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La experiencia de ser un ‘niño débil y enfermo’


lejos de su hogar: el caso del Asilo Marítimo,
Mar del Plata (1893-1920)

Este ensayo aborda la evolución de las concepciones sobre la relación entre la infancia y la
enfermedad a lo largo de la historia, centrándose en el contexto de Argentina a finales del
siglo XIX y principios del XX. Se reconoce que la comprensión de la infancia enferma está
influenciada por factores socioeconómicos, políticos y científicos, así como por el desarrollo
de teorías médicas y pedagógicas.

Se menciona la "infantilización de la niñez" como un proceso en el que la sociedad comenzó


a proteger a los niños y a ver en las instituciones médicas y escolares la base para moldear a
futuros ciudadanos y trabajadores. Se destaca la influencia de Philippe Ariès en este
enfoque, aunque se mencionan algunas críticas y matices a su tesis.

El ensayo se enfoca en el surgimiento del concepto moderno de niñez en Argentina y su


relación con la enfermedad, particularmente en el contexto del Asilo y Sanatorio Marítimo
inaugurado en 1893 en Mar del Plata. Se aborda la complejidad de la reconstrucción
histórica de la niñez enferma y se justifica el enfoque micro institucional utilizado.

El recorte cronológico abarca desde 1893 hasta la década de 1920, período en el que se
produjeron cambios en las concepciones sobre la niñez y las transformaciones internas en el
Asilo y Sanatorio Marítimo que afectaron la atención de niños pertenecientes a los sectores
más pobres de la sociedad porteña.

En resumen, el ensayo se centra en analizar cómo evolucionaron las percepciones sobre la


niñez enferma en Argentina en el contexto de cambios sociopolíticos y científicos, utilizando
como caso de estudio el Asilo y Sanatorio Marítimo. Se reconoce la complejidad de este
tema y se busca contribuir a una comprensión más amplia de esta cuestión en el contexto
histórico argentino.

CONTEXTO HISTORIOGRÁFICO

Este artículo se centra en el estudio de la tuberculosis infantil en Argentina, especialmente


en el contexto de instituciones dedicadas al cuidado de niños afectados por la enfermedad.
Se señala que la tuberculosis fue una de las principales causas de mortalidad en Argentina
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entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, y se destaca la falta de investigaciones
centradas en instituciones que proporcionaban tratamiento para niños tuberculosos.

Se menciona que la mayoría de las investigaciones se han centrado en la mortalidad infantil,


el trabajo infantil, el discurso maternal y el abandono de niños. Sin embargo, se resalta la
necesidad de un enfoque integrado que examine las políticas de salud infantil y las
respuestas sociales a la tuberculosis infantil.

El artículo se propone analizar las formas institucionales que se aplicaron a la niñez popular
afectada por la tuberculosis, incluyendo la diversidad de situaciones dentro de estas
instituciones y la propagación del contagio. El objetivo es comprender cómo se desarrollaron
las políticas de salud infantil en Argentina y cómo se gestionó la enfermedad en el contexto
de la niñez pobre.

En resumen, el artículo busca abordar la tuberculosis infantil en Argentina desde una


perspectiva histórica y social, centrándose en las instituciones que brindaron atención a
niños afectados por la enfermedad y explorando la complejidad de las respuestas
institucionales y sociales a esta problemática

La situación de la niñez en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del XX:
el caso de los sectores populares

A finales del siglo XIX, Buenos Aires experimentó una transformación demográfica
significativa debido a la llegada masiva de inmigrantes. Este cambio en la población generó
problemas relacionados con la insuficiencia de la infraestructura urbana, lo que resultó en la
propagación de diversas enfermedades, tanto exóticas como endémicas, como el cólera, la
fiebre amarilla, la viruela, el sarampión y las diarreas.

Paralelamente a estos problemas de salud pública, se produjo un cambio en la percepción y


concepción de la niñez en Buenos Aires. Los niños comenzaron a ser vistos como diferentes
de los adultos y se les atribuyeron características y necesidades propias. Esto tuvo
implicaciones en el desarrollo de políticas públicas relacionadas con la salud infantil y en la
planificación urbana, con la creación de espacios destinados al bienestar de los niños.

La transformación de la niñez en Buenos Aires se dio en un contexto en el que los niños de


diferentes estratos sociales experimentaban condiciones de vida diversas. Los niños de
clases populares a menudo vivían en condiciones precarias, trabajaban largas horas en
empleos agotadores y carecían de higiene adecuada. Esto los hacía más susceptibles a
enfermedades como la tuberculosis. Por otro lado, los niños de clases media y alta también
se enfermaban de tuberculosis, pero tenían mejores condiciones de vida y recursos para
enfrentar la enfermedad.
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El trabajo infantil estaba en expansión en esa época, y competía con la escolarización.


Muchos niños trabajaban largas horas en condiciones perjudiciales para su salud, lo que los
hacía vulnerables a enfermedades como la tuberculosis. Además, existía una población de
niños abandonados y mendigos que vivían en la calle, también expuestos a condiciones
insalubres.

Para abordar estos problemas, se implementaron leyes y medidas destinadas a controlar la


niñez enferma, tanto desde el punto de vista moral como físico. Una de estas medidas fue la
Ley de Patronato de Menores de 1919, que permitió el encierro de niños menores. Además,
se llevaron a cabo iniciativas higienistas para el cuidado de los recién nacidos y la reducción
de la mortalidad infantil.

A pesar de estos esfuerzos, las tasas de mortalidad infantil seguían siendo altas, con un 44%
de las defunciones generales correspondientes a niños menores de cinco años para el año
1900.

A pesar de las intervenciones médicas y de salud pública, la tuberculosis infantil no


experimentó una disminución significativa en las estadísticas de mortalidad infantil hasta la
década de 1930. Aunque se implementaron medidas beneficiosas como la vacuna BCG y el
retiro de bebés de madres enfermas, estas no lograron reducir de manera efectiva los casos
de tuberculosis infantil.

La tuberculosis infantil tuvo un impacto menor en la mortalidad infantil en comparación con


otras enfermedades gastrointestinales e infecciosas durante este período. Sin embargo,
despertó la preocupación de las autoridades, especialmente en relación con los llamados
"niños débiles" que eran propensos a enfermar y luego con aquellos que ya padecían la
enfermedad. Se implementaron diversas iniciativas dirigidas a los niños de sectores
populares, diferenciando entre aquellos que eran huérfanos y los que no lo eran.

El caso específico que se aborda en este contexto es el del primer Centro de Salud de la
Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal, ubicado en las afueras de la ciudad, que
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inicialmente atendía a niños débiles y tuberculosos. Posteriormente, en la década de 1920,


se transformó en un sanatorio exclusivamente dedicado al tratamiento de la tuberculosis
infantil.

Los marcos institucionales generados para los niños enfermos pobres

La Sociedad de Beneficencia de Capital Federal en Argentina fue una organización benéfica


formada por mujeres de la oligarquía argentina desde principios del siglo XIX. Su principal
objetivo era administrar escuelas de niñas y supervisar instituciones de asistencia pública,
como la Casa de Expósitos y el Hospital de Mujeres. También se crearon sanatorios basados
en experiencias europeas que promovían el reposo, la terapia al aire libre y la helioterapia
como tratamientos para diversas enfermedades.

En 1893, la Sociedad de Beneficencia estableció el Hospital y Asilo Marítimo en Mar del


Plata, destinado a niños débiles y convalecientes. A pesar de la preocupación inicial por la
tuberculosis infantil, este lugar albergaba a niños con diversas condiciones médicas, lo que a
veces provocaba la propagación de enfermedades debido a la falta de espacio adecuado.

A lo largo de los años, se incorporaron profesionales médicos y se intentaron cambios en la


orientación de la institución, como convertirla en un Sanatorio Marítimo especializado en
tuberculosis quirúrgicas. Sin embargo, hubo tensiones entre los médicos y las Damas de
Beneficencia que administraban la institución. Finalmente, en 1928, se suprimió la colonia
de niños débiles en el Sanatorio Marítimo.

Este episodio resalta las tensiones entre médicos y benefactores, la falta de intervención
estatal y cómo la institucionalización de la tuberculosis no siempre evitaba el contagio.

Ser niño y tuberculoso en la Argentina de principios del siglo XX

La niñez tuberculosa que fue institucionalizada formó parte de un enfoque socio-cultural


más amplio que también afectó a la infancia abandonada, no escolarizada o considerada
"delincuente" durante el siglo XIX. Tanto el Asilo como el Solarium respondieron a
preocupaciones sobre la salud y el bienestar de los niños, buscando crear una generación
fuerte y sana. Sin embargo, hubo diferencias en comparación con orfanatos y la mano de
obra infantil.

A medida que se comprendía mejor la tuberculosis, se adoptó la estrategia de aislar a los


pacientes para evitar la propagación de la enfermedad. En el caso de las instituciones
analizadas, la mayoría de los pacientes eran niños huérfanos procedentes de la Casa
Expósitos, aunque no todos sufrían de tuberculosis. Esto se debió en parte a las condiciones
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en las que vivían en la Casa Expósitos, que los exponía al contagio. Incluso algunos niños que
no tenían tuberculosis en un principio contrajeron la enfermedad en estas instituciones.

En sus primeros años, el Asilo Marítimo albergaba a niños huérfanos y tuberculosos, pero
con el tiempo se convirtió en un sanatorio exclusivamente. Los niños provenientes del
Hospital de Niños, aunque también eran de origen humilde, no eran huérfanos y tenían
condiciones de vida relativamente mejores en la institución. Los expósitos, por otro lado,
llegaban en peores condiciones nutricionales.

A pesar de estas diferencias, cuando se trataba de enfermedades como la conjuntivitis


granulosa, la tuberculosis, la sífilis cerebral o el raquitismo, los niños expósitos y los
provenientes del Hospital de Niños compartían similares dificultades de salud. La
institucionalización ofrecía cierta ventaja, pero la calidad de vida seguía siendo precaria.

En cuanto a la duración de la estadía en estas instituciones, esta variaba según las decisiones
de los padres o tutores, y a menudo se basaba en recomendaciones médicas. En algunos
casos, los padres retiraban a sus hijos antes de lo recomendado por los médicos. Esto
subraya la importancia de la negociación entre los padres y la institución.

A nivel interno, no se hacía una distinción clara entre los niños huérfanos y los no huérfanos.
Aunque inicialmente había diferencias en las instalaciones, con el tiempo se buscó brindar
un trato más uniforme a todos los niños. La debilidad estructural de estos niños parecía
borrar las diferencias entre ellos, y prevalecía una visión compasiva y humanitaria hacia
todos, independientemente de su origen. Las Memorias Institucionales, escritas en su
mayoría por médicos y no por elites políticas o intelectuales, reflejaban esta perspectiva de
atención compasiva.

En resumen, la niñez tuberculosa institucionalizada compartió similitudes y diferencias con


otros enfoques hacia la infancia en el siglo XIX. La salud y el bienestar de estos niños eran
preocupaciones centrales, pero las condiciones de vida y las perspectivas variaban según su
origen y salud individual.

Consideraciones finales

A lo largo del texto se abordan varias cuestiones relacionadas con la institucionalización de


la tuberculosis infantil. Se destaca que, a pesar de los intentos de aislamiento, el contagio
era común en el entorno de niños sanos y enfermos. Se menciona que no está claro cómo se
experimentaba el miedo al contagio. Además, se resalta el papel significativo de los padres
de estos niños, quienes tenían influencia en las decisiones médicas y en el funcionamiento
de las instituciones.
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El texto también plantea la cuestión de que los niños institucionalizados en el Asilo Marítimo
tuvieron la oportunidad de acceder a juguetes y actividades recreativas, lo que representaba
un intento de integración social y equiparación de beneficios con los niños de sectores más
acomodados de la sociedad. Esta idea de promover la integración social a través del juego
marcó un cambio en la concepción de bienestar para la niñez enferma en comparación con
décadas anteriores, donde el enfoque se centraba principalmente en el tratamiento médico
sin considerar la importancia de la recreación.

llegue acá

Barrancos, Dora, “Socialismo, Higiene y Profilaxis Social. 1900-1930.” En: Lobato, Mirta
(Ed.), Política, Médicos y enfermedades. Lecturas de Historia de la Salud en la Argentina.
Buenos Aires: Ed. Biblos/UNMDP, 1996; pp. 119 a 149.

Es bien sabido que la transformación sustantiva procurada por el socialismo reposaba en el


mejoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Los objetivos
fundamentales de sus demandas estaban dirigidos a obtener la promoción
educativo-cultural y la elevación material del proletariado. En ellos puede sintetizarse la
‘’reforma social’’ preconizada. Y si la ‘’socialización de los medios de producción’’ era una
meta incierta -sobre cuyas vías de obtención arreciaban los conflictos-, parece dudoso
encontrar quien se abstuviera de promover alguna forma de economicismo para alcanzar el
ascenso de los niveles de vida.

Es cierto, sin embargo, que los socialistas podían divergir sobre problemas, aspectos, énfasis
y modalidades de acción en materia de mejoría de las condiciones de vida obrera, tanto
como lo es el hecho de que, dependiendo de circunstancias de inserción, se asimilaran en
mayor o menor grado a las corrientes liberales más radicalizadas -asustadas y compadecidas
al mismo tiempo- que se preocupaban por la situación de las clases bajas. Los socialistas
argentinos no sólo no escaparon a esta generalizada experiencia de exigir la promoción del
proletariado enfatizando la higiene, la salubridad y la vivienda -sin duda ayudados por la
gran cantidad de médicos enrolados en sus filas-, sino que se encontraron en la primera fila
del reformismo sanitario que alcanzo innegable impacto en la sociedad argentina de
principios de siglo.

La enorme actividad desplegada en relación con estos objetivos, a través de ciclos reiterados
de conferencias, campañas y textos, podría agruparse en las siguientes dimensiones:
1. Salud obrera e higiene industrial
2. Higiene y profilaxis sexual
3. Alcoholismo
4. Higiene materno-infantil
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5. Prostitución
6. Hábitat
El hábitat -problema crucial en los sectores populares- fue apenas tratado por la entidad,
una vez que la vivienda encontró entera especialización dentro del socialismo a través de la
historia cooperativa El Hogar Obrero. El docto Ángel Mariano Giménez, miembro fundador
del Partido Socialista y de notable proyección tanto en la vida política partidaria como en el
campo médico-higienista, estuvo presente en la mayoría de las grandes iniciativas del
socialismo, pero se especializo en la salud, profilaxis e higiene social, dejando diversos
trabajos escritos.

1. Salud obrera e higiene industrial: Como es bien conocido, los trabajadores estaban
gravemente expuestos a enfermedades producidas por el mismo proceso de trabajo,
padecimientos que reducían su expectativa de vida o creaban incapacidades, aumentando la
miseria de sus familias ya afectadas por las bajas remuneraciones. Condiciones y medio
ambiente laboral dañaban sobre todo a determinados grupos de trabajadores
tempranamente identificados: aquellos que inhalaban polvos, toxinas y gases estaban
condenados a enfermedades pulmonares.

Panaderos, molineros, mineros, herreros, soldadores, encabezaban las estadísticas de


morbimortalidad vinculadas con el sistema respiratorio, de tal modo que una de las más
extendidas preocupaciones del higienismo industrial fue la frecuencia de víctimas que
arrojaban la tuberculosis, el enfisema pulmonar, las neumonías y la fibrosis debidos a la
aspiración de harina, silicio, asbesto, talco, carbón, oxido nítrico, vapores de mercurio,
manganeso, para citar algunas de las sustancias dañinas más comunes. Además,
amenazaban la temperatura, ha humedad, los vapores, la carga física, los horarios
inadecuados y la extenuación debida a las largas jornadas de trabajo. El ‘’higienismo
industrial’’ de fines del XIX identifico los principales problemas y concurrió a auxiliar las
demandas obreras que se hicieron más contundentes en los países de capitalismo avanzado.
Pero aun dentro de la ‘’masa crítica’’ del movimiento obrero, los aspectos sanitarios tenían
como sujetos privilegiados a las mujeres y los niños, pues había que evitar que el trabajo
perjudicara salud (Esto, suponiendo que sea así, solo abarca a Argentina históricamente
hablando a mi parecer… Si te interesa chusmear, busca la historia de Las Jóvenes de la
Radio, o Las Mujeres Radioactivas) aunque no dejaron de haber desde el inicio reclamos por
el trabajo nocturno y por los peligros de algunas industrias. Desde luego, la lucha por la
jornada de ocho horas también respondía a la necesidad de preservar el organismo, aunque
probablemente se encuentren más razones vinculadas con la necesidad de disponer de
tiempo libre para la instrucción y el esparcimiento que para cuidar el cuerpo. En general, los
sentimientos de los trabajadores se compatibilizaban con una fatalidad inexorable -tener o
perder la salud era una cuestión de azar – y la capacidad de la salud se media por la
capacidad del rendimiento. Los síntomas eran un problema solo frente al agotamiento.
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A partir de dos conclusiones de tesis (Ángel M. Giménez, con su conocida tesis


‘’Consideraciones sobre higiene del obrero en Buenos Aires’’ y Adrián Patroni con ‘’Los
trabajadores en la Argentina [1896]) se afirma que no hay higiene en el trabajo y que ‘’las
condiciones de vida de la clase trabajadora de buenos Aires están muy lejos de ser las más
propicias al mejor uso y desenvolvimiento de las aptitudes individuales para el trabajo y para
la vida civilizada. Las soluciones solo podían provenir de la ‘’reglamentación higiénica de las
fábricas y talleres’’ (aire, luz, ventilación, evitar la acción de las sustancias toxicas, prevenir
los accidentes), la limitación de la jornada de trabajo, la prohibición de los trabajos
insalubres y peligrosos ‘’a los menores de 18 años y a la mujer’’, el descanso obligatorio de
‘’un día por seis de trabajo’’, la prohibición del trabajo de la mujer doce semanas antes y seis
después del parto y el seguro obligatorio. Pero ello debe sumarse al ‘’mejoramiento de la
condición social de la clase trabajadora’’, mediante la ‘’elevación progresiva del salario
mínimo’’ y ‘’todas las medidas que tiendan a elevar la situación moral, intelectual y física del
obrero, preparándolo para una vida cada vez más humana’’.

Repasando el proceso de trabajo, se detenía a analizar el esfuerzo del amasado, ‘’rápido y


rítmico’’, acompañado de una expiración prolongada; ‘’en esta tarea’’ decía, ‘’el obrero
fatigado y sudoroso queda extenuado’’, llegando a perder de doscientos a doscientos
cincuenta gramos de peso en cada amasada, ‘’representada por el sudor que corre por la
superficie del cuerpo del obrero y que en parte se incorpora a la masa”.

Para Giménez la tecnificación de la industria debía acompañarse de un severo control


higiénico; las maquinas podían evitar algunos problemas de contaminación, pero,
ciertamente, no todos; y se detenía a mostrar los progresos europeos, especialmente en las
cooperativas socialistas panificadoras de Austria y Alemania. Además, señalaba que orto
gran problema para la salud del gremio eran las temperaturas elevadas, con disminución de
la hemoglobina que producía numerosos trastornos, a lo que se unía la constante amenaza
de la tuberculosis, y además de la tuberculosis, los mayores riesgos eran la fiebre tifoidea y
las enfermedades venéreas.

Una gran contribución al mejoramiento de las condiciones de vida se cifraba en la


prohibición del trabajo nocturno, y luego en la amasadora mecánica.

2. Obsesiones sexuales: Si el temor sobre las enfermedades de transmisión sexual se instaló


temprano en la preocupación del higienismo local -correspondiendo al vasto movimiento de
los países occidentales-, los socialistas estuvieron en la línea delantera. El ciclo más
aguerrido en materia de divulgación sobre los peligros de la sífilis, la bienorragia y otras
infecciones por vía sexual transcurrió durante los años 1920, pero alcanzo su clímax en las
postrimerías. Las obsesiones con los peligros de la sexualidad, si estaban dirigidas a los
sujetos individuales expuestos a terribles enfermedades que seguramente llevarían a la
parálisis, la locura y la muerte, en realidad se extremaban frente al problema de la herencia,
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a la contaminación inexorable que sufrirían los descendientes degradando a la especie. Nada


más asociado con el concepto medular de ‘’degeneración’’ que los males traídos por el
contagio sexual; hospicios y cárceles testimoniaron sus efectos a lo largo de generaciones.
Malformaciones, graves defectos orgánicos, patologías psiquiátricas, deficiencias
intelectuales y conductas amorales se acumulaban en el cuadro del espanto. El programa de
la Sociedad Luz durante los años 20 fue harto reiterativo en materia de conocimientos
médicos y profilácticos relacionados con aquellas, y la ilustración se apoyó en todo el arsenal
de medios al alcance: las conferencias eran acompañadas con diapositivas y láminas, a veces
con filmes, e invariablemente con la distribución de cartillas. Esa actuación se vio reforzada
con una serie especial de publicaciones con el nombre de ‘’El problema sexual’’, iniciada en
1926.

3. La guerra al alcohol: La lucha antialcohólica llevada a cabo por la Sociedad Luz se empina
sobre todas las otras. Si las preocupaciones por la ‘’templanza’’ remontan a sus primeros
años de actuación, fue una vez más gracias a Giménez como adquirió contornos de
proporciones, cruzándose -con refuerzo mutuo- con la lucha contra las venéreas. La
divulgación relacionada con los peligros físicos, morales y sociales de la bebida no faltó en la
prédica de socialistas y anarquistas: he aquí una cuestión en común entre ambas corrientes,
particularmente acentuada en los últimos. Ambas vertientes veían en el alcoholismo uno de
los peores enemigos para que los trabajadores tomen conciencia de sus derechos y se
alisten en las organizaciones dispuestas a reivindicarlos. A menudo la ignorancia y los
hábitos de la bebida fueron identificados como más peligrosos que el propio capitalismo,
pues eran los primeros escollos para verlo. Pero más allá, contaban en sí mismas la
degradación moral, la inflexión en las aptitudes para el trabajo, la destrucción de las familias,
la amenaza para la especie. En 1899 el entonces estudiante de medicina y socialista Augusto
Bunge declaró ‘’El alcohol es la causa que enferma y degenera la raza, llena los manicomios,
los asilos, las cárceles, de hijos que llevan en sus facciones embrutecidas el estigma de la
degradación y el crimen; y el alcoholismo, duro es decirlo, es el enemigo misterioso que
hace imposible un relativo bienestar de muchos hogares obreros. Había que distinguir, sin
embargo, la ingesta leve –‘’no hay razón para la abstinencia absoluta’’, afirmaba de los
cuadros de embriaguez que llevaban a aquellos descensos morales (algo que seguramente
muy pocos anarquistas hubieran, en principio, aceptado). Continuando con la declaración
acotó ‘’El alcohol causa agotamiento en lugar de fortalecer, no es una fuente nutricia, todo
lo contrario’’ (…) ‘’Los hijos de alcohólicos llevan en su fisonomía física y moral el estigma
imborrable del vicio paterno. Es entre ellos que se recluta la inmensa mayoría de los
epilépticos, idiotas […] la falange mayor de los degenerados: física y moralmente débiles y
aun deformes’’. Como es de esperarse, Giménez también llevó al plano de la sanción legal la
represión al alcoholismo. El proyecto de ley que presentó ante la cámara de diputados
requería la prohibición de la ‘’introducción, elaboración y venta’’ de bebidas obtenidas
mediante ‘’fermentados de granos a los que se agrega alcohol’’, los que contenían ‘’extractos
aromatizantes o amargos’’, vinos tónicos, elixires, licores, aperitivos y los titulados
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‘’digestivos’’. De la censura sólo se liberarán los vinos fabricados con uvas frescas (sin adición
de sacarosa u otros azúcares), las cervezas elaboradas con malta, las sidras de manzanas y
peras frescas, las bebidas con base de algarrobo, maíz y maní con solo 6% de alcohol.

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