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La descripción de la crisis espiritual en su diversidad de perspectivas, requiere un cincel más sutil. Los
fenómenos aislados de la vida espiritual no resulta fácil separar de las perspectivas de futuro el elemento
disfuncional, la conciencia de que el mundo se está descomponiendo.
El tema del Anticristo, transmitido y ampliado desde la temprana cristiandad, adopta en el siglo XIV muchas
cualidades nuevas y puede simbolizar en algunos aspectos una parte de la diversidad de perspectivas: en un
“clima de pesimismo” general, los miedos de la época en variante conservadora. “En el siglo XIV el gran tema de
moda en toda Europa es el Apocalipsis” Pero este tema tiene otras derivaciones. Los juegos del Anticristo se
convirtieron desde el siglo XIV en populares, y no exclusivamente en el territorio de habla alemana.
Procedente de la primitiva tradición cristiana, el Anticristo nace, en perverso paralelo con la vida de Jesús, en el
pueblo elegio: el hijo del diablo viene al mundo igual que el hijo de dios; de este modo se modificó entonces, a
fines del siglo XIV, la narración de la leyenda y se buscó el temido “cristo del fin” entre la cristiandad. Los
horrores del fin del mundo brotan de dentro. Pero eso no es todo la misma narración se transformó dentro de
la tradición popular hasta la crueldad sin sentido, como expresión de la pérdida del orden, del caos que rompe
todos los vínculos, tanto los políticos y familiares como los de la piedad y la compasión humanas. En este
sentido, las variantes populares de la leyenda exageraron a todas luces, con escenas infernales inauditas, las
imágenes y el relato de los tormentos futuros que esperaban a las personas honradas y dispuestas a resistir.
Los miedos al futuro de los conservadores se correspondieron con una crítica inmovilista de las circunstancias,
lamentando la pérdida del orden tradicional. En estas mismas circunstancias aumentan también las propuestas
de reforma no se espera el fin del mundo, sino que se buscan soluciones razonables. Menor seriedad demuestra
a este respecto la crítica literaria, pero también ella da testimonio de un mundo sacado de quicio y permite al
mismo tiempo reconocer la gran amplitud de las perspectivas.
Con respecto a las autobiografías aparecen en la segunda mitad del siglo XIV. El individualismo representado no
supone sólo arte representativo en la corte imperial, sino también retirada hacia el esoterismo individual. Una
valoración del individualismo artístico en aquel periodo, como señal de disfunción frente al viejo orden y de
diversidad de perspectivas con respecto al destino de la comunidad, no estaría completa sin entender a la
producción musical de la época. “Precisamente esta crisis, en especial su descomposición de los ámbitos de la
vida y la creación, que antes estaban integrados en un orden del mundo garantizado metafísicamente y vedados
a cualquier cuestionamiento, promovió el desarrollo de la composición” y “justamente en este espacio elitista se
le permite al artista conseguir una nueva autonomía para sí y su trabajo”. Los caminos del arte fueron por
separado y dependieron del ambiente de las diversas capas sociales.
Por otro lado, el realismo del retrato y de las primeras galerías de retrato procuró nuevas formas al ámbito
global de lo religioso, en particular en su intereses por lo visible y lo palpable; que creó la custodia, para mostrar
a los ojos de todos el secreto que albergaban las palabras solemnes. Pero es también un realismo que poco a
poco condujo desde una visión religiosa el mundo a otra más humana.
La búsqueda de una relación entre la diversidad de perspectivas hacia 1400 y una conciencia modificada del
tiempo puede parecer atrayente, pero transita por sendas sutiles. El siglo XIV desarrolló y propagó como es
sabido los relojes mecánicos. El tiempo se muestra desde entonces con aquella apariencia que nos hace creer en
un curso solar, ligado en cierto modo a la voluntad de los hombres, casi una obra del hombre. En todo caso la
actitud frente al tiempo alude al aprovechamiento de la vida, es decir, no tanto en el fin de la vida humana.
Desde el primer jubile de 1300, se empiece a pensar secularmente y se considere la trayectoria vital de las
personas dentro del devenir histórico; todo ello radica una transformación en la relación con “lo más valioso que
le ha sido concebido al hombre”: un cambio a la medida del individuo.
Población:
En primer lugar hay que abordar el tema de la población y de su impacto sobre la forma que adoptó en España
la crisis de la Baja Edad Media. Una de las explicaciones tradicionales del desencadenamiento de la crisis ha sido
ver los problemas de la población en términos malthusianos. Según este punto de vista, el aumento de la
población en Occidente a lo largo de la Edad media, a partir más o menos del año 1000, creó una importante
presión demográfica sobre la tierra. A finales del siglo XIII esta situación dio lugar al cultivo de tierras marginales
para dar de comer a un número cada vez mayor de gentes. El cultivo de las tierras marginales provocó una
dramática disminución de la proporción de beneficio de las cosechas, lo que acarreó escasez de comida y
carestías localizadas. Junto con otros factores (la rigurosidad del clima, la generalización de las guerras, la
inflación y otros fenómenos críticos por el estilo), estos acontecimientos precipitaron a la mayoría de las
sociedades europeas en un espiral de deterioro y abrieron las puertas a otros desastres aún más catastróficos:
los grandes hambrunas de 1315-1321, las sublevaciones populares, el estado de guerra endémico, y la peste.
Esta explicación sin embargo, no puede admitirse para el caso de España. En la península ibérica, aunque
puede documentarse cierto grado de presión demográfica local, el exceso de población no constituyó nunca un
problema. Más bien, la debilidad del crecimiento demográfico de España y el descenso del número de
habitantes desde finales del siglo XIII crearon tensiones que provocaron resultados parecidos. Es evidente que el
traslado de la población desde el norte hacia el sur de Castilla y, en menor medida, en la corona de Aragón
desde Cataluña hacia Valencia, afectó negativamente a la producción agrícola. La introducción de nuevos
cultivos en el sur, la expulsión de los mudéjares (musulmanes que vivían bajo el dominio de los cristianos) de
Andalucía occidental a mediados de la década de 1260 y la conversión en semi-siervos de mudéjares en
Valencia, alteraron las relaciones sociales, el carácter de la producción agrícola y el modelo de actividad
comercial.
Un ejemplo de esto será el caso de Castilla, ante el duro y violento ambiente político y económico del período
comprendido entre 1320 y 1340, las villas fueron abandonadas, los campos quedaron sin cultivar y se
convirtieron en terrenos baldíos, y la corona aceptó una reducción del número de contribuyentes al tener que
enfrentarse a la cruda realidad de que la población de Castilla estaba desapareciendo. Aunque los reyes
siguieron aferrados a sus prerrogativas todo el tiempo que pudieron, las realidades sobre el terreno eran muy
distintas.
A partir de la documentación encontrada establecen una relación entre el descenso de la población y la
necesidad de recaudar fondos para sufragar los costes cada vez más elevados de la administración del reino y
del sostenimiento de las guerras. Naturalmente sigue la cuestión de ¿Cuánta gente vivía en los reinos de España
hacia 1300? ¿Hubo realmente una pérdida de población durante el siglo y medio largo de historia que abarca la
obra? A finales del siglo XV, las estimaciones sitúan la población de España a un nivel al que había alcanzado casi
doscientos años antes. Además la población de los dos reinos más grandes de España (100.000) palidece en
comparación con la vecina Francia, donde se calcula que había una población de 20.000.000 de habitantes o
más.
La corona de Aragón
A diferencia de los reyes de Castilla, los soberanos de Aragón tenían tres reinos distintos y debían enfrentarse a
tres turbulentas asambleas representativas para intentar dar coherencia a los cambios sociales y a la situación
económica. Al igual que Castilla, sufría también los efectos de una grave dispersión de la población y de la
existencia de muchas tierras improductivas.
La presencia de grandes cantidades de mudéjares en Aragón y Valencia, y de un número importante de judíos en
Cataluña contribuyó a crear un paisaje social heterogéneo que hacía bastante difícil la recaudación del dinero.
Las exigencias políticas de los tres reinos, a menudo contradictorias, obligaron a los monarcas a hacer infinitas
componendas y concesiones, y dificultaron muchísimo su capacidad de llevar a cabo reformas o iniciátivas
económicas y/o políticas audaces.
A pesar de la disminución de la población, de la peste, de los disturbios sociales, y de otros males, la economía
mercantil de los centros urbanos de la Corona de Aragón siguió siendo muy viva, proporcionando en parte el
necesario alivio a las grandes crisis.
Violencia
Las crónicas reales, son un relato inacabable de violencia y desórdenes de la nobleza por un lado, y por otro de
asesinatos de nobles por orden del rey. Buena parte de esa violencia fue consecuencia del incremento de los
conflictos políticos dentro de la península ibérica, de la guerra civil y de la complejidad cada vez mayor de la
actividad bélica a lo largo de los siglos XIV y XV. Cabría sostener sin demasiada dificultad que la inestabilidad
política y las guerras entre los distintos reinos de España que la acompañaron, constituyen un elemento
intrínseco de las crisis más generales de la sociedad medieval.
Se trata de un indicio más de la incapacidad de los monarcas medievales de preservar el orden. Pero esa
violencia mostraría distintas caras. Entre 1300 y 1469, los reinos de la península ibérica se enzarzaron en
frecuentes conflictos armados. La paz constituiría con demasiada frecuencia un breve intervalo entre las
sucesivas escaramuzas fronterizas protagonizadas por los reinos cristianos, con incursiones en los territorios
musulmanes. Las invasiones procedentes de Marruecos y los intentos cristianos por rechazarlas vienen a
completar este cuadro caótico. Los reinos de la península ibérica sufrieron los grandes azotes de la guerra civil y
de las secuelas en su propio territorio del conflicto entre Francia e Inglaterra.
Las guerras afectaron físicamente sobre todo a las zonas fronterizas. La mayor parte de las batallas y de las
incursiones tuvieron lugar en las fluidas zonas limítrofes de los distintos reinos. En muchos sentidos dichos
conflictos fueron intentos de definir y redefinir las nuevas fronteras territoriales.
La guerra civil era una cuestión muy distinta, ya que en la edad media no significaba, lo mismo que hoy en día,
pues en la actualidad hace que las poblaciones enteras se vean envueltas en luchas fomentadas por conflictos
regionales, étnicos y/o religiosos. Con la expresión guerra civil, se refiere al enfrentamiento de uno o varios
miembros de una familia real contra el soberano reinante, o de diversos grupos de magnates que compiten
entre sí por el control de una regencia o de un monarca débil. Esos conflictos eran en realidad conflictos
familiares, en los que participaban grandes familias en sentido lato, enzarzadas en disputas mortales por la
consecución de poder y prestigio. Lo cierto es que atraían a grandes círculos de deudos de noble cuna, criado y
aliados burgueses, creando así un estado de violencia permanente. Como afectaban a la calidad de la vida
cotidiana, los conflictos armados de los magnates y de las familias reales arrastraban en su torbellino a casi
todos los habitantes de los reinos. Dentro de la categoría de enfrentamientos partidistas y como un elemento
más propio de conflictos sociales más amplios, podríamos incluir los ataques perpetrados contra las minorías
religiosas.
La verdadera carga que suponía la violencia, sobre todo en la medida que afectaba a los campesinos, el sector
más numerosos y vulnerable de la población, era la violencia arbitraria de los nobles. Los ordenamientos de las
cortes ofrecen una vívida imagen de cuán pesada era la carga que sufrían los reinos a la violencia y los excesos
de la alta nobleza y también, con harta frecuencia, de los agentes de la corona. Ya fuera directamente a través
de actos de violencia, o bien a través del cobro ilícito de tributos, los estratos más bajos de la sociedad o las
minorías religiosas tuvieron que soportar las consecuencias del deterioro de la economía, la quiebra del orden, y
las luchas civiles. Los señores feudales tenían una conducta predatoria frente a la población campesina de ellos
dependiente o, más a menudo, contra los campesinos de sus enemigos, contra las instituciones eclesiásticas y
contra los consejos municipales.
La guerra:
Aunque España se libró en parte del conflicto más sangriento, la guerra de los cien años, en la península
tuvieron lugar largas y destructivas campañas vinculadas con ese conflicto, y vinculadas también con la guerra
civil que asoló Castilla durante la década de 1360. Los reyes de Castilla pasaron la mayor parte de la década de
1340 intentando frenar la invasión musulmana de Andalucía occidental. Además de tener que hacer frente a los
conflictos internos, los reyes de la Corona de Aragón combatieron contra el reino de Castilla. Las guerras con
otros reinos peninsulares fueron habituales.
La peste:
Mucho más dañina para todos los reinos de España fue la pestilencia. La peste bubónica azotó a casi toda
Europa entre 1247 y 1351, aunque su mayor impacto y virulencia se dejó sentir entre 1348 y 1350. Para los
reinos de España, la peste llegó a la península a través de los puertos de su parte oriental y meridional,
propagándose por el interior a partir de la costa. Por lo que respecta a los reinos de España no poseemos las
dramáticas descripciones que se nos han conservado de la situación vivida en Florencia, Siena o Francia, ni
cuáles fueron las consecuencias a largo plaza de la peste. Se tardó casi un siglo y medio en volver a los niveles
existentes antes de la epidemia. Ya fuera como consecuencia de la peste o debido al deterioro de las
condiciones económicas que sufrió la región a partir de 1250. Cataluña fue atacada con especial virulencia por la
enfermedad, que se llevó casi a la mitad de su población. La peste debió de tener allí, más que en ninguna otra
parte.
Los años de la peste tuvieron también otras repercusiones sociales, culturales y psicológicas. La peste
desencadenó en muchos lugares de España unos sentimientos antijudíos. Aunque la violencia contra los judíos y,
en menor medida, contra los musulmanes, no fue general, la acusación lanzada contra las minorías religiosas de
ser las culpables de las catástrofes de Barcelona, Valencia y otras ciudades preparó el terreno para una mayor
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(ACA EN EL TEXTO PONEN LA FUENTE DE FER IV QUE HABLA DEL HAMBRE “muy grand fambre” “fue tan grande
mortandad” etc. La vimos en un diapositiva)
difusión de la violencia en 1391. La peste no suponía sólo caer enfermo y morir con toda probabilidad. Supuso
también nuevas vías para el ejercicio de la violencia y para los disturbios sociales, y un nuevo reto a la capacidad
que pudieran tener los monarcas medievales de mantener el orden y proteger a sus súbditos. La peste vino a
sumarse a las graves pérdidas y dislocaciones demográficas, a la violencia desencadenada por la rapacidad de la
nobleza.
La rebelión
Los reinos de España fueron testigos de esos tumultos sólo en su periferia y no en su centro. Ni que decir tiene
que los conflictos sociales se expandieron por toda España. Ni en Castilla ni en Aragón o Valencia vemos que se
produjeran grandes revueltas. Las grandes rebeliones regionales habrían de esperar al siglo XVI. Sólo los ataques
generalizados contra los judíos del año 1391 se aproximarían a los niveles de las revueltas que se desarrollaron
por esa misma época en el resto de Europa.
Pero en los reinos de España se dio un golpe de revuelta popular que por muchos conceptos puede considerarse
singular. La rebelión de los campesinos vinculados a la tierra que tenían que pagar un canon, una remenca, para
obtener la libertad). Formó parte más bien de un proceso político complejo y su resultado fue político.
Ahora bien, hay que preguntarse cómo empezó este proceso ¿Hubo una serie de crisis desconectadas que
golpearon el orden social hasta el punto en que, a pesar de estar básicamente sano, fue incapaz de recuperarse?
O, por el contrario ¿Existían causas más hondas en la raíz de estas crisis económicas, sociales y políticas? Aquí no
vamos a tratar con una sociedad capitalista. Las condiciones necesarias para una sociedad así no existían en la
Europa del siglo XIV. Con gran diferencia, la mayor proporción de los productos de la agricultura e incluso de la
industria estaban siempre dirigidos al consumo del productor o, a lo sumo, al mercado local. Las teorías del
desarrollo económico que se basan en el estudio de las fluctuaciones en el valor de la moneda y los movimientos
de metal precioso pueden explicar a los sumo un sector muy pequeño de la economía medieval.
La sociedad estaba paralizada por los costes crecientes de la superestructura social y política –costes que no
eran pagados con un crecimiento en los recursos productivos de la sociedad. El problema base es, por tanto,
explicar esta falta de un crecimiento importante de la productividad en la agricultura y en la industria durante
este período. ¿Cómo podemos explicar el largo hiato en el progreso tecnológico entre el final del período de
crecimiento de las fuerzas productivas medievales y los comienzos del progreso tecnológico que pusieron los
fundamentos del capitalismo moderno?
Debemos considerar los aspectos negativos tanto como los positivos de la extensión del área cultivada. Fue
realizada a expensas del bosque y los pastos naturales. La productividad agrícola estaba limitada por la escasez
de abono y el crecimiento del ganado estaba limitado por la falta de invierno. La conclusión general ha de ser
que no hubo reinversión suficiente de los beneficios agrícolas que habría mejorado la productividad de forma
notable. La producción para el mercado todavía no predominaba suficientemente como para desarrollar la
competencia, tendente a una reducción en los costes de producción como resultado de mejoras técnicas. Los
mayores terratenientes, en virtud de la misma naturaleza de su existencia social, no estaban inclinados ni a
ahorrar ni a reinvertir sus beneficios. Los gastos principales de la nobleza, laica y eclesiástica, eran la guerra, el
lujo y la liberalidad de los señores para sí mismos y para sus numerosos seguidores.
Los grandes propietarios no eran los principales productores, lo pequeños productores eran los últimos en
poder mejorar la productividad a través de la inversión. Primero, los señores se esforzaban siempre en
apropiarse como renta la mayor parte del producto excedente del campesino. Segundo, el peso de los
impuestos. Finalmente, los campesinos tendían a verse explotados por los usureros.
Argumentos análogos se aplican a la industria. Para la pequeña empresa familiar la inversión era tan imposible
en la industria artesanal como en la agricultura campesina, y por razones similares. La política restrictiva de las
organizaciones artesanales constituía un obstáculo más al progreso técnico.