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Vida Sobrenatural
REVISTA DE TEOLOGÍA MÍSTICA
4. SANTA TERESA DE JESÚS, Vida 19, 11: Obras Completas, o.c., p. 117.
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Conclusiones
6. SANTA TERESA DE JESÚS, Vida 13, 16: Obras Completas, o.c., p. 79.
Iniciación a la Oración Cristiana
a) La lectura
La lectura consiste en adquirir con atención el conocimien-
to de las Escrituras mediante la aplicación de la mente... La lec-
tura es lo primero; es el fundamento. Cuando ha dado materia
para la meditación os confía a ella.
¿Qué se entiende por lectura? En el medioevo un manus-
crito era un tesoro. Nosotros valoramos poco la lectura; inclu-
so, a veces las preocupaciones y las imágenes de los medios de
comunicación social, tan manipuladas, nos agobian e impiden
una lectura atenta. Pero se trata de saber leer la Sagrada
Escritura. Para un hombre medieval leer la Sagrada Escritura
era un rito, en orden a descubrir el sentido y la vida de la
Palabra de Dios. Comenzaba haciendo la señal de la Cruz, en
orden a purificar el rostro, los ojos, la boca, las manos, el cora-
zón. Besaba el Evangelio, pidiendo a Dios el don de inteligen-
cia. Cuidaba también la postura, de modo que el cuerpo ayu-
dara a que el espíritu permaneciera atento. Después entraba
en el propio interior con una inclinación corporal, hasta que
la mente fuera de toda distración se sintiera atraída por Dios.
La finalidad de la lectura es que la mente quede ordena-
da; para ello lo primero es preciso recoger los sentidos y tener
sumo cuidado con las lecturas extrañas a la fe, es decir, evi-
tar la confusión ideológica, que nos llevaría a una continua
distracción. Las pompas del diablo, diversiones inadecuadas,
11. Los nueve modos de orar de Santo Domingo. Ed. por Fray Pedro
Blanco. Editorial San Esteban. Salamanca 1994.
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b) La meditación
La meditación es el acto de la mente ávido de conocer que
precede a una búsqueda atenta bajo la dirección del corazón para
descubrir una verdad oculta ... La meditación busca afanosa-
mente lo que hay que desear, ahonda en el terreno, descubre y
muestra el tesoro. Pero incapaz de cogerlo, nos lleva a la oración.
¿Qué se entiende por meditación? “Tiene en la Ley del
Señor su complacencia y en ella medita día y noche” (Salmo
1, 2). Vemos, pues, que meditar es algo más que la aplicación
metódica de la mente a un tema, más que un simple compar-
tir la Palabra. Meditar es una repetición incesante y lenta de la
Palabra, aplicando a ella toda la vida y toda la mente. Es rumiar
la Palabra, repitiéndola con ardor y devoción; devorar la
Palabra, necesitándola. Meditar es acoger y guardar la Palabra,
como María (Luc. 2, 51), en orden a hacer memoria de las
Palabras del Señor y creer en ellas (Jn. 2, 22). Meditar es guar-
dar la Palabra de modo que nadie nos la arrebate, y podamos
gustarla juntamente con las maravillas realizadas por el Señor
(Hebr. 6, 5), de modo que podamos glorificar a Dios por ella.
INICIACIÓN A LA ORACIÓN CRISTIANA 123
c) La oración
La oración es la ferviente aplicación del corazón a la bús-
queda de Dios para ser liberado de los males y adquirir los bie-
nes... La oración, elevándose con todas sus fuerzas hacia el
Señor, pide el tesoro deseado, la suavidad de la contemplación.
¿Qué es orar? Es suplicar al Señor lo que la lectura y la
meditación no nos han podido conceder: la pureza del cora-
zón, de modo que brote de la Palabra el vino generoso, la vida
eterna. Es el tiempo de la súplica insistente: Señor, que vea;
Señor, que oiga; Señor, dame de esa agua. Es el tiempo de la
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d) La contemplación
Es la elevación del alma extasiada, que saborea ya los gozos
eternos ... Por último la contemplación viene a recompensar
INICIACIÓN A LA ORACIÓN CRISTIANA 125
1. La oración de Cristo
3. Seguimiento y oración
La historia de Natanael (Jn 1, 45-51) es un paradigma para
el cristiano. Cuando nos anuncian a Jesucristo, nos dicen tam-
bién: “Ven y verás”. Efectivamente, no basta con recibir la
Palabra; es preciso contemplarla para poder ver cosas mayo-
res. Por eso, el seguimiento de Cristo implica también su con-
templación. La fe ilumina esa subida de Cristo hacia Jerusalén,
donde se consuma su obediencia al Padre en el misterio del
sacrificio de la Cruz. La mística cristiana es verdadera en la
medida que haga transparente la gloria de la Cruz. No hay que
dejarse engañar por el brillo de las apariencias, sino por la ver-
dad callada del camino seguido por Jesucristo.
Nuestro camino avanza por el desierto de la fe. Es la expe-
riencia del éxodo, donde la aridez espiritual forma parte de la
historia de la salvación. El auténtico seguimiento de Cristo nos
hace humildes, pues nos da el conocimiento de Dios Padre en
su Hijo y de su misericordia ante nuestros pecados. Nuestra
apoyatura durante el camino es la fe en las promesas, que Dios
siempre cumple, y que integran las arras del Espíritu, median-
te las cuales sabemos que Dios en verdad nos ama y nos está
salvando. La fe se abre más a la contemplación en la medida
que prescinde de la ciencia que hincha sin edificar y busca
amorosamente el rostro de Dios, y así se sorprende ante el mis-
terio de amor en Jesucristo.
Tiene que haber coherencia entre la oración y el amor,
entre la adoración a Dios y la relación con los demás, entre
las obras y los frutos. Un criterio acertado es advertir qué
grado de confianza ponemos en Dios cuando tenemos que
construir algo en su reino; qué grado de confianza tenemos
en nosotros mismos; si de la oración no salimos dispuestos a
perdonar de corazón cualquier injuria recibida es que no
hemos rezado adecuadamente. En el campo de la mística el
amor es luz y guía, y en este nivel nunca se confunde la misión
con la función; además en tratando de oración no está la cosa
en pensar mucho sino en amar mucho 1. Y cuando se es capaz
zón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). Lo que sale de la boca
procede del corazón y eso es lo que hace impuro al hombre.
Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homi-
cidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos
testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hom-
bre (Mt 15, 18-20).
Cuando se tiene un corazón según el corazón de Cristo, es
decir, vivificado por el amor de Dios, se escucha el nombre de
Jesús y los nuevos nombres que Él nos pone y también los
nombres que nosotros ponemos a Jesús (Is 43, 1). Así pensa-
mos con el corazón en Jesús y recordamos con el corazón a
las personas, a quienes amamos, por quienes rezamos, a quie-
nes perdonamos. Experimentamos también cómo las heridas
se van curando y se convierten en trofeos de la nueva victoria.
Y salen nuevas palabras de una boca sobre la que se ha hecho
la señal de la cruz y se ven nuevos gestos en quienes se santi-
guan antes de actuar y salir del corazón a la boca. En fin, de la
abundancia del corazón habla la boca (Mt 12, 34).
Jesucristo es luz y quien se acerca a Él queda iluminado
por el Espíritu Santo; seguir a Jesús es andar en la luz; cuan-
do los ojos se abren a la luz divina hasta el corazón queda ilu-
minado, dejando iluminada también a toda la persona en su
cuerpo y en su espíritu. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu
cuerpo estará luminoso (Mt 6, 22). Hay que hacer memoria de
la teología de la luz: el cirio pascual, la transfiguración del
Señor, los iconos iluminados, la lámpara del sagrario, los ros-
tros de los santos iluminados por la gloria de Dios, como Santo
Domingo de Guzmán con su rostro lleno de luz; por eso se le
representa con una estrella en la frente; y San Francisco de
Asís, quien después de la oración se cubría el rostro para pasar
desapercibido. Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos
como espejos la gloria del Señor y nos transformamos en la
misma imagen, de gloria en gloria, como movidos por el Espíritu
del Señor (2 Cor 3, 18).
Con esta oración de Jesús se recobra la armonía interior,
la pureza del corazón y nos colocamos en el centro profundo
de nuestra vida, una vez purificada en sus memorias. Recon-
ciliados con nosotros mismos, con Dios, con los demás, con
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1. Oración vocal
2. La meditación
3. Oración afectiva
4. Oración de simplicidad
6. Grados místicos
en una cosa muy honda, que no sabré decir cómo es, siente en
sí esta divina compañía” (Santa Teresa de Jesús). “Yo duermo,
mas mi corazón vela” (Cantar de los Cantares). Un acto de
amor puro, caridad suma en total libertad interior, vale más
que todas las obras apostólicas juntas; estas almas son el cora-
zón de la Iglesia y su muerte es dulce y suave. Símbolos de esta
oración son el fuego, el hierro incandescente, la comunión, el
matrimonio. Aquí ya no hay egoísmo; sólo reina el Señor. Hay
un gran deseo de asemejarse a Cristo en todo, de que todos
conozcan y amen a Dios, mas en una sumisión completa a la
voluntad divina.