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7 DE NOVIEMBRE DE 1917:

DÍA LUMINOSO PARA LA HUMANIDAD

Ignacio Acosta Montes

Bien demostrado está por la ciencias sociales que en las primeras etapas de su
existencia la humanidad sobrevivió gracias al trabajo colectivo y al reparto igualmente
equitativo de los bienes por ella producidos, principalmente mediante la recolección, la
pesca y la caza. Diversos trabajos como los de Lewis Morgan (La sociedad primitiva),
Federico Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el estado) o Paul
Descamps (Estado social de los pueblos salvajes), demostraron la existencia de un
comunismo tribal como origen prehistórico de todos los pueblos y civilizaciones.
Comunidades pequeñas, unidas por vínculos de sangre, en las que imperaban la
propiedad colectiva de sus primitivos instrumentos de trabajo, constituidas por
individuos libres, con iguales derechos, sin otra autoridad que la que se reconocía a los
más experimentados o a los que democráticamente se les asignaba alguna
responsabilidad.
El desarrollo de las capacidades productivas del trabajo, como resultado del
perfeccionamiento de herramientas, aperos de labranza y todo tipo de instrumentos de
producción, posibilitó la generación de más bienes, de más riqueza de la que se
consumía para la supervivencia de la especie y, con ello, el acaparamiento con la
subsecuente división entre ricos y pobres con el surgimiento de la propiedad privada.
Dice Marx en El Capital: “solo cuando los hombres se han levantado de su primitivo
estado animal y su trabajo ya está, por lo tanto, asociado en cierto grado, sobrevienen
relaciones en que el sobretrabajo del uno es la condición de la existencia del otro. Al
principio de la civilización, las fuerzas productivas adquiridas por el trabajo son pocas,
pero también lo son las necesidades, que se desarrollan junto con los medios de
satisfacerlas. Además, la proporción de la parte social que vive del trabajo ajeno,
respecto de la masa de los productores inmediatos, es en esos principios insignificante”.
Junto con la emancipación de una parte de la humanidad de las tareas productivas
directas, con la separación entre el trabajo manual y el intelectual, especialización que
permitió una evolución aún más rápida de los instrumentos y técnicas para producir, se
incrementó igual o más aceleradamente la explotación del trabajo ajeno que llegó a
extremos tan brutales e inhumanos que, justamente para tranquilizar lo que les quedaba
de humano a las clases privilegiadas, negó a los esclavos su reconocimiento como seres
de la misma especie que sus explotadores, relegándolos a una imprecisa categoría entre
animales o cosas, como se lee en el derecho romano esclavista que llamaba a los
esclavos “instrumentos parlantes”. Aún “el pensador más grande de la Antigüedad”,
como llamara Marx a Aristóteles, diferenciaba a esclavos de hombres libres en que los
primeros eran “instrumentos vocales” propiedad de los segundos que eran animales
políticos, ciudadanos miembros de la polis. Aún más, el estagirita dice en su Política
que los derechos ciudadanos “deben quedar reservados para los que no necesitan
trabajar para vivir”.
De allí que desde los documentos más antiguos que se han rescatado
encontremos expresiones llamando a la subordinación absoluta ante los poderosos,
“Dobla el espinazo ante quien es tu jefe”, se lee en la Sabiduría de Ptah-hotep, datado
en Egipto en el tercer milenio a. de C.; y a que acepten que su origen es inferior y que
deben, por tanto, resignarse a su condición. Así, en el Código de Manu, la India hacia el
siglo III a. de C., se dice que la casta de los brahmanes la ha creado de sus labios el
Señor del Mundo; la de los chatrias, de sus manos; la de los vaisías, de sus caderas, y la
casta inferior (los sudras-esclavos) la ha creado de sus pies. El mismo documento indio
alentaba a los sudras a ser laboriosos y sumisos para ser recompensados en la otra vida
con su ascenso a una categoría social superior. De la misma manera son antiquísimas las
rebeliones de los explotados contra su injusta situación. La más famosa de ellas es, sin
duda, la que encabezó Espartaco en la antigua Roma en el siglo I a. de C. Sin embargo,
como hizo notar Lenin al analizar las luchas de los esclavos contra sus opresores, estos
“se sublevaban, organizaban rebeliones, emprendían guerras civiles, pero nunca podían
crear una mayoría consciente capaz de dirigir la lucha, no podían comprender
claramente hacia qué objetivo marchaban, e incluso en los momentos más
revolucionarios de la historia siempre resultaron ser juguetes en manos de las clases
dominantes”.
Los anhelos de una vida auténticamente humana, donde los trabajadores puedan
gozar de los productos de su trabajo, en la que todos puedan acceder a las más elevadas
creaciones de la cultura y donde la ambición, la envidia, la violencia, los abusos, el
hambre, la pobreza, la guerra, el fraude y todas las lacras que acarreó el surgimiento de
la propiedad privada, se han mantenido a lo largo de los siglos en explosiones de
descontento a lo largo y ancho del globo, lo mismo que en las manifestaciones artísticas,
destacadamente las obras literarias que en Hesíodo, Virgilio, Ovidio, Shakespeare y
Cervantes, por citar algunos, rememoran la llamada “edad de oro”. Recordemos
únicamente un fragmento del Discurso a los cabreros, Cap. XI de la Primera parte de
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: “Dichosa edad y siglos dichosos
aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro,
que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin
fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras
de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes… No había la
fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza.”. Similares llamados
a la bondad humana y denuncias de la crueldad de la sociedad clasista hicieron en su
momento personajes como Tommaso Campanella, Thomas More, el Conde de Saint
Simon y Robert Owen, quienes propusieron modelos de organización social, algunos
poniéndoles en práctica con relativo éxito, pero que a pesar de su honradez intelectual y
política no llegaron a comprender que, como lo expresó Engels con claridad meridiana,
“las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas
no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la
verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo
de producción y de cambio; han de buscarse no en la filosofía, sino en la economía de la
época de que se trata.”
El parteaguas en el desarrollo del socialismo, que permitió pasar de la utopía
socialista a la comprensión de las leyes del desarrollo social, que no solo posibilitan
sino que exigen la sustitución de un modo de producción por otro que supere las
contradicciones del antiguo, fueron sin duda los estudios filosóficos y económicos de
Marx y Engels, fundamentalmente la publicación de Das Kapital en 1867. Es entonces
que siguiendo a estos genios del pensamiento y héroes de la lucha proletaria, los
partidos políticos de corte socialista marxista se dieron a la tarea de elevar al
proletariado de clase en sí en clase para sí, es decir que adquiera conciencia del papel
que juega en la moderna sociedad como clase fundamental, productora de toda la
riqueza, y, por tanto de la fuerza que su carácter imprescindible así como su número le
garantizan con la sola condición de que, haciendo conciencia de la misma, traduzca esa
comprensión en una acción planificada, coordinada y resuelta para conseguir las
transformaciones políticas y económicas que pongan fin a su situación de explotados al
mismo tiempo que eleven sustancialmente sus condiciones de vida e imposibiliten que
en un futuro un grupo social explote a otro.
Tales propósitos podrían calificarse de un hermoso sueño, el más hermoso de
todos, el de una humanidad hermanada, sin envidias, ambiciones, fronteras o guerras,
como el que plantea John Lennon en su inmortal Imagine; pero la parte más resuelta,
clara y valiente de la humanidad ha hecho intentos cada vez más serios y exitosos para
lograrlo. El primero de ellos fue el 18 de marzo de 1871, cuando los trabajadores
parisinos lograron instaurar en la ciudad capital de Francia un gobierno revolucionario:
La Comuna de París; pero, sin duda, el que dividió la historia moderna de la humanidad
en un antes y un después fue el triunfo del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso
Bolchevique el 7 de noviembre de 1917. El triunfo de la alianza de obreros y
campesinos encabezada por Vladimir Lenin logró en una limitada y rápida
enumeración: poner fin a la autocracia zarista para sustituirla por un régimen
democrático soviético; abolición de todos los títulos nobiliarios estableciendo la
igualdad entre los ciudadanos; otorgó libertad a las diversas nacionalidades para
independizarse o integrarse en plena igualdad al nuevo Estado socialista; fue el primer
país en legalizar el derecho de la mujer al divorcio, la obligación de los padres a
contribuir a la manutención de los hijos; se crearon las primeras guarderías para los
hijos de las madres trabajadoras; se garantizó el derecho al aborto y la igualdad salarial
entre hombres y mujeres; fue el primer país en despenalizar la homosexualidad,
estableciendo que la sexualidad de los individuos no es de incumbencia estatal; se
estableció la enseñanza obligatoria, gratuita, universal y laica; se erradicó el
analfabetismo; se acabó con el hambre; la revolución bolchevique provocó el mayor
avance de las fuerzas productivas de un país en la historia. De un país atrasado,
semifeudal y principalmente analfabeto en 1917, la URSS se convirtió en una economía
moderna y desarrollada, con una cuarta parte de los científicos del mundo, un sistema de
salud y educación igual o superior a lo que se encontraba en Occidente, capaz de lanzar
el primer satélite espacial y poner al primer hombre y a la primera mujer en el espacio.
En la década de 1980, la URSS tenía más científicos que EE. UU., Japón, Gran Bretaña
y Alemania juntos. El 7 de noviembre de 1917 el socialismo saltó de los libros y
organizaciones políticas a intentar ser construido en alrededor de 20 países. El ejemplo
contemporáneo más importante de su significado para la humanidad es el de la
República Popular China, único país que ha logrado erradicar de su vasto territorio el
flagelo de la pobreza, desbrozando el camino para un futuro más esplendoroso, ese que
empezó a iluminarse hace 105 años con el llamado leninista a luchar por paz, pan y
trabajo.

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