Está en la página 1de 13

DAVID HUME – EMPIRISMO

El escritor del siglo XVIII, David Hume, es uno de las voces filosóficas más grandiosas del mundo
porque él impacta sobre un factor clave de la naturaleza humana: el que somos más
influenciados por nuestros sentimientos que por la razón. Esto es, en un nivel, posiblemente un
insulto a nuestra imagen de nosotros mismos, pero Hume pensó que, si pudiésemos aprender a
lidiar bien con este factor sorpresa, podríamos ser (individual y colectivamente) mucho más
calmados y felices que si lo negáramos.

Hume nació en Edimburgo en 1711 en una familia la cual estaba largamente establecida pero la
cual estaba lejos de ser adinerada. Era el segundo hijo y fue claro el que, debido a esto, de
manera temprana, necesitaría encontrar un trabajo eventualmente. Pero nada parecía
encajarle. Intento con el derecho (la vocación de su padre y hermano mayor), pero pronto
decidió el que era “una laboriosa profesión” que requería “del trabajo penoso de toda una
vida”. Fue considerado para cargos en la Universidad de Edimburgo y en la Universidad de
Glasgow, pero no alcanzó ninguno de los dos trabajos.

Así que declaró el llegar a ser una figura pública intelectual, alguien quien haría su dinero
vendiendo libros al público en general. Era bastante difícil. Su primer libro, Tratado sobre la
Naturaleza Humana, para el cual él tenía grandes expectativas, se encontró con una lúgubre
recepción. “Nunca un intento literario fue más desafortunado que mi tratado” escribió. “Se
sintió el que hubiese nacido muerto para la prensa, sin el alcanzar tal distinción, como para
excitar el murmullo entre los fanáticos”.

Pero insistió, al notar el que la culpa recayó, de manera extendida, en la forma en la que había
expresado sus ideas, y tenazmente se entrenó a sí mismo para escribir en una forma más
accesible y popular. Eventualmente encontró una audiencia. Sus trabajos más tardíos, libros de
historia y elegantes colecciones de ensayos fueron de los más vendidos en su momento. Como
solía decir, sin dejar de lado el orgullo: “El dinero que me dan los libreros excede cualquier cosa
formalmente conocida en Inglaterra; he llegado a ser no sólo independiente sino opulento”.

1. Los sentimientos y la Razón.

La filosofía de Hume está construida alrededor de una única y poderosa observación: el que el
asunto clave que necesitamos hacer bien es el sentir en lugar de la racionalidad. Suena como
una rara conclusión. Normalmente asumimos el que lo que necesitamos hacer es entrenar
nuestras mentes para ser lo más racionales que sea posible: el ser devoto a la evidencia y al
razonamiento lógico y el estar comprometido a prevenir el que nuestros sentimientos se
atraviesen en el camino.

Pero Hume insistió en el que, sin importar a lo que le apuntemos, “la razón es esclava de la
pasión”. Somos más motivados por nuestros sentimientos que por cualquier relativamente débil
resultado del análisis y de la lógica. Pocas de nuestras convicciones más importantes son
direccionadas por una investigación racional de los hechos; decidimos si alguien es de admirar,
el qué hacer con nuestro tiempo libre, lo que constituye una carrera exitosa o a quien amar en
base a los sentimientos por encima de cualquier otra cosa. La razón ayuda un poco, pero los
factores decisivos están ligados a nuestras vidas emocionales - con nuestras pasiones como
Hume las llamaría.

Hume vivió en una época conocida como la Edad de la Razón, donde muchos demandaron el que
la gloria de los seres humanos consiste en su racionalidad. Pero para Hume, el humano es tan
sólo otro tipo de animal.

Hume era profundamente atento a la curiosa forma en la que muy seguido razonamos desde, en
lugar de hacía, nuestras convicciones. Encontramos una idea agradable y en base a eso
declaramos si es verdadera o falsa. La razón tan sólo llega después para soportar la actitud
original.

En lo que Hume no creyó - no obstante - era en el que todos los sentimientos fuesen aceptables
e iguales. Debido a esto él firmemente creyó en la educación de las pasiones.

Las personas tienen que aprender a ser más benevolentes, más pacientes, más a gusto consigo
mismo y con menos miedo acerca de los demás. Pero para que nos enseñaran estos asuntos,
necesitamos un sistema de educación el cual esté dirigido hacia los sentimientos en lugar de
hacia la razón.

Esto se da por qué Hume fervientemente creyó en el papel y en el significado de los intelectuales
públicos: estas eran personas quienes - a diferencia de los profesores universitarios de quienes
Hume llegó a no gustar enormemente - tenían una base de pasión adjunta a las ideas, a la
sabiduría, y a la perspicacia (tan sólo si tenían éxito tendrían dinero para comer). Es por esta
razón que tenían que escribir bien, usar ejemplos coloridos y ser recursivos con ingenio y
encanto.

2. La Religión

Un lugar clave donde Hume hizo uso de la idea acerca de darle prioridad a los sentimientos
sobre la razón estaba en conexión con la religión.

Hume no pensó que era “racional” creer en Dios, esto es, el que no creía que hubiese
argumentos lógicos e irresistibles en favor de la existencia de una diosidad. Él en sí mismo
parece haber flotado entre un ligero agnosticismo - puede existir un Dios, no estoy seguro - y un
ligero Teísmo - Existe un Dios, pero no hace mucha diferencia el que lo haya para mí. Pero la
idea de un Dios vengativo - listo a castigar a las personas después de la muerte por no haber
creído en él - la consideró una cruel superstición.

El punto central de Hume es el que las creencias religiosas no son producto de la razón. Así que
argumentar a favor o en contra de estas en base a los hechos no toca el asunto principal. El
tratar de persuadir a alguien a creer o a no hacerlo con buenos y dulces argumentos le parecía
particularmente tonto a Hume. Este es el por qué él era el principal defensor del concepto de
tolerancia religiosa. No deberíamos tratar a aquellos que no están de acuerdo con nosotros
acerca de la religión como personas racionales quienes han cometido un error al razonar (y por
lo tanto necesitan ser corregidos), sino más bien como criaturas pasionales, conducidas por sus
emociones quienes deberían ser dejadas en paz siempre y cuando hagan lo mismo. El tratar de
tener un argumento racional sobre la religión era, para Hume, el punto más alto de la locura y
de la arrogancia.

3. El Sentido Común

Hume era lo que es técnicamente conocido como un escéptico, alguien comprometido a dudar
acerca de muchas de las ideas de sentido común de la época.

Uno de los asuntos en los que dudo fue el concepto de lo que técnicamente es llamado la
identidad personal - la idea que tenemos en la que podemos entendernos a nosotros mismos y
en la que tenemos una identidad más o menos susceptible y duradera que nos recorre a través
de la vida.

Hume señaló el que no hay tal cosa como un yo central: “Cuando entro a lo más íntimo de lo que
llamo yo mismo”, explicó de manera famosa, “Siempre tropiezo sobre una u otra percepción
particular, de calor o de frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o de placer. Nunca
puedo atraparme a mí mismo en cualquier momento sin una percepción, y nunca puedo
observar algo, excepto la percepción en sí”. Hume concluyó el que no somos realmente la
esmerada y definida persona que la razón nos dice ser, el que somos y lo que parecemos ser
cuando nos miramos a nosotros mismos en el espejo o cuando de manera casual usamos la
engañosa palabra Yo, somos “nada más que un manojo o una colección de diferentes
percepciones, las cuales suceden una sobre otra con una inconcebible rapidez, y están en
perpetua fluidez y movimiento”.

Aun así, a pesar de ser escéptico en su temperamento, Hume era muy feliz por nosotros al
aferrarnos a nuestras creencias de sentido común - porque son lo que nos ayuda a hacer nuestro
camino en el mundo. El tratar de ser racional acerca de todo es un tipo especial de locura.

Hume le estaba dando un astuto codazo a Descartes. El filósofo francés había muerto sesenta
años antes de que Hume hubiera nacido pero su influencia intelectual permanecía bastante viva.
Él había argumentado el que deberíamos desechar todos los frutos de la mente que no fuesen
perfectamente racionales. Pero Hume propuso el que difícilmente cualquier cosa que hagamos
es alguna vez verdaderamente racional. Y aun así él osó expresar el que la mayoría de las
creencias están justificadas simplemente porque funcionan. Nos son útiles. Nos ayudan con lo
que queremos hacer. La prueba de una creencia no es su verdad, sino su utilidad.

Hume está ofreciendo un correctivo - el cual a veces necesitamos - para nuestra fascinación con
prestigiosos, pero realmente no importantes, acertijos lógicos. En oposición a las sutilezas
académicas, fue un filósofo escéptico quien invitó al sentido común, defendiendo lo cotidiano y
la sabiduría de los aliterados y los ordinarios.

4. La Ética

Hume tomó gran interés en el tópico tradicional filosófico de la ética, el acertijo acerca de cómo
los humanos pueden ser buenos. Argumentó el que la moralidad no es acerca de tener ideas
morales, es acerca de haberse entrenado, desde una temprana edad, en el arte de la decencia a
través de las emociones. El ser bueno significa el adquirir buenos hábitos del sentir.
Hume fue un gran abogado de cualidades como el ingenio, los buenos modales y la simpatía
porque estos eran asuntos que hacen agradable el estar rodeado de personas así por fuera de
cualquier plan por ser “bueno”.

Le golpeó inmensamente el hecho en el que una persona - y acá de nuevo él pensó en Descartes
- pueda ser ostensiblemente racional, y aun así no muy agradable, porque el ser capaz de seguir
un argumento complejo o el deducir una tendencia de unos datos no lo hace sensible ante el
sufrimiento de los demás o hábil al mantener su temperamento. Todas estas cualidades son - en
cambio - el trabajo de nuestros sentimientos.

Así que, si queremos que las personas se comporten bien, lo que necesitamos hacer es volver a
pensar la educación, tenemos que influenciar sus sentimientos; tenemos que fomentar la
benevolencia, la gentileza y la vergüenza a través de la seducción por el lado pasional de nuestra
naturaleza, sin tener que entregar secas lecciones lógicas.

La filosofía de Hume siempre emergió como un intento por responder una pregunta personal:
¿Qué es una buena vida? Quería saber cómo su propio carácter, y el de los que lo rodeaban,
podría ser influenciado para lo mejor. Y de manera rara para un filósofo, no sintió el que la
tradición práctica de la filosofía pudiese realmente ayudar.

Aunque fue erudito, fue en gran parte un hombre de mundo. Durante algunos años fue
consejero para el Embajador Británico en París, quien recibía con agrado su perspicaz sabiduría.
Fue bastante querido por aquellos que lo rodearon y fue conocido por los franceses como le bon
David: un humanitario, bondadoso, e ingenioso conversador, bastante demandado como
compañero de cena. “Sea un filósofo, pero en medio de toda su filosofía, permanezca siendo un
hombre”, insistía. Esa fue la forma en la que Hume vivió - no en la reclusión intelectual de un
monasterio o en una torre de marfil sino profundamente empotrado en la compañía de otros
seres humanos - cenando (le gustaba de manera especial el pollo rostizado), charlando acerca
del amor, de la vida profesional y jugando backgammon.

Murió en Edimburgo, en agosto de 1776, en su morada, en su casa en la plaza de St. Andrew. Su


doctor le escribió acerca de sus últimas horas a Adam Smith - durante muchos años el mejor
amigo de Hume: “Continuó hasta el final perfectamente sensible, y libre de mucho dolor o de
sentimientos de angustia. Nunca dejo caer la menor expresión de impaciencia; pero cuando tuvo
la ocasión de hablarle a las personas acerca de él, siempre lo hizo con afecto y ternura… Murió
en un estado tal de feliz compostura de la mente, que nada podría superarlo”

En Hume permanece ese más bien excepcional asunto: un filósofo consciente de lo mucho que la
filosofía tiene para aprender del sentido común.

5.- Teoría del conocimiento de David Hume

Comencemos con la percepción. Hume escribió, “Todo el mundo admitirá sin reparos que hay
una diferencia considerable entre las percepciones de la mente cuando un hombre siente el
dolor que produce el calor excesivo.

Una primera aproximación sobre este párrafo es que tenemos dos procesos. Por un una parte, la
percepción de algo, por ejemplo, de una hermosa puesta de sol, con todos sus colores, con el
mar agitándose y la sensación de la brisa marina. Por otro lado, tenemos la capacidad de evocar
ese momento, incluso sin haberlo experimentado o habiéndolo experimentado hace muchos
años lo anticipamos en la imaginación.

Por lo tanto, siguiendo a Hume, tengo la capacidad de imitar o copiar las impresiones de los
sentidos. Podemos preguntarnos sobre la fidelidad de esa copia con respecto al original y la
respuesta es que la copia no es tan fidedigna. Entonces la copia es menos vivaz, quizá más
ficticia o no completamente fidedigna con respecto a la percepción inicial. Si tuvimos alguna vez
un encuentro cercano con una serpiente venenosa, posteriormente lo más probable es que no
desearemos evocar ese momento, pero si se nos diese la oportunidad de escoger entre estar
parado frente a la serpiente y experimentar nuevamente el miedo que esta me provoca o que
me soliciten que recuerde el momento en que estuve de pie frente a la serpiente, es seguro que
optaremos por la segunda opción. Hay una diferencia entre ambas experiencias, ya que una más
fuerte que la otra. De acuerdo a lo dicho anteriormente, Hume establece que hay dos tipos de
percepción que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos fuertes e
intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas”

El otro tipo, por ende, debe referirse a aquellas percepciones fuertes que dejan una fuerte
marca en nosotros y esta especie que como “…carece de un nombre en nuestro idioma, como en
la mayoría de los demás, según creo, porque solamente con fines filosóficos era necesario
encuadrarlos bajo un término o denominación general. Concedámonos, pues, a nosotros
mismos un poco de libertad y llamémoslas impresiones”

Con esta diferenciación entre impresiones e ideas, Hume establece otra diferencia: entre sentir y
pensar. El sentir significa tener percepciones más vivas y fuertes, mientras que pensar consiste
en tener percepciones más débiles. Esto se traduce en que cada percepción es doble ya que por
un lado es sentida fuertemente como impresión, y por otro es pensada como idea. En síntesis,
tenemos que existen dos clases de percepciones. Los contenidos de la mente humana son
solamente percepciones que se dividen en ideas e impresiones. Entre impresiones e ideas
existen dos diferencias. En primer lugar, tiene que ver con la vivacidad o fuerza con que se nos
presentan en nuestra mente. En segundo lugar, hace referencia al orden y la sucesión temporal
con las que se presentan. Concentrémonos en el primer punto. Las ideas no serían más que
copias de otra clase de percepción que Hume denominó impresiones. Tenemos que las
diferencias entre ambas están en el grado de fuerza que ejercen en nosotros, las impresiones
son las percepciones más intensas: lo que oímos, olemos, observamos, odiamos o amamos. Las
ideas pueden evocar estas impresiones, pero tendrían una carga menos violenta e intensa.
Todas las ideas derivan de nuestras impresiones. Alguien se cuestionará sobre el poder concebir
en la mente, por ejemplo, ángeles, dragones, serpientes emplumadas o un minotauro. Hasta
donde yo sé, tales seres no existen, salvo en las mitologías, libros sagrados y películas de ciencia
ficción. Por lo tanto, ¿qué sucede con este tipo de seres ficticios? ¿Son ideas de algo, de una
impresión? Hume nos dice que, a primera vista, el pensamiento humano tiene ilimitada
capacidad de concebir cualquier tipo de apariencias. Pero sabemos que el pensamiento es libre
de crear cualquier clase de objetos, incluso aquellos que no existen en la realidad, pero que cada
uno de sus componentes si existen y que, mediante la unión y separación de estos, creamos
algo. Así por ejemplo el unicornio o la quimera, tenemos que el caballo existe, el cuerno en la
frente no es algo inédito (vemos cuernos en animales reales), sus patas son de antílope y su
chivo podemos verlo hasta en un ser humano. De esa manera, unimos estos elementos y
tenemos un unicornio o una quimera. Lo mismo sucede con quienes dicen haber sido abducidos
por extraterrestres. Cuando los describen resulta que estos de alguna forma son semejantes a
nosotros, es decir, tienen cabeza, manos, ojos y utilizan herramientas similares a la de los
doctores para intervenir en sus víctimas abducidas. En resumen, estos tienen cualidades de
seres humanos pero combinadas con alguna característica que no tengan los seres humanos,
como la de tener la piel verde, ojos grandes o más de dos brazos. El pensamiento tiene esta
libertad de crear algo que no existe, pero a partir de un material que existe en la realidad, es
decir, el pensamiento en este sentido es limitado ya que no puede crear algo completamente
nuevo, algo que esté más allá del pensamiento ya que este opera dentro de los límites de lo
conocido.

¿Qué opinaba Hume al respecto? ¿Es realmente el poder del pensamiento ilimitado como para
concebir algo que nunca ha sido visto por el ojo humano, algo completamente nuevo? ¿Se
puede trascender el auto orfismo en el que inevitablemente caemos?

Hume responde que la libertad ilimitada del pensamiento es una apariencia y que bajo un
examen más detenido se verá que este está sometido a estrechos límites. De acuerdo a Hume:
“…todo ese poder creativo de la mente no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer,
aumentar o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia”.

En el análisis de nuestras ideas, desde las más básicas a las más complejas, desde las más
magnificentes y sublimes hasta las más banales, estas se resuelven de acuerdo con Hume “en
ideas tan simples como las copiadas de un sentimiento o de un estado de ánimo precedente”.

A Hume no se le ocurre un mejor ejemplo que el de Dios, señalando que, “…en tanto que
significa un ser infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge al reflexionar sobre las
operaciones de nuestra propia mente y al aumentar indefinidamente aquellas cualidades de
bondad y sabiduría” . Concluyamos por ahora que todas las impresiones son fuertes y potentes,
y dejan en nosotros una gran huella. En cambio, las ideas son débiles y obscuras. Podríamos
decir que las impresiones dan legitimidad a las ideas. Estas ideas, que son copias, pueden ser
separadas o aisladas por obra de la imaginación para luego recomponerlas. Veo un perro,
experimento impresiones, auditivas (su jadeo, ladridos), olfativas y táctiles. Me formo esta idea
de “perro”, una recomposición vinculada al principio de asociación. Más atrás señalé que una
diferencia entre impresiones e ideas es el grado de fuerza con que se nos presentan En segundo
lugar mencioné otra diferencia que tiene que ver con el orden y la sucesión temporal con las que
se presentan. Aquí llegamos a un punto importante ya que damos respuesta a la siguiente
pregunta: ¿Es la idea la que depende de la impresión o viceversa? Este asunto está ligado con el
primer punto. Si la impresión es lo que se nos presenta con mayor fuerza entonces esta debe ser
primero, lo original y la idea sería algo derivado. Las ideas complejas pueden ser copias de
impresiones complejas y pueden ser evocadas por la memoria, así como también por la
imaginación, que puede combinar las distintas ideas entre sí, como el caso del perro ya
mencionado. Ahora demos un paso más. Tenemos que las ideas se agregan entre sí en nuestra
mente, pero esto no se debe solamente a nuestro libre juego de la imaginación o la fantasía, ya
que también intervienen otro proceso más complejo. Para Hume existe una suerte de fuerza
entre las ideas que se expresa por el principio de asociación. La asociación, de acuerdo a nuestro
autor, nace de tres tipos de relaciones: semejanza, contigüidad en el tiempo o en el espacio y
causa o efecto. De acuerdo a la ley de la semejanza la mente nos impulsa a asociar ideas entre
las que hay alguna similitud, por ejemplo, una canción que puede evocar el recuerdo sobre una
persona o un lugar específico. En otras palabras, nuestra mente tiende a reproducir ideas
semejantes, lo cual es de relevancia en nuestra relación con las cosas ya que consideramos que
objetos semejantes deben tener las mismas propiedades, así como los mismos poderes causales.
El fuego lo voy a asociar con la idea de calor y que este me puede quemar. La ley de contigüidad
espacio-temporal consiste en que una idea nos conduce a otra cuando éstas se suceden
próximas en espacio o en el tiempo. Una idea nos conduce a otra cuando entre estas existe una
relación de proximidad. Así si veo humo saliendo de una chimenea, me imagino que debe haber
fuego. ¿No le ha sucedido al lector que, al escuchar una canción, sin proponérselo, evoca
recuerdos de alguna persona o algún viaje que realizó en el pasado? En este caso opera la ley de
asociación que dice que aquellas ideas que se han vivido juntas tienen la tendencia de aparecer
juntas. Esta ley, por lo demás, constituye el pilar en nuestra formación de ideas complejas. La
multiplicidad de percepciones, en otras palabras, la multiplicidad de cosas que se nos presentan
a nuestra mente y que forman parte de su contenido, se dan unas junto a otras tanto desde el
punto de vista temporal como espacial. Imagínese como serían nuestras vidas si careciéramos
de esta facultad. El tema de la causalidad lo abordaremos posteriormente, por ahora digamos
que esta ley de asociación dice que nosotros, tras observar la existencia de contigüidad espacial
de dos hechos u objetos, así como su sucesión en el tiempo, y la reiteración de la experiencia de
estas relaciones entre ambos, se creará en nuestra mente la predisposición a evocar la idea del
segundo, es decir, el efecto, si está presente la idea del primero, esto es, la causa.

Ahora quiero continuar con un tema recurrente en filosofía, que es el de los universales.
Continuemos con nuestro perro al que hice alusión anteriormente. Aunque éste no esté
presente, aun puedo tener al perro como un recuerdo, incluso puedo atribuirle distintos colores
y finalmente puedo evocar el conjunto de impresiones por la que me formo la idea de ese perro
particular. También podré formarme una imagen que trascienda a la de ese perro particular,
formándome la de perro en general, llegando de esa manera al concepto de perro. Pero, ¿es
realmente el perro el que genera en nosotros toda esa serie de impresiones y sensaciones? En
otras palabras, ¿hay un objeto externo que existe en sí y por si que produce sensaciones e
impresiones en nosotros? Puede parecer una pregunta absurda, para algunos se podrá estar
hilando muy fino y a otros les parecerá una cuestión digna de interés. Para Hume lo único que
conocemos son sensaciones e impresiones y si creemos que hay un objeto exterior que las
genera es producto de la costumbre. En otras palabras, todo está en mi consciencia y las ideas
no corresponden a un objeto real. Hume sometió a una fuerte crítica a aquellas ideas abstractas,
preguntándose de qué impresión derivan.

En relación a los universales, Hume acepta la tesis de Berkeley de acuerdo a la cual todas las
ideas generales son sólo ideas particulares que se encuentran unidas a una cierta palabra que
les otorga un significado más amplio y hace que reclamen otras ideas individuales semejantes a
ella. Para Hume esta tesis de Berkeley constituyó uno de los grandes descubrimientos de la
república de las letras. Hume era un nominalista, ya que para él una idea era una copia de una
impresión, y siendo esta última solamente determinada cualitativa o cuantitativamente,
también lo debe ser la idea, ya que sólo son copias de las impresiones. De esta manera la idea,
como una mera copia, es una imagen particular e individual. Ahora bien, para poder explicar el
cómo una idea particular puede ser usada como idea general y cómo la unión con una palabra
puede hacer esto posible, Hume responde que entre las ideas de cosas que se nos presentan
existe una semejanza que nos permite darles el mismo nombre, independiente de las diferencias
cualitativas o cuantitativas que puedan aparecer. La idea de sustancia también sale
peligrosamente herida. Para Aristóteles, la Metafísica, la pregunta por el ser se solucionaba en la
pregunta por la sustancia. La sustancia era la esencia, es donde se dan los accidentes como el
color, el olor o el tamaño. La sustancia como indica su nombre es lo que subyace y permanece
inmutable. Hume en cambio se preguntó ¿a qué impresión corresponde la idea de sustancia?
¿Existe una impresión, ya sea de reflexión o sensación, que corresponda a la idea de sustancia?
La respuesta es negativa, y la sustancia vendría a ser nada, es decir, no contiene absolutamente
nada sensible. La cuestión es simple desde el punto de vista de Hume: si tenemos una idea a la
que no le corresponde una impresión, esa idea resulta ser por lo tanto falsa. Vemos entonces lo
radical que fue Hume, ya que desechó tanto a la sustancia material como la espiritual, ya que
ninguna tenía una impresión que le correspondiese. Para Hume la superioridad de la experiencia
es más que una tesis gnoseológica ya que constituye una verdad con un valor metodológico. En
general, las ideas abstractas o conceptos son simplemente el resultado de una generalización a
partir de la inducción y por tanto de la experiencia. Hume colocó también en entredicho la
existencia de algo que para la mente occidental era (y todavía es) algo incuestionable en, me
refiero a la concepción del “Yo”. En Oriente hacía mucho tiempo que el Yo se había trasformado
en un objeto de estudio. Este Yo que se nos presenta como algo tan cercano, es a su vez muy
alusivo. ¿Existe un Yo sólido que existe por sí mismo? El lector ya sabrá que la respuesta es
negativa, ya que no existe un Yo como sustancia. Cuando observamos dentro de nosotros no
encontramos nada parecido a un Yo permanente e inmutable, sino que encontramos un cúmulo
de percepciones que se suceden unas a otras. Hume infringe así un golpe mortal al Cogito de
Descartes. “Pienso luego soy”, pero ¿Quién es el Yo que piensa? ¿Qué es esa sustancia que
piensa? La idea de un Yo no resiste la prueba del quirófano empirista de Hume. ¿A qué
impresión permanente corresponde la idea del Yo? Tenemos entonces que, y en esto Hume se
asemeja mucho a algunas escuelas orientales de pensamiento, en no existe un Yo como
sustancia permanente, un Yo distinto de las impresiones e ideas. El Yo es para Hume, un
conjunto de impresiones. Nosotros y los objetos somos haces de impresiones e ideas, de manera
que pareciera que con Hume la realidad pierde materialidad y solidez, a favor de una realidad
más fluida, líquida, inestable o también inmaterial.

Examinemos el tema de la causalidad en Hume. La causalidad es el tercer tipo de relación que


explica las asociaciones. Hume se centró en esta y la sometió a su lupa crítica. Para Hume, todos
los objetos de la razón e investigación humana se dividen en dos grupos: relaciones de ideas y
cuestiones de hecho. A la primera pertenecen la geometría, álgebra y la aritmética, es decir,
toda afirmación intuitiva o demostrativamente cierta. Estas operaciones pueden descubrirse a
través del pensamiento, independiente de si el círculo o el triángulo existen en la naturaleza.
Son aquellas proposiciones que Kant denominó juicios analíticos. En lo que se refiere a las
cuestiones de hecho, la evidencia de su verdad difiere de las primeras. Hume responde que la
naturaleza de la evidencia de las cuestiones de hecho se fundamenta en la relación causa y
efecto. “Tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de la evidencia de nuestra
memoria y sentidos”. El siguiente paso de Hume es saber cómo se llega al conocimiento de la
causa y del efecto. La respuesta de Hume es, a través de la experiencia y no a través de
razonamientos a priori. “Ningún objeto revela por las cualidades que aparecen a los sentidos, ni
las causas que lo produjeron, ni los efectos que surgen de él, ni puede nuestra razón, sin la
asistencia de la experiencia, sacar inferencia alguna de la existencia real y de las cuestiones de
hecho”. Como ejemplifica Hume, nadie imagina que la explosión de la pólvora o la atracción de
los imanes pueden descubrirse de manera a priori. Hume no acepta que podamos percibir los
efectos por medio de la operación de nuestra razón. Hume analiza el ejemplo de la bola de billar
que comunica su moción a otra al impulsarla. De acuerdo al escocés no tendríamos que esperar
a que aconteciera esto para pronunciarnos con certeza acerca de esta trasmisión de moción de
una bola a otra. Pero este razonamiento sería erróneo y arbitrario, ya que no proviene de la
experiencia. Uno podría imaginar cientos de resultados más con respecto al movimiento de las
bolas de billar, pero todas serían de carácter arbitrarias en el caso no estar fundadas en la
experiencia. Citemos a Hume, que explica su visión al respecto: “Cuando veo, por ejemplo, que
una bola de billar se mueve en línea recta hacia otra, incluso en el supuesto de que la moción en
la segunda bola me fuera accidentalmente como el resultado de un contacto o de un impulso,
¿no puedo concebir que otros cien acontecimientos podrían haberse seguido igualmente de
aquella causa? ¿No podrían haberse quedado quietas ambas bolas? ¿No podría la primera bola
volver en línea recta a su punto de arranque o rebotar sobre la segunda en cualquier línea o
dirección? Todas estas posiciones son congruentes o concebibles”. Resultará un tanto
desconcertante para el lector no familiarizado con Hume. De acuerdo a lo dicho por él, si dejo
caer una bola de acero desde el balcón de mi edificio o lanzo la misma bola con gran fuerza en
dirección ascendente, ¿podría imaginarme que en el primer caso la bola no necesariamente cae
en dirección descendente o en el segundo que la bola tomará una dirección ascendente para
luego dirigirse en una dirección descendente? Apriorísticamente, puedo concebir más
posibilidades, y que no necesariamente se den los efectos mencionados. El razonamiento a
priori sería arbitrario y además, de acuerdo a Hume, no es seguro afirmar que el sol volverá a
aparecer mañana o que se esconda hoy, ya que esta creencia sería fruto del hábito. Sé que si
suelto una piedra que tengo en mi mano, la piedra caerá después de un tiempo en dirección
descendente y será siempre así, incluso si no son testigo directo. El punto es que, en todos los
casos, cuando me cuenten que alguien dejó caer una piedra, pensaré que esta cayó, y esto se
debe, de acuerdo a Hume, al hábito (comportamiento repetido regularmente). La naturaleza
predispone al sujeto a creer que la piedra caerá de forma descendente. La experiencia nos hace
percibir sólo una relación de contigüidad entre ellos y no una relación de producción.
Imaginémonos un mundo donde todos los materiales que utilizan sus habitantes estén hechos
de plumas suaves, blancas y livianas. Un día llegan unos personajes extraños, nunca antes vistos
por ellos y les regalan artefactos de acero y otros metales pesados. Los habitantes que sólo
conocen de plumas como material de construcción, tocarán y olerán un artefacto hecho de
metal, digamos un cubo de hierro. Después de examinarlo dejan caer el cubo y este cae, para
sorpresas de estas personas, rápidamente encima de sus dedos causándole un gran dolor. Estos
personajes nunca se imaginaron que un objeto podía caer de esa manera ya que no habían
tenido jamás esa experiencia y, por lo tanto, no esperaban que eso sucediera. Lo que Hume
quiere decir, tomando este ejemplo, es que por más que sometamos a un riguroso análisis un
objeto, no sabremos qué efectos producirá, pero sí podemos saber sus consecuencias a través
de la experiencia y que en este caso fue que el metal cayó de manera rápida, brusca y además
causándole un gran dolor a una persona que no conocía esta clase de material pesado. Para esta
persona debió haber sido una gran impresión, ya que eso no hubiese sucedido con sus
artefactos hechos a base de plumas. La pregunta es ¿Qué es lo que hace que el metal caiga?
Escucharemos que se explica por la gravedad o porque es un metal pesado, es decir, porque es
una propiedad del metal caer bruscamente. Por otro lado, se puede responder que esto fue
producto de que el habitante de las plumas lo dejó caer. Para el habitante del “mundo de las
plumas” todo esto no es muy evidente, pero sí lo es para el extraño sujeto que ya había tenido
experiencias de esto, ya sabía lo que sucedería. Recapitulemos. Hume se pregunta cuál es la
naturaleza de nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho. La respuesta sería que
están fundados en la relación causa-efecto. Segunda pregunta: ¿Cuál es el fundamento de todos
nuestros razonamientos y conclusiones de esta relación? La respuesta es: la experiencia. La
tercera pregunta es, ¿Cuál es el fundamento de todas las conclusiones de la experiencia? Esta
pregunta es para Hume difícil de resolver y de explicar. Cuando un sujeto infiere la existencia de
un objeto de la aparición de otro “con toda su experiencia, no ha adquirido idea o conocimiento
algunos del secreto poder por el que un objeto produce el otro, ni está forzado a alcanzar esta
inferencia por cualquier proceso de razonamiento. Pero, de todas maneras, se encuentra
obligada a realizarla”. Hace frío, siento frio, se me pone la piel de gallina, pero que del frío salga
una fuerza misteriosa que hace que a los cuerpos se les ponga la piel de gallina o comiencen a
temblar, eso no lo veo. El principio que determina estas conexiones es el hábito o la costumbre.
Con este principio Hume sólo quiere indicar un principio de la naturaleza humana que es
“universalmente admitido y bien conocido por sus efectos”. Por lo tanto, tenemos que todas las
inferencias realizadas a partir de la experiencia son efectos de la costumbre y no del
razonamiento. Hume se pregunta ¿Cuál es la conclusión de todo esto? Toda creencia en una
cuestión de hecho o existencias reales deriva meramente de algún objeto presente a la memoria
o a los sentidos y de una conjunción habitual entre éste y algún objeto. En otras palabras, señala
Hume, tenemos que, habiéndose encontrado, en muchos casos que dos clases cualesquiera de
objetos, por ejemplo, la llama y el calor, nieve y frío han estado siempre unidos, si la llama o la
nieve se presentaran a nuestros sentidos, la mente sería llevada por costumbre a esperar calor y
frío, a creer que tal cualidad realmente existe y que se manifestará tras un mayor acercamiento
nuestro. Las conclusiones derivadas de la experiencia nos llevan más allá de la memoria y los
sentidos, y nos aseguran cuestiones de hecho que ocurrieron en espacios más alejados y
tiempos remotos. No obstante, lo anterior, siempre ha de estar presente a la memoria y a los
sentidos algún hecho del que podamos partir para alcanzar aquellas conclusiones. “En una
palabra, si no partiésemos de un hecho presente a la memoria y a los sentidos, nuestros
razonamientos serían meramente hipotéticos”. Nuestros razonamientos se mueven dentro de lo
conocido, de manera que no podemos ir más allá de lo conocido. Inevitablemente nuestras
ideas están condicionadas por nuestras experiencias pasadas y por las que estamos
experimentando en cada momento. El pensamiento no puede crear nada absolutamente nuevo,
ya que todo lo que genera tiene como base lo conocido. Sin duda hay personas que han pensado
algo que antes nadie había pensado (por ejemplo, Einstein), pero lo hicieron moviéndose dentro
de lo conocido, de sus experiencias, de sus conocimientos acumulado y que los traen a la
palestra a través de la memoria. Volvemos a lo anteriormente dicho: a la costumbre. Al ver este
proceso x innumerables veces uno se crea una costumbre en la mente y espera que “cuando se
realice tal cosa esto otro va a suceder”. Tenemos la costumbre de esperar que ciertas cosas
sucedan: que el fuego quema, que el ácido quema la piel que la nieve produce una sensación de
frío. Hume señala que en el universo todo está en constante cambio y los objetos se siguen a
otros en sucesiones ininterrumpidas, pero el poder o la fuerza que mueve toda la máquina se
mantiene oculta. Para Hume es clave la causalidad, ya que le da un cierto orden a todo este
universo cambiante. Escribe el pensador: “Pues si nos importa conocer alguna relación entre
objetos, con toda seguridad es la de causa y efecto. En ella se fundamentan todos nuestros
razonamientos acerca de cuestiones de hecho o de existencia. Sólo gracias a ella podemos
alcanzar alguna seguridad sobre objetos alejados del testimonio actual de la memoria y de los
sentidos”. Añade Hume: “Sabemos que, de hecho, el calor es compañero asiduo de la llama,
pero ni siquiera está a nuestro alcance hacer conjeturas o imaginar cual sea su conexión”.

Luego escribe: “Al estar determinado por costumbre a trasladar el pasado al futuro en todas
nuestras inferencias, cuando el pasado ha sido absolutamente regular y uniforme, esperamos el
acontecimiento con la máxima seguridad y no dejamos lugar alguno para la suposición
contraria”. Pero ¿qué sucede en el caso contrario, es decir, que efectos distintos se siguen de
causas que al parecer son similares? Estos efectos pasaran por el mismo proceso que es el de
presentarse ante la mente y, en base a las experiencias pasadas, se evaluará cuál efecto es el
más probable. A pesar de que estemos convencidos que se producirá tal efecto, Hume señala
que no hay que desechar los demás, sino que hay que asignarle a cada uno de ellos un peso y
valor determinado, según su frecuencia, y esto lo hacemos en palabras de Hume, trasladando el
pasado al futuro para determinar el efecto que resultará de determinada causa. “Cuando un
gran número de experiencias en determinado momento concurren en un mismo hecho, lo
fortalecen y confirman en la imaginación, engendran el sentimiento que llamamos creencia y
dan a su objeto preferencia sobre el objeto contrario que no es apoyado por un numero
semejante de experiencias., ni acude tan frecuentemente al pensamiento cuando éste traslada
el pasado al futuro”.

En realidad, el principio de que el futuro se asemeja al pasado no está fundado en ningún tipo
de argumento, sino que es derivado del hábito, como ya lo hemos estado enfatizado.
Regresemos al tema del Yo. ¿Cómo abordó Hume el problema del Yo? Las impresiones no nos
proporcionan la existencia de una substancia que contiene las cualidades percibidas por los
sentidos. Como bien escribió Russell, Hume proscribió o eliminó el concepto de substancia de la
psicología, así como Berkeley lo hizo en al ámbito de la física. No hay una impresión de un “Yo” y
, por ende, no hay idea de un “Yo”. No se puede, “atrapar al Yo”, solo tenemos percepciones. Es
más, somos un conjunto de percepciones. Tenemos que Hume se deshace del concepto de
substancia que aun perduraba y luchaba por mantenerse. ¿Qué sucede por ejemplo en teología,
con el concepto de alma? Hume redefine la epistemología occidental al replantear la relación
que existía entre sujeto y objeto. Ahora el sujeto que percibe, que se considera como existiendo
de manera independiente de todo en cuanto le rodea no sería más que un conjunto de
percepciones. ¿Qué queda del “cogito ergo sum” de Descartes?

Acto seguido, Hume se pregunta cómo se pueden reducir los principios de los cuales derivan las
pasiones a un número menor, y encontrar en las causas algo que sea común. En esta búsqueda
de un factor común, Hume nos lleva a reflexionar sobre tres propiedades de la naturaleza
humana. La primera es la ya conocida asociación de ideas por semejanza, contigüidad o
causalidad. La segunda propiedad es la asociación entre impresiones semejantes: “Todas las
impresiones semejantes se enlazan entre sí, y tan pronto una de ellas surge es seguida por la
otra. Pena y desilusión dan lugar a la ira, la ira a la envidia, la envidia a la malicia y la malicia de
nuevo a la pena hasta que se completa el círculo”. En tercer lugar, ambos tipos de asociación se
apoyan y favorecen entre sí y “la transmisión es realizada más fácilmente cuando ambas
concurren en el mismo objeto”. Hume pasa a examinar la influencia de estas relaciones sobre el
orgullo y la humildad. Nuestro pensador establece que la cualidad de una causa cualquiera que
genere orgullo, genera también placer, y que la cualidad que genera humildad también genera
lo contrario. Las cosas sobre las que estas cualidades se adhieren son o bien parte de nosotros, o
bien algo cercano a nosotros. Recordemos el ejemplo de la casa. Se puede apreciar que existe un
proceso de relaciones simultáneas donde la cualidad, en este caso, la belleza, funciona dando
origen a la pasión correspondiente. El objeto (la casa), es el que entra en relación con el Yo (la
casa es mi casa) que es el objeto de la pasión. Se sigue naturalmente que la causa – cosa y
cualidad – habrá de originar inevitablemente la pasión respectiva. Libertad Pasemos ahora al
tema de la libertad en Hume. El pensador escocés va a tratar este tema bajo un nuevo enfoque,
por lo que hace necesario comprender el concepto de necesidad. Hume afirma que las acciones
de los cuerpos externos son necesarias y, tanto en la comunicación de su movimiento, su
atracción y conexión mutua, no existen rastros de libertad. “Cada objeto se halla determinado
de un modo absoluto en el grado y dirección de su movimiento, y es tan incapaz de apartarse de
la línea precisa en que se mueve como de convertirse por sí mismo en un ángel, un espíritu o
una sustancia superior”. De esta manera, en lo que se refiere a las acciones de la materia,
tenemos que estas son necesarias “y todo en lo que este respecto sea análogo a la materia debe
ser reconocido como necesario”.

¿Qué sucede con las acciones del espíritu? Hume se adentra en terrenos delicados ya que
solamente entrar a cuestionar el libre albedrío era algo particularmente ofensivo especialmente
para los sectores religiosos y por ende, un peligro para la persona quien osaba cuestionarla.
Pero como él mismo escribió: “No hay método de razonar más común ni más censurable que
intentar refutar en las discusiones filosóficas una hipótesis bajo pretexto de sus peligrosas
consecuencias para la religión y la moral…no es cierto que una opinión sea falsa por sus
consecuencias peligrosas”. Estamos ante tema confuso, así lo reconoce Hume. Se suele creer
que los dementes no son libres, pero, por otra parte, si los juzgamos por sus acciones, estas
presentan menos regularidad y constancia que las de un hombre cuerdo y, por consiguiente, se
hallan más distanciadas de la necesidad”. Las personas privadas de razón, al ser impredecibles
en sus actos, no sabemos cómo reaccionarán, parecen estar libres de la necesidad a diferencia
del común ser humano que vive en sociedad. Pero sabemos que el loco es tan esclavo de su
enfermedad como el hombre “civilizado” de las convenciones sociales, de manera que ambos
están de alguna forma determinados, ya sea interna o externamente. Pero vayamos al tema
central: ¿somos libres? ¿Qué argumentos existen para apoyar esta afirmación? En primer lugar
veamos qué entiende Hume por “necesidad”: “La refiero o a la unión y conjunción constante de
objetos análogos o a la inferencia en el espíritu del uno al otro…La necesidad en estos dos
sentidos se ha concedido universal, aunque tácitamente, en las escuelas, en el púlpito y en la
vida corriente, como perteneciente a la voluntad del hombre, y nadie ha pretendido negar que
podemos realizar inferencias referentes a las acciones humanas y que estas inferencias se
fundan en una unión experimentada de acciones análogas con análogos motivos y
circunstancias. De acuerdo a Hume existen algunas razones que nos hacen creer que somos
libres. Entre estos se encuentra la confusión entre libertad y espontaneidad o la no coacción
externa.

TAREA:

Realizar una lectura detenida y profunda.

Subrayar los puntos que no se comprenden.

Realizar un resumen que no exceda las dos planas.

Para el resumen, hay que tomar en cuenta: el tema central de la filosofía de David Hume.

La idea principal de cada uno de sus postulados filosóficos.

La enseñanza que sacamos de esta lectura.

Se debe entregar el día del parcial determinado a primera hora y será sujeto a evaluación
dentro el DECIDIR.

También podría gustarte