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Lecciones para emprender

una revolución en la
educación pública de Brasil
Sobral es un ejemplo estudiado por otros
alcaldes de cómo una ciudad salta del final
del ranking nacional en enseñanza básica
a los primeros puestos
Naiara Galarraga Gortázar 12 dic 2021 - 19:33 CST

Estudiantes en la Escuela Professora Maria das Graças Teixeira Pontes, en Sobral


(Brasil).Ayuntamiento Sobral

La señora Erivalda Santana Gabriel, de 53 años, que solo


pudo estudiar hasta segundo de educación básica, no
necesita leer detallados informes llenos de porcentajes y
gráficos de colores para saber cuánto ha mejorado la
educación en Sobral, una ciudad del Brasil más pobre. Poco
tiene que ver la escuela pública de su hijo Adleyn, de 13
años, con la que tuvo dos décadas antes su hija mayor,
Alana María, de 31, o con la que ella misma conoció. “Uy, ha
mejorado mucho, la merienda es buena, las coordinadoras
(pedagógicas) son buena gente y el director…. ¡Es
maravilloso!”, exclama Santana a punto de empezar su turno
como limpiadora en un hotel.

Su entusiasmo con el máximo responsable académico


obedece a un gesto simple pero poderoso. “En cuanto un
alumno falta, manda un WhatsApp para preguntar que por
qué no ha ido a clase y recordar que, si está enfermo, hay
que enviar el comprobante”. Con tres días de ausencia, una
asistente social toca la puerta de casa. El absentismo es uno
de los muchos males que aquejan a la escuela pública en
Brasil.

Lo interesante de esta ciudad industrial de 200.000


habitantes donde sobra sol y durante décadas escasearon
las oportunidades, es que alumnos, profesores, políticos y
familias protagonizaron una revolución educativa que otros
municipios analizan con admiración. Desterraron la idea de
que hay niños incapaces de aprender. Sobral tiene también
un huequito en la historia desde 1919, cuando una
expedición científica británica llegó hasta aquí para
presenciar un eclipse que confirmó la teoría de la relatividad
de Albert Einstein.

El primer gran logro de Sobral fue que al terminar primero,


con seis o siete años, todos los críos supieran leer y escribir
independientemente de su género, si eran más o menos
pobres, negros o blancos. Si en 2001, la mitad del alumnado
era analfabeto, en pocos años cayó y hoy es cero. Y eso, en
el muy desigual Brasil, es un triunfo mayúsculo. En pocos
años, esta ciudad con unos índices que estaban entre los
peores se colocó a la cabeza de la clasificación nacional de
la educación básica, llamada Ideb.

Algo tan básico supone una victoria porque la educación


elemental ha llegado al último rincón del país, incluidas
aldeas indígenas en Amazonia, pero la calidad deja
muchísimo que desear. Y la pandemia ha agravado males
endémicos. Tres de cada cuatro alumnos en edad de ser
alfabetizados son incapaces de leer nueve palabras en un
minuto, según una reciente encuesta de la Fundación
Lemann. Nueve palabras en un minuto, ese es el calibre del
desafío antes de asomarse siquiera a las graves
consecuencias de la desigualdad que lastra a los negros
desde que pisan el colegio.

La pandemia mantuvo a los alumnos de Sobral casi un año


lejos de las aulas. Al principio, les mandaban los materiales
por WhatsApp y a los que no tenían Internet o móvil, se las
llevaban impresa. Luego, el profesorado desembarcó en
YouTube pero también salió a buscar al alumnado que no
regresó a las clases.

Marta Cristina Pereira viajó 700 kilómetros esta semana


desde Pernambuco hasta Sobral (Ceará) en busca de
inspiración y esperanza. Concejal de Educación de Serra
Talhada (87.000 habitantes), el jueves pasado compartía sus
inquietudes con varios colegas en una de las sesiones de la
inauguración del Centro Lemann de Liderazgo para la
Equidad en la Educación creado por la fundación homónima,
a la que este diario fue invitado. “Aún no hemos logrado
romper las barreras políticas. Mi sensación es que nadamos,
nadamos y nunca llegamos a la orilla. Vengo con la
esperanza que mi alcaldesa sea tocada (por la inspiración)
porque, si no reaccionamos, podemos retroceder lo poco
que hemos avanzado”, les confesó.

El objetivo es atraer y formar alcaldes y gestores educativos


para que puedan extraer lecciones de la experiencia de
Sobral y adaptarlas a sus necesidades. Uno de los nudos
gordianos que impide avanzar es la tradición de que los
directores de escuela sean nombrados por los concejales en
función de intereses políticos. El arraigado intercambio de
favores. Una medida que en este caso es legal y abre la
puerta a dejar algo tan decisivo como el futuro de unos
escolares en manos de personas analfabetas. Por eso, la
revolución de Sobral empezó con medidas impopulares:
despido de los funcionarios que no aprobaron las pruebas
técnicas, centralización de las escuelas y poner fin al
nombramiento a dedo de directores y coordinadores
pedagógicos.

El profesor y antiguo alcalde Veveu Arruda, impulsor de la revolución educativa en Sobral,


el jueves en una escuela pública.Naiara Galarraga Gortázar

La fórmula combina voluntad política, perseverancia, gastar


bien, incentivos al profesorado, evaluar los resultados y, en
función de ellos, ir adaptándose a las cambiantes
circunstancias, explica Veveu Arruda, profesor y el alcalde
que impulsó la revolución hace dos décadas. El camino es
largo, pero se puede empezar con algo tan simple, recalca,
como dar clase los 200 días y las 800 horas anuales que
estipula el calendario. “Somos el país con menos horas
lectivas en el mundo y ni siquiera se cuentan bien”, se queja.
Pero ese monumental fracaso colectivo tiene más
ingredientes: “Todo es motivo para no tener clase, que si
llueve, que si no llueve, es el cumpleaños del director, se ha
muerto alguien….”, enumera con desespero.

En Brasil, la escuela pública tiene mala calidad y peor


reputación. Tanto que en cuanto una familia prospera un
poco, lo primero suele ser matricular a los hijos en un colegio
privado. Y reflejo de la brutal desigualdad que corroe al país
más rico de América Latina, mientras la enseñanza pública
obligatoria (de los seis a los 18 años) es lamentable, las
universidades federales son tan buenas que la competición
para entrar es feroz. Es el servicio público que más aprecian
los privilegiados.

Por si fuera poco, el aula ensancha las enormes grietas que


cuartean la sociedad brasileña: “La escuela, que debería
reducir las diferencias (entre el alumnado), en realidad las
potencia”, explica Anna Penido, directora del recién abierto
centro, que incluye una rama de investigación y evaluación.
Las investigaciones demuestran que los escolares negros y
pobres aun hoy aprenden menos que sus compañeros,
abandonan más los estudios y las escuelas donde son
mayoría tienen el profesorado peor formado. Un círculo
vicioso. El mantra de Penido es que ningún niño quede
rezagado.
La estrategia de que el director o incluso mejor, la alcaldesa
o el alcalde, telefoneen a casa del alumno ausente transmite
a su familia con pocas palabras que la educación es
importantísima. Muchos de ellos sin duda hubieran deseado
poder acabar la escuela o soñar con la universidad.

También un Ayuntamiento como el de Mata de São João


(Bahía), que con 47.000 vecinos acaba de implantar un
ambicioso sistema de reconocimiento facial para controlar al
alumnado, acudió a Sobral en busca de pistas para
profundizar en el cambio. “Nuestro mayor problema es la
falta de líderes”, dice el concejal de Educación Alex Carvalho
a sus homólogos. El alcalde de Barbalha (Ceará), Guilherme
Saraiva, busca aclarar dudas técnicas sobre la
transformación y desliza el que a su juicio es el ingrediente
clave de la revolución sobralense: “Creo que tuvieron éxito
porque los gobiernos tuvieron continuidad”. La ciudad
brasileña que se enorgullece de ser la capital educativa de
Brasil, es también la cuna de uno de esos clanes familiares
que desde ciudades y regiones alejadas de los centros de
poder alumbran alcaldes, concejales, senadores y hasta
candidatos presidenciales. En este caso, los Gomes, cuyo
líder, Ciro Gomes, de centro izquierda, quedó tercero en las
elecciones que ganó Jair Bolsonaro.

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