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II.1.- El hombre y su dignidad. La persona,
centro de la Moral Social.
Págs……………………………..…3 a 24.
Esta doctrina moral no es un sobreañadido a la moral personal, sino que responde al plan
salvador de Dios que incluye la liberación del mundo de todos los efectos malignos del pecado de
origen. La moral social es consecuencia de la unidad teológica que existe entre creación y salvación,
liberación del pecado y promoción del hombre. Con ello la moral teológica contribuye a la tarea de
evangelización de la humanidad, tal como afirmó Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii
nuntiandi: “La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de
los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre... Entre evangelización y
promoción humana existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que
hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden
teológico, ya que no se puede disociar el plan de creación del plan de Redención que llega hasta situaciones muy
concretas de injusticia, a las que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden
eminentemente evangélico como es el de la caridad; en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover,
mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (nn. 29, 31).
En concreto, según Pablo VI, la moral social viene demandada por razones de diversa índole:
En efecto, todas estas razones en conjunto demandan que se supere una moral individualista y
se exija al hombre el cumplimiento de los deberes en la convivencia social. Para llevar a cabo este
programa son requeridos los cristianos de todos los tiempos. A las duras y enérgicas condenas de las
injusticias por parte de los Padres y de los teólogos,
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siguieron las llamadas de los Papas a construir un mundo más justo en el que se cumplan las enseñanzas
del Evangelio. Consecuentemente, esta doctrina social exige que se lleve a la práctica, de modo que ni
la economía ni la política lesionen los derechos del hombre.
Entre los múltiples testimonios magisteriales que fomentan la praxis de la DSI, cabría aducir éste
que alienta a que sea conocida y se lleve a la práctica: “Una de las condiciones para el necesario enderezamiento
teológico es la recuperación del valor de la enseñanza social de la Iglesia. Esta enseñanza de ningún modo es cerrada.
Al contrario, está abierta a todas las cuestiones nuevas que no dejan de surgir en el curso de los tiempos... La enseñanza
de la Iglesia en materia social aporta directamente la acción, exige personalidades competentes, tanto desde el punto de
vista científico y técnico como en el campo de las ciencias humanas o de la política. Los Pastores estarán atentos a la
formación de tales personalidades competentes, viviendo profundamente el Evangelio. A los laicos, cuya misión propia
es construir la sociedad, corresponde aquí el primer puesto” (Libertatis nuntius. Instrucción sobre algunos
aspectos de la teología de la liberación, XI, 12 y 14).
.b) Los derechos fundamentales del hombre, que deben ser reconocidos, respetados y
defendidos a distintos niveles, dado que proceden de la dignidad esencial de la persona.
. c) La virtud de la justicia, como tema central: quicio sobre el que gira la ética teológica
de la convivencia. Se trata de cumplir los derechos y deberes de los ciudadanos.
La conducta moral es una de las notas más definitorias del hombre. Al hablar de la
fundamentación de la ciencia ética, vemos que es necesario poner como condición previa la
existencia del ser – hombre, hasta el punto que la corriente de pensamiento más opuesta a la ética está
representada por quienes pretenden negar la existencia del “sujeto ético”. Cualquier sistema ético que trate
de identificar al hombre con el animal, ha negado todo fundamento que justifique la ciencia moral. Así,
por ejemplo, los esfuerzos de Wilson por trasladar la ética de la filosofía a la biología representan el
fracaso más rotundo para fundamentar la ciencia de la conducta humana.
Pero, en parte, donde se estudia in recto los derechos del hombre, la dignidad de la persona
constituye el punto focal de toda reflexión sobre la moralidad de la convivencia. En efecto, no se
trata solamente de la defensa de los derechos humanos, sino de
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fundamentarlos en la riqueza que constituye al hombre como persona. De modo que, antes de hablar de sus
derechos, es preciso resaltar su dignidad: la “dignidad” del hombre precede y fundamenta esos
“derechos”.
Este planteamiento facilitará el compromiso en la defensa de tales derechos. Porque es
obligado denunciar un hecho hoy flagrante: el empeño que se pone en reclamar los derechos del hombre
no se corresponde con la facilidad y frecuencia con que se les conculca. Se está asistiendo a una paradoja
histórica: la defensa y proclamación de los derechos humanos coincide con la época en que, con tanta
periodicidad, no son respetados, aunque estén formulados e incluso jurídicamente reconocidos.
Existen dos polos de referencia en la Moral Social: el hombre y la sociedad. Apostar por uno de
ellos en oposición al otro ha dado lugar en la historia a dos orientaciones éticas: la “liberal”, que
apoya exclusivamente al individuo y la “socialista”, que se decide por la prioridad de la sociedad
sobre la persona individual. Es evidente que ambas tendencias no se dan hoy en “estado puro”, se trata
de acentos más o menos fuertes de uno de los dos elementos de referencia. Ahora intentaremos destacar
los aspectos positivos de cada una de estas dos corrientes, con el fin de alcanzar la síntesis entre ambas
ideologías. No se trata de un sincretismo metodológico, sino de exponer el pensamiento cristiano, el
cual, a partir de la dignidad del individuo, destaca también la importancia de la sociedad, ámbito en
el que el hombre desarrolla su propio existir.
El último siglo fue testigo de la discusión en torno al punto central de la Moral Social tal como
se expresaba en los Documentos del Magisterio. Algunos sostenían que era el “trabajo”, otros
afirmaban que la “justicia” y no faltaron quienes defendieron que era la “dignidad del hombre” (la
palabra dignidad, en latín = dignitas, forma abstracta del adjetivo dignus, significa: decoro, cualidad superior, nobleza,
excelencia. En su forma concreta, “dignus” parece proceder de la raíz latina de origen sáncrito dec y el sufijo nus. Esa sería
también la raíz del verbo decet y de sus derivados decor, decus, decurosus, decorare. El proceso semántico sería, pues, dec -
nus - degnus - dignus - dignita). Los Documentos más recientes afirman que esta tercera sentencia es la
verdadera: “La Iglesia católica enseña y proclama una doctrina de la sociedad y de la convivencia humana que posee
indudablemente una perenne eficacia. El principio capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre es
necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre,
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repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural. De este trascendental
principio, que afirma y defiende la sagrada dignidad de la persona, la Santa Iglesia, con la colaboración de sacerdotes y
seglares competentes, ha deducido, principalmente en este siglo, una luminosa doctrina social para ordenar las mutuas
relaciones humanas de acuerdo con los criterios generales, que responden tanto a las exigencias de la naturaleza y a las
distintas condiciones de la convivencia humana como al carácter específico de la época actual, criterios que
precisamente por esto pueden ser aceptados por todos” (JUAN XXIII , Encíclica Mater et magistra , 218 - 220).
En consecuencia, las múltiples facetas que encierra el estudio de la Moral Social y Política, en
ocasiones apremiantes y graves, no pueden en ningún momento distraerse de su punto focal: el
hombre. Aquí cabe aplicar el principio de que lo “urgente” no debe primar sobre lo “necesario”. Y
el hombre en su dignidad es el “fundamento”, la “causa” y el “fin” de cualquier institución
económica o política, de modo que la eticidad se salva en la medida en que garantiza y protege dicha
dignidad.
El “puesto central del hombre en el cosmos” es una afirmación en la que convienen las diversas
ideologías: “Según el parecer casi unánime de creyentes y no creyentes, todo lo que hay en la tierra se ordena al
hombre, centro y cima” (GS, 12).
¿De dónde deriva la dignidad del hombre? La respuesta de la teología católica es unánime: de
ser “imagen de Dios” en virtud de su peculiar ser espiritual.
En el hombre se dan cita todas las realidades creadas. Los distintos ámbito del ser que en
términos de escuela, se denominan reino mineral, vegetal y animal, convergen en el ser humano. El
hombre es, en efecto, un microcosmos: es como la síntesis y compendio del universo. De aquí que sea la
más perfecta de las criaturas, por lo que se la califica de “persona”. Santo Tomás de Aquino afirma que
“consta el hombre de naturaleza espiritual y material como haciendo confín de ambas naturalezas” (Contr Gent
IV, 55, ad 3, D). Es decir, el hombre es como el horizonte en el que se entreven y confluyen el mundo
material y espiritual.
Pero la realidad del ser – hombre no se agota en esas escalas del ser, lo específico del hombre
le viene dado por una realidad nueva, que denominamos “espíritu” o “alma”. El “alma
racional” es, precisamente, lo que cabe definir como “espíritu encarnado”, por contraposición al
ser de Dios (espíritu puro) y al de los ángeles (espíritus no encarnados). La realidad “alma” es
irrenunciable si se quiere llevar a cabo una verdadera antropología. Su existencia no es patrimonio del
pensamiento cristiano, sino que es prerrogativa compartida por las más diversas culturas a lo largo y
ancho de la historia de la humanidad. En los últimos tiempos, después de un pequeño eclipse en algunos
sectores del materialismo, se ha vuelto a invocar el “espíritu” como un coprincipio del existente humano,
aunque existe algún sector cultural que se opone a aceptarla, si bien de ordinario motivado por prejuicios
ideológicos. Pero en la teología, la existencia del alma es de todo punto necesaria.
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El problema surge cuando se trata de explicar la relación cuerpo – alma como constitutivo del
ser humano. La tradición teológica ha partido de la unidad radical del hombre, que se ajusta al
esquema materia - forma, si bien esta teoría no ha sido siempre entendida homogéneamente. Según la
interpretación de un buen conocedor actual del tomismo (A. LOBATO, La dignidad del hombre y los
derechos humanos), esta es la doctrina más cercana al pensamiento del Aquinate: “Tomás... rechaza todo
platonismo en que haya una relación accidental entre alma y cuerpo. La teoría del alma como forma es aristotélica.
Pero en Tomás se llega a un nuevo modo de concepción antropológica. En polémica con toda una larga tradición, y con
una visión ajustada a la realidad, Tomás defiende con tesón su doctrina, que en sus días apenas es comprendida. Y da
razón de ella del modo siguiente. Dos cosas implica la forma substancial, ser principio formal de la entidad que informa
y tener un solo ser con la materia en la que se recibe. Este ser total pertenece al hombre concreto, que es quien existe.
El ser determinado procede de la forma y desde ella está comunicado a la materia. Hay una correlación de potencia y
acto entre dos principios... La unidad que procede de la composición de estos dos principios no es menor que la de los
demás cuerpos que están unidos en sus elementos por la forma, sino mucho mayor, porque cuanto la forma tiene más
perfección, tanto más produce la unidad”.
Más que intentar definir el “alma”, conviene fijarse en las operaciones que la especifican y
distinguen del resto de los seres creados. Entre esas operaciones, es tradicional aducir el
“entendimiento” y la “voluntad”. De aquí el que se la denomine “alma racional” y, en consecuencia,
se defina al hombre como “animal racional”. Precisamente, la racionalidad es lo que le diferencia de
los animales.
Pero una consideración más amplia, en la que convienen aquellas corrientes filosóficas que
aceptan la realidad del “alma”, aunque rehúsen hablar de su condición “espiritual”, coinciden en
distinguir, como propio del “espíritu” cuatro características, que no se dan ni en la vida sensitiva ni en
el amplio espectro que cubre el reino animal, y que son las siguientes:
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. Autoreflexión o capacidad de reflectir sobre sí. En la “re - flexión” del ser sobre sí
mismo tiene origen la conciencia a un triple nivel: sensitivo = conciencia sensitiva (da lugar a las
sensaciones conscientes del hombre frente a las mismas sensaciones que son in-conscientes en el animal el
cual siente, pero no se siente), racional = conciencia racional (da lugar a la reflexión de la inteligencia
que hace posible el conocimiento racional) y moral = conciencia moral (da lugar a la reflexión sobre
el actuar, por medio del cual el hombre es capaz de volver sobre sus propios actos).
. Autodeterminación. La actividad del ser espiritual no se mide por las leyes fijas del
mundo físico, ni por el biologismo de las plantas, ni siquiera por la fuerza del instinto de los animales. El
animal supera al hombre en múltiples manifestaciones de la vida sensorial. Todos y cada uno de los
sentidos humanos son superados en mucho por alguna especie animal. Sin embargo, la riqueza del
hombre está en la libertad que le ofrece la posibilidad de decidir entre múltiples opciones. Con la
fuerza creadora de la libertad puede resolver infinidad de conflictos que le presenta la vida y que no tienen
solución con la reacción del instinto animal. La libertad es fruto del espíritu, y el hombre será tanto
más libre, cuanto más se avenga a la vida del espíritu. En este sentido, se cumplen las palabras de S.
Pablo: “Allí donde hay espíritu, allí se da la libertad” (2 Cor 3, 17).
Estas cuatro “operaciones” del espíritu constituyen la riqueza del hombre frente a todos los
demás seres creados. La fe bíblica sitúa en el “espíritu” la acción específicamente creadora de Dios
respecto del hombre. Dios infunde a Adán su “aliento” (ruach), es decir, su propia vida, por la que se
origina la semejanza del hombre con Dios. Y, mediante esa comunidad de vida, se inicia esa especialísima
comunicación entre Dios y el hombre y del hombre con sus semejantes.
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Basados en estas características del ser espiritual, cabe presentar cuatro proposiciones a modo
de definiciones del hombre:
toda la riqueza del mundo exterior a él. . b) La persona es independencia que se posee. En el
fondo de su ser, el hombre descubre su mismidad. El encuentro con su YO le permite diferenciarse de
todos los demás seres, así como percibir la permanencia de su Yo a través de los múltiples cambios
que se originan en su vida al ritmo del tiempo. Al poseerse a sí mismo, el hombre adquiere una distinción
clara frente a las cosas externas, las cuales también puede poseer, pero sin que anulen su riqueza interior.
. d) El hombre es libertad que ama . La libertad es como la esencia del espíritu. Por la
libertad, el hombre se comunica con los otros seres y es capaz de entregarse a los demás. El amor sitúa
al hombre por encima de todas las criaturas.
Pero esa “pluralidad” de expresiones que emanan de la riqueza del ser humano no logra destruir
su unidad profunda. En ningún caso conviene fraccionar al hombre, dado que es, precisamente, la unidad
nacida del espíritu lo que caracteriza la persona humana.
La diferencia del hombre frente al animal está en que el hombre posee interioridad, está en el
alma que es donde se sitúa la línea más radical de separación entre el hombre como persona y el animal
como simple unidad guiada por el instinto para subsistir. Y es la persona la que es digna por sí misma.
“Persona” y “dignidad” es una equivalencia. El sintagma “dignidad humana” se encuentra ya en San
Agustín. Pero el tema de la “dignidad del hombre” no es ajeno a la cultura pagana más antigua.
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Es común apelar a la “dignidad del hombre” cuando se plantean temas de la Moral Económica y
Política en cualquier ideología, no obstante, es evidente que son divergentes los presupuestos sobre los
que fundamentan sus teorías, de aquí la falta de coincidencia en mostrar la razón última que justifica la
“dignidad de la persona humana”.
.los teístas, por el contrario, derivan la dignidad del hombre de su dependencia respecto
de Dios Creador (2. 2. 1), si bien se dan notables diferencias, según las concepciones religiosas de cada
grupo.
.los cristianos fundamentan la dignidad del hombre a partir de la creación - y del pecado
de origen - (2 .2. 2), así como en la Redención y elevación sobrenatural del hombre alcanzada por
Jesucristo (2. 2.3).
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Las consideraciones anteriores en torno al “espíritu” son suficientes para mostrar cómo no es
posible fundamentar una ética social sobre el hombre, considerado como ser exclusivamente material,
cerrado sobre sí y sin apertura a la trascendencia. La defensa de la autonomía absoluta del hombre, tal
como afirmó el marxismo, condujo a una ética en la que el hombre fue víctima de muchas injusticias.
Una tesis semejante fue sostenida por otras corrientes de pensamiento posterior, tales como un
grupo del existencialismo ateo, así como por amplios sectores del positivismo. Ahora bien, después de
la crisis del comunismo internacional, la misma doctrina perdura en los epígonos del existencialismo, en
las ideologías neopositivistas y en esa amplia corriente informal llamada “posmodernismo”. Un
denominador común de estas corrientes es, que no sólo se oponen a la verdad cristiana, sino que no
fundamentan la dignidad del hombre, porque en el fondo niegan que se dé un “sujeto ético”.
. Hablar del hombre como “espíritu encarnado” o como “cuerpo animado y configurado
por el alma”, es, en términos filosóficos, acercarnos a un ser nuevo frente a los demás seres que
constituyen el orden creado: el ser - hombre. Esta realidad novedosa, en terminología filosófica, se
denomina “naturaleza”, el hombre tiene una naturaleza específica.
Podemos a su vez analizar “otros elementos constitutivos del ser humano” (inherentes al
concepto de “naturaleza” humana):
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. a) Historicidad:
.La realidad “tiempo” constituye al hombre como ser histórico. La historia es
intrínseca al ser mismo del hombre, no es como un elemento exterior, al cual pueda trascender o bien
plegarse para dejarse transformar por él.
. b) Socialidad:
. Esta es otra nota diferenciadora que integra la naturaleza del hombre, y que le
viene en virtud de su “espíritu” que tiende a comunicarse, por ello brota de su interioridad.
. Pero, la socialidad tiene en nuestra cultura dos riesgos: la pérdida del carácter
individual del hombre (absorbido y dominado por los “colectivismos”) y la “alienación” (ante los
medios de comunicación de la sociedad “de consumo”). Hay que precaverse para que la “alteridad”
no sea absorbida por la “alienalidad”.
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. Dice Karl Rahner (Fe cristiana y sociedad moderna. Ed. SM. Madrid 1982,
XXIII, 144-145): “No cabe imaginar las posibles tendencias evolutivas, de forma que un día el hombre, mediante
un salto creador, se transforme en un ser que ya no pueda ser denominado hombre... Pero aún cuando uno prefiera
pensar que el hombre puede cambiar notablemente mediante una transformación genética, tal cambio no implicaría
rebasar los límites de la auténtica condición humana, porque él, el hombre es ya el ser de una trascendencia ilimitada” .
.En segundo lugar, resume así estas cualidades: “La doctrina social, especialmente
hoy día, mira al hombre, inserto en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la
filosofía ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí
mismo, como ser social. Sin embargo, solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de
ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía,
se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación” (Centesimus Annus, 54).
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Esta doctrina es el núcleo de la revelación cristiana, pero es compartida sólo por quienes
aceptan la idea de un Dios creador. Más aún, si bien constituye el nervio de la revelación
veterotestamentaria, esta verdad tampoco es ajena a una consideración filosófica sobre el hombre, tal
como afirma la Comisión Teológica Internacional (Dignidad y derechos de la persona humana. CETE.
Madrid 1985, 94 - 95): “Consideremos al hombre en cuanto creado. En esto aparecen la sabiduría, el poder y la
benignidad de Dios, como lo recuerda frecuentemente la Sagrada Escritura (especialmente Gén 1 - 3). Sin embargo, la
razón humana no es ajena a esta consideración (Rom 1, 20). Por el contrario, pueden aparecer grandes convergencias
entre esta doctrina teológica y la filosofía tanto metafísica como moral, cuando el hombre, al menos desde ciertos
puntos de vista, es considerado como creación de Dios” .
Si nos centramos exclusivamente en la narración bíblica, vemos que:
. Desde la primera página del Génesis, el hombre aparece al final de la obra creadora
como cima de toda ella y con dignidad que supera a todas las cosas y a los animales. La superioridad
del hombre viene expresada con la fórmula “creado a imagen y semejanza de Dios” (Gén 1, 26), que
concluye de modo reiterativo: “Creó, pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó” (Gén 1, 27).
Estas interpretaciones y otras (dimensión dual de la pareja humana, aspecto dialógico del
hombre, apertura a la trascendencia, etc.) suponen la participación en el ser de Dios a través del
espíritu. El ser espiritual por excelencia y naturaleza, Dios, comunica algo de su ser a una criatura creada
por Él, el hombre, que refleja en su propio ser el rostro de Dios.
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El hombre es “imagen” de Dios, pero no es Dios. Aquí se sitúa la permanente tentación del
hombre, es claro que la seducción del demonio consistió en provocar en el hombre el deseo de una
autonomía absoluta respecto de Dios. Si comía del árbol de la “ciencia del bien y del mal”, alcanzaría una
plena autonomía dictaminándose a sí mismo su conducta (Gén 3,1 –5). Aquí aparece la relación íntima
que existe entre “ser” y “actuar”. La “imagen” indica su dignidad, pero conlleva, al mismo tiempo, la
exigencia de una conducta adecuada a esa dignidad, sometida a Dios, la cual le permite alcanzar la
perfección que corresponde a su ser. Por el contrario, constituirse a sí mismo como norma de conducta,
es rebajarse al nivel de los seres inferiores a él, es una degradación: “La imago Dei tras excluir de la frase
cualquier ideal cercano al superhombre, implica para el hombre la relación y la dependencia respecto de aquel de
quien no es sino el representante. Querer ser Dios, tentación presentada por la serpiente, es aspirar a salir del papel de
la imagen, y el Antiguo Testamento muestra en varias ocasiones que, al actuar de este modo, el hombre, en lugar de
elevarse, se degrada y cae al nivel de la animalidad; querer hacer de ángel es prepararse a llegar a ser bestia.
Para seguir siendo imagen, el hombre debe conservar su relación con Dios, debe recordar que no es sino un embajador
y que su dominio sobre la creación no será eficaz más que en la medida en que dicha relación sea más real” (E.
JACOB, Teología del Nuevo Testamento).
Pero la “imagen de Dios”, según el texto bíblico, dice relación al “dominio” sobre la creación
entera, de aquí que el hombre ejercita su dignidad en el desarrollo del mundo y, de ordinario, en
colaboración con los demás hombres: la cultura, la técnica, la economía y, en general, la convivencia
política han de reflejar la dignidad de la persona y deben ayudar a desarrollar dicha dignidad.
En resumen, la dignidad del hombre, a partir de ser “imagen de Dios”, fundamenta una
ontología, pues señala la dignidad de su propio ser. Pero, al mismo tiempo, justifica una ética, dado
que postula un actuar que respete dicha dignidad.
La ciencia ética está condicionada por la antropología, tanto, que podemos formular el siguiente
principio: “del sentido que se tenga del hombre depende la teoría moral que se profesa” , ya que
ciencia ética y antropología se coposibilitan mutuamente en estrecha relación con el concepto de
hombre, el cual es la plataforma común de ambos saberes.
Ahora bien, el concepto de hombre, a partir del Bautismo, se enriquece, por eso podemos hacer
un paralelismo entre la Antropología Natural y la Sobrenatural:
. La vida humana se origina mediante un proceso que cabe sintetizar así: fecundación de
un óvulo por un espermatozoide, en virtud de lo cual se genera una vida
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humana que constituye una naturaleza humana, o sea, se ha generado una criatura racional, que a los
nueve meses da lugar a un nacimiento, lo cual origina la paternidad y su correlativo, la filiación. Esta
antropología no es simplemente una biología: el Magisterio enseña que desde el comienzo de la
fecundación estamos ante el misterio de una vida humana, en la que se descubre la “imago Dei”.
. La novedosa condición del hombre como “hijo de Dios” confiere una nueva
“dignidad”, “la dignidad de los hijos de Dios”, que iguala a todos los hombres como hermanos, de
aquí que la Encarnación del Verbo sea un aporte del cristianismo para la convivencia pacífica entre los
hombres.
Esta nueva antropología no niega ni desconoce la concepción del hombre como “imagen de
Dios”. Es la aportación de la antropología neotestamentaria a la concepción del hombre en el A. T.
Son numerosos los textos del N. T. en los que ambas realidades se superponen. Así, por ejemplo, S.
Pablo combina la “imagen” de Adán con la “imagen” del nuevo hombre en Cristo (1 Cor
15, 48- 49). Los textos podrían multiplicarse, pero la doctrina paulina es inequívoca: Cristo es la imagen
del Padre y el hombre es la imagen de Cristo y por ello es también imagen de Dios.
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Esta antropología cristiana demanda el respeto a tal dignidad en un texto clásico del gran Papa
León Magno: “Reconoce, cristiano, tu dignidad, y puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no
pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres
miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios” (LEÓN
MAGNO, Sermo XXI in Nativitate Domini, 3. PL 54, 192)... Y este otro texto más programático:
“Despierta, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza. Recuerda que has sido hecho a imagen de Dios; la
cual, fue corrompida en Adán, sin embargo, ha sido reparada en Cristo” (ID., Sermo XXVII De Nativitate Domini,
6. PL 54, 220).
La ética teológica se construye fundamentalmente sobre este concepto cristiano del hombre.
Es claro que aprovecha elementos de las antropologías seculares y de otras concepciones religiosas
acerca del hombre. Pero las teorías éticas basadas en antropologías “laicas” son casi siempre reductivas
y provisorias.
. “La igualdad fundamental de todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque
todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y
porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino” (GS, 29). En este párrafo se
expresa la auténtica antropología: dignidad del hombre por la dualidad cuerpo - alma, la “imagen de
Dios” en cuanto específico de la consideración religiosa, Redención por Cristo como diferenciación
cristiana. En resumen: todos los hombres son iguales en “naturaleza”, en “dignidad”,
en “vocación”, en “origen” y en “destino”.
. “Todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos”
(GS, 12). De aquí surgen dos enseñanzas: el hombre vale más que las cosas y, éstas están destinadas al
servicio del hombre. En consecuencia: la ciencia económica tiene sentido en cuanto significa ayuda a
la persona.
. “En la vida económico - social también hay que respetar y promover la dignidad de la persona
humana y su íntegra vocación, igual que el bien de toda la sociedad. El hombre es el autor, el centro, el fin, de toda la
vida económico - social” (GS, 63). Esta doctrina es el eje de la Moral Económica y Política.
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. “En la unidad de un cuerpo y un alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis
del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima... Luego no es lícito menospreciar la vida
corporal” (GS, 14). De aquí se deduce el valor del cuerpo humano y, a través de él, de todas las
cosas materiales. Pero, sin olvidar que está “herido por el pecado”, por lo que no debe permitir
que lo “esclavicen las inclinaciones depravadas del corazón”.
. “El hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades
(GS, 12). La “socialidad” es, pues, no sólo una dimensión inseparable de
sin relacionarse con los demás”
su naturaleza, sino que debe ser desarrollada para que el hombre alcance su perfección.
. “El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la
(GS, 26). Aquí, nuevamente se
persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario”
destaca el punto focal al que se orienta la vida social: no es el hombre para las instituciones sociales,
sino éstas para aquél.
. “Cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano
planteamiento de los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos” (GS, 35). Esta doctrina sitúa la
técnica por debajo de los valores sociales y como un servicio a ellos.
. “Por su inteligencia el hombre es superior al (GS, 15). La
universo material”
superioridad del hombre sobre cualquier realidad creada procede de su espíritu, de aquí el respeto a la
condición racional del hombre, por lo que no se pueden manipular las facultades del espíritu, como
son la inteligencia y la voluntad.
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. “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con
(GS, 16). Surgen de aquí al menos, dos enseñanzas:
Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella”
la obligación de formar la propia conciencia y el respeto que se ha de tener a la conciencia bien
formada. La libertad de las conciencias es un principio rector de la vida moral.
. “La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor
(GS, 17). El hombre es un “ser libre”, por eso, cada
que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo”
hombre debe formar su libertad, asumir la responsabilidad que deriva de su ejercicio y, la sociedad no
puede menos que respetarla.
. (GS, 22).
“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”
La dignidad del ser humano se descubre en el “hombre - Dios”, Cristo, que manifiesta al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Estas ideas antropológicas del C. Vaticano II son recordadas y profundizadas por Juan Pablo
II, el cual recurre a esta antropología para destacar la dignidad del hombre y exigir las reformas
sociales de modo que la vida económico-política respete esa dignidad. Asimismo, en la falsa
concepción del hombre sitúa la insuficiencia y los errores de aquellas ideologías que tratan de
“colectivizar” al hombre, en concreto, del socialismo: “El error fundamental del socialismo es de carácter
antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social,
de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social... El hombre
queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de
decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea concepción de la persona
provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad
privada” (Centesimus Annus, 13).
Esta riqueza insondable del ser humano se manifiesta en su existir cotidiano en el mundo. Esto
es lo que justifica y fundamenta la Moral Social, que debe responder a esa existencia concreta del
hombre en convivencia con los demás en medio de las estructuras sociales y políticas que rigen tal
convivencia. Y, en contacto con la sociedad, el hombre encuentra ocasiones para una conducta recta o,
por el contrario, mala.
Esta condición del hombre es descrita del siguiente modo por el Concilio Vaticano II: “La índole
social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están
mutuamente condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la
persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues,
para el hombre una sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del
diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su
vocación... Mas si la persona humana, en lo tocante al cumplimiento de su vocación, incluida la religiosa, recibe
mucho de esta
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vida en sociedad, no se puede, sin embargo, negar que las circunstancias sociales en que vive y en que está como
inmersa desde su infancia, con frecuencia le apartan del bien y le inducen al mal” ( GS, 25).
Y Juan Pablo II deduce de esta concepción bíblica el sentido teológico de la doctrina social de la
Iglesia: “La Iglesia conoce el sentido del hombre gracias a la Revelación divina. Para conocer al hombre, el hombre
verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios, decía Pablo VI, citando a continuación a Santa Catalina de
Siena, que en una oración expresaba la misma idea: “En la naturaleza divina, Deidad eterna, conoceré la naturaleza
mía”... Por eso la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología, y, por esa misma razón, la doctrina
social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo,
pertenece... al campo de la teología y especialmente de la teología moral. La dimensión teológica se hace necesaria para
interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (Centesimus Annus, 55).
. Pero, también esa “dignidad” debe ser llevada a la práctica. El hombre, por su
dignidad (nivel ontológico) está comprometido a vivir de una manera tal que “dignifique” lo que es
(nivel ético). Ya la sabiduría antigua lo había formulado en la sentencia de Píndaro: “Llega a ser lo que
eres”. Esta realidad, bíblicamente, se expresa con las abundantes fórmulas neotestamentarias, como
ésta que las sintetiza: “vivid de manera digna del Evangelio de Cristo” (Fil 1, 27).
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. Se impone la educación del hombre para que adquiera conciencia en todo
momento de su dignidad.
. En relación a los “derechos humanos”, se ha de destacar que su
fundamento es la dignidad del hombre, de aquí que, pedagógicamente, se ha de empezar por esta
dignidad que es fundamental y anterior a los derechos del hombre: éstos se basan en aquella y no
al revés. No obstante, la defensa de los derechos humanos es la señal de que la dignidad que los
fundamenta es reconocida.
También es importante hablar del tema de la igualdad fundamental de todos los hombres:
. Que todos los hombres son iguales quiere decir que todos y cada uno son igualmente
hombres, y, en consecuencia, son iguales en dignidad, la cual se deduce de la condición del ser
humano, de su especificidad frente a los demás seres de la naturaleza. Eso específico es igual en todos
los hombres, es ser persona, y ningún hombre es más persona que otro.
. Pero la igualdad radical no se opone a que exista una desigualdad funcional entre los
individuos, que todos los hombres son iguales no quiere decir que todos sean igualmente buenos o
inteligentes o mezquinos.
. Otras vienen dadas por distintas situaciones sociales, como por ejemplo: las
culturales (bien sean de la época o del ambiente familiar de que se procede), las económicas (pobreza o
riqueza).
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. Otras vienen dadas en virtud de relaciones “sociales” por las que se originan
diferencias entre los ciudadanos, como por ejemplo: unos actúan como profesores y enseñan mientras
que los alumnos aprenden, unos mandan y otros obedecen, unos son técnicos y otros ejecutan, etc.
.
Otras son las que podemos denominar “espirituales”, como por ejemplo: las
personas honradas o deshonestas, el bueno o el malvado, etc.
. Las morales, de las cuales ya nadie duda de su legitimidad, como por ejemplo,
las que se dan entre el santo y el pecador.
. Pero, es evidente que muchas desigualdades son injustas, ya que se han originado en
una sociedad basada sobre flagrantes injusticias, que incluso pueden estar protegidas por la ley, como
por ejemplo el caso típico de la riqueza-pobreza, cuyas diferencias se han alcanzado no pocas veces a
base de latrocinios. Tales “desigualdades escandalosas... están en abierta contradicción con el Evangelio” (Cat. Igl.
Univ, 1938).
. “Los
últimos Documentos Papales” hablan de que tales “escandalosas
desigualdades” no sólo se dan entre los individuos de un mismo país, sino también entre las diversas
Naciones y, aún entre Continentes, hasta el punto de poder marcar esa línea de injusticia que separa el
Norte del Sur.
. Fuera de las desigualdades “naturales” o de las legítimas que son justas, lo que se
demanda no es sólo la igualdad ante la ley, sino más bien la igualdad de derechos y la igualdad de
oportunidades. Pero, el juego igualdad - desigualdad no puede quedar al arbitrio de los particulares,
sino que debe ser marcado por la ley, de aquí la necesidad de un orden social justo, garantizado
jurídicamente, que defienda la igualdad radical de todos los hombres y que, al mismo tiempo,
proteja las desigualdades legítimas.
. En este empeño está la Doctrina Social de la Iglesia: “Las instituciones humanas, privadas
y públicas, deben esforzarse por servir a la dignidad y al fin del hombre, al mismo tiempo que luchan con todas sus
fuerzas contra cualquier clase de servidumbre social o política, salvaguardando los derechos fundamentales de los
hombres bajo cualquier régimen político” (GS, 29). Y Juan Pablo II resume así, como una defensa del
hombre, la historia entera de la Doctrina Social de la Iglesia: “Fue el yugo casi servil de la sociedad
industrial, lo que obligó a mi Predecesor a tomar la palabra en defensa del hombre. La Iglesia ha permanecido fiel a
este compromiso en los pasados cien años. Efectivamente, ha intervenido en el período turbulento de la lucha de clases,
después de la Primera Guerra mundial, ha puesto la dignidad de la persona en el centro de sus mensajes sociales,
insistiendo en el destino universal de los bienes materiales, sobre un orden social sin opresión basado en el espíritu de
colaboración y solidaridad. Luego, ha afirmado continuamente que la persona y la sociedad no tienen necesidad
solamente de estos bienes, sino también de los valores espirituales y religiosos. Además dándose cuenta cada vez mejor
de que demasiados hombres viven no en el bienestar del mundo occidental, sino en la miseria de los Países en vías de
desarrollo y soportan una condición que sigue siendo la del yugo casi servil, la Iglesia ha sentido y sigue sintiendo la
obligación de denunciar tal realidad con toda claridad y franqueza, aunque sepa que su grito no siempre será
acogido favorablemente por todos” (Centesimus Annus, 61).
Conclusión:
. La solución a los graves conflictos sociales y políticos de nuestro tiempo está en una
verdadera concepción del hombre, que abarque las diversas realidades que engloban y engrandecen
su ser. Y esta definición se encuentra en la Revelación cristiana, que culmina en la Persona de
Jesucristo. Pues, como afirma el Vaticano II: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado... Cristo, el nuevo Adán... manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de
su vocación” (GS, 22).
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II.2.1.- Introducción
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Tal como hoy se plantea el estudio de los Derechos Humanos es un capítulo nuevo en la Ética
Teológica.
En este sentido, los Derechos Humanos estaban contenidos en este contexto, considerándolos
como fruto de lo que los autores clásicos denominaban “Derechos Naturales”, sin embargo no es fácil
trazar una línea homogénea entre la doctrina de los derechos naturales de los viejos tratados y la
exposición actual de los Derechos Humanos.
Si analizamos el Concepto de Derecho, vemos que detrás de este término se ocultan doctrinas
tan encontradas como el positivismo jurídico (no hay ley natural) o el jusnaturalismo (ley natural sin
Dios). Puede también significar principios o poderes anteriores a un ordenamiento jurídico. Aquí,
sin mayor precisión, por “derechos” se entienden las “exigencias fundamentales de la persona”,
originadas en el mismo ser del hombre, que deben ser reconocidas, valoradas y defendidas
jurídicamente.
derechos civiles intraestatales (igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, derecho al voto de los
emigrantes en un Estado que equipare civilmente a nativos y extranjeros, etc..) o de los derechos
intraeclesiales de los bautizados. Por este motivo, en amplios sectores de la literatura actual es bastante
inusual el empleo de esta terminología.
En resumen, las expresiones más usuales, y que pueden emplearse indistintamente son:
“derechos del hombre”, “derechos humanos” y “derechos de la persona”. Nos encontramos, pues, ante
una terminología cada vez más fija en las diversas ciencias así
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como en las lenguas en que se expresan. Este uso también se ha hecho común tanto en los autores de
la ética teológica como en los Documentos del Magisterio. Y, si bien en teología moral la denominación
más coherente con sus principios sería la de “derechos de la persona”, la teología y el Magisterio, al
acomodarse al uso de “Derechos Humanos”, muestra que está enraizada en la cultura de la época en un
tema tan importante.
Aquí tratamos dos temas que se implican mutuamente: a) Mostrar que todos los hombres y sólo
los hombres son sujetos de derechos. b) Buscar el fundamento de tal exclusividad. Para seguir un orden
lógico expondremos algunas proposiciones a modo de tesis:
.Los Derechos Humanos no derivan de leyes positivas: esto quiere decir que su origen no
está en la Sociedad (algo consensuado por la sociedad; fruto de la concepción democrática del Estado que
resalta la importancia del individuo; privilegio de los ciudadanos alcanzado por la mayoría democrática del
voto), sino en el individuo mismo, en su ser - hombre. Este dato anula la hipótesis de que los
“Derechos Humanos” son de origen jurídico, es decir, lo que los justifica es el derecho positivo, si
bien es cierto que el reconocimiento jurídico es un elemento esencial en las estructuras jurídicas de
los Estados. Esta fundamentación está muy extendida hoy y, se reparte entre el jusnaturalismo y el
positivismo jurídico.
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.Los que rehuyen cualquier reflexión sobre el sentido de la “dignidad” del hombre: hay
pocos autores en esta postura, pero, es la actitud común de la mayor parte de las Constituciones Civiles
que formulan y protegen los Derechos Humanos, es decir, proclaman la “dignidad” del hombre pero sin
dar razón de su origen y fundamento. Para mostrar esto, haremos un breve análisis de la Declaración de
los Derechos Humanos de la ONU:
. El término “dignidad” aparece en dicha Declaración, pero no así el fundamento
que da razón de la misma.
suprimiese el término “naturaleza”, dado que la Declaración no debía asumir una posición filosófica
determinada. El representante brasileño, Sr. De Ayhayde, propuso la siguiente
enmienda: “Los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, están dotados de razón y conciencia” . Esta
fundamentación religiosa de la condición racional del hombre fue objetada por el representante chino,
que afirmó que la Declaración debía estar libre de toda interpretación teológica. Y, a pesar de la defensa
del representante argentino, Corominas, de que esa confesión religiosa tan genérica era común a las
grandes culturas, esta enmienda, con el apoyo de la intervención rusa y la postura ecléctica de Francia e
Inglaterra, fue rechazada. Así, la redacción de la Declaración asumió la concepción neutra de
“hombre” que aparece en el texto oficial.
. El artículo 3: “Todos los individuos tienen derecho a la vida, a la libertad y a la
seguridad de su persona” .Aquí, se trataba de reconocer el carácter de “persona” a los no – nacidos, así
como de dar un juicio de valor sobre la eutanasia y, de decidirse sobre la licitud o no de la pena de
muerte. La más explícita y amplia redacción fue propuesta por el Comité Jurídico Interamericano que
decía así: “Toda persona tiene derecho a la vida. Este derecho comprende el derecho a la vida desde el instante de la
concepción; el derecho a la vida para los incurables, los débiles mentales y los alienados. Comprende el derecho a la
subsistencia y a la manutención para aquellos que no pueden subvenir por sí mismos a sus necesidades; implica que el
Estado tiene el deber de velar para que esta subsistencia sea efectivamente asegurada. El Estado no puede denegar el
derecho a la vida sino a las personas convictas de los crímenes más graves, que pueden implicar la pena de muerte” .
Esta redacción fue rechazada, con lo que la “dignidad” del hombre es profesada, pero el concepto
de “persona” quedó sin precisar.
. Otro caso es el de la misión del Estado en relación con el individuo y el
de la familia: detrás de ambas formulaciones subyace una concepción muy diversa del hombre, por lo
que no fue posible llegar a un consenso sobre el verdadero fundamento de su “dignidad”. El texto
definitivo no fue unánimemente aceptado: 49 votos y 8 abstenciones, de las que 6 eran de los países
socialistas, que no se adhirieron ante el temor de que la Declaración no regulase convenientemente las
relaciones individuo – Estado en sus propios países.
derecho que “le dan las leyes de la naturaleza y del Dios de la naturaleza” ... seguidamente, afirma: “Tenemos
por evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que están dotados por su
Creador de ciertos derechos inalienables; que, entre éstos, están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” (n .
19).
. Aún la Declaración Francesa, en medio de la hostilidad a las
instituciones religiosas de la época, menciona “los derechos naturales” (a. 2) y declara los derechos del
hombre “bajo los auspicios del Ser Supremo” (a. 1).
. En resumen, si todas las cosas tienen un determinado ser que les configura y
diferencia de los demás seres, lo mismo cabe decir del hombre: éste tiene una naturaleza específica que
le distingue del resto de los seres. Esa diferencia viene dada por el espíritu, que le configura como ser
más cualificado en la escala de los seres creados y le posibilita el ejercicio de ciertas funciones que
superan la actividad común con los demás seres, incluido, por supuesto, el animal. De aquí que sea
preciso afirmar que:
.
Los Derechos Humanos se originan de los derechos naturales. Su
fundamento es la “dignidad” del hombre, la cual procede de esa naturaleza específica del ser
humano.
.
Los Derechos Humanos emergen de la naturaleza humana: ésta es
anterior a su formulación y reconocimiento.
. A esta doctrina, la antropología católica añade que esa “naturaleza”
refleja la “imagen de Dios” y que el hombre está “llamado” y, por el Bautismo, “injertado” en
Cristo. Estos dos nuevos postulados constituyen el fundamento último de la “dignidad” del hombre.
En la concepción cristiana la persona humana alcanza la cota más alta de su grandeza.
Finalmente, de todo lo dicho, se deriva esta conclusión: los Derechos Humanos deben ser
respetados, pero no porque lo determine la ONU o las diversas Constituciones
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nacionales, sino porque se trata del hombre, lo cual da origen a unos derechos que no pueden ser
conculcados, sino reconocidos, aceptados y defendidos jurídicamente. Son derechos del “hombre”,
de “todos los hombres” y “sólo del hombre”. Todos los hombres (los enfermos, los ancianos, los
concebidos y no nacidos) poseen un título igual a esos derechos en la medida en que todos exhiben
en el mismo grado esa propiedad relevante.
. La razón del “ser” del animal es “servir” al hombre, o sea, que la finalidad de todos
los demás seres creados está en el servicio al hombre. Desde la Revelación, esta doctrina es evidente:
. Gén 1,26, presenta al mundo como plataforma del hombre y las cosas están
sometidas a su dominio: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza para que mande sobre los peces del
mar y en la aves del cielo y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra” . El texto
destaca la diferencia entre el hombre (“imagen de Dios”) y los demás animales, siendo esta
superioridad la que demanda y fundamenta el dominio del hombre y la subordinación a él de los
animales.
. Gén 2, 19 – 20: “... y los llevó ante el hombre para que les impusiera nombre” . Este
mandato de Dios a Adán, supone una soberanía del hombre sobre todos los animales.
. Gén 1, 28: “Dios los bendijo diciéndoles: sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y
sométanla. Manden a los peces del mar y a las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra” .
El hombre recibe
este encargo de dominar el mundo y, difícilmente cumpliría esta misión si no sometiese a dominio a
toda la creación.
. Este “dominio” otorgado por Dios al hombre, está orientado a que el hombre
pueda “usar” de los animales, pero no disponer caprichosamente de ellos, ya que toda la creación
dice referencia última y absoluta a Dios. Por otro lado, todos los seres tienen una consistencia propia
en sí mismos, lo cual permite que cada uno cumpla su papel en la obra creadora. Por lo tanto, el hombre
puede “usar” de los animales, pero no “abusar” de ellos a su antojo. No se trata de un dominio
despótico por el cual disponga arbitrariamente de ellos, lo cual degradaría a la naturaleza, e incluso,
dañaría al mismo
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hombre, que no cumpliría con la misión que Dios le ha confiado en Gén 2, 15 de: “Cultivar y
cuidar la tierra” . El “uso” es consecuencia de ese “cultivo” que el hombre hace de la creación, y el
“cuidado” niega cualquier señorío abusivo sobre los seres puestos a su servicio. Aquí se sitúa uno de
los fundamentos de la doctrina católica en torno a la ecología.
. Por otra parte, es claro que los animales, por carecer de espíritu y, en
consecuencia, de entendimiento y voluntad, no son sujetos capaces de exigir derechos ni de cumplir
deberes, además, no cabe imponerles leyes dado que no pueden cumplirlas, pues la ley, por definición,
es la ordenación de la razón al bien común. Dice J. GARCÍA. LÓPEZ (Los derechos humanos en Santo
Tomás de Aquino): “El derecho en sentido propio sólo lo tiene el hombre, o si se quiere, la persona. Los puros
animales, es decir, las bestias (y menos todavía las plantas y los seres inanimados) no tienen derechos propiamente
dichos, aunque tengan inclinaciones naturales. Y es que el derecho está en íntima relación con la ley..., y la ley
propiamente dicha no se encuentra más que en los seres racionales. La relación de la ley con el derecho es ésta: que la
ley es la forma o la razón del derecho... La ley no se da propiamente más que en los seres dotados de razón, pues se
trata precisamente de una ordenación de la razón... En consecuencia, si la ley no se da propiamente más que en los
seres racionales o en las personas, igualmente el derecho, y resulta abusivo e impropio hablar de derechos de los
animales”.
. Santo Tomás de Aquino enseña la armonía entre todos los seres creados, pero
subraya la singularidad del hombre con estas palabras: “El hombre se ordena a la perfección del universo
como parte esencial del mismo, pero en el hombre hay algo que no se contiene ni siquiera virtualmente en los elementos
ni en los animales ni en los cuerpos celestes, a saber, el alma racional” (De potentia 5, 10).
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.Derechos del individuo en relación con otros grupos: la familia, el país, la nación o con
las cosas – propiedad (aa. 12 - 17).
Cabe aún hacer otra clasificación más rigurosa, a partir de la fuente de donde emanan los
Derechos Humanos. Si estos derechos son propios y exclusivos del hombre en razón del espíritu,
pueden clasificarse en relación con las características propias del espíritu, de la siguiente manera:
. I. Derechos existenciales:
. Derecho a la vida.
. Derecho a la integridad corporal.
. Derecho a la alimentación y vestido.
. Derecho a una vivienda digna.
. Derecho a la seguridad personal.
. Derecho a la asistencia en casos eventuales:
. en el desempleo.
. en la enfermedad.
. en la vejez.
. en la viudedad.
. II. Derechos personales:
. Autorreflexión:
. Derecho a la libertad de pensamiento.
. Derecho a la libertad de conciencia.
. Derecho a la libertad de educación.
. Derecho a la libertad de cultura.
. Derecho a la libertad de religión.
. Autoposesión:
. Derecho a la intimidad.
. Derecho al honor.
. Derecho al descanso y al ocio.
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Los diversos documentos tanto eclesiásticos como civiles, presentan los Derechos Humanos con
ciertas calificaciones pretendiendo así expresar su naturaleza. Estas son las más comunes:
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.d) Inviolables: el respeto por ellos obliga por propia naturaleza, no es preciso que exista
ley positiva que obligue, pero ésta debe protegerlos. La violación de los Derechos Humanos constituye
una falta moral = pecado, y en el ámbito civil es un delito que debe ser castigado.
.f) Jerarquizados: es decir, existe un orden en los Derechos Humanos, no todos tienen el
mismo valor. Por ejemplo: el primero, y a su vez, fundamento de todos los demás, es el derecho a la
vida, dado que los otros están condicionados a la propia existencia. En principio son “fundamentales”
todos los contenidos en la Declaración de la ONU, pero existen otros que aparecen como
consecuencias prácticas de su aplicación perfecta, o, también, conexos con las circunstancias reales de
las naciones y tiempos.
.g) Son Correlativos: o sea, se corresponden con los respectivos “deberes”. Es preciso
constatar cómo en nuestra época se ha puesto más énfasis en la defensa de los “Derechos”, que empeño
por cumplir los “Deberes” respectivos. Posiblemente, la causa de las frecuentes violaciones de los
Derechos Humanos puede tener este origen: la falta de sensibilidad cívica y ética para el
cumplimiento de los propios deberes, que son
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correlativos a los derechos. En efecto, si cada hombre tiene “derecho a la vida”, cualquier persona tiene el
“deber de respetar y defender la vida ajena”, y lo mismo cabe decir de los valores materiales como la
propiedad, o de los valores morales como la fama. Esta verdad es subrayada por las enseñanzas de los
Papas: “Los derechos naturales ... están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y unos y otros
tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible ... Es
asimismo consecuencia de lo dicho que,
en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber de
reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho fundamental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la
ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por
completo sus deberes o no le dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la
otra construyen” (Pacem in terris, 28 - 30).
Para definir los Derechos Humanos, hemos optado por el camino que nos lleva a que esta
definición se formule al final del tratado, y lo hemos hecho así, porque en este tema son muchas las
ideologías que se confrontan, bien sea respecto de lo que realmente son, así como también en relación al
principio que los fundamenta o a la causa que les da origen.
En consecuencia, los autores no llegan a un consenso respecto a su definición, y en ocasiones
están hipotecados por ideologías sociales y políticas. Conforme a la doctrina aquí expuesta, cabría
definirlos del siguiente modo: “Derechos Humanos son aquellas exigencias originarias e
irrenunciables que tienen como sujeto al hombre, en su radicalidad de hombre, es decir, como persona,
creado a “imagen de Dios” e “injertado en Cristo”, y que piden de los demás – individuos, comunidades
y Estado – que sean reconocidos, respetados y protegidos jurídicamente”.
Tales “derechos” se llevan a cabo y se ejercitan con sus correlativos deberes en la convivencia con
los demás hombres, lo cual pone de relieve su condición social y, en virtud de la correlación derechos -
deberes, muestra que “desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente
condicionados” (GS, 25).
Pero el hombre - ser social - es siempre anterior y superior a cualquier estructura económica y
política, “porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana”
(GS, 25), por consiguiente, los Derechos Humanos son superiores al Estado, y éste tiene la misión de
reconocerlos y protegerlos jurídicamente.
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Así considerados, los Derechos Humanos logran alcanzar una síntesis entre la moral basada en la
ley natural y la ética teológica concebida en el marco histórico - salvífico, que supera las
posturas insuficientes del liberalismo político y del socialismo humanista, al destacar la
dimensión ética de los Derechos Humanos que aquí hemos expuesto.
II.2.6.- Conclusión
“Dignidad humana” y “derechos humanos”, se incluyen mutuamente, pero cabe plantearse dos
preguntas finales:
. La segunda, que mira al futuro: formulados los Derechos Humanos, ¿el futuro podrá
garantizar que serán respetados y defendidos como demandan las diversas Constituciones? La
historia de estos últimos años garantiza más bien una respuesta negativa, por eso, los Documentos del
Magisterio más reciente denuncian las continuas violaciones de los Derechos Humanos.
Se impone, pues, una consideración final: el respeto y la promoción de los Derechos Humanos
supone, ciertamente, las garantías jurídicas, pero exigen imperiosamente un cambio ético profundo en
las interpretaciones jurídicas, y con mayor exigencia en las conductas de todos y cada uno de los
individuos. La dimensión ética de los Derechos Humanos no sólo ayuda a formularlos, sino y sobre
todo, es la que garantiza que en el futuro sean respetados y defendidos. El Catecismo de la Iglesia
Católica, 1931 enseña: “Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las
actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternales. Estos
comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un prójimo, un hermano” .
Aquí se sitúa el papel de la Iglesia: educar la conciencia de los creyentes – y aún de todos los
hombres – y denunciar, siempre que acontezca, la conculcación de los Derechos Humanos. Esta
doctrina es común en la enseñanza magisterial, con términos del Vaticano II, lo recoge el Catecismo de
la Iglesia Católica (1935): “Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de
discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color,
condición social, lengua o religión” (GS 29, 2).
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En efecto, la justicia protege y garantiza los derechos y deberes fundamentales, observa y juzga
las condiciones que afectan a los diversos sectores de la sociedad, vigila y guía la disparidad de
oportunidades económicas y orienta las circunstancias sociales de modo que favorezcan la convivencia
pacífica de los pueblos.
Por eso, la justicia ocupa un lugar de primer orden en la Moral Social y Política, ya que su
tarea es alcanzar una situación equitativa en las estructuras básicas de la sociedad, entre las que se
destacan las condiciones económicas y las instituciones políticas. Por el contrario, de la injusticia
social surgen los peores males, como escribió Kant en su Ética: “la más grande y repetida forma de miseria a
que están expuestos los seres humanos consiste en la injusticia, más bien que en la desgracia” .
Como es lógico, esta idea tan originaria acompaña al hombre en su historia y adquiere tonalidades
y contenidos distintos según las sensibilidades de cada época. Por eso, no es fácil hacer la historia del
concepto de justicia y menos aún biografiar los sentimientos que esta palabra evoca en cada momento
histórico. No obstante, como simple testimonio, tomamos dos puntos extremos de referencia: la etapa
inicial del pensamiento de Occidente y el sentido que tiene en la cultura de nuestra época . El
paréntesis entre estos dos períodos representa quizá el nacimiento y la culminación de un concepto
tan
decisivo en la historia de la humanidad.
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Consecuencia de esta grandeza, es la doctrina tan repetida entre los filósofos griegos de que
“todos pensamos que es un mal mayor cometer una injusticia que sufrirla” . Y que “nunca es lícito cometer una
injusticia” , pues “el colmo de la ignominia no está en ser abofeteado injustamente..., pues cometer una injusticia sobre
mi persona le reporta más perjuicio al responsable del acto que a mí mismo: quien la comete es más digno de
compasión de quien la sufre, aunque yo sea la víctima” (Platón Gorgias 469 a - b. Cfr. Critón, 49 c - d).
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movimientos culturales. Como consecuencia, en la calle es la palabra que tiene más capacidad de
convocatoria.
Sin embargo, el uso tan reiterado del término ha estirado su significado y el abuso que de él se
hace lo ha ideologizado. Así, las diversas ideologías han forzado lo que con él se expresa, de forma que el
término mismo de “justicia” recibe diversas acepciones, lo que connota cambios reales de contenido
según la interpretación que de él hacen los diversos sistemas económicos y los programas políticos.
En efecto, las diversas particularidades pesan de tal modo en ciertas ideologías que interpretan el
“unicuique suum” según sus diversos intereses. Así, por ejemplo:
. Si se trata de defender lo que pertenece a “cada uno”, conforme “al estado de posesión”,
se pretende guardar un estado jurídico de propiedad con el fin de dar cierta garantía a tal derecho. Pero,
también se puede recurrir a este principio en defensa de propiedades injustamente adquiridas. La
adquisición de la propiedad debe estar legitimada jurídicamente, pero es necesario que se tipifiquen con
justicia los modos de acceso a la propiedad, de forma que se salvaguarde la función social de la misma.
Estas interpretaciones del concepto de justicia son válidas sólo en el caso de que cumplan
realmente la esencia de la justicia: el que se “dé a cada uno lo suyo”. Las interpretaciones citadas
pueden ofrecer criterios válidos, pero insuficientes, que deberán ser corregidos para la implantación de una
sociedad justa.
Por eso será preciso buscar de continuo nuevos criterios de justicia en este tiempo caracterizado
por las grandes injusticias sociales, ya que, como escribió Santo Tomás de Aquino, “la diversidad de formas
de injusticia sirve para hacer patente la diversidad de formas de justicia” . De aquí que, a pesar de la claridad de la
definición de justicia, se debe ventilar qué es “lo suyo” en cada caso, y, mientras esto no se defienda como
objetivo primario, la realización de la justicia estará sometida a la arbitrariedad de quienes legislen, que
son, en último término, los partidos políticos que obtienen la mayoría parlamentaria.
De hecho, las diversas ideologías proponen como “justo” el programa que ellas ofrecen. Lo cual
indica que estamos ante un verdadero pluralismo conceptual, el cual fue descrito así por el Papa Juan
XXIII: “Aunque el término justicia y la expresión exigencias de la justicia andan en boca de todos, sin embargo, estas
palabras no tienen en todos la misma significación, más aún, con muchísima frecuencia la tienen contraria. Por tanto,
cuando esos hombres de Estado hacen un llamamiento a la justicia o a las exigencias de la justicia, no solamente
discrepan sobre el significado de tales palabras, sino que además le sirven a menudo de motivo para graves altercados;
de todo lo cual se sigue que arraigue en ellos la convicción de que, para conseguir los propios derechos e intereses, no
queda ya otro camino que recurrir a la violencia, semilla siempre de gravísimos males” (Mater et Magistra, 206).
De este modo, la “justicia”, que debería ser el camino de la paz, al perder su verdadero sentido,
puede ser ocasión de la violencia. De aquí que se hace necesario encontrar de nuevo su verdadero
significado, siendo para ello imprescindible el recurso a la Escritura.
interpretan los textos con categorías sociales y no religiosas, que es el criterio hermenéutico válido. El
Magisterio ha denunciado “la nueva hermenéutica... que conduce a una relectura esencialmente política de la
Escritura”. Y añade: “El error no está aquí en prestarle atención a una dimensión política de los relatos bíblicos. Está
en hacer de esta dimensión la dimensión principal y exclusiva, que conduce a una lectura reductora de la Escritura”
(Libertatis nuntius, 5). Aunque es cierto que, bajo la óptica religiosa, la Biblia ilumina y juzga
situaciones reales de la sociedad de la época, el error consiste en la interpretación de acento en exceso
político.
Prescindiendo de los extremos y sin entrar en polémica, intentaremos resumir los datos más
evidentes y menos cuestionables siguiendo dos caminos: el análisis etimológico y un breve ensayo de
teología bíblica.
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. Por el contrario, Dios no puede menos de cumplir la justicia: “¿Acaso Dios tuerce el
derecho y Sadday pervierte la justicia? Si tus hijos pecaron contra Él, ya los dejó a merced de sus delitos. Más si tú a
Dios recurres e imploras a Sadday, si eres irreprochable y recto, desde ahora Él velará sobre tí y restaurará su morada
de justicia” (Job 8, 3 - 6).
. Los Proverbios aúnan en un mismo texto las enseñanzas que han de aprender los
israelitas. Entre las actitudes fundamentales se encuentran “la justicia, la equidad y la rectitud” (Prov 1, 3). Es
evidente el sentido ético - teológico de este texto, pero destaca la importancia de la justicia entre los
hombres.
. También cabe aducir diversos testimonios en los que el israelita acude a Yahveh
en busca de defensa contra sus adversarios: “¡Hazme justicia, Señor! Defiende mi causa” (Sal 54, 3). El
tema es frecuente en los salmos (Sal 7, 10; 11, 5 - 7; 116, 5; etc.).
.Finalmente, el Levítico advierte al que tiene por oficio administrar justicia que lo
haga con equidad: “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor al pobre, ni por respeto al grande: con justicia
juzgarás a tu prójimo” (Lev 19,15).
. “Justo”, a este sustantivo se hace referencia 213 veces en el Antiguo Testamento, de las
que 189 se expresan con el término saddîq, y 24 con sédeq:
. “Justo”, significa “el hombre bueno”, sin referencia a la ley humana, sino al
precepto divino. Así, el Libro de los Proverbios contrapone el futuro del hombre bueno al del malvado:
“La espera del justo es la alegría, la esperanza de los malos fracasará” (Prov 10, 28).
. El Libro de la Sabiduría sentencia que: “Los impíos tendrán la pena que sus
pensamientos merecen por desdeñar al justo y separarse del Señor” (Sab 3, 10).
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. Pero el “justo” por excelencia es Yahveh, hasta el punto de que este término sea
un “atributo” o “nombre de Dios” (Gén 18, 25; Is 5, 15 - 16).
. Tampoco faltan textos que hacen referencia directa al “justo” en razón de que
ejercita la justicia en la convivencia social. El profeta Ezequiel sentencia: “El que es justo practica la
justicia y el derecho”... (Ez 18, 5). Por su parte el Deuteronomio recomienda el ejercicio de la justicia: “Y
di entonces esta orden a vuestros jueces: escucharéis lo que haya entre vuestros hermanos y administraréis justicia
entre un hombre y su hermano o un forastero” (Dt 1, 16). Estos dos textos de ámbito tan diverso muestran hasta
qué punto es relativa la teoría que profesa una evolución puramente cronológica en el concepto de
“justicia” en el Antiguo Testamento. Pero aún en los casos referidos a la justicia en la convivencia, casi
siempre “justo” se entiende en sinonimia con piadoso y bueno.
.“Derecho” (dike) se encuentra sólo tres veces con significación cercana a condenación o
inexorabilidad del juicio (cfr. Hech 28, 4; 2 Tes 1, 9; Jud 1, 7). En Hech 25, 15 se usa el sintagma
“según derecho” en sentido de sentencia de condenación referida a Pablo.
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. Son “justos” los santos: así, por ejemplo, Abel (Mt 23, 35); Zacarías e Isabel
(Lc 1, 6); Simeón (Lc 2, 25); Lot (2 Pe 2,8); Cornelio (Hech 10, 22) y San José (Mt 1, 19). Como
escribe Spick: “Díkaios puede ser sinónimo de ágazós”, es decir, “justo” es sinónimo de “bueno”.
. Cabe, pues, afirmar que “justo” es un título mesiánico, que se entremezcla con
los demás títulos cristológicos y que los Apóstoles refieren como cumplimiento en la vida de Jesús (cfr.
Hech 7, 52; 22, 14).
. Pero no faltan textos en los que “justo” adjetiva acciones con evidente
referencia a la justicia y equidad en las relaciones humanas: “Amos, proveed a vuestros siervos de lo que es
justo y equitativo, mirando a que también vosotros tenéis Amo en los cielos” (Col 4, 1).
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Conclusiones: las formulamos teniendo en cuenta que, desde el punto de vista exegético,
necesitarían ciertos matices:
. “Justo” es, primordialmente, el hombre que asume una actitud religiosa y moral
frente a Dios, si bien incluye también “ser justo” con los hombres.
. “Justicia” y “pecado” se presentan como antitéticos: “No os juntéis con los infieles. Pues
¿qué relación hay entre la justicia (dikaiosíne) y la iniquidad (ánomía)?” (2 Cor 6, 14).
. ¿Además de las enseñanzas sobre la justicia que derivan del análisis etimológico de los
términos hebreos y griegos con que se designa la “justicia”, existe en la Biblia una doctrina expresa
referente a la justicia humana, que vele por lo que pertenece a cada uno (unicuique suum), especialmente
en el campo social?
. ¿Cabe hablar de una doctrina bíblica sobre la eticidad de la vida social, fundamentada
en la justicia?
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Además, la noción bíblica de “justicia” sólo era válida para una sociedad teocrática como era
Israel. No se adecuaba al mundo pagano ni al futuro de la sociedad, incluso cuando el cristianismo se
extendió por Europa y se convirtió en religión oficial del Imperio, puesto que la distinción Iglesia - Mundo
constituye un punto esencial del mensaje predicado por Jesucristo.
Más tarde, a partir del siglo XII, la virtud de la justicia ocupó un extenso espacio en el tratado
teológico sobre las virtudes, y a partir del siglo XVI aparecen los grandes tratados de Iustitia et Iure.
Es cierto que la Moral Casuista, a partir del siglo XVII se ocupó preferentemente de la justicia
conmutativa, o sea, de la justicia privada entre personas individuales, con la consiguiente pérdida de
atención a los graves problemas de la justicia distributiva y legal que empezaron a aquejar a la nueva
sociedad que se iniciaba en Occidente.
A partir del siglo XIX, el Magisterio de la Iglesia considera estos problemas sociales con su
consiguiente doctrina moral, iniciando un amplio apartado de la Moral, la denominada Doctrina Social
de la Iglesia.
. Maneja con soltura el concepto griego de justicia, subraya los dos elementos que
destacó Aristóteles en la noción de esta virtud (dar “a cada uno lo suyo” y la exigencia de igualdad);
y, al mismo tiempo añade elementos típicamente cristianos que la enriquecen. Si analizamos su obra,
“Sobre los deberes de los ministros”, podemos hacer las siguientes observaciones:
Los autores cristianos de los primeros siglos usan estos conceptos siempre que, desde la fe,
interpretan la virtud de la justicia en la convivencia humana. A la justicia recurren frecuentemente para
condenar las riquezas injustas y para exigir una equitativa distribución de los bienes, así como para
que la vida social se rija con equidad.
Como es sabido, el Aquinate estructura el tratado teológico de la moral sobre las virtudes.
Este es el esquema que propone en la Suma Teológica: “La virtud humana es un hábito que perfecciona al
hombre para obrar el bien. Pero en el hombre hay dos principios de acciones humanas: la inteligencia o razón y los
apetitos”. Por consiguiente, se dan dos clases de virtudes: las intelectuales y las morales. Las
principales (cardinales) morales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza (I - II, q.
58, a. 3). En relación con la justicia escribe: “La justicia es la más importante por estar más próxima a la razón
y porque se relaciona a los demás” (I - II, q. 66, a. 4).
Pues bien, además de los extensos comentarios a la Ética de Aristóteles, la Suma Teológica dedica
un amplio espacio al estudio de esta virtud. Es el tratado más extenso dentro de los siete dedicados al
estudio de las virtudes. En concreto, consta de 66 quaestiones. Si bien sólo las cuestiones 57 - 79, con
111 artículos, están dedicadas a la materia específica de la justicia, pues las restantes estudian virtudes
adjuntas y, de hecho, constituyen tratados autónomos.
Santo Tomás la define así: “Justicia es el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad
da a cada cual su derecho” (Suma Teológica, II - II, q 58, a. 1). Con pequeños retoques, es una definición
clásica. Él recurre en este mismo artículo a dos definiciones de Aristóteles, y concluye el artículo con
esta afirmación: “Esta definición es casi la misma de Aristóteles quien dice que la “justicia” es el hábito por el cual
uno obra según la elección de lo justo” .
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Pero el Aquinate, acude también al pensamiento romano. Así dice la definición del jurista
Ulpiano (+ 228), que se había hecho clásica entre los Padres: “La voluntad constante de dar a cada uno lo suyo”
(ULPIAN, Digest, lib. tit. I,10). Ulpiano, a su vez, la asume del Derecho Romano (Corpus Iuris Civilis
Institutionis, I, 1). Es sentencia compartida que la novedad de Santo Tomás de Aquino no se encuentra
en la definición dado que sigue la tradición desde Aristóteles, sino en la síntesis y articulación
alcanzada: “La fuente principal de esta cuestión es Aristóteles. El Santo sigue en ella muy de cerca casi únicamente,
el esquema y las ideas de los cuatro primeros capítulos del V de la Ética Nicómaca (S. Th ; lect . 1 - 4), si bien lo ha
ampliado con la definición de los juristas romanos, la de San Anselmo y otros textos de los Padres tomados del exiguo
material que sobre esto había en la escolástica anterior, recogido por él en las Sentencias” (In II Sent, d. 33, q.3, a. 4)
(T. URDANOZ, Introducción a la q. 58, en Suma Teológica. BAC. Madrid 1956, VIII, 242).
Santo Tomás de Aquino lo había escrito ya en la Suma Contra Gentes: “Si el acto de justicia es dar a
cada uno lo suyo, es porque dicho acto supone otro precedente, por virtud del cual algo se constituye en
propiedad de alguien” (Contr. Gent 2, 28). Y Pieper comenta: “Esta proposición enuncia con soberana sencillez
una realidad fundamental. La justicia es algo segundo. La justicia presupone el derecho. Si algo se le debe a un hombre
como suyo, el hecho mismo de que tal se le deba no es en sí obra de la justicia” (J. PIEPER, Las virtudes
fundamentales. Ed. Rialp. Madrid 1980, 89). Y lo ilustra con un ejemplo: “si un individuo cava un jardín, da
lugar a que algo pase a ser perteneciente al trabajador, por lo tanto algo le es debido. Eso que se le debe es lo que el
otro tiene que dar. Pero ese dar es un acto de justicia, el cual es ejecutado, por tanto, sobre el supuesto de que algo le
es debido” (I D; Ibid; 89. Y Pieper cita esta sentencia de Santo Tomás, en Contr. Gent, 2,28: “el acto por el cual se
constituye inicialmente algo en propio de alguien, no puede ser un acto de justicia” ).
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En resumen: la justicia se define por “dar a cada uno lo suyo” (unicuique suum), pero, ¿por qué
alguien puede tener algo como “suyo”? La respuesta es inequívoca: porque tiene “derecho a ello”. En
consecuencia, tal “derecho” debe ser respetado por la justicia. El “derecho”, pues, precede a la
“justicia”. Esta realidad ética viene dada por la misma etimología: “justitia” deriva de “jus”. Es decir, la
justicia no es un concepto primario, sino derivado.
De aquí cabe deducir algunas consecuencias decisivas para la vida moral. Por ejemplo:
. La Moral Social es más la moral de los derechos – y de los deberes – que la moral de la
justicia, por lo que en la predicación se ha de insistir más en la dignidad del hombre y en sus derechos
que en el tema de la justicia. Ello ayudará a esclarecer el verdadero sentido de esta virtud, tan invocada y
de ordinario mal interpretada.
Además de los derechos - deberes que reclama la justicia, pueden darse casos de “exigencias
morales” que han de ser atendidas no por justicia, sino por caridad o por exigencias del bien común. El
ejemplo del médico arriba aludido puede pecar contra la caridad si no acude al reclamo del enfermo. Por
consiguiente, la Moral Social no puede reducirse sólo al tema de la justicia.
Detrás de los derechos - deberes, están los correlativos valores morales que éstos representan. De
aquí derivan las distintas doctrinas según se propongan y defiendan valores materiales con exclusión de los
que hacen relación al hombre como ser espiritual. Y, dado que los derechos - deberes brotan de la
condición espiritual de las personas, se hace imprescindible orientar al ciudadano hacia horizontes de la
vida del espíritu.
Los derechos y los deberes deben ser regulados jurídicamente. De aquí brota la importancia
de la norma o ley justa que debe moderar derechos - deberes de cada individuo. De este modo se aúna
la trilogía “derecho - justicia - ley”. Estos tres conceptos fundamentales están correlacionados y unidos en
la mente y en la concepción de los juristas y filósofos de todos los tiempos.
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. Horizontales, o sea, de unos individuos con otros. La justicia que rige estas relaciones
se denomina “justicia conmutativa”.
. Verticales, es decir, las que rigen las relaciones o bien de los individuos con la
colectividad del Estado, que se denomina justicia legal o del Estado en relación con los individuos, o
sea, la “justicia distributiva”.
Esta división es propuesta por Aristóteles, el cual admite, junto a la justicia legal (lo que el bien
común exige o justifica), una justicia de carácter parcial o particular que subdivide en distributiva y
conmutativa (ARISTOT, Ética a Nicómaco, V, 2 - 3, 1130 a - 1130 b). Se repite en la tradición, tanto
jurídica como teológica, y de ella se ocupa con detalle Santo Tomás: “En la II - II q. 61, a. 1, Santo Tomás
menciona sólo la “justicia conmutativa” (ordo partis ad partem) y la “distributiva” (ordo totius ad partem). Pero es que,
conforme al esquema aristotélico, en este lugar el Aquinate trata de la “justicia particular” (T. URDANOZ, o. c
334 - 336).
J.Pieper propone este gráfico que esclarece la clásica división tripartita, así como alcanza a
explicar plásticamente las mutuas relaciones entre las diversas clases de justicia:
Sociedad
C
A B
Individuo Individuo
En estas tres clases de justicia se da la noción estricta de justicia, pero cada una de ellas toca
aspectos diversos, que aquí queremos precisar, tanto para subrayar su contenido específico, como para
llamar la atención sobre ciertos riesgos a que se ven sometidas:
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. b) La justicia legal mira el bien común, o sea, contempla las exigencias de la sociedad:
. Tiene a la vista la condición social del hombre y pone su énfasis en el orden
social mediante el cumplimiento de las leyes justas.
. Pero, la atención preferencial a la justicia legal tiene también hoy sus riesgos:
. La abundancia de leyes que, en lugar de favorecer la convivencia, traban
la actividad de los particulares. Los clásicos afirmaban que la abundancia de leyes delataba la corrupción
de la sociedad. Además, los Estados modernos cada día legislan más sobre aspectos de derecho natural y
con frecuencia en contra de la ley natural, con los consiguientes conflictos de conciencia personales.
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Este neologismo no fue fácilmente aceptado. El hecho es que, en el fragor de los conflictos
ideológicos, la expresión fue duramente criticada aún entre los católicos, hasta ser tachada por algunos de
“modernista”. Las discusiones se alargaron hasta que el término fue empleado por Pío X, el cual, en la
Encíclica Iucunda Sane (12 - III - 1904), alaba la actitud de Gregorio Magno frente a las pretensiones
del Emperador, por lo que merece el título de “campeón de la justicia social”.
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Desde esta fecha, las controversias sobre el uso del término se calman, pero se inician las
discusiones acerca de la significación exacta de la “justicia social”:
. A partir de los años 30, la nomenclatura “justicia social” adquiere carta de naturaleza,
hasta hacer decrecer la atención a la clásica división tripartita. Incluso a las encíclicas que tratan de estos
temas se les denomina “Encíclicas sociales”.
. Surgen, sin embargo, las controversias acerca de la materia específica de este nuevo
tipo de justicia en contraposición a las tres clásicas, que, desde Aristóteles habían adquirido estatuto
propio en los autores de la moral católica. La cuestión se plantea del siguiente modo: ¿Se trata de una
nueva clase de justicia, o, por el contrario cabe reducirla a alguna de las tres conocidas? ¿La “justicia
social” agrupa quizá alguna de las exigencias de las tres comúnmente admitidas? Las respuestas de
los autores fueron dispares. Höffner agrupa las diversas sentencias en que se dividieron los autores de la
época del siguiente modo: “Muchos equiparan la justicia social a la legal (p. ej . , A. Vermeersch, E. Génicot,
L. Lachance, P. Tischleder). Otros limitan la justicia social a las exigencias de derecho natural y no legalmente
codificadas del bien común (p. ej., B. Häring, A. F. Utz). Otros, a su vez, reúnen en el concepto de la justicia social los
de la justicia legal y distributiva (H. Pesch, O. Schilling, E. Welty). Algunos van todavía más lejos e interpretan la
justicia social como la armonía entre la justicia legal, distributiva y conmutativa rectamente entendidas” (B. This, F.
Cavallera) (J. HÖFFNER, Manual de doctrina social cristiana. E d. Rialp. Madrid 1974, 79).
. A pesar de que en este tema la cuestión del nombre no es especialmente relevante, sin
embargo, merece alguna atención. En la opinión de Aurelio Fernández, la “justicia social” es una
denominación original que responde a situaciones sociales nuevas, tanto económicas como políticas.
Con ella se quiere expresar la necesidad de que las relaciones sociales, nacidas de un nuevo orden
económico, se regulen con justicia. Por ejemplo, desde el siglo XIX, cobran relieve nuevas instituciones
sociales que median entre el individuo y el Estado: las empresas económicas, los partidos políticos, los
sindicatos, etc. Ni el hombre como individuo ni como miembro de la sociedad tiene que enfrentarse
ya
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directamente con el Estado, sino con instituciones más inmediatas, que afectan seriamente su vida y que no
siempre se regulan de modo equitativo.
. Es decir, la “justicia social” es la justicia que rige las instituciones nacidas de un orden
social y político nuevo: “La justicia social desborda el estrecho marco de los bienes materiales o económicos y se
extiende hasta el punto de exigir la efectiva posibilidad de participación de todos los ciudadanos en los más altos bienes
de la vida... La concepción de la justicia social en toda su plenitud social y según su más alto sentido lleva consigo una
organización de la convivencia que haga posible a todos los ciudadanos la participación proporcional en los bienes más
altos de la vida. El bien común tiene una parte, o, mejor dicho, una condición, de índole material. Pero su aspecto y su
dimensión más importante es la que constituyen los valores superiores del espíritu y sería un atentado a la dignidad de
la persona humana el restringir la justicia social al campo de los derechos de los ciudadanos respecto de los bienes
materiales” (A. MILLÁN PUELLES, Persona y justicia social. E d. Rialp. Madrid 1973, 80 - 81).
Este tema remite al llamado “estado de derecho”, en el que una legislación justa facilita la
convivencia equitativa entre los ciudadanos. Pero, es preciso evitar dos extremos: la “ciudad sin ley”
(caracterizada por la falta de normas, lo que permite que impere la ley de la selva), y la “sociedad rígida”
(con una legislación tan abundante que convierte la vida social lo más parecido a un amplio campo de
concentración). En el primer caso, la legislación adecuada hace que las leyes sean como el pulmón de la
vida social. En el segundo una legislación excesiva actúa a modo de coraza que asfixia la existencia en
sociedad.
Además del número conveniente de leyes que faciliten la convivencia, se requiere que esas leyes
sean justas. El ideal ético reside, pues, en que la vida social se rija por escasas leyes, pero justas: pocas
pero buenas leyes es el ideal jurídico de la sociedad.
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. a) Las leyes son justas cuando cumplen las condiciones que las definen. O sea, si son
“honestas” (por cuanto buscan el bien del individuo y de la sociedad ), útiles (porque facilitan el logro
de un verdadero bien), “posibles” (si su cumplimiento es alcanzable sin grave incómodo) y, finalmente,
cuando emanan de la autoridad legítimamente constituida.
. b) Las leyes son éticamente justas cuando defienden, protegen y favorecen los
“derechos del hombre”, es decir, si respetan la dignidad de la persona humana de la que derivan esos
derechos fundamentales.
. c) Son leyes moralmente justas las que legislan una convivencia social orientada al
bien común.
Pero esta temática plantea un problema siempre conflictivo: la relación entre moral y derecho,
y que hoy es especialmente urgente, por lo que merece un tratamiento en epígrafe aparte.
Se trata, por consiguiente, de fijar la relación que existe entre “derecho” y “moral”, o sea, entre
lo que es “lícito” en el ámbito jurídico y lo que es “justo” en la vida moral. En definitiva, se impone
distinguir lo permitido por la ley civil de lo que éticamente es “bueno” o “malo”, dado que lo
imperado por la ley civil no siempre coincide con lo que dictamina la moral. Esta doctrina adquiere
especial gravedad cuando la ley civil legisla en contra de los principios del derecho natural, más aún,
cuando va contra la ley de Dios.
Constituir a la “legalidad” como norma ética ha sido un desarrollo lento y ha tenido su causa
inmediata en el proceso secularizador de la cultura, que, en la concepción recta de la ley, ha ido
prescindiendo lentamente de Dios. Esta es, a grandes rasgos la historia del “legalismo ético”:
. a) Jusnaturalismo: ha sido la tesis propuesta por Grocio al hablar del derecho natural
“aunque Dios no existiese”. Grocio recibe la herencia iusnaturalista antigua. La concepción
iusnaturalista es la primera “secularización” del
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derecho y de la ley natural, pues aleja a Dios de la consideración moral, al independizar de Él la ley
natural.
Estas corrientes acaban en un “legalismo ético”: es moral lo establecido por la ley, es decir,
moralidad y legalidad son coincidentes. Además, adolecen de errores de fondo de orden metafísico y
gnoseológico, con repercusión en el orden moral:
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. Pío XII, afirmó con sentido de tesis esta doctrina: “ la naturaleza humana permanece
(PÍO XII, Máximas conciliadoras, 8. Discurso muy importante sobre la ley natural
sustancialmente la misma”
13 - X - 1955, en Colección de Encíclicas, I, 303).
. Frente a una concepción del derecho positivo como norma moral, Juan Pablo II
afirma la existencia de un principio moral, que radica en la propia naturaleza del hombre y que no
cabe reducir a las leyes positivas: “La ley moral no está constituida sólo por las orientaciones generales... Existen
normas morales que tienen un preciso contenido, inmutable e incondicionado...: por ejemplo, la norma que prohibe la
contraconcepción, o la que prohibe la supresión directa de la vida de la persona inocente. Sólo podría negar que existan
normas que tienen tal valor, quien negase que exista una verdad de la persona, una naturaleza inmutable del hombre,
fundada en último término en la Sabiduría creadora que es la medida de toda realidad” ( JUAN PABLO II,
Discurso al Congreso Internacional de Moral 10 - 4 - 1986, n. 6). En este discurso, el Papa denomina
“relativismo historicista” a la “ética que relativiza la norma moral”. En tal relativismo caen quienes
adjuntan la moralidad sólo a las leyes civiles, tan cambiantes, pues no siempre el derecho positivo
alcanza a legalizar los valores morales.
Con el fin de sintetizar la doctrina en este tema tan actual, es conveniente formular algunos
principios:
. a) Para que lo “legal” sea “moral” la ley debe respetar la ley natural. Esta ley, desde
el pensamiento greco – romano y asumida por la teología moral católica, es norma “universal” y
“permanente” de rectitud moral: “El primer postulado... es la existencia de la ley natural, común a todos los
hombres, de la cual derivan las normas del ser, del obrar, del deber... Para los que rechazasen esta verdad, las
relaciones entre los pueblos permanecerían siempre siendo un enigma, tanto teórico como práctico; y si el rechazarla
se convirtiera en doctrina común, aún el curso mismo de la historia humana sería un vagar eterno por un mar
proceloso y sin puertos. Por el contrario, a la luz de este principio pueden todos fácilmente, siquiera en sus líneas
generales, discernir lo justo de lo injusto y el derecho del agravio, indicar las normas con que resolver las diferencias,
comprender... el carácter obligatorio del derecho internacional. En una palabra, la ley natural es la sólida base común
de todo derecho y deber, lenguaje universal necesario para toda inteligencia; es aquel tribunal supremo de
apelación que la humanidad siempre ha deseado para poner fin a los posibles conflictos (PÍO XII,
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. c) Las Leyes Positivas deben “completar” aquellos aspectos que no están contenidos de
modo explícito en la Ley Natural, pero que favorecen la justicia y el respeto a los Derechos Humanos.
Caen fuera de este criterio no pocas leyes permisivas que persiguen convertir en norma algunos
defectos de la vida social. Tal actitud legal abandona el sentido de la ley, como pedagogo del hombre y
parece desconocer que el ciudadano, en general, es proclive a unas exigencias éticas mínimas. Esta
tentación en la que puede caer el legislador, es denunciada por la Congregación de la Doctrina de la
Fe en estos términos: “La función de la ley no es registrar lo que se hace, sino ayudar a hacerlo mejor. En todo caso
es misión del Estado preservar los derechos de cada uno, proteger a los más débiles. Será necesario para esto enderezar
muchos entuertos. La ley no está obligada a sancionar todo, pero no puede ir contra otra ley más profunda y más
augusta que toda ley humana, la ley natural inscrita en el hombre por el Creador, como una norma que la razón
descifra y se esfuerza por formular, que es menester de tratar de comprender mejor, pero que siempre es malo
contradecir. La ley humana puede renunciar al castigo, pero no puede declarar honesto lo que es contrario al derecho
natural, pues tal oposición basta para que una ley no sea ley” (CONGR. DOCTR. DE LA FE, Declaración sobre
el aborto provocado. Vaticano 18 - XI - 1974).
. d) Después de estos criterios, queda todavía amplio campo para una normativa social
que tenga en cuenta la pluralidad política, social, cultural, etc., de cada pueblo y según las épocas. Santo
Tomás de Aquino afirma, con gran claridad, que el gobernante no tiene siempre que legislar lo mejor:
“Como la ley humana rige a una sociedad en la que existen muchos miembros carentes de virtud y no ha sido instituida
solamente para los virtuosos, por eso, la ley humana no puede prohibir todo lo que es contrario a la virtud, sino que
basta con que prohiba lo que destruya la convivencia social, teniendo las demás cosas como lícitas, no porque las
apruebe, sino porque no las castiga” (S. Th.II - II, q. 77, a. 1 ad 1; cfr. I-II,q. 96, a. 2; cfr. a. 3 ad 1. “La ley
humana no puede prohibir todo lo que prohibe la ley natural” . Ibid., ad 3).
. e) Las leyes contra la ley natural son injustas, por lo que cabe aplicarles con rigor el
principio: “Lex injusta nulla lex”. Esta doctrina es común en la teología católica y en el Magisterio.
Por vía de testimonio, citaremos un texto de la Encíclica Pacem in terris de Juan XXIII: “El derecho de
mandar constituye una exigencia del orden espiritual y dimana de Dios. Por ello, si los gobernantes promulgan una ley
o dictan una disposición cualquiera contraria a ese orden espiritual y, por consiguiente, opuesta a la voluntad de
Dios, en tal caso ni la ley
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promulgada ni la disposición dictada pueden obligar en conciencia al ciudadano, ya que es necesario obedecer a Dios
antes que a los hombres; más aún, en semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina
una iniquidad espantosa. Así lo enseña Santo Tomás: en cuanto a lo segundo, la ley humana tiene razón de ley sólo en
cuanto se ajusta a la recta razón. Y así considerada es manifiesto que procede de la ley eterna. Pero, en cuanto se
aparta de la recta razón, es una ley injusta, y aquí no tiene carácter de ley, sino más bien de violencia” (JUAN XXIII.
Encíclica Pacem in terris, 51).
En algunos ambientes de la opinión pública está tan arraigada la convicción de que lo “moral”
es lo “legal”, que ha dado lugar a ciertas argumentaciones que se repiten como eslogan comúnmente
admitido. A. de Fuenmayor enuncia los siguientes falsos eslogans:
Obviamente, la actitud moral del cristiano, muchas veces es tratar de “ir contra la corriente” y
esforzarse para que las normas morales cristianas penetren en la vida social. La misión de enseñar
propia de la Jerarquía ha sido urgida en numerosos Documentos magisteriales. Al mismo tiempo, la
acción del cristiano en medio del mundo se concreta en estar presente en la sociedad civil. Esta
obligación viene urgida por el Concilio Vaticano II: “A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la
ley divina quede grabada en la ciudad terrena” (GS, 43).
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. Unos, dicen, optan por la “caridad” como medio eficaz para la solución de los
problemas sociales.
Quienes contraponen estas dos actitudes van más lejos en su interpretación de la historia, pues
sostienen que hasta época reciente, la actitud pastoral de la Iglesia y la solución moral de los teólogos
habían optado por las exigencias de la caridad, mientras que en nuestro tiempo, ante los graves problemas
sociales y políticos que vivimos, es preciso decidirse por los postulados que demanda la justicia. Como
consecuencia de tal interpretación, estos últimos inculpan a la institución eclesiástica de haber
descuidado el tema de la justicia y de haber pretendido suplir con el ejercicio de la caridad – la limosna
y la asistencia a las clases más desfavorecidas – lo que en realidad se debía en justicia.
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Pero, las enseñanzas del pasado deben servir de lección para el presente y para el futuro, por lo
cual será necesario atender a las exigencias de ambas virtudes sin descuidar ninguna de ellas.
Para evitar los movimientos pendulares y sus consecuencias nocivas, debemos alcanzar una
síntesis doctrinal, he aquí algunos hitos que es conveniente fijar:
. a) Prioridad de la Caridad:
. La Moral Cristológica es la moral basada en el amor:
. En la caridad se resume toda la ley (Mt 7, 12; Lc 6, 27 - 38), y en ella
sintetizó Jesucristo su mensaje (Mt 22, 34 - 40; Mc 12, 28 - 34).
. Más aún, la ley nueva del Evangelio se concentra en el “mandamiento
nuevo” (Jn 15, 12), y a la ley del amor acuden constantemente los Apóstoles, recordando la doctrina
del Maestro (1 Jn 2, 3 - 11; Rom 12, 9 -21; 1 Ped 4, 8).
. El modelo de la caridad es el mismo Jesucristo (1 Ped 2, 21 - 25), etc.
. San Pablo escribe a los cristianos de Éfeso: “Marchad por el camino de la
caridad, imitando a Cristo que os amó con caridad” (Ef 5, 2). El mismo Apóstol proclama que la libertad debe
someterse al ejercicio de la caridad. Es el criterio que da a los romanos en el uso de la carne de los
animales sacrificados a los ídolos: “Si por tu comida tu hermano se entristece, ya no andas en caridad. Que no se
pierda por tu comida aquel por quien Cristo murió” (Rom 14, 15).
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Dios, que “es amor” (1 Jn 4, 8), de forma que en el Nuevo Testamento Jesús se manifiesta como la fuente
del amor.
. Por su parte, la caridad es una virtud infusa en quien la recibe, por eso afecta
directamente a la persona que la posee. Es cierto que, desde el amor que se posesiona del sujeto – es una
hábito sobrenatural infundido por Dios –, se ama a Dios y a los hombres, pero, de por sí es una virtud
inmanente al sujeto. Por el contrario, la justicia es por naturaleza una virtud “ad alterum”: está
referida a los otros, ya que nadie es justo consigo mismo, sino con los demás.
. Según la doctrina tomista, esa “alteridad” – esse ad alterum – es esencial a la
justicia: “Lo propio de la justicia entre las demás virtudes, es ordenar al hombre en las cosas relativas a otro.
Implica, en efecto, cierta igualdad, como su propio nombre evidencia; en lenguaje vulgar se dice que las cosas que se
igualan se “ajustan”... En cambio, las demás virtudes perfeccionan al hombre en aquellas cosas que le conciernen en sí
mismo” (S. Th; II-II, q. 57, a.1). Y en otro lugar: “Como la justicia entraña igualdad, es de esencia de la justicia
el referirse a otro, porque nada es igual a sí, sino a otro” (Ibid., q. 58, a. 2). Santo Tomás ejemplifica esta
doctrina: en las relaciones padre - hijo no hay lugar para la justicia, dado que “entre padre e hijo no media la
relación de un ser a otro absolutamente distinto” (Ibid., q. 57, a. 4).
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Además, la justicia, por su propia definición, mira sólo al “jus ad alterum”: por lo que el “otro”
puede serle un extraño, cuando no es un opositor o adversario que le exige los derechos que le
corresponden. Por el contrario, la caridad, también según su propia naturaleza, contempla el “otro”,
pero ese “otro” es como un “alter ego”, a quien puede y quiere amar.
Por su parte, cuando se propone la justicia como arma única de la reforma social, casi nunca se
cumple. Esto lo constata la historia de la lucha por erradicar la injusticia de los pueblos, ya que, dada la
situación del hombre caído, éste se siente impotente para cumplir las duras exigencias que en ocasiones
impone el llevar a cabo los deberes de la justicia. Además, las reformas sociales, a causa del egoísmo
humano, casi siempre hacen brotar nuevas injusticias. De aquí, la necesidad de sumar la caridad a los
proyectos y normas de reforma social. Santo Tomás lo expresa con esta doctrina: “El propósito de
mantener la paz y la concordia entre los hombres mediante preceptos de la justicia será insuficiente, si por debajo de
los preceptos no hecha raíces el amor” (Contr Gent, 3, 130).
Los Documentos Magisteriales insisten en que la Moral Social Cristiana debe aunar caridad y
justicia:
. Pío XI, en la Encíclica Quadragesimo Anno, llama “incautos”a aquellos que, “atentos sólo
al cumplimiento de la justicia, y de la conmutativa nada más, rechazan la ayuda de la caridad” . Para el Papa, en la
reforma social, además de exigir los deberes de justicia, “es conveniente que se dé mayor parte a la
ley de la caridad” (Quadragesimo Anno, 137).
. EL Documento del Sínodo de los Obispos de 1971, que dedicó su atención a los
problemas sociales de nuestro tiempo, afirma: “El amor cristiano al prójimo y la justicia no se pueden separar.
Porque el amor implica una exigencia absoluta de justicia, es decir, el reconocimiento de la dignidad y de los derechos
del prójimo. La justicia, a su vez, alcanza la plenitud interior solamente en el amor. Siendo cada hombre realmente
imagen de Dios invisible y hermano de Cristo, el cristiano encuentra en cada hombre a Dios y la exigencia absoluta de
justicia y amor que es propia de Dios” (SÍNODO de los OBISPOS, 1971 Documentos. Ediciones Sígueme.
Salamanca 1972, 66).
. Juan Pablo II lo expresa aún con mayor fuerza, destacando el sentido ético que encierra
el ideal por la justicia: “No es difícil constatar que el sentido de la justicia se ha despertado a gran escala en el
mundo contemporáneo; sin duda, ello pone mayormente de relieve lo que está en contraste con la justicia tanto en las
relaciones entre los pueblos, los grupos sociales o las “clases”, como entre cada uno de los pueblos y estados, y entre
sistemas políticos, más aún, entre los diversos mundos. Esta corriente profunda y multiforme, en cuya base la
conciencia humana contemporánea ha situado la justicia, atestigua el carácter ético de las tensiones y de las luchas que
invaden el mundo”. Seguidamente, el Papa hace un análisis de las diversas soluciones a este grave
conflicto: “Sería difícil no darse cuenta de que no raras veces los programas que parten de la idea de justicia y que
deben servir a ponerla en práctica en la convivencia de los hombres, de los grupos y de la sociedades humanas, en la
práctica sufren deformaciones”. El Papa alude a las venganzas históricas y a los odios destructores, y
concluye: “La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que,
más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda
que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones. Ha sido ni más ni menos la experiencia
histórica la que entre otras
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ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria ”(Dives in Misericordia, 12) (A.
cosas
BANDERA, Justicia, amor, misericordia. Reflexiones sobre la Encíclica “Dives in misericordia”).
II.3.4.- Conclusión
La virtud de la justicia es uno de los ejes fundamentales de la Moral Social: la Economía y la
Política se asientan sobre esta virtud. Además, la convivencia en justicia es un deseo universal y un
cometido que incumbe especialmente a los cristianos.
La lucha contra las injusticias en el mundo no se agota en el ejercicio de la caridad, sino que
demanda el cumplimiento de los deberes de justicia: éste es uno de los logros éticos de nuestra
cultura. Y una época que ha redescubierto la dignidad de la persona y los derechos fundamentales del
hombre, ha alcanzado, sin duda, una alta cota de moralidad. Pero la realización plena de ese programa
ético depende de que se viva con la misma pasión la virtud de la justicia.
Ahora bien, frente a esta demanda de justicia, la historia actual constata la existencia de grandes
injusticias sociales. Los diversos Documentos del Magisterio abundan en la denuncia de ellas:
. ElCatecismo de la Iglesia Católica (Cat. Igl. Cat, 2414, cfr. 2313; 2241; 2109; etc.),
formula las siguientes:
El amor a la justicia por parte de los sacerdotes evitará que el ejercicio de la caridad, tan cercano al
ministerio sacerdotal, no pierda el dinamismo creador, del que tantos testimonios existen en la historia de
la Iglesia. Del mismo modo, el sentido de la justicia corregirá las insuficiencias de una caridad
puramente asistencial, al margen de los graves problemas sociales, que demandan una reforma justa en
las estructuras económicas y políticas.
La superación de la dialéctica entre caridad y justicia debe ser uno de los empeños de la
formación de la conciencia moral. Este debe ser el programa de educación moral de los creyentes,
porque, como escribió Santo Tomás de Aquino, “la justicia sin misericordia es crueldad, pero la
misericordia sin justicia, es disolución” (“Justitia sine misericordia crudelitas est; misericordia sine justitia,
mater est dissolutionis”. Comm in Math, 5, 2).
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Pero, aquí no estudiaremos las distintas clases de injusticia que es posible cometer, sino un
punto común a todas ellas: la necesidad de reparar los daños que se han seguido al pecado de
injusticia cometido. Dado que, según la doctrina bíblica, la injusticia es un género de pecado que no se
perdona sólo con el arrepentimiento, sino que exige la reparación.
Esta modalidad que adjunta el pecado de injusticia, viene dada por la misma naturaleza de la
justicia, es decir, la reparación es exigida por las tres notas que configuran esa virtud: exigibilidad,
alteridad e igualdad. En efecto, si la justicia supone un “derecho” (el “jus” antecede a la justicia) que
posee “otra persona” (la justicia dice “alteridad”), conculcar ese derecho demanda una reparación, con el
fin de que se restablezca la igualdad (la justicia requiere la “igualdad”), lo que se obtiene con la
devolución de lo debido. O sea, la “vuelta” o “pago” de lo sustraído al que tiene un “derecho”, responde
a la naturaleza de la virtud de la justicia. La “restitución”, en efecto, “re - para” y vuelve a poner las cosas
en su sitio dando a “cada uno lo suyo”, tal como se define la justicia.
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Evitados estos excesos, hoy se precisa volver nuevamente al estudio de este importante Capítulo
de la Ética Teológica:
. Segundo, porque el tema se ha vuelto hoy excesivamente difícil, dado que a los
problemas que plantea el tema de la devolución en las relaciones interpersonales, es preciso añadir graves
y frecuentes lesiones que en la actualidad se cometen contra la justicia legal y distributiva.
Es posible, que la preocupación por reparar la justicia conmutativa, restase interés por las reformas
sociales que motivaban los fraudes en la justicia interpersonal. Por ello, advertidos del riesgo, hoy, a la
hora de restituir, deberemos tener en cuenta tanto el tema de las estructuras sociales injustas, como así
también no descuidar las frecuentes injusticias que se dan entre los particulares, es decir, una cosa no
quita la otra.
Por otra parte, también el sacerdote, en el cumplimiento del ministerio del confesionario, debe
exigir y ayudar a los fieles al cumplimiento de la obligación de restituir, siempre que se haya conculcado la
justicia, bien sea conmutativa, distributiva o legal.
Todos estos motivos son, tal vez, la razón última de que la restitución se mencione de modo
expreso y con aplicaciones varias en el Catecismo de la Iglesia Católica: “En virtud de la justicia
conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario ... Los que, de
manera directa o indirecta, se han apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el equivalente
en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los frutos y beneficios que su propietario hubiera
obtenido legítimamente de ese bien. Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su responsabilidad y al
beneficio obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el robo o se han aprovechado de él a sabiendas:
por ejemplo, quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto” (Cat. Igl. Cat, 2412).
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. También los empréstitos son objeto de consideración de juicio moral en caso de que
sufran algún deterioro o se pierdan culpablemente. El Éxodo contempla los préstamos de dinero, de
utensilios o de animales y se alarga en una amplia casuística fijando las condiciones que deben cumplirse
en la restitución (Éx 22, 3 - 14).
. Además de los bienes materiales, la obligación de restituir abarca también a los daños
morales cometidos, tales como la “violación de una virgen”. En tal caso, “el seductor pagará el dinero de la dote
de la virgen” (Éx 22, 16 - 17).
. También los valores religiosos conculcados deben repararse aportando algún bien
material, pues Yahveh debe ser compensado cuando el israelita peca contra Él. El Levítico tipifica los
diversos casos y fija la taza correspondiente a que está obligado el israelita en el caso de que incumpla los
mandatos de Dios, o sea, siempre que sea injusto con Yahveh (Lev 5,1-19). Esta temática se concreta en
el Levítico en estos términos: “Si uno
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peca y comete una prevaricación contra Yahveh engañando a su prójimo acerca de un depósito o de un objeto confiado
a sus manos, o de algo robado, o bien oprimiendo a su prójimo violentamente, o si se halla un objeto perdido ... cuando
así peca, haciéndose culpable devolverá lo robado, o lo exigido con violencia, o el depósito que se le confió, o la cosa
perdida que halló ... lo restituirá íntegramente, añadiendo un quinto más, y lo devolverá a quien lo poseía en el día en
que se hizo culpable” (Lev 5, 21 - 26 ).
La lectura de estos capítulos del Éxodo y del Levítico, muestra hasta qué punto la justicia
violada por posesión de algo ajeno o por daño injustamente causado demanda reparación. Por este
motivo se especifica con una casuística acomodada a la cultura rural de la época y a la situación
concreta, social y política, de Israel. Esta doctrina del Pentateuco se repite en los Libros Sapienciales y
en los Profetas, como, por ejemplo, en el caso del Profeta Ezequiel que emite un juicio que puede
tomarse como síntesis de la doctrina del Antiguo Testamento acerca del valor de la justicia y la
obligación de repararla, cuando es conculcada: “Si el malvado ... se aparta de su pecado y practica el derecho y
la justicia, si devuelve la prenda, restituye lo que robó, observa los preceptos que dan vida y deja de cometer injusticias,
vivirá ciertamente, no morirá. Ninguno de los pecados que cometió se le recordará más: ha observado el derecho y la
justicia; ciertamente vivirá” (Ez 33, 14 - 16).
. La Parábola del Siervo que no quiere perdonar la deuda a quien no quiere pagar (Mt
18, 21 - 34), supone la doctrina, comúnmente admitida, que obliga a devolver lo que había sido prestado,
incluso con el castigo de vender la propia hacienda para cumplir con esta obligación.
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devolver en el caso de que se haya contraído alguna deuda o dado que se halla defraudado al legítimo
poseedor.
. En las listas de los pecados que aparecen en los escritos del Nuevo Testamento se
mencionan el hurto y la avaricia (Rom 1, 29 - 31 ; 1 Cor 5, 10 - 11 ; 6, 9 - 10; Ef 4, 28; 5, 5; 1 Tim 6, 9
- 11 ), y, conforme a la doctrina bíblica, se exige la devolución de lo injustamente adquirido.
. El Apóstol Santiago clama contra los ricos que han defraudado a los jornaleros el
sueldo debido: “El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, defraudado por vosotros clama, y los
gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Stgo 5, 4). El contexto muestra que el
Apóstol no sólo condena la injusticia, sino que demanda la reparación debida.
. “No está uno obligado bajo pena de pecado mortal a restituir lo que quitó por medio de
robos pequeños, por grande que sea la suma” (Denzinger 1188).
. “El que mueve o induce a otro a inferir un grave daño a un tercero, no está obligado a la
reparación de este daño inferido” (Denzinger 1189).
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. San Ambrosio la expone en forma de máxima: “La tierra o produce o devuelve en mayor
medida lo empleado en ella. De ambas formas debes obrar, según la tradición de tus padres, para que no seas
abandonado como campo infecundo. Admitamos que alguien que no dé pueda ser excusado, ¿cómo podrá serlo de no
devolver lo recibido? No dar difícilmente es lícito, no restituir es ilícito” (AMBROS. de oficiis ministrorum, I,
XXXI, 161. PL. 16, 70).
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perdona el pecado a quien parece que se arrepiente de su robo, pero, pudiendo, no devuelve lo robado” (AUGUST.
Epistol CCIII, VI, 20. PL 33, 662).
. En comentario a la parábola del rico Epulón, San Pedro Crisólogo no sólo recrimina
las riquezas injustas, sino que agrava la situación cuando esas riquezas son robadas y no se
cumple con el precepto de devolverlas. Así concluye su exhortación: “Hermanos, demos lo nuestro si es
nuestro... huyamos de lo ajeno, desistamos de lo de los extraños; si algo hemos quitado a alguien, se lo devolvamos con
toda rapidez para que, aunque tengamos todas las cosas, no sigamos el mismo camino que el rico Epulón, pobres en la
hacienda del cielo, ricos en culpa” (P. CHRYSOL. Sermo CXXIII . PL. 52, 537).
. Finalmente, en la obra Libro de la regla pastoral, el Papa Gregorio Magno expone esta
norma pastoral para los diversos casos de posesión de los bienes: “De un modo se debe amonestar a los que ni
desean lo ajeno, ni reparten lo suyo, y de otro, a los que dan algo de lo que tienen y, sin embargo, no desisten de
apropiarse de lo ajeno” (GREGOR . MAG. Regula pastoralis, III, 21. PL. 77, 87). A éstos debe urgírseles
la restitución.
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Con el fin de no caer en una casuística extrema, que por sí misma es incapaz de resolver cada
uno de los problemas, proponemos algunos criterios generales que deben tenerse en cuenta en esta
materia. Estos son los más destacados:
. b) Frente a una acostumbrada benignidad al juzgar las causas eximentes, parece oportuno
exigir un juicio más riguroso sobre los motivos que obligan a restituir.
. f) Es claro que solamente la culpabilidad moral obliga a restituir, por lo que la simple
“culpa jurídica” no incluye esta obligación. No obstante, si la sentencia del juez condena una acción
culpable, puede obligar a la restitución. Al menos, después de la sentencia jurídica, si las leyes son justas,
en razón del bien común y con el fin de evitar los
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numerosos litigios que se ocasionan en la vida social, la sentencia del juez obliga en conciencia.
.a) Que se trate de una verdadera injusticia. En caso de duda (ejemplo: si se trata de
una herencia legítima o no), se debe cumplir la legislación civil. La situación
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puede complicarse cuando se refiere a la justicia legal, pues cabe la duda acerca de la justicia de la leyes.
. b) El sujeto debe sentirse de verdad afectado y violado en sus derechos. En caso
contrario, se rige por el clásico principio: “al que ceda de sus derechos y consienta en ello no
se le hace injusticia”. Tal puede ser el caso de los padres que consienten en el trato injusto de sus propios
hijos, por ejemplo, no exigiéndoles la devolución de lo prestado.
. d) En ocasiones, una falta leve, sistemáticamente repetida, puede dar lugar a una
obligación grave de restituir. Es el caso de pequeños hurtos con intención de alcanzar una cantidad
importante. Por ello, los actos pequeños tienen la virtualidad de acumularse en razón de la finalidad
propuesta.
Primero, bienes materiales: respecto a esta clase de bienes cabe distinguir tres modos distintos
de cometer una injusticia:
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. A) Hurto o Robo (oblatio): cabe enumerar una gran diversidad de medios de adquirir
bienes ajenos por el robo (simple substracción de algo ajeno, engaño en compraventas, salario injusto,
etc.). Se entiende por hurto la substracción de lo que se posee como propio. La posesión es la
tenencia de una cosa o el disfrute de un derecho por una persona, por ello, retener injustamente
algo ajeno lesiona el derecho de posesión. En Teología Moral, se consideran tres posibilidades de que
alguien esté en posesión de algo que de suyo no le pertenece: el poseedor de buena fe, el poseedor
dudoso y el poseedor de mala fe. Estas tres situaciones dan lugar a soluciones morales diversas en
orden a la restitución:
. a) Poseedor de buena fe: es aquel que está convencido de que lo que posee es
suyo, bien porque lo haya comprado o lo haya recibido por donación o herencia. En este caso no
existe culpabilidad, y la obligación de restituir viene dada sólo en los casos en que llegue a la
convicción de que la cosa no le pertenece y conozca al verdadero dueño. Pueden darse casos muy
diversos:
. El poseedor de buena fe, si llega a ser consciente de que lo que está en sus
manos no es suyo y conoce quién es su dueño, debe devolverle la cosa, a no ser en caso de legítima
prescripción.
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. Los “frutos civiles”, o sea, los así considerados por el derecho civil
(arriendo de una vivienda), le pertenecen al verdadero dueño.
. c) Poseedor de mala fe: es aquel que está en posesión de algo sabiendo que no
le pertenece, por lo cual, debe devolver lo poseído al verdadero dueño, conforme al principio: “la cosa
reclama a su señor”. Además, pueden concurrir las siguientes circunstancias:
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. a) Justicia conmutativa:
. Cuando de modo consciente se daña a una persona hay obligación,
grave o leve, según la materia, de resarcirle el daño ocasionado. Esa compensación puede ser
económica, evaluable en los mismos bienes en que se le perjudicó (por ejemplo: la quema de cosechas o
perjuicios en los negocios, causados por medios ilícitos , competencias desleales e injustas , etc.).
. b) Justicia legal:
. En caso de que se hayan lesionado los derechos del Estado, los autores
clásicos indicaban que sólo se está obligado a devolver lo “no abonado”, criterio que en la actualidad no
es razonable ya que pueden lesionarse los derechos del Estado cuando se conculca el Bien Común.
También los bienes del Estado o de entidades sociales intermedias pueden ser injustamente damnificados,
de forma que el daño repercuta seriamente en el bien común (por ejemplo: el fraude fiscal, la evasión de
capitales o tantos temas relacionados con la importación - exportación cuando perjudican seriamente la
balanza de pagos).
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. c) Justicia distributiva:
. Las lesiones contra esta justicia son frecuentes en todas las sociedades,
sobre todo en los pueblos en proceso de desarrollo, en los que una minoría se beneficia de la inmensa
mayoría de los bienes de producción, puesto que tiene en sus manos los resortes del gobierno.
. C) Injusta Cooperación (injusta cooperatio): para que ésta obligue a restituir debe
cumplir con tres condiciones, ser “verdadera”, “eficaz” e “injusta”. Es clásica la enumeración de
nueve modos de colaborar:
. “Quienes lo mandan” (jussio), por ejemplo, el padre a los hijos o el jefe a sus
subordinados... Si el “mandato” tuvo un efecto decisivo y el ejecutor se niega a restituir, esta obligación
cae sobre quien dio el mandato.
. “Los que aconsejan” (concilium), pueden influir notablemente si gozan de
prestigio o se acude a ellos en busca de consejo en orden al modo concreto de actuar. En ocasiones, el
consejo es tan determinante que persuade al aconsejado a que lleve a efecto la acción injusta. También han
de tenerse en cuenta los consejos profesionales no correctos, por ejemplo el del abogado, el político, el
médico o el sacerdote.
. “Los que callan” no dando su opinión (mutus), máxime si por oficio están
obligados a manifestar la opinión correcta. El silencio se entiende antes de cometer el delito. Por
ejemplo, los padres cuando no llaman la atención a sus hijos, el que no da el consejo oportuno cuando, en
razón de su autoridad, debe darlo.
Segundo, bienes personales: cuando se dañan injustamente, por lo general, el perjuicio causado
es mayor, el pecado cometido más grave, la obligación de restituir más urgente y las circunstancias
menos excusantes. Estudiamos ahora brevemente algunos casos más comunes:
. A) Homicidio: es uno de los males morales más graves, ya que el derecho a la vida es
el fundamento de todos los demás derechos del hombre.
. Bajo este supuesto la ética teológica condena por igual la privación de la vida
concebida pero aún no nacida, así como la vida de las personas, niños o adultos. Aquí también urge el
respeto a la vida de los disminuidos psíquicos, de los ancianos y de los enfermos incurables. La
eutanasia no es lícita, no obstante, todo hombre tiene derecho a no sufrir gravosos y extraordinarios
medios médicos para prolongar la vida.
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. B) Daños materiales:
. Respecto a los heridos, mutilados, etc., el injusto damnificador tiene obligación
de pagar los daños causados según el dictamen del juez. Pero, entre los daños que deben restituirse
entran los ocasionados por la curación, medicinas, sanatorio, etc. Asimismo, debe pagar los daños que se
han seguido del hecho: sueldos no cobrados, ganancias perdidas, beneficios no obtenidos, etc. Esta
situación puede darse en los casos de accidentes de tránsito.
.C) Daños morales: entre otros, cabe enunciar los que se siguen a actos sexuales, cuando
ocasionan diversos males injustos (ejemplo: la violación, el adulterio). Estos temas dan lugar a una
amplia casuística que concretaremos en los siguientes casos más comunes:
. A) Quién ha de restituir:
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. Está obligado a restituir, como queda dicho, el que posee alguna cosa contra la
voluntad del dueño (quien ha robado), el que ha causado un mal grave con el que ha perjudicado a
alguien (el injusto damnificador) y quien de modo eficaz y libre ha cooperado al mal ajeno.
. B) A quién se ha de restituir:
. Al que ha sido injustamente perjudicado, o sea, quien ha sufrido la injusticia.
Cuando no se trata de una persona singular, como es el caso de la herencia, se debe restituir a todos los
herederos o a quienes han sufrido el mal injustamente causado.
. Otras veces el perjudicado ha sido una persona jurídica, como puede ser una
sociedad anónima o una compañía de seguros o alguna institución del Estado. También en estos casos, la
restitución debe hacerse a la misma entidad damnificada.
. C) El modo de restituir:
. El “modo” concreto de restituir es de por sí indiferente y se ha de ejecutar
según las diversas circunstancias. Por ejemplo, se puede hacer directamente al mismo damnificado
cuando no existe el riesgo de salir perjudicado o también puede hacerse por intermediario.
. Pueden presentarse ocasiones en las que la restitución ha de llevarse a cabo de
modo directo. Por ejemplo, en el caso de que haya peligro de difamación, se puede hacer a través de
regalos o donaciones extraordinarias.
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. Sin embargo, estas circunstancias deben juzgarse objetivamente, pues en este tema
influyen falsos motivos de dilación, que son, la mayoría de la veces, simples excusas.
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B) Cesación para siempre: son muy diversas las causas que permiten que la obligación de restituir
no obligue de por vida. He aquí las más frecuentes:
. Cesa la obligación cuando el poseedor de buena fe haya perdido la cosa o ésta haya
perecido, y no esté ya en posesión de ella. Asimismo queda excusado de restituir por vida el poseedor de
mala fe cuando la cosa pereció en una catástrofe general, junto con los bienes de otras personas.
. También el poseedor de buena fe, cuando adquiere conciencia de que posee una cosa
que no es suya, pero desconoce el verdadero dueño, puede quedar en posesión pacífica, sin problemas
de conciencia.
. Asimismo, el poseedor de buena fe, si se encuentra ante una dificultad grave que no le
permite llevar a cabo la restitución, no está obligado (ejemplo: tiene la vivienda hipotecada y descubre
que no es suya).
. Las leyes civiles señalan que la obligación de restituir puede prescribir. Esta normativa
civil puede seguirse en conciencia, dado que persigue el bien común.
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. A) Criterios económicos:
. Se trata de fijar la cantidad que debe restituirse. Los autores clásicos
distinguían entre materia leve, materia “relativamente grave” y materia de por sí grave. Hoy es casi
imposible cuantificar esta casuística:
. B) Criterios extraeconómicos:
.
Además de la valoración económica del mal ocasionado, existen otros
elementos que agravan el daño injustamente, los cuales han de tenerse en cuenta a la hora de urgir la
restitución.
II.4.4.- Conclusión
Restituir, en el caso de que se haya faltado gravemente a la justicia, es una obligación grave,
necesaria para la salvación, en terminología tomista, con “necesidad de medio”. Esta circunstancia debe
tenerse presente en la predicación de esta virtud.
Es evidente que el tema resulta más difícil cuando se traspasan los límites de la justicia
conmutativa, entre particulares, y se quiere aplicar la doctrina moral a la justicia social entre
instituciones y aún entre los Estados. La respuesta concreta es siempre difícil, pero no por ello se debe
eximir de esa responsabilidad moral.
Juan Pablo II, en la Encíclica Sollicitudo rei sociallis, se ocupa de los graves pecados de
injusticia de los países ricos frente a las naciones pobres. Pero en la Encíclica Centesimus Annus
aduce estos criterios éticos que la Teología Moral no debe descuidar: “Es ciertamente justo el principio de
que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de
hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender
que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario - como, por lo demás,
está ocurriendo en parte - encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el
derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso” ( Centesimus Annus 35 ).
Por último, un tema al que hay que prestarle cada vez más atención, es el de la obligación de
restituir al Estado, en el caso de la defraudación fiscal.
Nota: este apunte y sus notas, ha sido tomado de AURELIO FERNÁNDEZ, Teología Moral III, Moral
Social, Económica y Política, Ediciones Aldecaoa, Burgos 1993, págs. 305 a 477.