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LA NIÑA DEL DEMONIO

(Caso clínico descripto por Anna Freud en su libro Psicoanálisis del


niño)

1 Conferencia: En relación con el período de “amaestramiento”

Se trata de una niña de 6 años de edad que fue confiada a Anna


Freud en un primer momento para que la observara durante tres
semanas. Debía aclarar si su naturaleza difícil ensimismada y taciturna
era una consecuencia de defectos congénitos y de un insuficiente
desarrollo intelectual, o si se trataba de una niña particularmente
inhibida y soñadora. Observándola con detenimiento concluyó que
sufría una nuerosis obsesiva grave y definida para su edad. La
iniciación del tratamiento fue relativamente simple. La niña pequeña ya
conocía a dos niños que se analizaban con ella. Uno porque nunca
podía decir la verdad y quería liberarse de esa costumbre, la otra
porque lloraba tanto que estaba harta de sí misma. Al preguntarle si la
habían mandado por un motivo semejante, respondió sin vacilar:
Tengo un demonio dentro de mí. ¿Puedes sacármelo?

Anna Freud le contestó que era posible, aunque difícil, y si


deseaba que ella lo intentase, debía hacer muchas cosas que no le
resultarían agradables. (Se refería a la obligación de decírselo todo).

Transcurridas las tres semanas de prueba, los padres vacilaron


en confiársela para su análisis, pero la pequeña se inquietó mucho, no
quiso abandonar las esperanzas de mejoría que había cifrado en la
analista y no cesó en sus insistentes pedidos de que si debía dejarla,
que la librara del demonio antes de ello. Logró convencer a los padres
de la necesidad de seguir en análisis durante un largo tiempo.
2 Conferencia: Sobre las dificultades de la asociación libre.
Aparece este caso como ejemplo de asociaciones inesperadas y
voluntarias

El punto culminante de su análisis consistía en demostrarle el


odio a la madre, contra el que se había protegido creando su
“demonio”, representante personal de todas sus tendencias hostiles.

Cuando llegaron a este punto comenzó a resistirse, y al mismo


tiempo cometía en su casa toda clase de actos con una perversa
terquedad, permitiéndome, dice Anna Freud, demostrarle que solo es
posible ser tan malvada con personas a quienes se odia. Por fin
pareció doblegarse bajo el peso de las pruebas renovadas sin cesar y
quiso que también le explique los motivos de ese odio contra su
madre, a quien pretendía querer mucho. Tuve, dice Anna Freud, que
negarle más informaciones, ya que había llegado al término de mis
conocimientos.

Luego de un silencio la niña agregó: “Siempre creí que la culpa


es de un sueño que tuve una vez, varias semanas atrás y que nunca
pude comprender. Allí estaban todas mis muñecas y también mi
conejito. Luego yo me fui, el conejito rompió a llorar
desconsoladamente y yo le tenía mucha lástima. Creo que ahora
siempre hago como el conejito y por eso lloro tanto como él”.

La niña representa en este sueño a la madre y trata al conejo


como ésta la trató a ella. Había hallado es esta asociación onírica el
reproche que jamás pudo enrostrarle conscientemente a la madre: el
de haberla abandonado siempre, precisamente cuando más lo
necesitaba.

Unos días después repite este proceso por segunda vez.


Habiéndose ensombrecido todo su estado de ánimo, exclama: “¡Es tan
hermoso G! ¡Cómo me gustaría volver otra vez allí!”. Interrogándola,
Anna Freud averigua que fue allí , en ese lugar de veraneo campestre,
donde pasó una de las épocas más desgraciadas de su vida. Los
padres se habían llevado a la ciudad al hermano mayor, enfermo de
tos ferina, y ella se quedó en el campo con la niñera y sus dos
hermanos menores. “La niñera se enfadaba mucho cuando le quitaba
los juguetes a los chicos” dice la niña. De tal modo, a la aparente
preferencia de los padres por el hermano mayor, se agregó la
predilección real de la niñera por los hermanos menores, de modo que
la pequeña se sintió abandonada por todos y reaccionó con su manera
peculiar. Así se pudo enterar Anna Freud de uno de los reproches más
graves contra la madre, pero esta vez por medio del recuerdo de las
bellezas naturales del lugar.

4 Conferencia: Ejemplo de la necesidad de que el analista domine


totalmente al niño

Retomando el caso, dice Anna Freud, una vez que logré inducirla
a que hiciera hablar a su “demonio” en el análisis, comenzó a
comunicarme un sin número de fantasías anales, al principio
vacilando, y luego cada vez más profusamente al advertir la falta de
toda censura de mi parte. Las sesiones se convirtieron en depósito de
todos los ensueños diurnos anales que la oprimían. Además, durante
esas conversaciones conmigo se sentía libre de la opresión que sufría.
Llamaba a la sesión “hora de descanso”. Pasado un tiempo comenzó
a expresar también en su casa parte de las fantasías y ocurrencias
anales hasta entonces celosamente ocultadas. Así, al traerse comida
a la mesa musitaba alguna comparación “sucia” o una broma poco
apetitosa dirigida a los otros niños. Ante tal conducta la persona que a
la sazón desempeñaba las funciones de la madre, vino a consultar a
Anna Freud para que la aconsejara sobre la actitud a adoptar. Ella
aconsejó no aprobar ni reprender esos pequeños deslices, sino
dejarlos pasar como si no hubiesen ocurrido. Dice que sus consejos
tuvieron un efecto imprevisto, pues ante esta falta de toda crítica
exterior, la niña perdió completamente los estribos no vacilando en
expresar en la familia cuanto manifestaba en la sesión analítica y tal
como lo hacía conmigo, se regodeaba en sus fantasías,
comparaciones y expresiones anales. Mi pequeña paciente, dice Anna
Freud, se conducía como una perversa o como un adulto demente,
colocándose fuera de la comunidad humana. Habíamos evitado
castigarla aislándola de los demás, con el único resultado de que
éstos se aislaban ahora de ella. Se convirtió en una diabla. Anna
Freud piensa que cometió un error atribuyendo al Superyo de la niña
una capacidad autónoma de inhibición para la que no tenía la fuerza
necesaria. Apenas las personas importantes de su exterior atenuaron
sus exigencias, también se tornó condescendiente el ideal del yo,
antes severo y enérgico, que había producido toda una serie de
síntomas obsesivos. De una niña inhibida Neurótica Obsesiva, había
hecho transitoriamente un ser malo, perverso. Entonces Anna Freud
en la siguiente sesión adopta una actitud muy enérgica, declarándole
que había roto su convenio. Que ella había pensado que deseaba
contarle esas cosas sucias para librarse de ellas, pero ahora veía que
no era así. En efecto, le gustaba contárselas a todos para divertirse.
Siendo así, bien podríamos interrumpir el análisis, dejándola que se
divirtiese a su manera. Pero si seguía manteniendo su propósito
original, en adelante solo debía contarme esas cosas a mí y a nadie
más. Cuanto más las callara en su casa, tanto más se le ocurrirían en
la sesión y entonces tanto más averiguaría sobre ella y tanto mejor
podría liberarla.

“Si me dices que es así, nunca volveré a contar esas cosas”. Dijo
la niña.

Con ello, dice Anna Freud, “se entronizó nuevamente su


escrupulosidad neurótica obsesiva y desde ese día sus labios jamás
volvieron a pronunciar en su casa una sola palabra al respecto”. Cada
vez que después de haberla liberado analíticamente de su neurosis
obsesiva, caía en el extremo opuesto de la maldad o perversión, no
quedaba otro remedio, dice Anna Freud, que volver a instaurar su
“demonio” ya desaparecido. Pero este proceso se repetía con menor
intensidad, hasta que logró que la niña hallara el SENDERO MEDIO
entre los dos extremos que estaban a su alcance.
Este ejemplo permite ilustrar las condiciones del análisis del
niño establecidas por Anna Freud en esta última parte del libro, a
saber:

- La debilidad del Yo infantil, la subordinación de sus


exigencias, y con ello de la neurosis, bajo el mundo exterior.
- La incapacidad de dominar por sí mismo los instintos
liberados y la consiguiente necesidad de que el analista
DOMINE PEDAGOGICAMENTE al niño (igual que la técnica
activa de Ferenczi)
- Así el analista reúne en su persona dos misiones difíciles y en
realidad, diametralmente opuestas:

Analizar Permitir Libertar

Educar Prohibir Coartar

CASO ERNA

(Caso clínico descripto por Melanie Klein en su libro


Simposium sobre el análisis infantil en 1927

Melanie Klein selecciona una ilustración para sustentar sus


opiniones y contraponerlas a las de Anna Freud.

El caso que cita dice que fue muy grave. Se trata de una niña de
6 años que en el comienzo del análisis sufría de neurosis obsesiva.
La conducta en el hogar era intolerable y manifestaba marcadas
tendencias asociables en todas sus relaciones. Sufría de frecuente
insomnio, de excesivo onanismo, inhibición completa para el
aprendizaje, profundas depresiones, ideas obsesivas y otros síntomas
graves. Fue tratada durante dos años y es evidente, dice Melanie
Klein, su recuperación. Hace un año está en un colegio para “niños
normales”. Manifestaba el característico viraje de la personalidad de
“ángel” a “demonio”, de princesa buena a malvada. En ella también el
análisis liberó tanto enormes cantidades de afecto como impulsos
sádicos anales. Durante las sesiones analíticas tenían lugar
extraordinarias descargas: rabietas que se desahogaban en los
objetos del cuarto tales como almohadones, ensuciaba y destrozaba
juguetes. La niña daba la impresión de estar considerablemente
liberada de inhibiciones y parecía extraer un placer notable de esa
conducta a menudo salvaje.

Pero Melanie Klein descubrió que no se trataba simplemente de


un caso de gratificación desinhibida de sus fijaciones anales, sino que
otros factores jugaban un rol decisivo.

De ninguna manera era tan “feliz”. Lo que en gran parte se


encontraba debajo de su “falta de freno” era angustia y también
necesidad de castigo que la impelían a repetir su comportamiento.

En estos períodos en los que se liberaban con tanta fuerza


impulsos sádico-anales, Erna manifestaba una inclinación temporaria
a descargarlos y gratificarlos fuera del análisis. Melanie Klein llegó a la
misma conclusión que Anna Freud: el analista debía haberse
equivocado. Solo que, esta es probablemente una de las diferencias
más sobresalientes y fundamentales entre nuestras opiniones, dice
Melanie Klein, “yo inferí que había fracasado de alguna manera por el
lado analítico y no por el lado educacional. Quiero decir que me di
cuenta de que había fracasado en resolver completamente la
resistencia durante la sesión analítica y en liberar totalmente la
transferencia negativa. En este y en todos los otros casos encontré
que si queremos capacitar a los niños para controlar mejor sus
impulsos sin que se agoten en una laboriosa lucha contra ellos, la
evolución edípica debe ser desanudada tan completamente como sea
posible y los sentimientos de odio y culpa que resultan de esta
evolución deben ser investigados hasta sus comienzos”

M. Klein dice: “Después que Anna Freud le hubo demostrado


claramente que la gente solo podría portarse tan mal con quienes
odiaba, la niña preguntó por qué habría ella de tener ese sentimiento
de odio por su madre a quien suponía que quería mucho”.
Anna Freud dice: “Aquí rehusé decirle nada más, ya que también
yo había llegado al fin de lo que sabía”. La pequeña paciente trató
entonces ella misma de ayudar a encontrar la forma de llegar más
lejos. Repitió un sueño cuyo contenido era un reproche contra su
madre porque ésta se iba precisamente cuando más la necesitaba.
Algunos días después trajo otro sueño que indicaba claramente celos
de sus hermanos y hermanas menores.

Anna Freud se detuvo y cesó de avanzar más lejos en el análisis


precisamente en el momento en que hubiera debido analizar el odio de
la niña por su madre, o sea dilucidar toda la relación edípica.

Vemos que es verdad que había liberado y llevado a su


descarga algunos de los impulsos sádico-anales, pero no puso
atención en la conexión de estos impulsos con la evolución edípica,
por el contrario, confirmó sus investigaciones a estratos superficiales
conscientes o pre conscientes. Parece haber omitido la prosecución
del análisis de los celos de sus hermanos y hermanas hasta sus
deseos inconscientes de matarlos. Si lo hubiera hecho, esto la
habría conducido hasta los deseos inconscientes de la niña de matar a
la madre”.

En el capítulo IV, Anna Freud cita este análisis como ilustración


de que el analista intervenga como educador. Pero para Melanie Klein,
a la niña no se le dio la oportunidad de liberarse más amplia y
fundamentalmente de ellas a través del análisis de su Edipo.

Las razones que Anna Freud da para no interpretar el Edipo es


que siente que no debe intervenir entre el niño y sus padres, porque
sino la educación peligraría y se crearían conflictos si se hace
consciente al niño su oposición a los padres.

Melanie Klein dice que este punto es el que determina


principalmente la diferencia de opiniones entre ellas y el opuesto
método de trabajo.
Anna Freud dice que siente remordimientos con los padres del
niño si éste se vuelve contra ellos, ya que los padres son los que la
emplean.

Melanie Klein plantea que ella jamás intenta predisponer al niño


en contra de los que lo rodean. Al contrario, el análisis de los
sentimientos negativos del niño hacia sus padres, arregla la relación
con éstos. El análisis de la situación edípica no solo alivia los
sentimientos negativos del niño para con sus padres y hermanos, sino
que también los resuelve en parte y así posibilita mayor fortificación de
los impulsos positivos. Recuerda la ambivalencia que se da en las
relaciones entre ellos. Los niños, según Melanie Klein, se tornan
mucho más sociables y dóciles con respecto a su educación.

Lo que intenta demostrar Melanie Klein es que es imposible


combinar en la persona del analista la tarea analítica y la educativa.

UNA TAREA ANULA A LA OTRA

Si el analista asume el papel del Superyo, se vuelve un


representante de los poderes represores.

En el análisis de niños el analista debe tener la misma actitud


con el inconsciente que le pedimos al analista de adultos. Se debe
capacitar para querer realmente solo analizar y no desear moldear y
dirigir la mente de sus pacientes.

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