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1. EL PERÍODO CLÁSICO
2. LA LITERATURA
1. La tragedia
2. Las opiniones estéticas de los poetas trágicos y de
Epicarmo.
3. Fin de la tragedia y Aristófanes
4. La prosa
1. La tragedia. El período clásico no dio en Grecia nuevas grandes obras épicas y líricas. Seguía siendo viva la
poesía de Homero y la de los antiguos poetas líricos. Homero era considerado no sólo el mayor poeta, sino
también un sabio, una fuente de belleza y de sabiduría. Para los primeros estetas, la poesía de los grandes
poetas antiguos era ya lejana, pero al mismo tiempo estaba rodeada de la aureola de lo distante. .
No obstante, el período clásico tuvo su gran poesía, una poesía cercana y actual, ya que fue en aquel entonces
cuando aparecieron los grandes trágicos griegos. Las cualidades de la tragedia griega, importantes para la
historia de la estética, son las siguientes :
a) La tragedia nació de los ritos pertenecientes al culto religioso, r estaba vinculada con éste más estrechamente
que la poesía épica y lírica de los griegos. Surgió de la “choreia” de la danza y del canto, pero su grandeza se
debió a su pensamiento, a su contenido, al hecho de tratar los problemas de la vida y del destino humano.
b) En cuanto a los aspectos visuales, la tragedia se parecía más bien a nuestra ópera que a la tragedia actual. Un
papel importante lo desempeñaba primitivamente el coro (al principio había un solo actor, Esquilo introdujo un
segundo). El coro recitaba, pero su recitación estaba más cerca del canto. La música y la danza constituían un
elemento importante de la tragedia, las representaciones teatrales fueron una continuación de la “triúnica
choreia”, primitiva que operaba tanto con la palabra como con el sonido y el movimiento. Se trataba más bien
de una ejecución musical que de una representación. Los decorados, sobre todo al principio, eran una cuestión
secundaria. .
c) En su origen, la tragedia no tenía nada que ver con el realismo. En su fase primitiva no se desarrollaba en la
esfera humana sino en el límite entre lo humano y lo divino. Las tragedias de Esquilo todavía se parecían a los
cantos ditirámbicos. Su tema eran los mitos, tenían una trama sencilla, su problema esencial era la relación
entre el hombre y los dioses, la libertad y la necesidad. Se desarrollaban en un ambiente milagroso y
sobrehumano, sin intentos de presentar y diferenciar los caracteres ni de reflejar la realidad. En su concepción
se parecían más a las esculturas arcaicas de Olimpia que a las clásicas del Partenón.
d) La tragedia era un arte para todos. Desde los tiempos de Pericles, cada ciudadano de Atenas recibía del estado el
dinero necesario para abonar su entrada en el teatro. Cinco jueces oficiales clasificaban las obras y parece que lo
hacían dejándose llevar por la opinión de los espectadores. .
e) La tragedia era obra de un solo autor y no una creación colectiva de un poeta, de un compositor y de un director.
Al principio, el autor no sólo escribía el texto, sino que también componía la música, la danza y el canto; era
director, actor y hasta empresario de los espectáculos.
f) Casi desde sus principios la tragedia alcanzó -según la uniforme opinión de [os siglos- cúspides jamás igualadas.
Como siguiendo una curiosa “ley de series”, los tres grandes trágicos aparecieron uno tras otro (Esquilo: 525-456;
Sófocles: 496-406; Eurípides: 480-406/5). El más joven empezaba a escribir cuando el mayor aún escribía.
El desarrollo de la tragedia fue vertiginoso. Esquilo redujo el coro, amplió el diálogo, decoró el escenario, introdujo
una escenografía más rica, vistió a los actores de túnicas rozagantes y les calzó coturnos más altos. Sófocles se
liberó del arcaísmo que aún caracterizaba a Esquilo; sus tragedias son más complejas, compuestas más
minuciosamente, más realistas y más humanas, pero también armonizadas o idealizadas. Dijo que presentaba a los
hombres “como debían ser”. La última etapa la constituye Eurípides, un realista que pasó de la tragedia divina a la
humana y pintó a los hombres “como son”.
Los grandes poetas trágicos estaban vinculados con los problemas sociales de entonces, Sófocles representaba la
ideología de la derecha, y se mostraba reacio a la radical ilustración de los sofistas. Eurípides, al contrario, estaba
ligado a los sofistas, e ideológicamente pertenecía a la vanguardia. Junto con ellos, entró en el arte el antagonismo
entre la tradición y la renovación, entre las tendencias conservadoras y progresistas, que pronto pasó del arte a su
teoría. Historia de la Estética, I. La estética antigua, W. Tatarkiewicz, Edit. Akal, España, 2000, pp. 50-51.
Esquilo (Αισχύλος,
Aisjílos) Sófocles (Σοφοκλής) 496-406
525-456 a.C. a.C.
I.
2. El canon, canon (κανών), equivalente del “nómos” en la música, -Iey-
3. El canon en la arquitectura.
4. El canon en la escultura.
5. El canon en el arte de las vasijas.
6. Las aspiraciones cognoscitivas del arte.
7. Tres fundamentos para establecer los cánones. Los griegos establecían sus
cánones
a base de diferentes premisas.
a. Fundamento filosófico general (Cosmos=proporciones)
b. Observación de los seres orgánicos (canon atropométrico, según Panofsky).
“…la perfección (τό εὖ) nace poco a poco por medio de muchos cálculos”
Policleto.
Pintura descripciones y
Cerámica
Arquitectura:
Sileno, De la symmetria dórica
Ictinos (Partenón)
Escultura:
Policleto
Eufranor
Pintura:
Parrasio, De la pintura
Nicias
Agatarco
De Architectura, conocido y empleado en la Edad Media, se imprimió por primera vez en Roma en 1486,
edición del humanista y gramático Fray Giovanni Sulpicio de Veroli, ofreciendo al artista del Renacimiento,
imbuido de la admiración por las virtudes de la cultura clásica tan propio de la época, un canal privilegiado
mediante el que reproducir las formas arquitectónicas de la antigüedad greco-latina. Posteriormente, se
publicó en la mayor parte de los países y todavía hoy constituye una fuente documental insustituible,
también por las informaciones que aporta sobre la pintura y la escultura griegas y romanas. El famoso dibujo
de Leonardo da Vinci, el Hombre de Vitruvio, sobre las proporciones del hombre está basado en las
indicaciones dadas en esta obra. El dibujo se conserva ahora en la Galleria dell'Accademia, en Venecia. El
gran redescubridor de Vitruvio fue Petrarca, y tras la difusión por el florentino de la obra de este autor
clásico, se puede afirmar que Vitruvio sentó las bases de la arquitectura Renacentista. Las imágenes que
ilustran la obra de Vitruvio, en sus ediciones hasta el siglo XVIII, no solo aclaran y embellecen el tratado
grecorromano, sino que son expresión de distintas intenciones y usos que ese libro ha tenido en la
modernidad europea.
El “homo quadratus”, según una edición italiana de
Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci. Vitruvio, del año 1521
Y es en la ciencia de la arquitectura donde se guarda el saber
de la antigüedad. Desglosar el saber y conocimiento que
Leonardo atesoraba a través de los textos de Vitruvio no
tiene porque parecer forzado, muy al contrario, Leonardo se
identifica de manera completa con el arquitecto romano, y
con toda seguridad fue entendedor de todas las enseñanzas
de su lejano maestro en el tiempo.
Dice Vitruvio en su libro tercero cuando trata del origen de las medidas de los templos:
Es imposible que un templo posea una correcta disposición si carece de simetría y de proporción, como sucede con
los miembros o partes del cuerpo de un hombre bien formado.
El cuerpo humano lo formo la naturaleza de tal manera que el rostro, desde la barbilla hasta la parte mas alta de la
frente, donde están las raíces del pelo, mida una décima parte de su altura total. La palma de la mano, desde la
muñeca hasta el extremo del dedo medio, mide exactamente lo mismo; la cabeza, desde la barbilla hasta su
coronilla, mide una octava parte de todo el cuerpo; una sexta parte mide desde el esternón hasta las raíces del pelo y
desde la parte media del pecho hasta la coronilla, una cuarta parte.
Desde el mentón hasta la base de la nariz, mide una tercera parte y desde las cejas hasta las raíces del pelo, la frente
mide igualmente otra tercera parte. Si nos referios al pie, equivale a una sexta parte de la altura del cuerpo; el codo,
una cuarta parte, y el pecho equivale igualmente a una cuarta parte.
Vitruvio en su libro tercero cuando trata del
origen de las medidas de los templos
El principio geométrico para diseñar un teatro: “la punta
del compás debe colocarse en el centro de la
circunferencia de la sección más baja del teatro, trazando
así un círculo. Dentro del círculo se inscriben 4 triángulos
equiláteros, cuyos vértices sean tangentes a la
circunferencia a distancias iguales. De estos triángulos, el
lado del que está más próximo al escenario señala la
línea frontal del escenario en el lugar de intersección con
la circunferencia” (Vitruvio). Es el principio del teatro
romano, parecido al griego, con la diferencia de que se
basaba sobre cuadrados en lugar de hacerlo sobre
triángulos.
Los restantes miembros guardan también una proporción de simetría,
de la que se sirvieron los antiguos pintores y escultores famosos,
alcanzando una extraordinaria consideración y fama. Exactamente de
igual manera, las partes de los templos deben guardar una proporción
de simetría perfectamente apropiada de cada una de ellas respecto al
conjunto total en su completa dimensión.
Un codo = 0,444 m.
Un pie = 0,296 m.
La altura del hombre de Vitruvio = 1,776 m.
Detalle
Se trata de una primera aproximación a la famosa
cuadratura del círculo, ya que según Ahmes tienen igual
área el cuadrado de lado “L” y la circunferencia de diámetro
“8L/9”. Es decir, según este papiro, al considerar como igual
el área del cuadrado de 8 x 8 = 64 y la del círculo de radio
4,5, se puede deducir un valor de Pi = (16/9)2 . En este caso
el área del círculo vale igualmente A = (16/9)2 x 4,5 x 4,5 =
64. Por tanto Pi = (1.77777777...)2 = 3.1604935... valor que
difiere del actual pero que en su día debió representar un
gran avance técnico para el cálculo de áreas circulares.
Los Diez Libros de Arquitectura
Introducción
Nuestros antepasados no sólo tomaron la determinación de transmitir a la posteridad sus reflexiones, de modo inteligente y práctico, mediante
las propuestas de sus comentarios con el fin de que no se perdieran, sino que además los fue ron engrosando en cada momento publicándolos en
volúmenes antiguos, y poco a poco llegaron a alcanzar la elegancia y la perfección de la ciencia. Por ello, debemos mostrarles nuestra mayor
gratitud ya que no los dejaron en el olvido, ocultándolos celosamente, sino que pusieron máximo cuidado en entregar a los siglos futuros sus
propios tratados, sus propios logros en toda clase de conocimientos.
Si no hubieran actuado de esta manera nos sería totalmente imposible conocer ahora lo que sucedió en la Guerra de Troya, así como las teorías
sobre la naturaleza de Tales, Demócrito, Anaxágoras, Jenófanes y otros físicos; tampoco conoceríamos los códigos morales que precisaron
Sócrates, Platón, Aristóteles, Zenón, Epicuro y otros filósofos; ignoraríamos las hazañas de Creso, Alejandro, Darío y otros muchos reyes, si
nuestros antepasados no hubiesen plasmado en sus comentarios les logros de toda aquella cultura, legándolos a la posteridad y a la memoria
colectiva.
Sí debemos mostrar nuestra mayor gratitud a todos ellos, pero debernos censurar a quienes apropiándose de sus obras las publican como si
fueran suyas, a quienes apoyándose en las investigaciones ajenas se vanaglorian profanando los escritos de otros autores con reprobable envidia:
éstos merecen nuestra desaprobación y nuestra condena más severa, por su perversa manera de comportarse. La historia es testigo de que tales
actitudes fueron castigadas escrupulosamente por los antiguos y nos parece pertinente expresar algunos de sus fallos, tal como nos los han
transmitido.
Los reyes Atalicos entusiasmados por el agradable placer que produce la literatura, fundaron una magnífica biblioteca en Pérgamo, para disfrute
de todo el público. Igualmente. Ptolomeo, animado por un celo similar y por un deseo apasionado, con encomiable destreza puso todo su
esfuerzo en preparar y disponer otra biblioteca de características similares en Alejandría. Después de haberlo con seguido con gran diligencia,
creyó que no era suficiente si no ponía todo su interés en aumentar sus volúmenes, ampliando la biblioteca con nueva simiente que se fuera
propagando. Así, organizó unos juegos en honor de las Musas y de Apolo y, a imitación de los juegos atléticos, estableció premios y honores para
el escritor que resultara vencedor.
Todo estaba dispuesto. Cuando llegó el momento del certamen literario, se eligieron unos jueces competentes para evaluar a los participantes. El
rey tenía ya elegidos a seis jueces de la ciudad, pero le faltaba un séptimo juez, que fuera suficientemente idóneo; consultó con los responsables
de la biblioteca y les preguntó si conocían a alguna persona preparada para este evento. Le hablaron de un tal Aristófanes, que con entusiasmo y
con una puntualidad extraordinaria acudía a leer en la biblioteca, cada día, todos los libros siguiendo un orden sistemático. En la junta de los
juegos se asignaron asientos reservados para cada uno de los jueces; Aristófanes fue citado junto con los otros jueces; y tomó asiento donde se le
había designado. En primer lugar se presentaron al certamen los poetas: comenzaron a leer en voz alta sus poemas y el pueblo en masa indicaba a
los jueces, mediante señales inequívocas, los que eran de su agrado.
Cuando se les pidió a cada uno de los jueces su veredicto, seis coincidieron en el fallo y otorgaron el primer premio al poeta que causó
mejor impresión al pueblo, pues fue el más aplaudido; el segundo premio fue para el siguiente. Cuando se le pidió a Aristófanes su
opinión ordenó que proclamaran vencedor precisamente al poeta que menos entusiasmo había causado en el pueblo. La indignación
del rey y de los restantes jueces fue inmediata; se levantó Aristófanes y con ruegos les suplicó que le permitieran justificar su voto.
Cuando todos guardaron silencio, indicó que solamente uno de ellos era un auténtico poeta y que los demás habían plagiado sus
poemas y lo que se debía juzgar no eran los poemas plagiados sino los poemas originales y auténticos. El pueblo se quedó sorprendido
y el rey lleno de dudas; como Aristófanes se conocía de memoria todos los libros sacó de las estanterías un gran número de volúmenes
que fue comparando con los poemas oídos y obligó a que los mismos poetas confesaran abiertamente que habían copiado sus
composiciones. Mandó el rey que fueran tratados como ladrones, que recibieran su condena y los despidió de la manera más
vergonzosa. Colmó de regalos a Aristófanes y lo nombró máximo responsable de la biblioteca.
Al cabo de unos años llegó Zoilo a Alejandría; venía de Macedonia y había adoptado como sobrenombre el de «Azote de Homero»,
pues así se le conocía; recitó ante el rey sus propias composiciones, que eran un alegato contra la Iliada y la Odisea. Ptolomeo, al
observar que el padre de los poetas y pionero de la literatura, ya muerto, era objeto de tales injurias y que Zoilo conservaba unos
poemas admirados universalmente, lleno de indignación no le dio ninguna respuesta. Como Zoilo llevaba ya en el reino largos años
hundido en la miseria le pidió al rey que le concediera alguna pensión.
Cuentan que el rey contestó que si Homero, cuya muerte había sucedido hacía mil años, había alimentado a millares de personas
durante muchos años, él debía procurar su propio sustento y el de otros muchos, ya que confesaba estar dotado de un talento
superior. Sobre s muerte conservamos diversas versiones: parece que fue condenado por parricida algunos aseguran que fue
crucificado por orden de Filadelfo; otros, que murió lapidado en Cos, y otros aseguran que fue quemado vivo en Esmirna. Fuera cual
fuese su muerte, sin duda que fue acorde a su culpabilidad, pues no se merece otra muerte quien alude a unos autores, criticándolos y
censurándolos, cuando es totalmente imposible que ellos respondan justificando lo que han escrito.
Por mi parte, César, yo no publico estos volúmenes plagiando títulos ajenos, apropiándomelos bajo mi nombre; ni voy a censurar las
ideas de ningún autor reconociéndolas como si fueran originales mías, sino que quiero mostrar mi agradecimiento sincero a todos los
escritores pues, al recopilar sus extraordinarios logros a lo largo de los tiempos con habilidad y talento, nos han dejado un verdadero
caudal en todos los géneros literarios, de donde, como si tomando agua de una fuente y transvasándola hacia nuestro propio
proyecto, lograrnos unas posibilidades más elocuentes y más viables para escribir; con la confianza que nos ofrecen semejantes
pensadores, nos atreve a desarrollar nuevos textos de arquitectura
Por ello, asumí los primeros pasos idóneos de quienes se adecuaban a mi proyecto y a partir de estos principios
comencé a progresar por propia iniciativa. Así es; Agatarco fue el primero que ejerció como director de escena en
Atenas, mientras Esquilo representaba sus tragedias, y nos dejó además un cuaderno de notas. Animados por esta
iniciativa, Demócrito y Anaxágoras escribieron también sobre esta misma cuestión: la manera más conveniente de
que se correspondan unas líneas imaginarias trazadas desde un centro fijado, con la proyección de los rayos
visuales y con la dirección de la vista; y todo, de manera natural, con el fin de que unas imágenes insinuantes de un
insinuante objeto consigan apariencia de auténticos edificios en los decorados del escenario y con el fin de que los
elementos que aparecen dibujados en superficies verticales y planas, parezca como que están alejados o que están
próximos.
Poco después, Sileno publicó un volumen sobre las proporciones del orden dórico. Rheco y Teodoro escribieron
sobre el templo jónico de Juno en Samos; Ctesifón y Metágenes describieron el templo jónico de Diana en Efeso y
Pithio escribió, a su vez, sobre el templo jónico de Minerva que se levanta en Priene; Ictino y Carpión escribieron
sobre el templo dórico de Minerva, situado en la Acrópolis de Atenas; Teodoro de Focea describió la cúpula que hay
en Delfos; Pilón, sobre las proporciones de los templos y sobre el arsenal que había en el puerto del Pireo;
Hermógenes publicó un volumen sobre el templo jónico pseudodíptero de Diana, que se levanta en Magnesia, y
sobre un templo monóptero de Baco, en Teos; Arcesio tambien escribió sobre las proporciones del orden corintio y
sobre el templo jónico de Esculapio en Tralles, que, según dicen, construyó él mismo, con sus propias manos; sobre
el Mausoleo escribieron Sátilo y Pithio.
La buena suerte concedió a estos escritores un extraordinario favor, pues su trabajo logró los más cálidos elogios en
todo tiempo y la más entusiasta consideración, ya que sobrepasaron las obras más sobresalientes con sus reflexiones.
En efecto, cada uno de estos artistas se responsabilizó, en dura competencia, de los distintos elementos en cada una de
las fachadas con el fin de embellecerlas y decorarlas, como fueron Leocares, Briaxes, Escopas y Praxiteles y —según
algunos— también Timoteo. Su eminente habilidad, dentro de la especialidad propia de cada uno, hizo que el nombre
del Mausoleo friera reconocido como una de las siete maravillas del mundo.
Otros muchos autores, de menor renombre, escribieron también sobre las normas de la simetría, como Nexaris,
Teocides, Demófilo, Pollis, Leónidas, Silanión, Melampo, Sárnaco, Eufranor. Sobre las máquinas escribieron autores
corno Díades, Arquitas, Arquímedes, Ctesibio, Ninfodoro, Filón de Bizancio, Difilos, Démocles, Cáridas, Polyido, Pirros,
Agesistrato. Todo lo que he considerado útil de sus comentarios para el tema que nos ocupa lo he sintetizado en un
volumen, al darme cuenta que los griegos han publicado muchos más volúmenes que nuestros escritores. En efecto, el
primero que preparó la publicación de un volumen sorprendente sobre este tema fue Fuficio; Terencio Varrón, dentro
de su Tratado de las Nueve Ciencias, dedicó uno a la arquitectura; P. Septimio publicó dos tratados.
Me da la impresión que, exceptuando estos autores, ningún otro se ha dedicado a escribir sobre arquitectura, aunque
nuestros antiguos ciudadanos fueron grandes arquitectos que perfectamente pudieron recopilar sus escritos con el
mismo gusto que lo hicieron los escritores griegos. En Atenas, los arquitectos Antistaces, Callescro, Antiniáquides y
Porino construyeron los cimientos del templo que Pisístrato levantó en honor de Júpiter Olímpico; después de la
muerte de Pisístrato abandonaron su construcción ya comenzada debido a una prohibición sancionada por la
República.
Aproximadamente unos cuatrocientos años después, el rey Antíoco prometió hacerse cargo de los costes de esta obra y
un ciudadano romano, el arquitecto Cosucio, de manera muy digna y con gran destreza y conocimientos aumentó las
dimensiones de la nave, colocó dos series de columnas alrededor con un arquitrabe y el resto de elementos
ornamentales, y todo con admirable simetría. Esta obra alcanzó la fama por su suntuosidad y fue admirada no sólo por
el pueblo en general sino también por los entendidos.
3. LAS ARTES PLÁSTICAS
Artista sabio