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El escritor cree que uno no puede ser inmortal si su cuerpo muere; no acepta tener
que desprenderse de su carne, y mucho menos de todos los aspectos materiales de la
existencia.
Unamuno, siguió el camino trazado por San Agustín, argumentando que Dios está
dentro de nosotros y que debemos buscarlo por amor, pero es incapaz de implicarse
totalmente en esta búsqueda mística e incondicional, a pesar de negarse a dar una
respuesta racional.
Por tanto, es esencial separarnos de Dios porque somos seres independientes con
intelecto propio que sólo pueden disfrutar de la luz de Dios en su totalidad
manteniendo su singularidad y personalidad. ¿Qué sentido tiene vivir eternamente si
para ello hay que renunciar a la propia conciencia? Unamuno se niega a pensar que la
aniquilación total ante la visión de Dios sea el precio que pagar por la inmortalidad
del alma. Cada hombre representa un mundo, un universo, y es justo que conserve su
individualidad incluso después de la muerte, que siga siendo centro y no margen.
La tercera fase es aquella en que la lógica vacila porque el alma profunda del hombre
tiene necesidad de Dios, siente una necesidad física, imponente.
Unamuno, sin embargo, no debe ser considerado un filósofo, sino un hombre que
buscó a Dios. La particularidad reside en que nunca intentó tratar el tema de la fe
como una cuestión a la que se deba responder racionalmente. Unamuno acepta vivir
en la duda (que, según el escritor, alimenta la fe) y no mancillar la fe con demagogia
y dialéctica. La fe nace como necesidad consoladora de la fragilidad humana y es
pura e incontaminada, por eso Unamuno casi parece querer preservarla de la mera
lógica humana generadora de error.
Bibliografía