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no está en el género
autobiográfico sino en que hay
muchos libros malos”
El escritor argentino radicado en París habló con Infobae
Cultura sobre su último libro, “Cassette virgen”, una especie de
“defensa” del género, y reflexiona sobre el fastidio y la crítica a
la literatura del yo, que atribuye a “cierta banalidad, cierta
liviandad, cierto apuro y cierto narcisismo” en algunos textos
PorLuciano Sáliche
28 Ago, 2021
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Edgardo Scott
¿Es Cassette virgen una defensa de lo autobiográfico? Podría serlo,
¿por qué no? ¿Acaso una buena película de terror no es también una
defensa al género? Edgardo Scott dice que no. “Ningún género
necesita defensa porque ninguno es esencialmente bueno, mediocre o
malo. En todos es posible la mejor, la menor y la peor literatura”,
escribe en el prólogo. También que “el Borges de Bioy [es] el gran
libro de la literatura argentina de este siglo” y que “lo autobiográfico,
para un escritor, [es] apenas otra variante de sus ficciones”. Escrito
durante diez años y publicado en 2021 por Emecé, Cassette
virgen saluda al lector desde el aspecto generacional que se observa
en la tapa y lo convence narrando una serie de recuerdos
ficcionalizados que se van ordenando de forma arbitraria, como la
ramificación de un árbol, lejos del esquematismo de “contar una
vida”. “Nunca es inocente el armado de un relato, sobre todo pensando
en el lector, que también es uno mismo”, dice ahora, del otro lado de
la pequeña pantalla del celular, desde su departamento en París, con
43 años y siete libros en su haber.
Hay algo, una trama, algo “que aparentemente sería fácil”, dice: “Hoy
me levanté cansado, estoy pensando en mi tía y a mi gato no le gusta
la comida: esa facilidad aparente que tendría el género autobiográfico,
la autoficción, la literatura del yo, a mí me da la impresión de que es al
revés: yo encaré estos relatos pensándolo al revés: a mí me parece
súper difícil poner una primera persona. ¿Cómo hago para que mi
vanidad y mi narcisismo no te hinchen las pelotas, para que no te
aburras, para que no te fastidies, para que no te genere
antipatía? Un montón de operaciones que tienen que ver con la
primera persona, más aún cuando esa primera persona declara que es
el yo del autor. Una primera persona, sí, pero que a través de la
construcción de una cierta voz te resulte lo más tolerable posible: una
voz más amistosa y ecuánime, que me parece que es todo lo contrario
de todos esos dispositivos que, supongo, deben tener que ver con el
fastidio y la crítica a la literatura del yo y a cierta banalidad, cierta
liviandad, cierto apuro y cierto narcisismo”.
Edgardo Scott
“La infancia es un largo rito”, escribe en Cassette virgen y se lanza a
jugar con “esa gran bolsa de palabras que es el mundo”, una bolsa
húmeda, pesada, porque “el lenguaje nació un día de lluvia”. Scott
recuerda, rememora, va hacia atrás, pero no se queda allá, no parasita
su bienestar en un pasado idealizado, no se echa a descansar bajo la
sombra de la nostalgia ni decide volver a ser ese niño, ese
adolescente, ese hombre que fue algún día hace tiempo, sino que
escribe desde un presente que no es otro presente que el momento en
el que escribe. Y en este volumen aparece, en el medio “César Candia,
un héroe de otro tiempo”, donde hay una venganza literaria hacia
aquel muchacho ganador. “Todos los días -me decía- se aparecen en
mi casa y me piden que las coja”. Es una venganza porque el relato
cuenta la historia completa: lo que fue antes de la gloria y lo que fue
después, cuando el éxito cesó.
“Es uno de los relatos que más de ficción parece, que más parece un
personaje literario, y tal vez por eso, por encontrar que de golpe había
compuesto un personaje muy definido, un pequeño Casanova, tenía
que tener algún problema. Es como el personaje de en Sin lugar para
los débiles que si tiene que matar los mata a todos y sobre el final,
cuando va victorioso con el auto, se distrae un segundo y lo chocan y
queda hecho pelota. Nadie se la lleva gratis. Ningún pecador va al
cielo. Y por otro lado, fijate que a César Candia le puse ‘un héroe de
otro tiempo’. Es algo que me dijo una escritora ecuatoriana, Daniela
Alcívar. Me interesa en este relato la lectura de las mujeres.
Finalmente, más allá de este accidente de cuando era chico, de esta
pseudo castración, un tipo como César Candia hoy es digno de
escrache: ninguna de sus hazañas serían vistas como hazañas, fijate
cómo cambiaron las cosas. También lo juzgó el tiempo. Lejos de ser
un ganador, hoy podría ser visto como un villano”.
La lengua, el idioma, el lenguaje, las formas de nombrar el mundo,
aparecen como tema en el libro. “Sólo se conocen verdaderamente dos
idiomas: la lengua materna y la lengua del exilio. EL resto son
aprendizajes parciales, incompletos, aunque puedan figurarse con
destreza. Los dos idiomas que verdaderamente se aprenden nacen
de la supervivencia”, escribe Scott y ahora, mientras habla del otro
lado de la pantalla, parece desdoblarse: está un poco acá, en
Argentina, y otro poco allá, en Francia. “La lengua... Podemos hacer
un seminario con esto”, y ríe. “Vivir en otra lengua, habitar otra
lengua me lleva a que el castellano, y el argentino más
específicamente, se me vuelva un búnker. No tengo elementos
vitales ni históricos ni lingüísticos como para poder pensar el francés.
Pero sí, ya en una cuestión comparativa, el francés me permite pensar
el español, pensar mi lengua, pensar mi cultura. Hay como un
subrayado a partir de que vivo acá”.