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GUÍA DE LECTURA DE LAS UNIDADES 1 Y 2 DE LA CÁTEDRA DE DERECHOS HUMANOS DE LA

UNT
POR PABLO CAMUÑA

LOS ORÍGENES DE LOS DERECHOS HUMANOS. EL MODELO DE DERECHOS DEL CIUDADANO

Hay diferentes formas de buscar los orígenes de los derechos humanos. Una mirada crítica e
interdisciplinar de los procesos históricos de los últimos siglos nos permitirá identificar algunas
líneas fundamentales que los identifican del modo en que los conocemos hoy. Pero no se trata de
una historia tallada en piedra, sino de una dinámica permanente, que se va resignificando, que
avanza y retrocede a impulso de los tiempos. Porque cada suceso y cada paso sobre los que
pondremos atención en esta unidad -y en todas- representa la culminación o una forma de
cristalización de un determinado contexto cultural, económico, social de las comunidades
humanas a lo largo del tiempo; pero que a la vez son apenas el inicio de otros nuevos contextos,
a veces más justos, otras más injustos. Y éstos a su vez de otros, en una tensión que pareciera, al
menos, ir desarrollándose con una base cada vez más amplia, con cada vez más cuestiones
públicas innegociables.

Esa mirada atenta y dinámica a la historia nos conducirá en las primeras estaciones a las
constituciones nacionales del estado moderno a partir de la declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano de la revolución francesa (1789) o la declaración de Virginia (1776). Los
derechos como tales aparecen así por primera vez asociados al propio nacimiento del estado
moderno, son su fuente de legitimidad y a la vez no pueden pensarse fuera de ese entorno. Surge
junto a la ley como forma de limitación al poder del soberano que se someterá a la nueva
ciudadanía burguesa (ya no a sí mismo o a dios). También a una concepción central de la
modernidad que coloca al ser humano, al sujeto, en el centro de la vida política: al decir de Marcelo
Raffin son el producto cultural de una nueva configuración del sujeto, espoleada por las ideas del
pensamiento liberal (por eso los primeros derechos son, sobre todo, derechos-libertades) y del
derecho natural (Puffendorf, Locke, Rousseau, Hobbes, Spinoza, Kant, las visiones
contractualistas y de la ciencia moral).

Ese trayecto luego seguirá, con la misma lógica, en el mismo territorio, por el constitucionalismo
clásico o liberal (que en nuestro país se expresa en la Constitución de 1853-1860) con la
codificación constitucional de catálogos de derechos-libertades que limitan el poder del soberano.

Sólo más tarde, con el influjo del constitucionalismo social (cuyos principales ejemplos son las
constituciones de México de 1917, de la república de Weimar, Alemania, de 1919, la de España
de 1931) se comenzarán a incorporar nuevas visiones, producto de la reacción ante las
debilidades y exclusiones del modelo original liberal. Este proceso comenzará por los derechos
que giran en torno al mundo del trabajo y exigirá un estado más activo, involucrado en el bienestar
social. Los catálogos de derechos, así mezclarán deberes de abstención estatal, pero también
obligaciones de garantizar derechos sociales básicos.

Esto es lo que conocemos como el modelo de derechos del ciudadano. ¿Cuál es la base de este
modelo? Que todos los ciudadanos tienen los derechos reconocidos en la constitución del estado,
pero, a la vez, que quienes no acceden a ese estatus restrictivo de ciudadanía (o status civitatis)
no tienen ningún derecho, no están en la legalidad, no pueden tener la igualdad en la esfera
pública. Como dice Raffin: los ciudadanos de los primeros movimientos revolucionarios de la
modernidad son europeos, masculinos, blancos, burgueses, propietarios; todas las otras formas
humanas son exclusiones de esa definición. De esto habla y reflexiona el texto de Hanna Arendt
centrado precisamente en la suerte de lxs “apátridas” o refugiadxs del mundo europeo de
entreguerras (es decir, entre la I y la II guerra mundial) y en cómo esa concepción de ciudadanía
restringida afectaba a enormes porciones de población que, al no ser considerados dentro de la
ciudadanía, se encontraban de hecho fuera de la legalidad y sometidos sin protección alguna a la
violencia de un estado policial. Arendt concluye, como explica en otro texto Celso Lafer, en que el
primer derecho humano es el derecho a tener derechos.

LA RUPTURA DEL ESTADO MODERNO: AUSCHWITZ Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

En ese punto del desarrollo histórico ocurre, sin embargo, algo que haría necesario cuestionar a
fondo y eventualmente abandonar esta concepción. Durante la II Guerra Mundial, se produce el
asesinato a escala industrial por parte del estado de la Alemania nazi de millones de judíxs
europeos y, además, de prisioneros de guerra soviéticos, gitanxs, homosexuales, disidentes
políticos y enfermxs mentales o discapacitadxs. Este proceso de un profundo horror se produjo no
en los márgenes del mundo occidental (como era concebido entonces), sino en el centro mismo
de la Europa civilizada y moderna, industrializada y con una economía pujante. Pero además en la
ejecución de estas matanzas intervinieron todas las ideas fuerza de la modernidad: la ciencia en
diversas vertientes (el positivismo, el darwinismo social, el racismo, el biologicismo social, la
eutanasia, la eugenesia, todas ellas ideas en su máximo apogeo para ese momento), la cárcel
como sitio de concentración y control, la fábrica como lugar de producción en serie (el “fordismo”),
la burocracia como organización del estado, el derecho de conquista de los estados centrales
(imperialismo, colonialismo), el racismo de clase y la expansión y difusión de las ideas antisemitas
que ya existían en Europa junto a la idea de higiene racial o de combate al “judeobolchevismo”.
Todo ese conjunto de ideas de enorme prestigio para ese momento histórico culminarían en los
campos de concentración, en Auschwitz como símbolo: el estado moderno reduciendo al ser
humano a su mínima expresión, un estado decidiendo “quién debía y quién no debía habitar el
planeta” al decir de Arendt. Primo Levi, sobreviviente italiano de Auschwitz, que pese a decir que
se veía obligado a “testimoniar lo intestimoniable”, dejó algunas de las reflexiones más profundas
sobre el epicentro de este proceso criminal, en la lectura sugerida de esta unidad pone en palabras
la inhumanidad al que él junto a otros millones de hombres, mujeres, niños y niñas fueron
arrojados (un texto que todxs deberían leer al menos para poder averiguar qué les provoca leer en
primera persona una experiencia tan radicalmente limítrofe de la humanidad). Por su parte Daniel
Rafecas explica, desde las primeras leyes raciales de la Alemania nazi, cómo fue posible Auschwitz
y el holocausto de millones de judíos; o más bien muestra un proceso histórico paulatino que
comienza precisamente con la pérdida de la ciudadanía, del status civitatis, y luego avanza hacia
un proceso de deshumanización creciente, como la preparación de un camino que culminará en
un genocidio de proporciones pocas veces vistas en la historia de la humanidad. El Power Point
“El genocidio nazi” acompaña este último relato a lo largo de la historia y (nos) plantea los
interrogantes esenciales en torno a Auschwitz en este punto: ¿Qué tienen que ver el derecho y el
estado con Auschwitz? También hay videografía que puede ayudar a comprender este fenómeno
para quienes les interese profundizar en él: películas fundamentales como “El Pianista” y “La lista
de Schindler” muestran el origen y la culminación de este proceso. Videos breves y de mucho
interés pueden verse aquí y aquí.

DESPUÉS DE AUSCHWITZ. LOS DERECHOS HUMANOS UNIVERSALES

Luego de las atrocidades y del horror nacerá entonces, por una necesidad imperiosa de encontrar
un límite para un estado capaz de convertirse en una eficiente maquinaria de muerte y por la
pareja necesidad de redefinir o refundar el valor de la vida humana y su dignidad esencial, una
nueva concepción de los derechos humanos, caracterizadas por su universalidad.

La respuesta al horror de Auschwitz como símbolo de lo posible fue una nueva concepción de los
derechos humanos y la casi inmediata creación y puesta en funcionamiento de los sistemas
internacionales de protección. Esa concepción, por oposición al modelo de los derechos del
ciudadano supone que todas las personas, independientemente de su nacionalidad y de otras
características, son sujetos de una serie de derechos exigibles a todo estado, que paralelamente
tienen obligaciones erga omnes. El art. 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos del
10 de diciembre de 1948 comienza diciendo: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos”. Pero sobre todo el art. 2 expresa el alcance de este nuevo derecho: “Toda
persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen
nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará
distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de
cuya jurisdicción dependa una persona”.

El texto de Marcelo Raffin articula todo este desarrollo con lo que llama la internacionalización de
los derechos, que además nos pone en el inicio de lo que veremos en las unidades 2 y 3, los
sistemas internacionales de protección surgidos después de la II Guerra Mundial y su aplicación
por parte de los estados nacionales. Para Raffin los derechos humanos se convirtieron con el
tiempo en un dato de la sociedad mundial, que implica la defensa, la creencia y el sostenimiento
de una serie de valores, con un carácter cosmopolita, por su vocación y naturaleza universales, lo
que traduce tanto su contenido (valor de dignidad y autonomía válido para toda la humanidad)
como en su modo de garantía (son derechos invocables por todo individuo en cuanto tal, en todas
partes).

Piénsese por ejemplo, que la concepción de los derechos humanos modificó todo el panorama del
derecho internacional público: los tratados, hasta 1948, se firmaban entre los estados y
establecían derechos y deberes entre ellos. El derecho internacional de los derechos humanos,
forjado en este contexto histórico, vino a cambiar esa lógica: los tratados de DDHH ya no obligan
a los estados entre sí, sino que les asignan obligaciones con relación a las personas bajo su
jurisdicción y establecen mecanismos de protección de esas personas frente a los propios estados
signatarios. Cuando los estados desconocen esas obligaciones, se enfrentan a la responsabilidad
internacional por ese incumplimiento. Si el ser humano es titular de esos derechos reconocidos,
el estado es el garante de esos derechos.

A partir de este punto inaugural, se generarán y fortalecerán progresivamente sistemas de


protección universales con cada vez mayor amplitud temática (prohibición de genocidio, de
esclavitud, de apartheid, de torturas, de desapariciones forzadas, derechos civiles y políticos,
derechos económicos, sociales y culturales, catálogos específicos de derechos de mujeres, de
niños, niñas y adolescentes, de refugiadxs, de trabajdorxs, etc,) y a la vez con cada vez mejores,
más eficaces y más accesibles sistemas de protección (de declaraciones se pasa a tratados que
generan desde comités internacionales hasta cortes de justicia).

LAS GRAVES VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS. EL CASO ARGENTINO: LA RUPTURA DE LA IMPUNIDAD Y LA
INFLUENCIA EN ELLO DE LOS SISTEMAS INTERNACIONALES DE PROTECCIÓN

¿Y en nuestro país, hubo una experiencia que pueda asimilarse al genocidio nazi? En principio no.
Pero si tomamos como criterio la existencia de graves violaciones a derechos humanos por parte
de agentes estatales, la respuesta desafortunadamente será que sí, que Argentina, junto a otros
países latinoamericanos vivieron con las dictaduras militares y el terrorismo de estado entre las
décadas de 1970 y 1990, una situación que -en algunos puntos- puede ser asimilable. La
particularidad es que esto se produjo cuando ya los sistemas internacionales de protección
existían y llevaban algunos años funcionando, lo que en definitiva tendría una gran influencia.

El estado argentino desarrolló masivamente crímenes de lesa humanidad y prácticas genocidas


entre 1975 y 1983 configurándose como un estado terrorista bajo la forma (desde 1976) de una
dictadura militar con apoyo de sectores civiles. Esos hechos son, a la vez, graves violaciones a
derechos humanos: miles de desapariciones forzadas, cientos de casos de apropiación de
niños/as nacidos en cautiverio en centros clandestinos de detención operados por fuerzas
militares y policiales, miles de personas víctima de secuestros, torturas, abusos sexuales, etc. a lo
largo y ancho del país, y en lugares tan cercanos que quedaban a 5 cuadras de nuestra facultad
de derecho (el centro clandestino de la Jefatura de Policía) o incluso en el predio de la UNT de
educación física, en el parque 9 de julio. Pilar Calveiro, politóloga argentina y a la vez sobreviviente
del terror estatal, nos da una mirada profunda y científica sobre esos hechos, invitándonos a
reflexionar sobre ellos, en su libro ya clásico “Poder y desaparición” que figura como bibliografía
sugerida.

La cuestión del caso argentino fue la impunidad, que fue definida por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos como la “falta en su conjunto de investigación, persecución, captura,
enjuiciamiento y condena de responsables de violaciones a derechos humanos” reconocidos
internacionalmente “toda vez que el Estado tiene la obligación de combatir tal situación por todos
los medios legales disponibles ya que la impunidad propicia la repetición crónica de violaciones a
derechos humanos y la total indefensión de víctimas y sus familiares”. Es decir, el posicionamiento
cambiante que tuvo a lo largo de nuestra historia reciente nuestro estado en relación con el
enjuiciamiento de los responsables de estas graves y masivas violaciones a los derechos
humanos.

El devenir histórico relatado con precisión por Juan Carlos Wlasic (también reflejado en el Power
Point “Graves violaciones de derechos humanos. El caso argentino”) nos indica que desde el
retorno de la democracia el estado argentino se había mostrado dispuesto a sancionar a los
autores de estos graves crímenes, lo que alcanzó su punto máximo con el llamado “juicio a los
comandantes de las juntas militares” en 1985. Pero que luego de ello empezó de a poco a
desandarse ese camino y a escribirse una verdadera historia de la impunidad: de diversas formas
y a partir de distintos instrumentos (bajo presión militar, con las leyes de punto final y obediencia
debida, luego con decretos presidenciales de indultos) el estado argentino retrocedió en ese
primer impulso y dejó de perseguir a los autores de estos crímenes de masa. Para 1991 ya no
había ningún juicio en marcha y no había personas condenadas además de los comandantes
militares. Lo único que pervivió durante esa etapa que se extendería hasta mediados de la década
de 2000 fue el reclamo de familiares (madres, abuelas, hijos) y víctimas sobrevivientes, que se
centró en la exigencia de enjuiciar a los responsables.

Ese proceso de impunidad sólo se rompería a partir del funcionamiento de los órganos
internacionales de protección de derechos humanos, creados justamente a partir de la idea de no
dejar que los estados pudieran dejar sin reparar las más graves violaciones a estos derechos
contra las personas bajo su jurisdicción.

En particular en este proceso tuvo un valor decisivo, primero, la tarea de la Comisión


Interamericana de Derechos Humanos. Este órgano fue el único que desafiando la dictadura
argentina vino al país en 1979, tomó cientos de denuncias y testimonios y emitió un duro y
detallado Informe que daba cuenta, mientras aun ocurrían de las más graves violaciones a
derechos humanos cometidas en Argentina.

Luego la Corte IDH, que ya había sentado conceptos fundamentales en la materia en la primera
sentencia del sistema interamericano de derechos humanos (Corte IDH “Velázquez Rodríguez v.
Honduras” de 1988) en cuanto a desapariciones forzadas y las obligaciones estatales para evitar
su impunidad, fijó una posición específicamente sobre el valor de las normas o medidas estatales
que impidieran el juzgamiento de responsables de graves violaciones de derechos humanos. En
2001, con el fallo “Barrios Altos v. Perú” la Corte IDH declaró la incompatibilidad de esas leyes de
impunidad con la Convención Americana de Derechos Humanos, sea bajo la forma de amnistía,
de prescripción, o del establecimiento de excluyentes de responsabilidad, siempre que impidan la
investigación y sanción de graves violaciones al derecho internacional de los derechos humanos.
Esas normas, dijo la Corte, carecen de efectos jurídicos.

Esta sentencia caló hondo en el esquema jurídico y político argentino. Por un lado, dio fundamento
a la sanción de leyes que implicaron la posibilidad de volver a abrir el juzgamiento de los
responsables de esos hechos (Leyes 25.778 y 25.779, del año 2003). Pero además, y sobre todo,
porque implicó el cambio de la postura jurisprudencial que venía teniendo la CSJN en cuanto a la
validez de las leyes de impunidad que declaró inconstitucionales y a la aplicación de las normas
del ius cogens: derecho de gentes, lesa humanidad e imprescriptibilidad. Con los fallos “Arancibia
Clavel” y “Simón” la CSJN habilitó la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad/graves
violaciones de derechos humanos en todo el país, lo cual luego fue reforzado por otras sentencias
que irían expandiendo ese primer aspecto (entre los más relevantes “Mazzeo” de 2007, que
declara la inconstitucionalidad de los indultos presidenciales).

Esto implicó la reapertura de cientos de juicios en todo el país, con la ruptura final de la impunidad,
en procesos de una enorme complejidad que aun hoy continúan en pleno desarrollo. De algunos
aspectos de estos juicios da cuenta Leonardo Filippini en su artículo y se encuentran disponibles
también informes genéricos sobre cantidad de juicios, de condenas y absoluciones y personas
sometidas a proceso aquí.

En Tucumán se llevan ya desarrollados 14 juicios orales ante el Tribunal Oral en lo Criminal


Federal, el primero de los cuales fue “Vargas Aignasse”, donde Antonio Domingo Bussi y Luciano
Benjamín Menéndez resultaron condenados a prisión perpetua en 2008, fallo que fue confirmado
por la CSJN. En esa sentencia puede observarse ya cómo las decisiones que venimos poniendo
en una línea histórica cristalizan de manera definitiva en un caso muy cercano a nuestra realidad,
en el resumen del fallo a disposición.

El caso argentino en el juzgamiento de estas graves violaciones a los derechos humanos es, en
definitiva, el primer ejemplo que verán en el cursado de cómo los sistemas internacionales de
protección funcionan e influyen al interior de los estados, modificando prácticas y dejando sin
efecto normas que se oponen al derecho internacional de los derechos humanos. También es un
proceso en el que pueden ver de qué manera víctimas sobrevivientes y familiares de víctimas
utilizaron los sistemas internacionales para obtener justicia, denunciando a un estado que se
había conformado con la impunidad.

CONCLUSIONES

En definitiva, podemos identificar dos procesos dinámicos en estas primeras unidades, que luego
se verán repetidos en mayor o menor medida en todas las unidades siguientes.

Primero se puede observar un ida y vuelta permanente a lo largo de la historia, entre procesos de
raíz nacional, que primero se universalizan y que luego nuevamente son traídos al ámbito local
para generar una respuesta cercana, dentro de los propios estados, en la solución de conflictos
cada vez más cotidianos. Este proceso de creación del derecho internacional de los derechos
humanos y luego de su aplicación por parte de los poderes públicos nacionales (los tribunales al
decidir, los cuerpos legislativos al modelar leyes, las autoridades ejecutivas al diseñar e
implementar políticas públicas) puede verse en todos los temas que se irán abordando y en todos
los niveles.

Por otro lado, hay un proceso de constantes avances y retrocesos en todos los temas propios de
los derechos humanos y de todos los niveles de realidad: internacional, nacional, local. El derecho
de los derechos humanos hoy se expresa en esa permanente tensión: los terrenos ganados
pueden verse amenazados, hay nuevos campos que se van conquistando merced a procesos
históricos. Pensemos por ejemplo en la realidad de lxs refugiadxs de Asia y África que hoy por hoy
pretenden ingresar a Europa, o lxs de América Latina que quieren ingresar a Estados Unidos y son
rechazados en las fronteras, confinados en centros de internamiento, separados de sus familias
o devueltos a sus países de modo compulsivo. ¿No es acaso este fenómeno similar al que
describía Hanna Arendt hace más de 70 años? O pensemos en los múltiples casos de abusos
policiales que se han dado en todo el mundo en el contexto de la pandemia de Covid-19, o, con
ese mismo telón de fondo, la discusión pública e incluso la admisión por parte de algunos líderes
mundiales de que determinadas poblaciones deben vivir o morir, según su fortuna, su edad, su
nacionalidad. ¿No son estos fenómenos dramáticos retrocesos en la ciudadanía universal y el goce
de derechos fundamentales como el derecho a la vida o el derecho a tener derechos?

Al mismo tiempo, sin embargo los genocidios cometidos en la década de 1990 de la Ex Yugoeslavia
y de Rwanda, como casos paradigmáticos, no pudieron mantenerse del todo ajenos a la
comunidad internacional, que generó instancias jurisdiccionales específicas para investigar,
enjuiciar y sancionar a sus perpetradores. Lo mismo ocurrió con otros fenómenos a nivel
internacional y regional. Esto podría alentarnos a pensar que el marco de lo inaceptable se ha
ampliado considerablemente.

También, por otro lado, podemos observar un crecimiento sin antecedentes en el impacto social
de los movimientos de mujeres y de los feminismos en pugna por ampliar derechos, reducir la
violencia de género, los femicidios, aumentar la paridad laboral, entre otros puntos que hasta hace
algunos años atrás no figuraban con esa potencia en la agenda pública. Lo mismo ocurre con los
movimientos de minorías sexuales o étnicas, que han conseguido proyectarse hacia políticas
públicas, sentencias o leyes que ampliaron significativamente sus derechos.

Esa dinámica y esa tensión permanente son los derechos humanos, hoy. Como señala Raffin, son
una praxis, una práctica; pero también un grupo móvil de ideas que legitiman esas prácticas.
Adoptan la forma del derecho, pero tienden a convertirse en una herramienta de cambio de la
realidad y del propio derecho; a la vez mantienen el estado de las cosas y son profundamente
modificadores. Lo cierto es que el movimiento de derechos humanos ha generado avances que ya
resultan irreversibles.

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