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Algunas notas de la santidad en el mundo actual

En estos días cómo preparación para la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe se nos ha
sugerido profundizar en algunos puntos de la Gaudete et exsultate, exhortación apostólica del
Santo Padre. El día de hoy comentaré dos de las manifestaciones del amor a Dios y al prójimo
que el Santo Padre nos señala.
Quisiera comenzar esta homilía citando a San Josemaría Escriva de Balaguer, un punto de su
libro de pensamientos para hacer oración: Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que
todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo (Camino n.2).
La santidad no es otra cosa que aceptar la filiación que Dios nos ha ofrecido, es decir que somos
hijos de Dios. En consecuencia nuestro camino a la santidad es un camino de identificación con
Jesús. De ahí que las manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que tienen que darse en
nuestra vida deberían ser las mismas que encontramos en Cristo.
En Cristo descubrimos las cinco manifestaciones que nos propone el Papa: Aguante, paciencia y
mansedumbre (que se apoya en Dios Padre); Alegría y sentido del humor (porque se sabe amado
por Dios Padre); Audacia y Fervor (movimiento fruto de querer compartir la alegría de sabernos
amados); En comunidad; en oración constante.
En comunidad
El Santo Padre nos señala que la santidad es comunitaria, es decir que no es real el esfuerzo por
ser santos sin la ayuda de los que están junto a nosotros y sin que los que estén junto a nosotros
experimenten nuestra ayuda.
En concreto señala el Santo Padre que la comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal
en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado»[105]. Compartir la
Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en
comunidad santa y misionera (GE n. 142).
De entre las diferentes comunidades que existen en la vida social, como puede ser la parroquia,
el trabajo o el grupo de amistades, la más importante es la familia. ¡Qué importante es la familia
para el desarrollo espiritual del hombre! Lugar privilegiado para conocer a Cristo y para
experimentar el amor de Dios. Cuantos de los que nos encontramos aquí nos hemos encontrado
con Cristo gracias a nuestros Papás o hermanos, no tiene por qué ser diferente en este tiempo.
El Santo Padre nos señala que el cuidado de los detalles es importantísimo para que ahí en
donde estemos se pueda experimentar la presencia mística del Señor resucitado. Es así porque
en medio de esos pequeños detalles se nos regalan consoladoras experiencias de Dios. En efecto,
así como en «pequeñeces» está el amor humano también en «pequeñeces» está el Amor divino
(cfr Camino n. 824).
En oración constante
Afirma el Santo Padre: No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente
de largos momentos o de sentimientos intensos (GE n.147)
No se refiere el Papa a estar recitando constantemente oraciones vocales sino deseo de Dios
que no puede dejar de manifestarse de alguna manera en medio de nuestra vida cotidiana (GE
n. 148). Para alcanzar ese deseo de Dios son necesarios momentos diarios en los que busquemos
estar a solas con Dios para abrir nuestro corazón de par en par y dejarle entrar. No es la oración
mental algo para privilegiados. Orar, dice el Papa Benedicto es mirar a Dios y sabernos mirados
por Él.
Contemplamos a Cristo orante en muchos momentos. Se nos muestra en dialogo continuo con
Dios Padre y a través de ese dialogo se identifica con su voluntad: no se haga mi voluntad sino
la tuya, le dice Jesús a Dios Padre en la oración en el huerto. Si no imitamos a Cristo en esta
actitud nos pasará, señala el Santo Padre, que todas nuestras decisiones podrán ser solamente
«decoraciones» que, en lugar de exaltar el Evangelio en nuestras vidas, lo recubrirán o lo
ahogarán. Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él,
siempre aprender. Si no escuchamos, todas nuestras palabras serán únicamente ruidos que no
sirven para nada (GE n.150).
Dejémonos preguntar por el Santo Padre : ¿Hay momentos en los que te pones en su presencia
en silencio, permaneces con él sin prisas, y te dejas mirar por él? ¿Dejas que su fuego inflame tu
corazón? Si no le permites que él alimente el calor de su amor y de su ternura, no tendrás fuego,
y así ¿cómo podrás inflamar el corazón de los demás con tu testimonio y tus palabras? Y si ante
el rostro de Cristo todavía no logras dejarte sanar y transformar, entonces penetra en las
entrañas del Señor, entra en sus llagas, porque allí tiene su sede la misericordia divina (GE n.
151).
La oración puede tomar diferentes manifestaciones si es realmente apertura de nuestro
corazón, si en ese silencio orante contemplamos el rostro de Cristo. Así en ocasiones daremos
gracias a Dios, o bien le suplicaremos pidiendo lo que necesitamos o simplemente
reconoceremos su grandeza en un silencio lleno de admiración, es decir adorando.
Por último, si queremos encontrarnos con Cristo el camino es la Sagrada Escritura, dónde la voz
de Cristo se convierte en luz para nuestro camino, y la Eucaristía dónde el mismo Cristo se nos
ofrece.
Vamos a terminar acudiendo a nuestra Madre la Virgen, pidiendo por su intercesión que ahí
dónde estemos seamos luz que propicia un espacio teologal en dónde los demás puedan
encontrarse con Cristo y, ella que es maestra de Oración, nos empuje a un encuentro personal
con Jesús en la oración.

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