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OTRA VUELTA!

Ningún niño debería quedarse sin dar su vuelta en calesita y la plaza es territorio de
infancias. Esto determinó dónde iba a pasar sus días a partir de ese septiembre del ‘97. En la Plaza
Sáenz Peña, justo en la parte más soleada y cerca de los juegos. Empezó a llamarse simplemente
“La Cale de la Sampe”. 
Jugó con muchos gurises  que iban con sus mamás, sus tíos o seños del jardín. Fue
escenario de miles fotos de carcajadas o llantos. Para nadie era raro ver canguros, helicópteros o
pollitos con volante; como que se disputaran la atención de los chicos con la vaca, el elefante y el
autito. Esto ocurría y ocurrirá en cada calesita, carrusel o tiovivo del mundo. Diferentes nombres,
misma magia. Y “La Cale de la Sampe” no era una excepción.
Ese encanto fue vivido por muchos gurises que hoy, padres y madres, van con sus peques a
“La Cale” para que con sus vueltas y vueltas, la plaza baile al compás.
Una noche, con ese cansancio feliz con el que a veces termina el día, Ramón apagó sus
luces, la musiquita se calló y se fue a descansar. En unos días empezaba el otoño y las noches ya
invitaban a dormir. Tarde ya, de madrugada, se despertaron la vaca, el caballo y el canguro.
Hablando casi en susurros para no provocar al elefante que tenía pesado el cuerpo pero no el sueño,
charlaron.
- Escuché que van a cerrar la plaza -rumió la vaca mientras se recostaba sobre el autito.
- Cerrar la plaza? -respondió el canguro de un salto- Eso es imposible, las plazas no se pueden
cerrar jamás.
- Es cierto -acotó el caballo sacudiendo sus crines de lata- Escuché a dos madres hablando de no
sé qué cosa de la televisión y de algo mundial…
- La Cale está cansada? Ella siempre dice que tantas vueltas la cansan y la marean… -interrumpió
la vaca que había sido empujada por el autito que se sintió aplastado-
- … Cansada?! La Cale?! Por favor! … Ella ama esta vida -relinchó el caballo.
- Shshshsh… vamos a dormir y veamos qué pasa mañana -dijo el canguro que, de un salto, estaba
acomodado entre el helicóptero y el avión.
Al día siguiente, la Cale se preparaba para un nuevo día de vueltas interminables, de risas,
de olor a garrapiñadas, de mates con tortas fritas que pasaban de mano en mano. En cualquier
momento llegaría Ramón, el calesitero, y empezaría la magia… Pero eso ocurrió. Y recordó la noche
anterior… había soñado que algunos de sus animales charlaban… Había soñado? Sería verdad lo
que recordó que hablaban?
Ese día terminaría siendo inolvidable...se cerró la plaza. Dónde estaba Ramón? Por qué no
venía a abrirla y encender la música? Dónde estaban los chicos? Por qué andaba tanta policía
recorriendo las calles? La Cale de la Sampe no entendía nada y fue como si el sol se apagara un
poco. Fue un día largo; largo y triste. Hoy no iba a haber chicos que sueñen con un cielo de calesita
ni iba a dar vueltas hasta marearse… Y no iba a ser sólo un día…
Durante meses eternos, las sonrisas se convirtieron en miradas sombrías y caras tapadas
con barbijos, la plaza, en sólo un lugar de pasos acelerados. Alguien que la escuche, una vuelta y
otra vuelta, quería dar… Enciendan la música, una vuelta más… 
- Ramón! Otra vuelta! -gimió- Pero por largos meses la Sáenz Peña no iba a bailar al compás de la
calesita.
Mónica Ruiz Díaz
02/06/2021

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