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NOCIONES FUNDAMENTALES SOBRE JURISDICCIÓN Y COMPETENCIA

Por Marcos J. Solís Saldivia.

“.... los grandes problemas jurídicos jamás se hallan en las


constituciones, en los códigos, en las leyes, en las decisiones de los
jueces o en otras manifestaciones parecidas del <<derecho
positivo>> con las que los juristas trabajan, ni nunca han encontrado
allí su solución. Los juristas saben bien que la raíz de sus certezas y
creencias comunes, como la de sus dudas y polémicas, está en otro
sitio. Para alcanzar lo que de verdad les une o les divide es preciso ir
mas al fondo o, lo que es lo mismo, buscar mas arriba, en lo que no
aparece expreso”.

Mauricio Zagrebelsky.

Introducción

La jurisdicción y la competencia son dos instituciones a las cuales la doctrina procesal ha dedicado,

probablemente, la mayor cantidad de tiempo y esfuerzo con el objeto de precisar sus definiciones y

distinguir la una de la otra. Desafortunadamente, muy a pesar del empeño de los mas connotados

juristas, aun en nuestros días, entre quienes nos hemos dedicado al ejercicio del derecho, reina una

suerte de confusión respecto de la verdadera significación de las mismas pues, a diario, no sólo

vemos como se las utiliza desprejuiciadamente como sinónimos, acuñando expresiones tales como

“jurisdicción civil”, “jurisdicción mercantil”, “jurisdicción penal” para aludir a los órganos

jurisdiccionales que tienen atribuida competencia para conocer asuntos concernientes a las materias

civil, mercantil y penal, respectivamente, sino que, además, en nuestros tribunales se promueven,

con mas regularidad de lo que pensamos, incidentes procesales en los cuales se “cuestiona la

jurisdicción” cuando, en realidad, la intención del justiciable (mejor dicho: de su abogado) ha sido

“cuestionar la competencia” del funcionario judicial que viene conociendo de la causa y, viceversa,

también hemos observado la generalizada tendencia a “cuestionar la competencia” cuando, real y

efectivamente, lo que se pretende es “cuestionar la jurisdicción”.



Abogado. Especialista en Derecho Procesal. Profesor de pregrado de la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho.
Profesor de postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello.
2

Así las cosas, se comprenderá, pues, que las líneas que siguen propenden, básicamente, a poner a la

disposición del amable lector una serie de consideraciones que estimamos fundamentales para

delinear los precisos contornos de estas dos instituciones procesales y, además, contribuir no sólo a

distinguirlas sino, también, a procurar que el tratamiento que de ellas se haga en el futuro se

encuentre en consonancia con lo que al respecto dispone el ordenamiento jurídico positivo

venezolano.

Definición de Jurisdicción

Procurar una definición universalmente aceptada de lo que debe ser entendido por jurisdicción es,

sin ningún género de dudas, una de las tareas más difíciles que ha asumido la ciencia del derecho

procesal. Dificultad ésta que parte desde la amplitud misma que presenta el vocablo en cuestión 1,

que ha posibilitado que sea utilizado en el lenguaje jurídico para significar distintas cosas 2, pasando

por el hecho de que el concepto de jurisdicción se encuentra impostado en la teoría general del

Estado, en el derecho constitucional, en el derecho administrativo y en el derecho procesal (Fairén,

V. citado por Morello, A. 2001; p.125) hasta llegar a la multiplicidad de teorías expuestas acerca de

la jurisdicción, que procuran definir esta particular función del Estado atendiendo a una diversidad

de aspectos que han de variar según la particular opinión de cada autor3.

1
Etimológicamente, el vocablo jurisdicción proviene del latín iurisdictio, que se encuentra integrado por las voces iuris,
que significa “derecho”, y dicere, que alude a “decir”, “declarar”, “dar”. Desde este punto de vista, la jurisdicción bien
puede ser concebida como “la facultad de declarar el derecho”. Sin embargo, tal y como apunta Bonjeam, citado por
Azula, J. (1997; T:I, p.131), la facultad de declarar el derecho “tiene un campo de acción muy extenso, pues se refiere
también al legislativo y al ejecutivo, por cuanto dar o declarar el derecho es reglamentar las relaciones sociales, sea
creándolo o aplicándolo”. Efectivamente, no puede negarse que, de acuerdo con lo que indica el buen sentido, el derecho
no solamente es declarado por el juez cuando mediante una sentencia decide una cuestión para componer un litigio, sino
que también el derecho es declarado por el legislador cuando promulga una determinada ley e incluso por los
particulares cuando, de acuerdo con lo previsto en el artículo 1.159 del Código Civil, hacen del contrato ley entre ellos;
de manera tal pues que, “esa potestad corresponde, no sólo al juez sino a toda persona cuya declaración posea el carácter
de fuente del derecho” (Carnelutti, F. 1993; T:I, p.156).
2
Efectivamente, en el derecho de los países latinoamericanos este vocablo tiene, por lo menos, cuatro (4) acepciones:
como ámbito territorial; como sinónimo de competencia; como conjunto de poderes o autoridad de ciertos órganos del
Poder Público; y su sentido preciso y técnico de función pública de hacer justicia (Couture, E. 1981; p.27).
3
A la jurisdicción se le ha pretendido definir atendiendo al punto de vista de los fines que persigue, a la actividad que
realiza, a su objeto, a sus efectos, a la calidad del órgano que la ejercita, etc.. Las teorías expuestas para definir la
jurisdicción suelen ser sistematizadas para su estudio en dos (2) grandes grupos que normalmente se vienen
denominando “doctrinas subjetivas y objetivas” sobre la jurisdicción.
3

No obstante lo que se ha dicho, estimamos que es perfectamente posible lograr esa definición, si se

hace uso de las notas esenciales que las distintas disciplinas y teorías jurídicas han puesto de relieve

en su afán de definir la jurisdicción, puesto que ellas no significan ineludiblemente oposición, sino

aspectos diversos de un mismo fenómeno y, por consiguiente, son susceptibles de complementarse

las unas a las otras.

Nosotros pensamos que esas notas esenciales podrían ser sistematizadas en dos (2) parcelas que

atenderían, la primera, en tanto que ésta es una manifestación del Poder Público del Estado, a la

“función jurisdiccional” y al “órgano” que debe ejercerla y, la segunda, a su desenvolvimiento, esto

es, al modo que permitiría que ese órgano ejercite efectivamente tal función.

Así las cosas, en primer lugar, debe entenderse a la jurisdicción como una de las manifestaciones de

la potestad del Estado que ha de ser ejercida por órganos independientes, determinados con

antelación a la cuestión que les habrá de ser sometida a su consideración y especializados en la

particular función que se les ha encomendado: que no es otra que dar satisfacción o tutela a los

intereses jurídicos relevantes de los justiciables mediante la justa aplicación del derecho. En

segundo lugar, debe entenderse que la jurisdicción sólo es posible ejercerla mediante el proceso, que

nace cuando se conjugan dos (2) poderes jurídicos de naturaleza constitucional: la acción de las

partes y la jurisdicción del juez, de modo que éste viene a ser, de alguna manera, tanto el ejercicio y

desarrollo del poder jurídico de la acción como de la jurisdicción. Por lo tanto, cualquier definición

que pretenda darse de la jurisdicción, debe conjugar, necesariamente, todos estos factores (Podetti,

R. 1963, p.338; Lascano, D. 1941. p.371; Calamandrei, P. 1973, T: I, p.109; Rengel, A. 1994, T: I,

p.98; Di Iorio, A. 1997. p.27)4.

4
Hoy en día nadie duda que las nociones de “jurisdicción”, “acción” y “proceso” constituyen la “trilogía estructural de
la ciencia del proceso” Podetti, R. Teoría y técnica del proceso civil. Ediar Soc. Anón. Editores. Buenos Aires. 1963.
p.338. En el mismo sentido: Alsina, H. Tratado teórico práctico de derecho procesal civil y comercial. 2ª. ed.. Vol. I.
Ediar Soc. anón. Editores. Buenos Aires. 1963. p.415; Palacio, L. derecho procesal civil. 2ª. ed.. Vol. Abeledo Perrot.
Buenos Aires. 1994. p.321. Alcalá-Zamora, N. por su parte, luego de admitir que Podetti había asociado las nociones de
“jurisdicción”, “acción” y “proceso” con gran acierto, tilda a esta “trilogía estructural de la ciencia del proceso civil” de
ser un “trípode desvencijado”, puesto que, en su opinión, ninguno de ellos había alcanzado una elaboración conceptual
4

Dicho esto, tomando como punto de partida la definición que ha propuesto Longo, P. (2002, p.99) 5,

pensamos que a la jurisdicción puede definírsele como la potestad dimanante de la soberanía

popular, que ha sido asumida por el Estado como consecuencia directa de haber restringido la

posibilidad de que los particulares se hicieran justicia por su propia mano, que es indispensable,

junto con el poder correlativo de la acción, para constituir válidamente el proceso, único

mecanismo por el cual se la ejerce, a través de órganos esencialmente independientes,

determinados con antelación a la cuestión que les habrá de ser sometida a su consideración y

especializados en la tutela judicial de los intereses jurídicos de los particulares, mediante la justa

aplicación de la ley y el derecho al caso concreto.

En la definición que se acaba de proponer se destaca:

a) Que a la jurisdicción puede definírsele como la potestad dimanante de la soberanía popular, que

ha sido asumida por el Estado como consecuencia directa de haber restringido la posibilidad de que

los particulares se hicieran justicia por su propia mano.

En la definición que se propone, se parte del origen mismo de la jurisdicción, a la cual se concibe

como una “potestad” puesto que ella supone una derivación de la soberanía popular 6 que atribuye a

definitiva y convincente. Así, pues, jugando con los verbos “ser” y “estar” afirma que “del proceso sabemos donde está,
pero no lo que es (si una relación o una situación jurídica, etc.); de la jurisdicción sabemos lo que es, pero no donde está
(si en el derecho procesal o en el constitucional, …) y de la acción no sabemos ni lo que es (pugna entre las teorías
abstractas y las concretas) ni donde está (si en el campo del derecho material o en el del procesal)”. Cfr. Enseñanzas y
sugerencias de algunos procesalistas sudamericanos acerca de la acción. Estudios de teoría general e historia del proceso
(1945-1972). Universidad nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones jurídicas. México. 1992. p.23.
5
Que resulta la más acertada y técnica que hayamos tenido la oportunidad de estudiar. En efecto, afirma el maestro
venezolano que la jurisdicción: “es la expresión del poder soberano asumido por el Estado, como consecuencia de la
supresión de la violencia privada, indispensable, junto con el poder correlativo de la acción, para la válida constitución
del proceso, único mecanismo a través del cual se la ejerce, mediante delegación en órganos especializados en la tutela
judicial de los intereses jurídicos”.
6
El artículo 243 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dispone que “la potestad de administrar
justicia emana de los ciudadanos y ciudadanas y se imparte en nombre de la República, por autoridad de la ley”. No cabe
la menor duda de que el precepto constitucional antes referido constituye una consecuencia lógica de la declaración
contenida en el artículo 5 del Texto Fundamental de la República, de acuerdo con el cual “la soberanía reside
intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e
indirectamente mediante el sufragio por los órganos que ejercen el Poder Público”. Así las cosas, se comprende que la
única fuente que legitima la actuación de los órganos jurisdiccionales, esto es, el ejercicio de la jurisdicción es el pueblo
de quien, en definitiva, emana: téngase en cuenta que el único aparte del mencionado artículo 5 Constitucional dispone
que “los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”.
5

su titular una posición de superioridad o de supremacía respecto de las demás personas que con él se

relacionan. En efecto, siendo la jurisdicción una potestad dimanante de la soberanía, resulta

connatural a ella una fuerza de mando, esto es, un poder de dominación que es capaz de regular el

comportamiento de los demás, acudiendo, en caso de ser necesario, al uso de la fuerza y, por lo

tanto, actuando de acuerdo con la potestad conferida y dentro de su específico ámbito, el titular de

ella no tiene superior ni iguales, de manera que todos están sometidos a él. Esta particular condición

de superioridad es, precisamente, la que hace plenamente eficaz el ulterior cumplimiento de las

decisiones que a diario profieren los órganos jurisdiccionales (Montero, J. et. al. 1991, T:I, p.48;

Gimeno, J. 1981, p. 32; Alcalá-Zamora, N. 2001, p.4).

El ejercicio de esta potestad es la resultante natural, por una parte, de la delegación de una porción

de la soberanía popular para que sea ejercida por sus representantes (Borjas, A. 1973, T:I, p.164) y,

por otra parte, de la restricción general de la autodefensa que ha sido impuesta por el Estado (Alsina,

H. 1963, T:I, p. 25; Rocco, U. 1983, T:I, p.42; Cuenca, H. 1969, T:I, p.75; Calamandrei, P. 1973,

T:I, p.181). Cuya potestad, según hemos dicho anteriormente, es, precisamente, la que genera el

efecto de sujeción colectiva respecto de lo que en definitiva sea el resultado de su actuación (de lo

que sea decidido y pasado en autoridad de cosa juzgada) y permite que se concreten los efectos

jurídicos determinados en la decisión judicial en la esfera personal y patrimonial de los justiciables,

sin que resulte necesario para ello que éstos manifiesten su voluntad y aún en contra de ella7.

b) Que la jurisdicción es indispensable, junto con el poder correlativo de la acción, para constituir

válidamente el proceso.

Ya hemos tenido la oportunidad de advertir que, en nuestro concepto, a la jurisdicción no puede

pretender definírsele ajena al complejo sistema de relaciones al que su ejercicio se encuentra

vinculado.

7
El artículo 273 del Código de Procedimiento Civil dispone textualmente que “La sentencia definitivamente firme es ley
de las partes en los límites de la controversia decidida y es vinculante para todo proceso futuro”.
6

Si nos detenemos a observar el modo en el que normalmente se desarrolla un proceso jurisdiccional

cualquiera, podemos apreciar que el mismo consiste en una serie de actividades que son realizadas

por un conjunto determinado de hombres, que colaboran para la consecución de un objetivo común

que, en principio, no es mas que la obtención de una sentencia que disponga en derecho a cual de

ellos asiste la razón y su posterior ejecución. En efecto, el proceso no se constituye sólo con la

actuación de los justiciables; del mismo modo que es manifiestamente imposible que se desarrolle

exclusivamente con la actuación del órgano jurisdiccional, sin que tengan participación alguna los

justiciables. Gracias al ejercicio del poder jurídico de la acción se estimula la actuación del órgano

jurisdiccional y, precisamente, de la conjugación de estos dos poderes (acción y jurisdicción) tiene

su génesis el proceso. Así las cosas, los órganos jurisdiccionales (titulares de la potestad

jurisdiccional), una vez que se ha requerido formalmente su actuación, se encuentran implicados en

una inexorable relación de pertenencia con las manifestaciones procesales de los sujetos titulares del

poder de la acción, de modo que su actuación siempre habrá de estar dirigida, cuando menos, a uno

de ellos, del mismo modo que cualquier actuación de los titulares del poder de la acción, habrá de

estar dirigida, siempre, al órgano jurisdiccional, en una suerte de interdependencia sistemática que

se concentra en un solo concepto: el proceso. No en vano se había dicho que el proceso es tanto el

desarrollo de la acción, cuanto de la jurisdicción, y a su vez, deviene en su esencia gracias a la

dinámica conjunta de ambas (Ramos, F. 1978, p.115).

c) Que el proceso es el único mecanismo por el cual se ejerce la jurisdicción.

La anterior explicación resulta de capital importancia pues contribuye a romper con el enquistado

estigma de considerar a la sentencia como la expresión formal del acto jurisdiccional,

prescindiéndose de toda consideración que pudiera sugerir que ésta no es mas que “el acto

conclusivo del proceso de cognición”, en cuyo proceso, por lo demás, se han sucedido

ordenadamente una serie de etapas o lapsos dentro de los cuales las partes y el juez han ejecutado un
7

conjunto de actos tendientes a hacerlo llegar a su natural desenlace (la sentencia y su eventual

ejecución), cuyos lapsos se encuentran ligados unos a otros por el inquebrantable principio de la

preclusión, de acuerdo con el cual no ha podido nunca alterarse el orden de aquella determinada

sucesión de momentos y oportunidades.

Si bien es cierto que, a simple vista, pareciera que el objeto de la potestad jurisdiccional se resumiría

en “juzgar y ejecutar o hacer ejecutar lo juzgado”, como lo dispone el primer aparte del artículo 253

Constitucional, no es menos cierto que, al efectuar un estudio mas detenido de dicha potestad, se

puede apreciar que ésta cuenta con un haz de facultades, mejor dicho, de poderes que se proyectan

desde el juez hacia las partes y los terceros, cuyas facultades, por lo demás, no pueden ejercerse

efectivamente sino dentro del proceso8.

Por otra parte, no puede dejar de mencionarse que en el proceso, según hemos anticipado

anteriormente, ejerce verdadera influencia la actividad de las partes en tanto que ésta constituye la

expresión formal del poder jurídico de la acción. En efecto, adviértase que no obstante haber

sometido la causa a la consideración del juez, la partes pueden darse, ellas mismas, una sentencia a

través de los diferentes modos de autocomposición procesal y, al juez, en estos particulares casos, le

8
En efecto, generalmente se reconocen cinco (5) elementos integrantes de la potestad jurisdiccional que, al propio
tiempo, son representativos de otras tantas potestades que han sido conferidas al juez para el eficaz cumplimiento de su
misión de “administrar justicia” y, regularmente, en la doctrina se las menciona siguiendo el orden temporal en que,
esquemáticamente, éste las utiliza en el proceso: notio, vocatio, coertio, iuditium y executio. Veamos: la notio puede ser
definida como la aptitud judicial de conocer en el asunto particular sometido a la consideración del juez; en pocas
palabras: es la aptitud indispensable para conocer en la causa. Como se comprenderá, pues, esta aptitud, poder o potestad
es imprescindible puesto que el juez, como todo el mundo, para poder dictar el fallo que se le requiere, debe actuar con
conocimiento de causa (Oderigo, M. 1989, p.215; Alsina, H. 1963, T:II, p.426). Por su parte la vocatio Es la aptitud
judicial de convocar a las partes para que comparezcan formalmente al debate procesal, sometiéndolas jurídicamente, de
este modo, a las consecuencias que del mismo se derivan (Oderigo, M. 1989, p.218; Alsina, H. 1963, T:II, p.427). La
coertio es la aptitud de disponer de la fuerza para obtener el cumplimiento de todas aquellas diligencias que han sido
decretadas por el juez durante la tramitación del proceso, esto es, antes de que sea dictada la sentencia de mérito
(Oderigo, M. 1989, p.220; Alsina, H. 1963, T:II, p.427). La iuditio es la aptitud de dictar la sentencia que,
definitivamente, decida el conflicto intersubjetivo de intereses sometido a la consideración del juez o que, en definitiva,
satisfaga el interés jurídico de los justiciables. Esta es, que duda cabe, la aptitud judicial mas importante, porque se
refiere al acto de juicio hacia el cual se encamina toda la actividad procesal, del juez, de las partes, y de sus respectivos
auxiliares (Oderigo, M. 1989, p.222; Alsina, H. 1963, T:II, p.427). Finalmente la executio consiste en la aptitud judicial
de hacer uso de la fuerza pública, si es necesario, con el fin de hacer cumplir las decisiones del juez, pero, se diferencia
de aquella en que se refiere a la fuerza necesaria para el cumplimiento de lo que ha sido resuelto en la sentencia
definitiva, y no a las diligencias decretadas durante el proceso (Oderigo, M. 1989, p.226; Alsina, H. 1963, T:II, p.428).
8

corresponde administrar justicia de un modo absolutamente distinto a la decisión del conflicto

(homologando lo acordado por aquellas). Dueñas como son del objeto del proceso (no del proceso),

las partes pueden separar al juez del conocimiento de la causa para que la misma sea resuelta por

entes distintos.

En efecto, Mezgravis, A. (1996, p.369) afirma acertadamente que:

“del mismo modo que las partes pueden transigir la controversia, también pueden ellas
comprometerla en árbitros o prorrogarla a jurisdicciones extranjeras. Ello constituye una
manifestación lógica y sobre todo primordial de la autonomía negocial de las partes, que
ninguna fuerza externa puede impedir sin ir contra la realidad e incluso caer en el
absurdo. Es un enorme error pensar que las partes, a través de estos convenios donde
por supuesto queda a salvo el orden público, usurparían una función propia y exclusiva
del Estado, como es la jurisdicción”.

Así las cosas, dado que no es posible concebir que se ejercite la actividad jurisdiccional sin que se

concite la actuación de los justiciables (que son los titulares del poder de la acción) y que, en virtud

de la conjugación de estos dos poderes se da nacimiento al proceso, en el cual, según se ha dejado

dicho ya, se desarrollan en forma interdependiente las actuaciones del juez y de las partes, no puede

menos que concluirse que este último es el único mecanismo a través del cual se ejerce la

jurisdicción (Longo, P. 2002, p.99; Montero, J., Flors, J. y López, G. 2000, T:I, p.152; Duque, R.

2000, T:1; p.91; Podetti, R. 1963, p.338; Ramos, F. 1978, p.115).

d) Que la jurisdicción se ejercita mediante órganos esencialmente independientes, determinados con

antelación a la cuestión que les habrá de ser sometida a su consideración y especializados en la

tutela judicial de los intereses jurídicos de los particulares.

Junto con la imparcialidad que cada juzgador ha de tener respecto del objeto litigioso y de las partes

procesales, en el moderno Estado Constitucional9 se ha implantado la garantía de la independencia

del juez respecto de los otros poderes del Estado, en particular del Ejecutivo, con la finalidad de

asegurar que “la garantía de los derechos de los ciudadanos, en que se resuelve la actuación del

9
Sobre la noción de Estado Constitucional consúltese en Zagrebelsky, G. (1999, pp.33 y ss.)
9

Derecho objetivo, se haga sólo con sujeción a la ley, desvinculándose de cualquier otra sumisión o

influencia” (Montero, J. 1999, p.99).

La independencia es, por encima de cualquier otra, la nota definitoria de los jueces y magistrados

frente a los demás cuerpos de funcionarios y servidores públicos 10, que, por el contrario, se

encuadran en una organización administrativa regida precisamente por el principio de la

dependencia jerárquica en la cual la voluntad del “superior” prevalece o se impone a la del

“subalterno” (Moreno, V., Cortés, V. y Gimeno, V. 2000, p.82). Sin embargo, debe advertirse que la

independencia del juez no es reconocimiento de un poder arbitrario, sino el postulado para que

pueda mejor ejercer su potestad de proceder y juzgar con sumisión exclusiva a la ley; las

desviaciones de esa sumisión hacen nacer en él la responsabilidad, precisamente porque su posición

de independencia impide que pueda derivarla hacia otras personas (Ortells, M. 1999, p.20).

No puede negarse que la independencia del juez es una condición esencial a la definición de la

actividad jurisdiccional puesto que resultaría manifiestamente imposible hablar del control de la

constitucionalidad y la legalidad de las distintas funciones del Estado; es más, sin que existiese

verdadera independencia del órgano encargado de efectuar el control respecto del controlado11.

Se requiere, además, que ese órgano jurisdiccional haya sido creado, investido constitucionalmente

de jurisdicción y determinada legalmente su competencia con antelación al hecho motivador del

10
Opinan que la independencia del juez si es esencial a la actividad jurisdiccional: Carnelutti, (F. 1993, T: I, p.258);
Chiovenda, G. (1922, T:I, p.342); Montero, J. (1999, p.99); Lascano, D. (1941, p. 29); Ortells, M. (1999, p.11). Por otro
lado, están en contra: Alcalá-Zamora, N. (1992, p.38); Palacio, L. (1994, p.344). Lampué, P. (2001, p.25) acota que “hay
tareas distintas de la jurisdiccional cuyo desempeño parece exigir, en los órganos encargados de ella, una imparcialidad
que sólo podría garantizarse por medio de su independencia funcional. Los jurados de exámenes y concursos públicos
poseen esta independencia, ya que no puede dictárseles el contenido de sus decisiones por medio de órdenes o
instrucciones”. De manera tal pues que, concluye el autor en comentarios, “la ausencia de sumisión al poder instructorio
de una autoridad superior no es un elemento revelador del acto jurisdiccional”.
11
Precisamente por ello, en la Exposición de Motivos del Texto Fundamental se dispone que el ejercicio de la función
jurisdiccional: “requiere la existencia de unos órganos que, institucionalmente caracterizados por su independencia,
tengan la potestad constitucional que les permita ejecutar y aplicar imparcialmente las normas que expresan la voluntad
popular, someter a todos los Poderes Públicos al cumplimiento de la Constitución y las leyes, controlar la legalidad de la
actuación administrativa y ofrecer a todas las personas tutela efectiva en el ejercicio de sus derechos e intereses
legítimos”.
10

proceso judicial, de tal modo que su régimen orgánico y procesal no permita calificarle de ad hoc o

excepcional (Picó, J. 1997; p.97).

Ahora bien, habiéndose postulado la esencia jurisdiccional de todos los actos emanados del juez en

ejercicio del conjunto de facultades-poderes que se derivan de la potestad jurisdiccional durante el

proceso, antes y después de la sentencia, lo que deviene, necesariamente, en que no todos ellos serán

susceptibles de pasar en autoridad de cosa juzgada ni, mucho menos, de ser ejecutados, se ha

destacado en la definición que se propone que esos órganos jurisdiccionales, esencialmente

independientes, se encuentran especializados en el ejercicio de la función de brindar tutela a los

intereses jurídicos que los sujetos titulares del poder de la acción no pueden tutelarse por ellos

mismos. Cuya tutela ha de brindarse, de acuerdo con el amplio espectro que abarca la actuación

jurisdiccional, mas allá de los reducidos límites que le demarcan las nociones del conflicto, la

sentencia, la cosa juzgada y la potestad de ejecución de los actos declarativos emanados del órgano

jurisdiccional (que algún sector de la doctrina estima, sin embargo, esenciales en la definición de

jurisdicción), puesto que si bien es cierto que la actuación jurisdiccional comprende la solución de

conflictos, ésta, sin embargo, no se agota en ella (Solís, M. 2005, pp.87 y ss.).

e) Que la jurisdicción se ejercita procurando de la justa aplicación de la ley y el derecho al caso

concreto.

Se ha dicho en la definición que la especialidad de la función jurisdiccional consiste en dar

satisfacción a los intereses jurídicos de los justiciables, sin embargo, no se trata de una solución

cualquiera, se requiere que ésta sea jurídica. De manera tal pues que la satisfacción de los intereses

de los justiciables no puede lograrse sino mediante la justa aplicación de la ley12.

12
Como lo postulan tanto el ordinal 2° del artículo 156 Constitucional como el artículo 12 del Código de Procedimiento
Civil, al exigir que “en sus decisiones el juez debe atenerse a las normas del derecho a menos que la ley lo faculte para
decidir con arreglo a la equidad”.
11

Definición de Competencia

Algún sector de la doctrina ha entendido a la competencia como “la medida en que la jurisdicción se

divide entre las diversas autoridades judiciales” (Mattirolo, citado por Véscovi, E. 1984, p.155),

como “la cantidad de jurisdicción que corresponde a cada uno de los jueces ordinarios” (Satta, S.

1971, T:I, p.21), como “un fragmento de la jurisdicción” (Couture, E. 1981, p.44), o como “la

potestad de jurisdicción para una parte del sector jurídico: aquel específicamente asignado al

conocimiento de determinado órgano jurisdiccional” (Sentencias dictadas por la Sala Político

Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia el día 31 de enero de 2.001, en el juicio de William

Manuel Pérez y otra contra José del Valle Pineda citada por Pierre, O. 2001, T:1, pp.219 y 220 y el

28 de marzo de 2.001, en el juicio de Geani José Cordone Palandrini citada por Pierre, O. 2001, T:3.

pp.536 y ss.).

Las definiciones que hemos citado nos obligan a efectuar algunas precisiones.

La jurisdicción es, según hemos tenido la oportunidad de decir, la soberanía del Estado aplicada a la

función de administrar justicia, esto es, la potestad del Estado para someter o doblegar los intereses

de los particulares al interés colectivo en la satisfacción de los intereses de los justiciables a través

del proceso, mediante la aplicación de las normas del derecho objetivo. Concebida así la

jurisdicción, resulta evidente que cualquiera que sea la clase de conflicto o la necesidad de satisfacer

un particular interés jurídico que requiera su intervención, la materia a la cual se aplique y las

personas que sean parte en esos procesos, se tratará siempre de la misma función jurisdiccional y del

mismo derecho, muy a pesar de que esta función sea ejercida por múltiples órganos jurisdiccionales

(Devis, H. 1996, T:I, p.83; Montero, J. et. al. 1991, T:I, p.63; Redenti, E. 1957, T:I, p.140).

En pocas palabras: si la jurisdicción es una potestad que, como hemos dicho, dimana de la soberanía

popular, ésta ha de ser necesariamente “única”. Es conceptualmente imposible, nos dicen Montero,
12

J. et. al. (1991, T:I, p.63), que un Estado no federal tenga mas de una jurisdicción13. De allí pues que,

aunque comúnmente suele hablarse con ligereza de jurisdicción civil, de jurisdicción penal, de

jurisdicción contencioso administrativa, de jurisdicción constitucional o de jurisdicción ordinaria y

jurisdicción especial, se encuentra fuera de toda discusión teórica que estas expresiones se refieren

sólo a manifestaciones de una única jurisdicción que, sin embargo, es ejercida por muchos órganos

especializados en cada una de esas materias.

En efecto, tal y como nos dice Prieto-Castro, L. citado por Ortells, M. (1999, p.47; Couture, E. 1981,

p.44) “con un concepto único de jurisdicción es incompatible la distinción de jurisdicción ordinaria

y jurisdicciones especiales. Se trata de una comodidad de léxico, pues lo que quiere expresarse es la

variedad de órganos encargados del ejercicio de la jurisdicción en cada una de sus manifestaciones”.

Bueno es advertir que la jurisdicción no sólo es única, sino que es también “indivisible”, lo que

implica que todos los órganos jurisdiccionales la poseen íntegramente, vale decir, totalmente; no se

tiene una parte de la jurisdicción, simplemente, se tiene toda esta potestad o no se tiene (Alsina, H.

1963, T:II; p.512; Oderigo, M. 1989, p. 244)14. Por ello, pensamos que, técnicamente hablando, es

desde todo punto de vista incorrecto afirmar que la jurisdicción civil habrá de ser atribuida a unos

determinados órganos y la jurisdicción penal a otros tantos, puesto que, en realidad, cuando a unos

órganos del Estado (tribunales) se atribuye jurisdicción, se les atribuye toda la jurisdicción y, en

razón de ello, en el caso que nos ocupa, lo que se está distribuyendo entre aquellos tribunales es la

competencia por la materia civil y penal (Montero, J. et. al. 1991, T:I, p.63).

13
Precisemos, antes de continuar, que si bien es cierto que el artículo 4 de la Constitución dispone que “la República
Bolivariana de Venezuela es un Estado Federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución”, no lo
es menos que el artículo 136 eiusdem prescribe que el “Poder Público Nacional se divide en Legislativo, Ejecutivo,
Judicial, Ciudadano y Electoral” y que el ordinal 31° del artículo 156 ibidem, determina como competencia exclusiva
del Poder Público Nacional “la organización y administración nacional de la justicia”, por lo que, en nuestro criterio, las
ideas que aquí se exponen resultan perfectamente aplicables en nuestro ordenamiento jurídico positivo.
14
Al respecto, Rengel, A. (1994, T:II, p.277) nos enseña que “una vez elegido el juez, éste tiene la plenitud del poder
jurisdiccional en cuanto no esté confiada a otros alguna materia en especial; por ello se dice que el juez ordinario es el
juez de la unidad de la jurisdicción o que ejerce la jurisdicción plena”.
13

Así, pues, tenemos que, lo que se divide, reparte o distribuye entre los distintos órganos

jurisdiccionales no es la potestad jurisdiccional sino el “ámbito” (material, territorial, funcional, o

el aspecto cuantitativo de la relación jurídica controvertida) sobre el cual se ejercita la función

jurisdiccional, pues aquel puede ser muy variado. Surge, de este modo, la noción de competencia, a

la cual, de acuerdo con todo lo dicho, no cabe concebirla como la parte de la jurisdicción que se le

atribuye a un órgano jurisdiccional, ni tampoco como la medida de la jurisdicción que se asigna a

aquel; ésta, o sea, la competencia, no es mas que la parte del ámbito sobre el cual se ejercita toda la

función jurisdiccional (Montero, J. et. al. 1991, T:I, p.63).

De todo lo dicho se sigue que, en realidad, lo que puede disponerse es que la potestad jurisdiccional

que un tribunal tiene atribuida en su totalidad, sólo sea ejercida por éste sobre determinadas

materias, en una definida región del territorio nacional y sólo cuando el valor del objeto litigioso

alcance una determinada cantidad; puede, asimismo, restringirse la actuación de dicho tribunal a una

parte del proceso (en primera instancia, en segunda instancia o en casación); pero, aún y cuando esta

función sea ejercida por múltiples órganos jurisdiccionales, la jurisdicción continuará siendo una

sola. Precisamente por ello se afirma que todos los jueces tienen jurisdicción, pero no todos tienen

competencia para conocer en un determinado asunto (Couture, E. 1981, p.44).

De cuanto hemos tenido la oportunidad de decir, puede concluirse, entonces, que la competencia no

es mas que el poder o facultad que, habiéndose requerido la actuación jurisdiccional del Estado,

por ministerio de la ley, es atribuida a un determinado órgano perteneciente al Poder Judicial

(Tribunal), y no a otro, para decidir un particular asunto que (atendiendo a las circunstancias

referidas a la materia, cuantía, territorio o por expresa asignación de ley), es sometido a su

consideración y, de ser necesario, hacer ejecutar lo que ha sido decidido por él (Cuenca, H. 1969,

T:II, p.3; Rengel, A. 1994, T:II, p.277; Longo, P. 2002. pp.113 y 114; Devis, H. 1996, T:I, p.133).

En la definición que se propone se destaca lo siguiente:


14

a) Que la competencia, así como permite asignar a aquel determinado juez que, perteneciendo a la

estructura organizativa del denominado Poder Judicial de un Estado, la ley, atendiendo a criterios

predeterminados (la materia, la cuantía, el territorio, el grado, el turno, etc.), confiere el poder o

facultad de decidir el mérito de un asunto sometido a su consideración; recíprocamente, valga la

pena destacar desde ya, esa asignación del poder de decidir a un determinado juez genera, para los

demás jueces integrantes del Poder Judicial, el deber de abstenerse, en lo sucesivo, de pretender

conocer y decidir ese específico asunto (Palacio, L. 1994, T:II, p.367; Longo, P. 2002. pp.113 y

114).

b) Que si bien es cierto que los factores que determinan la asignación a un juez del poder de decidir

una particular causa, han de estar definidos previamente por la ley, sin embargo, esa asignación no

tiene lugar, en abstracto, en las previsiones de la misma ley sino, por el contrario, una vez que,

mediante el ejercicio del poder de la acción, se ha instado la actuación del órgano jurisdiccional,

vale decir, después que se ha instaurado el proceso, de tal suerte que, se afirma, esta asignación no

puede tener lugar sino en el proceso. Que ello debe entenderse de este modo queda perfectamente

claro al advertir que, si esta asignación tuviera lugar en abstracto (en el postulado de la ley),

entonces, no sólo se estaría ante el evento de que tan pronto como se produzca la insatisfacción del

interés jurídico de un justiciable, varios jueces serían, al mismo tiempo, competentes para decidir

una sola causa, sino que, además, esos varios jueces serían competentes para decidir una particular

causa que, precisamente por no haberse ejercido el poder de la acción, no ha sido sometida a la

consideración de ninguno de ellos y esto, como se podrá suponer, es manifiestamente imposible.

Relaciones entre jurisdicción y competencia

a) La jurisdicción es, según hemos dicho, la soberanía del Estado aplicada a la función de

administrar justicia, esto es, la potestad del Estado para someter o doblegar los intereses de los

particulares al interés colectivo en la satisfacción de los intereses de los justiciables a través del
15

proceso, mediante la justa aplicación de las normas del derecho objetivo. Así las cosas, se

comprende que no podrá asignársele válidamente el poder o facultad de decidir el mérito de una

causa, de proveer respecto de la satisfacción de un determinado interés jurídico, a ningún órgano que

no detente la potestad jurisdiccional. En pocas palabras: no puede haber competencia sin

jurisdicción (Marcano, R. 1960, T:I, p.295; Devis, H. 1996, T:I, p.133).

De lo que se acaba de decir bien puede concluirse que la jurisdicción es un presupuesto

indispensable de la competencia.

b) La jurisdicción es, como se ve, una potestad pública, genérica, que es inherente a todos los

tribunales, en cuanto integrantes del denominado Poder Judicial del Estado, en virtud de la cual

éstos (o sea, los tribunales) se encuentran investidos de una amplia gama de poderes que bien

pueden ser ejercidos durante el proceso (notio, vocatio, coertio, iuditio y executio); sin embargo,

para que un determinado juez (o tribunal) pueda dictar la decisión de mérito en el asunto sometido a

su consideración, con plena eficacia y validez, se requiere que éste sea competente. De manera tal

pues que, la competencia no es mas que un requisito indispensable para permitir que la jurisdicción

pueda expresarse sólo en su vocación decisoria (Longo, P. 2002, p.113), pero no de las otras cuatro

facultades que se derivan de ésta.

c) Consecuencia directa de lo que se acaba de mencionar es que la jurisdicción, en tanto que

potestad pública, genérica e inherente a todos los tribunales para procurar la satisfacción de los

intereses jurídicos de los justiciables (misión ésta que, tal y como hemos tenido la oportunidad de

señalar anteriormente, si bien comprende la solución de conflictos intersubjetivos de intereses, no se

agota en ella), no requiere que el juez a quien corresponda hacer efectiva esa satisfacción, sea

siempre el competente para decidir el fondo de la causa, puesto que es perfectamente posible que la

satisfacción inmediata de tales intereses jurídicos esté, en ocasiones, divorciada de los efectos que se

derivarían de la sentencia de mérito.


16

Dos ejemplos nos bastarán, por ahora, para dejar claro cuanto queremos expresar: El primero está

concebido en función de la satisfacción del interés jurídico del justiciable en mantener vigente algún

derecho suyo (diverso a los créditos) que está cercano a prescribir. Obsérvese que, en este caso, el

justiciable no precisa de una decisión de fondo para ver satisfecha su aspiración de tutela judicial.

En efecto, basta para que se produzca la interrupción de la prescripción, que se presente demanda

judicial ante un juez manifiestamente incompetente, y que éste ordene que se expidan copia

certificada del libelo de la demanda y de la orden de comparecencia del demandado, para que sean

protocolizadas en la Oficina de Registro Público correspondiente, antes de que expire el lapso de la

prescripción, para que se vea de este modo satisfecho el interés jurídico del justiciable. El otro

ejemplo está concebido en función de procurar la satisfacción del interés jurídico del justiciable en

lograr la efectiva ejecución de la sentencia definitiva. Obsérvese que, en este caso, el justiciable

tampoco requiere de una decisión del mérito del asunto sometido a la consideración del juez, para

ver satisfecha su aspiración de tutela judicial. Precisa, por el contrario, la realización de una serie de

actos, lógicamente previos al acto conclusivo del proceso de cognición, para lograr asegurar que, a

la postre, éste, o sea, la sentencia, sea prácticamente observada o ejecutada, cuyos actos pueden,

perfectamente, ser dictados por un juez manifiestamente incompetente, tal y como se desprende de

los artículos 1.969 del Código Civil y 71 del Código de Procedimiento Civil.

En pocas palabras: un juez, en tanto que está investido de jurisdicción, si bien puede ordenar la

realización de cualquier acto de sustanciación y decretar medidas cautelares, decidir respecto de su

propia competencia o incompetencia e, incluso, decidir respecto si habría o no jurisdicción 15, sin

embargo, sólo podrá producir una decisión sobre el mérito del asunto sometido a su consideración,

15
Calamandrei, P. (1973, T: II, p.245) nos dice que las cuestiones acerca de la jurisdicción y de la competencia son
cuestiones atinentes al proceso y no al mérito, es decir, cuestiones atinentes a un presupuesto procesal y que, tratándose
de presupuestos procesales, constituye una regla fundamental, de razón intuitiva, “que todo juez tiene competencia para
decidir sobre los presupuestos procesales concernientes al proceso instaurado ante él”. En el mismo sentido Micheli, G.
(1970, T:I, p.132).
17

si es efectivamente el competente para ello (por razones de la materia, la cuantía, el territorio y/o el

grado).

d) Hemos dicho que la jurisdicción es un presupuesto de la competencia y que, en razón de ello, se

debe estar investido de jurisdicción para poder recibir la facultad de decidir el mérito de un asunto.

Esta afirmación trae aparejada una necesaria consecuencia: dado que sólo puede ser competente para

decidir el fondo de un asunto un órgano que esté investido de jurisdicción, el conflicto de

competencia, mejor dicho, la discusión respecto de cual ha de ser ese órgano que deberá decidir el

mérito de un determinado asunto, sólo podrá presentarse entre órganos investidos de jurisdicción,

vale decir, entre órganos jurisdiccionales. Por lo tanto, el conflicto de competencia es una cuestión

endógena al Poder Judicial de un Estado.

Del mismo modo, queda perfectamente claro que, siendo la jurisdicción un presupuesto necesario de

la competencia, ningún juez podrá reclamar que se le asigne a él la facultad de decidir el mérito de

un determinado asunto cuestionando la jurisdicción del juez que venía conociendo de aquel, puesto

que, de declararse con lugar la “falta de jurisdicción” del juez que originalmente veía conociendo de

la tal causa, el efecto jurídico que de dicha declaratoria se derivaría es que la pretensión deducida no

es atendible jurisdiccionalmente y, por lo tanto, ni el juez que venía conociendo del asunto, ni el que

en la hipótesis que estamos tratando habría cuestionado la jurisdicción de aquel, ni ningún otro juez

integrante del Poder Judicial del Estado podrá conocer ni mucho menos decidir el fondo de la

misma.

La jurisdicción como presupuesto del proceso y la competencia como presupuesto de la

sentencia

Anteriormente hemos afirmado que sólo cuando se conjugan el poder de la acción (que está en

cabeza de los justiciables) y el poder de la jurisdicción (que está en cabeza del órgano jurisdiccional)

nace el proceso; de allí pues que, sin que se produzca la concurrencia de cualquiera de estos dos
18

poderes (acción o jurisdicción), el proceso, simplemente, no podrá existir. Que la jurisdicción es

efectivamente un presupuesto del proceso, se comprende al detenerse a observar que la solución que

se dé al cuestionamiento de la jurisdicción de un juez traerá aparejada como consecuencias jurídicas:

a) en aquellos casos en los cuales se afirme la jurisdicción del juez que venía conociendo de la

causa, que éste continúe al frente de la misma y que el proceso continúe su curso y, b) en aquellos

casos en los cuales se niegue la jurisdicción del juez, contrariamente a lo que ya se ha dicho, la

causa se extingue, inexorablemente, y los actos procesales que hayan podido verificarse son

radicalmente nulos16. No obstante lo que se ha dicho, nos ocuparemos de este particular infra.

La competencia, en cambio, es un presupuesto de la sentencia de mérito (Rengel, A. 1994, T:I,

p.304; Longo, P. 2002, p.113; Ortiz, R. 2004, pp.180 y ss.), esto es, un requisito cuya falta impide al

juez, tan sólo, entrar a examinar el mérito de la causa y resolver respecto del mismo 17. Esta

condición de presupuesto de la sentencia queda al descubierto tan sólo con advertir que la

declaratoria de incompetencia del juez que viene conociendo una determinada causa, no comporta la

nulidad de ninguno de los actos procesales que se hayan verificado durante el proceso (excepto,

claro está, que se trate de la sentencia de mérito) y que el efecto que de la misma se deriva es, única

y exclusivamente, remitir los autos al juez declarado competente para que sea éste quien produzca la

decisión del mérito de la causa.

De lo que se ha dicho se sigue, pues, que no estamos de acuerdo con la tesis que sostiene que el juez

incompetente para decidir el fondo de la controversia, tiene sin embargo competencia a los solos

limitados efectos de declarar su propia incompetencia (Rengel, A. 1994, T:I, p.305). Del mismo

modo, debemos manifestar que no compartimos el criterio expresado por la Sala Constitucional del

Tribunal Supremo de Justicia el día 04 de octubre de 2.000, en el juicio de Latinoamericana de

Seguros S.A., de acuerdo con el cual:


16
Véase al respecto el artículo 353 del Código de Procedimiento Civil.
17
Debe advertirse, sin embargo, que la doctrina clásica del derecho procesal estimaba a la competencia como un
presupuesto procesal (Calamandrei, P. 1973, T:II, p.245; Véscovi, E. 1984. p.171; Azula, J. 1997, T:I. p.209).
19

“... Como consecuencia de la procedencia de la medida cautelar en los términos antes


expresados, esta Sala revoca la medida de tutela constitucional preventiva y anticipada
adoptada por la Corte Primera de lo Contencioso Administrativo en su decisión de fecha
30 de mayo del año 2000, no sin antes precisar que la Corte Primera de lo Contencioso
Administrativo al no ser la competente para conocer la acción intentada por el
ciudadano José Eduardo López Fernández, tampoco lo era para dictar una medida que
calificaron como tutela constitucional anticipada, pero que en el fondo es una cautela
otorgada dentro de un proceso en el cual no eran competentes para conocer, como se
evidencia del propio fallo por el cual la otorgó, por lo que la misma fue dictada en
violación del derecho a ser juzgado por un juez natural contenido en numeral 4 del
artículo 49 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela....”.

Nuestro desacuerdo se encuentra fundado, básicamente, en el hecho de que, en nuestra legislación,

se autoriza la actuación de los jueces incompetentes más allá de la simple declaración de su propia

incompetencia. Efectivamente, ténganse en cuenta, entre otras, las siguientes circunstancias:

a) Que las decisiones de mérito dictadas por jueces incompetentes por el territorio y por la cuantía,

resultan perfectamente válidas y son susceptibles de producir efectos jurídicos plenamente si la

incompetencia del juez no ha sido discutida por las partes, en caso de la incompetencia por el

territorio, en la oportunidad de promover las cuestiones previas y, en los casos de incompetencia por

la cuantía, durante el trámite de la primera instancia o, en este último supuesto, relevada de oficio

por el juez en este mismo plazo, según lo postula el artículo 60 del Código de Procedimiento Civil.

b) Que, de acuerdo con el artículo 1.969 del Código Civil, es perfectamente posible que se produzca

la interrupción de la prescripción en virtud de una demanda judicial, aunque ésta se haya presentado

ante un juez manifiestamente incompetente, para lo cual bastará, pura, simple, sencilla y llanamente

que se protocolice en la Oficina de Registro Público correspondiente, antes de que expire el lapso de

la prescripción, copia certificada del libelo de la demanda con la orden de comparecencia del

demandado, autorizada por aquel juez incompetente que admitió la demanda.

c) Que, de acuerdo con lo que postula el mencionado artículo 1.969 del texto sustantivo civil, es

perfectamente posible interrumpir la prescripción mediante la citación del demandado, cuando ésta

citación haya sido producida dentro del lapso de la prescripción. Para que se comprenda mejor lo
20

que se pretende destacar en este particular, debe tenerse en cuenta que la citación, no obstante se

practique por intermedio del alguacil del tribunal, es un acto del juez (Rengel, A. 1994, T:II, pp.227

y ss.), cuyo acto comunicacional puede ser no sólo ordenado sino también ejecutado, a términos de

ley, por un juez incompetente.

d) Que, de acuerdo con el primer aparte del artículo 71 del Código de Procedimiento Civil, salvo

que se trate del caso en el cual una parte solicite la regulación de la competencia con posterioridad a

la apelación ejercida por la contraparte en contra de la sentencia definitiva en la cual el juez haya

declarado su propia competencia y resuelva también sobre el fondo (según lo previsto en la última

parte del artículo 68 eiusdem), o que fuere solicitada como medio de impugnación de la decisión a

que se refiere el artículo 349 ibidem, la solicitud de regulación de la competencia no suspende el

curso del proceso y el juez puede, perfectamente, ordenar la realización de cualquier acto de

sustanciación y decretar medidas cautelares, debiendo abstenerse, única y exclusivamente, de

decidir el fondo de la causa mientras no sea dictada la sentencia que regule la competencia. De tal

suerte que, habiéndose cuestionado la competencia de un juez, la decisión que se produzca para

resolver el incidente podrá derivar en cualquiera de las dos circunstancias siguientes: d.a) que se

reconozca la competencia del juez que viene conociendo, caso en el cual quedará éste al frente de la

causa y, por supuesto, estará habilitado para decidir el mérito de la causa y d.b) que se declare la

incompetencia de éste, en cuyo caso deberá remitir el expediente al tribunal declarado competente

pero, en cada uno de esos casos, habilitado como se encontraba para ordenar la realización de

cualquier acto procesal y decretar medidas cautelares, esos actos y cautelas ordenados realizar

mantienen pleno vigor, por lo que, se concluye, la competencia no será, pues, esencial para que ellos

puedan surtir efectos jurídicos válidamente.

Los conflictos de jurisdicción y de competencia


21

Existe conflicto de jurisdicción cuando se discute que un determinado asunto sometido a la

consideración del juez, no corresponde en absoluto a la esfera de poderes y deberes que idealmente

están comprendidos en la función potestad de administrar justicia, atribuida a los órganos del Poder

Judicial. En estos casos, resulta que no solamente el juez ante el cual se ha deducido una pretensión

determinada no puede conocer del mérito de ella, sino que ningún otro juez u órgano del Poder

Judicial tiene la posibilidad real de hacerlo.

Como se podrá comprender, el conflicto de jurisdicción trae consigo el problema de tratar de

establecer si el poder de conocer y decidir una determinada causa corresponde, en general, a los

jueces de un determinado país, considerados en su conjunto como contrapuestos a los jueces

extranjeros o a los órganos de la administración pública y demás entes y órganos pertenecientes al

sistema de justicia pero no integrantes del Poder Judicial (Calamandrei, P. 1973, T:II, p.105;

Carnelutti, F. 1993, T:IV, p.196). Así las cosas, el “conflicto de jurisdicción” implica un problema

externo a la estructura orgánica del Poder Judicial de un determinado país, cuya resolución

deviene, necesariamente, en esclarecer si un determinado asunto es tutelable o no ante esos

órganos jurisdiccionales.

Lo que se ha dicho anteriormente sirve de base para que se afirme que la denominada “falta de

jurisdicción” no puede estar referida, nunca, al órgano jurisdiccional puesto que éste,

precisamente porque tiene jurisdicción, está plenamente facultado para declarar la imposibilidad de

brindar tutela judicial a un determinado asunto; que el defecto de jurisdicción, así concebido, está

referido a la pretensión misma puesto que la misión de brindar solución a aquella, bien podría

estar asignada a un órgano de la Administración Pública, a un juez extranjero o a un tribunal arbitral

(que, como se sabe, integra el sistema de justicia pero no forma parte del Poder Judicial) 18, en pocas

palabras, el defecto de jurisdicción, como infra nos proponemos demostrar, está referido,

18
Lo que, en palabras de Longo, P. (2002, p.115), se traduciría en una suerte de incompetencia universal de todos los
jueces del país en el que se presentó la respectiva demanda.
22

simplemente, a la prohibición de actuar que, en determinados casos, le es impuesta por la ley (y

nada más que por ministerio de la ley), a los órganos jurisdiccionales.

En efecto, cada vez que se solicita la actuación de algún órgano jurisdiccional, la primera actividad

que corresponde ser desarrollada por éste es resolver el problema relativo a si lo que le pide el

justiciable cae o no dentro de la frontera que le demarcan los precisos límites que habilitan su

actuación, y, de este modo, determinar previamente si a los órganos que integran el Poder Judicial

les corresponde en concreto la atribución de proveer sobre el mérito del asunto sometido a su

consideración (acogiendo o desechando la pretensión) o si, por el contrario, tan sólo les corresponde

la atribución de proveer respecto de los presupuestos del proceso, para rehusar o declinar el tener

que decidir respecto del mérito del mismo (Redenti, E. 1957, T:I, p.125).

En pocas palabras: el juez debe indagar previamente si el asunto sometido a su consideración, tal y

como se le presenta en el libelo de la demanda, resulta subsumible en por lo menos uno de los

esquemas legales típicos abstractos respecto de los cuales la legislación vigente autoriza la actuación

de los órganos del Poder Judicial, para conocer de tal (es) asunto (s) y emitir decisiones judiciales

para tutelarlos19.

Así, pues, si el resultado de esta operación del juez, que es esencialmente de derecho, es afirmativo,

es decir, si el asunto es ciertamente reducible a un esquema respecto del cual la ley dispone que los

órganos del Poder Judicial deben actuar y consecuencialmente emitir providencias judiciales de un

cierto tipo para tutelar la aspiración del justiciable, entonces el juez deberá concluir que tiene

jurisdicción para producir, en la oportunidad legal correspondiente, en caso de que concurran los

requisitos legales pertinentes, decisiones de aquel tipo. Pero, si, por el contrario, el resultado de esta

operación es radicalmente negativo, vale decir, que atendiendo a las circunstancias particulares del

caso, éste no resulta reducible a un esquema respecto del cual la ley dispone expresamente que los
19
Sobre este particular, Micheli, G. (1970, T:I, p.132) nos dice que negar o admitir la jurisdicción del juez respecto de
una determinada situación sometida a su consideración importa, de suyo, el reconocimiento o la negación de la
existencia, en abstracto, de un remedio obtenible a través de una providencia judicial.
23

órganos del Poder Judicial pueden actuar válidamente para emitir providencias judiciales para

tutelar la aspiración del justiciable (bien porque se trate de causas que, dada su particular naturaleza,

no son de contenido jurisdiccional o deban ser resueltas por tribunales extranjeros, por los órganos

de la Administración Pública o por órganos o entes integrantes del sistema de justicia que, sin

embargo, sean ajenos al Poder Judicial), entonces, el juez no podrá más que declarar que ni él

mismo ni ningún otro puede dictar sentencias de esa índole al respecto20.

Adviértase pues, que la hipótesis que se acaba de plantear presenta dos (2) situaciones diversas: una,

que el asunto sometido a la consideración del juez no tiene contenido jurisdiccional o, lo que es

igual decir, no es de ninguna manera tutelable judicialmente, la otra, que el asunto en cuestión, aún

teniendo contenido jurisdiccional o siendo tutelable judicialmente, sin embargo, no puede ser

atendido por el órgano jurisdiccional ante quien se ha propuesto sino por órganos jurisdiccionales

de un país extranjero o por entes ajenos al Poder Judicial21.

Para nosotros, un asunto no tiene contenido jurisdiccional o no es tutelable judicialmente en dos (2)

situaciones distintas, a saber: a) cuando el interés cuya satisfacción se reclama judicialmente no esté

reconocido por el ordenamiento jurídico positivo y, además, resulta imposible su reconocimiento

judicial (Satta, S. 1971; T:I, p.129; Redenti, E. 1957; T:I. p.125; Peyrano, J. 1993; p.65)22: piénsese,

por ejemplo, que se solicita el divorcio con fundamento en una causal no prevista en los artículos
20
Estas limitaciones externas a la actuación jurisdiccional se consideran por la ley, establecidas no en interés de las
partes sino en interés general, según los principios que informan la institución de la función jurisdiccional y las
relaciones con los otros órganos del Estado (Liebman, E. 1980. p.18).
21
Carnelutti, F. (1993, T:I, p.288) señala, acertadamente a nuestro juicio, que “por distintas razones, algunas categorías
de litigios pueden ser excluidas de la composición mediante el proceso y, por ello, del ámbito de la función procesal.
Estas razones se agrupan alrededor de dos criterios fundamentales: hay litigios que el estado no tiene necesidad de
componer, porque no amenazan su paz, y hay otros que el Estado renuncia a componer, fiando su composición por
ordenamientos jurídicos distintos”.
22
Peyrano, J. (1993; pp.64 y ss.) explica que la improponibilidad objetiva de una pretensión nace siempre de alguna
patología sufrida por el objeto de ésta y que, como consecuencia de la susodicha patología, se genera un defecto
absoluto en la facultad de juzgar en el tribunal ante el cual se la propuso, cuyo defecto provocará una providencia
judicial de rechazo in limine de la pretensión de este modo deducida. Así las cosas, sostiene el autor objeto de nuestros
comentarios, el tema de la controversia no puede ser sometido no sólo a un determinado tribunal sino a todo el complejo
entramado que constituye el Poder Judicial, supuesto éste que constituye el denominado “defecto absoluto de la potestad
de juzgar”. No se trata, pues, de una forma de incompetencia, sino, en concreto, de la negación del poder de juzgar del
punto de vista de la violación de la ley, “porque, como dice Mortara, el juicio sobre el defecto de la potestad
jurisdiccional se define en una decisión que absorbe el contenido de la controversia”.
24

185 y 185-A del Código Civil; b) cuando el interés cuya satisfacción se reclama judicialmente, a

pesar de tener reconocimiento en el ordenamiento jurídico positivo, sin embargo, su tutela y

satisfacción ha sido asignado por él a entes distintos a los jurisdiccionales: piénsese, por ejemplo,

que un trabajador se encuentra amparado por una inamovilidad laboral decretada de acuerdo con los

requisitos legales pertinentes y, sin embargo, fue despedido injustificadamente; si éste pretende que

se le restituya en el ejercicio de sus funciones, el órgano habilitado legalmente para conocer del caso

y proveer lo conducente es la Inspectoría del Trabajo del Ministerio del Trabajo; de manera tal pues

que, si ésta, después de haber instruido el expediente correspondiente, ha declarado con lugar el

reenganche de aquel trabajador y el pago de los salarios dejados de percibir, la ejecución de lo que

se ha decidido en el acto en cuestión y la consecuencial satisfacción del derecho que el mismo

reconoce, está atribuida, única y exclusivamente, al órgano administrativo que lo profirió (en tanto

que sus decisiones gozan de la presunción de legalidad y legitimidad y, por lo tanto, son tributarias

del carácter ejecutivo y ejecutorio que les confieren los artículos 8, 78 y 79 de la Ley Orgánica de

Procedimientos Administrativos) y, por tal circunstancia, escapa del ámbito de actuación de los

órganos jurisdiccionales procurar su ejecución.

Del mismo modo, es perfectamente posible que un determinado asunto sí sea de contenido

jurisdiccional y que, por lo tanto, si es tutelable judicialmente pero, por diversas circunstancias

previstas en la ley, debe ser atendido por un órgano jurisdiccional extranjero: piénsese en el caso en

cual se solicita el divorcio en Venezuela, pero el último domicilio conyugal había sido fijado en

Colombia23; de igual manera puede ocurrir que un asunto, siendo atendible jurisdiccionalmente, no
23
En nuestro ordenamiento jurídico positivo se admite la regla de la derogatoria de la jurisdicción por la vía
convencional, vale decir, cuando las partes, de común y previo acuerdo, deciden, luego de un proceso de discusión y
fijación de los términos que han de regir la relación contractual, dicha derogación. De manera tal pues que, en principio,
es perfectamente posible que los particulares celebren contratos en virtud de los cuales pacten sustraer el conocimiento y
resolución de los conflictos que pudieran presentarse en sus relaciones a los tribunales venezolanos y someterse a la
jurisdicción de tribunales jurisdiccionales o arbitrales extranjeros. No obstante, debe aclararse que el artículo 47 de la
Ley de Derecho Internacional Privado establece tres supuestos en los cuales la jurisdicción de los Tribunales
Venezolanos no podrá ser derogada convencionalmente: a) cuando se trate de controversias relativas a derechos reales
sobre bienes inmuebles situados en el territorio de la República; b) cuando se trate de materias respecto de las cuales no
cabe la transacción y c) cuando se trate de materias que afecten los principios esenciales del orden público venezolano.
25

puede sin embargo ser conocido por los órganos jurisdiccionales, pues ese conocimiento ha sido

sustraído de su ámbito y referido a los denominados tribunales arbitrales de acuerdo con las

previsiones de la Ley de Arbitraje Comercial y/o el Código de Procedimiento Civil.

De cuanto se ha dicho se comprende fácilmente que es precisamente la pretensión procesal la que ha

de permitir determinar: a) que un asunto tiene contenido jurisdiccional y que, por tal circunstancia,

debe ser conocido y tutelado por los órganos del Poder Judicial del país ante quien se la propone; b)

que, aún teniendo contenido jurisdiccional, sin embargo, debe ser atendida por los órganos del Poder

Judicial de un país extranjero, y c) por el contrario, que no tiene contenido jurisdiccional y que, de

ser ese el caso, debe ser atendida por los órganos de la Administración Pública.

Ahora bien, debe advertirse en este momento que, aun cuando un determinado asunto sometido a la

consideración de un juez deba ser conocido y decidido por un órgano de la Administración Pública,

por un juez de un país extranjero o por órgano o ente ajeno al Poder Judicial, aquel juez ante quien

se propuso irregularmente el asunto en cuestión, en tanto que dimanación de la soberanía popular,

siempre habrá de estar investido de plena jurisdicción para negarse a conocer y tutelar ese particular

asunto (Redenti, E. 1957, T:I, p. 126) por haber determinado su inatendibilidad jurisdiccional:

recuérdese ahora que las cuestiones acerca de la jurisdicción y de la competencia son relativas al

proceso y no al mérito de la causa y que, en relación con ese asunto, o sea, en todo aquello que

guarde relación con el proceso, la regla fundamental es que todo juez (por ser tributario de la

potestad jurisdiccional) tiene competencia para decidir respecto de su válida constitución o no

(Calamandrei, P. 1973, T:II, p.245; Carnelutti, F. 1993, T:IV, p.196).

Longo, P. (2002, p.115) sobre el particular enseña que:

Esta inderogabilidad no establece únicamente supuestos de jurisdicción exclusiva (el único supuesto de jurisdicción
exclusiva se corresponde con el caso de inmuebles situados en el territorio de la República), sino que, además fija los
casos en los cuales una vez establecida la jurisdicción venezolana, en virtud de uno de los criterios atributivos, ésta no
puede ser sustraída por voluntad de los particulares mediante la sumisión a tribunales extranjeros o a árbitros que hayan
de resolver la causa en el extranjero. Cfr. Sentencia de la Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia
dictada el 29 de septiembre de 2.004, en el juicio de M. del C. Vaamonde contra V.D. Torres y otro. (Ramírez & Garay.
2004, T:CCXV, pp.434 y ss.)
26

“... la pretensión es tutelable o no, según pueda ser atendible por, cuando menos, un juez
de la República, lo cual, si así llegara a ser, si el objeto de la controversia se reputa de la
competencia de por lo menos uno de los jueces del país. En cambio, si la pretensión
entraña una situación que corresponde conocer a un juez extranjero, simplemente se
verificará que la competencia para decidir el asunto es de un órgano judicial de otro
país; de idéntica manera, si la pretensión entraña un problema que debe ser solucionado
en sede administrativa, sencillamente no se desprenderá otra cosa que la competencia
del órgano de la administración de que se trate para conocer del mismo. En ambos
supuestos, la competencia no corresponde a ningún juez del país, los cuales,
seguramente, están a cargo de una serie de juicios, por la sencilla razón de que poseen
jurisdicción, en tanto dimanación de la soberanía; esto es, el poder del Estado para
conceder tutela judicial a los intereses jurídicos trascendentes, a través del proceso. Lo
único que existe en todos ellos, en el conjunto orgánico jurisdiccional, es una
incompetencia universal, por la que ninguno de los jueces resulta ser competente para
conocer y decidir el asunto”.

Nosotros, por nuestra parte, pensamos que en lugar de utilizar la expresión “incompetencia

universal” resultaría mas adecuado aludir al fenómeno que estamos estudiando como la

“inatendibilidad jurisdiccional de la pretensión” deducida, puesto que si se tratase en realidad de

alguna suerte de “incompetencia”, el efecto que se derivaría de su declaratoria formal sería, en todo

caso, remitir los autos al órgano (judicial extranjero, administrativo, etc.) que resulte, de acuerdo con

la legislación correspondiente, el “competente” para decidirlo en su mérito, conservando pleno valor

cuanto se haya actuado en el proceso, lo que no sucede pues, como se sabe, el efecto jurídico que se

deriva de la declaratoria de la “falta de jurisdicción” es la extinción del proceso y la consecuencial

nulidad de todo lo actuado hasta ese momento. Por otra parte, esta última expresión (falta de

jurisdicción) nos luce todavía más inadecuada, toda vez que, si acaso se llegara a pensar que

efectivamente en un determinado momento “no hay jurisdicción” sobre un particular asunto, ello

implicaría, de suyo, que toda la actuación desarrollada por el tribunal, en esa particular causa, antes
27

que jurisdicción, fue administración24 (o cualquier otra cosa, menos jurisdicción), y esto, en nuestro

concepto, es inconcebible.

Precisamente por ello, pensamos que la jurisdicción, en tanto que es una potestad dimanante de la

soberanía del Estado, constituye un atributo inmanente (o de la misma esencia) de los órganos del

Poder Judicial y, por lo tanto, no se pierde ni falta nunca, puesto que, de ser así, aquel que la hubiera

perdido dejaría de ser un órgano perteneciente al Poder Judicial 25; así las cosas, precisamente porque

un determinado tribunal tiene jurisdicción es que, en pleno ejercicio de la misma, puede decretar que

un particular asunto no es atendible judicialmente y, como consecuencia de ello, proveer lo

conducente a la terminación del proceso y la declaración de inocuidad de todo lo actuado, habida

cuenta que la voluntad manifestada por el órgano jurisdiccional que había venido conociendo se

encuentra viciada de nulidad, pues fue proferida en circunstancias ajenas a aquellas en las cuales la

Constitución y la ley habilitan su actuación.

Recuérdese que la jurisdicción es una de las funciones jurídicas que deben ser ejecutadas por los

órganos integrantes del Poder Público y que, en consecuencia, se encuentra informada por el más

riguroso principio de la legalidad26. Precisamente por ello, el artículo 253, primer aparte, de la

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dispone que “CORRESPONDE A LOS

24
La conclusión a la que se arriba en el texto resulta lógica si se tiene presente que la jurisdicción, según se ha dicho
anteriormente, es un presupuesto indispensable del proceso. Luego, si en alguna ocasión llegase a faltar la jurisdicción,
el proceso, simplemente, no podría llegar a existir. Si, por otra parte, se tiene también en cuenta que el proceso es el
único instrumento por el cual es posible que se ejercite la jurisdicción y, en el caso hipotético que nos hemos planteado,
no existiría el proceso, precisamente porque le falta un presupuesto (ya que no hay jurisdicción), entonces, la actividad
que desarrollan los órganos jurisdiccionales en todos aquellos “procedimientos” en los cuales se hayan deducido
pretensiones que no resultan atendibles por ningún órgano perteneciente al Poder Judicial, no puede ser entendida como
jurisdicción sino como administración. Mayer, O. citado por Lares, E. (1998, p.3) definió “residualmente” a la
Administración Pública al concebirla como toda la actividad del Estado que no es legislación ni justicia.
25
Recuérdese aquí que, de acuerdo con la mejor doctrina, la noción de Poder Público está integrada por un doble
componente: orgánico y funcional. Es decir: la noción de Poder Público ha de estar referida, necesariamente, a la
coexistencia de un órgano del Estado que está especializado en la realización de una determinada función jurídica
y la específica función jurídica que, el ordenamiento jurídico positivo de ese Estado, claro está, le atribuye.
26
El artículo 137 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dispone textualmente que: “Esta
Constitución y la ley definen las atribuciones de los órganos que ejercen el Poder Público, a las cuales deben sujetarse
las actividades que realicen”.
28

ÓRGANOS DEL Poder Judicial conocer de las causas y asuntos de su competencia mediante los

procedimientos que determinen las leyes, y ejecutar o hacer ejecutar sus sentencias”.

Luego, en nuestra humilde opinión, lo que corresponde pensar en estos casos es que, si bien hubo

actuación jurisdiccional, ésta, sin embargo, fue ineficaz por estar viciada de nulidad, habida

cuenta que fue ejecutada sin que la ley hubiera facultado al órgano jurisdiccional para actuar en esa

determinada causa.

Así las cosas, téngase presente que, sólo por la comodidad que el léxico nos ofrece (que viene dada

debido al uso reiterado del mismo) en lo sucesivo, cuando se mencione la expresión “falta de

jurisdicción”, si bien se está utilizando el mismo referente que es usado por la mayoría doctrinaria,

sin embargo, se utiliza para aludir a un referente absolutamente distinto: la inatendibilidad

jurisdiccional de la pretensión deducida ante los órganos del Poder Judicial.

Siguiendo lo que dispone el artículo 59 del Código de Procedimiento Civil, puede concluirse que

son tres los supuestos que configuran la falta de jurisdicción, a saber:

a) Cuando el asunto debe ser decidido por algún órgano de la Administración Pública (Nacional,

Estadal o Municipal).

b) Cuando el asunto se refiere a bienes inmuebles situados en el extranjero, en cuyo caso debe ser

resuelto por el juez donde esté ubicado el inmueble.

c) En cualquier otro caso previsto en la ley, como sucede, por ejemplo, cuando el asunto debe ser

resuelto por árbitros27 o cuando, tratándose de causas que no tienen por objeto bienes inmuebles

situados en el extranjero, sin embargo, deben ser conocidas por tribunales de otros países habida

cuenta la derogatoria convencional de la jurisdicción venezolana, según hemos explicado

precedentemente o cuando no tienen contenido jurisdiccional.

27
La Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia, entre otras, en sentencia dictada el 14 de abril de
2.004, en el juicio de Makro Comercializadora, S.A. contra central Parking System Venezuela, S.A. se ha admitido,
abiertamente, la posibilidad de declarar la falta de jurisdicción del juez venezolano debido a la existencia de una cláusula
de arbitraje.
29

La posibilidad de plantear el conflicto de jurisdicción obedece a diversas circunstancias que bien

vale la pena, cuando menos, precisar:

a) Puede declararse de oficio: a.a) cuando el asunto deba ser decidido por la Administración Pública

y a.b) cuando se trate de bienes inmuebles situados en el extranjero y, por tales circunstancias, deba

ser decidida la causa por un juez del país donde esté situado el inmueble: en ambos casos la falta de

jurisdicción podrá declararse en cualquier estado y grado del proceso.

b) Puede declararse a solicitud de parte: en los demás casos en los cuales se encuentre

comprometida la jurisdicción de los tribunales venezolanos, mientras no se haya dictado sentencia

sobre el fondo del asunto en primera instancia. Sobre este particular, cabe destacar lo siguiente: b.a)

las jurisdicción puede ser impugnada por vía de cuestión previa, de acuerdo con lo que prevé el

artículo 346, ordinal 1°, del Código de Procedimiento Civil; b.b) la jurisdicción puede ser

impugnada por la Administración Pública, ex artículo 65 del texto adjetivo civil. Sin embargo, debe

advertirse lo que sigue: b.b.a) si la Administración no es parte en la causa, podrá impugnar la

jurisdicción en cualquier estado y grado del proceso, mientras no haya sentencia pasada en

autoridad de cosa juzgada en la cual se afirme la jurisdicción y b.b.b) si la Administración es parte,

sólo podrá impugnar la jurisdicción proponiendo la correspondiente cuestión previa.

Contrariamente a todo lo que hemos dicho, estamos en presencia de un conflicto de competencia,

cuando se discute sobre los límites de los poderes de decisión de los jueces venezolanos entre sí

(Rengel, A. 1994, T:I, p.300).

Una vez que se ha establecido que una determinada pretensión es atendible por los órganos del

Poder Judicial del Estado, esa solución quedaría en sí desprovista de toda utilidad práctica si no se

llegara a reconocer, en la multitud de jueces integrantes de ese Poder Judicial, cual es aquel juez a

quien se puede acudir, en concreto, para que decida el mérito de la causa: a esta interrogante

responden precisamente las reglas de la competencia, que determinan los distintos criterios según
30

los cuales, una vez afirmado que una causa entra en abstracto en la jurisdicción de los jueces del

Estado considerados en su conjunto (como estructura del Poder Judicial), se puede proceder, por

medio de ellos, a la determinación del juez a quien corresponde el poder de decidirla: la cuestión de

competencia surge, pues, como un posterius de la cuestión de jurisdicción (Calamandrei, P. 1973,

T:II, p.136; Carnelutti, F. 1993, T:I, p.292).

Así las cosas, el problema de competencia surge, bien cuando un determinado juez afirma o niega

tener competencia para decidir o cuando entre dos o mas jueces, igualmente dotados de potestad

jurisdiccional, que pertenecen por igual a la estructura orgánica de la jurisdicción de un determinado

país, se disputan recíprocamente, por su propia decisión o por el ejercicio de los correspondientes

recursos por parte de los sujetos titulares del poder de la acción involucrados en la causa, la

atribución de decidir el fondo de la controversia de la que se trate. Esto quiere decir que el problema

de competencia es endógeno a la estructura del Poder Judicial del Estado interesado, que se agota en

su interior, que está circunscrito dentro de sus límites; es, pues, una situación interna a la

jurisdicción, orgánicamente considerada (Longo, P. 2002, p.114).

De cuanto llevamos dicho, bien merece la pena que se distinga la “anomalía competencial” de los

denominados “conflictos de competencia”.

En efecto, la anomalía competencial se presenta cuando un determinado juez afirma o niega tener

competencia para conocer y decidir una causa y tal decisión es impugnada por alguna de las partes.

Debe, al propio tiempo, aclararse que esta declaratoria del juez bien puede hacerse de oficio (en

casos de incompetencia por la materia y por el territorio en aquellos casos en los cuales deba

intervenir el Ministerio Público, en cualquier estado y grado de la causa, así como también en casos

de incompetencia por la cuantía en cualquier estado de la causa en primera instancia) o a solicitud de

parte, mediante la proposición de la correspondiente cuestión previa. Por su parte, los conflictos de

competencia se presentan en dos (2) situaciones concretas: a) cuando un determinado tribunal se


31

declara incompetente y declina el conocimiento del asunto en un segundo tribunal que, por su parte,

estima que es igualmente incompetente y b) cuando un determinado tribunal se considera

competente para conocer de una causa y, al propio tiempo, un segundo tribunal se considera

igualmente competente para conocer esa misma causa (Palacio, L. 1994, T:II, p.572).

En el primero de los casos apuntados se habla de conflictos de no conocer o conflictos negativos de

competencia, mientras que, en el segundo, se habla de conflictos de conocer o conflictos positivos de

competencia.

Ahora bien, Rengel, A. sostiene que:

“en los casos en los cuales un juez se declara incompetente (...) pueden darse dos
circunstancias: a) que una de las partes pida la regulación de la competencia, caso en el
cual se seguirá el procedimiento que indica el art. 71 C.P.C.; y b) que no se solicite la
regulación dentro del plazo de cinco días después de pronunciada la decisión. En esta
hipótesis, la decisión queda firme y es vinculante, tanto para las partes mismas como
para el juez que deba suplir al abstenido, sin que pueda plantearse un conflicto negativo
de competencia y la causa continuará su curso ante el juez declarado competente”.

Entendemos que esta afirmación no se corresponde con lo que prevé el ordenamiento jurídico

positivo venezolano, pues el artículo 70 del Código de Procedimiento Civil dispone que:

“Cuando la sentencia declare la incompetencia del Juez que previno, por razón de la
materia o por el territorio en los casos indicados en el artículo 47, si el Juez o Tribunal
que haya de suplirle se considerare a su vez incompetente, solicitará de oficio la
regulación de la competencia”.

De manera tal pues que, por lo menos en cuestiones de incompetencia por la materia y por el

territorio (cuando deba intervenir en la causa el Ministerio Público), es requisito indispensable para

que pueda producirse el conflicto negativo de competencia, que exista una sentencia en la cual se

declare la incompetencia del juez de la prevención que haya quedado firme porque las partes

involucradas en el proceso no ejercieron el correspondiente recurso de regulación de la competencia.

Cuya decisión, sin embargo, podrá ser cuestionada, por parte del tribunal ante quien se declinó la

competencia, siempre que se considere asimismo incompetente, solicitando la regulación de la

competencia. Lo que se ha dicho encuentra justificación, según enseña Calamandrei, P. (1973, T:II,
32

p.246), en el hecho de que todo juez tiene competencia para decidir acerca de su propia

competencia. De manera tal pues que, la decisión mediante la cual un determinado juez afirma o

niega su propia competencia, negando o afirmando al propio tiempo la competencia de otro juez, no

vincula a éste último, el cual, está igualmente facultado, al momento de hacer el examen de los

presupuestos procesales, para pronunciarse respecto de su competencia, puesto que la decisión

anterior (del juez de la prevención), en tanto que se concretó a una relación jurídica procesal distinta

(habida cuenta de que él no formó parte de ella), no puede vincularlo legítimamente.

Sin embargo, es importante destacar que la previsión contenida en el arriba transcrito artículo 70 del

Código de Procedimiento Civil, a los fines de cortar una situación susceptible de prolongarse

indefinidamente en una cadena de sucesivas declaraciones de incompetencia por parte de los jueces

en quienes ésta fuere declinada, impone al segundo juez (en caso de que se considere incompetente)

que no se declare incompetente sino que, en su lugar, solicite de oficio la regulación de la

competencia con el objeto de que, resuelto el conflicto por el Tribunal Superior común o la Sala del

Tribunal Supremo de Justicia afín a la materia que conocen los juzgados inmersos en el susodicho

conflicto de competencia, cuando no hubiere superior común a aquellos, quede fijada con carácter

vinculante para todos la competencia de aquel que, de acuerdo con la decisión, resultare designado

(Liebman, E. 1980. p.59).

La regulación de la jurisdicción y de la competencia: definición, características y presupuestos

de procedibilidad

Existe consenso acerca de la naturaleza de verdaderos recursos que distingue a la “regulación de la

jurisdicción” y a la “regulación de la competencia”, los cuales han sido concebidos como específicos

medios de impugnación de dos tipos concretos de pronunciamientos judiciales: el primero para

atacar las decisiones en las cuales se afirme o se niegue la jurisdicción y el segundo destinado a la
33

revisión de los fallos que declaren la competencia o incompetencia de un determinado juez para

conocer y decidir una causa (en contra de esta posición se encuentran Liebman, E. 1980.p.19 y

Satta, S. 1971, T:I, p.54).

En efecto, la Sala Políticoadministrativa del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia dictada el

día 02 de julio de 2.002, en el juicio de J.A. Díaz contra Consorcio Motiasca-Invercanpa (Ramírez

& Garay. 2002, T:CXC, pp.388 y 389) dejó establecido que:

“el recurso de regulación de jurisdicción está previsto en el Código de Procedimiento


Civil como un medio de impugnación del pronunciamiento de un juez sobre su
jurisdicción para conocer de un caso concreto, requiriéndose entonces para su ejercicio,
como reiteradamente ha establecido la doctrina y la jurisprudencia, una sentencia
interlocutoria o definitiva que resuelva sobre la jurisdicción”.

El recurso de regulación de la jurisdicción compete ser resuelto por la Sala Político Administrativa

del Tribunal Supremo de Justicia. En este tipo de incidentes, además del recurso en comentarios, la

legislación patria ha previsto la “consulta obligatoria”, cuya procedencia depende del tipo de

conflicto de jurisdicción que se haya presentado.

En efecto, el Máximo Tribunal de la República tenía establecido el criterio que ordenaba tal consulta

cuando la jurisdicción era afirmada o negada por el juez venezolano frente al extranjero, mientras

que, por el contrario, la consulta procedería sólo cuando la jurisdicción no fuese afirmada frente a la

Administración Pública28.

Ahora bien, en nuestros días, el artículo 57, último aparte, de la Ley de Derecho Internacional

Privado dispone que:

“En caso de afirmarse la jurisdicción de los Tribunales venezolanos la causa continuará


su curso en el estado en que se encuentra al dictarse la decisión, pero la decisión que la
niegue deberá ser consultada ante la Corte Suprema de Justicia, sala Político
Administrativa, a cuyo efecto se le remitirán inmediatamente los autos y si es
confirmada se ordenará el archivo del expediente, quedando extinguida la causa”.

28
Sentencia de la Sala Político Administrativa de la Corte Suprema de Justicia distada el 07 de junio de 1.995, en el
juicio de Bienes y Raices San Diego, C.A. (Pierre, O. 1995, T:6. p.230)
34

De modo que la consulta de la decisión del juez ante la Sala Politicoadministrativa del Tribunal

Supremo de Justicia procede, única y exclusivamente, cuando aquella niegue la jurisdicción tanto

frente a la Administración Pública como frente al juez extranjero.

Extrañamente, la norma que estamos comentando nada dice en relación a la consulta de la decisión

del juez en la cual se afirme o niegue la jurisdicción frente a los árbitros, por ejemplo, ante quienes,

según hemos dicho, es perfectamente posible que se suscite un problema de jurisdicción. Sin

embargo, debe advertirse que, si bien es cierto que la norma en cuestión nada dice al respecto, no es

menos cierto que en el artículo 6 del Código de Procedimiento Civil, se estableció la figura de la

consulta legal obligatoria, la cual, por lo demás, no hace distinción alguna en relación a los motivos

que hayan originado el pronunciamiento del juez en torno a la jurisdicción. En efecto, el aludido

artículo consagra el deber que tienen los jueces de la República (cualquiera que sea su categoría y la

materia de la que conozcan), de consultar ante la Sala Políticoadministrativa del Tribunal Supremo

de Justicia todas las decisiones en las cuales se hayan pronunciado acerca de la jurisdicción del

Poder Judicial venezolano para conocer un determinado asunto, quedando excluidas, únicamente,

aquellas decisiones en que se haya afirmado la jurisdicción del Poder Judicial (limitación ésta que,

como hemos visto, tuvo su origen jurisprudencialmente y, en la actualidad, es regulada en la Ley de

Derecho Internacional Privado). De manera tal pues que, con la disposición normativa a la que

estamos haciendo referencia quedó regulada la consulta obligatoria y per saltum, para todos aquellos

casos en los cuales se declare que no corresponde al Poder Judicial venezolano conocer de un

determinado asunto, motivo por el cual, “aunado a los supuestos consagrados en el artículo 59 del

Código de Procedimiento Civil, referidos a la declaratoria de falta de jurisdicción frente a la

Administración Pública y frente al Juez Extranjero, deberá ordenarse asimismo la consulta de

jurisdicción cuando el juzgador haya declarado la falta de Jurisdicción del Poder Judicial por

considerar que el asunto debe ser decidido por la vía del arbitraje” (Sentencia dictada por la Sala
35

Políticoadministrativa del tribunal Supremo de Justicia el 16 de noviembre de 2.05, en el juicio de

Becton Dickinson Venezuela, C.A. citada por Ramírez & Garay. 2005, T:CXXVII, pp.325 y 326).

Lo importante es resaltar que la regulación de la jurisdicción se puede proponer en todo estado y

grado de la causa cuando se trata de causas referidas a bienes inmuebles situados en país extranjero,

de modo que deba conocer el juez del país en el cual estén localizados éstos o cuando se trata de

asuntos que deben ser resueltos por la Administración Pública y que, en los demás casos, la

regulación de la jurisdicción sólo podrá proponerse mientras no se haya dictado sentencia sobre el

fondo de la causa en primera instancia, tal y como lo dispone el artículo 59 del Código de

Procedimiento Civil.

Ahora bien, a diferencia de lo que sucede con la regulación de la competencia, el ejercicio de la

regulación de la jurisdicción genera de inmediato el efecto de suspender el curso de la causa, tanto

cuando se la propone como medio de impugnación de la sentencia que decide la correspondiente

cuestión previa como cuando se la propone para impugnar la sentencia que resuelva el incidente de

jurisdicción generado durante el proceso. Este efecto suspensivo está basado en la condición que

tiene la jurisdicción como presupuesto para la existencia del proceso. Efectivamente, si se cuestiona

la jurisdicción y se confirma la inatendibilidad jurisdiccional de la pretensión deducida, carecerá

entonces el proceso de uno de los elementos necesariamente concurrentes para su existencia y, en

estas circunstancias, el proceso, dado que es el resultado de la suma de las manifestaciones de dos

poderes constitucionales (acción y jurisdicción) no podrá existir, precisamente, porque la potestad

jurisdiccional se encuentra impedida de desplegarse para conocer y resolver esa determinada

pretensión29.

Ahora bien, un aspecto que en ocasiones pasa desapercibido es que el pronunciamiento del juez

sobre la jurisdicción, aunque esté originalmente concebido en orden a las atribuciones de los jueces

29
Cfr. Sentencia dictada por la Sala Políticoadministrativa del Tribunal Supremo de Justicia el 07 de julio de 2.004, en
el juicio de Huitieying y Xu Guocai.
36

(vale decir, atinente exclusivamente al proceso), se resuelve en la decisión de un punto prejudicial

de mérito y, desde esta perspectiva, puede, sobre ese punto en concreto, pasar en autoridad de cosa

juzgada en sentido sustancial. En efecto, téngase presente que si la decisión del juez afirma la

jurisdicción, lo que está declarando es que la pretensión deducida ante él sí es atendible

jurisdiccionalmente y que, de resultar fundada, el derecho o interés que el justiciable denuncia

insatisfecho puede obtener, perfectamente, tutela jurisdiccional. Pero, si, por el contrario, la decisión

del juez niega la jurisdicción, entonces, lo que se está declarando es que la pretensión deducida ante

él no es atendible jurisdiccionalmente y si, además, en tales circunstancias, tal decisión llegare a

pasar en autoridad de cosa juzgada, la pretensión deducida en esa ocasión no se podrá ya proponer

nunca con éxito, ni ante el mismo juez ni ante ningún otro (Redenti, E. 1957, T:I, p.126; Micheli, G.

1970, T:I, p.177).

En cuanto a la regulación de la competencia, tenemos que no es siempre la Sala de Casación Civil

del Tribunal Supremo de Justicia la llamada a conocer la de la solicitud que se haga con ocasión del

ejercicio del aludido recurso. En efecto, el numeral 7 del artículo 266 de la Constitución de la

República Bolivariana de Venezuela dispone que:

“Son atribuciones del Tribunal Supremo de Justicia:


(...)
7. Decidir los conflictos entre Tribunales, sean ordinarios o especiales, cuando no exista
otro Tribunal Superior o común a ellos en el orden jerárquico.
La atribución señalada en el numeral 1 será ejercida por la Sala Constitucional; las
señaladas en los numerales 2 y 3, en Sala Plena; y las contenidas en los numerales 4 y 5,
en Sala Políticoadministrativa. Las demás atribuciones serán ejercidas por las diversas
Salas conforme a lo previsto en esta Constitución y la ley”.

De modo que, a texto expreso de la Constitución, cada una de las Salas del Tribunal Supremo de

justicia habrá de conocer de los conflictos de competencia surgidos entre los tribunales de la

República, cuando no hubiere Tribunal Superior común a los intervinientes en el conflicto. Mas

concreta resulta ser la redacción del artículo 5, ordinal 51°, de la Ley Orgánica del Tribunal

Supremo de Justicia, que textualmente dice así:


37

“Es de la competencia del Tribunal Supremo de Justicia como más alto Tribunal de la
República:
(...)
51°. Decidir los conflictos de competencia entre Tribunales, sean ordinarios o
especiales, cuando no exista otro tribunal superior y común a ellos en el orden
jerárquico, remitiéndolo a la Sala que sea afín con la materia y naturaleza del asunto
debatido”.

De tal suerte que corresponderá a cada una de las Salas del Máximo Tribunal conocer y decidir las

regulaciones de competencia ejercidas, cuando no hubiere tribunales superiores comunes a aquellos

tribunales intervinientes en el conflicto de competencia que conozcan de materias afines a las de

dichas Salas. De lo que llevamos dicho aparece claro que, además de las tantas veces mencionadas

Salas del Tribunal Supremo de Justicia, también conocen y deciden los recursos de regulación de

competencia los tribunales superiores comunes a los involucrados en el conflicto, según lo postula la

primera parte del artículo 71 del Código de Procedimiento Civil.

Otro aspecto que debe ser resaltado es que, por regla general, el ejercicio de la regulación de la

competencia no paraliza el curso de la causa y, en razón de ello, el juez queda facultado para

decretar medidas cautelares y ordenar la realización de cualquier acto de sustanciación (así lo

dispone el único aparte del artículo 71 eiusdem), lo que confirma, según hemos dicho

precedentemente, que la competencia es un presupuesto de la sentencia de mérito y no del proceso.

Al contrario de lo que sucede con las decisiones proferidas respecto de la jurisdicción, las decisiones

dictadas para resolver las cuestiones de competencia, no pueden afectar el fondo de lo debatido en

juicio pues, cualquiera que sea el juez que deba luego ocuparse de decidir el mérito, éstas decisiones

toman en consideración cuestiones (materia, cuantía, territorio) que, además que no guardan relación

alguna con el fondo de lo debatido, no pasan de ser cuestiones atinentes a los motivos de la decisión

y, en tales circunstancias, no pueden adquirir el carácter de declaración de certeza sobre la que

pueda consolidarse la cosa juzgada en sentido sustancial (Redenti, E. 1957, T:I, p.143).
38

Sólo una precisión resta por hacer. De acuerdo con lo que establecen los artículos 67 y 69 del

Código de Procedimiento Civil, las decisiones en virtud de las cuales los jueces se declaren ya

competentes ya incompetente, pueden ser impugnadas por las partes a quienes éstas perjudican

mediante la regulación de la competencia, por lo que, en tales circunstancias, esta reviste la

característica específica de los recursos puesto que, siguiendo a Véscoví, E. (1988. pp. 41 y 42), “el

acto impugnativo es, en principio, un acto procesal que opera dentro del proceso en que se produce,

por lo que está reservado a los sujetos procesales. Y tratándose de las resoluciones del juez, son las

partes quienes pueden impugnarlas. Inclusive por que son ellas quienes pueden resultar agraviadas o

lesionadas por ellas”. Sin embargo, la regulación de competencia que autoriza el artículo 70 del

Texto Adjetivo Civil, en tanto que prevista para ser ejercida por el juez en quien se ha declinado la

competencia cuando estime que él no es el competente, no puede reputársele como recurso sino, en

todo caso, como un mecanismo de solución de conflictos, tal y como lo señala Ortiz, R.

Palabras finales

La jurisdicción y la competencia, según se acaba de decir, son, definitivamente, instituciones

procesales diversas cuyo adecuado tratamiento se precisa. Esperamos haber alcanzado el cometido

de contribuir, con este modesto esfuerzo, a precisar los contornos de estas dos instituciones y, con

ello, permitir que se distingan, adecuadamente, la una de la otra y que, además, se tome conciencia

de los efectos y las implicaciones que cada una de ellas genera en el proceso.

Las líneas que se acaban de transcribir no pretenden, de ninguna manera, convertirse en verdad que

sea rigurosamente aceptada, antes, por el contrario, se han presentado al amable lector, con mucha

humildad, con el objeto de que, analizadas que sean, sirvan para la crítica (por dura que pudiera ser)

y que, Dios lo permita, con el resultado de ella se avance ostensiblemente en el arduo camino de la

construcción dogmática de la ciencia del proceso.

BIBLIOGRAFÍA
39

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