Está en la página 1de 6

¿Sabías que cuando Jesús resucita, su cuerpo 

ya no es el
mismo que nació de María?

No, no te alarmes. El que resucita sigue siendo Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Hombre verdadero

y Dios en sí mismo. La misma persona. No es otro. Pero lo que debes saber, porque escrito está, y

hoy el Espíritu Santo nos lo va a confirmar si le prestamos debida atención a la palabra de Dios, es

que su cuerpo fue glorificado; ya no es el mismo que nació de María, ya no es el niño que ella dio a

luz. No, el cuerpo de Jesús, cuando resucitó, sufrió una transformación, pasó de ser carne nacida de

mujer, a ser espíritu santificador (cf. Ro 1:3). Este es, si me acompañas, el tema que vamos a

estudiar hoy en la Biblia. Como siempre, no sin antes pedirle a Dios Padre, en el nombre de nuestro

Señor Jesucristo, que el Espíritu Santo sea quien nos dé debida luz y guíe al conocimiento de toda la

verdad. Empecemos viendo qué nos dice el evangelio según Juan:

Jn 20:14 Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. 15 Jesús le

preguntó: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el

huerto, le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a

buscarlo.

Si has leído el contexto —deberías hacerlo siempre que te compartan un versículo suelto— sabrás

que este relato nos habla del encuentro de Jesús, después de su resurrección, con María Magdalena.

Y si prestaste debida atención, te habrás dado cuenta de que ella no reconoció a Jesús. Curioso,

¿verdad? María Magdalena, que conocía muy bien al Señor; aun así, no lo reconoció en un primer

momento. No, no será hasta que Jesús la llame por su nombre, que ella oiga Su Voz, que se dé

cuenta de que es el Señor quien le está hablando, quien está ante ella (cf. Jn 10:3). Pero no nos

detengamos aquí, sigamos escudriñando juntos la Biblia, pues nos es necesario hallar otros testigos

en la misma que nos den conformidad de los hechos. Vámonos al evangelio según Lucas:
Lc 24:35 Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo

reconocieron a Jesús cuando partió el pan.

En su contexto, Lucas nos relata el encuentro que tuvo Jesús, después de resucitado, con dos de sus

discípulos cuando iban camino de Emaús. Camino que anduvo con ellos durante once kilómetros —

un largo paseo, quede claro— haciéndoles preguntas, hablándoles y explicándoles las escrituras,

pero que al igual que le pasó a María Magdalena, no lo reconocieron ni se dieron cuenta de que era

Jesús, hasta que… Mejor leamos, porque nos tiene guardada una sorpresa:

Lc 24:30 Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado

gracias a Dios, lo partió y se lo dio. 31 En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a

Jesús; pero él desapareció.

¿Cuándo lo reconocieron los dos discípulos? Cuando Jesús, habiendo dado gracias a Dios, partió el

pan y se lo dio. Fue en ese momento cuando se les abrieron los ojos y le reconocieron. ¿Y qué pasó?

Que Jesús DESAPARECIÓ. No, no dice que Jesús se marchó, ni que se despidió, sino que

claramente nos dice que DESAPARECIÓ. No, no lo dejemos aquí, sigue acompañándome porque

aún hay más evidencias y testigos de que el cuerpo de Jesús, su carne, una vez resucitado, nada

tiene que ver con la del niño, y hombre verdadero, que nació de María. Sigamos escudriñando,

ahora en el evangelio según Marcos:

Mr 16:12 Después de esto, Jesús se apareció en otra forma a dos de ellos que iban caminando

hacia el campo.
¿Cómo se les apareció a dos de ellos? En otra forma. Sí, Jesús no es que después de resucitado

podía desaparecer, sino que también podía aparecérseles en otra forma que les impedía reconocerle.

¿Sigues creyendo que su cuerpo resucitado es el mismo que nació de María, de la misma naturaleza

que tomó de ella? Sí, sigue siendo Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Sigue siendo el Verbo, la

Palabra, que se hizo carne (cf. Jn 1:14), sigue siendo la misma persona, pero; ¿sigue teniendo su

cuerpo, su carne, la misma naturaleza? No, es obvio que no. La naturaleza de su carne, su

humanidad, al resucitar, está claro que cambió, que nada tiene ya que ver con la del niño que nació.

Sigue acompañándome, porque hay más testigos en la Biblia que nos confirman que la humanidad

del Señor Jesucristo, su carne, después de su resurrección, ha venido a ser algo nuevo, algo que aún

no era, ni había sido.

Mr 16:14 Más tarde, Jesús se apareció a los once discípulos, mientras ellos estaban sentados a la

mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, ya que no creyeron a los que lo habían

visto resucitado.

¿Cómo lees? Jesús se apareció a los once discípulos, mientras ellos estaban sentados a la mesa. No

dice que entró, sino que se les apareció. Lo mismo que leemos en el evangelio según Lucas:

Lc 24:36 Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los

saludó diciendo: —Paz a ustedes. 37 Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un

espíritu.

Ellos estaban hablando, y Jesús se puso en medio de ellos. ¿Qué supusieron que estaban viendo? Un

espíritu. Porque claro, que Jesús, de la nada, se les aparezca y se ponga en medio de ellos y los

salude... ¿Entendido? Vayámonos ahora a ver qué nos dice otro testigo:
Jn 20:26 Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez

Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y

los saludó, diciendo:—¡Paz a ustedes!

¿Cómo tenían las puertas? Cerradas. Pero, aun así, Jesús entró y se puso en medio de ellos. Curioso,

¿verdad? ¿Puede un hombre de carne y huesos, nacido de mujer, hacer todo cuánto nos está

mostrando la Biblia que Jesús, una vez resucitado, puede hacer? ¿Entiendes ahora por qué Jesús le

dice a María, a pie de cruz, momentos antes de morir; “Mujer, ahí tienes a tu hijo”? Porque el niño

que nació de María iba a morir, iba a dejar de ser el niño que ella tuvo en su vientre. Jesús va a

entregar su carne, su naturaleza humana misma, como sacrificio expiatorio y redentor; derramando

su sangre para perdón de los pecados. Resucitando el tercer día siendo alguien totalmente nuevo y

distinto, alguien que aún no era, ni había sido. Su carne va a tomar una naturaleza distinta, capaz de

cambiar de apariencia, de traspasar puertas y paredes, de aparecerse en distintos lugares, de modos

y formas distintas, a distancias considerables de unos a otros, en un abrir y cerrar de ojos. Es decir,

porque escrito está:

Ap 21:5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, YO HAGO TODAS LAS COSAS

NUEVAS. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.

Atiende y entiende; mi estimado, mi estimada: el niño que nació de María, sí, era hombre

verdadero, pero mortal. Lo que es nacido de la carne, carne es (cf. Jn 3:6). El Verbo que estaba con

Dios, y era Dios; de María no tomó la vida, sino la muerte. No nació de mujer para vivir, sino para

morir. Quien nació de María lo fue el niño que anunció el profeta Isaías. Pero quien resucita lo es el

Hijo de Dios, el hijo que el mismo Isaías anuncia que nos ha sido dado (cf. Is 9:6). ¿Y cuándo nos

fue dado? Cuando resucitó, y según leemos en la carta a los Romanos:


Rom 1:3 Es el mensaje que trata de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, quien nació, como

hombre, de la descendencia de David, pero a partir de su resurrección fue constituido Hijo de

Dios con plenos poderes, como espíritu santificador.

¿Cómo lees? ¿Cuándo fue constituido Hijo de Dios? A partir de su resurrección. ¿Verdad? ¿Y cómo

resucitó, con cuál naturaleza? Como ESPÍRITU santificador. Su cuerpo ya no es material, sino

espiritual, ha sido glorificado. Nos lo explica muy claramente el Espíritu Santo, por medio del

apóstol Pablo:

1Co 15:42 Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible;

lo que resucita es incorruptible. 43 Lo que se entierra es despreciable; lo que resucita es glorioso.

Lo que se entierra es débil; lo que resucita es fuerte. 44 Lo que se entierra es un cuerpo material;

lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual.

Sí, lo sé. Sé que a muchos les va a doler, pero es un dolor que puede sanar las almas confundidas y

descarriadas, si prestan debido oído y abren su corazón a la verdad que hoy les está mostrando la

palabra de Dios: el niño nacido de mujer, el hijo de María, murió en la cruz. No, ella no dio a luz al

Hijo Dios quien, siendo Dios, ni puede nacer ni puede morir. El Hijo de Dios, al igual que Dios

Padre y el Espíritu Santo; no tiene ni principio ni fin de días, son eternos. Dios es eterno. María dio

a luz la carne corruptible y débil del Señor Jesucristo. Carne que terminó, como todos los que son

nacidos de la carne, en el sepulcro. Su muerte en la cruz puso fin a su relación y vínculo carnal con

la mujer que le dio a luz. Es por ello que, a pie de cruz, el Señor se despidió de María diciéndole:

“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

Recuerda: aunque hoy no lo entiendas, no lo olvides y guárdalo en tu corazón y medítalo noche y

día: No somos salvos por creer en el niño nacido, ni mucho menos en la mujer que le dio a luz.
Somos salvos por creer en el Hijo de Dios. Sí, tanto amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo

unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna (cf. Jn 3:16).

Debes entender que, Jesús, nació y murió en el Antiguo Pacto. Nuestro Señor lo es quien, a partir de

su resurrección, fue constituido Hijo de Dios con plenos poderes, como espíritu santificador.

¡SOMOS HIJOS DE DIOS CONFORME A LA PROMESA (cf. Ga 4:4-29), SOMOS LLAMADOS

A SER LOS HIJOS DE DIOS DEL NUEVO PACTO! (cf. Jn 1:12-13).

Y lo dejamos aquí. Como siempre, ahora, es tu deber acudir a tu Biblia, pedir en oración a Dios

Padre Todopoderoso, en el nombre de Jesucristo, que el Espíritu Santo sea quien te dé luz y

entendimiento, y empezar a llevar a cabo el debido estudio; para no ser yo quien te lo diga ni trate

de convencerte, sino que lo sea la mismísima palabra de Dios. La base para empezarlo ya la tienes.

Ahora, ten fe, cree en la promesa del Señor, y déjate guiar por el Espíritu Santo. Es él quien,

tomando de Cristo, y conforme a la promesa, te ha de llevar al conocimiento de toda la verdad, de

Jesucristo mismo (cf. Jn 14:6; 16:13-15).

La gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo,

sea contigo. Te bendigo.

En Cristo Jesús, Raül Gil - Lectio Divina

También podría gustarte