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Esta noción es la que debe

dirigir y determinar todos los


actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.
Esta noción es la que debe
dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.
DE UNA A OTRA VENEZUELA Por: Arturo Uslar Pietri. Ante los venezolanos de hoy está planteada
la cuestión petrolera con un dramatismo, una intensidad y una trascendencia como nunca tuvo
ninguna cuestión del pasado. Verdadera y definitiva cuestión de vida o muerte, de Independencia
o de esclavitud, de ser o no ser. No se exagera diciendo que la pérdida de la Guerra de
Independencia no hubiera sido tan grave, tan preñada de consecuencias irrectificables, como una
Venezuela irremediable y definitivamente derrotada en la crisis petrolera. La Venezuela por
donde está pasando el aluvión deformador de esta riqueza incontrolada no tiene sí no dos
alternativas extremas. Utilizar sabiamente la riqueza petrolera para financiar su transformación en
una nación moderna, próspera y estable en lo político, en lo económico y en lo social; o quedar,
cuando el petróleo pase, como el abandonado Potosí de los españoles de la conquista,
como la Cubagua que fue de las perlas y donde ya ni las aves marinas paran, como todos
los sitios por donde una riqueza azarienta pasa, sin arraigar, dejándolos más pobres y más
tristes que antes. A veces me pregunto qué será de esas ciudades nuevas de lucientes casas y
asfaltadas calles que se están alzando ahora en los arenales de Paraguaná, el día en que el
petróleo no siga fluyendo por los oleoductos. Sin duda quedarán abandonadas, abiertas las
puertas y las ventanas al viento, habitada por alguno que otro pescador, deshaciéndose en
polvo y regresando a la uniforme desnudez de la tierra. Serán ruinas rápidas, ruinas sin
grandeza, que hablarán de la pequeñez, de la mezquindad, de la ceguedad de los venezolanos de
hoy, a los desesperanzados y hambrientos venezolanos de mañana. Y eso que habrá de pasar un
día con los campamentos de Paraguaná o de Pedernales hay mucho riesgo, mucha trágica
posibilidad de que pase .con toda esta Venezuela fingida, artificial, superpuesta, que es lo único
que hemos sabido construir con el petróleo. Tan transitoria es todavía, y tan amenazada
está como el artificial campamento petrolero en el arenal estéri
Esta noción es la que debe dirigir y determinar todos los actos de nuestra vida nacional. Todo
cuanto hagamos o dejemos de hacer, todo cuanto intenten gobernantes o gobernados debe
partir de la consideración de esa situación fundamental. Habría que decirlo a todas horas,
habría que repetirlo en toda ocasión. Todo lo que tenemos es petróleo, todo lo que
disfrutamos no es sino petróleo casi nada de lo que tenemos hasta ahora puede sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda sobrevivir al petróleo es la única Venezuela con que podrán
contar nuestros hijos. Eso habría que convertirlo casi en una especie de ejercicio espiritual
como los que los místicos usaban para acercarse a Dios, para llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así deberíamos nosotros llenar nuestras vidas de la emoción del destino
venezolano. Porque de esa convicción repetida en la escuela, en el taller, en el arte, en la plaza
pública, en junta de negociantes, en el consejo del gobierno, tendría que salir la incontenible ansia
de la acción. De la acción para construir en la Venezuela real y para la Venezuela real. De
construir la Venezuela que pueda sobrevivir al petróleo. Porque desgraciadamente hay una
manera de construir en la Venezuela fingida que casi nada ayuda a la Venezuela real. En la
Venezuela fingida están los rascacielos de Caracas. En la Venezuela real están algunas
carreteras, los canales de irrigación, las terrazas de conservación de suelos. En la Venezuela
fingida están los aviones internacionales de la AeropostaJ. En la Venezuela real están los
tractores, los arados. los silos. Podriamos seguir enumerando así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance. Y el balance nos revelaría el tremendo hecho de que mucho
más hemos invertido en la Venezuela fingida que en la real. Todo lo que no puede continuar
existiendo sin el petróleo está en la Venezuela fingida. En la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a muerte petrolera. Todo lo que pueda seguir viviendo, y acaso con
más vigor. Cuando el petróleo desaparezca, está en la Venezuela real

Si aplicáramos este criterio a todo cuanto en lo público y en lo privado hemos venido


haciendo en los últimos treinta años, hallaríamos que muy pocas cosas no están, siquiera
parcialmente, en el estéril y movedizo territorio de la Venezuela fingida. Preguntémonos por
ejemplo si podríamos, sin petróleo, mantener siquiera un semestre nuestro actual sistema
educativo. ¿Tendríamos recursos, acaso para sostener los costosos servicios y los grandes
edificios suntuosos que hemos levantado? ¿Tendríamos para sostener una ciudad universitaria?
¿Tendríamos para sostener sin restricciones la gratuidad de la enseñanza desde la escuela
primaria hasta la Universidad? Si nos hiciéramos con sinceridad estas preguntas tendríamos que
convenir que la mayor parte de nuestro actual sistema educacional no podría sobrevivir al
petróleo. Sin asomarnos, por el momento, a la más ardua cuestión, de si ese costoso y artificial
sistema está encaminado a iluminar el camino para que Venezuela se salve de la crisis petrolera,
está orientado hacia la creación de una nación real, y está concebido para producir los hombres
que semejante empresa requiere. Parecida cuestión podríamos planteamos en relación con
las cuestiones sanitarias. ¿Todos esos flamantes hospitales, todos esos variados y eficientes
servicios asistenciales y curativos, pueden sobrevivir al petróleo? Yo no lo creo. La tremenda y
triste verdad es que la capacidad actual de producir riquezas de la Venezuela real está
infinitamente por debajo del volumen de necesidades que se ha ido creando la Venezuela
artificial. Esta es escuetamente la terrible realidad, que todos parecemos empeñados en
querer ignorar. Por eso la cuestión primordial, la primera y la básica de todas las cuestiones
venezolanas, la que está en la raíz de todas las otras, y la que ha de ser resuelta antes si las otras
han de ser resueltas algún día, es la de ir construyendo una nación a salvo de la muerte petrolera.
Una nación que haya resuelto victoriosamente su crisis petrolera que es su verdadera crisis
nacional. Hay que construir en la Venezuela real y para la Venezuela permanente y no en
la Venezuela artificial y para la Venezuela transitoria. Hay que poner en la Venezuela real los
hospitales, las escuelas, los servicios públicos y hasta los rascacielos, cuando la Venezuela

real tenga para rascacielos. De lo contrario estaremos agravando el mal de nuestra


dependencia, de nuestro parasitismo, de nuestra artificialidad. Utilizar el petróleo para hacer
cada día más grande y sólida la Venezuela real y más pequeña, marginal e insignificante la
Venezuela artificial.

Esta noción es la que debe


dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.

Esta noción es la que debe


dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.
Esta noción es la que debe
dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.
Esta noción es la que debe
dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.

Esta noción es la que debe


dirigir y determinar todos los
actos de nuestra vida nacional.
Todo cuanto hagamos o
dejemos de hacer, todo cuanto
intenten gobernantes o
gobernados
debe partir de la
consideración de esa
situación fundamental.
Habría que decirlo a todas
horas, habría que repetirlo
en toda ocasión. Todo lo
que tenemos es petróleo,
todo lo que
disfrutamos no es sino
petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede
sobrevivir al
petróleo, lo poco que pueda
sobrevivir al petróleo es la
única Venezuela con que
podrán
contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de
ejercicio espiritual como los
que los
místicos usaban para
acercarse a Dios, para
llenar sus vidas de la
emoción de Dios. Así
deberíamos nosotros llenar
nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano.
Porque de
esa convicción repetida en la
escuela, en el taller, en el arte,
en la plaza pública, en junta
de
negociantes, en el consejo del
gobierno, tendría que salir la
incontenible ansia de la
acción.
De la acción para construir
en la Venezuela real y para
la Venezuela real. De
construir la
Venezuela que pueda
sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la
Venezuela fingida que casi
nada ayuda a la Venezuela
real. En la Venezuela fingida
están los rascacielos de
Caracas. En
la Venezuela real están
algunas carreteras, los
canales de irrigación, las
terrazas de
conservación de suelos. En
la Venezuela fingida están
los aviones internacionales
de la
AeropostaJ. En la Venezuela
real están los tractores, los
arados. los silos.
Podriamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta
podríamos hacer un balance.
Y
el balance nos revelaría el
tremendo hecho de que
mucho más hemos invertido
en la
Venezuela fingida que en la
real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el
petróleo está en la Venezuela
fingida. En
la que pudiéramos llamar la
Venezuela condenada a
muerte petrolera. Todo lo
que pueda
seguir viviendo, y acaso
con más vigor. Cuando el
petróleo desaparezca, está
en la
Venezuela real.

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