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Julio Moreno, Lazo familiar y Sexualidad 1

“Cambios actuales en la familia, la infancia y la sexualidad y su impacto en


el psicoanálisis”

Dr. Julio Moreno

1- Es innegable en estos últimos tiempos la influencia del psicoanálisis ha caído.


Las razones para esa suerte de “desprestigio relativo”, del que suelen hablar con
cierto regocijo algunos medios hoy en día, son múltiples y complejas. Una porción
del mismo, como he analizado en otro trabajo (1997), es “interna”: se debió al
tremendo poder que tuvo la teoría psicoanalítica en sus inicios en comparación
con cualquier otra teoría sobre el fenómeno humano, lo que ocasionó –como suele
suceder en esos casos- un paradojal detenimiento posterior del progreso de la
misma. Otro factor del supuesto desprestigio –sospecho- puede deberse a los
intereses espurios y circunstanciales. Pero no me ocuparé aquí de nada de eso,
sino de factores que provienen no del psicoanálisis sino del medio con que él
interactúa.

Mi tesis es simple: la sociedad, particularmente las instituciones familia,


infancia y las prácticas de crianza asociadas a ellas están cambiando
precipitadamente y eso genera otras subjetividades muy diferentes a las que
encontró Freud a principios del siglo pasado. Y esas “otras subjetividades”
presentan nuevas problemáticas y, lógicamente, demandan diferentes
intervenciones.

O sea, me referiré en este trabajo al hecho de que mucho de lo que nos


acontece a los psicoanalistas en nuestra práctica hoy –ese tema que suelen
maliciosa o al menos precipitadamente propagar los medios como una precipitada
caída-, se debe no a la decadencia del psicoanálisis en sí, ni simplemente al
materialismo en el que vivimos; sino al tremendo y precipitado cambio de las
mencionadas instituciones, instituciones que viene condicionando la subjetividad
del humano desde siempre.

2- Es innegable: la trama social, las relaciones humanas, la estructura de poder,


las prácticas de crianza, los lazos y compromisos familiares, la infancia, es decir,


julmoreno@fibertel.com.ar

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todas las instituciones, vienen variando a un ritmo cada vez más acelerado desde
los tiempos en que nació el psicoanálisis hasta hoy.

Sabemos, por otra parte, que quien se queda quieto frente a un panorama
cambiante en realidad retrocede. Para “avanzar” –sea esa consigna moderna lo
que sea- en tiempos cambiantes como estos uno debe ante todo revisar los
fundamentos que viene siguiendo y, si fuese necesario –sólo si lo fuese-,
cambiarlos. Porque a menudo –como le pasó a Esparta en la antigüedad frente a
la decadencia de su poder militar, o a Bush en la actualidad frente a la caída de
lo que para él son las fuerzas del Bien-, cuando el medio se torna adverso, las
instituciones tienden a cerrar sus filas y endurecer sus reglas sus prácticas y
fundamentos. Cuando así ocurre, la extinción de la práctica en cuestión suele ser
inevitable, y cualquier “renovación” se verá obstaculizada.

De modo que, de ser fieles herederos y custodios de la exquisita y


grandiosa teoría psicoanalítica, deberíamos ser capaces de cambiar como Freud
lo hizo tantas veces cuando percibió desajustes entre su teoría y las evidencias
empíricas. ¿Cómo? Esa es otra cuestión. Pero para encararla conviene primero
revisar qué es lo que está pasando.

En mi intento, primero, trataré a grandes rasgos de describir con qué panorama se


encontró Freud con respecto a la sexualidad, la crianza y la familia en plena modernidad;
luego trataré de dar algunas pinceladas acerca de la llamada pos-modernidad en lo que
podemos vislumbrar que se nos presenta y cómo eso podría estar afectándonos. Es que
entiendo que la característica más notoria de dicha pos-modernidad es la insuficiencia, el
fracaso, la inoperancia que muestran sus instituciones –aún aferradas al viejo estilo
moderno- para dar cuenta o sostener los acontecimientos que se precipitan.

3- Según propone Foucault (1976), conviene describir a la sexualidad como un


punto de pasaje para las relaciones de poder. Es en ellas el elemento de mayor
instrumentabilidad capaz de servir de apoyo y bisagra a las más variadas
estrategias en la cuestión de la distribución y el dominio social.

Es decir, no conviene entender la sexualidad - y con ello nombramos al


deseo que como motivación inconsciente está detrás de todo acto humano- como

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algo “natural” como una suerte de emanación esencial, pura e inmutable de la


carne a la que se opone lo simbólico y cultural a través de la represión. La
sexualidad emerge de la interacción del cuerpo con la reglamentación social de
turno. Los humanos –a diferencia de otras especies sexuadas- no tenemos un
sistema inscripto en los genes que sea adecuado para administrar nuestra
sexualidad. Debemos conducirla a través de la trama social en que vivimos,
trama que, a su vez, la condiciona. Por ello en nosotros no es el deseo y después
la ley que lo prohibe; la ley y el deseo se nos presentan al mismo tiempo y
entramados inseparablemente.

Por ello, las presentaciones de lo sexual dependen de las estructuras de


poder vigentes en cada época y en cada cultura. Y eso es algo que puede
constatarse. El poder en la modernidad se ejerció más que por la espada o el
cañonazo por el control que ejercieron las instituciones dominantes – la iglesia y
el estado- sobre la sexualidad a través de la familia. Revisaremos entonces la
notable peculiaridad –insisto en lo de “notable”, y le agregaría única,- de la
configuración de la familia moderna con la que se encontró Freud. En mi opinión,
eso tuvo mucho que ver con la forma que adoptó el psicoanálisis de los pioneros.

O sea que, - aunque esta visión suele faltar en los desarrollos de Freud y
de sus discípulos - las cosas en relación al sexo y la familia no fueron siempre
como él las describe. En rigor la época Freudiana fue extremadamente peculiar,
decididamente diferente con los tiempos que la precedieron y con los que le
siguieron. Fue como un punto singular en la historia de nuestra sexualidad.

3- No es que Freud ignorara la importancia de la modalidad de crianza con la que él se topó


en la neurosis. Pero él aparentemente creyó que dicha modalidad era propia del humano y
no característica de su época.

Esto queda muy claro en su trabajo sobre la más generalizada degradación de la


vida amorosa, de 1912. En él, afirma que la afección que más solicita atención de parte del
psicoanálisis es la impotencia psíquica. Ésta, dice, se manifiesta en los varones por una
inhibición de la potencia viril puesta en evidencia frente a la mujer, precisamente cuando
ésta es un objeto amado y venerado. Freud, como sabemos, entiende que dicha inhibición

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se debe a la activación en esa sexualidad adulta de la fijación incestuosa no superada a la


madre y hermanas, normal en los primeros años de la vida. La corriente tierna (cuyo
despliegue es –según Freud- natural en la infancia) y la sensual (que debió emerger y
preponderar en el cuadro a partir de la adolescencia), no logran confluir sobre el mismo
objeto en los adultos afectados de impotencia psíquica y por ello se ven obligados –por así
decir- a desarrollarlas en objetos diferentes: un amor celestial (para la ternura) y otro
terreno (o animal) (para la corriente sensual). Ahora bien, Freud no duda a en adjudicar la
responsabilidad de este cuadro (“el que se le presenta más a menudo a los psicoanalistas”
en aquella época). Es la “ternura” de los padres […] que rara vez desmiente su carácter
erótico (‘el niño es el juguete erótico’) […que] contribuye a acrecentar aportes del
erotismo que no podrán sino entrar en cuenta en el desarrollo posterior. Por ello –y
eventualmente por ocasionales frustraciones en la vida amorosa con objetos no familiares-
la libido ligada a lo estrictamente sexual (que debería ya estar separada de las imagos
parentales, pero que demasiado comúnmente no lo está) sufre una introversión de la cual
derivan, como tantas veces explicó Freud, la mayoría de las configuraciones neuróticas
entre otras, la inhibición psíquica de la que habla en el trabajo de 1912. O sea, por haber
sido tan cargada de erotismo la crianza (el niño como juguete erótico de los padres), la
libido que debería volcarse a los objetos sexuales nuevos, es constreñida por el
impedimento del incesto a permanecer introvertida en el inconsciente y por ello sacada de
circulación en los nuevos vínculos. Esto –dice Freud- es mucho más frecuente de lo que
solemos pensar.

Insisto: para Freud esta configuración no es debida a algo que particularmente


sucediera en su época. Por ello él afirma que el erotismo incestuoso que dificultó el
desarrollo de Juanito no se debió a la lujuria erótica de su madre ni a las dificultades en la
interdicción de él por parte de su padre. Más bien eran parte –como el mismo Freud le dice
a Juanito- de un inevitable avatar del devenir humano.

4- Pero no fue siempre un avatar inevitable. Recién a partir del siglo XVII, y no
antes, la sexualidad humana de los niños se comienza encerrar en la familia
conyugal que la confisca y absorbe. Para entender las consecuencias de esta
cuestión conviene distinguir primero entre dos dispositivos en relación con la

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reglamentación de la vida familiar y sexual. Uno es el que reglamenta la alianza,


las condiciones del matrimonio y del parentesco, el sistema de transmisión de
nombres y bienes. El otro, reglamenta la sexualidad en sí, la calidad de los
placeres, cuales son prohibidos, cuales permitidos y cuales promovidos; y las
sensaciones del cuerpo. En la época premoderna la familia tenía que ver sólo con
la alianza, no con la reglamentación del dispositivo de la sexualidad. Servía sí
para regular los dispositivos de la alianza (mencionados en el punto 2) y no para
controlar los de los placeres o la sexualidad. Éstos últimos quedaban un poco
fuera de control. Antes de la modernidad, los casamientos se solían arreglar entre
padres cuando los hijos eran niños, sin tomar en cuenta la vida sexual y/o
afectiva de los futuros esposos. Los códigos de lo grosero, de lo obsceno, de lo
indecente eran, si se los compara con los del siglo XIX y principios del XX, muy
laxos. Manifestaciones de esto pueden observarse en los cuadros de Brueghel:
gestos procaces directos, transgresiones visibles, niños desvergonzados
vagabundeando sin molestia ni escándalo pavoneando sus cuerpos semidesnudos
entre las risas de los adultos. La sexualidad circulaba por fuera de la familia
tradicional que, recordémoslo, no estaba centrada en la crianza de los hijos como
lo estaría después. Por otra parte, el núcleo familiar en sí era mucho más amplio
que lo que fue posteriormente: incluía al vecindario y a parientes no directos que
vivían bajo un mismo techo. Los hijos solían ser cuidados desde poco después del
nacimiento hasta los 6 a 7 años por una baía fuera de la familia (Moreno 2002). Los
controles para evitar el incesto –aun cuando desde siempre fue prohibido- eran
ejercidos fundamentalmente desde afuera de la familia, por la Iglesia y el Estado.

A partir del siglo XVIII surge, de manera más o menos abrupta, la familia
moderna -que se impone hasta mediados del siglo XX. La familia pasa a ser –al
menos como ideal- el escenario primordial, la cuna del amor romántico y de la
reciprocidad de sentimientos y deseos entre esposos y entre padres e hijos. En
esta nueva modalidad de crianza se favoreció definitivamente –también como
ideal- la cercanía física y afectuosa de padres e hijos amorosos. La célula familiar
moderna pasó así a ser un territorio en el que se cruzaron, quizás por primera vez
en la historia, los dos dispositivos que hasta entonces habían estado bastante
claramente separados: el de alianza y el de sexualidad; aquellos que reglamentan
el parentesco y los que condicionan los placeres. De modo que en la modernidad

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el dispositivo de sexualidad -los placeres del cuerpo y la vida romántica-, que se


había antes confiscado a los márgenes de las instituciones familiares, irrumpió
dentro de la familia generando formas mixtas de alianza descarriada y de
sexualidad anormal a las que nosotros habitualmente llamamos “síntomas”1.

Debido a la inmiscusión de esos dos dispositivos en el seno de la familia se


desplegaron como una serie de conjuntos estratégicos a propósito del sexo: 1) la
histerización del cuerpo femenino, del que se encargó la medicina generando a la
madre como una mujer nerviosa; 2) la sexualización del niño al comenzar a
sospecharse que los niños, concebidos hasta entonces como inocentes y sin
sexualidad propia, podían llegar a ser manipulados para una actividad sexual
peligrosa y deformante. Por lo cual se encargó a educadores, padres y médicos,
que los vigilen (éste es un claro antecedente de la teoría de la seducción de
Freud); 3) la socialización de las conductas procreadoras a través de lo cual el
estado y la iglesia pretenden –la Iglesia Católica aún quiere hacerlo- regular el
producto de esa función sexual; 4) la psiquiatrización el placer perverso (que
Freud describe en el primero de sus “Tres Ensayos”), generando una nueva
especie como anomalía perfectamente encasillada que conviene aislar y, de ser
posible, curar: “el perverso”; 5) la aparición de la impotencia psíquica (Freud 1912)
en el cruce de los dispositivos sexual y de alianza de los hombres de la época.

Si quisiéramos buscar algún registro icónico del dramático cambio que


implicó el ingreso del dispositivo de la sexualidad a la familia (particularmente a
la crianza) podemos obtenerlo comparando los iconos que representan a la madre
María y al niño Jesús en la época medieval, cuando el dispositivo de
reglamentación de lo sexual se ejercía por fuera de la familia, con los cuadros que
representan al niño Dios con su madre a partir del Renacimiento, cuando el
centro de la vida romántica fue el seno mismo de la familia. Las representaciones
medievales están absolutamente desprovistas de sensualidad y erotismo: madre e
hijo (este último representado como un pequeño Dios adulto) no se miran, ni se
tocan, ni siquiera interactúan. Es a partir del Renacimiento que las
representaciones muestran un cuadro en el que la sensualidad, la ternura y el
amor dominan la relación entre la madre y el hijo, panorama que es siempre

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Previamente la sexualidad descarriada y lo anormal era expulsada de la familia y ocupaba los burdeles y el

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sensual y romántico. Incluso por momentos -como en algunos famosos cuadros


de Rafael- es francamente erótico.

5- Fue con este panorama con el que se encontró Freud (como él señala en el
trabajo mencionado de 1912). Él tomo este hecho como el descubrimiento de una
característica del humano independiente de la época y de la cultura. Como si se
hubiera “descubierto” algo latente en la humanidad desde siempre y no un
emergente ligado a una particularidad de la época. Sin embargo no es así: esos
condicionamientos no tienen la misma vigencia en la actualidad ni la tuvieron en
épocas anteriores a la modernidad.

Estas condiciones modernas y sus consecuencias podemos leerlas con toda


claridad dominando el cuadro en la época de Freud. En sus historiales, el caso
Dora, o en el de Catalina, el de la Joven Homosexual, el de Isabel de R., Juanito y
todos los pacientes de Freud de principio de siglo: un exceso sexual (el dispositivo
de la sexualidad) se introduce con violencia en el vínculo parento-filial (dispositivo
de alianza) por lo que éste es totalmente excedido y se muestra inadecuado para
dar cuenta de él mismo. Ni siquiera resulta adecuado para sostener las
contradicciones que él mismo genera. Los síntomas no hacen sino hablar de esa
cuestión: que los vínculos de parentesco modernos son invadidos por el
dispositivo de la sexualidad incestuosa generando todo ello una ruidosa
turbulencia en el psiquismo y en los vínculos familiares que nosotros solemos
llamar “neurosis”.

O sea, lo que constituyó la fortaleza de la familia moderna – ser al mismo


tiempo sostén de la alianza al prohibir el incesto y ocupar el escenario principal
de la vida romántica -, generó severos inconvenientes (tal vez convenga decir
“severas turbulencias”). Porque la reglamentación de la alianza requiere,
aparentemente desde siempre, de la prohibición del incesto. Pero, tal vez por
primera vez en la historia de la humanidad, la familia moderna fue al mismo
tiempo quien debió ejercer esa función prohibitiva (ayudada tal vez un poco por el
Estado y la Iglesia) y promotora de la sensualidad en el vínculo parento filial. O
sea, la familia pasó a promover los sentimientos incestuosos (el niño como

manicomio, como lo describió Faucault en su “Historia de la Locura” de 1964.

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juguete erótico de sus padres) que debió, a su vez, prohibir. Esto hizo que
médicos, curas, psiquiatras y pedagogos se vieran convocados para ayudar frente
a las consecuencias de esta inmiscusión de la sexualidad en el régimen de
alianzas. Inmiscusión cuyas consecuencias fueron hábilmente detectadas –
aunque no cabalmente comprendidas- por Charcot que, frente a los cuadros de
patología histérica de un hijo, hija, madre o padre (consultas que le llegaban en
grandes cantidades), imponía como primera condición para la curación el separar
al “enfermo” de su familia (o sea es como sí hubiese entendido que la causa del
mal era la mezcla de lo sexual y el dispositivo de alianza). Para asistir a ese
cuadro, a esa situación de emergencia, también fue convocado Freud que
respondió de un modo muy diferente: creó el psicoanálisis.

6- De modo que, a partir de Siglo XVII, la familia promueve la sexualidad que a su


vez debe prohibir y eso constituye una suerte de caldo de cultivo de la neurosis. Los
síntomas con los que se encontró Freud emergen principalmente de la
contradicción provocada por la presencia simultánea de la reglamentación de la
sexualidad y de la alianza dentro de la familia. Freud, como buen y genial
pensador moderno, pretendió enmarcarlos en un orden racional. En cierto modo
esa fue la demanda que él recibió de la sociedad y así podríamos conjeturar que
respondió intentando magistralmente articular tan disímiles reglamentaciones:
“sí, el vínculo familiar es el que jalona y sostiene al dispositivo de la sexualidad,
y es por ello que el deseo incestuoso es la madre de todos los deseos; pero, al
mismo tiempo, su oportuna prohibición es condición sine qua non de la
normalidad”.
El sepultamiento de ese Complejo de Edipo no es entonces la terminación de su
función de causa. Más bien es el centro productor de la sexualidad que
eventualmente la futura mujer o el futuro hombre desarrollarán en una familia
propia, transfiriendo el erotismo que recibieron como hijos a sus propios hijos. La
neurosis, tal como la describió Freud, tiene así mucha relación con la época que
le tocó vivir a él y a sus pacientes.
Ahora bien, es cierto que al principio al menos, muchos psicoanalistas creyeron
que el problema ligado a la neurosis era simplemente el generado por la represión
del deseo incestuoso y no por el hecho de que la familia moderna tuvo razones

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estructurales que dificultaron la articulación de un deseo incestuoso que al


mismo tiempo ella misma había propiciado. Y Freud mismo les dio la razón al
considerar la frustración como uno de los condicionantes adicionales de la ya
mencionada impotencia sexual. Por ello hubo quienes hicieron un cierto alegato a
la “libertad sexual” como paradigma de “la curación”, sin entender que lo que
“estaba mal” –o, mejor, “lo que hacía ruido”- no era la represión. Ésta represión
era en rigor un intento de solución de una contradicción más básica: el hecho de
que el dispositivo simbólico que articulaba la prohibición y que promueve el
incesto al mismo tiempo se entramaba dentro de la familia y que el intento de su
articulación de parte de los pacientes sólo podía generar síntomas. O sea, se
entendió lo edípico como potencialmente normalizador, como fuente de
reglamentación pero desgajando, dejando de lado, el sentido trágico del drama, el
hecho de que el niño había sido lanzado de bruces a una flagrante contradicción.
Sentido trágico que la familia moderna puso al rojo vivo como problemática, no
sabiendo bien si debía prohibir o permitir el brote sexual que había propiciado
(por ello ambas propuestas tuvieron en diferentes momentos cierto prestigio: ora
prohibir más, ora permitir más).
La familia moderna nació con esa suerte de pecado original: estimuló el
incesto que al mismo tiempo debía prohibir. De ahí que bajo su égida resultara
muy difícil responder –sin caer en banalidades- a esta pregunta: ¿qué es la
sexualidad normal?

7- La familia Posmoderna surge a partir de la década del 60, con un contrato


entre cónyuges que no tiene su base en una unión permanente. Además, la
atribución de autoridad en la familia –otrora perteneciente al padre- comenzó a
ser cada vez más problemática y la “división de tareas” (madre que cría/padre
que trabaja) se desvaneció. Aumentaron los divorcios, las separaciones y la
recomposición conyugal. Los niños pasaron a estar cada vez menos protegidos -o
menos encerrados, depende de cómo se lo mire- en su crianza dentro del marco
familiar. Los mass-media tomaron decididamente la vacante.

El dispositivo de alianza está siendo reformulado porque se está tornando


innecesario hasta para gestar hijos. Por otra parte, el dispositivo de la sexualidad
se aleja cada vez más del ámbito familiar. Asistimos entonces a un

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acontecimiento novedoso: se están desentramando (¿nuevamente?) los


dispositivos de alianza y el de sexualidad cuya inmiscusión dentro de la familia
moderna generó los síntomas que convocaron al psicoanálisis. La conflictiva
ligada a la sexualidad que hizo clásicamente a nuestra tarea, no puede sino estar
cambiando dramáticamente. De donde no es para nada extraño que la demanda
que recibimos también esté cambiando en forma dramática. Debemos tomar
cuidadosa nota de esta cuestión.

Primero, como dijimos, la vigencia del dispositivo de alianza moderno es en


la actualidad cuestionable. La familia ha dejado de ser un lazo de unión
duradero. El “juntos hasta la muerte” que recitan los jueces y ministros religiosos
en las ceremonias, no es una consigna creíble. Las parejas sellan tratos más bien
transitorios, menús a la carta más que fijos. Ya, incluso, no son necesarios
padres y madres “sociales” para tener hijos: los óvulos y los espermatozoides se
han independizado en cierto modo del cuerpo de los que siendo “madre” y “padre”
forman el núcleo de la estructura familiar. Si uno no sabe –como probablemente
ocurrirá en un futuro cercano- a quién le pertenecía el óvulo y/o el
espermatozoide de quién uno es hijo, es natural que habría que redefinir incluso
qué es el incesto tema central alrededor del que giró siempre la reglamentación de
la alianza.

En segundo lugar, los niños y sus progenitores, pero fundamentalmente


los niños, están en contacto con fuentes de placer e información que son otras
que las que surgen del ámbito familiar como fue típico de la modernidad. Pronto,
cada vez desde edad más temprana, los hijos pasan a tener contacto directo con
un medio social que no es el de la familia y a portar más marcas de subjetividad y
erogenicidad que le vienen “de afuera” de la familia. Las fuentes de esas marcas
son en primer lugar los medios que atraviesan toda las coberturas - familiares,
estatales o religiosas- que otrora “protegían” (o encerraban, insisto, depende de
cómo se lo mire) la formación de los párvulos dentro su familia. No hay
“protección al menor” que sea hoy capaz de aislar a los niños de los medios, y
estos están fuera de todo control conocido. Además la infancia es el vehículo
privilegiado en la cadena que propugna la invasión informática de los medios a la
familia. ¿Estará esto cambiando el territorio de lo edípico?, ¿el borde, sostenido

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por el padre agente de la interdicción, entre el deseado cuerpo de la madre y el


resto del mundo se estará desplazando? ¿O quizás se está desvaneciendo?

8- Esto nos conduce a este crucial cuestionamiento: ¿hasta dónde las terapias de
pareja y de familia son, o no, una respuesta al “pedido” social de ayuda por el
hecho de que la institución “familia” clásica no logra conducir los cauces ni de la
alianza ni de la sexualidad? El imaginario clásico o heredado de la modernidad
ligado a “la familia”, que ahora esta naufragando, genera malestar y traba la
potencial y posible creatividad para enfrentar estas nuevas e inusuales
situaciones.

El hecho de que no tenga ni tiempo ni perspectiva adecuada, de que los


cambios sean hoy tan acelerados y de que no parecen haber llegado a
estabilizarse; me sirve de excusa para presentar muy brevemente, y por último,
sólo algunas pinceladas más sobre la época actual que creo que tienen que ver
con estas cuestiones.

Hay autores, como Bauman (2000) y Lewkowicz (2004)2, que prefieren


llamar a ésta época “modernidad líquida”. Ese término me parece particularmente
feliz porque compara dos tipos de modernidad (modernidad sólida y líquida) y de
relación entre elementos de un discurso con la diferencia entre los estados físicos
líquido y sólido. En la descripción de los sólidos podemos ignorar completamente
el tiempo: en un sólido tiempo y espacio son consustanciales. En sus
coordenadas los elementos no varían. En cambio, los fluidos no se fijan al espacio
ni se atan al tiempo. En los estados fluidos, como en los tiempos actuales, los
eventos son como instantáneas, para precisar un elemento es necesario fecharlo
con precisión. La contingencia se impone a la determinación.

El psicoanálisis fue creado y dio sus primeros pasos en tiempos de apogeo


de la modernidad sólida, preñada de una tendencia a la comprensión totalitaria y
determinista y a la visión de una homogeneidad abarcadora y enemiga de la
contingencia, la variabilidad y lo aleatorio (Moreno 2000). La únicas variables a
tener en cuenta eran las contingencias de la vida de cada quien, dentro de un

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Este concepto lo trabajamos extensamente dentro de lo que llamábamos “Grupo 4” integrado por Ignacio
Lewkowicz, Ricardo Gaspari y yo en reuniones semanales durante el 2000 al 2004.

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marco más o menos invariable. En el ideal del pensamiento moderno clásico todo
tenía un sentido y el azar era simplemente debido a la ignorancia de las causas.
Se pretendió dar cuenta de la realidad como en un diseño para ajustarla a los
dictámenes de la razón. Fue lo que en rigor pretendió hacer Freud con la
sexualidad, aun cuando la femenina se resistió, como la Irma del Sueño de la
inyección de Irma, a recibir esa “solución” expresada (tal vez irónicamente por el
sueño de Freud) como la fórmula química de la trimetilamina.

Lo cierto es que uno a uno de los cinco emergentes que señaláramos más
arriba como caracterizando el estado de la sexualidad en la época de Freud (la
histerización del cuerpo femenino, la sexualización del niño, la regulación de la
procreación y la psiquiatrización del placer perverso, la impotencia psíquica del
varón), han perdido toda o parte de su vigencia.

El temor ligado a lo que podría ser un futuro siniestro, descrito en “1984”


de Orwell (1948), el “Mundo feliz” de Huxley (1939) o el “Panóptico” estudiado por
Foucault (1989), suponía un mundo futuro de manipuladores y manipulados, sin
libertad individual, en el que lo público colonizaría y exterminaría a lo privado.
Desde una mirada actual, parecería que el error de esas predicciones modernas
fue total. En estos tiempos que vivimos hay todo menos previsibilidad. Y no se
trata de que sea quién sea nuestro conductor equivocó su rumbo, se trata de que
no hay conductor ni rumbo.

Tampoco es cierto que, como anunciaban aquellas predicciones, lo público


colonice a lo privado. Hoy, claramente lo privado coloniza y reemplaza al espacio
público (en rigor lo reemplaza). Son los temas íntimos los que se llevan a la esfera
pública, desde donde se diseminan influyendo a través de los medios no a un
sector, sino a toda la población (puede constatarse en los reality shows y en el
hecho de que cada vez más lo importante de las figuras públicas es su vida
privada), por lo cual es como sí lo íntimo que otrora estaba encerrado en la
familia pasó a ser una cuestión generalizable que los medios hacen presente por
doquier.

Otra cosa notable es que en este momento no haya predicciones sobre el


futuro como sí las hubo hace 50 años. Ni siquiera predicciones erradas. En
nuestro mundo nada parece predeterminado, mucho menos irrevocable: pocas

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son las derrotas, los contratiempos o las victorias definitivas. Inclusive los nudos
que ataban irreversiblemente lo cotidiano a lo biológico inmutable - cosas tan
obvias como que para que nazca un hijo hace falta una familia con un padre, una
madre y una relación sexual -, dejaron de ser necesarios. Se puede prescindir del
acto sexual y de la familia para procrear y criar hijos; la fecundación se puede
producir fuera del cuerpo de “la madre” con un semen que no es “del padre”, la
crianza se puede administrar sin familia clásica… (las comillas son porque no es
más claro qué es madre ni qué es padre). Todo ello anuncia que la función central
de la familia moderna: criar hijos esta en franco colapso o, al menos, en plena
reconsideración. Es más, la presencia cada vez más abundante de familias
monoparentales, compuestas (provenientes de más de un matrimonio), y
últimamente de parejas homosexuales adoptantes contradice la necesidad de la
familia moderna. La belleza del cuerpo de una mujer –otrora ligada al cuerpo
gestante de una madona- es un cuerpo desprendido de todo vestigio maternal. El
otro día leí en un pasquín una noticia que no pudo sino asombrarme. Decía algo
así: “Dolores Barreiro (una famosa modelo argentina) recuperó su cuerpo luego de
tan sólo 20 días de dar a luz”. ¿Qué cuerpo habrá recuperado Dolores? Me
pregunté.

La así llamada premodernidad consideraba que el Mundo dado ya tenía


todo lo que tenía que tener, por lo tanto, nada debía en él cambiarse. A diferencia
de aquello, el rasgo característico y permanente de la modernidad ha sido la
disolución de lo establecido. Ser moderno es no poder detenerse, tener una
identidad que sólo existe como proyecto inacabado y buscar siempre un diseño
nuevo, búsqueda que se basa en la crítica de lo existente. En ese sentido podría
decirse que los occidentales venimos siendo modernos desde hace unos 4 siglos.
Incluso que esa “modernidad” es inseparable de lo que nos distingue a los
humanos (Moreno 2002). Pero en los últimos tiempos, digamos que
dramáticamente desde hace unos 40 años, las cosas han cambiado y tanto la
aceleración como las consecuencias de esos cambios parece incrementarse.
¿Cuales son los ejes de esa diferencia?

Primero, la existencia presunta de esa perfección -concebida como una


totalidad a encontrar- es un ideal que colapsa en nuestros tiempos en todos los
campos. Esto tiene su efecto, sin duda, en lo que hace a ideales que pueden

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sostener a una pareja sexual y regir a la hora de la “elección” del género. Cada
vez más el ideal tiene que ver con una visión narcisista de uno mismo, y menos
con la representación de un integrante de la trilogía edípica: madre, padre o niño.

Como dijo Peter Drucker (1989), “la sociedad, dejó de existir” (él se refirió al
ideal de una sociedad justa, con derechos a alcanzar), ahora sólo existe el
individuo. Pero además, en estos tiempos el individuo -uno mismo- es el
encargado y responsable –al menos así lo proclaman los medios- de ser lo que
uno es. Ya no hay casilleros “dados” que uno pueda simplemente habitar u
ocupar. Por lo tanto, pareciera ser tarea de cada quién “ser” lo que él es. Antes,
las clases, las divisiones, como los géneros, venían en cierto modo dado por la
naturaleza o por la sociedad: había nichos preexistentes que el sujeto habitaba
imponiéndole tal vez alguna pequeña –muy pequeña- modificación personal a lo
programado. Había protestas, pero éstas partían de un lugar ya adjudicado. Hoy,
hay una inestabilidad y una sensación de totipotencialidad que obliga a hombres
y a mujeres a estar en permanente movimiento. Aún así no hay promesa de
completud final alguna. Por lo mismo es hoy –más que antes- tan diferente hablar
de género y de sexo. El sexo, varón o mujer, como cualquier otro “ya dado”, no
abarca lo que uno “podría ser”. De algún modo, el género y la identidad de cada
quien es concebido como la creación de uno mismo. Es como el resultado de
actuar el personaje que uno es o -lo que parece ser lo mismo- el que uno se ha
propuesto ser.

10- Ahora bien, con respecto a lo normal y lo anormal que antes envolvió toda la
cuestión de la sexualidad y la familia también hay novedades. Lo que ocurrió no
fue que se abolió la norma, ni que ésta se hizo innecesaria; los heterosexuales –
otrora “normales”- pueden seguir siéndolo y considerarse normales si así lo
desean. Simplemente se crearon otros lugares, otros casilleros de modo que
existen numerosas normas, numerosas formas “normales”. Se puede ser un
normal heterosexual, o un normal gay, homosexual, un normal trasvesti,
transexual, cross-dresser, bisexual, drag queen, metrosexual etc, etc. Lo que
resulta notorio es que cada uno de esos “nuevos” lugares co-existe con las demás
normas sin destituirlas. La misma frase “numerosas normas” encierra una

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Julio Moreno, Lazo familiar y Sexualidad 15

contradicción que puede resultar confusa. De hecho, amplía el conjunto de


posibilidades y hace que se tenga la sensación –y la obligación, y la
responsabilidad- de “elegir” lo que es. Esa diversificación de posibles casilleros en
cierto modo anula la efectividad de la norma y genera confusión entre el ser y el
aparentar ser. Todo esto se hace particularmente fácil en las comunidades
virtuales como el chat. Pero, al mismo tiempo genera una cierta libertad para, por
ejemplo, encarar la vida sin tener que cumplir con la decaída –y por momentos
insostenible- idea de la familia tipo o “modelo”, es decir, con cierta creatividad.
Con todo esto la efectividad de la mencionada psiquiatrización del placer perverso
que generara la modernidad se derrumbó.

Veo a menudo en mi consultorio que lo que está en juego –principalmente


en adolescentes- detrás del encuentro con una identidad sexual, es la búsqueda
no de una pareja, o de un acto sexual, sino de una identidad: de identificarse con
algo, de “ser” algo en el concierto cambiante del marco social líquido. Esa es no
pocas veces la única forma de solidificar lo fluido y amenguar la angustia de lo
contingente e imprevisible que embate los contornos de lo social. El encuentro
con un “yo soy x” impone una pausa, un remanso, un refugio al enloquecedor
cambio de reglas que impone la sociedad líquida. Pero la búsqueda de esa pausa
se ve vapuleada porque frecuentemente no existe un punto de origen claro que
señale el sendero, y otras porque ni siquiera se vislumbra (o ni siquiera hay) un
sendero. Es notable en ese sentido una cierta inversión de los términos de este
cuadro con el que destacó Freud en sus historiales. Él encontraba, casi como
regla, que lo que aparecía como confusión o alegato de identidad escondía en
realidad una problemática netamente sexual (pensemos en Dora, Isabel o la
Joven Homosexual, casos en los que la problemática netamente sexual era
camuflada por una impostura pretendidamente identitaria); en estos tiempos, no
diría que siempre pero tampoco que pocas veces, nos topamos con lo opuesto.

Por otra parte este imperio de la contingencia, este afloje de las reglamentaciones,
deja al dispositivo de la sexualidad sin demasiado control. Esto hace confundir la
sexualidad (que como dije nace de la interacción del cuerpo y la ley de trama social) con el
puro placer. Un goce o placer puro desentramado de la sexualidad al que puede accederse a
través de sustancias químicas o de muchas otras maneras sin intervención simbólica alguna.

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Julio Moreno, Lazo familiar y Sexualidad 16

Las proclamas típicas del neurótico que otrora se pregonaban a través de síntomas hoy, al
no encontrar la armadura simbólica para hacerlo y como en un lenguaje primitivo, suelen
“expresarse” (si cabe el término) por medio de sensaciones orgánicas o de martirización del
cuerpo, un cuerpo sin escritura que se ofrece a la inmediatez narcisista dentro de la cual
puede eludirse la presencia perturbadora de otros3.

3
De la misma forma, la postergación de la gratificación –la procastinación- ha perdido su encanto. En esta
cultura de lo descartable estamos entrenados no para arreglar objetos sino para tirarlos y reemplazarlos. Y
además, para “hacerlo ahora” (Just do it, como anunciara la publicidad de Nike). Pero los vínculos humanos
no son en general reemplazables ni reparables en realidad (como expuse en el 2004) ni siquiera pueden
subsumirse a lo representable, contable o relatable

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Julio Moreno, Lazo familiar y Sexualidad 17

BIBLIOGAFIA

 Bauman, Z. (2000) Liquid Modernity, Polity Press, NY.


 Drucker, P. (1989) The New Realities, Heinman, NY
 Foucault, M. (1976) Historia de la Sexualidad, Siglo XXI editores,
México,1977
 Foucault, M. (1989) Vigilar y Castigar, Siglo XXI editores, mexico
 Freud, S. (1912) “Sobre la más generalizada degradación de la vida
amorosa” en Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires
 Huxley, A. (1939) Brave New Word, London/Garden City, NY.
 Lewkowicz, I. (2004) Pensar sin Estado, Ed. Paidós, Buenos Aires.
 Moreno, J. (1997) “El Psicoanálisis Peter y la Reina Roja”, Relato
presentado en el XIX Simposio y Congreso Interno de APdeBA, (existe ficha
en la biblioteca de esa institución).

 Moreno, J. (2000) “¿Hay lugar para lo indeterminado en psicoanálisis?”, en


Cliínica vincular psicoanalítica. Ed. Paidós, Buenos Aires.

 Moreno, J. (2002) Ser Humano, la inconsistencia, los vínculos, la crianza


Editorial del Zorzal, Buenos Aires.

 Orwell, G (1949) 1984, Reissue, NY

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