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Cinco claves para que los adolescentes toleren mejor la frustración

Un menor desengañado se comporta con ira, impotencia o tristeza. Los


padres deben enseñarle que cualquier error es un aprendizaje y a
enfrentar con optimismo el fracaso a la vez que evitan la
sobreprotección

Si algo recuerdo de mi adolescencia es la dificultad que tenía para hacer


frente a la frustración y digerir correctamente mis tropiezos. Cuando no
alcanzaba lo que pretendía surgía en mí la aflicción, el enfado o el impulso
de abandonar aquello que me había propuesto. Podía pasarme días en
bucle, enfadada con el mundo y con los que me rodeaban, intentando
dominar mi ira o buscando culpables a mis malas decisiones. Los adultos
que me acompañaban me explicaban la necesidad de analizar todo aquello
que me pasaba con tranquilidad, pero a mí me costaba mucho hacerles
caso.

Si hay una emoción desagradable que los adolescentes muestran


dificultades para manejar es la frustración. Una emoción que aparece
cuando no son capaces de conseguir aquello que desean o se proponen.
Surge de la diferencia entre lo que ocurre realmente y lo que has pensado
que pasaría. Sentimiento muy molesto que te provoca desánimo y
frustración.

La tolerancia hacia ella es una habilidad que necesita un aprendizaje


específico y que debe empezar desde que uno es pequeño. Ésta ayuda a
afrontar los cambios inesperados y los fracasos, así como a saber manejar
aquello que no está a la altura de las expectativas. Desarrollarla es
imprescindible para poder afrontar de forma saludable situaciones que
crean incertidumbre y rabia.

En esta etapa de desarrollo tan convulsa y repleta de cambios, el cerebro


adolescente no siempre está preparado para actuar desde la reflexión y
frenar correctamente los impulsos. Por este motivo, a menudo tienen
conductas disruptivas —dificultad para controlar sus emociones y su
comportamiento— y dificultades para mostrarse resilientes.

No busques satisfacer tus necesidades de manera inmediata y no te enfades


desmesuradamente e intenta modular correctamente tus emociones. Los
que tenéis una baja tolerancia a la frustración interpretáis los límites como
algo inmerecido, lo que os lleva a ser impulsivos y desafiantes y os cuesta
mucho aceptar los cambios y sus consecuencias. Te desmotivas muy
fácilmente ante cualquier contratiempo y, a menudo, abandonando tus
objetivos. En cambio, un adolescente con un elevado nivel de tolerancia
podrá mantener su estado de ánimo sin alteraciones, aunque no vea
cumplidas sus expectativas, pedirá ayuda cuando lo necesite y sabrá aceptar
las críticas, asumir sus responsabilidades, trabajar en equipo y gestionar
mejor los conflictos. Será más optimista, se sentirá capaz de probar cosas
nuevas y transformará las situaciones problemáticas en oportunidades para
aprender y mejorar.

Tolerar la frustración significa ser capaz de afrontar los problemas y


limitaciones que se encuentran en el camino diario con optimismo e
intentar buscar soluciones. Aprender a adaptarte a los cambios, aceptar que
no siempre vas a ganar y solicitar ayuda cuando lo necesites sin que eso
afecte tu autoestima. Superar los obstáculos con responsabilidad,
inteligencia y determinación.

Para aprender a tolerar la frustración necesitas la oportunidad de enfrentarte


a ella sin que te sobreprotejan, trabajo que se debería haber empezado a
hacerse desde los primeros años de tu vida. Potenciando tu autonomía e
iniciativa personal para que seas capaz de hacerle frente desde la calma y la
reflexión. Si tus padres no te dejan que te enfrentea a ella, intentando
resolverte las dificultades continuamente, provocan que te conviertas en
una adulta que no sabe solucionar sus problemas sin depender de los
demás.

Estas son cinco claves que los padres pueden poner en práctica para
enseñar a los adolescentes a tolerar la frustración:

1. Ayudándoles a poner nombre a todas las emociones que aparecen


cuando se sienten frustrados: recelo, ira, decepción, angustia...
Explicándoles que estas emociones desagradables son necesarias
para su desarrollo y deben aprender a darles respuesta.
2. Evitando la sobreprotección y la permisividad encontrando un
equilibrio en la exigencia. Ayudándoles a marcarse metas
razonables, realistas y precisas, animándoles a probar sin miedo a
tropezar. Ajustando las expectativas a sus capacidades para que no se
sientan agobiados o juzgados.
3. Animándoles a entrenar su paciencia a diario. Sin ella no serán
capaces de examinar, desde la tranquilidad y objetividad, todo
aquello que les ocurra ni ser persistentes para poder conseguir
aquello que se propongan.
4. Enseñándoles a enfrentarse a las situaciones negativas o a los
problemas con realismo y positivismo y a aceptar el error como
factor imprescindible para el aprendizaje. A persistir y ser
conscientes de que las cosas cuestan un esfuerzo y a menudo no se
consiguen a la primera.
5. Los padres deben convertirse en el mejor ejemplo que puedan tener a
la hora de hacer frente a su propia frustración. Pidiendo disculpas
cuando se equivoquen con humildad y mostrándoles que con
tenacidad y paciencia será mucho más fácil conseguir aquello que se
propongan.

Se debe explicar a los adolescentes, con grandes dosis de cariño y respeto,


que la vida no es perfecta y tampoco controlable. Que está repleta de
desafíos diarios que van a exigir trabajo y su mejor versión. Animémoslos a
superar las piedras que se encontrarán en el camino con seguridad y
atrevimiento.

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