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50 maneras de morir
Cine negro y poética de la fatalidad
Violeta KoVacsics
Violeta Kovacsics
50 maneras de morir
Cine negro y poética
de la fatalidad
Director de la colección: Jordi Sánchez-Navarro
ISBN: 978-84-9180-942-5
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reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este eléctri-
co, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización
escrita de los titulares del copyright.
Índice
Agradecimientos 7
LAS PELÍCULAS 29
El halcón maltés (1941) 31
Obsesión (1943) 34
Laura (1944) 37
Perdición (1944) 40
Detour (1945) 43
El sueño eterno (1946) 46
Forajidos (1946) 49
Retorno al pasado (1947) 52
Voces de muerte (1948) 55
El ejecutor (1948) 58
La fuerza del destino (1948) 61
Moonrise (1948) 64
El tercer hombre (1949) 67
Al rojo vivo (1949) 70
El demonio de las armas (1949) 73
En un lugar solitario (1950) 76
El autoestopista (1953) 79
Los sobornados (1953) 82
Manos peligrosas (1953) 85
El beso mortal (1955) 88
Las diabólicas (1955) 91
Rififí (1955) 94
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Bibliografía 183
La autora 187
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Agradecimientos
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El abrazo de la muerte:
los funestos designios del cine negro
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
Dashiell Hammett
El cine negro se escurre entre los dedos como mantequilla. Cuanto más
lo estrujas, mejor se escapa. Se escabulle de nuestra mano bajo la forma
del fundacional cine de gánsteres, se diluye tras la crisis del clasicismo y
se derrite transformado en otra etiqueta, la de thriller. Se dispersa como
el humo de un cigarrillo. ¿Qué es el cine negro? Acaso un crimen, quizá
un claroscuro, tal vez el gesto desconfiado de un detective con gabar-
dina y sombrero. O puede que el cine negro sea un estado de ánimo,
un pesar.
Los géneros siempre se resisten a una categorización rotunda. Son
maleables, evolucionan y tienden a la hibridación. El wéstern, por
ejemplo, se aferra a elementos visibles como el saloon, el paisaje del
oeste americano, las pistolas, las diligencias, los sheriffs o los bandidos,
que concretizan un imaginario mucho más abstracto (el de la mitología
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
El acecho de un final
Georges Simenon
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
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tiñe, ahora sí, todos los estratos. Son personajes cuyo destino resulta
funesto, quizá porque se revelan como víctimas de un sistema y de una
sociedad que no les da alternativa.
El cuerpo y la fatalidad
Entonces dejó de gritar y la cabeza se le desplomó sobre el pecho. Oyó algo, muy
vagamente; el tiempo pasó, y luego las balas le alcanzaron en la cadera; su cuerpo se
distendió y cayó lentamente. Un hilo de baba unía su boca al áspero suelo de la granja.
Boris Vian
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James Ellroy
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
insinuando que no hace falta que ella se esconda para vestirse, pues
seguramente ambos han protagonizado una escena así en diversas oca-
siones. El encuentro sexual queda entonces implícito. El noir se atrevió,
aunque fuese desde la sugerencia, a revelar una carga sexual a menudo
reprimida por la censura.
En los años setenta, E. Ann Kaplan editó Women in Film Noir. El
libro de Kaplan desplazaba el foco de un género aparentemente mas-
culino, poblado de hombres y de símbolos fálicos, como el revólver. Lo
hacía en una época, mediados de los años setenta, en que la teoría fíl-
mica feminista emergía con fuerza, bajo la batuta del texto fundacional
de Laura Mulvey. La ambigüedad de un arquetipo como la femme fatale,
desengranado en el libro de Kaplan, aunaba aquello que una parte de
la crítica feminista denunciaba (la predominancia de la mirada mascu-
lina, la objetualización del cuerpo de las mujeres) con una desinhibi-
ción subversiva. «La iconografía es explícitamente sexual, y a menudo
explícitamente violenta también», se puede leer en Women in Film Noir,
«cabello largo (rubio o negro), maquillaje y joyería. Los cigarrillos con
su rastro de humo pueden convertirse en curas de sensualidad oscura e
inmoral, y la iconografía de la violencia (principalmente pistolas) es un
símbolo específico (como lo es quizá el cigarrillo) de su poder fálico
“antinatural”» (Kaplan, pág. 54).
Por su parte, Richard Dyer apuntaba a personajes como los de
Agente especial (The Big Combo, 1955) o Gilda (1946), y relataba cómo
la figura del homosexual, que en estas películas solía ser el socio o la
mano derecha del protagonista, era habitual en el cine negro. Dyer
escribe: «Los queers a veces pueden perturbar a los personajes masculi-
nos centrales de formas indirectas, al igual que lo queer puede perturbar
nuestra percepción de personajes, como Johnny en Gilda o Neff y Keys
en Perdición (Doble Idemnity, 1944). De manera más general, constituyen
parte de un mundo cuya incertidumbre los héroes noir no logran domi-
nar, y debido a que a menudo son más vívidos y divertidos, desvían la
atención del héroe y lo descentran. Sin embargo, también ocurre que a
menudo, en cualquier caso, los protagonistas no actúan como si estu-
vieran perturbados» (Dyer, 112).
Para Núria Bou y Xavier Pérez, la figura del héroe está intrínseca-
mente vinculada a la lucha contra el tiempo. Es también una figura
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
Poética de la fatalidad
Muy al nordeste, comenzó a caer una lluvia intensa y cálida sobre la nieve compacta
y el persistente hielo. A medida que el agua hacía su trabajo, los mares blancos se
agrietaban para revelar los verdes y marrones que había debajo. La tierra endurecida
fue ablandándose lentamente y el sonido de la lluvia convocaba al brote y la rama, a la
semilla y la raíz. Convocaba a cuanto hubiera allí enterrado.
John Connolly
En una salvaje escena de La reina Kelly (Queen Kelly, 1931), Erich Von
Stroheim filmaba, de manera frontal, a la reina atizando con un látigo a
otra mujer, mientras, en los pasillos de palacio, el servicio observaba la
pelea entre risitas. Samuel Fuller, uno de los cineastas que mejor supo
canalizar el espíritu subversivo de Stroheim, filmó una escena similar
en Una luz en el hampa (Naked Kiss, 1964). La película comienza con un
contraplano frontal, con la cámara balanceándose con violencia emu-
lando el punto de vista subjetivo de los dos personajes y con una pieza
de jazz desgañitándose en la banda sonora: una mujer (que curiosamen-
te se llama Kelly) atiza a un hombre con un pequeño bolso, con tanta
rabia que a ella se le acaba cayendo la peluca. Aquí, como en La reina
Kelly, el gesto violento quiebra los cánones de la llamada feminidad.
Con el chulo tendido sobre el suelo, ella (interpretada por Constance
Towers) se cobra los setenta dólares que él le debe y, acto seguido, se
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
alrededor: Fuller posa la cámara sobre cada uno de los rostros de los
chicos y chicas, pasa a un plano general cuando Kelly comienza a cantar
y vuelve a mostrar los rostros de los niños y de los enfermeros, encan-
dilados con la preciosa voz de la mujer, una suerte de ángel caído del
cielo. La escena, bellísima, desemboca en el plano de Grant, el magnate
con quien Kelly está a punto de casarse y a quien ella descubrirá apro-
vechándose de una niña. Así, la placidez en la que parece instalada Kelly
y los cuidados que prodiga a la gente del pueblo están constantemente
empañados por algo sombrío, que atañe precisamente a los niños,
presencias dulces alrededor de Kelly y víctimas del magnate Grant. Se
trata, entonces, de revelar el prejuicio social. Ella matará a Grant, pero
será acusada, pues entre la palabra de una exprostituta y la imagen de
un hombre rico, ella es quien tiene las de perder. Se trata también de
plantear una puesta en escena de la violencia, ya sea mediante la fron-
talidad del furioso inicio o a través de un fuera de campo que esconde
el hecho atroz. Sus formas arrebatadas se traducen o en una sugerencia
o en la contundencia de un ademán furibundo. Quizá por todo esto sus
formas, amantes del claroscuro, se apoderan del lirismo
«El cine negro es tanto un importante legado cinematográfico como
una idea que hemos proyectado en el pasado», escribió Naremore
(2008, pág. 11). En L. A. Confidential (1997), el elegante ejercicio de
nostalgia de Curtis Hanson, Kim Basinger interpreta a una prostituta
vestida y acicalada para parecerse a Veronica Lake. A esto quedó resu-
mido el cine negro: a una copia. Es un peinado, un traje, una imitación.
Del edificio del género apenas quedan algunos pilares, un esqueleto
completamente a la vista. En películas más cercanas en el tiempo, como
Brick (2005), el noir ya no es una evocación, sino un objeto pop, un edi-
ficio del que sobrevive la fachada, pero cuyo interior, ya vacío, parece
deshabitado incluso por sus fantasmas.
Esta misma pulsión por la copia se deja ver en El lago del ganso salvaje
(Nan Fang Che Zhan De Ju Hui, 2019). Sobre una mampara se dibujan
las siluetas de un hombre y de una mujer. Los dos diseñan un plan:
ella, una prostituta, lo entregará a la policía para poder cobrar el dinero
de la recompensa y dárselo a la esposa de él. Esta confabulación es el
eje en torno al que gira la película, la cual sigue en dos tiempos a un
mafioso fugitivo que cuenta con la ayuda de una reflexiva femme fatale.
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El abrazo de la muerte: los funestos designios del cine negro
Todo esto dice el padre a su hijo. Y sí, vamos viendo las imágenes
de todo lo que podría ser, pero sabemos que todo esto es solo una
fantasía, pues en realidad James está conduciendo a Monty a la cárcel,
y ese destino es inamovible.
Cada vez que la película de Spike Lee está a punto de abrazar los
códigos del noir, se resiste: el género apenas es una posibilidad, algo que
estuvo ahí. Eso sí, hay un estado de ánimo muy propio del noir: desde
el apartamento de un amigo del protagonista, dos hombres observan
la zona cero, el hueco enorme que quedó tras el 11 de Septiembre. Es
de noche, las luces están encendidas y los operarios trabajan. La herida
se evidencia. Ha pasado medio siglo y las fracturas se dejan ver bajo el
signo de la fatalidad.
La última noche se maneja precisamente en este lo-que-podría-ser, pues
el destino de Monty podría ser el del antihéroe del noir, y sin embargo,
su fatalidad es más prosaica. Mientras James va inventando para su
hijo una vida que no será, se insinúan los fantasmas de personajes del
cine negro que huyeron y se escondieron en un pueblo recóndito de
Estados Unidos, como Jeff, el antihéroe de Retorno al pasado (Out of the
Past, 1947), o el Sueco, el protagonista de Forajidos. El pasado, al final,
alcanzó a ambos. Así, del cine negro se observan las huellas que dejó,
pero encima se ha escrito algo nuevo, marcado todavía por el signo de
la fatalidad.
Sobre el relato de la vida que Monty jamás tendrá se van proyectan-
do todas estas figuras, que van desfilando una a una en mi recuerdo. El
cine negro es para mí también esta evocación. La capacidad de bucear
por los recovecos del tiempo es algo intrínseco al noir. De hecho, el
género siempre ha mostrado una enorme capacidad para ir desplegan-
do el pasado, ya sea en flashbacks o en las heridas que sus personajes
parecían cargar consigo. Quizá en el gusto por la rememoración ya
existe un poso nostálgico que ha impregnado a este cine negro, a sus
detectives con la mirada recortada por un sombrero, a sus mujeres
fatales envueltas en el humo de un cigarrillo, a la digresión rompedora
del flashback, al misterio de una sombra o al gesto sublime de un cuerpo
que cae. El lirismo está en cada una de estas formas tremendamente
seductoras. Quizá por esto se aferran a nosotros y quedan para siempre
en el recuerdo.
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Las películas
El halcón maltés
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El halcón maltés
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Obsesión (1943)
Título original: Ossessione
Producción: Industrie Cinematografiche Italiane
Productor: Libero Solaroli
Dirección: Luchino Visconti
Guion: Luchino Visconti
Fotografía: Domenico Scala, Aldo Tonti
Música: Giuseppe Rosati
Montaje: Mario Serandrei
Intérpretes: Clara Calamai, Massimo Girotti, Juan de Landa, Elio Marcuzzo,
Dhia Cristiani
País: Italia
Año: 1943
Duración: 140 minutos. Blanco y negro
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Obsesión
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Laura
Laura (1944)
Título original: Laura
Producción: Twentieth Century Fox
Productor: Otto Preminger
Dirección: Otto Preminger
Guion: Jay Dratler, Samuel Hoffenstein, Betty Reinhardt
(sin acreditar: Jerome Cady, Ring Lardner Jr.)
Fotografía: Joseph LaShelle
Música: David Raksin
Montaje: Louis Loeffer
Intérpretes: Gene Tierney, Dana Andrews, Clifton Webb, Vincent Price
País: Estados Unidos
Año: 1944
Duración: 83 minutos. Blanco y negro
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Laura
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Perdición (1944)
Título original: Double Indemnity
Producción: Paramount
Productor: Joseph Sistrom
Dirección: Billy Wilder
Guion: Billy Wilder, Raymond Chandler
Fotografía: John F. Seitz
Música: Miklos Rozsa
Montaje: Doane Harrison
Intérpretes: Fred MacMurray, Barbara Stanwyck, Edward G. Robinson,
Tom Powers
País: Estados Unidos
Año: 1944
Duración: 107 minutos. Blanco y negro
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Perdición
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Detour
Detour (1945)
Título original: Detour
Producción: Producers Releasing Corporation
Productor: Leon Fromkess, Martin Mooney
Dirección: Edgar G. Ulmer
Guion: Martin Goldsmith
Fotografía: Benjamin H. Kline
Música: Leo Erdody
Montaje: George McGuire
Intérpretes: Tom Neal, Ann Savage, Claudia Drake, Edmund MacDonald
País: Estados Unidos
Año: 1945
Duración: 65 minutos. Blanco y negro
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Detour
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El sueño eterno
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la pista, hasta que topa con los bolos, que caen como las víctimas de los
disparos. Por todo esto, no es extraño que Hawks optase por el fuera de
campo a la hora de narrar la muerte de Eddie Mars. Cuando este sale,
una línea de agujeros se dibuja en la puerta: son los disparos que le han
propinado los suyos.
En Hawks según Hawks, el director le reconoce a Joseph McBride que
seguramente fue el director que mejor supo llevar a Humphrey Bogart.
En El sueño eterno, los nombres y el título de la película se inscriben sobre
las siluetas de Bogart y Bacall, reforzando así la premisa del proyecto:
volver a unir a las dos estrellas en la pantalla después de Tener y no tener (To
Have and Have Not, 1944). Los dos fuman, y los créditos se van sucedien-
do sobre el detalle del cenicero. Las letras se difuminan como si fuesen el
humo de un cigarrillo: el efecto evanescente se corresponde con el tono
de la película, y la pareja de pitillos parece resumir el carácter de los dos
protagonistas. El detalle del tabaco me hace pensar en uno de mis pasajes
favoritos de la literatura sobre cine. En uno de los mejores libros que he
leído sobre cine, El tiempo del héroe, Núria Bou y Xavier Pérez trazan un
recorrido por la figura del héroe, intrínsecamente vinculada a la lucha
contra el tiempo: la acción y el movimiento permanentes no hacen más
que evitar la introspección y la conciencia de que el tiempo pasa, dicen
Bou y Pérez. En una parte del libro, se señala un cambio de paradigma
que se da de la mano del noir, de Bogart y de un pequeño objeto: el
cigarrillo. El pitillo evidencia una tendencia hacia la introspección por
encima de la acción: «Los hombres duros del cine negro —con Bogart
al frente— hicieron del pitillo el recurso esencial para vehicular toda su
emotividad contenida. Pero fumar es constatar que hay poca acción para
realizar, poca extraversión para satisfacer», escriben, y añaden: «Ya no se
plantea luchar contra el tiempo, sino que se limita a coexistir con el tiempo»
(Bou; Pérez, 2000, pág. 147). Bogart encarnaría perfectamente otro tipo
de héroe. Es más, su rostro mellado siempre pareció encerrar el paso del
tiempo: Bogart nunca pareció joven.
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Forajidos
Forajidos (1946)
Título original: The Killers
Producción: Mark Hellinger
Productor: Mark Hellinger
Dirección: Robert Siodmak
Guion: Anthony Veiller
Fotografía: Woody Bredell
Música: Miklós Rózsa
Montaje: Arthur Hilton
Intérpretes: Burt Lancaster, Ava Gardner, Edmond O’Brien, Albert Dekker,
Sam Levene
País: Estados Unidos
Año: 1946
Duración: 98 minutos. Blanco y negro
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Forajidos
que lo ama, rubia, dulce, buena (todo lo que no es la femme fatale que
encarna Gardner), y que poco a poco va quedando arrinconada no solo
en el plano, sino también en el corazón del Sueco.
Siodmak va definiendo así una trama criminal marcada por la pasión
y por un pasado que aparece por sorpresa en el presente para modi-
ficarlo drástica y trágicamente. En este sentido, Forajidos se asemeja a
una película que se estrena un año después, Retorno al pasado, otro relato
en torno a un hombre de vida anodina y cuya plácida existencia se ve
sacudida por la irrupción de un pasado convulso y el influjo fatal de
una mujer.
Basada en un relato de Ernst Hemingway titulado precisamente The
Killers, que dos décadas más tarde servirá de base de El código del hampa
(The Killers, 1964), de Don Siegel, Forajidos va dibujando el auge y la
caída de Lunn, marcada por la presencia agazapada pero implacable de
la femme fatale. En la versión de Siegel, no solo la femme fatale persistirá,
sino también el destino trágico del héroe, encarnado aquí por John
Cassavetes, que al inicio de la película acepta la muerte con perturba-
dora serenidad. Siegel llevará la modernidad de Forajidos todavía más al
extremo: la película comienza sin piedad con el asalto a una residencia
para invidentes y los flashbacks se adentran en el mundo de las carreras
de coches, que el cineasta filma con una plasticidad casi experimental.
Forajidos es un relato fatalista. Lunn muere al inicio, pero su trayecto
resulta siempre trágico, pues su figura encarna perfectamente la des-
esperanza del héroe noir. Boxeador abocado al mundo del hampa, el
Sueco está destinado a caer en las redes de la criminalidad del mafioso
convertido en hombre de negocios Colfax y en las de una mujer que no
solo le engaña, sino que lo arrastra a la muerte. En el camino, un hecho
central: el robo a una fábrica de sombreros filmado en un único plano
desde una grúa, que muestra a los bandidos entrar y salir del hangar y
que Siodmak despacha con la precisión de los maestros.
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Retorno al pasado
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Voces de muerte
del cine negro por eludir el relato unitario. Aquí todo aparece desin-
tegrado, como un río que va encontrando un sinfín de bifurcaciones.
El espacio también se descompone: pese a que el escenario principal
donde acontece la acción es la casa de Leona, las ramificaciones del
relato se abren hacia lugares diversos. Todo esto gracias al teléfono, que
sirve para transportar a los personajes de un sitio a otro, pero también
al espectador.
Cuando un médico revela a Henry que su mujer no sufre ninguna
enfermedad, este se enfada. La ira del marido se manifiesta en un gesto,
el de tirar el teléfono que hay en la clínica. El objeto no es baladí, sino un
elemento que, en cierta medida, simboliza a la propia Leona y representa
la piedra angular sobre la que se construye el grueso del filme.
En el fondo, podríamos convenir que esta es también una película
sobre el teléfono, ese aparato que, como reza el texto introductorio
del filme, supone «la unión invisible entre millones de vidas en la gran
ciudad». Litvak imprime estas frases sobre el plano de un grupo de
mujeres, operadoras telefónicas, que responden a las llamadas y que
conectan a los usuarios mediante un entramado de cables. La imagen
resulta, por lo menos, chocante, incluso podríamos decir que revolucio-
naria, como si anticipara la era de la conectividad exacerbada y lo etéreo
y disperso de las nuevas formas de comunicación que condicionan
nuestro presente.
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El ejecutor (1948)
Título original: Raw Deal
Producción: Reliance Pictures
Productor: Edward Small
Dirección: Anthony Mann
Guion: Leopold Atlas, John C. Higgins
Fotografía: John Alton
Música: Paul Sawtell
Montaje: Alfred DeGaetano
Intérpretes: Dennis O’Keefe, Claire Trevor, Marsha Hunt, John Ireland,
Raymond Burr
País: Estados Unidos
Año: 1948
Duración: 79 minutos. Blanco y negro
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La fuerza del destino
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Moonrise (1948)
Título original: Moonrise
Producción: Marshall Grant
Productor: Charles Haas
Dirección: Frank Borzage
Guion: Charles Haas
Fotografía: John L. Russell
Música: William Lava
Montaje: Harry Keller
Intérpretes: Dane Clark, Gail Russell, Ethel Barrymore, Allyn Joslyn, Rex Ingram
País: Estados Unidos
Año: 1948
Duración: 90 minutos. Blanco y negro
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El tercer hombre
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Al rojo vivo
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El demonio de las armas
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En un lugar solitario
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Con sus palabras, con su gesto, Dixon consigue que los dos actores
improvisados crean estar en el coche, mientras Ray, con la iluminación,
hace lo propio.
Con la misma vehemencia con la que describe la pulsión violenta,
Ray filma el ímpetu amoroso. En el encuentro entre Laurel y Dixon,
vecinos del típico complejo de apartamento de Los Angeles, con un
patio central, ella pasa entre él y una chica que no para de hablar. Y
luego, en profundidad de campo, Ray filma cómo él la observa desde
su ventana. No se trata únicamente de insistir en el flechazo que ha
experimentado él, sino de establecer una relación entre ambos aparta-
mentos, entre lo que se ve y lo que no, pues Laurel será la coartada que
exonere a Dixon de la muerte de la chica. No solo podemos retener
perfectamente la disposición de los pisos, sino la del propio apartamen-
to de Dixon, en cuyo salón encontramos una decoración metálica que
separa los ambientes y permite a Ray, además, recrear una de sus figuras
favoritas: la de los cuadros dentro de los cuadros.
«Me gusta su cara», dirá Laurel a la policía para explicar por qué se
fijó en Dixon. «Dije que me gustaba, no que quisiera besarla», le acla-
rará luego al propio Dixon. Estas son algunas de las perlas de los apa-
sionados diálogos, que tienen entre sus frases estrella una de las líneas
que escribe Dixon: «Nací cuando me besó, morí cuando me abando-
nó, viví unas cuantas semanas mientras me amó». En ella, traspira la
misma fatalidad romántica que el diálogo más emblemático —a la vez
que cruel— de Johnny Guitar (1954), aquella en la que Johnny le pide
con frialdad a Vienna que le mienta y le diga que le quiere. El verbo,
sin embargo, no es el principal vector del romanticismo de En un lugar
solitario. El arrebato amoroso se encuentra más bien, por ejemplo, en
el plano contraplano desequilibrado entre Laurel y Dixon, en picado y
contrapicado respectivamente, cuando se dan el primer beso. Se halla,
también, en el rostro de la mujer, que le susurra algo a él mientras escu-
chan una actuación en directo en un bar. La cámara se acerca tanto que
participa de la intimidad de la pareja. Ray alcanza la exaltación mediante
la belleza. En esa misma escena, filma de nuevo el rostro de ella, ahora
con expresión de asombro, cuando ve la entrada de un policía y com-
prende quizá que no podrá escapar de la fatalidad.
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El autoestopista
El autoestopista (1953)
Título original: The Hitch-Hiker
Producción: The Filmmakers
Productor: Collier Young
Dirección: Ida Lupino
Guion: Collier Young, Ida Lupino
Fotografía: Nicholas Musuraca
Música: Leith Stevens
Montaje: Douglas Stewart
Intérpretes: Edmond O’Brien, Frank Lovejoy, William Talman, José Torvay
País: Estados Unidos
Año: 1953
Duración: 70 minutos. Blanco y negro
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El autoestopista
casa en la sombra rodaron de día, pero con muy poca luz, para hacer ver
que era de noche. Como El autoestopista, aquel era un filme noir atípico,
pues arrancaba en las calles de una gran urbe para desplazarse luego a
un entorno rural. No era la primera vez que la Lupino actriz habitaba
un noir situado en entornos rurales: lo había hecho también en El último
refugio, de Walsh.
En el paisaje blanquinoso de La casa en la sombra, se desarrolla un
romance muy común en el cine de Ray, entre dos protagonistas mar-
ginales: el policía apartado del cuerpo y la mujer ciega, dos personas
perdidas en el mundo y que se encuentran por azar. Seguramente, a
Ray le gustasen los personajes marginales porque encarnaban su propia
posición dentro de la industria. Lupino, una actriz de facciones duras
y sugerentes, se erigió en un rostro recurrente también en el noir, pero
siempre fue una extraña dentro de Hollywood. Su carrera como direc-
tora está pegada a la más rotunda independencia. Realizada en el marco
de su productora, El autoestopista hace buena la economía de medios,
como el magnífico uso del fuera de campo de la primera escena; la
violencia que confiere al criminal envolviéndolo en la penumbra hasta
que, una vez en el coche, su rostro se descubre por una tenue luz; y,
sobre todo, la escasez de elementos con los que se basta para imprimir
un tono singular a su película. Lupino solo precisa del paisaje rocoso y
de tres hombres encerrados en un coche con sus miedos y limitaciones.
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El beso mortal
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que está detrás de todo, del que apenas se sabe que lleva unos zapatos
negros y lustrosos. En otras ocasiones, Aldrich revela la brutalidad de
manera frontal, como el plano en el que un cuerpo cae rodando por las
escaleras. La violencia se manifiesta bajo diversas formas, incluso bajo
composiciones abigarradas o planos angulados.
También resulta interesante cómo todo el misterio se articula a par-
tir de ese artilugio destructor que apenas se nombra (Manhattan pro-
ject...). Porque aquí el terror nuclear no es únicamente una metáfora;
no es solo que la bomba atómica no se diga por su nombre, sino que
Aldrich filma la dichosa caja de manera particular, como si fuese algo
abstracto, algo propio del fantástico. Cuando la mujer la abre un poco,
desprende un fuerte haz de luz. De repente, en los años cincuenta ya se
intuye la extrañeza del cine de Lynch o la narrativa juguetona en torno
al maletín de Pulp Fiction (1994).
Aunque resulta evidente que hay escenas que lucen más, una secuen-
cia resulta tan sutil como sublime, y solo se explica por la modernidad
de la propuesta. Cuando Hammer regresa a su apartamento desde el
hospital, tras haber sobrevivido al encuentro con la banda que persigue
a Christina, Aldrich lo registra mirando por la ventana. De fondo, se
ve una gran avenida por donde pasan los coches. Por corte, muestra
como su ayudante aparece detrás de él y lo besa. Sin embargo, antes de
la irrupción de la mujer, ha habido ese extraño momento de introspec-
ción, contemplativo, en el que la profundidad de campo cobra todo su
sentido, pues aúna la figura del personaje con el espacio. Mientras, el
tiempo pasa.
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Rififí (1955)
Título original: Du rififi chez les hommes
Producción: Indusfilms, Primafilm, Pathé Cinéma
Productor: René Bezard, Henri Bérard, Pierre Cabaud
Dirección: Jules Dassin
Guion: Jules Dassin
Fotografía: Philippe Agostini
Música: Georges Auric
Montaje: Roger Dwyre
Intérpretes: Jean Servais, Carl Möhner, Robert Manuel, Jules Dassin,
Janine Darcey
País: Francia
Año: 1955
Duración: 118 minutos. Blanco y negro
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Rififí
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seguro que ha cambiado desde los años en que Dassin rodó esta cróni-
ca del inframundo neoyorquino.
Los espacios reales también se apoderan de Rififí, en la que las acti-
vidades de la Rue de la Paix se describen con todo lujo de detalles. La
localización resulta lógica. La Place Vendôme es una de las más impo-
nentes de París, con sus edificios señoriales con entradas en forma de
arco. Hoy en día, tanto la plaza como sus alrededores albergan tiendas
de lujo y grandes joyerías, Cartier o Bulgari entre ellas. Es un centro
neurálgico de la opulencia.
Quince años después de que Dassin realizase Rififí, Jean-Pierre
Melville filmaría otro robo a una joyería, situada también cerca de la
Place Vendôme. El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970), protagonizada por
Alain Delon, hace gala del mismo gusto por una acción precisa y sin
diálogo que el filme de Dassin, pero esto es otra historia, que encon-
trarán en el capítulo dedicado precisamente a la película de Melville.
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Sed de mal
el agente corrupto que apela a un poder casi místico para resolver los
casos. Quinlan, el policía embustero, pesado, alcohólico, malhumorado
y atormentado todavía por la pérdida de su mujer, rubrica un punto y
final en el noir. En el clímax de la película, Vargas consigue que el agente
Menzies lleve un micro oculto en su encuentro con Quinlan, y se inicia
entonces una pequeña persecución en la que Vargas los persigue para
que la señal no se corte. Se anticipa aquí la era paranoica del thriller.
A finales de 1956, Universal le propuso al director de Ciudadano
Kane interpretar al malvado Quinlan. Entonces ya tenían en nómina a
Charlton Heston, que consideró que debía ser el propio Welles quien
dirigiera la película. El resultado es una cinta barroca que apenas
transcurre en un breve lapso de tiempo, lo que dura la investigación a
un lado y otro de la frontera de Estados Unidos con México desde la
explosión de un coche justo en la línea divisoria entre los dos países.
La escena del estallido es un prodigio de realización: un plano
secuencia que va del detalle de la bomba hasta el control fronterizo
donde se produce la detonación. Son cuatro minutos en los que la
cámara se mueve, siguiendo primero al automóvil en cuyo maletero
está el explosivo y luego a la pareja formada por Mike y Susie Vargas.
La larga duración del plano contrasta con la fragmentación del resto de
la película, alterada, recargada, llena de planos angulados y de cameos.
Para dañar a Vargas, una pandilla secuestra a su flamante esposa, a la
que encierran en un motel en medio del desierto, la someten a incesan-
tes ruidos durante la noche y la mantienen incomunicada. El final del
plan es pura perversión: una horda de jóvenes con chaquetas de cuero
y cabelleras engominadas entra en la habitación de Susie. En el grupo
se encuentra Mercedes McCambridge, la actriz que apenas unos años
antes interpretó a Emma en Johnny Guitar (1954), una chica resentida
por el desamor que lanza su horda de hombretones sobre Vienna, una
mujer segura de sí misma y de sus capacidades amatorias. Cuando, en
Sed de mal, McCambridge entra por la puerta, en una escena que apenas
dura un suspiro, se aparecen los fantasmas de la película de Nicholas
Ray. Además, Welles filma la escena en contrapicado, y las sombras de
los chicos y chicas se extienden por la habitación ante la mirada teme-
rosa de la mujer de Vargas. Entre todos, la agarran por las piernas, y la
puerta se cierra. El terror está en la decisión de no mostrar qué sucede.
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A tiro limpio
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Círculo rojo
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Contra el imperio de la droga
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La conversación (1974)
Título original: The Conversation
Producción: Paramount
Productor: Francis Ford Coppola
Dirección: Francis Ford Coppola
Guion: Francis Ford Coppola
Fotografía: Bill Butler
Música: David Shire
Montaje: Richard Chew
Intérpretes: Gene Hackman, John Cazale, Allen Garfield, Harrison Ford,
Cindy Williams
País: Estados Unidos
Año: 1974
Duración: 113 minutos. Color
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Chinatown
Chinatown (1974)
Título original: Chinatown
Producción: Paramount Pictures
Productor: Robert Evans
Dirección: Roman Polanski
Guion: Robert Towne
Fotografía: John A. Alonzo
Música: Jerry Goldsmith
Montaje: Sam O’Steen
Intérpretes: Jack Nicholson, Faye Dunaway, John Huston, Hollis Mulwray,
Roman Polanski
País: Estados Unidos
Año: 1974
Duración: 130 minutos. Color
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la impunidad del poder resulta brutal. Son los códigos sobre los que se
ha construido Los Ángeles. El fallecimiento de Evelyn se narra en un
contundente y sonoro fuera de campo, que anticipa el desasosegante
final de El escritor.
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Érase una vez en América
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Terciopelo azul
Jeffrey? ¿O puede que otra esfera, la que hay detrás de las cortinas de
terciopelo azul, la que hay dentro de la caja color cobalto de Mulholland
Drive (2001) o en la habitación de baldosas blanquinegras de Twin
Peaks? Quizá esta sea la dimensión de los sueños, o de las pesadillas, o
tal vez de la ficción.
Claude Chabrol escribió con motivo de La ventana indiscreta (Rear
Window, 1954) que el crimen se podría producir por el deseo del perso-
naje de James Stewart de que suceda algo. El asesinato que tiene lugar
en el patio de vecinos del fotógrafo Jeffrey podría ser una suerte de
ficción de la cual él es el único espectador. Como el Jeffrey de la pelí-
cula de Hitchcock —otro mirón que se cree un detective—, el Jeffrey
del filme de Lynch se viste de investigador para saciar su curiosidad, o
quizá su aburrimiento —la vida en Lumberton seguramente es todavía
más anodina que la de un lisiado en un caluroso verano en Greenwich
Village.
La principal brecha que se abre en Terciopelo azul es entre una realidad
aparente y un mundo que parece propio de la ficción. Lynch, de hecho,
da rienda suelta a la puesta en escena de lo performativo. Encerrado en
el armario, el Jeffrey interpretado por MacLachlan observa primero a
Dorothy, que se desnuda, se arrastra, se lamenta y, finalmente, es forzada
por el mafioso y extorsionista Jack. En casa del misterioso Ben, Jeffrey
contempla el show de la banda de Jack, que incluye un pequeño número
musical. Aquí el espacio para la representación no es un patio de veci-
nos, como en La ventana indiscreta, pero Lynch insiste en plantear algunos
planos generales que otorgan esa dimensión de escenario al lugar.
Esta escisión entre la realidad y la representación abraza una mayor
evidencia en Mulholland Drive, filmada en el intersticio entre un milenio
y otro. En ella, Lynch sublima la extrañeza y el artificio, de una manera
similar a cómo lo hace George Cukor en aquel cuerpo extraño del cine
de Hollywood que es Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 1954). Lynch,
de hecho, es un director de musicales, un género que permite la irrup-
ción de lo fantástico en lo cotidiano. Terciopelo azul no se entendería sin
sus canciones, sin la performance musical. El oído, para Lynch, no es un
simple accesorio de las imágenes: si Hitchcock arranca Vértigo con una
espiral hacia el interior de un ojo, Lynch penetra en lo profundo de una
oreja. Es más, si Terciopelo azul es la piedra de toque de la filmografía de
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A Better Tomorrow
Las pelícuals de John Woo parecen distintas respuestas a una única pregunta:
¿cómo podemos hacer volar un cuerpo?
Nicole Brenez
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A Better Tomorrow
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El precio del poder
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Uno de los nuestros
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Uno de los nuestros
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Bad Lieutenant
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Bad Lieutenant
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Instinto básico
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Sonatine
Sonatine (1993)
Título original: Sonatine
Producción: Bandai Visual Company, Shochiku, Yamada Right Vision Corporation
Productor: Masayuki Mori, Toshio Nabeshima, Ritta Saitô, Takio Yoshida
Dirección: Takeshi Kitano
Guion: Takeshi Kitano
Fotografía: Katsumi Yanagijima
Música: Joe Hisaishi
Montaje: Takeshi Kitano
Intérpretes: Takeshi Kitano, Aya Kokumai, Tetsu Watanabe,
Masanobu Katsumura, Susumu Terajima
País: Japón
Año: 1993
Duración: 94 minutos. Color
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«Lo que es seguro es que la muerte no es, en el cine de Kitano, un instante que
podríamos identificar, rodear, encuadrar y filmar en cuanto que tal —y más parti-
cularmente el suicidio, que está siempre en el fuera de campo; por ejemplo en Boi-
ling Point, Escena frente al mar (A Scene by the Sea, 1991) y Hana-bi. Flores de fuego (Hana-
bi, 1997)—, pero sobre todo el horizonte o incluso una ola de la que no cesamos
de escuchar el movimiento como un rumor persistente» (Jousse, 2003, pág. 152).
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Pulp Fiction
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Pero, más allá del desvío, lo mejor de ese flashback sobre el reloj
del boxeador está en el rostro de Walken, en la paciencia con la que
Tarantino se fija en su mirada, en cada una de las muecas del actor.
La grieta que se observa en la aparentemente perfecta estructura de
Pulp Fiction está también en la manera en que Tarantino posa su cáma-
ra sobre los cuerpos de John Travolta y Uma Thurman cuando sus
personajes, Vincent y Mia, contonean sus caderas mientras suena You
Never Can Tell. Reservoir Dogs ya era una película performática, que tenía
su escena más icónica en una mezcla entre baile y eclosión violenta.
Tarantino aglutinaba la extasiada puesta en escena de la violencia de los
últimos años, presente tanto en el cine asiático como en el noir neoyor-
quino de Ferrara y Scorsese. Sin embargo, en manos de Tarantino, el
cariz es más lúdico y también más autoconsciente.
Reservoir Dogs es en blanco, negro y rojo: las tonalidades del traje con
camisa y corbata de la banda protagonista se manchan del color escarla-
ta de la sangre con la que se van ensuciando. Rezuma cine negro por su
concepción por capítulos, por su gusto por el flashback y porque se erige
sobre un elenco enteramente masculino (desde el principio, en que
todos esos hombretones intentan descifrar la canción de Madonna).
En Pulp Fiction irrumpen ya algunas mujeres, pero no será hasta sus
dos siguientes películas que Tarantino encontrará su camino mediante
el retrato de poderosas heroínas. Eso sí, en Pulp Fiction volverá la vista
a la mujer fatal, encarnada en la figura, de pelo negro, de Mia Wallace
(Uma Thurman).
En Pulp Fiction, la performance sigue ahí. Y la música. A la femme fata-
le, Tarantino le brinda una canción y un baile al ritmo de la oscura y
seductora tonada de la canción Girl You’ll Be a Woman Soon. Escondida
detrás de un muro, la cámara la sigue embelesada, y ella agita su cabe-
llera oscura justo antes de lanzarse a los brazos del polvo blanco. Por
un momento, la férrea estructura de la película se resquebraja y emerge
la figura de un director que ama a los actores. Así, no es extraño que
Tarantino comenzara Reservoir Dogs compartiendo mesa con un séquito
de intérpretes ni que su película más emotiva sea el retrato de la figura
del actor y de la actriz cinematográfica, en Érase una vez en... Hollywood
(Once upon a time in... Hollywood, 2019).
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Seven
Seven (1995)
Título original: Se7en
Producción: Cecchi Gori Pictures, Juno Pix, New Line Cinema
Productor: Phyllis Carlyle, Arnold Kopelson
Dirección: David Fincher
Guion: Andrew Kevin Walker
Fotografía: Darius Khondji
Música: Howard Shore
Montaje: Richard Francis-Bruce
Intérpretes: Morgan Freeman, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow, Kevin Spacey,
R. Lee Ermey
País: Estados Unidos
Año: 1995
Duración: 127 minutos. Color
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Seven
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Fargo (1996)
Título original: Fargo
Producción: Working Title Films
Productor: Joel Coen
Dirección: Ethan Coen
Guion: Ethan Coen, Joel Coen
Fotografía: Roger Deakins
Música: Carter Burwell
Montaje: Roderick Jaynes
Intérpretes: Frances McDormand, Steve Buscemi, William H. Macy,
Peter Stormare, John Carroll Lynch
País: Estados Unidos
Año: 1996
Duración: 97 minutos. Color
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Lazos ardientes
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Lazos ardientes
cine negro, que no sé sabe qué hacen ahí, saliendo con tipos violentos,
atrapadas en pisos de lujo en los que nada es suyo. No es extraño que
las construcciones más dolorosas de las femmes fatales del noir se presen-
ten como mujeres alcoholizadas (Los sobornados) o drogadictas (El precio
del poder). ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo era su familia? ¿Qué las ha
llevado hasta ahí? Son víctimas de un sistema del que no pueden salir,
y esta es otra vuelta de tuerca que ofrece Violet.
Violet tiene que salir de un lugar visiblemente claustrofóbico. Lazos
ardientes es un noir de interiores, se desarrolla esencialmente en los apar-
tamentos contiguos donde se encuentran Corky y Violet. Las paredes
juegan un rol crucial, los muros con tapiz floreado y de color burdeos
del piso vacío donde trabaja Corky, que ella pretende cubrir de blanco.
Precisamente en los botes de pintura esconde el dinero que ella y Violet
han robado. La cámara transita de un espacio a otro, atravesando las
finas paredes, que permiten que se escuche todo. Y la cámara de las
Wachowski se infiltra también por los orificios de los revólveres, por
el hueco de la taza de un wáter, anunciando las facultades estéticas del
cine de final de milenio, en el que cualquier movimiento de cámara era
posible (El club de la lucha, Matrix).
El espacio es tan irreal como un sueño lynchiano, quizá porque
Lazos ardientes es el reverso de lo que otrora fue el cine negro. «Ya no
lo llaman la mafia, sino el negocio», le dice Violet a Corky, refiriéndose
a las operaciones turbias de Cesare. Ella, como la propia película, es
plenamente consciente de los entresijos del noir.
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Ghost Dog, el camino del samurái
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Collateral
Collateral (2004)
Título original: Collateral
Producción: Parkes/MacDonald, Edge City
Productor: Michael Mann, Julie Richardson
Dirección: Michael Mann
Guion: Stuart Beattie
Fotografía: Dion Beebe, Paul Cameron
Música: James Newton Howard
Montaje: Jim Miller, Paul Rubell
Intérpretes: Tom Cruise, Jamie Foxx, Jada Pinkett Smith, Mark Ruffalo,
Peter Berg, Javier Bardem
País: Estados Unidos
Año: 2004
Duración: 120 minutos. Color
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la cual debe matar a cinco personas. Para más inri, el último objetivo
es una abogada a la que el conductor ha conocido ese mismo día. La
casualidad es tan absurda como efectiva. Además, esta es una película
sobre el azar. También tiene un espacio privilegiado la tragedia. Frente
al sentimentalismo de Max, el taxista, Vincent, el sicario encarnado por
Cruise, exhibe su psicopatía. Así como el taxista muestra su humanidad
mediante sus anhelos —la postal de una playa paradisíaca o la posibili-
dad de dirigir una flota de limusinas— y sus vínculos afectivos —una
madre hospitalizada—, Vincent se presenta sin nada: sin pasado, ni
familia, ni deseo ni contexto. Cruise y Mann contaban, sin embargo,
que los dos habían construido durante meses la vida entera del perso-
naje; unos detalles que, como el iceberg de Hemingway, permanecen
bajo el agua, para que de Vincent solo asome la punta: el desapego de
un tipo vestido rigurosamente con tonalidades frías. Collateral resulta
una pieza de cámara: transcurre en una noche, apenas sale del taxi y sus
personajes se pueden contar con los dedos de una mano.
«Un hombre muere en un vagón, el metro sigue circulando y
nadie se da cuenta», cuenta el asesino a sueldo encarnado por Cruise.
Evidentemente, su final no puede ser otro que ese. Solo, en el metro,
cuando está a punto de amanecer, Vincent muere, y su tronco se encor-
va, y ahí permanece su figura, sentada en el vagón vacío de un tren que
sigue circulando. Al final de Collateral, como en el cierre de Heat (1995),
el «villano» deberá rendir cuentas con sus propias palabras y enfrentar-
se a una soledad que le persigue a lo largo de toda la noche.
Quizá Vincent ya sepa que su vida terminará así, y probablemente
ese pensamiento aflore, por ejemplo, cuando ve cruzar a un coyote por
una de las calles. El sicario y el animal se miran el uno al otro, y los ojos
del coyote brillan como dos luceros. Son dos puntos resplandecientes
en medio de una calle desértica. Y aquí estamos de nuevo, en la poética
que emerge de las texturas que la cámara de alta definición confiere a
la noche angelina. He aquí de nuevo la pulsión plástica de Collateral, la
fuerza arrolladora de su propuesta estética, porque si por un lado hay
una trama de desenlace fatalista tan sólida como una roca, por el otro
está la tendencia abstracta de la imagen.
En el trayecto desde el aeropuerto al centro de la ciudad, mientras
suena la sedosa Hands of Time, de Groove Armada, y la iluminación
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Collateral
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Brick (2005)
Título original: Brick
Producción: Bergman/Lustig
Productor: Ram Bergman, Mark G. Mathis
Dirección: Rian Johnson
Guion: Rian Johnson
Fotografía: Steve Yedlin
Música: Nathan Johnson
Montaje: Rian Johnson
Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt, Nora Zehetner, Lukas Haas, Noah Fleiss,
Matt O’Leary
País: Estados Unidos
Año: 2005
Duración: 117 minutos. Color
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Una historia de violencia
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Una historia de violencia
vez que el hombre anodino acepta en voz alta su identidad pasada. Sin
embargo, los mafiosos le habían reconocido antes: hacia el principio de
la película, cuando un incidente en el diner de Tom hace que despache a
un par de ladrones con una agresividad implacable y unos movimientos
perfectamente calculados.
Una historia de violencia se inicia a partir del azar. La película se abre
con un travelling lateral que sigue a un descapotable en el exterior de una
tienda de carretera. Sobre los créditos, la conversación entre los dos
ladrones resulta anodina, y el sol ilumina el lugar; parece un momento
ordinario, si no fuera porque la secuencia culmina en el interior de la
tienda, cuando uno de los hombres observa con desdén los cadáveres
que se disponen a dejar atrás y dispara a una niña que lo descubre. La
escena no solo revela el tema central de la violencia, sino que lo hace
desde una atmósfera enrarecida: la de la normalidad y lo diurno, bajo la
cual se oculta algo tremendamente oscuro.
Una historia de violencia se desarrolla a pleno día, al menos hasta los
minutos finales. De hecho, otra de las extrañezas de la película tiene que
ver con su desarrollo, con quiebros que desobedecen a la «normalidad»
narrativa. En Una historia de violencia, el pasado del protagonista no se
aparece a través de un flashback, como lo haría en un noir como Retorno
al pasado, sin embargo, está ahí: agazapado, en el fuera de campo, calla-
do hasta que Tom emprende un viaje precisamente hacia sus raíces.
Tras ponerse el sol, Cronenberg filmó otra película con Mortensen
sobre las raíces de la violencia: lo hizo en Londres, donde se encerró
en la nocturnidad de un restaurante regentado por la mafia rusa. En
Promesas del este (Eastern Promises, 2007), el actor neoyorquino vuelve a
esconder el secreto de lo dual.
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La noche es nuestra
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Antes que el diablo sepa que has muerto
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Vengeance (2009)
Título original: Fuk sau
Producción: Milky Way Image Company, ARP Sélection
Productor: John Chong, Peter Lam, Laurent Pétin, Michèle Pétin, Johnnie To,
Wai Ka-fai
Dirección: Johnnie To
Guion: Wai Ka-fai
Fotografía: Lo Ta-yu
Música: Cheng Siu-keung
Montaje: David Richardson
Intérpretes: Johnny Hallyday, Simon Yam, Anthony Wong, Lam Suet, Sylvie Testud
País: Hong Kong, Francia
Año: 2009
Duración: 108 minutos. Color
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Puro vicio
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Lo que esconde Silver Lake
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Bibliografía
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Bibliografía
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La autora
Violeta Kovacsics
187
Filmografías esenciales GÉNEROS
50 maneras de morir
Cine negro y poética de la fatalidad
Este es un libro sobre el cine negro, un género tan escurridizo que resulta
difícil seguirle la pista a lo largo de la historia del cine: el noir se escapa
como un falso culpable a la fuga, escondido entre oscuros callejones.
Puede ser una inmersión en el mundo del crimen, pero también es
una estética de claroscuros, flashbacks y voces en off, y sobre todo es
un estado de ánimo apesadumbrado, definido por el signo trágico
de la fatalidad. Este volumen persigue las pistas del cine negro a lo
largo de la historia, desde su período de esplendor, en las postrimerías
del Hollywood clásico, hasta sus mutaciones más recientes. Lo hace
indagando en el vínculo inquebrantable entre el género y la fatalidad,
que aparece en el noir de la mano de la ambivalente figura de la femme
fatale, de la moralidad agrietada de sus héroes o de sus funestos y
arrebatados desenlaces.