado las
barreras naturales del organismo. En forma cotidiana, los linfocitos naive (vírgenes),
generados en médula ósea/bazo o médula ósea/timo, que aún no se han encontrado
con antígenos extraños, ingresan en los órganos linfoides secundarios. Si allí no
encuentran su antígeno específico, egresan de ellos, se vuelcan al torrente circulatorio
y vuelven a intentarlo una y otra vez, recorriendo los restantes órganos linfoides
secundarios.

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El linfocito B o T que reconoció un antígeno se activa, sufre un proceso
denominado expansión clonal y genera una progenie compuesta de miles de células
con idéntica especificidad para ese antígeno. Al expandirse, una fracción mayoritaria
de los integrantes del clon mediarán funciones efectoras que harán frente al
patógeno. Una fracción menor se diferenciará a células de memoria, las cuales
pueden permanecer por años y permiten en el futuro una respuesta rápida y eficiente
frente a una re-exposición al mismo patógeno.

ANTÍGENO: sustancia que reacciona con los productos de una respuesta


inmunitaria. Los antígenos incluyen toxinas, sustancias químicas, bacterias,
virus u otras sustancias extrañas al cuerpo. Los tejidos y las células corporales,
incluso las células cancerosas, también contienen antígenos.

Inmunidad Innata

La inmunidad innata comprende en primer lugar barreras físicas y


anatómicas: la piel y los epitelios de los aparatos respiratorio, digestivo y
genitourinario. La integridad de estas barreras es fundamental para evitar la
penetración de los agentes patógenos. Los cortes, abrasiones, mordeduras y heridas
proporcionan vías de entrada a través de la piel. La acción de tocar o frotar los ojos, la
nariz y la boca, así como el respirar aire contaminado, ingerir alimentos
contaminados, o estar en contacto con personas infectadas, contribuyen a que los
patógenos rompan la barrera de las mucosas. Generalmente las infecciones
permanecen localizadas y desaparecen en algunos días sin causar enfermedad. El
control de estas infecciones tiene que ver con mecanismos inmunitarios que están
listos para actuar rápidamente frente a ellas. Estos mecanismos innatos se
desarrollan en dos etapas: la primera involucra el reconocimiento de la presencia del
patógeno y la segunda implica el desarrollo de los mecanismos efectores que lo
eliminan.

Barreras Naturales

- Piel: la epidermis provee una barrera continua, porque los desmosomas, aseguran la
adherencia entre las células impidiendo espacios libres. Es muy importante la
integridad de la capa de queratina o córnea. Sus alteraciones por heridas,
quemaduras o enfermedades exfoliativas facilitan la penetración de agentes
potencialmente patógenos a través de ellas. La secreción ácida de sus glándulas tiene
una función bactericida, eliminando así a los patógenos que colonizan la piel, siendo
conveniente el uso de jabones ácidos, sobre todo en patologías como acné, eczemas y
dermatitis del pañal donde la humedad local actúa como factor agravante. En los pies,
la piel seca impide la adherencia bacteriana; la sudoración y el calzado que los
contiene, son factores predisponentes de micosis ungueales. Por la humedad,
especialmente en ancianos y personas con déficit circulatorio, los espacios
interdigitales pueden ser la puerta de entrada de diversos patógenos. Los detergentes
y exfoliantes usados por profesionales como médicos, enfermeras, laboratoristas,
lavanderas, cocineras, curtidores, ordeñadores, que tienen repetidos contactos y
lavados de manos, pueden obrar macerando la piel, conduciendo a lesiones crónicas.
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Las venopunturas, canalizaciones y los procedimientos invasivos, practicados sin los
correctos cuidados también pueden facilitar una infección.

- Las Mucosas: representan una superficie de absorción 70 veces superior a la de la


piel. Para proteger la mucosa respiratoria de las infecciones encontramos factores
defensivos locales, como lisozima que actúan provocando lisis de los agentes
patógenos. En el epitelio respiratorio los pelos y cilias tienen movimientos de barrido,
que ocasionan el reflejo de la tos. Su función protectora se ve disminuida por el uso
de tabaco, la marihuana y la polución ambiental. Este mecanismo puede lesionarse
también en las infecciones virales como sarampión y gripe, por ello estas virosis
pueden complicarse con infecciones bacterianas agregadas. En otras mucosas hay
también secreciones de enzimas como espermina, leucina, arginina y betalisinas. La
lactoferrina producida por algunas células epiteliales impide que el hierro libre sea
usado por las bacterias y de este modo se inhiben o matan a los gérmenes que lo
utilizan.

- Las vías urinarias: tienen un flujo constante de orina y es así que se van limpiando
mecánicamente, no permitiendo la fijación de las bacterias en los epitelios. La
presencia de malformaciones, tumores, cálculos, prolapso vaginal, hipertrofia de
próstata o una relajación de la musculatura lisa, como sucede durante el embarazo, o
por trastornos neurológicos congénitos o adquiridos, disminuye los movimientos de
lavado, facilitando la adhesión de los gérmenes.

- pH ácido: la acidez gástrica es una importante barrera para detener infecciones que
se contraen por ingestión. Los antiácidos facilitan las infecciones intestinales
provocadas por inóculos bacterianos de alimentos contaminados. La acidez del medio
vaginal, dada por la presencia de bacilos de Döderlein, protege la infección de esta
mucosa, durante la época fértil de las mujeres. En la menopausia baja el nivel
hormonal lo que permite la colonización por otras bacterias, apareciendo una
vaginosis bacteriana, como consecuencia de la deprivación hormonal.

- Microbiota normal: tiene un efecto protector porque actúa frente a los


microorganismos patógenos compitiendo por los nutrientes, produciendo
bacteriolisinas y además, estimulando al sistema inmune.

Respuesta Inmune Innata

En el reconocimiento del agente extraño intervienen proteínas solubles y


receptores de la superficie celular que ligan al patógeno y/o sus productos, o que
reconocen células humanas o proteínas séricas alteradas por la presencia del
patógeno. Los patógenos presentan patrones moleculares asociados a ellos que se
conocen como PAMPs. Dentro de estos encontramos a los componentes de las
paredes celulares de las bacterias, los ácidos nucleicos virales y las paredes de las
levaduras. Estos PAMPs son reconocidos por receptores del sistema inmune que se
denominan receptores de reconocimiento de patrones (RRP) y que se encuentran en
las membranas celulares, en el citoplasma o también en forma soluble. Estos
receptores también pueden reconocer productos derivados del daño (DAMPs), que
se generan en las células ante la presencia de un proceso infeccioso.

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En los mecanismos destinados a eliminar al patógeno, que se desencadenan
luego de este reconocimiento, participan células efectoras y proteínas séricas. Las
células fagocitan las bacterias, producen proteínas solubles (citoquinas), destruyen
células infectadas por virus, o liberan moléculas que dañan la cubierta de los
parásitos grandes que no pueden ser fagocitados. Las proteínas séricas (entre las que
se encuentra el sistema complemento y los interferones de tipo I y II) ayudan a las
células efectoras marcando a los patógenos, ejercen una acción directa sobre los
mismos, inducen activación celular o estados antivirales. Dependiendo de cuál sea el
patógeno que esté involucrado actuarán distintos tipos de células y moléculas
efectoras.
Un ejemplo de cómo la inmunidad innata puede eliminar una infección es lo
que ocurre cuando un niño que anda en patineta se cae en una acera de algún parque.
Cuando el niño llega a su casa la madre le lava las magulladuras para eliminar la
suciedad y los patógenos que pudieran encontrarse. De las bacterias que pueden
haber quedado, algunas comienzan a dividirse e inician una infección. Las células y
proteínas de los tejidos lesionados detectan la presencia de estas bacterias. Las
citoquinas producidas por algunas células interactúan con otras células para activar
la repuesta innata. El efecto global de esta respuesta es inducir un estado de
inflamación. Este concepto es muy antiguo y posee cuatro signos característicos:
calor, dolor, rubor y tumor. Estos síntomas que todos hemos experimentado alguna
vez no se deben a la infección sino a la respuesta que pone en marcha el sistema
inmune frente a ella.

INFLAMACIÓN: término general aplicado a la acumulación de líquido,


proteínas plasmáticas y glóbulos blancos, que se inicia por una injuria física, o
por una infección.

Las citoquinas inducen la dilatación de los capilares sanguíneos, lo que al


aumentar el flujo de sangre hace que la piel se caliente y se enrojezca. La dilatación
vascular (vasodilatación) produce separación entre las células endoteliales y esto
aumenta el pasaje de plasma de la sangre hacia el tejido. Este aumento del volumen
del líquido local causa hinchazón o edema, que presiona las terminaciones nerviosas
y provoca dolor. Las citoquinas también alteran las propiedades adhesivas del
endotelio vascular, lo que estimula a los leucocitos (glóbulos blancos) a adherirse y
desplazarse desde la sangre hacia los tejidos inflamados. Estos leucocitos liberan
sustancias que contribuyen al proceso inflamatorio, muchas de estas sustancias son
citoquinas y se conocen como interleuquinas (IL).

CITOQUINAS: son proteínas secretadas por las células como forma de enviar
señales a otras células y regular su actividad; muchas se denominan
interleuquinas. Actúan sobre células que tengan receptores para ellas. Pueden
actuar sobre la misma célula que la produce (acción autócrina), sobre células
cercanas (acción parácrina) o sobre células alejadas (acción endócrina).

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Dentro de las células que participan en la respuesta inmune innata
encontramos:

- Leucocitos polimorfonucleares: tienen un núcleo irregular, lobulado (de 2 a 5


lóbulos). Los polimorfonucleares más numerosos son los neutrófilos, que circulan
en la sangre y pueden ingresar a los tejidos inflamados. Tienen una importante
actividad fagocítica y una vida media corta, por ello mueren en los tejidos infectados
con la consiguiente formación de pus. Le siguen en número los eosinófilos, que son
importantes en la defensa frente a parásitos intestinales e intervienen en algunos
procesos alérgicos. Por último podemos mencionar a los basófilos, que son poco
abundantes. Estos tres tipos celulares se caracterizan por tener en su interior
granulaciones citoplasmáticas cuyo contenido se tiñe con diferentes colorantes
histológicos que permiten su diferenciación.
- Monocitos: circulan en sangre, son más grandes que los polimorfonucleares y
tienen un núcleo dentado característico, cuando salen a los tejidos se diferencian en
macrófagos. Los macrófagos no migran y tiene función fagocítica al igual que los
neutrófilos, y producen una gran cantidad de citoquinas que modulan las respuestas
inflamatorias. Además de eliminar patógenos por fagocitosis estas células son las
depuradoras generales del organismo, ya que eliminan células muertas y detritus
celulares. Los macrófagos reciben distintos nombres según el tejido en el que se
encuentran, por ejemplo Células de Kuffer del hígado y células de la microglía en el
sistema nervioso central.
- Células dendríticas mieloides: dentro de estas células encontramos a las células
de Langerhans. Tienen capacidad migratoria, captan a los antígenos y activan a los
linfocitos T vírgenes (linfocito de la respuesta adaptativa).
- Células NK (natural killer): son importantes en las infecciones virales, destruyen a
las células infectadas por virus y producen citoquinas. También participan en la
eliminación de células tumorales.
- Mastocitos: son células residentes en los tejidos que promueven el desarrollo de
reacciones inflamatorias a través de la liberación de un amplio conjunto de
mediadores biológicos (histamina, leucotrienos, citoquinas y quemoquinas).
- Células dendríticas plasmacitoides: presentan una notable capacidad de producir
Interferones de tipo I, mediando una potente acción antiviral.

En relación a las moléculas solubles de la respuesta innata es importante


hablar del sistema complemento, de los interferones, de las proteínas de fase aguda y
de las citoquinas pro-inflamatorias:
- El sistema complemento: tiene una acción relevante en las infecciones frente a
bacterias. Está constituido por más de treinta proteínas, la mayoría de las cuales
sintetizadas en el hígado. Normalmente este sistema se encuentra inactivo. Su
activación se produce por tres vías distintas, dos de estas vías actúan en la respuesta
innata y la otra en la adaptativa, mediada por la presencia de complejos antígeno-
anticuerpo. La activación conduce a la generación de moléculas mediadoras de la
inflamación, moléculas que actúan como opsoninas y puede también, si se activan
todos sus componentes, producir la lisis de las células sobre la cual se fija.
- Interferones: existen dos tipos de interferones. El Interferón de tipo I, producido
por toda célula infectada por virus y por las células dendríticas plasmacitoides,
ejerce un efecto antiviral sobre las células infectadas y también sobre las células

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vecinas no infectadas. El de tipo II (Interferón γ), producido por las NK y los LT,
tiene como función principal la activación de macrófagos.
- Proteínas de fase aguda: son sintetizadas en el hígado. Su producción se
incrementa en forma rápida entre 6 y 48 horas después de la infección. Dentro de
estas proteínas encontramos: factores de la coagulación (fibrinógeno, protrombina,
plasminógeno), componentes del sistema complemento, proteína C reactiva, y
compuestos antioxidantes, entre otros.
- Citoquinas pro-inflamatorias: producidas por los macrófagos. Dentro de las más
destacadas tenemos a la IL-1, IL-6 y el TNF- α (factor de necrosis tumoral α), que
inducen una respuesta inflamatoria local y sistémica (aumento de la temperatura
corporal, síntesis de proteínas de fase aguda, incremento en la producción de
neutrófilos).

Respuesta Inmune Adaptativa

Los seres humanos estamos expuestos diariamente a agentes patógenos. A


pesar de esta exposición la inmunidad innata es la responsable de que
permanezcamos sanos la mayor parte del tiempo. Sin embargo en algunas infecciones
la repuesta innata no logra eliminar al patógeno pero retarda su diseminación,
mientras se convoca a los linfocitos de la repuesta adaptativa. Los mecanismos
efectores de esta respuesta son similares a los mecanismos efectores de la respuesta
innata, la diferencia reside en el tipo de receptores que participan en el
reconocimiento del patógeno. Estos receptores están codificados por genes que se
cortan, se unen y se modifican para producir millones de variantes, cada una de las
cuales es expresada por una subpoblación diferente de linfocitos. Durante la
infección sólo se seleccionan los que reconocen al patógeno, para que su cantidad
aumente produciéndose así muchas células efectoras. Este proceso necesita de
tiempo, por eso la inmunidad adaptativa comienza a ejercer su acción luego de una
semana de iniciado el proceso infeccioso. Una proporción de estos linfocitos que se
expandieron persisten en el cuerpo, y se conocen como células de memoria. Estas
células de memoria son las responsables de que la repuesta adaptativa que se genere
frente a una segunda entrada de ese mismo patógeno sea más rápida e intensa.
Los linfocitos T (LT) y los linfocitos B (LB) son las células de la respuesta
adaptativa. Tienen en su membrana moléculas proteicas que son los receptores de
reconocimiento de los antígenos presentes en los patógenos. Tanto los LT como los
LB se acumulan en tejidos especializados conocidos como tejidos linfoides u
órganos linfoides. Dentro de estos tejidos encontramos a la médula ósea, el timo, el
bazo, los ganglios linfáticos, las placas de Peyer, y todo el tejido linfoide asociado a los
epitelios de mucosas (respiratoria, urogenital, gastrointestinal). La médula ósea y el
bazo son los sitios anatómicos en los que se forman y maduran los LB. La médula ósea
y el timo son los sitios en donde maduran los LT. Estos lugares de maduración y de
generación de los receptores antigénicos se conocen como órganos linfoides
primarios. Los LB y LT que allí se generan allí son linfocitos vírgenes. Los lugares
donde estos linfocitos se encuentran con los antígenos extraños y se activan son los
órganos linfoides secundarios (ganglios, Placas de Peyer, bazo, etc).
Dentro de la población de linfocitos T podemos encontrar dos subpoblaciones,
los LT que expresan en su membrana la molécula CD4, llamados linfocitos T
colaboradores o “helper” (LTH), y los que expresan la molécula CD8, los linfocitos
T citotóxicos. Ambas poblaciones necesitan que otra célula les “muestre” el antígeno

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que ellos son capaces de reconocer. Las células que activan por primera vez a
cualquiera de estos dos tipos de linfocitos son las células dendríticas mieloides.
Los LT colaboradores producen citoquinas que ayudan a la activación o
regulación de otros tipos celulares y los LT citotóxicos son claves para eliminar
células infectadas por virus u otros patógenos intracelulares.
Los LB se diferencian a células productoras de inmunoglobulinas o
anticuerpos. Estas células se llaman células plasmáticas o plasmocitos. En muchos
casos los LB deben recibir la ayuda de los LT colaboradores para lograr esta
diferenciación. Las células plasmáticas pueden ser de corta vida o de larga vida. Estas
últimas se ubican principalmente en médula ósea y producen anticuerpos toda la vida
del individuo, contribuyendo, junto con las células de memoria, a la memoria
inmunológica.
Existen cinco clases de anticuerpos o inmunoglobulinas, cada una de las cuales
cumple un rol particular en la respuesta inmune:

- IgM: se encuentra anclada a la membrana de los LB que aún no se han


enfrentado con los antígenos extraños (LB vírgenes o “naive”), o en forma soluble,
en el suero o plasma. Es la primer inmunoglobulina que se produce, por eso es la
indicadora de los procesos agudos. La IgM que se mantiene en circulación es
pentamérica. Es muy buena activadora del sistema complemento.

- IgG: forma parte del receptor para el antígeno en los LB que ya fueron
activados y en la mayoría de los LB de memoria. Se produce luego de la IgM. El
80 % de los anticuerpos secretados es IgG. Es capaz de atravesar placenta y
también se encuentra en la leche materna, de ahí su importancia en la inmunidad
del recién nacido.

- IgA: se encuentra en circulación y en las secreciones mucosas, donde se


denomina IgA secretoria. Es clave para la protección frente a patógenos que
ingresan por las mucosas. También se encuentra en la leche materna
constituyendo una protección adicional para el recién nacido.

- IgE: es importante en la inmunidad frente a parásitos. Interviene en los


procesos alérgicos, ya que es capaz de fijarse a receptores de alta afinidad para
ella que se encuentran en la superficie de mastocitos y basófilos. La entrada
posterior del antígeno y su unión a las IgE fijadas conduce a la degranulación de
estas células, con la liberación de los mediadores químicos que ocasionan los
síntomas de la alergia (picazón, estornudos, lagrimeo).

- IgD: está anclada en la membrana del LB virgen, su función no está totalmente


esclarecida. Se secreta en baja concentración.

INMUNOGLOBULINAS: familia de proteínas a la cual pertenecen los


anticuerpos y el receptor para el antígeno de los LB.

Los anticuerpos son muy importantes para la defensa frente a patógenos


extracelulares y sus toxinas. Pueden unirse a un sitio del patógeno para inhibir su
desarrollo, su replicación o su interacción con las células humanas. Este mecanismo

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se llama neutralización. Los efectos de las toxinas también pueden evitarse si un
anticuerpo se une a ellas. La IgG facilita la fagocitosis y la destrucción de
microorganismos extracelulares y toxinas por los fagocitos (neutrófilos y
macrófagos). Estas células poseen receptores capaces de unir IgG. Una bacteria
recubierta por IgG es más fácilmente fagocitada. Este mecanismo se denomina
opsonización. La opsonización también puede producirse gracias a la acción del
complemento. Tanto la IgM como la IgG unidas a los antígenos pueden activar este
sistema y generar moléculas que recubran al patógeno. Los macrófagos poseen
receptores para estas moléculas del complemento, lo que facilita la fagocitosis del
patógeno.

La vacunación es el procedimiento que favorece la generación de memoria


inmunológica en forma artificial. Esta memoria inmunológica se relaciona
íntimamente con la respuesta adaptativa. Las células de memoria se generan durante
la primer entrada del agente extraño, ya sea que haya ingresado en forma natural o
artificial (por vacunación). Los LB de memoria se activan mucho más rápidamente
que los LB vírgenes, y producen anticuerpos que reconocen con una mayor eficiencia
al antígeno. Los LT de memoria pueden ser LT colaboradores y LT citotóxicos.

La principal función del sistema inmune es protegernos de los agentes


infecciosos. Sin embargo muchas enfermedades importantes se asocian con
una respuesta inmune normal dirigida contra un antígeno inapropiado,
frecuentemente en ausencia de una infección. La respuesta inmune dirigida
contra un antígeno no infeccioso se conoce como: alergia, cuando el antígeno
es una sustancia extraña inocua (por ejemplo el polen), o enfermedad
autoinmune, cuando la respuesta inmune se dirige contra un antígeno propio
y causa un daño en un órgano o tejido.

Cuando los componentes del sistema inmune faltan o no funcionan en forma


correcta la consecuencia suele ser una mayor susceptibilidad a las infecciones
microbianas. Entre las causas más importantes de estas respuestas deficientes se
encuentran las mutaciones en genes que contribuyen con la inmunidad. Estas
enfermedades se denominan inmunodeficiencias primarias. En otras ocasiones esta
inmunodeficiencia puede producirse por que un patógeno afecta directamente a las
células del sistema inmune, como es el caso de la infección por HIV. Esta
inmunodeficiencia, que no es por causas genéticas se denomina inmunodeficiencia
secundaria.

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Conclusión

El ser humano durante su vida crece y se desarrolla expuesto a la agresión de


un gran número de patógenos. Para su protección, está dotado de un sistema de
defensa altamente eficiente: el sistema inmune. Este sistema está compuesto por
numerosas moléculas, células y órganos, participa en los procesos de resistencia y
control frente a los agentes infecciosos, y no sólo actúa en respuesta a estímulos del
medio externo, sino que además contribuye al mantenimiento del equilibrio en el
medio interno. Como uno de los responsables de la homeostasis de este medio, regula
la respuesta a los antígenos propios a través de la auto-tolerancia y mantiene la
vigilancia inmunológica frente a células transformadas como resultado de
alteraciones genéticas o procesos neoplásicos.
La respuesta de un individuo frente a las infecciones microbianas, y las
lesiones tisulares depende de dos sistemas efectores diferentes. El primero es un
sistema de reconocimiento selectivo pero de especificidad relativa, la inmunidad
innata, capaz de desarrollar una respuesta inicial rápida, mediante la amplificación y
reclutamiento de un sistema efector, que neutraliza el agente agresor o elimina los
productos tóxicos. La inmunidad innata o natural es conferida, por una variedad de
elementos celulares y humorales, con los cuales un individuo está dotado desde su
nacimiento. Está constituido por diversos componentes, incluyendo barreras físicas
tales como la piel, la conjuntiva de los ojos y las membranas mucosas que tapizan el
tracto respiratorio, digestivo y genito-urinario. Constituyen la primera línea de
defensa y la mayoría de los microorganismos o agentes extraños no pueden penetrar
a través de estas barreras, cuando las mismas están intactas. Ellas mantienen la
esterilidad de los tejidos que recubren y utilizan de manera adicional en esta
protección, una serie de elementos químicos tales como el pH, y la secreción de ácidos
grasos y enzimas. El mucus que recubre las superficies internas del cuerpo actúa
como un potente protector que bloquea la adherencia de las bacterias a los epitelios.
Los microbios y otras partículas foráneas atrapadas en el mucus son removidos por
estrategias mecánicas tales como movimientos ciliares, el reflejo de la tos y el
estornudo. En el tracto digestivo es notable la acción de las enzimas hidrolíticas de la
saliva, el bajo pH del jugo gástrico y la acción de proteasas y componentes
antibacterianos. La lisozima que está presente en casi todas las secreciones y en la
sangre actúa descomponiendo la mucina de la pared bacteriana y la quitina de los
hongos. Por otra parte, la flora bacteriana normal del cuerpo, es capaz de controlar el
crecimiento de bacterias y hongos patógenos, a través de la competencia por los
nutrientes esenciales y también por la producción de sustancias inhibitorias.
Una vez que estas barreras naturales son atravesadas, la inmunidad innata
dispone de otro mecanismo de defensa: la respuesta inflamatoria o inflamación. La
inflamación es el conjunto de cambios que ocurren en un tejido vivo como respuesta a
una lesión. El rasgo más importante de la inflamación es la acumulación de
neutrófilos y monocitos, que acuden al sitio de la lesión, atraídos por mediadores
químicos, los factores quimiotácticos. Estos factores son componentes propios de las
bacterias, componentes del sistema complemento, y citoquinas (IL-1, IL-6, IL-8 y TNF-
α). Este proceso de migración celular está facilitado por la vasodilatación y el
aumento de la permeabilidad vascular producido por diferentes mediadores como la
histamina, la bradicinina y los factores del sistema de complemento. Las moléculas de
adhesión, expresadas en las membranas celulares y también en los endotelios

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vasculares, participan de manera activa, durante el tráfico leucocitario y promueven
la extravasación de las células a los tejidos inflamados.
Si la respuesta innata no logra eliminar al patógeno se desencadena el segundo
sistema efector: la respuesta adaptativa o adquirida. La exquisita especificidad es
una de las características de esta respuesta. El sistema inmune adaptativo está
integrado por células dotadas de receptores de alta especificidad, los linfocitos T y B,
capaces de reconocer un amplio espectro de determinantes antigénicos. La activación
clonal de los linfocitos B conduce a su diferenciación en células plasmáticas,
productoras de anticuerpos, responsables de la Inmunidad Humoral. Por otra parte,
la expansión de los linfocitos T culmina con la generación de células efectoras
responsables de la Inmunidad Celular.
Una característica de las respuestas inmunes humorales y celulares es la
capacidad de responder a una infección posterior con el mismo antígeno de forma
más rápida y eficiente; esta propiedad se denomina memoria inmunológica.
El sistema inmune tiene la capacidad de discriminar entre aquello que le es
propio y lo que no lo es. De esta manera los linfocitos de un individuo, son capaces de
reconocer los antígenos propios. La auto-tolerancia es un proceso de aprendizaje que
se lleva a cabo durante la maduración de los linfocitos en los órganos linfoides
primarios e involucra la participación de los receptores antigénicos, presentes en la
superficie de estas células y las moléculas propias.

De la eficiencia del sistema inmune y la respuesta ante los patógenos depende


la supervivencia de una especie.

Bibliografía

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