Está en la página 1de 16

Declaración universal de los niños a escuchar cuentos

1- Todas las niñas y niños, de cero a cien años, sin distinción de raza, idioma o religión,
tienen derecho a descubrir los más hermosos cuentos, mitos y leyendas de la tradición
oral de sus pueblos.

2- Todo ser humano tiene pleno derecho a exigir que sus padres y madres les cuenten
cuentos a cualquier hora del día. Aquellos padres sorprendidos negándose a contar un
cuento, no sólo incurren en un grave delito de omisión culposa, sino que se están
autocondenando a que sus hijos jamás les vuelvan a pedir otro cuento.

3- Quien no tenga a nadie que le cuente cuentos, tiene absoluto derecho a pedir al adulto
de su preferencia que se los cuente, siempre y cuando éste lo haga con amor y ternura,
que es como se cuentan los cuentos.

4- Todas las niñas y niños tienen derecho a escuchar cuentos sentados en las rodillas de
sus abuelos. Quienes tengan vivos a sus abuelos y abuelas, podrán compartirlos con
otros niños que no los tengan. Aquellos abuelos que carezcan de nietos y nietas están en
libertad de acudir a escuelas y parques donde podrán contar cuantos cuentos quieran.

5- Las personas adultas están en la obligación de poner al alcance de las niñas y los
niños todos los libros, cuentos y poesías de diferentes autores.

6- Las niñas y niños tienen derecho a conocer los relatos indígenas y cuentos
costumbristas, así como de toda aquella literatura oral creada por nuestros pueblos.

7- Toda persona tiene derecho a inventar y contar sus propios cuentos, así como a
modificar los ya existentes creando su propia versión. En aquellos casos de niños y
adultos muy influenciados por la televisión, sus padres y madres están en la obligación
de descontaminarlos conduciéndolos por los caminos de la imaginación, de la mano de
un buen libro de cuentos.

8- Las niñas y niños tienen derecho a exigir cuentos nuevos. Los adultos están en la
obligación de nutrirse permanentemente de imaginativos relatos, propios o no, con o sin
reyes, largos o cortos. Lo único obligatorio es que sean hermosos y cautivantes.

9- Las niñas y niños siempre tienen derecho a pedir otro cuento y a pedir que se les
cuenten un millón de veces el mismo cuento.

10- Todas las niñas y niños del mundo tienen derecho a crecer acompañados de las
aventuras de Tío Tigre y Tío Conejo, del caballo volador y de las hadas madrinas, del
colorín colorado del final de los cuentos y del inmortal “había una vez”, palabras
mágicas que abren las puertas de la imaginación hacia la ruta de los sueños más
hermosos de la niñez.
Amor en la biblioteca
Liliana Cinetto

Cuentan que cuentan que había una vez una princesa


que vivía en un estante de una vieja biblioteca.
Su casa era un cuento de hadas, que casi nadie leía,
que estaba entre un diccionario y un libro de poesías.
Solamente algunos chicos acariciaban sus páginas
y visitaban a veces su palacio de palabras.
Desde la torre más alta, suspiraba la princesa.
Lágrimas de tinta negra deletreaban su tristeza.

Es que ella estaba aburrida de vivir la misma historia


que de tanto repetir se sabía de memoria:
la bruja que la hechizaba por envidiar su belleza
y el príncipe rescatándola y casándose con ella.
Cuentan que cuentan que un día justo en el último estante
alguien encontró otro libro que no había visto antes.
Al abrir con suavidad sus hojas amarillentas
salió un capitán pirata que estaba en esa novela.
Asomada entre las páginas la princesa lo miraba.

Él dibujó una sonrisa sólo para saludarla.


Y tarareó la canción que el mar le canta a la luna
y le regaló un collar hecho de algas y espuma.
Sentado sobre un renglón. el pirata, cada noche,
la esperaba en una esquina del capítulo catorce.
Ella subía en silencio una escalera de sílabas
para encontrar al pirata en la última repisa.
Y se quedaban muy juntos hasta que salía el sol,
oyendo el murmullo tibio del mar, en un caracol.

Cuentan que cuentan que en mayo los dos se fueron un día


y dejaron en sus libros varias páginas vacías.
Muchos otros personajes ofendidos protestaban:
–Las princesas de los cuentos no se van con los piratas.
Pero ellos ya estaban lejos, muy lejos, en alta mar
y escribían otra historia conjugando el verbo amar.
El pirata y la princesa aferrada al brazo de él
navegan por siete mares en un barco de papel.

1 Claudio Ledesma
El ovillo
María Elena Walsh

Hace añares que no llueve, el suelo está reseco alrededor del rancho de la familia
Cañete. La bomba no tira una gota más. El padre se fue hace un mes a cazar peludos y
todavía no volvió. La madre lidia con un montón de hijos en vacaciones. Están tan
sucios que no se sabe si son rubios o morochos, nenas o varones. La cabra y el cabrito
parecen muñecos de alambre. Los frutales sólo servirían para leña.
Al fin la madre dice: -Vayan todos a buscar algo de comer. Y allá se van corriendo.
Rocío es la más chica, y toma por otro camino, con su perro Serafín pisándole los
talones. La madre se pone a amasar su último pan, con harina de yuyo seco y un poco de
baba de cabra, y de paso canta una copla que dice: No quiere llover, sale una nube y se
vuelve a perder…
Así pasa el día y los chicos van volviendo, más sucios todavía. ¿Qué encontraron?
¡Claro, una pelota perdida, tres figuritas y unos cascotes!
Los ladridos de Serafín anuncian a Rocío: vienen rendidos, con la lengua afuera y los
pelos llenos de abrojos. ¿A ver qué basura encontraron ustedes?
Rocío muestra el puño cerrado, le da vergüenza abrirlo, pero al fin estira los dedos uno
por uno. ¿Qué es? ¡Bah! Un ovillito de hilo celeste muy enredado.
- Ni para remiendo sirve- dice la madre- pero no acaba de hablar cuando el ovillo
se escapa de la mano de Rocío… se desanuda solo y resulta que es un hilito de agua,
que empieza a viborear y rodar, y cuando sale del rancho se convierte en arroyo, y el
arroyo canta y da vueltas y engorda y crece y todos miran, se quedan como de palo, los
ojos como el dos de oro.
La cabra y su cría beben hasta reventar. Entonces los chicos chapotean y vemos que
son lindos, rubios y morochos, cuatro varones y tres nenas, contando a Rocío, que va a
buscar un jabón.
Juntan agua en todos los cacharros que tienen y se van a dormir con hambre pero al fin
sin sed. Tienen miedo de que al amanecer el hilo de agua se haya desaparecido como un
sueño.
Cuando despiertan, el sol ya está redondo y el río sigue allí. ¡Qué misterio misterioso,
señores! Durante la noche han nacido brotecitos muy verdes, ha vuelto el benteveo a
bañarse y pronto vuelve también el padre, con un atado de choclos y tres huevos de
ñandú. ¡Ja!
¡Y todos contentos, gracias a Rocío y su ovillito de hilo celeste, que no era más que
agua dormida al pie de un sauce amarillo!

2 Claudio Ledesma
Los sueños del sapo
Javier Villafañie

Una tarde un sapo dijo:


—Esta noche voy a soñar que soy árbol. Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva.
Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la rueda del molino. Estuvo un largo rato mirando el
cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.
Esa noche el sapo soñó que era árbol. A la mañana siguiente contó su sueño. Más de
cien sapos lo escuchaban.
—Anoche fui árbol —dijo—, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos.
Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco
delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas.
Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las
raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.
El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga.
Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy río.
Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.
—Fui río anoche —dijo—. A ambos lados, lejos, tenía las riberas. No podía
escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos
pañuelos en el puerto. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí
que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está
quieta, es la espuma que anda; y que el río está siempre callado, es un largo silencio que
busca las orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube
y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi
peces, nada más que peces. No me gustó ser río.
Y el sapo se fue. Volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los
límites del perejil. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy caballo.
Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos
vinieron desde muy lejos para oírlo.
—Fui caballo anoche —dijo—. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un
hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa
bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi
mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en
el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser
caballo.
Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:
—No me gustó ser viento.
Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:
—No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo:
—No me gustó ser nube.
Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.
—¿Por qué estás tan contento? —le preguntaron.
Y el sapo respondió:
—Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.

3 Claudio Ledesma
Un elefante ocupa mucho espacio
Elsa Bornemann
Cuento prohibido en época de la dictadura militar

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de
circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener una idea tan enorme
como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento:
Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran
carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el
loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante
había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día
siguiente.
—¿Te has vuelto loco, Víctor? —le preguntó el león, asomando el hocico por entre los
barrotes de su jaula—. ¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme
consultado? ¡El rey de los animales soy yo!
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:
—Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de
nuestras selvas...
—¿De qué te quejas, Víctor? —interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No
son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?
—Tú has nacido bajo la lona del circo... —le contestó Víctor dulcemente. La esposa del
criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes
entender, aún, la alegría de la libertad...
—¿Se puede saber para qué hacemos huelga? —gruñó la foca, coleteando nerviosa de
aquí para allá.
—¡Al fin una buena pregunta! —exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás les explicó
a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueño del circo se
llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para
divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no debían soportar
más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer
entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue
la orden de huelga general...)
—Bah... Pamplinas... —se burló el león—. ¿Cómo piensas comunicarte con los
hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?
—Sí —aseguró Víctor. El loro será nuestro intérprete —y enroscando la trompa en los
barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras
otra las jaulas de sus compañeros.
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡hasta el león!
Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los
animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El
calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas... (los animales nunca
supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó,
apenas pisó el césped...)
De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:
—¡Los animales están sueltos! —gritaron a coro, antes de correr en busca de sus
látigos.
—¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas! —les comunicó el loro no bien
los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente.
—¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado,
el elefante!

4 Claudio Ledesma
—¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas! —y los látigos silbadores ondularon
amenazadoramente.
—¡Ustedes a las jaulas! —gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre
ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia
opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes.
La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por
grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES.
HUELGA GENERAL DE ANIMALES.
Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:
—¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego! ¡Mantengan
el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!
—¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan!
—¡BASTA, POR FAVOR, BASTA! —gimió el dueño del circo al concluir su vuelta
número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos—. ¡Nos damos
por vencidos! ¿Qué quieren?
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso
que le había enseñado el elefante:
—...Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y
que patatán... porque... o nos envían de regreso a nuestras selvas... o inauguramos el
primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del
vecindario. He dicho.
Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en
el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el
pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de
embarque con destino al África.
Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: en uno viajaron los tigres,
el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por
Víctor... porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio...

5 Claudio Ledesma
Como si el ruido pudiera molestar
Gustavo Roldan

Fue como si el viento hubiera comenzado a traer las penas. Y de repente todos los
animales se enteraron de la noticia. Abrieron muy grandes los ojos y la boca, y se
quedaron con la boca abierta, sin saber qué decir.
Es que no había nada que decir.
Las nubes que trajo el viento taparon el sol. Y el viento se quedó quieto, dejó de ser
viento y fue un murmullo entre las hojas, dejó de ser murmullo y apenas fue una palabra
que corrió de boca en boca hasta que se perdió en la distancia.
Ahora todos lo sabían: el viejo tatú estaba a punto de morir.
Por eso los animales lo rodeaban, cuidándolo, pero sin saber qué hacer.
—Es que no hay nada que hacer —dijo el tatú con una voz que apenas se oía—.
Además, me parece que ya era hora.
Muchos hijos y muchísimos nietos tatucitos miraban con una tristeza larga en los ojos.
—¡Pero, don tatú, no puede ser! —dijo el piojo—, si hasta ayer nomás nos contaba
todas las cosas que le hizo al tigre.
—¿Se acuerda de las veces que lo embromó al zorro?
—¿Y de las aventuras que tuvo con don sapo?
—¡Y cómo se reía con las mentiras del sapo!
Varios quirquinchos, corzuelas y monos muy chicos, que no habían oído hablar de la
muerte, miraban sin entender.
—¡Eh, don sapo! —dijo en voz baja un monito—. ¿Qué le pasa a don tatú? ¿Por qué mi
papá dice que se va a morir?
—Vamos, chicos —dijo el sapo—, vamos hasta el río, yo les voy a contar.
Y un montón de quirquinchos, corzuelas y monitos lo siguieron hasta la orilla del río,
para que el sapo les dijera qué era eso de la muerte.
Y les contó que todos los animales viven y mueren. Que eso pasaba siempre, y que la
muerte, cuando llega a su debido tiempo, no era una cosa mala.
—Pero don sapo —preguntó una corzuela—, ¿entonces no vamos a jugar más con don
tatú?
—No. No vamos a jugar más.
—¿Y él no está triste?
—Para nada. ¿Y saben por qué?
—No, don sapo, no sabemos...
—No está triste porque jugó mucho, porque jugó todos los juegos. Por eso se va
contento.
—Claro —dijo el piojo—. ¡Cómo jugaba!
—¡Pero tampoco va a pelear más con el tigre!
—No, pero ya peleó todo lo que podía. Nunca lo dejó descansar tranquilo al tigre.
También por eso se va contento.
—¡Cierto! —dijo el piojo—. ¡Cómo peleaba!
—Y además, siempre anduvo enamorado. También es muy importante querer mucho.
—¡Él sí que se divertía con sus cuentos, don sapo! —dijo la iguana.
—¡Como para que no! Si más de una historia la inventamos juntos, y por eso se va
contento, porque le gustaba divertirse y se divirtió mucho.
—Cierto —dijo el piojo—. ¡Cómo se divertía!
—Pero nosotros vamos a quedar tristes, don sapo.
—Un poquito sí, pero... —la voz le quedó en la garganta y los ojos se le mojaron al
sapo —. Bueno, mejor vamos a saludarlo por última vez.

6 Claudio Ledesma
—¿Qué está pasando que hay tanto silencio? —preguntó el tatú con esa voz que apenas
se oía—. Creo que ya se me acabó la cuerda. ¿Me ayudan a meterme en la cueva?
Al piojo, que estaba en la cabeza del ñandú, se le cayó una lágrima, pero era tan chiquita
que nadie se dio cuenta.
El tatú miró para todos lados, después bajó la cabeza, cerró los ojos, y murió.
Muchos ojos se mojaron, muchos dientes se apretaron, por muchos cuerpos pasó un
escalofrío.
Todos sintieron que los oprimía una piedra muy grande.
Nadie dijo nada.
Sin hacer ruido, como si el ruido pudiera molestar, los animales se fueron alejando.
El viento sopló y sopló, y comenzó a llevarse las penas. Sopló y sopló, y las nubes se
abrieron para que el sol se pusiera a pintar las flores. El viento hizo ruido con las hojas
de los árboles y silbó entre los pastos secos.
—¿Se acuerdan —dijo el sapo— cuando hizo el trato con el zorro para sembrar maíz?

7 Claudio Ledesma
El hombrecito verde
Laura Devetach

A este cuento lo encontré en el aire de la calle y lo puse en esta hoja de papel

Era una casita verde, con ventanas verdes y verde chimenea.


La casita estaba en medio del bosque verde de un país verde, en un planeta verde.
Justamente allí, el hombrecito verde leía su libro verde.
Se hamacaba en el sillón con un verde balanceo y le burbujeaban los ojos verdes, de
verdes ganas de saber el final de la historia que contaba su libro verde.
Estaba verde de contento porque se había asegurado que nadie, nadie, vendría a
interrumpir su momento verde.
Solo se oía el ruido verde del fuego que ponis chispeantes a las ventanas verdes de la
casa.
El tiempo pasaba verde, verde, verdemente.
De pronto sonaron a la puerta tres golpes verdes.
-¿Quién es?- preguntó con verde asombro el hombrecito-.
¿Quién llama hoy a mi puerta verde?
Respondió un silencio verde.
El hombrecito cerró su libro verde, caminó sobre su alfombra verde, y con verde intriga
abrió de un golpe la puerta verde de su casa verde.
Ante él estaba el hombrecito rojo, que parpadeó rojamente confuso.
Con sonrisa roja y rojos pasitos para atrás dijo:
-Disculpe, señor, creo que me equivoqué de cuento.

8 Claudio Ledesma
Caracol presta su casa
Ana María Shua

Una vez me hice amigo de un caracol. Tan amigos que decidimos cambiar de casa por
un rato. Yo quería saber como era tener una casa para mi solo. Y caracol quería probar
como era vivir con una familia.
La casa de caracol era un poco incómoda y muy abrigada. Tuve que retorcerme todo
para entrar. Pero eso si: cuando yo estaba adentro, no cabía nadie mas.
Lo bueno es que podía llevarla conmigo a todas partes. Lo malo era que no protegía
tanto como yo había pensado. Tuve que aprender a esconderme, porque con mi casita no
bastaba. ¡No se imaginan a cuantos animales les gusta comer caracoles!
Por suerte no les era fácil seguirme, gracias a que las huellas de mis zapatillas eran muy
diferentes del rastro plateado de mi amigo el caracol.
¡Pensar que antes siempre dejaba las verduras en el plato! En el jardín lo único que tenia
para comer eran hojas y pasto. (A los caracoles verdaderos esa comida les encanta.)
Una tarde llovió y todo se puso mas lindo. El olorcito a tierra mojada es delicioso. Los
caracoles se asoman fuera de la casa y salen a pasear. Las gotas de lluvia me parecían
enormes. Cuando salió el sol, jugué a correr carreras con un escarabajo torito. El estaba
acostumbrado a ganarle a caracol, pero conmigo no pudo.
Los habitantes del jardín hicieron las paces por un rato para festejar el nacimiento de la
primera hojita de primavera. Tardo muchas horas en brotar. Era de color verde claro y
muy tímida. La vi de lejos, porque a los caracoles, las orugas y las babosas, que comen
hojas, los pájaros no nos dejaban acercarnos mucho.

Entonces quise saber como le iba a caracol en mi casa y me trepé a la ventana. “¿Habrá
aprendido a comer hamburguesas como yo aprendí a comer hojas?”, pensé, con mucha
curiosidad, mientras trepaba. “¿Le habrán puesto mi ropa?”
Sin su casita, mi amigo parecía una babosa cualquiera. Estaba sentado mirando la tele
con los ojos así de grandes. Con un cuernito manejaba el control remoto. Mi mamá le
llevó la leche chocolatada en mi vaso preferido y él se la tomó toda.
A caracol le gustaban mucho mis juguetes. Y se llevaba muy bien con mi hermanito
bebé. Claro, como a los dos les encanta arrastrarse por el piso...
Pero cuando vi que se acostaba en mi cama, se enroscaba con mi perro de peluche, y
mamá y papá iban a darle el beso de las buenas noches, me pareció que ya era hora de
cambiar otra vez.
Ahora seguimos siendo muy amigos. ¡Pero cada uno en su casa!

9 Claudio Ledesma
El rey que no quería bañarse
Ema Wolf
Las esponjas suelen contar historias interesantes. El único problema es que las cuentan
en voz muy baja. De modo que para oírlas hay que lavarse bien las orejas.
Una esponja me contó una vez lo siguiente:
En una época lejana las guerras duraban mucho.
Un rey se iba a la guerra y volvía treinta años después, cansado y sudado de tanto
cabalgar, con la espada tinta en chinchulín enemigo.
Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue de guerra una mañana y volvió veinte años
más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo.
Naturalmente lo primero que hizo su esposa, la reina Inés, fue prepararle una bañadera
con agua caliente. Pero cuando llegó el momento de sumergirse en la bañadera, el rey se
negó.
—No me baño —dijo—.¡No me baño no me baño y no me baño!
La reina, los príncipes. La parentela real y la corte entera quedaron estupefactos.
—¿Qué pasa, majestad? —preguntó el viejo chambelán—. ¿Acaso el agua está
demasiado caliente? ¡El jabón demasiado frío? ¿La bañadera es muy profunda?
—No, no y no —contestó el rey—. Pero yo no me baño nada.
Por muchos esfuerzos que hicieron para convencerlo, no hubo caso.
Con todo respeto trataron de meterlo en la bañadera entre cuatro, pero tanto gritó y tanto
escándalo hizo para zafar que al final lo soltaron.
La reina Inés consiguió que se cambiara las medias —¡las medias que habían batallado
con él veinte años!—, pero nada más.
Su hermana, la duquesa Flora, le decía:
—¿Qué te pasa, Vigildo? ¿Temes oxidarte o despintarte o encogerte o arrugarte...?
Así pasaron días interminables. Hasta que el rey se atrevió a confesar:
—¡Extraño las armas, los soldados, las fortalezas, las batallas! Después de tantos años
de guerra, ¿qué voy a hacer yo sumergido como un besugo en una bañadera de agua
tibia? Además de aburrirme, me sentiría ridículo.
Y terminó diciendo en tono dramático:
—¿Qué soy yo, acaso? ¿Un rey guerrero o un poroto en remojo?
Pensándolo bien, Vigildo tenía razón. ¿Pero cómo solucionarlo?
Razonaron bastante, hasta que al viejo chambelán se le ocurrió una idea.
Mandó hacer un ejército de soldados del tamaño de un dedo pulgar, cada uno con su
escudo, su lanza, su caballo, y pintaron los uniformes del mismo color que el de los
soldados del rey. También construyeron una pequeña fortaleza con puente levadizo y
cocodrilos del tamaño de un carretel, para poner en el foso del castillo.
Fabricaron tambores y clarines en miniatura. Y barcos de guerra que navegaban
empujados a mano o a soplidos.
Todo esto lo metieron en la bañadera del rey, junto con algunos dragones de jabón.
Vigildo quedó fascinado ¡Era justo lo que necesitaba!
Ligero como una foca, se zambulló en el agua. Alineó a sus soldados y ahí nomás inició
un zafarrancho de salpicaduras y combate.
Según su costumbre, daba órdenes y contraórdenes. Hacía sonar la corneta y gritaba:
—¡Avanzad, mis valientes! Glub, glub. ¡No reculéis, cobardes! ¡Por el flanco izquierdo!
¡Por la popa...!
Y cosas así. La esponja me contó que después no había forma de sacarlo del agua.
También que esa costumbre quedó para siempre.

10 Claudio Ledesma
Es por eso que todavía hoy, cuando los chicos se van a bañar, llevan sus soldados, sus
perros, sus osos, sus tambores, sus cascos, sus armas, sus caballos, sus patos y sus patas
de rana. Y si no hacen eso, cuéntenme lo aburrido que es bañarse.

11 Claudio Ledesma
El cuerpo de Isidoro
Esteban Valentino

Mi mamá va a tener un hermanito. Bah, un hermano. No sé si es tan chiquito como


dicen. Pero no un hermano de ella. Las mamás no tienen hermanos de ellas. Mi mamá
va a tener un hermano pero de mí, que soy su hijo primero.

El hijo primero de mi mamá soy yo y me llamo Isidoro, que pateo bien. Pateo bien
porque tengo seis años. Antes, cuando tenía cuatro, era más chico. Yo no pateaba bien a
los cuatro y mi mamá no iba a tener ningún hermano.

Mi mamá está cada vez más gorda porque el hermano crece y se hace lugar. Ahora, yo
digo, si el hermano hace más gorda a mi mamá para hacerse lugar, ¿por qué no sale y
sigue creciendo afuera que está lleno de lugar?
Le pregunté a mi papá pero se ve que no se puede.
Parece que antes de salir tiene que tener un cuerpo todo entero y todavía le falta. Yo ya
tengo un cuerpo entero, pero yo sí porque ya tengo seis años.
El cuerpo se empieza a tener cuando se tienen los años.

Una de las cosas más lindas que se tienen en el cuerpo son las manos. Porque sirven
para atajar, que es lo que más me gusta en el mundo.

Mi papá me tira fuerte al arco pero casi nunca es gol, porque yo agarro la pelota con las
manos y entonces me pongo contento. Las manos sirven para estar contentos, que es
otra cosa que me gusta.

Las manos sirven además para estar tristes.


En un cumpleaños que tuve se me rompió un Batman nuevo que me había regalado mi
primo y cuando lloré, él me limpió la cara con las manos,
Después me abrazó y me pasó una mano suya por la cara y yo dejé de llorar.
Las manos de mi primo también sirven.

Algo que no entiendo es lo que pasa con el pelo.


Si el hermano está adentro de mi mamá, ¿por qué mi mamá no se ríe todo el tiempo con
las cosquillas que le debe hacer el hermano con el pelo? Cuando yo le paso mi pelo por
la nariz ella se ríe por las cosquillas y a veces hasta se resfría.
¿Será que el pelo de los hermanos que no tienen los años no resfría a las mamás?

El pelo es la parte más alta de la cabeza. Los hombres grandes como mi papá también
tienen pelo adelante del cuerpo y en el pitito, pero los chicos que tenemos seis años
todavía no. Mi papá me contó que el hermano ya tiene pelo pero no le hace cosquillas a
mamá. A mí, las cosquillas me dan risa también.
Después de las manos y el pelo, lo más importante del cuerpo son los ojos. Porque
sirven para ver. Bueno, eso si uno está afuera de la panza de la mamá. Al hermano no le
sirven un pepino porque lo único que ve es la panza de mamá pero del lado de adentro.

Los ojos son más útiles cuando se tienen los años. Como yo, que puedo cerrar los ojos y
no veo nada o abrirlos y entonces veo todo. Veo la panza de mi mamá con el hermano
adentro, y él, aunque los abra, no me puede ver.

12 Claudio Ledesma
Los ojos están en la cara, que también es muy importante porque así los demás saben
quiénes somos. Yo por ejemplo tengo cara de Isidoro, mi papá tiene cara de mi papá, mi
mamá tiene cara de mi mamá y el hermano no sé porque no se la vi.
A mí lo que más me divierte de la cara es ponerla al lado de la ventanilla en los
colectivos cuando está abierta porque cada vez que el colectivo anda, el viento arranca.
La cara es muy sentidora.

Mi papá y mi mamá estuvieron toda la noche despiertos y yo me quedé con ellos. No


querían que el hermano los encontrara durmiendo. Mi papá se la pasaba mirando el reloj
para que mamá respire.
Les pregunté por qué había que mirar el reloj para que mamá respire y me dijeron
riendo que no era para que mamá respire sino para saber cuando llega el hermano.
Mi papá dejó de mirar el reloj y le dijo a mi mamá “vamos” y se fueron para ayudar al
hermano a salir, yo me puse a llorar porque papá se levantó y dijo “vamos”.
Me duele la panza.

Mi mamá y mi papá tardan en volver.


Yo me quedé con la abuela y me sigue doliendo la panza, que está en medio del cuerpo.
Mi mamá tenía al hermano en la panza y no le dolía, yo no tengo nada y me duele. Me
dijo la abuela que tenía que poner algo en la panza y me hizo una leche con vainillas,
ahora me duele menos.

El hermano ya salió y vino a casa. Tiene cara de Alejandro. Tiene poco pelo en la
cabeza y se le ve la cara. Mi mamá se quedó sin panza y ahora está llena de lugar. Le
pregunté si podía meterme yo, ahora que tiene lugar, pero me dijo que no.
Mi mamá me contó que la panza me dolía porque había estado despierto toda la noche.
Cuando se va a tener un hermano no hay que estar despierto toda la noche porque hace
doler la panza. Alejandro no sabe eso porque es el hijo segundo y todavía no tiene los
años. Pero ya tiene cuerpo.

Es lindo el cuerpo de Alejandro.


Es más chiquito que el mío y es más suavecito que el mío.
Cuando Alejandro tenga los años le voy a enseñar a atajar para que no le hagan goles.

Nos fuimos al patio a sentarnos en el piso y mamá me puso a mi hermano en las piernas.
Yo cerró los ojos porque el sol me molesta y Alejandro me pesa pero no mucho.

13 Claudio Ledesma
Los viejitos de la casa
Iris Rivera

De chica me quedaba mirando aquella casa.


Si la viejita salía, el viejito entraba.
Si el viejito salía, entraba la viejita.
¿Qué pasaba con ellos?
¿No se encontraban nunca?
Cuando amenaza tormenta, el viejito sale a la vereda.
Con ese tiempo, justamente le gusta salir.
La viejita en cambio, pone un pan dulce en el horno.
Con ese tiempo, justamente, prefiere entrar.
Mientras hornea el pan dulce, escribe versos llovidos.
Y los lee para él con voz de lágrima.
Como él no escucha, la viejita abre la ventana y protesta fuerte.
Pero él no entra.
Con voz de lija gruesa le dice que salga ella.
La viejita arruga las arrugas y cierra de un golpe.
El se hace el sordo y la tormenta avanza.
El gruñe afuera, ella rabía adentro.
Y la tormenta se desata.
El mundo llueve a regaderas, a baldes, a palanganas.
El sigue afuera, y ella no asoma una pestaña.
Hasta que cae la última gota.
Entonces el viejo entra:
-¡Que hermosos son los relámpagos! ¡Chasqueaban como ramas!
Pero la vieja sale:
-¡Que transparente el aire! ¡Se está poniendo azul!
Los viejitos se cruzan y hay un gran alboroto de palabras contentas.
A él, con tanta lluvia, se le lavó la rabia.
A ella, el tiempo azul le destiñó el enojo.
Y son dos alegrías en un solo bochinche.
Ella lo invita a respirar el arco iris...
Pero en eso él aúlla que -¡Brota humo del horno...!-
Patea el piso, saca el pan dulce quemado y se quema un dedo.
Con los versos de la vieja hace avioncitos y los estrella contra las paredes.
Siempre lo mismo. Siempre igual.

Pero hubo una vez... un tiempo raro. Ni lindo ni feo, ni blanco ni negro, ni así ni asá.
Ella no supo si salir o entrar. El no supo entrar o salir.
Y ahí quedaron, ni adentro ni afuera, a las puertas de la casita.
El viejo miró de reojo a la vieja. La vieja miró de reojo al viejo.
Enojados.
Serios.
No tan serios.
Media sonrisa.
Sonrisa y media.
Y a carcajadas.
Jugaron a asomarse y esconderse.
A la mancha.

14 Claudio Ledesma
A la ronda.
A las manitos.
El viejo atrapó las manos de la vieja.
Y bailaron mitad adentro, mitad afuera
Y afuera se dieron un beso.
Y adentro un abrazo.
Y se les encendieron los ojos como lamparitas.
Desde entonces...
En cuanto el mundo se pone tormentoso...
...él, como de costumbre, sale al mundo,
y ella, como siempre al mundo entra.
Pero ahora el viejito ve la lluvia
Pensando en el pan dulce y en la vieja.
Mientras que ella, vigilando el horno,
Escribe versos nuevos.
No le salen rezongos a los viejos, sino suspiros...
...que flotan en el aire
mas tiernos que el pan dulce...
...mas dulces
que el pan tierno.

15 Claudio Ledesma

También podría gustarte