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Desde que Titchener (1909) definió la empatia como la capacidad de entirse dentro de, el concepto ha sido objeto de numerosas discusiones teóricas que han variado de acuerdo con los
enfoques que la han sustentado (Fernández-Pinto, López-Pérez y Márquez, 2008). De esta forma, se encuentran posturas teóricas que plantean la empatia como una respuesta emocional y
comportamental a los estados mentales y afectivos, y a los pensamientos de un observador hacia un observado, implicando reacciones de filiación (Albiero, Matricardi, Speltri y Toso, 2009; Decety
y Lamm, 2006; Pelligra, 2011; Stocks, Lishner, Waits y Downum, 2011). En una línea similar, se ha sostenido que la empatía es la capacidad para comprender, anticipar y reaccionar a los estados
mentales de los otros, pero con distinción plena entre lo propio y lo ajeno; es decir, saber que aquello que se está experimentando es producido por un externo (Clark, 2010; Decety y Michalska,
2010; Oliveira-Silva y Gonçalves, 2011). Algunas formulaciones teóricas sustentan una división entre los procesos cognitivos y afectivos, definiendo la empatía como una habilidad para la
comprensión cognitiva y afectiva de los estados mentales de los otros, con capacidad para tomar perspectiva y asumir una reacción emocional (Barnett y Mann, 2013; Feshbach, 1975; Singer y
Lamm, 2009). Otros autores proponen que la empatía tiene que ver con la preocupación subyacente al sufrimiento o al peligro en el que se encuentra otra persona, provocando sentimientos como
la compasión y la ternura (Geer, Estupinan y Manguno-Mire, 2000), o que es una simple capacidad de imitación (Goldman, 1993), incluso como una forma básica de intencionalidad (Zahavi, 2008).
También, el concepto ha sido comprendido como un proceso ligado estrechamente al funcionamiento de las neuronas espejo (Cattaneo y Rizzolatti, 2009).
En este sentido, es posible plantear que la empatía ha sido abordada y entendida como un proceso, una habilidad o una respuesta comportamental. En los estudios de Psicología experimental y
Neurociencia cognitiva tiende a entenderse la empatía como una característica de la mente que no solo permite entablar una relación con un otro, sino que además posibilita la comprensión de
los estados emocionales propios y ajenos (Bird y Viding, 2014; Sucksmith, Allison, Baron-Cohen, Chakrabarti y Hoekstra, 2013). Supone también la capacidad para entender y responder a
experiencias emocionales propias de los otros (Decety y Jackson, 2006). El estudio de la empatía ha abordado por separado sus componentes afectivos y cognitivos. Respecto al procesamiento
afectivo, se ha definido como un afecto compartido o un sentimiento vicario (Lockwood, 2016), mientras que el procesamiento cognitivo se ha entendido como la capacidad de comprender y
adoptar la perspectiva y los pensamientos de los otros (Fernández-Pinto et al., 2008). Aunque existen diferentes postulados teóricos, la empatia constituye uno de los dominios básicos para la
interacción social, puesto que posibilita la comprensión de otras personas y facilita el establecimiento de relaciones sociales (Lockwood, 2016). Partiendo de estas concepciones, en las últimas
décadas la empatía se ha estudiado empíricamente en patologías neuropsiquiátricas como los trastornos del espectro autista (TEA), este interés ha surgido debido a que el autismo se caracteriza
por el déficit en la comunicación (Bos y Stokes, 2018) y las habilidades sociales, llevando a la ineficacia en el establecimiento de relaciones sociales (Ruggieri, 2013), convirtiéndose en un modelo
Los estudios empíricos han utilizado diversos instrumentos, entre los cuales es común denominador el uso de autoreportes o cuestionarios (Bird et al., 2010; Hagenmuller, Roessler, Wittwer y
Haker, 2014; Mathersul, McDonald y Rushby, 2013; Sucksmith et al., 2013) y tareas de rendimiento (Koehne, Hatri, Cacioppo y Dziobek, 2016; Schulte-Rüther et al., 2014) que han esclarecido los
déficits de empatía en el autismo (Aan het Rot y Hogenelst, 2014). Así mismo, cuestionarios utilizados para la medición de empatía, han mostrado que los sujetos con autismo presentan déficits
más prominentes en el componente cognitivo de la empatía (Dadds et al., 2008; Pouw, Rieffe, Oosterveld, Huskens y Stockmann, 2013).
Lo anterior está estrechamente relacionado con estudios que muestran que en Teoría de la Mente - ToM (del inglés theory of mind)1 los autistas presentan una marcada dificultad para
comprender los estados emocionales, lo cual puede explicar las dificultades encontradas en tareas de reconocimiento utilizadas en la medición de la empatía cognitiva (Mazza et al., 2014),
contradiciendo así algunos hallazgos que muestran que la ToM, no se encuentra relacionada directamente con la empatía (Peterson, 2014). De igual forma, se encuentran estudios que sugieren
que no solo la empatía cognitiva se altera en autismo, también la interacción con aspectos afectivos y habilidades sociales (Grove, Baillie, Allison, Baron-Cohen y Hoekstra, 2014).
Con relación a la investigación de las bases cerebrales de la empatía en autismo, los estudios han utilizado técnicas de neuroimagen como la fMRI (del inglés: functional magnetic resonance
imaging). Estos trabajos muestran una tendencia en la reducción de la activación en la corteza prefrontal dorsomedial, un procesamiento atípico en el área posterior del surco temporal superior, la
amígdala y la corteza cingulada anterior (Ruggieri, 2013). Así mismo, los estudios concuerdan al sugerir que la unión temporoparietal juega un importante rol en la empatía. De igual forma, se ha
expuesto que la unión temporoparietal tiene un importante rol en la empatia, puesto que permite discriminar las creencias e intenciones de las otras personas en el funcionamiento de la teoria de
la mente (Fan, Chen, Chen, Decety y Cheng, 2014; Hoffmann, Koehne, Steinbeis, Dziobek y Singer, 2016; Tousignant, Eugene y Jackson, 2016); asi como la corteza orbitofrontal se encarga de
procesar y regular las emociones y la conducta (Lázaro y Solis, 2008). Las cortezas occipitales y limbicas también se han visto involucradas en mayor actividad en estudios que evalúan conductas
empáticas (Geday, Gjedde, Boldsen y Kupers, 2003; Moya-Albiol, Herrero y Bernal, 2010). Lo anterior permite inferir que la empatía es un proceso determinante en la interacción social, que parece
estar afectado en el autismo. Es por esto que esta revisión analiza los hallazgos y métodos de medición que se han utilizado en recientes estudios que abordan la empatía en autismo.