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Retomando el caso, dice Anna Freud, una vez que logré inducirla
a que hiciera hablar a su “demonio” en el análisis, comenzó a
comunicarme un sin número de fantasías anales, al principio
vacilando, y luego cada vez más profusamente al advertir la falta de
toda censura de mi parte. Las sesiones se convirtieron en depósito de
todos los ensueños diurnos anales que la oprimían. Además, durante
esas conversaciones conmigo se sentía libre de la opresión que sufría.
Llamaba a la sesión “hora de descanso”. Pasado un tiempo comenzó
a expresar también en su casa parte de las fantasías y ocurrencias
anales hasta entonces celosamente ocultadas. Así, al traerse comida
a la mesa musitaba alguna comparación “sucia” o una broma poco
apetitosa dirigida a los otros niños. Ante tal conducta la persona que a
la sazón desempeñaba las funciones de la madre, vino a consultar a
Anna Freud para que la aconsejara sobre la actitud a adoptar. Ella
aconsejó no aprobar ni reprender esos pequeños deslices, sino
dejarlos pasar como si no hubiesen ocurrido. Dice que sus consejos
tuvieron un efecto imprevisto, pues ante esta falta de toda crítica
exterior, la niña perdió completamente los estribos no vacilando en
expresar en la familia cuanto manifestaba en la sesión analítica y tal
como lo hacía conmigo, se regodeaba en sus fantasías,
comparaciones y expresiones anales. Mi pequeña paciente, dice Anna
Freud, se conducía como una perversa o como un adulto demente,
colocándose fuera de la comunidad humana. Habíamos evitado
castigarla aislándola de los demás, con el único resultado de que
éstos se aislaban ahora de ella. Se convirtió en una diabla. Anna
Freud piensa que cometió un error atribuyendo al Superyo de la niña
una capacidad autónoma de inhibición para la que no tenía la fuerza
necesaria. Apenas las personas importantes de su exterior atenuaron
sus exigencias, también se tornó condescendiente el ideal del yo,
antes severo y enérgico, que había producido toda una serie de
síntomas obsesivos. De una niña inhibida Neurótica Obsesiva, había
hecho transitoriamente un ser malo, perverso. Entonces Anna Freud
en la siguiente sesión adopta una actitud muy enérgica, declarándole
que había roto su convenio. Que ella había pensado que deseaba
contarle esas cosas sucias para librarse de ellas, pero ahora veía que
no era así. En efecto, le gustaba contárselas a todos para divertirse.
Siendo así, bien podríamos interrumpir el análisis, dejándola que se
divirtiese a su manera. Pero si seguía manteniendo su propósito
original, en adelante solo debía contarme esas cosas a mí y a nadie
más. Cuanto más las callara en su casa, tanto más se le ocurrirían en
la sesión y entonces tanto más averiguaría sobre ella y tanto mejor
podría liberarla.
“Si me dices que es así, nunca volveré a contar esas cosas”. Dijo
la niña.
CASO ERNA
El caso que cita dice que fue muy grave. Se trata de una niña de
6 años que en el comienzo del análisis sufría de neurosis obsesiva.
La conducta en el hogar era intolerable y manifestaba marcadas
tendencias asociables en todas sus relaciones. Sufría de frecuente
insomnio, de excesivo onanismo, inhibición completa para el
aprendizaje, profundas depresiones, ideas obsesivas y otros síntomas
graves. Fue tratada durante dos años y es evidente, dice Melanie
Klein, su recuperación. Hace un año está en un colegio para “niños
normales”. Manifestaba el característico viraje de la personalidad de
“ángel” a “demonio”, de princesa buena a malvada. En ella también el
análisis liberó tanto enormes cantidades de afecto como impulsos
sádicos anales. Durante las sesiones analíticas tenían lugar
extraordinarias descargas: rabietas que se desahogaban en los
objetos del cuarto tales como almohadones, ensuciaba y destrozaba
juguetes. La niña daba la impresión de estar considerablemente
liberada de inhibiciones y parecía extraer un placer notable de esa
conducta a menudo salvaje.