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Este ensayo aborda la evolución de las concepciones sobre la relación entre la infancia y la
enfermedad a lo largo de la historia, centrándose en el contexto de Argentina a finales del
siglo XIX y principios del XX. Se reconoce que la comprensión de la infancia enferma está
influenciada por factores socioeconómicos, políticos y científicos, así como por el desarrollo
de teorías médicas y pedagógicas.
El recorte cronológico abarca desde 1893 hasta la década de 1920, período en el que se
produjeron cambios en las concepciones sobre la niñez y las transformaciones internas en el
Asilo y Sanatorio Marítimo que afectaron la atención de niños pertenecientes a los sectores
más pobres de la sociedad porteña.
CONTEXTO HISTORIOGRÁFICO
entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, y se destaca la falta de investigaciones
centradas en instituciones que proporcionaban tratamiento para niños tuberculosos.
El artículo se propone analizar las formas institucionales que se aplicaron a la niñez popular
afectada por la tuberculosis, incluyendo la diversidad de situaciones dentro de estas
instituciones y la propagación del contagio. El objetivo es comprender cómo se desarrollaron
las políticas de salud infantil en Argentina y cómo se gestionó la enfermedad en el contexto
de la niñez pobre.
La situación de la niñez en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del XX:
el caso de los sectores populares
A finales del siglo XIX, Buenos Aires experimentó una transformación demográfica
significativa debido a la llegada masiva de inmigrantes. Este cambio en la población generó
problemas relacionados con la insuficiencia de la infraestructura urbana, lo que resultó en la
propagación de diversas enfermedades, tanto exóticas como endémicas, como el cólera, la
fiebre amarilla, la viruela, el sarampión y las diarreas.
A pesar de estos esfuerzos, las tasas de mortalidad infantil seguían siendo altas, con un 44%
de las defunciones generales correspondientes a niños menores de cinco años para el año
1900.
El caso específico que se aborda en este contexto es el del primer Centro de Salud de la
Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal, ubicado en las afueras de la ciudad, que
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Este episodio resalta las tensiones entre médicos y benefactores, la falta de intervención
estatal y cómo la institucionalización de la tuberculosis no siempre evitaba el contagio.
en las que vivían en la Casa Expósitos, que los exponía al contagio. Incluso algunos niños que
no tenían tuberculosis en un principio contrajeron la enfermedad en estas instituciones.
En sus primeros años, el Asilo Marítimo albergaba a niños huérfanos y tuberculosos, pero
con el tiempo se convirtió en un sanatorio exclusivamente. Los niños provenientes del
Hospital de Niños, aunque también eran de origen humilde, no eran huérfanos y tenían
condiciones de vida relativamente mejores en la institución. Los expósitos, por otro lado,
llegaban en peores condiciones nutricionales.
En cuanto a la duración de la estadía en estas instituciones, esta variaba según las decisiones
de los padres o tutores, y a menudo se basaba en recomendaciones médicas. En algunos
casos, los padres retiraban a sus hijos antes de lo recomendado por los médicos. Esto
subraya la importancia de la negociación entre los padres y la institución.
A nivel interno, no se hacía una distinción clara entre los niños huérfanos y los no huérfanos.
Aunque inicialmente había diferencias en las instalaciones, con el tiempo se buscó brindar
un trato más uniforme a todos los niños. La debilidad estructural de estos niños parecía
borrar las diferencias entre ellos, y prevalecía una visión compasiva y humanitaria hacia
todos, independientemente de su origen. Las Memorias Institucionales, escritas en su
mayoría por médicos y no por elites políticas o intelectuales, reflejaban esta perspectiva de
atención compasiva.
Consideraciones finales
El texto también plantea la cuestión de que los niños institucionalizados en el Asilo Marítimo
tuvieron la oportunidad de acceder a juguetes y actividades recreativas, lo que representaba
un intento de integración social y equiparación de beneficios con los niños de sectores más
acomodados de la sociedad. Esta idea de promover la integración social a través del juego
marcó un cambio en la concepción de bienestar para la niñez enferma en comparación con
décadas anteriores, donde el enfoque se centraba principalmente en el tratamiento médico
sin considerar la importancia de la recreación.
llegue acá
Barrancos, Dora, “Socialismo, Higiene y Profilaxis Social. 1900-1930.” En: Lobato, Mirta
(Ed.), Política, Médicos y enfermedades. Lecturas de Historia de la Salud en la Argentina.
Buenos Aires: Ed. Biblos/UNMDP, 1996; pp. 119 a 149.
Es cierto, sin embargo, que los socialistas podían divergir sobre problemas, aspectos, énfasis
y modalidades de acción en materia de mejoría de las condiciones de vida obrera, tanto
como lo es el hecho de que, dependiendo de circunstancias de inserción, se asimilaran en
mayor o menor grado a las corrientes liberales más radicalizadas -asustadas y compadecidas
al mismo tiempo- que se preocupaban por la situación de las clases bajas. Los socialistas
argentinos no sólo no escaparon a esta generalizada experiencia de exigir la promoción del
proletariado enfatizando la higiene, la salubridad y la vivienda -sin duda ayudados por la
gran cantidad de médicos enrolados en sus filas-, sino que se encontraron en la primera fila
del reformismo sanitario que alcanzo innegable impacto en la sociedad argentina de
principios de siglo.
La enorme actividad desplegada en relación con estos objetivos, a través de ciclos reiterados
de conferencias, campañas y textos, podría agruparse en las siguientes dimensiones:
1. Salud obrera e higiene industrial
2. Higiene y profilaxis sexual
3. Alcoholismo
4. Higiene materno-infantil
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5. Prostitución
6. Hábitat
El hábitat -problema crucial en los sectores populares- fue apenas tratado por la entidad,
una vez que la vivienda encontró entera especialización dentro del socialismo a través de la
historia cooperativa El Hogar Obrero. El docto Ángel Mariano Giménez, miembro fundador
del Partido Socialista y de notable proyección tanto en la vida política partidaria como en el
campo médico-higienista, estuvo presente en la mayoría de las grandes iniciativas del
socialismo, pero se especializo en la salud, profilaxis e higiene social, dejando diversos
trabajos escritos.
1. Salud obrera e higiene industrial: Como es bien conocido, los trabajadores estaban
gravemente expuestos a enfermedades producidas por el mismo proceso de trabajo,
padecimientos que reducían su expectativa de vida o creaban incapacidades, aumentando la
miseria de sus familias ya afectadas por las bajas remuneraciones. Condiciones y medio
ambiente laboral dañaban sobre todo a determinados grupos de trabajadores
tempranamente identificados: aquellos que inhalaban polvos, toxinas y gases estaban
condenados a enfermedades pulmonares.
3. La guerra al alcohol: La lucha antialcohólica llevada a cabo por la Sociedad Luz se empina
sobre todas las otras. Si las preocupaciones por la ‘’templanza’’ remontan a sus primeros
años de actuación, fue una vez más gracias a Giménez como adquirió contornos de
proporciones, cruzándose -con refuerzo mutuo- con la lucha contra las venéreas. La
divulgación relacionada con los peligros físicos, morales y sociales de la bebida no faltó en la
prédica de socialistas y anarquistas: he aquí una cuestión en común entre ambas corrientes,
particularmente acentuada en los últimos. Ambas vertientes veían en el alcoholismo uno de
los peores enemigos para que los trabajadores tomen conciencia de sus derechos y se
alisten en las organizaciones dispuestas a reivindicarlos. A menudo la ignorancia y los
hábitos de la bebida fueron identificados como más peligrosos que el propio capitalismo,
pues eran los primeros escollos para verlo. Pero más allá, contaban en sí mismas la
degradación moral, la inflexión en las aptitudes para el trabajo, la destrucción de las familias,
la amenaza para la especie. En 1899 el entonces estudiante de medicina y socialista Augusto
Bunge declaró ‘’El alcohol es la causa que enferma y degenera la raza, llena los manicomios,
los asilos, las cárceles, de hijos que llevan en sus facciones embrutecidas el estigma de la
degradación y el crimen; y el alcoholismo, duro es decirlo, es el enemigo misterioso que
hace imposible un relativo bienestar de muchos hogares obreros. Había que distinguir, sin
embargo, la ingesta leve –‘’no hay razón para la abstinencia absoluta’’, afirmaba de los
cuadros de embriaguez que llevaban a aquellos descensos morales (algo que seguramente
muy pocos anarquistas hubieran, en principio, aceptado). Continuando con la declaración
acotó ‘’El alcohol causa agotamiento en lugar de fortalecer, no es una fuente nutricia, todo
lo contrario’’ (…) ‘’Los hijos de alcohólicos llevan en su fisonomía física y moral el estigma
imborrable del vicio paterno. Es entre ellos que se recluta la inmensa mayoría de los
epilépticos, idiotas […] la falange mayor de los degenerados: física y moralmente débiles y
aun deformes’’. Como es de esperarse, Giménez también llevó al plano de la sanción legal la
represión al alcoholismo. El proyecto de ley que presentó ante la cámara de diputados
requería la prohibición de la ‘’introducción, elaboración y venta’’ de bebidas obtenidas
mediante ‘’fermentados de granos a los que se agrega alcohol’’, los que contenían ‘’extractos
aromatizantes o amargos’’, vinos tónicos, elixires, licores, aperitivos y los titulados
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‘’digestivos’’. De la censura sólo se liberarán los vinos fabricados con uvas frescas (sin adición
de sacarosa u otros azúcares), las cervezas elaboradas con malta, las sidras de manzanas y
peras frescas, las bebidas con base de algarrobo, maíz y maní con solo 6% de alcohol.