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Los hombres fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, para amarlo y servirlo; por

sugerencias del demonio, abusamos de nuestra libertad desobedeciendo a Dios,


destruyendo así por el pecado, nuestra vocación a la felicidad eterna como hijos de Dios.
Pero Dios quiso librar al hombre de su falta, volver a unirse con él, y por eso EL VERBO SE
HIZO CARNE (Juan 1,14)

Jesús es el sumo sacerdote

El sacerdote es aquél que, tomando en sus manos las realidades creadas y elevándolas al
Cielo, las santifica a través del sacrificio. Cristo unió nuestras vidas a la suya, cargando sobre
Sí nuestros pecados, y, presentándolas ante su Padre, se ofreció a Él como Sacrificio en el
altar de la Cruz: “por ellos me santifico, para que también ellos sean santificados en la
verdad” (Jn 17, 19). De este modo se santificó quien ya era santo, y dio inicio a la obra de
nuestra santificación.

Cristo es el sumo sacerdote Santo e inocente, que nos redime dando satisfacción plena al Padre por
nuestros pecados, “Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su
aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, cuanto más la sangre de Cristo, por
el Espíritu eterno se ofreció así mismo sin tacha a Dios” (heb. 9 12-14)

Nosotros somos sacerdotes de Cristo

Éxodo 19,6

La exégesis coincide en que no se trata del gobierno de los sacerdotes ni de que el carácter sacerdotal
de todo el pueblo acabe sustituyendo el sacerdocio levítico, sino a la posición privilegiada de Israel
respecto a los demás pueblos, en cuanto segullah, propiedad personal o exclusiva de Dios.

No existe otro camino hacia la santidad que no sea el sacerdotal, ni existe otro sacerdocio
que no sea el de Cristo. De ese sacerdocio participan, de maneras distintas, el presbítero y
el fiel laico.

El fiel laico, en virtud del Bautismo, participa del mismo sacerdocio de Cristo, y debe
prolongar en su propia vida el Sacrificio de la Cruz, ofreciéndose a sí mismo, en unión con
su Redentor, a Dios Padre. Cuando así lo hace, es el mismo Cristo quien se ofrece en él, y
así participa el fiel de la santidad misma del Hijo de Dios.

San Pablo, nos explica el efecto que tiene para nosotros el bautismo que nos incorpora a la
iglesia, cuerpo místico del que Cristo es la cabeza. (ef. 4 11-16). Lo esencial de nuestra unión
con Cristo es lo íntimo, lo vital, lo que hace que su vida pase a nosotros, como la savia de la
vid pasa al sarmiento (Jn. 15,6) Dios nos destinó a reproducir la imagen de su hijo hasta
poder decir: vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga. 2, 20)lo cual solo es
posible por la presencia del Espíritu Santo. (1 Pedro1.1-2).

Al unirnos a Cristo por el bautismo nos hacemos hijos con el hijo, profeta con el profeta, reyes
con el rey, sacerdote con el sacerdote.

Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración
y por la unción del Espíritu Santo para que, por medio de todas las obras del hombre cristiano,

Aunque solemos pensar que el Bautismo es la puerta de entrada a los sacramentos,


comprender el hecho de que el Bautismo nos convierte en un sacerdocio real muestra hasta
qué punto el Bautismo nos transforma y nos cambia. No es una mera iniciación, es mucho
más. ¡Es una elevación a la dignidad de un sacerdocio real! Así pues, el Bautismo conlleva
responsabilidades para toda la vida. ofrezcan la luz admirable

Const. sobre la iglesia Nº 10.

Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebr., 5,1-5), a su nuevo pueblo
"lo hizo Reino de sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Ap., 1,6; 5,9-10). Los bautizados son
consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del
Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan
sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz
admirable (cf. 1Pe., 2,4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la
oración y alabanza a Dios (cf. Act., 2,42.47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva,
santa y grata a Dios (cf. Rom., 12,1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien
se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. 1Pe.,
3,15).

Santo Tomás define con precisión los límites del sacerdocio común de los fieles, anticipando
de algún modo el concepto explicado y definido en el ya mencionado documento conciliar:

El laico justo se une a Cristo por la fe y caridad en una unión espiritual y no por el poder
sacramental. Por eso, tiene el sacerdocio espiritual para ofrecer hostias espirituales de que
se habla en el Salmo: ‘El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito'. Y también en la
Carta a los Romanos: ‘Ofreceros a vosotros mismos en sacrificio vivo'. De ahí, la palabra de
Pedro sobre ‘la santa comunidad sacerdotal para ofrecer sacrificios espirituales' (S. Th. III,
q. 82, a. 1, ad 2).

Formas del Sacerdocio

Nuestra participación en el único sacerdocio de Cristo en la iglesia tiene dos formas el


sacerdocio ministerial y el sacerdocio común

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno


para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su
diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la
sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio
eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud
del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de
gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.

El sacerdocio común

textos que se refieren a este sacerdocio de los fieles

- (1ª Pedro 2,5.) “También ustedes, como piedras vivas, edifíquense y pasen a ser un Templo
espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales agradables
a Dios, por medio de Cristo Jesús.”
- (1ª Pedro 2,9.) ”Pero ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación
consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas; pues el los ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable.”

El fiel cristiano que vive en gracia de Dios está animado por el Espíritu de Cristo, que mora
en él, y participa, por ello, de la Naturaleza Divina de Cristo. Cada minuto de su vida, cada
uno de sus dolores y de sus gozos, la más pequeña de sus preocupaciones y todas sus
ilusiones santas forman parte, en ese modo, de la propia Vida de Cristo.

11. La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se


actualiza tanto por los sacramentos como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia
por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y,
regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe
que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se
vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del
Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe,
con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Participando del sacrificio
eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana,

Consagración del mundo

34. Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote porque desea continuar su testimonio y su
servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los
impulsa a toda obra buena y perfecta.

Pero aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes
de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y
salvación de los hombres.

Por lo tanto, el cristiano sacerdote debe:


1- Estar consagrado a Cristo
2- Ofrecer sacrificios al padre

Consagrado: es el que esta separado de lo profano y dedicado a la adoración del Padre.


Es aquel que puede decir como Cristo “el padre y yo somos una sola cosa” (Jn 10,30) porque
hace siempre lo que es del agrado del Padre.

Para ofrecer sacrificio (Rom.12,1) “Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios,
que le ofrezcan su propia persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarle; este
culto conviene a criaturas que tienen juicio.”

El sacerdocio ministerial es el sacerdocio capital, es decir, el de la Cabeza. Desde el día de


su ordenación, el sacerdote pasa a ser, cuerpo y alma, otro Cristo. Cuando el sacerdote
consagra, Cristo consagra; cuando el sacerdote absuelve, Cristo absuelve; el celibato del
sacerdote es el celibato de Cristo; y, así como Cristo es Víctima, también lo es el sacerdote.
A su vez, el sacerdocio común de los fieles es el sacerdocio del Cuerpo, es decir, de la
Iglesia, recibido por participación del de la Cabeza.

Aunque los laicos ejerzan un sacerdocio real, es preciso no confundirlo con el ministerial ni
disminuir a este último su verdadero alcance, pues el sacerdote del Nuevo Testamento ejerce
el insubstituible papel de mediador, en Cristo, entre Dios y los hombres, al mismo tiempo en
que coopera en la construcción de la unidad de la Iglesia, por la celebración de la Eucaristía.

Las otras funciones sacerdotales, inclusive la de absolver los pecados, son comprendidas
por Santo Tomás como ordenadas para guiar a los fieles a la Mesa de la Salvación, donde
también ofrecerán el sacrificio eucarístico, en unión con el sacerdote ministerial, y
participarán del banquete celestial del Cuerpo y Sangre del Señor.

El sacerdocio de los presbíteros, si bien presupone los Sacramentos de la iniciación cristiana,


se confiere mediante un Sacramento particular, por el que los presbíteros, por la unción del
Espíritu Santo, son sellados con un carácter especial y se configuran con Cristo Sacerdote
de tal modo que pueden actuar en la persona de Cristo Cabeza (Cfr. Concilio Vaticano II,
Decreto Presbyterorum Ordinis n. 2).

En los ordenados, este sacerdocio ministerial se suma al sacerdocio común de todos los
fieles. Por tanto, aunque sería un error defender que un sacerdote es más fiel cristiano que
cualquier otro fiel, puede, en cambio, afirmarse que es más sacerdote: pertenece, como
todos los cristianos, a ese pueblo sacerdotal redimido por Cristo y está, además, marcado
cn el carácter del sacerdocio ministerial, que se diferencia esencialmente, y no sólo en grado
(Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen Gentium n. 10) del sacerdocio común de los
fieles.
HAY TRES GRADOS EN EL SACERDOCIO

1) LOS DIÁCONOS:
Los que van al seminario primero ¨se ordenan diáconos ¨ antes de ser sacerdotes.
Hay también unos hombres (incluso casados), que son ordenados diáconos para quedarse así y ayudar a
los sacerdotes. Los diáconos pueden bautizar, predicar y repartir la comunión, pero no pueden celebrar la
misa, consagrar , ni confesar.

2) LOS SACERDOTES:
Los que ¨se ordenan sacerdotes¨ tienen el poder de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la
sangre de Cristo, pueden decir misa y pueden perdonar los pecados.
Todos los sacerdotes hacen votos, o sea, que prometen: castidad en el celibato (esto significa
que renuncian al matrimonio y a cualquier mujer).
Además deben imitar las virtudes que vivió Cristo de pobreza y obediencia.

3) LOS OBISPOS:
Los Obispos son como los sacerdotes jefes.
El Papa es quien escoge al sacerdote que serà elevado al puesto de obispo y le encarga una zona
especifica que se llama ¨DIÓCESIS¨.

El Obispo dirige a varios sacerdotes que a su vez cuidan de sus PARROQUIAS. Varias parroquias hacen
una diócesis.

Los Obispos hacen las mismas cosas que cualquier sacerdote normal y, además, son los únicos que
pueden administrar el Sacramento de la Confirmación y los únicos que pueden ordenar otros sacerdotes.

El texto fundamental sobre el sacerdocio común de los fieles es la Primera Carta de san
Pedro (1Pe 2,1-5). Posiblemente en el contexto de una catequesis bautismal, la carta
expone, en primer lugar, las condiciones previas para la ofrenda cotidiana de los cristianos
(el rechazo del mal, la avidez por la Palabra de Dios y la experiencia gustosa del encuentro
personal con Cristo).

En segundo lugar se explica el ejercicio del sacerdocio común: la adhesión a Cristo y a su vida nueva;
la edificación de la Iglesia como templo espiritual; los «sacrificios espirituales»11 que son las actividades
de los cristianos (no solo sus oraciones sino también sus trabajos ordinarios) ofrecidas a Dios, gracias al
fuego divino del amor que enciende y mantiene el Espíritu Santo, para el bien del mundo; todo ello adquiere
sentido, valor y utilidad en unión con el sacrificio de Cristo a través de la Eucaristía.
Escribe Vanhoye que «sacrificar» significa hacer sagrado, como «santificar» significa hacer santo.12
Cabría explicar más esa observación, puesto que en el cristianismo la santificación de las realidades
cotidianas no implica convertir esas actividades en «sagradas», según el lenguaje habitual; siguen siendo
sociológi- camente «profanas», si bien adquieren, por el Bautismo, la capacidad de ser santificables y
santificadoras.13

En definitiva, el sacerdocio común de los fieles se refiere sustancialmente a la realidad nueva que los cristianos
están llamados a vivir en Cristo. Las relaciones entre antiguo y nuevo sacerdocio dependen de las relaciones
entre antigua y nueva alianza
El primero, el «sacrificio espiritual», consiste en la ofrenda a Dios que hacen los cristianos de su propia
vida corporal (cfr. Rm 12,1-2) con todo lo que comporta de relaciones: trabajo, vida familiar, oración, alegría,
sufrimiento, etc. En unión con Jesús, los cristianos están llamados a la santidad sumergiéndose como Él en
la condición humana con un amor que culmina en la ofrenda de sí mismos al Padre y a los hombres. Y
esa ofrenda es asumida por la Iglesia de modo que lo
«profano» se orienta a Dios y se convierte (teológicamente) en «sagrado» en cuanto signo de encuentro
con Dios: «Son los lugares y las ocasiones de la vida cotidiana las que se convierten en “sagradas” si son
vividas por los fieles como tiempos y lugares de respuesta al amor de Dios».72
Respecto al segundo elemento del sacerdocio bautismal, la ofrenda (ritual) del «sacrificio eucarístico»,
se manifiesta en la celebración litúrgica. No se trata, advierte este autor, de una experiencia «pasiva» de
recepción del sacrificio de Cristo que Él hace al Padre y a la Iglesia, sino también el don que los fieles presentan
al Padre en Cristo. «La Eucaristía está formada también por el don personal de los creyentes, por la ofrenda
del “cuerpo” de los fieles. En la Eucaristía celebrada, junto al sacrificio de Cristo está presente también nuestro
sacrificio espiritual pese a lo pobre e imperfecto que pueda ser».73
a) Sacerdocio común y su aspecto sacramental. Esto es comprensible por la historia del tema –en la
que aquí no podemos entrar–, especialmente desde la época de la Reforma protestante. Los estudiosos
como Y. Congar –uno de los autores que más influyeron en la presentación del sacerdocio común en el
Concilio Vaticano II– reconocían en los dos «sacerdocios» su referencia sacramental; pero
encontraban en las reflexiones de los Padres de la Iglesia, en el caso del sacerdocio común, un subrayado
del aspecto existencial o espiritual, en relación con la santificación de la vida y las virtudes, que supone la
participación en la vida eterna de Cristo, gracias a la configuración con su Misterio pascual propia del
Bautismo.78 Esto no significa olvidarse de la conexión entre los dos aspectos espiritual y sacramental (este
último puede verse representado por el nombre
«sacerdocio bautismal») o su relación con el sacerdocio ministerial.
b) Sacerdocio común y dinámica de la Iniciación cristiana. Es interesante la relación entre el sacerdocio
común de los fieles y la «unción de Cristo», pues pone de relieve la dimensión pneumatológica del
sacerdocio de Cristo, que pasa también a su participación por parte de la Iglesia y de los cristianos.
La tradición cristiana considera una «doble unción» en Cristo. Una primera en su Encarnación y una
segunda en el río Jordán, que le prepara para la parte pública de su misión. Sobre los apóstoles descendió,
en forma de llamas de fuego en Pentecostés, el Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en forma de paloma
en el Jordán.
En la liturgia cristiana, la unción postbautismal (que tiene lugar después de la ablución con el agua) es
signo de la acción del Espíritu Santo, ya en el Bautismo, al configurar al nuevo cristiano con el Misterio
Pascual y por tanto con el triple oficio de Cristo.85
La segunda unción, que se recibe con la Confirmación, es signo de la acción reforzadora del Espíritu
Santo en el ya bautizado, como actualización de lo que los discípulos recibieron en Pentecostés, viniendo
a ser como un «pentecostés personal». La unción postbautismal, como declara el Catecismo de la Iglesia
Católica,86 «anuncia una segunda unción», es decir, la crismación que tiene lugar en la confirmación. Y
de esta manera se expresa también a nivel simbólico la unidad de estos dos sacramentos y de la iniciación
cristiana, cuya plenitud está en la (primera) Eucaristía.
La Exhortación ya citada Sacramentum caritatis (2007) invita a replantear, en el plano de la praxis pastoral,
el orden primitivo de los sacramentos de la Iniciación cristiana (Bautismo-Confirmación-Eucaristía), que se
mantiene en las costumbres eclesiales de Oriente, y en la misma praxis occidental por lo que se refiere a la
iniciación de los adultos, a diferencia de la de los niños.87
A partir del sacramento del Bautismo que nos integra en el único Cuerpo de Cristo y pueblo sacerdotal,
se trata de «ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades,
y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia
esperanza de modo adecuado en nuestra época».88
c) El sacerdocio común y los demás sacramentos. Por lo que respecta a los demás sacramentos, el sacramento
de la Penitencia es, según la Tradición, «segundo bau- tismo», para reconducir al cristiano pecador a la gracia
bautismal. Y el sacramento de la Unción de los enfermos se ordena a revitalizar la primordial curación interior
realizada por el bautismo y reactiva el carácter bautismal, por lo que conduce a participar del sacerdocio de
Cristo en aquel «perfeccionamiento» del que habla la Carta a los Hebreos, por medio de los sufrimientos y
de la muerte.89
En cuanto al Orden y el Matrimonio, que el Catecismo considera «Sacramen- tos de servicio a la
comunión», profundizan cada uno a su modo la primordial consagración bautismal y crismal del creyente,
en orden a una particular vocación y misión para el servicio al pueblo sacerdotal.
Todo ello se relaciona estrechamente con el culto espiritual en el marco de la litrugia cristiana y de la
dimensión litúrgica de la vida cristiana.90

4. Sacerdocio común, existencia cristiana y laicado en san Josemaría

Una de las vetas fecundas que ofrece la teología del sacerdocio común de los cristianos es la que subraya
su vida ordinaria y santificada como «lugar» teológico, en íntima conexión con el sentido cristiano de las
realidades creadas: el trabajo, la familia, la amistad, las relaciones sociales, la vida política y ciudadana, las
ciencias y las artes, la salud y la enfermedad, el ocio y el descanso, el deporte, etc., y por tanto, de un modo
directo o indirecto, en relación con la teología del laicado.91
En esta perspectiva se sitúan aquellos textos de autores que reflexionan sobre el sacerdocio común de los
fieles y sus implicaciones, a la luz del espíritu del Opus Dei y de las enseñanzas de su Fundador, san Josemaría
Escrivá.92
Como muestra nos referirnos aquí a un estudio de J. L. Illanes sobre el n. 10 de Lumen Gentium, acerca,
por tanto, del sacerdocio común de los bautizados.93
El autor desarrolla sus reflexiones en cinco puntos o pasos.
5. La dimensión evangelizadora del sacerdocio común

Entre las aportaciones que se ocupan del sacerdocio común en la misión evangeli- zadora de la Iglesia,
escogemos aquí algunas procedentes de la teología pastoral.
a) El sacerdocio bautismal y la antropología cristiana. D. Bourgeois ha dedicado una atención especial al
sacerdocio bautismal en sus estudios sobre la misión pas- toral de la Iglesia.109 Se pregunta por qué está
estructurado el sacerdocio bautismal según las tres funciones y responde a partir de la estructura
antropológica de la relación interpersonal, con tres dimensiones: dimensión cognitiva, dimensión del
deseo y de la voluntad y dimensión de la realización plena en el encuentro (comunión interpersonal).110
A continuación correlaciona cada una de esas tres dimensiones con uno de los munera, sobre el trasfondo
de la sacramentalidad de la Iglesia. De esta manera señala un camino fecundo para la fundamentación
antropológica y también para la educación de la fe.
En una monografía sobre la dimensión pneumatológica de la pastoral, R. Calvo dedica un capítulo a
la pastoral litúrgica en esta perspectiva. Aunque no trata del sacerdocio común in recto, destaca la necesidad
de una liturgia signifi- cativa, con sus dimensiones comunicativa y festiva, centrada en la celebración
eucarística.111
b) El ejercicio del sacerdocio común en la vida cristiana y eclesial. Uno de los principales referentes para
la teología pastoral en el ámbito europeo, S. Lanza, se ha fijado en el sacerdocio común como tema teológico
pastoral.112 Se pregunta cómo debe entenderse el ejercicio de la dimensión sacerdotal en la vida cristiana.
A partir de los textos del Apocalipsis, señala que los fieles están llamados a una acción sacerdotal que
implica la disponibilidad sustancial de su vida, desplegada gracias a la fuerza de la victoria de Cristo. Por
ella pueden y deben obrar en
c) El sacerdocio común de los fieles, como fundamento en la Misión evangeli- zadora de la Iglesia. Por
nuestra parte, en una introducción a la Teología de la Misión,116 consideramos el sacerdocio común en
relación estrecha y profunda con la sacramentalidad de la Iglesia como raíz de su entera Misión. La
Iglesia es sujeto de su única misión evangelizadora como Cuerpo sacerdotal de Cristo

ungido por el Espíritu.117 En cuanto «comunidad sacerdotal orgánicamente es- tructurada»,118 participa
del triple oficio de Cristo (triplex munus Ecclesiae). Y así podemos revivir en ella los misterios de la vida de
Cristo, que son misterios de revelación, redención y recapitulación.119

Para empezar, tomemos nota, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, de que este
personaje misterioso (Melquisedec) fue sacerdote del Dios Altísimo. Leamos ahora el
relato que se encuentra en Génesis 14. Mientras combatían varias naciones y pueblos en
Palestina y Mesopotamia, Lot, el sobrino de Abraham, juntamente con su familia y sus
bienes, fueron capturados y llevados a otro lugar.

Uno de los miembros de este grupo pudo escapar y, llegando hasta donde estaba
Abraham, le comunicó las malas noticias. Éste entonces dispuso que se armaran 318 de
sus propios siervos para perseguir a los invasores hasta más allá del lugar llamado Dan.
Abraham pudo rescatar a Lot y a todos los miembros de su familia, y los trajo de regreso,
sin contratiempos, a las ciudades de Canaán, en Palestina. A su regreso le salió al
encuentro repentinamente un personaje misterioso. Abraham fue bendecido por
Melquisedec.

En Génesis 14:18-20 encontramos el relato:

"Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le
bendijo, diciendo: 'Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la
tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano'. Y le dio
Abram los diezmos de todo [a Melquisedec]", es decir, la décima parte de todo, puesto
que "diezmo" significa una décima parte.
Tomemos nota de que Melquisedec era rey de Salem. Este es el nombre original de la
ciudad de Jerusalén. "Salem" viene de la palabra hebrea que significa "paz". Esto hace a
Melquisedec "Rey de paz". El mismo nombre hebreo Melquisedec significa "Rey de
justicia" (Hebreos 7:2).

Se vuelve a mencionar este personaje en Salmos 110:4. Hablando proféticamente acerca


de Cristo, David dijo: "Juró el Eterno, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para
siempre según el orden de Melquisedec”. Podemos leer esto también en Hebreos 5:6, 10.

Antes de volver a Hebreos para aclarar quién es Melquisedec, debemos recordar que
este personaje es misterioso únicamente para nosotros. Tanto Abraham como el rey de
la corrompida ciudad de Sodoma sabían exactamente quién era. Con toda seguridad lo
habían visto antes. No podría haber sido cananeo puesto que los cananeos eran fervorosos
practicantes de costumbres paganas. Por otra parte, Canaán fue descendiente de Cam,
mientras que Dios había escogido a los descendientes de Sem para llevar a cabo su obra.

Entonces, ¿quién es este personaje misterioso, llamado Melquisedec?

Antes de proseguir tomemos nota de otro indicio. Desde tiempos antiguos, aun antes de
Moisés, la región que hoy se conoce como Palestina era conocida por los gentiles como
"tierra divina", la "tierra santa", ¡la "tierra de adoración!" ¿Por qué? ¿Acaso había alguien
allí (en Palestina) santo, con carácter divino, alguien digno de adoración?

El misterio aclarado

Volvamos al capítulo 7 de Hebreos, pasaje que nos permite identificar a Melquisedec:

"Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir
a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio
Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y
también Rey de Salem, esto es, Rey de PAZ" (versículos 1-2).

Puesto que Dios les asigna nombres a los individuos según lo que son, entonces esto es lo
que Melquisedec es: "Rey de justicia".

¡Pensemos en lo que esto significa! Rey de justicia. Jesucristo mismo dijo: "…ninguno hay
bueno, sino sólo Dios" (Lucas 18:19). La justicia del hombre es, ante Dios, como trapos de
inmundicia. Nadie puede ser justo sino solo Dios, o bien alguien que haya sido hecho justo
por el poder de Dios: ¡Cristo en persona! Evidentemente, nadie, excepto uno de la Deidad:
el reino divino de Dios, podría ser llamado "Rey de justicia".Semejante título aplicado a
otro que no fuese Dios, sería una blasfemia. ¿Por qué?

La justicia es obediencia a la ley de Dios. Puesto que Dios es el dador de la ley (Santiago
4:12), Él es Gobernador Supremo o Rey. Él es quien determina lo que es
justicia. "…Porque todos tus mandamientos son justicia" (Salmos 119:172). Cuando Jesús
hablaba con sus discípulos acerca de un punto determinado de la ley, Él se colocaba en
una posición superior a ella. Él es Señor del día de reposo (Marcos 2:28). Ningún ser
humano puede ser Señor o Rey sobre la ley de Dios. ¡Solamente Dios puede
serlo! Todos los seres humanos han pecado y quebrantado esa ley de justicia (Romanos
3:23).

Continuando con el capítulo 7 de Hebreos, notemos también que este personaje era "Rey
de paz". La palabra "Salem", de donde se derive Jerusalén, significa "paz". Y recuérdese
que Jesús es llamado, además, ¡el Príncipe de paz! (Isaías 9.6). Ningún hombre podría
ser Rey de paz. El hombre no conoce el camino hacia la paz. Leamos los siguientes pasajes
en Romanos 3:10 y 17: "…No hay justo, ni aun uno… Y no conocieron camino de paz".

Siguiendo adelante, vemos que Melquisedec no tenía ni padre, ni madre, ni genealogía. No


nació como otros seres humanos. Carecía de padre y madre. Pero esto no indica que se
había perdido su registro de nacimiento, pues sin registro de genealogías todo sacerdote
humano quedaba excluido del sacerdocio (Esdras 2:62).

Pero aquí vemos que Melquisedec no tenía genealogía y por lo tanto no era como los demás
seres mortales. No tenía descendencia o linaje humano, sino que existía por sí solo, como
lo dijo el apóstol Pablo en sus palabras inspiradas: “…ni tiene principio de días, ni fin de
vida…” (Hebreos 7:3). Así, vemos que siempre existió, ¡desde la eternidad! Ni siquiera
fue creado, como los ángeles, sino que ha existido por sí solo por toda la eternidad. Esto
puede decirse únicamente de un ser divino, ¡de DIOS!, y no de un ser humano.

Sin embargo, Melquisedec no pudo haber sido Dios el Padre, pues era "sacerdote del Dios
Altísimo". Las Escrituras nos dicen que ningún hombre jamás ha visto al Padre (Juan 1:18;
5:37). No obstante, Abraham vio a Melquisedec. Melquisedec no pudo haber sido Dios el
Padre, sino "hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para
siempre" (Hebreos 7:3).

¡Ahí lo tenemos! Durante el tiempo de Abraham, Jesús no era Hijo de Dios, puesto que
no había nacido aún de la virgen María. Pero sí fue hecho semejante al Hijo de Dios en su
manifestación a los antiguos.

Fijémonos nuevamente en lo que nos revela este pasaje: Melquisedec permanece, es


decir, continúa siendo para siempre, un sacerdote. Dios el Padre no es un "sacerdote del
Dios Altísimo", ¡pero Cristo el Hijo sí lo es! Sin embargo, aun en los días en que el apóstol
Pablo vivió y escribió, poco después de que el Señor Jesús ascendiera al cielo como sumo
sacerdote, las Escrituras declaran que aún entonces Melquisedec "permanece, [tiempo
presente] sacerdote para siempre".

Observemos también que el orden del sacerdocio de Cristo lleva el nombre de


Melquisedec, de la misma manera que el nombre de Aarón fue usado para el sacerdocio
aarónico. Es así como Melquisedec fue sumo sacerdote en aquellos primeros tiempos,
durante los días del apóstol Pablo, lo es ahora y lo seguirá siendo para siempre.
¡Igualmente CRISTO fue, es y será sumo sacerdote para siempre!

¿Significa esto que hay dos sumos sacerdotes? ¡No! ¡Imposible! Hay una sola conclusión y
es ineludible. Muy en contra de las diversas ideas humanas a las que se aferran tantos,
¡Melquisedec y Cristo son UNO SOLO!

No faltan quienes hacen hincapié en la declaración bíblica de que Melquisedec "no tiene
fin de vida". Discuten el hecho de que, puesto que Cristo murió, tuvo fin de vida. Si esa
fuese la interpretación correcta del pasaje, entonces tendríamos que deducir que Cristo
aún está muerto. Pero Cristo no está muerto. Está vivo puesto que fue imposible que la
muerte lo retuviera (Hechos 2:24). Melquisedec jamás habría cumplido su misión de sumo
sacerdote sin haber muerto por los pecados del mundo y haber resucitado nuevamente.
Es función del sumo sacerdote conducirnos hacia el camino de salvación.

En efecto, Jesucristo es el autor y el conservador de nuestra salvación (Hebreos 5:9;


12:2). Él es "declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de
Melquisedec" (Hebreos 5:10). Y no es maravilla, ¡Melquisedec y Cristo son una y la misma
persona!

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