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Imprescindibles: Deadwood

Publicado por  Emilio de Gorgot

[NOTA: este artículo NO contiene spoilers]


De la trilogía de obras maestras con las que la cadena HBO redefinió la percepción del drama
televisivo y con las que inauguramos esta sección de “Imprescindibles”, Deadwood es la que
menos éxito obtuvo y la que menos gente conoce. Incluso muchos fans de The Sopranos y The
Wire han pasado esta serie por alto, quizá debido a su menor repercusión, y no terminan de
plantearse el darle la oportunidad a una serie “del Oeste”… una etiqueta que hace más daño
que beneficio a lo que por calidad debiera haber sido un hito cultural equiparable a The
Sopranos. Para Deadwood, dicha etiqueta (“del Oeste”) constituye una lacra genérica aún
mayor de lo que la etiqueta “policial” era para The Wire. A veces uno recomienda esta serie y
escucha respuestas como “es que las del Oeste nunca me han gustado”. Lo cual nos pone las
cosas difíciles: podíamos decir con justicia que The Wireno era solamente una serie policial, ya
que en algunas de sus temporadas la temática policial era muy secundaria. Pero es
que Deadwood sí es una serie del Oeste. Oeste puro y duro. Eso sí: es el Oeste como nunca lo
habíamos visto. Y hay mucho, mucho más que tiroteos o caballos trotando por calles
polvorientas. Hasta quien no sienta mucho aprecio por el “Western” quedaría asombrado por lo
que Deadwood puede ofrecer incluso al espectador más reticente o escéptico. Que nadie
piense que esto es como una versión moderna de Bonanza. Todo lo contrario: nadie que se
ponga a ver Deadwood por primera vez imagina lo que va a encontrar.
Cuando se puso el sol en el Oeste
Deadwood es la culminación de un largo proceso de oscurecimiento de todo un género. El
Western fue casi siempre el molde con el que la ficción estadounidense ayudaba a construir la
identidad nacional de un país todavía joven y heterogéneo, el género folclórico donde se
reflejaban los valores que se consideraban deseables para la sociedad norteamericana. De
hecho, la aventura y la acción han sido usadas como símbolo “identitario” en casi todas las
sociedades desde hace muchos siglos: la literatura y las mitologías están repletas de ejemplos
célebres. Pero en el cine fue el Western el que marcó las pautas a seguir incluso en otros
países, siempre que la ficción épica cinematográfica ha tomado tintes folclóricos o nacionalistas
(no hablo en sentido político, sino en sentido cultural) lo ha hecho imitando el Western: todos
conocemos ejemplos como el de Curro Jiménez y sus derivados, que no eran sino cine del
Oeste con trajes de bandolero, o el cine de aventura tradicionalista del japonés  Akira
Kurosawa que no era sino cine del Oeste con trajes de samurai.
Pero a final de los sesenta fue Sergio Leonequien despojó al Western de su habitual propósito
identitario y moralista. Destripándolo hasta el esqueleto, Leone nos ofreció un nuevo Western,
destilado y reducido a lo más elemental de su propia esencia: la violencia como sustitución del
diálogo, sin la apología paralela de unos “valores americanos” que justificase dicha violencia.
Leone, un extranjero, abrió los ojos a los propios estadounidenses sobre el más puramente
americano de los géneros, y los cineastas de Hollywood descubrieron que más allá de los mitos
de su cosmología nacional se escondía una etapa salvaje e incivilizada de su pasado
reciente… que tratada con crudeza podía dar grandes historias en un género que se
consideraba extinto. Libre de las convenciones morales, del canto a los “padres fundadores” de
la nación y de la necesidad de ofrecer lecciones ciudadanas, el Western se hizo “crepuscular”:
el realismo empezó a primar sobre el idealismo. Tras Leone llegaron Sam
Peckinpah o Michael Cimino, con una visión más cínica de la construcción de su propio país,
cuando casi toda la mitad occidental era un territorio sin gobierno en el que imperaba la ley del
más fuerte.Clint Eastwood, siempre tan autoconsciente, pareció rematar la metamorfosis
con Sin perdón, película que muchos consideraron en su momento como el culmen del proceso
de oscurecimiento del Western, el epitafio definitivo. Daba la impresión de que el género no
podía alcanzar mayores cotas de tenebrismo… y entonces llegóDeadwood.
El infierno de Dante
Deadwood es el infierno. Una ciudad a medio hacer en mitad de la América salvaje, a donde
llegan individuos atraídos por la codicia —o la desesperación— tras el descubrimiento de
yacimientos de oro. Al igual que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por morder la
manzana prohibida, quienes abandonan el Jardín del Edén de la civilización creyendo poder
encontrar la riqueza en Deadwood terminan condenados a una existencia infernal en un
agujero infecto repleto de brutalidad, inhumanidad y peligro constante. Han vendido su alma
por el oro y vivir en Deadwood es su castigo. Una vez llegados a la ciudad sólo hay tres
opciones: o morir, o aliarse con el diablo para sobrevivir o convertirse en el diablo mismo.
Si hay una etiqueta que se ajusta como un guante a esta serie es la de “realismo sucio”.
Porque todo en Deadwood está sucio: desde las calles y las ropas de sus habitantes, hasta sus
vidas y sus espíritus. Incluso los diálogos están repletos de suciedad: es la serie de televisión
con un mayor porcentaje de palabras malsonantes por minuto (sí, hay gente que se dedica a
hacer ese tipo de cálculos). Aunque la inclusión de tacos tuvo su historia: los guionistas
estaban obsesionados con reproducir la época de la manera más fiel posible, incluyendo la
forma de hablar. Pensaron primero en que los personajes usaran insultos y blasfemias reales
del final del siglo XIX; pero se dieron cuenta de que, oídos hoy, resultaban ridículos. Así que
renunciaron a usarslang decimonónico e incluyeron tacos modernos: es díficil escuchar una
frase en Deadwood que no contenga un sonoro “fucking”, especialmente por parte de
determinados personajes. Pero tanto improperio está perfectamente justificado: no se nos
muestra una sociedad donde impere el civismo. De hecho, ni siquiera es una sociedad. O no
más de lo que podría serlo una cárcel.
La ciudad de Deadwood, como decíamos, es un vertedero: sí, han llegado los carros, las casas
e incluso las imprentas para editar periódicos, pero la civilización en sí todavía no ha tenido
tiempo de establecerse y la ciudad sólo atrae basura. Deshechos morales, o deshechos
sociales. La serie es, pues, la crónica de una ciudad en formación en la que todavía impera el
caos. La vida de los individuos no vale absolutamente nada: hoy te matan, mañana echan tu
cadáver a los cerdos y pasado mañana nadie recordará que has existido. Las mujeres son
simple mercancía, el crimen no tiene castigo oficial, no hay nada parecido a una administración
pública, los documentos no sirven de nada sin pistolas que garanticen su cumplimiento, y
poseer oro para comprar sicarios es la única forma de asegurar la propia supervivencia. En
Deadwood reina la anarquía, esto es, el “sin Dios”. O sea, el Diablo.
Sin embargo, Deadwood no es una invención metafórica: la ciudad existió —y existe—
realmente y en ella tuvieron lugar sucesos muy célebres en la historia del Lejano Oeste.
Algunos de los más legendarios personajes reales del Western, como el célebre pistolero Wild
Bill Hickok, Wyatt Earp o Calamity Jane pasaron por allí. De hecho la ciudad es famosa
porque en ella murió el propio Hicock en uno de los episodios más recordados de aquellos
turbulentos años. Muchos personajes de la serie Deadwood —de hecho, casi todos los
principales— están inspirados en individuos que existieron realmente, con nombres y apellidos.
Aunque no siempre hacen un retrato fiel de los modelos originales, sino que se usa sus
nombres y profesiones para moldear una leyenda en torno a ellos. Podríamos decir que se trata
de una serie de “historia-ficción”.
La serie que cayó bajo su propio peso
Deadwood es una de las series más ambiciosas jamás puestas en marcha. No sólo por la
sorprendente altura literaria de sus diálogos —pese a estar repleto de tacos, se ha comparado
su guión con no pocas obras literarias y teatrales clásicas— sino por la enorme envergadura de
recursos físicos desplegados y la complejidad del diseño de producción que había detrás. La
calle principal de Deadwood fue literalmente reconstruida con unos decorados propios de una
superproducción de Hollywood, mostrando un asombroso cuidado del atrezzo y los detalles
más nimios. La ambientación de la serie es un espectáculo en sí mismo digno de ser
contemplado, y además no es estática sino que evoluciona con la historia. Cada nueva
temporada se iban construyendo decorados nuevos a medida que la ciudad se expandía, para
poder mostrar nuevas calles y rincones, diferentes perspectivas de cámara que enseñan al
espectador que la ciudad tenía nuevos horizontes. Todo, como decimos, a base de decorados
reales: nada de paisajes confeccionados en un ordenador. Todo un derroche. Además de la
costosa pre-producción, el casting fue tan cuidadoso y extenso como el de The Sopranos y The
Wire y el guión, especialmente en las dos primeras temporadas, pulido hasta casi la perfección.
Cada elemento de la serie, por nimio que fuese, estaba cuidadosamente seleccionado,
elaborado y encuadrado en un producto final de barroquísima riqueza. La cadena HBO estaba
dispuesta a romper todo tipo de moldes con esta serie, siguiendo la estela del éxito de The
Sopranos.

Y lo consiguieron… pero sólo en lo artístico. Porque en lo comercial, Deadwood fracasó. El


público no terminó de reaccionar como se esperaba. La serie generó un grupo de fieles
seguidores y la crítica fue unánimemente entusiasta, pero el gran público la ignoró. Tenía un
seguimiento digno, pero nunca reunió la audiencia suficiente para compensar las enormes
inversiones que la producción requería. Se emitieron tres temporadas, esperando que el boca a
boca funcionase, que el prestigio de la marca HBO atrajese al público y que el culto
a Deadwood explotase finalmente… pero nunca sucedió. A finales del tercer año, HBO decidió
cancelar la serie alegando que no estaba recuperando la enorme cantidad de dinero invertido.
Se rodó apresuradamente un episodio final para cerrar el argumento a toda prisa. Por ese
motivo, el último capítulo emitido fue el único de calidad mediocre (mientras que por ejemplo el
penúltimo era absolutamente extraordinario y algunos lo consideramos el digno final de la
serie). No hubo cuarta temporada.
Los fans de Deadwood quizá no eran legión, pero sí se sintieron muy disgustados por la
cancelación porque sabían que estaba viendo una serie única que merecía un final apoteósico,
pero donde por culpa de la cancelación las principales líneas argumentales no habían sido
cerrados satisfactoriamente. La serie no desapareció por un bajón de calidad, sino por la
incomprensión del gran público, y daba la sensación de que podría haber ofrecido otras dos
temporadas a un muy buen nivel. La gran epopeya de la ciudad del oro se quedó sin terminar.
Excepto para sus indignados seguidores, la cancelación pasó sin pena ni gloria. No hubo nada
de la enorme repercusión que suele tener cualquier movimiento que haga la cadena HBO,
cuyas series suelen ser noticia. No se armó ningún revuelo como con el atrevido episodio final
de The Sopranos.
La cadena “prometió” cerrar los argumentos pendientes de Deadwood con un largometraje,
idea que apoyaban plenamente los actores y todo el equipo implicado. Todos eran conscientes
de la extraordinaria calidad del trabajo que habían hecho y sabían que la serie había sido
cerrada en falso con un capítulo final más bien chapucero, así que querían darle
a Deadwood el epitafio de calidad que merecía. Pero pasó el tiempo, nadie puso el empeño
final para rodar ese largometraje y pese a la insistencia de fans, críticos y de los propios
actores, la idea cayó en el olvido. A día de hoy, Deadwood es una serie incompleta. Pero eso
no debería alejar a posibles espectadores: no importa que la serie se cortase a mitad. Primero
porque las dos primeras temporadas pueden verse y disfrutarse por sí mismas. Segundo, y
más importante, porque es una de las obras más grandes proyectadas en la pequeña pantalla.
Un hito en la épica contemporánea
Ha llegado el momento de decirlo: no importa si nunca te gustó el género del
Oeste… Deadwood tiene tanta calidad que negarse a verla por el género al que pertenece es
renunciar a una de las gemas más brillantes de la historia de la televisión.
Sobre The  Wire decíamos que para ciertos paladares podía tener un arranque un tanto lento,
esta serie es todo lo contrario. Deadwood, pese a que también presenta gran cantidad de
personajes y varias tramas paralelas, no solamente arranca con fuerza ya desde el primer
episodio sino que al final del tercer episodio —sí, el tercero— alcanza clímax propios del final
de toda una temporada completa de cualquier otra serie. Deadwood es no intensa, sino
intensísima: suceden muchas cosas importantes en cada episodio, los picos argumentales son
muy frecuentes y la intriga es prácticamente continua. Aunque se la describe frecuentemente
mediante el adjetivo “literaria” por la calidad de sus diálogos, eso no significa que sea “lenta
como un libro”. Hay muchísima acción, la serie nunca se estanca en paréntesis contemplativos
y el espectador prácticamente no tiene respiro. No te deja levantarte a por una cerveza porque
cada minuto puede ser un minuto clave. No puedes perderte nada porque nunca sabes cuándo
va a suceder algo trascendental.

Y si decimos que Deadwood es tan intensa y entretenida, ¿cómo se explica que fracasara entre
el gran público? Bueno, hay varias explicaciones posibles, aunque quizá la más obvia es que
se trata de una serie de contenido bastante duro. La violencia, tanto física como verbal y
psicológica, es extrema en algunos momentos. Hay mucha crueldad y mucha injusticia hasta
límites que quizá incomoden a los espectadores más sensibles. Hay sexo, no mucho, pero sí
muy decadente y descorazonador: no es sexo destinado al consumo del espectador sino a
expresar de una manera más la decrepitud ética de la ciudad. Aunque la serie contiene
enormes dosis de humor —algunas secuencias son tan hilarantes como lo pueda ser una
comedia en toda regla— Deadwood nos muestra un microcosmos muy inmoral en el que
apenas hay redención posible, y eso sin duda echó atrás a un buen porcentaje de televidentes,
porque es sabido que para el espectador medio es difícil ver una historia detrás de otra sin que
en ninguna se haga justicia o se “equilibre el karma”. Deadwood  es una de las mejores series
jamás producidas pero no es una serie para todos los públicos: en ella, el yang pesa mucho
más que el ying, y el resultado fue quizá que hubo mucha gente que le dio la espalda. Aunque
también pudo influir lo que decíamos antes: los prejuicios de muchos espectadores hacia un
género que consideran “aburrido” o que simplemente no les interesa. Lástima.
Hemos dicho lo que probablemente causó el fracaso de la serie, pero entre líneas también
hemos perfilado qué cosas fueron las que a algunos nos convirtieron en entusiastas:
argumentos increíbles sin lagunas ni pausas, diálogos fascinantes en prácticamente todas las
escenas, interpretaciones maravillosas, impresionante cuidado por la estética (feísta, pero muy,
muy elaborada), secuencias rodadas con una fuerza narrativa y una sapiencia cinematográfica
extraordinarias. Además tiene el encanto intrínseco de todas las grandes sagas: durante tres
temporadas vemos evolucionar la ciudad y vemos cambiar su ambiente, vemos cómo llegan,
mueren o se van diferentes personajes, y siempre tenemos algún cabo argumental del que
estar pendientes. Nunca te aburres viendo Deadwood, eso es un hecho. A veces te horroriza, a
veces te sobrecoge, a menudo te hace reír (especialmente si disfrutas con el sarcasmo y la
ironía más ácida). Pero nunca, ni un solo minuto, estás esperando frente a la pantalla sin que
nada esté sucediendo en ella. Es una serie oscura, es una serie extrema, pero no sólo es
artística y filosóficamente profunda sino que además es endiabladamente entretenida.

Toda la suciedad, crueldad, decadencia, dureza y salvajismo de muchos momentos de la serie


informan solamente la faceta más llamativa de Deadwood, pero en contraste podemos disfrutar
también de numerosos momentos de conmovedora humanidad. De hecho, quizá el único
defecto que le achacaría —y por hacer de abogado del diablo— es algún puntual exceso de
sentimentalismo, pero eso no impide que haya muchas otras secuencias verdaderamente
emocionantes. Si The Wirees frecuentemente comparada conShakespeare, Deadwood no sólo
tiene un diálogo más puramente teatral —y aun así perfectamente creíble— sino que sería un
buen equivalente de Velázquez o Cervantes: disfruta escarbando en lo más bajo de la
condición humana, pero con el afán de rescatar lo que de digno hay entre los escombros,
exactamente igual que los habitantes del pueblo escarban en la tierra intentando encontrar
pepitas de oro entre el fango. La serie, como la propia ciudad que retrata, es un microcosmos
duro pero del que, si permaneces el tiempo suficiente, no saldrás sin alguna pepita en el
bolsillo. Las tres temporadas de Deadwood recompensan con creces a quienes estén
dispuestos a sobrellevar sus asperezas. Es, como decíamos de The Wire, una de las pocas
candidatas a poder ser considerada como mejor serie de la historia: si no hay más gente que la
postule como tal, es porque no hay mucha gente que la haya visto. Quienes sí la hemos visto,
lo tenemos claro.
Personajes
Al igual que hicimos con The Wire, es momento de repasar algunos de los personajes más
relevantes, porque hay pocas maneras mejores de definir una serie coral que presentando a
sus protagonistas. Deadwood destaca también por un reparto poderoso y un promedio de
calidad interpretativa sencillamente espectacular.
Al Swearengen: probablemente el personaje más carismático y memorable, que termina
convirtiéndose en el protagonista de facto aunque en un principio no está pensado como tal. Es
el dueño del prostíbulo local y uno de los hombres más poderosos y temibles del pueblo.
Aunque al inicio de la serie está planteado simplemente como un villano prototípico, la vertiente
irónica del personaje, sus ácidos diálogos y las numerosas escenas humorísticas en las que se
ve envuelto terminan ganándole un lugar en el corazón del espectador. Es básicamente un tipo
detestable cuyo irresistible encanto termina sobreponiéndose a la vileza intrínseca de su
carácter; en ello tiene mucho que ver la arrolladora y desenfadada interpretación del actor
británico Ian McShane. Incluso los propios guionistas van simpatizando cada vez más con
Swearengen conforme avanza la serie. Es, además, el personaje televisivo que profiere un
mayor número de “fucks” y “fuckings” en sus diálogos… sí, incluso más que Tony Soprano.

Seth Bullock: el sheriff del pueblo y protagonista oficial de la serie. Es un personaje noble
aunque impetuoso e irreflexivo, un Don Quijote a la manera del Jimmy McNulty de The Wire.
McNulty y Bullock también tienen en común que, siendo los protagonistas, están curiosamente
interpretados por los actores menos interesantes del reparto. Lo cual no sé si es una
casualidad o una treta de la HBO para acentuar la presencia del resto de personajes. En todo
caso, el actor se queda algo corto en cuanto a interpretación y carisma, aunque el personaje en
sí despierta simpatía por su idealismo, su sentido del honor y su empeño en no dar nunca su
brazo a torcer. Un personaje potencialmente admirable en manos de un actor que no le sabe
sacar partido.

Alma Garret: una mujer burguesa propietaria de una concesión aurífera que, pese al horror y la
repugnancia que le causa el pueblo al que acaba de llegar, decide plantar cara a los malvados
del lugar y quedarse para sacar su negocio adelante. Es una mujer que se ha casado para
salvar la ruina de su familia y para quien la droga es una forma de afrontar lo que ella considera
una manera de haberse vendido, aunque haya sido por una noble causa (es adicta al láudano,
esto es, al opio). Es la personificación del pundonor. La actriz Molly Parker hace un muy buen
trabajo y sabe darle a su personaje ese aire de languidez levemente ausente de la señorita
bien educada a quien el opio mantiene dos palmos por encima de todo lo que sucede a su
alrededor. Una mujer pánfila a primera vista, pero de psicología crecientemente compleja
conforme avanzan los episodios.
Wild Bill Hickok: el más temido pistolero del Oeste es encarnado por un fabulosoKeith
Carradine, que consigue rodear al personaje de toda el aura mística y la carismática presencia
que merece. Wild Bill es una leyenda del Far West y tsl estatus como leyenda es no solamente
respetado, sino ensalzado a la manera clásica en Deadwood. De hecho, fue su paso por la
ciudad la que convirtió la población en un lugar legendario. En cierto modo su presencia es el
equivalente a la presencia divina en la ficción griega: Zeus tenía su rayo, y Wild Bill tiene su
revólver. Ambos encierran una parte humana que les hace inmiscuirse en asuntos mundanos,
pero también una parte divina que les hace estar por encima de los insignificantes mortales que
los rodean. Si Al Swearengen es el personaje que le proporciona a Deadwood escenas que
recordar, Wild Bill es el personaje que le da a Deadwood respetabilidad mitológica. Uno de los
más memorables pistoleros de los últimos años de ficción audiovisual.

Trixie: si decíamos de Alma Garret que es la mujer que representa la dignidad burguesa de la
mujer aparentemente impoluta, Trixie personifica la dignidad callejera de la mujer mancillada.
Es una de las prostitutas que trabajan para Al Swearengen, pero al contrario que la mayor parte
de sus compañeras no es una muñeca acobardada, sino una mujer con ideas propias, con una
personalidad muy marcada y con un ansia de justicia que pugna por salir de entre las muchas
cicatrices de su deplorable biografía. Parece vagamente inspirada en la Claudia
Cardinale deHasta que llegó su hora, aunque retratada con más llaneza y sin la aureola
virginalmente maternal e idealizada de aquel personaje. El contraste entre Trixie y Alma —dos
mujeres muy distintas que se juzgan en la distancia pero que en el fondo se comprenden mejor
de lo que ellas mismas creen— es curioso y muestra un cuidado por la psicología de los
personajes femeninos del que por ejemplo The Wire suele carecer.

Sol Star: si Seth Bullock es Don Quijote, Sol Star es su Sancho Panza. Quizá tampoco sea de
los personajes más carismáticos a mi parecer, pero no sólo complementa con su personalidad
utilitarista los arrebatos quijotescos de Bullock, sino que sus planes de futuro —su “sueño
americano”— sirven de ancla entre el caótico mundo real y la no menos caótica fiereza idealista
del sheriff. Siguiendo con el paralelismo cervantino, Sol Star muestra un vitalismo entusiasta
muy a lo Sancho que contrasta con el caballeresco estoicismo de Seth Bullock.
Calamity Jane: otro personaje legendario del Oeste, retratada aquí como representación de la
degradación vital de los habitantes de la frontera. Permanentemente aturdida por el
alcoholismo, es un carácter bondadoso pero a la vez sirve de contraste con la dignidad de otros
personajes femeninos. Su palabrería, su pesadez típica de borracha y sus constantes
exageraciones sentimentales pueden hacer que el personaje se le atragante a más de uno
(especialmente si comete el error de ver Deadwood en versión doblada) pero forman parte de
esa tipología de alcohólico que todos hemos visto alguna vez en nuestra vida. También sirve
como metáfora para mostrar las tremendas dificultades de adaptación que podía sufrir una
mujer que, en aquellos tiempos, se negase a cumplir con los estereotipos femeninos. Una
víctima.

Cy Tolliver: al igual que Al Swearengen, es dueño de un prostíbulo, sólo que el suyo es más
limpio y tiene más clase. También es un villano en toda regla que carece incluso de los pocos
escrúpulos que en ocasiones asaltan a Swearengen. Es como la versión endurecida y brutal de
Al, sin su ironía ni su faceta simpática y sólo con las facetas más oscuras y temibles. Es, con
perdón, un Hijo de Puta en toda regla. Hay un animal rabioso en su interior, no en vano es
autor de uno de los instantes de violencia más impactantes —o que a mí más me han
impactado— en las series de televisión de los últimos años (quien haya visto la serie
probablemente recordará la breve pero intensa escena a la que me refiero). Por momentos
hace que Tony Soprano o Dexter parezcan casi ciudadanos pacíficos y dialogantes.

Joanie Stubbs: otro de los varios personajes femeninos sobresalientes. Es la madame del
prostíbulo de Cy Tolliver, una puta de lujo que, al contrario que la mayor parte de las prostitutas
del pueblo, puede competir en clase y elegancia con las más peripuestas señoritas de alta
sociedad como la burguesa e inmaculada Alma Garret. Es una mujer compleja, muy bella y
muy inteligente, que tras su apariencia de muñequita sexual está en realidad perfectamente
dotada para salir adelante e incluso prosperar en un ambiente tan brutal —y tan machista—
como el de Deadwood. Es ante todo una superviviente capaz de aliarse con el diablo y hacer
casi cualquier cosa para salir indemne de momentos difíciles, pero es también la clase de mujer
que puede resultar ocasionalmente admirable cuando se lo propone. Un personaje ambiguo
muy bien interpretado por Kim Dickens, una de esas actrices que parecen más interesantes
cuanto más te fijas en ellas.
Richardson: mi personaje favorito, aunque sólo aparece ocasionalmente y rara vez más de un
minuto por episodio… y aun así se convierte en uno de los individuos más inolvidables y
entrañables de las tres temporadas. Es un viejo con aparente retraso mental, que no está muy
en sus cabales y que es la viva personificación de la inocencia. Es literalmente como un niño.
Asustadizo, tímido y muy, muy gracioso. Cada vez que sale en pantalla termina robándole la
escena a cualquiera que esté cerca de él. Está perdidamente enamorado de Alma Garret, a la
que ni se atreve a mirar a la cara y de la que cualquier gesto tiene para él una importancia vital.
Cuando ella le da distraídamente un cuerno de ciervo para que lo devuelva al montón del que
procedía, Richardson lo interpreta como un regalo de su adorada diosa y empieza a llevarlo a
todas partes como amuleto, creando un extraño culto religioso en torno al hueso, el cual utiliza
incluso para rezarle a cabezas de ciervo que hay colgadas por ahí de adorno. Este es sólo un
ejemplo de cómo un personaje tan secundario puede llegar a construirse una identidad bien
definida, vistosa y original durante el poco tiempo en que aparece en pantalla. Increíble
individuo, uno de los más maravillosos hallazgos que la televisión me ha proporcionado en
años. Y eso que si juntas todas sus apariciones, en las que casi nunca habla, quizá no dé ni
para diez minutos de metraje total. Una lástima: de haber habido sólo una temporada más
seguro que hubiese ganado más protagonismo. Mi debilidad personal, como supongo se habrá
notado.

George Hearst: rico, ambicioso, despiadado y capaz de las mayores crueldades, es el padre
del célebre “ciudadano Kane” Randolph William Hearst. Excepcionalmente encarnado por el
magnífico actor Gerald McRaney, su aparición en mitad de la serie hace que los villanos
anteriores parezcan casi aprendices. De dura expresión y una intensa mirada que parece
reflejar un odio constante hacia el mundo, es la clase de hombre que no se conforma con
parcelas de poder: él quiere apoderarse de todo y controlarlo todo. Desde que pone un pie en
Deadwood, su objetivo será convertir la ciudad en su feudo particular como ya ha hecho con
otras ciudades.

Mr. Wu: el señor Wu es el líder de la comunidad china de Deadwood y, salvo Richardson, el


personaje más hilarante de todo el reparto. Totalmente incapaz de hablar inglés, sus diálogos
con Al Swearegen, en los que han de entenderse mediante gestos y dibujos, alcanzan niveles
de surrealismo propios de losHermanos Marx. La palabra que más pronuncia es “cocksucka”
(“chupapollas”), con la que suele referirse a cualquier occidental que le haya causado
problemas y que pronuncia de manera extremadamente cómica. Wu y Swearengen, cuando
aparecen juntos, son la gran pareja humorística de Deadwood y casi todos sus diálogos para
besugos son sencillamente inolvidables.

Doc Cochran: el médico de la ciudad  y uno de los pocos personajes verdaderamente nobles,
aunque no es exactamente un héroe a la manera del sheriff, sino un hombre abnegado que
asume sus debilidades y trata de superarlas. En un ambiente tan brutal y enrarecido como el de
la primitiva Deadwood, su tarea es casi la de un santo: intenta poner un poco de dignidad,
progreso y humanidad en un lugar incivilizado al que ni las propias autoridades
estadounidenses reconocen como un territorio del que tengan que hacerse cargo. Tras haber
sido médico en la guerra civil, parece haber hallado su razón de ser en intentar paliar el
sufrimiento del prójimo en aquellos lugares a los que ningún otro médico se plantearía
trasladarse.

Ellsworth: uno de los mineros más experimentados del pueblo, un hombre aparentemente
embrutecido que, en realidad, es de los pocos individuos a quienes el oro no ha corrompido del
todo y que además tiene dos dedos de frente. Es capaz de albergar sólidos valores,
especialmente el de la lealtad: si bien no es un individuo perfecto, ni mucho menos un héroe, sí
es la clase de persona que una vez ha establecido un vínculo emocional con alguien le será
leal en todas las circunstancias. Probablemente es todo lo mejor que podría ser alguien
dedicado a su oficio en un lugar semejante.

Farnum: wa dueño del hotel y alcalde de la ciudad, aunque la alcaldía es un cargo nominal sin
demasiado efecto práctico, poco más que una figura decorativa, ya que como decíamos en
Deadwood no existe nada parecido a una administración. Farnum es ladino y moralmente
mediocre: sobrevive como alcalde porque se presta a ejercer como títere de Al Swearengen, ya
que el verdadero poder reside en los caciques locales. Evidentemente, pese a su condición de
alcalde, no puede congeniar con el honesto sheriff del pueblo. Farnum ha nacido para venderse
barato, aunque su acomplejado ego le conduce a menudo a la grandilocuencia y a las ínfulas
ridículas. Un personaje patético, que personifica la indignidad.
Jewel: una discapacitada con problemas para hablar y caminar, que ejerce como ama de llaves
en el prostíbulo de Al Swearengen. Su jefe continuamente la bombardea con comentarios
despectivos y humillantes, aunque el transfondo de su relación termina siendo bastante
sorprendente. Jewel soporta todo ello con resignación y pese a las duras condiciones de su
existencia nunca parece desanimarse o perder la esperanza, positivismo que intenta transmitir
a todo aquel que tenga la paciencia de escuchar lo que ella dice a trompicones. Uno de los
personajes más moralmente admirables de la serie, y uno de los que juzgamos al principio de
una manera pero terminará haciendo que tengamos una imagen bien distinta al final.

Utter: tras vivir durante mucho tiempo a la sombra de la leyenda de su amigo, el pistolero Wild
Bill, es la clase de individuo que le ha perdido el miedo incluso a lugares como Deadwood y
que es capaz de establecerse y prosperar sin necesidad de someterse a los designios de nadie
ni abandonarse a la corrupción generalizada. Es probablemente lo más parecido a la imagen
tradicional del colono norteamericano del Wester: decidido, emprendedor, resistente, dispuesto
a edificar sus proyectos a toda costa y con una natural tendencia al liderazgo. Un pionero
clásico, de los de toda la vida.

Martha Bullock: esposa de Seth Bullock, es otra mujer de buena educación que cuando llega
a Deadwood es como si hubiese caído en un planeta alienígena en el que está como pez fuera
del agua. Aunque puede parecer estirada y demasiado convencional, y aunque nada de lo que
encuentra es como lo esperaba, y aunque ha de hacer frente a más de una humillación
desagradable, es la clase de mujer que lo afronta todo sin dejar que su sentido de la dignidad
flaquee por ello.
Reverendo Smith: un personaje lacrimógeno al que algunos seguidores de la serie no
captaron, considerándolo quizá demasiado calculado o quizá demasiado aspaventero. Sin
embargo es un buen ejemplo del destino que esperaba a cierta clase de personas
psicológicamente débiles en un ecosistema tan despiadado como el de Deadwood. Inútilmente
empeñado en difundir la palabra de Dios en el ferozmente materialista purgatorio de los
buscadores de oro y de los pecadores por antonomasia, su apasionada espiritualidad y su
santidad destartalada están tan fuera de lugar que a algunos de sus vecinos les intranquiliza el
solo hecho de verlo venir. Personalmente me gustó su inclusión en la serie porque muchos
personajes fingen ignorarle o sencillamente hacen ver que les incomoda su presencia, pero de
manera a menudo inconsciente el estrafalario reverendo ejerce de catalizador de las dormidas
conciencias de determinados individuos. Una figura trágica en el sentido clásico de la palabra.
Hasta aquí la muestra de personajes. Podríamos citar bastantes más pero como en el caso
de The Wire no se trata de presentar una lista completa —que ocuparía cuatro o cinco artículos
— sino una muestra representativa del paisaje humano de Deadwood. En esta serie los
personajes son los grandes portadores del mensaje. Si The Wirehacía una crítica social
transmitiendo la idea de que muchos individuos podrían ser mejores si el sistema corrupto no
les impidiese desarrollar sus capacidades y virtudes, Deadwood presenta una visión más
oscura y bíblica de la humanidad. En cierto modo se refleja el concepto del “pecado original”,
porque todo aquel que está en Deadwood es “culpable” de algo. El pecado de unos es la
ambición, el de otros la falta de inteligencia, la enfermedad, la debilidad de carácter o
sencillamente la mala suerte. Nadie medianamente normal permanecería en Deadwood, un
lugar donde las promesas tienen un costo demasiado alto y donde para colmo casi nunca se
cumplen. La serie parte de la base de que todos sus personajes son disfuncionales de una
manera u otra, y se dedica a mostrar cómo interactúan las carencias de tofod rllod para
terminar creando una compleja red de relaciones enfermizas y un extraño aborto de civilización.
Como decíamos más arriba, la ciudad de Deadwood es como un purgatorio donde van a parar
los pecadores y los imperfectos; un lugar de castigo creado no por Dios, sino por los propios
hombres que lo habitan, incapaces de construir nada mejor. Y si Deadwood, como ciudad, es el
infierno… Deadwood, como serie, es el paraíso. El cielo de todo aquel que busque en la
televisión esa clase de gran cine que ya casi no se ve en la pantalla grande. Una Obra Maestra
que nunca ha tenido la fama que merece, que mucha gente pasa por alto y que algún día,
espero, será descubierta y ensalzada por el gran público. Muy fervorosamente recomendada;
no la dejen ustedes pasar ni un minuto más.
Para despedirnos, una imagen real de Deadwood, fotografiada en 1888. Bienvenidos al Averno:

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