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TEMA 2
HUMANISMOS
NO CREYENTES
Contenido
1. Introducción.................................................................................................................................2
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Religión 1º Bachillerato
1. Introducción
En los temas que nos ocupan durante este curso, llamamos “humanismos” a las diferentes corrientes
intelectuales y filosóficas que, desde el siglo XVI, dedican sus esfuerzos a reflexionar sobre el ser
humano, desde la convicción de que éste es libre de dotar a su vida de un sentido y responsable de dicha
tarea.
En este tema nos ocuparemos de los humanismos no creyentes. Para ello, nos acercaremos a algunos
pensadores que proponen una búsqueda de sentido para la existencia en la que no tiene cabida Dios.
Intentaremos comprender su punto de vista para, posteriormente, entablar un diálogo con ellos que nos
permita aprender qué nos puede aportar su pensamiento, pero también qué se puede aportar al suyo desde
una perspectiva creyente.
Los maestros de la sospecha son tres: Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Aquí vamos a
mencionar también a Ludwig Feuerbach, pensador anterior a todos ellos y de enorme influencia en sus
respectivos trabajos, sobre todo en el caso de Marx.
Feuerbach plantea la religión como alienación: es algo extraño al ser humano, impropio de él. El
concepto de alienación de Feuerbach lo aplicará posteriormente Marx a su doctrina sobre las relaciones
económicas.
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Según Feuerbach, dentro del ser humano están presentes todos los ideales: la belleza, la bondad, la
perfección, la justicia… Todas ellas son ideas propias del ser humano, nadie las ha puesto ahí, son
propiamente suyas. Sin embargo, el ser humano decide inventar la figura de Dios, un artificio en el que
colocar todos estos grandes ideales, vaciándose a su vez de los mismos.
Dios, por tanto, sería una proyección de todos los ideales más elevados del ser humano, que al
proyectarse fuera de sí mismo se “vacía” de lo que le es más propio, se convierte en un extraño para sí
mismo: de ahí el concepto de enajenación o alienación: el ser humano se vacía de lo que le es más
propio para dárselo a Dios, y en ese tránsito se convierte en alguien extraño a sí mismo.
Feuerbach expone estas ideas en un libro llamado La esencia del cristianismo (1848). Se le puede
atribuir la siguiente frase, que resume brillantemente su doctrina: Dios no creó al hombre, sino que “el
hombre creó a Dios a su imagen y semejanza”.
Según Marx, el único motor de la historia han sido las diversas formas de producción: la sociedad
avanza a través de la lucha de clases. Siguiendo a Feuerbach, pero aplicando sus ideas a su doctrina
económica, concibe el trabajo y las relaciones económicas y sociales como alienantes
para el ser humano.
Marx distingue dos grandes clases sociales, enfrentadas entre sí: por un lado, la burguesía, los
patronos, los propietarios de los medios de producción, que en realidad son también los propietarios
del resultado del trabajo. Por otro lado, el proletariado, la clase trabajadora, que no es dueña de su trabajo.
El trabajador es una simple herramienta en manos del patrón, que deja lo mejor de sí mismo (su tiempo,
sus capacidades, su vida…), generalmente en condiciones indignas, en el desarrollo y creación de un
producto que, finalmente, no le pertenece: de ahí la enajenación o alienación: el trabajador se ve
vaciado de lo mejor de sí mismo y se convierte en un instrumento ajeno a sí mismo, al servicio de otro.
Para Marx, la religión es sólo una parte de una superestructura mayor (económica, política, social…),
que es injusta y mantiene el orden establecido. La religión es el “opio
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del pueblo”, porque mantiene tranquilos a quienes la profesan con promesas de una vida mejor,
mientras en la presente siguen soportando la injusticia y la indignidad.
La crítica de Marx ayuda a denunciar estas situaciones y despertar en el creyente las consecuencias
prácticas de su fe: la construcción de un mundo mejor para todos y más justo.
Como limitación al pensamiento de Marx, se podría decir también lo contrario: no es cierto que
toda religión justifique la injusticia estructural. De hecho, es más bien al contrario: personas
religiosas, creyentes de todas las religiones, se enfrentan a la injusticia continuamente en todo el mundo.
Los ejemplos son tantos y tan variados que no cabrían aquí…
Para Nietzsche, cada uno construye su propio sentido, cada uno le da el sentido que quiere a
su existencia. Asumir esto implica que el sentido que yo le dé a mi vida puede chocar, ir en contra del
sentido que le dé cualquier otro ser humano. Por eso Nietzsche plantea dos conceptos fundamentales en
su filosofía: el superhombre y la voluntad de poder.
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El superhombre sería el ser humano capaz de asumir esta realidad, construir su sentido y
perseguir sus fines, pasando por encima de cualquier impedimento o adversidad, imponiéndose sobre
el resto mediante la voluntad de poder. Cada uno responde de sí mismo, cada uno decide su lugar en el
mundo, cada uno alcanza sus propias metas.
Para Nietzsche, el gozo de la vida es la única medida válida de cómo se está viviendo ésta: obtener
mis metas, disfrutar yo. Lo ilustra con el enfrentamiento entre dos mitos griegos: Dionisos contra
Apolo. Dionisos, el dios del vino, de la fiesta, de la orgía y el desenfreno, debe prevalecer frente a Apolo,
dios de la proporción, la moderación, la justa medida.
La voluntad de poder no lo es todo… no hemos nacido como seres humanos para enfrentarnos a los
demás. Al contrario, dependemos constitutivamente de los demás, nos construimos como
personas en los otros. La necesidad que tenemos de otros seres humanos es algo evidente desde
perspectivas muy distintas, desde la biológica a la antropológica, y por supuesto desde la filosófica y
la religiosa. No sería descabellado contestarle a Nietzsche que lo más genuino del ser humano
no es el enfrentamiento con otros, sino precisamente lo contrario, la capacidad de amar.
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ELLO: totalmente contenido en el inconsciente (es decir, no somos conscientes de que estos
procesos nos ocurren, pero ocurren y determinan lo que somos), es el motor de las acciones a través
de dos pulsiones: sexuales y agresivas (eros y thanatos). El ello funciona según el principio del
placer (lo que me gusta y lo que no, lo que me apetece y lo que no…)
SUPERYO: mayoritariamente contenido en el inconsciente, aunque seríamos conscientes de una
parte de él. Está formado por nuestros ideales asumidos, los principios morales y las normas por las
que nos guiamos y juzgamos a nosotros mismos. El superyo controla y reconduce los impulsos del
ello, y funciona según el principio del deber (lo que debo hacer y lo que no, lo que está bien o
aceptado y lo que no, lo que se espera de mí y lo que no…).
YO: parcialmente inconsciente, el yo resuelve la tensión entre el ello y el superyo. En el yo se sitúan
las decisiones conscientes, funciona según el principio de realidad. (es útil o no, es conveniente o
no…).
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Según Freud, un ser humano sano tiene estos tres factores equilibrados. El yo armoniza la relación
entre ello y superyo, y la persona se rige por el principio de realidad. Cuando este equilibrio
desaparece, aparecen enfermedades de la psique:
Un ello sobredimensionado o un superyo atrofiado harían que la persona se guiase solamente por lo
que en cada momento le apetece, sin desarrollar ningún tipo de empatía ante las necesidades o
sufrimientos de los demás, incapaz, por tanto, de vivir en sociedad. Estaríamos hablando de
psicopatías.
Un superyo sobredimensionado o un ello atrofiado harían que la persona solo se guiase por el
principio del deber, dejando a un lado sus propias necesidades, esperando siempre complacer a
alguien y haciendo lo que de ella cree que se espera, viviendo la realidad desde la presión, el agobio,
la obligación… estaríamos hablando de neurosis de diferentes tipos.
Un yo atrofiado que no pudiese mediar entre el ello y el superyo haría que la persona no pudiese
regirse por el principio de realidad, por lo que no habría distinción entre lo real y una realidad
alternativa o inventada. Estaríamos hablando de psicosis, esquizofrenias…
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aprieto que tengamos en la vida, ni actúa caprichosamente ayudando a unos y dejando de ayudar a otros.
La crítica de Freud ayuda al creyente a depurar su imagen de Dios, haciéndola más madura y coherente.
No es cierto que el ser humano religioso sea una persona enferma. Esto es, sencillamente, un
disparate. El ser humano es religioso por naturaleza, como hemos visto con detalle en cursos
anteriores.
No todos los creyentes piensan que Dios les protege mágicamente del mal… al contrario, en
religiones como el cristianismo, sin ir más lejos, Dios no crea el mal, sino que lo combate y lo sufre
junto al ser humano. Esto es evidente, por ejemplo, si se mira la vida y la muerte de Jesús de Nazaret.
Por último, hay religiones como el budismo que no identifican a Dios con esa figura paterna, por lo
que la crítica de Freud es muy limitada en ese sentido, y se puede deducir que tiene mucho que ver
con su propia experiencia personal.
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