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Titulo: La policía de las familias

Autor: DONZELOT, J

Capitulo 2 “La conservación de los hijos”

A partir de mediados del siglo XVIII se ve florecer una abundante literatura sobre
el tema de la conservación de los hijos. Al principio es asunto de médicos, luego
se suman administradores, lugartenientes, militares, etc. todos critican las mismas
costumbres educativas de su siglo con tres blancos privilegiados: los hospicios, la
crianza de niños con nodrizas domesticas, la educación artificial de los niños ricos.

Reprochan a la administración de los hospicios las espantosas tasas de


mortalidad de los menores. El noventa por ciento muere antes de haber podido ser
útiles para el estado. Ahora bien; ¿cuál era la causa precisa de esa tasa de
mortalidad tan elevada? Las dificultades que la administración encontraba a la
hora de procurar buenas nodrizas. Y en este punto, el problema de los niños
expósitos se enmarca en el problema más general de la lactancia.

El recurso a las nodrizas del campo era la costumbre dominante entre la población
de las ciudades. Las mujeres recurrían a ellas bien porque estaban demasiado
ocupadas a causa de su trabajo o bien porque eran lo suficientemente ricas como
para evitarse el trabajo de la crianza. Los pueblos aledaños a las ciudades
proporcionaban nodrizas a los ricos, y los pobres debían ir a buscarlas mucho más
lejos.

La fuerza de estos discursos incitando a la conservación de los niños radica, sin


duda, en la conexión que establecen entre el registro medico y el registro social,
entre la teoría de los fluidos sobre la que reposa la medicina del siglo XVIII y la
teoría económica de los fisiócratas. Toda su fuerza deriva del vínculo que
instauran entre la producción de la riqueza y el tratamiento del cuerpo.

Celebramos el siglo XVIII por su revalorización de las tareas educativas, decimos


que la imagen de la infancia ha cambiado, aunque difiere ya sea que se trate de
ricos o pobre. Sin dudas, pero lo que se implanta en esa época es una
reorganización de los comportamientos educativos en torno a dos polos bien
distintos y con dos estrategias bien diferentes. El primero, orientado hacia la
difusión de la medicina domestica; es decir, un conjunto de conocimientos y de
técnicas que deben permitir a las clases burguesas poner a sus hijos bajo la
vigilancia de los padres. El segundo podría reagruparse bajo la etiqueta de
“economía social”, todas las formas de dirección de la vida de los pobres con
vistas disminuir el coste social de su reproducción, a obtener un numero deseable
de trabajadores con un mínimo de gasto publico.

Desde el último tercio del siglo XVIII hasta finales del XIX, los médicos han
confeccionado, para uso de las familias burguesas, una serie de obras sobre la
crianza, la educación y la medicación de los niños. Tras los clásicos del siglo XVIII
aparecen toda una serie de publicaciones sobre el arte de criar a los niños de
primera edad, así como guías y diccionarios de higiene para uso de las familias.
Loa tratados médicos exponían simultáneamente una doctrina médica y consejos
educativos.

Se observa la búsqueda de una relación entre medicina y familia. El


establecimiento del médico de familia es ese anclaje directo del médico en la
célula familiar.

“Me propongo enseñar a las mujeres el arte de la enfermería domestica (...) Tengo
la ambición de hacer de la mujer la enfermera perfecta (…) El papel de las madres
y el de los médicos son y deben ser claramente distintos. Uno prepara y facilita el
otro; se complementan (…) El médico prescribe, la madre ejecuta”. Fongssagrives
(1876) Dictionaire de la santé.

Hasta mediados del siglo XVIII la medicina se desintereso de los niños y de las
mujeres. El parto, las enfermedades de las embarazadoas, las enfermedades de
los niños, etc., pertenecían al ámbito de “las comadres”, corporación como la de
los criados y nodrizas, que compartía su saber y lo ponía en práctica. La conquista
de este terreno por parte de la medicina implicaba la destrucción del imperio de las
comadres y una lucha contra sus prácticas. Los principales puntos de
enfrentamiento serán la lactancia y la vestimenta de los niños.

Esto implica una alianza que mientras el médico triunfa gracias a la madre contra
la medicina popular, a su vez, le concede a la mujer burguesa, una importancia
creciente en la esfera doméstica. Será la promoción de la mujer como madre,
como educadora y como auxiliar médica.

A finales del siglo XIX se da el inicio de una educación mixta familiar y escolar con
la que los padres preparan al niño a aceptar la disciplina escolar y al mismo
tiempo velan por las buenas condiciones de la educación pública.

Todo ello rige para las familias ricas, aquellas que tiene criados, que las mujeres
pueden dedicarse a la organización de la casa, aquellas que pueden pagar los
estudios de sus hijos. Las intervenciones en las familias populares son diferentes
a la de la alianza entre medicina y familia, porque hasta fines del S XIX la tasa de
analfabetismo era muy alta, porque la gente de pueblo no puede tener médico de
familia y fundamentalmente porque los problemas en el seno de la familia son
diferentes. No se trata de la protección sino de la vigilancia.

Aparecen las primeras sociedades de protectoras de la infancia cuyo objetivo era


perfeccionar los sistemas de educación, los métodos de higiene y la vigilancia de
los niños pobres.

La madre de la familia popular pasa a ser considerada fundamentalmente una


“nodriza, adquiriendo la doble dimensión de la remuneración colectiva y la
vigilancia médico-estatal.

¿La infancia? Para las clases burguesas adquiere la forma de liberación protegida,
donde toma significatividad el desarrollo de su cuerpo y de su espíritu, teniendo a
disposición todos los aportes de la psicopedagogía. Para las clases populares,
sería más justo definir el modelo pedagógico como el modelo de libertad vigilada,
ya que el problema aquí radica en los excesos de libertad y el abandono en la
calle, por ello las técnicas implementadas consisten en limitar esa libertad en
espacios tales como la escuela y la vivienda familiar.

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