Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Este ensayo intenta describir, en su espesor metafórico, el espacio literario logrado por Adolfo
Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1998) en sus novelas y en sus cuentos fantásticos y, muy
especialmente, el espacio cerrado. El espacio cerrado bioycasareano se propone como el
improbable lógico de obviar o de negar el tiempo (que provoca angustia existencial) en la
indestructible e indisociable relación espacio-temporal, con el objeto de ofrecer,
consoladoramente, una fórmula mágica de inmortalidad más felicidad (a diferencia de la
inmortalidad sin amor, que es propia de los vampiros canónicos). Esta propuesta luminosa se
ilustra reiteradamente con un espacio literario que, en la personalísima versión de Adolfo Bioy
Casares, mezcla operadores realistas de un paisaje principalmente argentino con elementos
maravillosos y fantásticos que aluden a la tradición fantástica y detectivesca y de ciencia
ficción de Edgar Allan Poe, H. G. Wells y Gastón Leroux, entre otros clásicos de estos géneros
literarios. Tanto en la novela Plan de Evasión como en el relato intitulado «El perjurio de la
nieve», ambos escritos en los años cuarentas y en el relato «El último piso», que pertenece al
libro Una magia modesta (Buenos Aires, 1997), se revela esta coincidencia temática y de
propuesta sumatoria de inmortalidad y de felicidad, en pedicción desiderativa.
Introducción
Lo fantástico nace, sobre todo, de una peculiar situación de lectura, dentro de un contexto
histórico específico donde prevalece lo racional, que funciona como herramienta ad hoc para
un receptor que descodifica el discurso fantástico, a la vez que se deja seducir por la propuesta
de un mundo insólito y transgresor.
La mismidad y la otredad, lo propio y lo ajeno son los dos polos vitales donde todo el arte, toda
la literatura se abisman y, particularmente, la literatura fantástica que, canónicamente,
tematiza el problema de la identidad con fantasmas, monstruos, maravillas y dobles en
habitaciones cerradas, en espacios distópicos o utópicos: «Todo relato fantástico narra lo
mínimo y describe lo máximo, desarrollando una zona de conjeturas en torno al enigma
propuesto, el cual exige una solución o, al menos, una toma de posición del lector respecto de
la posible solución óptima»1.
No es azaroso que Adolfo Bioy Casares haya preferido la metáfora de la casa para definir el
proceso imaginativo que alimenta la ficción fantástica, con dos vértices luminosos para el
ensueño: el espacio cerrado y el viaje por el espacio cerrado.
Si para Jorge Luis Borges, del cual es difícil escindir el magisterio y la larga amistad con su
mejor alumno, no hay diferencias entre la literatura y la vida porque ambas se presuponen;
para Adolfo Bioy Casares, amor más literatura constituyen el espacio vivido o soñado, bajo el
imperio de la imaginación creadora.
El espacio ficcional es, ante todo, un espacio lúdico donde los personajes se desplazan, luchan,
se eliminan, aman y odian como en cualquier juego espacial con tablero, tal cual el ajedrez,
con reglas y códigos precisos.
En cada relato bioycasareano, el lector accede a una estructura discursiva compleja, donde lo
fantástico es tanto una «aventura» de los personajes como de los narradores y es, también, un
reto que exige desciframiento del enigma planteado, cuyo fundamento es la ciencia o
seudociencia al servicio de la ficción. Para el enigma hay, generalmente, una o más soluciones
fantásticas propuestas y total desestimación de las posibles soluciones alegóricas o
interpretativas que, bajo el realismo, niegan lo fantástico. Tras una superficie
tranquilizadoramente doméstica, atisban presencias insólitas y aun aterradoras de otros
mundos, es decir, la «aventura» de los personajes y la «aventura» de los narradores son
trasladadas a la esfera de los lectores, sujetos del efecto de lo siniestro.
Además del cuestionamiento sobre los mundos -de planos tangentes o secantes, paralelos e
inclusos- se describe la forma en que la mente los capta, o sea, hay una reflexión sobre la
recepción literaria del fenómeno fantástico.
Los narradores, que prefieren la primera persona o la tercera «avec», son varones solitarios:
escritores, investigadores, médicos, científicos y seudocientíficos, periodistas, viajeros y
fotógrafos, como los borgeanos, pero atraídos por figuras femeninas, eróticamente.
Personajes y temas rebasan los límites de cuentos y novelas con iteraciones y
entrecruzamientos en varios textos, con predilección sostenida por la búsqueda científica o
alquímica de una receta para evitar la muerte. El relato central suele aparecer precedido por
otro que lo resume o hay varios relatos construidos como laberintos o cajas chinas. El
suspenso se mantiene siempre en delicado equilibrio con la amenaza del inminente y
postergado advenimiento de la develación. La historia amorosa, muy escueta, emborrona el
caso o enigma propuesto. Bajo el argumento lógico se oye el rumor de un activo eco
metafórico intranquilizador:
Cada relato de Adolfo Bioy Casares es un micromundo acabado, que sin perder autonomía
propia, participa de todo el macromundo ficcional con un humanario, un vampirario y un
diablario del que participan cuentos y novelas, principalmente, como utopías y heterotopias
que forman un sistema de vasos comunicantes de exquisita belleza formal: un maquinario o
conjunto de máquinas de pensar, de hacer y, sobre todo, de vivir...
Existen también seres quasi humanos como el extraterrestre de «El calamar opta por su tinta»
y seres diabólicos como Helena, la bruja-vampiro de «Moscas y arañas», Rudolf de «La sierva
ajena», a los que deben añadirse los sucesos no naturales de «El gran Serafín», el diabolismo
de «Historia prodigiosa», el pacto fáustico de «El relojero de Fausto»:
En función de la doble tipología de los personajes -los fantásticos y los que se contagian de
fantasticidad- la geografía bioycasareana es dual: la geografía exótica o meta-geografía que
proviene de las novelas de Wells, Stevenson o Conrad y la geografía doméstica con
topografía preferencial y reconocible: Buenos Aires y sus alrededores (por ejemplo, El tigre),
La Plata, Mar del Plata, Miramar, pequeños pueblos pampeanos y patagónicos y, más allá de
los límites de la patria, Montevideo y Punta del Este en Uruguay, amén de ciudades inglesas,
francesas, suizas y algunas italianas como Venecia. El espacio doméstico, tocado por lo
fantástico, se vuelve tan afantasmado y metatextual como el espacio exótico. Es decir, el
espacio entendido como paisaje es siempre metatópico, provenga del paisaje virtual de la
novela de aventuras o de un paisaje referencial que la recepción tiende a naturalizar de
manera realista.
Sin caer en el color local, que tanto Jorge Luis Borges como Adolfo Bioy Casares siempre
desdeñaron, las casas literarias de Adolfo Bioy Casares son las casas argentinas de la alta
burguesía argentina: grandes y con pocos habitantes, situadas en los barrios citadinos
tradicionales (de Buenos Aires, en su mayoría) o en la dilatada pampa, como casco de estancia
o en medio de la inhóspita Patagonia. Son, además, casas que participan, de alguna manera,
de la «casa onírica», de la casa del recuerdo o transformación de la casa natal en el recuerdo
maravillado y maravilloso de la casa de la infancia que es, para Gastón Bachelard 6, prueba de la
protección materna más lejana del poeta, que sigue viviendo y soñando su «sobreinfancia», en
su propia creación artística.
La casa bioycasareana se emparenta con la casa cortazareana -«Casa tomada», «Carta a una
señorita en París», «La puerta condenada» y «Axolotl»- y en cierta forma con la casa patriarcal
borgeana desde donde Jorge Luis Borges vio o soñó el barrio «reo» de los compadritos del 900,
esa casa que es símil de la ciudad de Buenos Aires y del mismo país, en puesta en abismo.
La casa literaria de los escritores argentinos de los 40 llama la atención por su recurrencia. La
casa era, para la oligarquía argentina, la fortaleza que preservaba el linaje y sus rancias
costumbres, de la amenazadora intrusión de las clases populares y de los inmigrantes, que
llenaban las calles de Buenos Aires a principios de nuestro siglo. Pero, también la pampa, las
selvas y los valles cordilleranos con escasas ciudades, muy aisladas y poco pobladas, debieron
crear sensación de lejanía y ajenidad para las primeras generaciones de inmigrantes llegados a
mediados del siglo XIX y a comienzos del siglo XX. Para los inmigrantes, la casa fue el sueño
dorado del cobijo de su lengua y de sus hábitos de allende el mar: adquirir una casa era
sustituir la falta de raíces socioculturales del país al que habían desembarcado y que tendrían
que desarrollar para adherirse a la nueva tierra elegida, que sentían ajena y, muchas veces,
hostil.
Las casas literarias patriarcales y burguesas argentinas, personificadas temen, como sus
propietarios, la intrusión del «otro», pero no pueden evitar la presencia de «lo otro», de la
inquietante extrañeza, que es imagen de lo propio desconocido.
La casa misteriosa, generadora del complejo de Jonás, del mundo al revés, a lo Carroll, es tan
atractiva como aterradora, con su cuestionable amparo frente al espacio abierto.
Los lugares donde se produce lo fantástico son lejanos («Máscaras venecianas», «El lado de la
sombra») o próximos al «omphalos» de la ciudad de Buenos Aires («El héroe de las mujeres»,
«El solar»); son encontrados por casualidad («El atajo», «La forma del mundo») o producto de
una búsqueda afanosa («Una puerta se abre», «Los afanes», «El otro laberinto»).
Los espacios cerrados son, generalmente, fijos, pero a veces pueden ser móviles: autos como
el del «El atajo» o tren como en «El gran Serafín» o barco como en «La pasajera de primera
clase» o un avión, en «La trama celeste». El tiempo se espacializa en mitema del viaje, tan caro
a Bioy Casares, en la vigilia o en el sueño, en tránsitos paralelos, recursivos, entrecruzados, en
círculos o en espiral... desacreditando la «objetividad» o, al menos, la geometría euclidiana.
Los espacios fijos, o sea casas y edificios, tienen en común lo siniestro, la claustrofobia o la
agorafobia y el enigma con algunas claves, pero son cualitativamente diferentes: partes de la
casa, transformadas, como el garage de «Los afanes» o el dormitorio de «En memoria de
Paulina»; túneles en «De la forma del mundo», casas brujeriles en «Moscas y arañas» y en «La
sierva ajena»; casas-monstruos que fagocitan a sus dueños, tal la de «El solar»; casas habitadas
por seres patológicos que practican deleznables experimentos con animales, como los de «De
los reyes futuros», cárceles como las de La invención de Morel y Plan de evasión y muy
especialmente, casas misteriosas entre las que destacan el chalet de «El Perjurio de lanieve»
(1944), que pertenece a Historias fantásticas y el departamento-fantasma de «El último piso»,
del libro Una magia modesta (1997).
La metatopía y la geografía exótica que hacen del texto narrativo de aventuras un mapa, una
dimensión geométrica a escala, centrada en cárceles en islas caribeñas, tanto en La invención
de Morel (1940) como en Plan de evasión (1945), provienen de la literatura gótica, de la novela
de aventuras y de la ciencia ficción que frecuentara Adolfo Bioy Casares de niño y de
adolescente. Se transparentan, homenajeadas, obras como Viajes de Gulliver de Jonathan
Swift, Robinson Crusoe de Daniel Defoe, las novelas de Verne, de Stevenson, de Conrad y de
Wells, sobre todo su The island of doctor Moreau (1896), en la cual el doctor Moreau tortura a
los animales para metamorfosearlos en hombres. También en La invención de Morel sucede
algo horrible: la isla es habitada por las sombras de sus habitantes del pasado: los seres
humanos, secuestrados de la realidad, son sacrificados para que pasen a «vivir» en una
película tridimensional. No menos horrible es la existencia de los condenados de la isla-prisión
de Plan de evasión: el gobernador Castel, convencido de que no puede darles la libertad, les
crea, en la isla-cárcel -doblemente cárcel, ya que está rodeada por aguas oceánicas- otra cárcel
mental que, oximorónicamente, los libera, ya que con una monstruosa cirugía cerebral cambia
las percepciones de los prisioneros, que sin abandonar sus celdas, ven y huelen una isla
desierta paradisíaca, idílica, perfecta.
Bioy Casares noveliza así, principalmente, la teoría sobre las percepciones del sicólogo William
James (1842-1910) combinada con las propuestas literarias de Charles Baudelaire y de Arthur
Rimbaud y con la famosa teoría de los colores de Goethe.
La cárcel ficcional de Plan de evasión que halla una única vía de escape a través de la mente
para alcanzar la realidad soñada y deseada es la metáfora de la vida humana que sólo
encuentra salvación en la insularidad literaria y artística: Bioy Casares adelantándose a su
época, deja planteadas las conflictivas relaciones entre realidad factual y realidad virtual.
En el capítulo LII de Plan de evasión hay un epígrafe del poeta y pintor William Blake que
justifica la relación arbitraria entre percepciones humanas y mundo, justificando todo
escepticismo sobre el conocimiento:
Este modelo superlativo del espacio cerrado que es la cárcel es retomado por Adolfo Bioy
Casares en muchos de sus cuentos, pero la hipérbole máxima es lograda en «Seis problemas
para don Isidro Parodi» (1942), escrito en colaboración con Jorge Luis Borges con el seudónimo
de H. Bustos Domecq, parodia del género policial ya que el investigador, don Isidro Parodi, es
un peluquero que, encerrado injustamente en la cárcel, resuelve los casos delictivos de afuera.
«Seis problemas para don Isidro Parodi» conjunta una meta-parodia (por construir una parodia
de un género dramático satírico) y una parodia de la novela policial canónica (o parodia de un
género «serio»)8.
«El perjurio de la nieve»9, cuento sobrecogedor, es uno de los más antologados y traducidos;
fue publicado en 1944.
La clave del enigma reside en el mismo título: alguien, quizá uno de los narradores, ha mentido
sobre su paseo nocturno y es el culpable agazapado. Un aura de misterio rodea el «chalet» de
Luis Vermehren, construido como en Dinamarca en la soledad patagónica. El padre vive
encerrado con sus hijas, sin el menor contacto con el mundo, repitiendo cotidianamente su
vida sin inmiscución ajena, alrededor de Lucía, la hija enferma. La excentricidad del danés
Vermehren consiste en un intento desesperado de detener el tiempo para alargar la vida de
Lucía, pero ella muere en oscuras circunstancias que hacen sospechar de un amante furtivo,
que queriendo rescatarla con su amor del rito patológico, la ubica en la finitud del tiempo
humano. La sospecha de necrofilia ensombrece más, si cabe, el «chalet» de los daneses,
seguido por una persecución y un homicidio, el del poeta Oribe, supuestamente amante de
Lucía e infractor del orden del padre. Inversión del cuento maravilloso de la Bella Durmiente, el
relato está escrito en primera persona como una larga crónica y firmado por alguien que se
identifica como A. B. C. ¿Adolfo Bioy Casares? Estas iniciales colocadas al final del relato son
una introducción a un manuscrito intitulado «Relación de terribles sucesos que se originaron
misteriosamente en General Paz, Gobernación de Chubut», también relatado en primera
persona por Luis Villafañe, narrador representado pero que no firma el manuscrito, que está
interrumpido. Es decir, hay un relato mayor que enmarca otro, menor, ambos escritos en
primera persona y hay otros textos incluidos, los versos que Oribe recita y los versos propios,
que el lector no puede leer. El relato de Villafañe acusa a Oribe como culpable, pero Villafañe,
buen periodista, es poco confiable por su alcoholismo. Y el relato de A. B. C. considera culpable
a Villafañe. El lector debe decidir quién es el culpable: Oribe o Villafañe, o si hay más de un
culpable o si la infamia sólo puebla la mente atareada del padre, porque el enigma del título,
que es un oxímoron, descansa sobre el tema fantástico del doble.
La estructura del cuento, como la casa de los daneses, exalta el misterio gracias a la autonomía
de los relatos que lo componen, tal cual misteriosos cuartos cerrados y el uso de la primera
persona que hospeda a tres narradores: Oribe, que no tiene posibilidad de defenderse,
Villafañe y A. B. C. (que asume la defensa de Oribe) y consecuentemente al lector que puede
adherirse a alguna de estas perspectivas.
Los inmigrantes daneses, con su «chalet», han intentado, sin éxito, construir un micromundo
danés distópico, en la inconmensurable Patagonia, espacio cerrado donde, canónicamente, se
ha manifestado lo siniestro con la re-temporalización de la casa.
Los dos temas que Edgar Allan Poe desplegara por separado, aquí están conjuntados por
Adolfo Bioy Casares: el del cuarto cerrado donde se produce el enigma -el cuarto donde muere
Lucía Vermehren- y la casa misteriosa que contiene al cuarto cerrado, suma que alienta una
lectura semiótica de sobresaturación de encierro, de misterio. Los elementos detectivescos
aumentan la expectativa con conjeturas que acrecientan la ambigüedad, pero, por tratarse de
un cuento fantástico, aún cuando tiene mucho de policial, el enigma no se despeja.
«El último piso», como casi todos los cuentos de Una magia modesta, ilustra la poética de la
brevedad: relato despojado de ornamentación, hecho magistralmente con elementos
indispensables para lograr el efecto fantástico.
El tema clásico del doble, propio de personas (usado, por ejemplo en «Maneras de ser» y «Una
puerta se entreabre»10, se proyecta sobre el espacio. El doble espacial 11 es un juego que fluctúa
entre la realidad referencial y la realidad soñada, marcando grados ficcionales.
La lectura fantástica dice, a la letra, que el noveno piso no existe, que el anciano protagonista
que se autonombra «Bioy» tiene un encuentro casual con Margarita, un fantasma delicioso, un
hada salida de un cuento feérico, cuando iba a cenar con sus amigos Roemer y la casualidad o
los dioses propicios o el diablo producen el milagro o el maleficio. Después, ella desaparece
con su departamento y con el piso número 9, pero el narrador-protagonista no se desanima y
espera verla nuevamente. Los Roemer, que iban a ser los anfitriones de la cena de esa noche
mágica, son brujos y se reúnen en aquelarre, donde le arrebatan la bella mujer, por celos. Cabe
la posibilidad de que «Bioy» sea también un brujo y se les haya querido adelantar a sus amigos
brujos. Y que Margarita sea otra bruja.
La lectura alegórica, por el contrario, borra todo diabolismo: el piso noveno no existe más que
en la imaginación «Bioy», protagonista-narrador que soñó o alucinó con el encuentro feliz, sea
que, a partir de que vio a la bella joven en el ascensor, fantaseó con esa posibilidad o que se
equivocó a propósito de departamento, para ser recibido por ella y que bebió el licor ofrecido
al que consideró filtro de amor o, simplemente, imaginó este encuentro amoroso
extraordinario, como ilusión erótica compensatoria de la aburrida cena que le esperaba, con
amigos tan conocidos.
«Bioy», aquí, es el autor hecho personaje y narrador homodiegético. El operador realista hace
que, como lectores asiduos de Bioy Casares, cooperemos con nuestras referencias
actualizadas: Adolfo Bioy Casares, desdoblado en narrador-protagonista y autor del cuento
que estamos leyendo, es un escritor de literatura fantástica que el 15 de septiembre de este
año cumplió ochenta y cuatro años y, por lo tanto, sin esfuerzo, asumimos que estamos frente
a una versión del pacto fáustico. Esta levísima alusión es, ante todo, una elisión, ya que no se
lo nombra más que tangencialmente. Con el operador fantástico se plenifica el sentido en el
objeto del deseo, ya que la bella y encantadora muchacha se llama Margarita, como la de
Fausto. El pacto fáustico sui generis no presentifica al diablo y hace que «Bioy», el narrador-
protagonista, siga soñando con la salvación por amor, siempre tantálicamente diferida.
La elisión de Fausto se soluciona con el sobrepuesto del nombre «Bioy»: los otros nombres son
emblemáticos: Margarita se llama como la de Fausto; los Roemer viven abajo (submundo) y
Margarita arriba (cielo), tan alto que desaparece y no hay que olvidar que el apellido
Roemer12 apunta a Olaf Roemer (1664-1676), astrónomo danés que determinó la velocidad de
la luz, observando los satélites de Júpiter.
Están conjuntados aquí, en «El último piso» dos grandes temas fantásticos: el de la ciencia al
servicio de lo fantástico, el del pacto fáustico utilizado y el del doble espacial que, al crear otro
espacio especular, conmuta lo siniestro freudiano por lo maravilloso, en la novedad del
milagro de la vida y del amor.
Para Eric Rabkin el sueño o la alucinación de la irrealidad ficcional ofrecen una nueva
oportunidad de ser felices a los lectores. «Bioy», narrador-protagonista encontraría una utopía
para seguir viviendo, misma que el escritor Adolfo Bioy Casares aproxima a sus lectores,
agregando a la vida cotidiana un doble espacial de ensueño ficcional.
Plan de evasión, «El perjurio de la nieve» y «El último piso», escritos en diferentes épocas,
revelan una coincidencia extensiva a la totalidad de la narrativa de Adolfo Bioy Casares: en
estas tres versiones del espacio cerrado se propone un imposible lógico que es pensar el
espacio sin tiempo. La casa bioycasareana está poetizada con la supresión de la angustia
existencial, merced a la derrota del tiempo con la clave fantástica de una fórmula lustral o
receta providencial que otorgue inmortalidad con amor y felicidad, en un locus
amoenus eterno que, quizá sólo exista en el arte.
Bibliografía13
——, «El último piso» y «Un departamento como otros», en Una magia modesta,
Buenos Aires, Temas, 1997.
Bioy Casares, Adolfo, Cross, Esther y Paolera, Féliz della, Bioy Casares a la hora de
escribir, Buenos Aires, Tusquets, 1988.
Borges, Jorge Luis, «El milagro secreto», en Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1956.
Gambetta Chuk, Aída Nadi, Literatura fantástica argentina: Jorge Luis Borges, Adolfo
Bioy Casares y Julio Cortázar, Tesis doctoral, México, Facultad de Filosofía y
Letras, UNAM, 1992.
——, «El discurso fantástico antiutópico de Adolfo Bioy Casares», en La experiencia
literaria, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1997.