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El niño Pestiño
del que os voy a hablar,
tiene una historia
muy particular:
si le daban agua,
pedía limón,
si le daban juego,
quería un sillón.
Contra y recontra
el niño Pestiño,
daba sus pasos
a cada hora.
POEMA ARCOIRIS
cuentos
EL CEDRO VANIDOSO
Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura, Plantado en mitad del jardín, superaba en
altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un
gigantesco candelabro. Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás
árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo podría
compararse conmigo. Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por
fin, en lo alto de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto. Tendré que alimentarlo bien para
que crezca mucho, se dijo. Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La
copa del cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa,
que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho
pesadamente.
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque
¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería
ser amiga de los demás animales.
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy
grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de
comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero
todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que
rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos,
¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además
había aprendido lo que significaba la amistad.
Erase un pequeño ratoncito que vivía muy feliz y tranquilo dando vueltas por el bosque. Podía
correr de acá para allá con total libertad, y hasta los gatos que de vez en cuando pasaban por
allí le respetaban. Pero dicha tranquilidad quedó rota por completo el día en que el ratón se
topó con un extraño animal que jamás había visto. ¡Tenía una cabeza alargadísima!
El ratón no sabía que se había encontrado con un oso hormiguero, que a diferencia de él, no
parecía muy tranquilo, sino con muchas ganas de actividad y de reírse un poco. Al ratón aquello
no le hubiera parecido mal, si no fuese porque aquel oso hormiguero parecía tener ganas de
divertirse riéndose de él, que no le había hecho nada a nadie y correteaba siempre tan tranquilo
por el bosque.
¿Con lo insignificante que eres, triste ratoncito, aún nadie ha frenado tus carreras por este
bosque? ¡Sería tan fácil pisarte!- dijo muy ufano el oso hormiguero.
¿Por qué te metes conmigo? No creo haberte molestado, siempre voy a mi aire por el bosque
sin comprometer a nadie y espero lo mismo del resto- le respondió el ratón entristecido.
Pero lamentablemente el ratón no obtuvo ya ninguna respuesta del oso hormiguero, y ante sus
molestas risas, decidió poner rumbo a otra parte.
Mucho tiempo después el ratón iba, como de costumbre, paseando y correteando por el bosque
cuando, de pronto, escuchó unos ruidos muy fuertes. Rápidamente el ratón acudió a la zona en
la que se había escuchado aquella algarabía y pudo ver de nuevo a aquel oso hormiguero que
tiempo atrás se había cruzado con él para importunarle.
En esta ocasión era el oso hormiguero el que gritaba y se lamentaba, porque se había
encontrado con un gran elefante que había encontrado la diversión en meterse con él. Y el
ratón, sin dudarlo un minuto, se subió al lomo del elefante, que con su gran y torpona trompa
no lograba escaparse de él.
¿Cómo eres tan grande crees que puedes meterte con otros animales que no son de tu talla?
Pues ya ves que no, que de mí no consigues zafarte- exclamó el ratón.
El elefante, que tenía pánico a los ratones, comenzó a correr de un lado a otro despavorido
hasta que el pequeño ratoncito decidió dejarle en paz para que huyera, y cuanto más rápido
mejor.
Entonces el oso hormiguero, ya a salvo de las burlas del elefante, se sintió muy triste y
avergonzado consigo mismo y comprendió que había tenido la misma actitud con él, y hasta
pudo sentir su angustia en aquel día…
Ojalá puedas aceptar mi perdón. Has decidido ayudarme después de mi mala actitud contigo en
el pasado y me has hecho comprender lo necio que fui.
No te preocupes, amigo. Supongo que has aprendido que todos tenemos derecho a ser felices y
a habitar tranquilos en nuestro hogar, y todo aquel que lo entienda, será mi amigo.
Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado salir
adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus negocios en el mundo
del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad, rodeado de mil y una comodidades.
Su hijo, por el contrario, no había conseguido salir de la pobreza, y caminaba mendigando de
pueblo en pueblo y viviendo gracias a la ayuda de las gentes.
Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido en un hombre
con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose día a día de su marcha y
soñando con su llegada:
¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese acompañarme en mis
últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi riqueza!
Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la que se había
traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de caminar de allá para acá, el
hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se
encontraba reposando placenteramente
sobre un sillón de buena mimbre en el
porche ajardinado de su gran casa.
Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy
emocionado se levantó de su sillón para darle
un gran abrazo, así como la bienvenida a su
nuevo hogar. Sin embargo, aquello no tuvo
nunca lugar, porque el hijo, asustado ante
tanta riqueza y temeroso de ser humillado,
salió corriendo de allí como alma que lleva el
diablo.
El hada del viejo pino (leyenda para niños)
Hubo una vez, en unas lejanas llanuras, un árbol antiquísimo al que todos admiraban y que
encerraba montones de historias. De una de aquellas historias formaba parte un hada, que
había vivido en su interior durante años. Pero aquella hada se convirtió un día en una mujer
que mendigaba y pedía limosna al pie del mismo pino.
Muy cerca, vivía también un campesino (al que la gente consideraba tan rico como egoísta),
que tenía una criada. Aquella criada paseaba cada mañana junto al viejo pino y compartía con
la mujer mendiga todo el alimento que llevaba consigo. Pero cuando el campesino se enteró de
que la criada le daba el alimento a la señora que mendigaba, decidió no darle ya nada para
comer para no tener así que regalárselo a nadie.
Tiempo después, el campesino avaro acudió a una boda en la que tuvo la ocasión de comer y
beber casi hasta reventar cuando, regresando a casa, pasó cerca del pino y de la mujer que
mendigaba a sus pies. Pero en lugar de un árbol, el campesino vio un palacio precioso que
brillaba a más no poder. Animado aún por la boda, el campesino decidió entrar y unirse a lo
que parecía otra fiesta. Una vez dentro del palacio, el campesino vio a un hada rodeada por
varios enanitos disfrutando de un festín. Todos invitaron al campesino a compartir la mesa con
ellos y no lo dudó dos veces, a pesar de que había acabado muy lleno de la boda.
El campesino, ya sentado en la mesa, decidió meterse todo cuanto pudo en los bolsillos, puesto
que ya no le cabía nada en el estómago. Acabada la fiesta, el hada y los enanitos se fueron a un
salón de baile y el campesino decidió que era el momento de volver a casa. Cuando llegó, quiso
presumir de todo cuanto le había pasado ante su familia y sus criados y, para demostrarlo, sacó
todo cuando había metido en sus bolsillos. Pero, oh, oh…de los bolsillos no salió nada.
El campesino, enfurecido por las risas de todos, ordenó a la criada que se fuera de su casa y que
comprobara si quisiera cuanto le había contado. La pobre joven salió de la casa entristecida, y
acudió hasta los pies del pino. Pero, de pronto, poco antes de llegar, notó algo muy brillante en
los bolsillos de su delantal. Eran monedas de oro.
Tan contenta se puso la criada que decidió no regresar nunca más al hogar del campesino
egoísta, y fue a ver a la mujer que mendigaba en el pino para darle algunas monedas.
Tome señora, unas pocas monedas que tengo, seguro que le ayudarán. – Dijo la joven.
Y en aquel mismo momento la falsa mendiga retomó su forma de hada, recompensando la
actitud de la joven con un premio todavía mayor, su libertad y su felicidad eternas.
EL POETA Y EL HERRERO
Existe una leyenda, acerca de un poeta muy famoso de la antigüedad, que conoceréis ahora. El
poeta, natural de Florencia, Italia, se llamaba Dante Alighieri. Dice su historia que, dando el
poeta una tarde un agradable paseo, quiso el destino que se cruzase con el taller de un herrero
que se hallaba batiendo el hierro sobre el yunque, al tiempo que canturreaba. En ese momento
Dante distinguió algunas frases de la letra de aquellas canciones que el herrero canturreaba, y
pudo entender que lo que cantaba el hombre era justamente su gran e importantísima obra de
la Divina Comedia, adulterada con invenciones propias y al ritmo de la música.
Dante entró entonces en el taller del herrero, y, agarrando su martillo lo tiró a la calle. Arrojó
después también las tenazas, la cizalla y cuantas herramientas encontró a su alcance.
Pero, ¿qué demonios hace? – Exclamó el herrero.
¿Qué hace usted?- Preguntó a su vez Dante.
¿Pues no lo ve? Trabajar en mi oficio. Y usted, sin más, arroja a la calle mis herramientas,
echándolas a perder. ¡Debería avergonzarse!
Si no quiere que le estropee sus herramientas, no maltrate usted las mías.
Pero, ¿qué dice? Está usted loco. ¿Qué es lo que he echado a perder, si se puede saber? Y, ¿qué
tengo yo que ver con usted?
Está cantando lo que yo escribí con mucho esfuerzo un día, y no lo canta como lo escribí yo,
sino quitando y poniendo lo que se le antoja al ritmo de una canción. De este modo usted echa
a perder mi oficio, y yo no tengo otro que el de escribir.
Entonces, tras aquella conversación, fue el herrero el que sintió que debía avergonzarse y
agachó las orejas marchándose. En lo sucesivo, el herrero tuvo mucho cuidado de lo que
cantaba, y dejó en paz la Divina Comedia de Dante.
LOS UNICORNIOS
Hace mucho tiempo existieron unas extrañas y maravillosas criaturas que poseían el cuerpo
como los caballos más hermosos de la tierra, y además, un mágico cuerno en el centro de su
frente. Estas criaturas, llamadas unicornios, eran de color blanco y se cree que procedían de
tierras indias.
Los unicornios debían albergar tanta magia, que no podía verlos cualquier persona que quisiera
sino que, al contrario, eran muy pocos los afortunados que tenían el privilegio de llegar a
observarlos. Aquellos que llegaban a hacerlo eran las personas que tenían un corazón bueno y
puro, cualidades que eran muy fácilmente rastreables por los unicornios.
Los cuernos de los unicornios tenían propiedades sanatorias y curativas, y eran tan poderosos
que se dice que podían llegar a curar enfermedades muy peligrosas y mortales. Incluso, muchos
llegaron a decir que contenían los ingredientes necesarios para alcanzar la eterna juventud.
Precisamente por todas aquellas razones, la existencia de un unicornio dependía en su
totalidad del mágico cuerno de su frente, y si llegaban a perderlo su destino era la muerte.
En la Edad Media, sabedores de las propiedades del cuerno de los unicornios, muchos
cazadores se adentraron en los bosques para dar caza a estos enigmáticos seres, con tan mala
fortuna, que terminaron abocando a los unicornios a su desaparición. Muy inteligentes, y como
los unicornios eran seres tan solitarios y solo dejaban verse por las personas buenas, aquellos
temibles cazadores se aprovechaban de las personas de corazón puro para capturar a los
unicornios y apresarles en busca de sus cuernos.
Tras su triste desaparición, la magnificencia y bondad de aquellos seres dejó en la historia su
recuerdo como símbolo de la fuerza, de la libertad, del valor, de la bondad y, sobre todo, del
poder de la magia que reside en las personas de gran corazón.
retahílas
yo me llamo chocolate,
Marinero
De tin Marín
A la vuelta de mi casa
A la vuelta de mi casa,
hasta ocho.