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Victoria Garrido Moreno

LA CUESTIÓN DE LA IDENTIDAD EN EL LOBO


ESTEPARIO Y JUAN DE MAIRENA

Con frecuencia se identifica a la época romántica con una etapa eufórica y expansiva
del yo, desatendiendo el hecho de que también nos encontramos ante un período de crisis y
fragmentación de éste.

Así, en el presente trabajo tomaremos dos obras representativas de esta cuestión: El


lobo estepario, en la que encontramos una terminante afirmación de la disgregación del yo en
distintas personalidades; y Juan de Mairena, donde a través de los apócrifos tiene lugar un
proceso de desintegración del yo, en virtud del cual diferentes voces entran en escena. Sin
embargo, ensimismamiento y alteridad son dos caras de una misma moneda…

La primera de estas dos obras, El lobo estepario, constituye una de las más célebres del
escritor suizo alemán Hermann Hesse. Estamos ante una grandiosa novela que, a través de un
análisis filosófico, psicoanalístico, antropológico y sociológico, socaba paradigmas socaba
paradigmas e incita a reflexionar sobre cuestiones como la búsqueda de la identidad y el
auténtico sentido de la vida, tarea que parece imposible en una sociedad desbaratada y
henchida de convencionalismos, imposturas, contradicciones, creencias, superficialidad, etc.,
y por supuesto sumergida en continuos conflictos identitarios producto de conflictos duales
entre el espíritu y la naturaleza; la razón y el instinto; la lucha entre el hombre y la máquina;
así como otros conflictos en relación al dominio de la tecnología, la mecanización de la vida, el
determinismo, el hastío de la vida burguesa; la neurosis colectiva, "el mundo civilizado de
hojalata". Cabe señalar que fue escrita en 1927, una época en la que un movimiento tan
intenso como el Romanticismo había dejado sus trazas.

El Romanticismo fue un movimiento filosófico, estético y político que tuvo su origen en


los albores de la Modernidad, alrededor de las dos últimas décadas del siglo XVIII,
cercanamente a la Revolución Francesa y al inicio del Terror. Surgió en gran medida como
actitud de oposición a la concepción ilustrada del individuo, marcada muy especialmente por
su racionalismo cartesiano.

Es en este momento cuando, prácticamente, parece inventarse el ideal y el valor de la


personalidad, tal vez como reacción al rasero de la emergente burguesía. Germinaba un
sentimiento de inmediatez, más allá de la razón técnica, cuantificadora e instrumental, la cual
no era capaz de proporcionar una verdadera visión de la naturaleza mítica del hombre, así
como tampoco de su sensibilidad ni de su condición trágica.

Así, la crisis del individualismo junto con la preocupación por la identidad ha venido
prolongándose, fortaleciéndose e incurriendo en nuevas dificultades desde el pasado siglo
hasta hoy.
En esta obra encontramos que, siguiendo la tradición romántica, el personaje literario
cada vez se aleja más del mundo externo, viéndose, pues, remitido a su subjetividad; una
subjetividad rebosante de datos concienciales.
De este modo, observamos que el flujo de conciencia influye en el relato, de modo que éste se
resiste a llevar una continuidad lineal o coherente: se interrumpe y se fracciona.

En virtud de ello, se da paso a lo inconsciente, los instintos y deseos, encontrándonos


aquí con "los lados oscuros de la razón" y su manifiesta importancia como instancia de poder
reflexivo.

Por otro lado, como anteriormente introducíamos, en esta obra nos encontramos con
el fenómeno de la conciencia de un alma desconciliada: un yo escindido. Éste es el aspecto
principal de la obra, y lo que constituye el eje central, que son las dos naturalezas de Harry
Haller. Sin embargo, éstas no coexisten en armonía, sino que, por el contrario, se encuentran
en constante disputa. Así, “en Harry (...) no corrían el hombre y el lobo paralelamente, y
mucho menos se prestaban mutua ayuda, sino que estaban en odio constante y mortal, y cada
uno vivía exclusivamente para martirio del otro...". Sin embargo, a lo largo de la historia, Harry
se ve en la impetuosa y persistente necesidad de conciliar y armonizar esta alma dividida.
De hecho, en una suerte de folleto que se le entrega a Harry, el Tractat del lobo estepario,
explícitamente se hace referencia estas dos naturalezas, asociadas a los artistas.

Sin embargo, en él se considera que la distinción de estas dos naturalezas obedece


más bien a un impulso osado y pueril, junto con un afán simplificador, en un intento de ofrecer
una explicación más sencilla a la serie de contradicciones internas del hombre, y
concretamente de Harry. Dice, pues, que "querer explicar a un hombre precisamente tan
diferenciado como Harry con la división pueril entre lobo y hombre, es un intento infantil
desesperado. Harry no está compuesto de dos seres, sino de cientos, de millares."

La causa de esta necesidad simplificadora no la encontramos sino en una suerte de


impulso innato por parte del ser humano de concebirse siempre como una unidad.
No obstante, contrariamente a esta idea, se postula aquí el mundo altamente
multiforme, caótico y de gradaciones, que compone la personalidad.
Encontramos aquí, pues, una contraposición entre la belleza apolínea y unitaria, propia de la
Antigüedad, y los héroes de los vetustos poemas indio, en los que la personalidad constituye
un “nudo”.

El Tractat sostiene que esta fórmula simplificadora se presenta por la "necesidad innata" en
todos los hombres de representarse a sí mismos como una unidad. De hecho, la constatación
de que ningún yo es una unidad "sino un mundo altamente multiforme (...) un caos de formas,
de gradaciones y de estados, de herencias y posibilidades" (35) es pensada como un signo de
esquizofrenia. Unas líneas más adelante, el Tractat contrapone la belleza unitaria y apolínea de
la Antigüedad con los héroes de las epopeyas indias, que no son personas, sino "nudos de
personas". Aquí tenemos, entonces, la aparición del componente oriental como en el
romanticismo –los poemas de la vieja India-, que tal vez no indiquen aquí tanto la
característica preferencia romántica por el exotismo como las inquietudes particulares del
autor (Hermann Hesse) por las tradiciones orientales, que se reflejan a lo largo de toda su
obra.

Otro aspecto romántico que surge en el Tractat es el motivo del Fausto ("Hay viviendo dos
almas en mi pecho"), aquí, demostrado por la conciencia que tiene el lobo estepario de haber
alcanzado la duplicidad fáustica. "Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma jamás"(36):
el Tractat es contundente respecto a esta afirmación.

Es interesante profundizar un poco más sobre la tensión antes esbozada en cuanto al ideal de
hombre de la Antigüedad y la concepción del mismo en las tradiciones orientales. Esta tensión
emerge constantemente a lo largo del libro y se ilustra de modo muy completo cuando Harry
va recorriendo el Teatro Mágico y se encuentra con inscripciones como estas: "¿Quiere usted
espiritualizarse? Sabiduría oriental.", "Decadencia de Occidente. Precios reducidos. Todavía
insuperada." Harry se ve especialmente tentado por una que dice: "Instrucciones para la
reconstrucción de la personalidad. Resultado garantizado"(37) En efecto, Harry va a ingresar a
esta sala y va a ver en un espejo la unidad de su persona descompuesta en muchos yos, en
muchas figuras. Exactamente como las tradiciones orientales entienden al hombre: como una
multitud de almas, una multitud de yos. Es aquí cuando Harry se somete al "arte
reconstructivo" de la personalidad, dirigido a quienes han experimentado la descomposición
de su yo. De este modo, el hombre encargado de dicha "reconstrucción" toma las figuras de
Harry y las dispone sobre un tablero. Esta "reconstrucción" y la combinación de las figuras en
distintos grupos y bandos enemigos, es como un juego de ajedrez: las figuras son las piezas,
que cada hombre puede ordenar "a su capricho" sobre un tablero. Como el "arte de vivir",
como el "juego de la vida"; así se le presenta a Harry la "reconstrucción de la personalidad".

Es curioso que en este pasaje se haya utilizado el juego de ajedrez como metáfora, que es tan
racional y analítico. Por otro lado, a pesar de que la unidad de Harry es descompuesta en
múltiples figuras, éstas se disponen en un tablero de ajedrez -no cualquier tablero de cualquier
otro juego- aquí, son necesariamente dos bandos los que se enfrentan, aunque heterogéneos
en cuanto a su composición –los hay reyes y reinas, pero también peones- dos bandos al fin.
¿Dualismo ético / fáustico o una multiplicidad de figuras caótica y amorfa? Evidentemente, el
motivo del dualismo fáustico es el eje de todo el libro, pero, en efecto, es cómo nos indica el
Tractat del lobo estepario: no hay que reducir el mismo a una fórmula simplificadora, este
dualismo –casi pedagógico y tranquilizador- parece ser mucho más complejo de lo que parece.
Meter "todo lo espiritual, sublimado o, por lo menos, cultivado (en el "hombre") y en el "lobo"
todo lo instintivo, fiero y caótico" (38) es, como explicaba el Tractat, un "intento infantil
desesperado": las dos naturalezas pueden confundirse, e incluso llegar a intercambiar sus
roles. Esto es lo que observa Harry en la Maravillosa doma del lobo estepario, en el teatro
mágico. Aquí, el domador, a quien Harry lo considera como un "hombre brutal", doma con
éxito al lobo, a la "noble fiera": la tiene perfectamente amaestrada como a un perro, de hecho,
el lobo realiza muchas de las gracias que los perros suelen hacer (hacerse el muerto, alcanzar
objetos). Incluso, renegando de su naturaleza de carnívoro-depredador, lamía de la mano del
hombre una tableta de chocolate gustosamente. Pero en la segunda parte del acto, cambian
los papeles y ya nada es lo que parece: el domador se pone a los pies del lobo y éste adquiere
nuevamente vigor. El hombre hace todos los trucos y demostraciones que había hecho
anteriormente la fiera: se hace el muerto, se coloca en dos o cuatro patas, en fin, obedece al
lobo, quien es ahora el que está domando. Cuando al hombre –antes domador- le traen el
chocolate, sin embargo, lo rechaza, no lo acepta gustosamente como había hecho el lobo. En
este sentido, entonces, la "doma" no fue llevada a cabo con éxito. Cuando le traen al hombre
un cordero y un conejo, representa el papel de lobo a la perfección: ataca a los animales, los
despelleja, come su carne viva y bebe su sangre, con tanto gusto como el lobo comía su tableta
de chocolate...

Volvemos a la lectura del Tractat, donde se nos advierte que lo que se entiende por "hombre"
no es más que un transitorio convencionalismo burgués:

Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un
poco de conciencia, de civilidad y de desbestialización (...) El "hombre" de esta convención es,
como todo ideal burgués (...) un tímido ensayo de antigua travesura para frustrar (...) a la
perversa madre primitiva Naturaleza. (39)

El "hombre" burgués –típicamente ilustrado, se observa- ha adulterado la relación que antaño


supo tener con la Naturaleza. El hombre romántico espera por una conciliación mítica, así
como el Tractat del lobo estepario nos recuerda que alguna vez, por un rato (un "feliz
momento") hombre y lobo se reconcilian. Se imbrican y se confunden, como el gusto a sangre
y a chocolate en la boca de Harry luego de presenciar la Maravillosa doma del lobo estepario.

Individualismo

Es nuevamente en el Tractat del lobo estepario donde la singularidad y la genialidad se nos


revelan como características del lobo estepario, con disposiciones que irían casi por encima del
"hombre corriente" –burgués-. El aspecto de la singularidad se observa en el lobos estepario
como un hombre con una dimensión de más. En efecto, esta dimensión es inalcanzable para el
hombre medio, burgués, y es no pocas veces causa del aislamiento y rechazo del lobo
estepario: "Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú
demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más"
(40) le decía Armanda a Harry.

Aspectos de lo que más arriba llamamos compromiso romántico se pueden observar en las
Anotaciones de Harry Haller: "...más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y
endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior
un fiero afán de sensaciones (...), una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada..."
(41) La cuestión del compromiso –social, y muy especial político en una Alemania de
entreguerras- no pocas veces se le presentó a Harry. Se preguntaba si realmente no debería
involucrarse más, en vez de dedicarse sólo a la estética y a lo espiritual.

La subordinación del hombre a una instancia suparaindivudal que licua y homogeneiza las
conciencias y personalidades se observa en varios fragmentos. Ya desde el Tractat se nos
indica que la personalidad del hombre es entregada al moloc "Estado". A su vez, para el lobo
estepario no hay nada más funesto que tener que ejercer un cargo, someterse a una
distribución del tiempo y tener que obedecer a otros. El viejo amigo de Harry, Gustavo,
también se mostraba ahogado y presionado por el leviatán: desde el mismo momento en que
nacía no sólo estaba "condenado a vivir" sino que también estaba obligado a pertenecer a un
Estado, a ser soldado, a matar, a pagar impuestos para armamentos. Por último, antes de que
comenzara su acusación en el Teatro Mágico, Mozart le pregunta a Harry si estaba listo para
sufrir "con paciencia todo el aparato poco divertido de los agentes de la Justicia" (42)

La eternidad y la infinitud son rasgos también recurrentes en el libro. A los "verdaderos


hombres", a aquellos que tienen "una dimensión de más" no les pertenece nada más que la
muerte y la eternidad: sólo soportan "la condena de vivir" porque saben que más allá hay otro
aire para respirar, el reino de lo puro. "Eternidad" para el lobo estepario "es el reino más allá
del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros (...) y por eso anhelamos la muerte."
(43) La eternidad, patria de los hombres con una dimensión de más, donde también se
encuentran Goethe, Novalis y Mozart.

El último rasgo que habíamos esbozado en el apartado 1.4 era la multiplicidad de facetas. En
efecto, creemos que este aspecto ha sido corroborado en el apartado 2.3, luego de abordar
algunos de los conceptos de la filosofía oriental que Harry descubre en la sala de la
reconstrucción de la personalidad, con sus múltiples figuras, sus múltiples yo, jugando una
intensa partida de ajedrez.

Amor y muerte

Ambos conceptos son motivos sumamente recurrentes en El lobo estepario. La muerte emerge
en el libro a través de la personalidad suicida de Harry Haller. Ya sea con una navaja de afeitar
o con veneno, en Harry la idea del suicidio estaba siempre latente.
En efecto, a los verdaderos hombres, a los hombres con "una dimensión de más" no les
pertenece nada más que la muerte y la eternidad. Para Harry, al igual que los hombres
románticos, la muerte es "la amiga que lo redime": "(Sentía yo) miedo a la muerte, pero un
miedo consciente de que ya pronto habría de convertirse en total entrega y redención" (44)
Aquí la muerte también está en una estrecha relación con el amor. En una salas del teatro
mágico, Harry se topa ante la siguiente inscripción: "Cómo se mata por amor" y recuerda la
noche en que Armanda le dijo a Harry que él sería una especie de esclavo suyo, y debía de
obedecerla en todo cuánto ella pidiera. El amante a la disposición del otro, tal como en el
romanticismo. Las órdenes de Amanda podían ser "relativamente terrenales" (aprender a
bailar fox – trot, comprar un gramófono) o podían tener una clara aspiración hacia el
macrocosmos, hacia lo infinito: Amanda sólo iba a hacer que Harry se enamorara de ella para
ser muerta por su mano. En el teatro mágico, Harry apuñala a Armanda, mata a su amada, tal
como en la tragedia de Kleist, Pentesilea, una mujer invadida por el amor, ataca a Aquiles y lo
desgarra con uñas y dientes (45).

La vida burguesa y el pasado.

Aquí también se puede observar la tensión esbozada en el apartado 1.6, entre una burguesía
luchadora e idealista, de corte netamente romántica, y la "otra", la sometida a la razón técnica
e instrumental, la del convencionalismo del concepto de "hombre". Harry, en efecto, siente
aversión frente a esta "última burguesía" cuyo modo de vida consideraba mediocre, cómodo y
superficial: "Porque esto es lo que yo más odiaba, (...) esta autosatisfacción, esta salud y esta
comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de
todo lo mediocre, normal y corriente." (46) (Otra vez, las exigencias de singularidad y
peculiaridad, de "elevación" por encima de la "media"). Sin embargo, Harry mantiene una
peculiar relación con la burguesía: siente que la aborrece pero al mismo tiempo vive en casas y
ambientes burgueses, llenas de "orden, limpieza, decencia y honestidad." Al ingresar a su
cuarto, el panorama del "ideal burgués" cambia y todo es caos, desorden y abandono. Harry
sentía gustoso este contraste y es consciente de este dualismo que lleva: "Ciertamente que
Harry Haller se había disfrazado en forma maravillosa de idealista y despreciador del mundo
(...), pero en el fondo era un burgués" (47) El Tractat del lobo estepario lo ilustra
acertadamente: "...se quedaba siempre viviendo en los dominios de la burguesía, con cuyos
hábitos, normas y ambiente no dejaba de estar en relación, aunque fuera antagónica y rebelde
(...) De esta manera, reconocía y afirmaba siempre con una mitad de su ser y de su actividad, lo
que con la otra mitad negaba y combatía." (48) Dos naturalezas en conflicto, dualismo ético, o
como el Tractat lo presenta, el dilema de contraposición del santo y el libertino.

Para el Tractat hay tres tipos de hombre: uno, el típicamente burgués, con las características
que arriba indicamos, y otro, que es todo lo contrario: son aquellos que pueden desligarse del
ambiente y modo de vida burgueses por completo, aquellos que "abandonan la atmósfera de
la tierra burguesa y llegan al cosmos": son los trágicos, los artistas, un número muy reducido.
El prototipo del hombre romántico es sin duda éste último, sin embargo, Harry Haller, el lobo
estepario, no se encuentra entre sus filas: a ellos se les ofrece el humorismo, ya que, según el
Tractat, no pueden acceder a la potencia necesaria para lo trágico. En efecto, humorismo es lo
que ofrece el Teatro Mágico de Pablo en todas y cada una de sus salas, donde "... es posible a
la vez afirmar el santo y el libertino, plegando los polos hasta juntarlos" (49) Esto se logra en el
teatro mágico mirándose al espejo, para ver así reflejado el caos que presentan sus almas,
como hace Harry cuando ve en el espejo a su lobo sacudiéndose y comienza a reír, a
carcajadas, como los inmortales.

Harry entonces, se encuentra en una relación tensa y fluctuante con la clase burguesa. Antes
de conocer a Armanda, aborrecía los placeres y los vicios de las ciudades, que no compartía ni
comprendía. Detestaba las multitudes, los cafés y varietés llenos de gente, y los gustos de esas
"diversiones en masa" que no hacían más que adulterar lo más sublime y trascendente, lo
realmente verdadero: Mozart, Bach, Goethe, Novalis. Aborrece el jazz que "escupen" los
gramófonos, estos aparatos representaban para él algo infernal, y el tipo de música que
reproducían, todo un "sub- mundo" de salvajismo e instintos, una música "chillona y
sangrienta". Harry Haller se siente como digno representante de la alta cultura y muchas veces
manifiesta posiciones similares a las de G. Steiner (50) respecto a la trascendencia del arte o a
las de T. Adorno (en cuanto a la degradación que representa esta nueva e incipiente cultura de
masas, y muy especialmente respecto a la música, temática que Adorno desarrolló
extensamente a lo largo de su obra). A partir de su encuentro con Armanda, Harry
experimenta un cambio: adquiere un gramófono y aprende a bailar fox- trot para luego lucirse
en aquellos superficiales salones de baile a los que siempre había mirado con aversión.

Respecto a la relación con su pasado, la misma está teñida de una carga nostálgica. Ésta se
refleja en aquellos pasajes en los que revaloriza todo el pasado romántico alemán y a sus
principales representantes, como Goethe y Novalis. Añoraba poder estar en ese espacio y en
ese tiempo –rasgo netamente romántico para De Paz: la evasión romántica en el tiempo y en
el espacio-. Evocaba su propio pasado de modo constante y doloroso.

Ya en el teatro mágico, vuelve a vivir su vida de juventud y de amoríos, y muchas de las


fantasías que él tuvo antaño se hacían realidad.
Conclusión

De acuerdo a lo observado a lo largo del trabajo, podemos apreciar que El lobo estepario tiene
mucho de romántico en sus páginas. Pero también pudimos observar en la historia rasgos de
poetas postrománticos, de poetas malditos como Baudelaire, que no queríamos dejar de pasar
por alto: el teatro mágico se presenta como un "descenso al infierno" y allí se violenta el
mundo de valores (se indaga acerca de la identidad sexual, se asesinan personas)

No obstante, las características compartidas con el romanticismo siguen siendo fuertes y


numerosas: la relación –trágica- entre amor y muerte; la tensión realidad/ irrealidad y el viaje
hacia "la otra razón" que permite el teatro mágico mediante el humorismo y los espejos; la
comprensión de la condición trágica del hombre y el mal del deseo; el dualismo ético y el
dilema irresoluble. Estos dos últimos aspectos son dos de los pilares del romanticismo, y son
también motivos recurrentes del libro: en efecto, para Harry las dos alternativas (ser o no
burgués) no se presentan como posibilidades entre las que se debe elegir, sino que son
susceptibles de realizarse al mismo tiempo e incluso imbricarse y confundirse. El lobo
estepario no es totalmente burgués, pero al mismo tiempo no puede desprenderse de la vida
burguesa. Aquellos que sí pueden llegar a esa "emancipación" son unos pocos artistas, lo que
cuentan con toda la potencia trágica para desligarse del mundo terrenal y llegar al
macrocosmos. En efecto, Harry no posee estas condiciones, por lo que sólo le queda el
humorismo del teatro mágico. No obstante, Harry se considera un hombre "con una dimensión
de más", singular y genial, que se destaca del resto de los hombres, por lo tanto no le
pertenece nada más que la muerte y la eternidad y allí, podría encontrar a artistas como
Goethe, Mozart o Novalis. ¿Harry tiene la potencia trágica necesaria para acceder a la
inmortalidad? Puede acceder "por una vía alternativa", y es la que le ofrece el teatro mágico:
con sus espejos, a través de cuyo reflejo toma conciencia de sus dos polos, que, o bien se
disgregarían matando al lobo estepario, o se fusionarían a la luz del humorismo. Sólo sucedería
esto cuando Harry aprendiera a reír de verdad, como los inmortales. Pero a Harry no le
bastaba con aprender a reír, también debía aprender a jugar el juego de la vida, a manejar sus
múltiples figuras con la destreza de un gran maestro. El arte de vivir es un juego con múltiples
figuras, pero en última instancia, siempre son dos los bandos enfrentados.

Pero, en cualqmer caso, la soledad y el dolor le plantearon


en carne viva un problema filosófico que le va a
atormentar durante el resto de su vida: el del subjetivismo
gnoseológico y la imposibilidad lógica de resolverlo.
«El solipsismo —que es la expresión que emplea Machado,
a través de Mairena— podrá responder o nó a una
realidad absoluta, ser o no verdadero; pero de absurdo no
tiene un pelo. Es la conclusión inevitable y perfectamente
lógica de todo subjetivismo extremo» (8). La cuestión
le preocupa en la medida que va en ella implicada la
existencia o no existencia del prójimo. Uno de los alumnos
de Mairena le hace observar a su maestro; «Nosotros
afirmamos la existencia de nuestro prójimo, del cual sólo,
en efecto, percibimos el cuerpo como parte homogénea
del mundo físico, merced a un razonamiento por analogía,
que nos lleva a suponer en ese cuerpo semejante al
nuestro una conciencia no menos semejante a la nuestra.
Y en cuanto al grado de certeza que asignamos a la existencia
del yo ajeno y a la verdad del propio, pensamos
que es el mismo para los dos, siempre que no demos en
plantearnos el problema metafísico. De modo —concluye-—
que prácticamente no hay problema» (9). Pero Mairena
insiste en plantear el problema metafísico, haciéndose
la pertinente reflexión de que una imagen del prójimo
en nuestra conciencia no implica la necesaria atribución
de conciencia a dicho prójimo, a menos de pecar gravemente
contra la lógica clásica. Hay —^para Machado— una
absoluta heterogeneidad entre los actos conscientes y sus
objetos, y el prójimo no es desde luego para mi propia
conciencia más que un objeto; el atribuirle una intimidad
semejante a la mía es una inferencia que es imposible
hacer en estricta lógica. La única subjetividad de que
tenemos conocimiento y conciencia plena es la nuestra, lo
que Machado gusta llamar el «solus ipse», pero la conclusión
inevitable es entonces que el prójimo no existe. «Si
nada es en sí más que yo mismo —les dice Mairena a sus
alumnos—, ¿qué modo hay de no decretar la irrealidad
absoluta de nuestro prójimo?. Mi pensamiento os borra y
expulsa de la existencia —de una existencia en sí— en
compañía de esos mismos bancos en que asentáis vuestras
posaderas. La cuestión es grave, vuelvo a deciros. Meditad
sobre ella» (10).
El idealismo es la forma del subjetivismo extremo
que sirve de punto de partida a las reflexiones de Macha-do. Según éste, la conciencia
se caracteriza por su propia
intencionalidad, manifiesta por un impulso cognoscitivo
que lleva en sí mismo su fracaso. El producto de ese fracaso
es precisamente el fenómeno del conocimiento que
está constituido —para Machado— por «ios puntos de
coincidencia del pensar individual (del múltiple pensar individual)
que forman el-pensar genérico, la racionalidad»
(11). El conocimiento no es, por tanto, una captación intelectual
de la realidad, sino el fenómeno de conciencia
que se produce al fracasar ese intento, originando las que
Machado llama por boca de Martín «formas de la objetividad
» y por boca de Mairena «reversos del ser». «La objetividad
no es —^para nuestro poeta-filósofo— nada positivo,
sino simplemente el reverso borroso y desteñido del
ser. Sólo existen, realmente, conciencias individuales,
conciencias varias y únicas, integrales e inconmensurables
entre sí. Sólo es común a todas las conciencias el trabajo
de desubjetivación, la actividad homogeneizadora, creadora
de esas dos negaciones en que las conciencias coinciden:
tiempo y espacio, bases del lenguaje y del pensamiento
racional: del pensar cuantitativo» (12). La influencia
de Kant es evidente en el párrafo anterior pues tiempo
y espacio son allí los instrumentos básicos de la objetividad,
si bien en un sentido distinto del Kantiano, pues para
Machado ambos son formados «a posteriori» —^por abstracción
de los cuerpos extensos, el espacio, y de los
acontecimientos, el tiempo—. Tiempo y espacio, como
medios vacíos de cuerpos o de acontecimientos, tienen un
valor negativo o limitativo; son una homogeneización necesaria
para el pensamiento de lo que en realidad es vario
y diverso. Surge asi la homogeneidad del pensar, o con
otras palabras, un pensamiento lógico descualificador o
cuantitativo, que es el origen del mundo objetivo de la
ciencia.
Pero la intencionalidad de la conciencia no se reduce
al impulso cognoscitivo, sino que va también movida por
un deseo de alteridad cuya causa es el amor, pues el verdadero
origen del arnor no es para Machado la contemplación
o la belleza, sino «la sed metafísica de lo esencialmente
otro». Una sed que nunca llega a satisfacerse completamente
y que lleva también a un inevitable fracaso.
Por eso para Machado el objeto erótico «es siempre lo
otro, lo inconfundible con el amante, lo impenetrable, no
por definición, como la primera y segunda persona de la
gramática, sino realmente. Empieza entonces para algunos
—románticos— el calvario erótico; para otros la guerra
erótica, con todos sus encantos y peligros, y para Abel
Martín, poeta, hombre integral, todo reunido, más la sospecha
de la esencial heterogeneidad de la sustancia» (13).
Así como el fracaso del intento cognoscitivo conducía a la
homogeneidad del pensar, revelado mediante las formas de
la objetividad, el fracaso del impulso amoroso nos descubre
«la irremediable otredad que padece lo uno» o, con
otras palabras, el reconocimiento de la esencial heterogeneidad
del ser. Con ello quiere expresar, Machado la inagotable
riqueza del ser, a la cual sólo podemos acceder mediante
una «fe poética» contrapuesta a la tradicional «fe
racional». Tras el pensamiento homogeneizador que piensa
las cosas como no son, la heterogeneidad intenta devolver
el ser a lo «desrealizado»; según las propias palabras
(11) Los complementarios,'Eá-Losiád.,'ñxLenos AÍTSÍ 1957;pág. 31.

De acuerdo

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