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¿A qué llamamos resiliencia?

La Real Academia Española la define como la “Capacidad de adaptación de un ser vivo


frente a un agente perturbador o un estado o situación adverso”.
Etimológicamente la palabra resiliencia proviene del término latino “resilio” cuyo significado
es “revotar” o “volver hacia atrás”. Desde una perspectiva psicológica, alude a la capacidad
que tiene el ser humano ya sea de manera individual o grupal, de superar las adversidades
y sobreponerse a ellas permaneciendo íntegro y asumiendo los proyectos de vida con
entereza.
Autores como Wolin y Wolin definen la resiliencia como “la capacidad de
sobreponerse, de soportar las penas y de enmendarse a uno mismo” (Nan Henderson,
Mike M. Milstein, Resiliencia en la escuela, pág 1).
Podría decirse que la resiliencia es el surgir de un nuevo paradigma que emerge en
diversos campos como en la psicología, psiquiatría y sociología, cómo adultos y niños
pueden superar el estrés, sobreponerse ante un trauma (situaciones que pueden generarle
en un futuro problemas psicológicos) y todo riesgo que se aparezca a lo largo de su vida.
Diversos estudios en este campo poseen la fiel certeza de que todos los individuos pueden
sobreponerse a las experiencias negativas e incluso fortalecerse en el proceso de
superación de ellas.
Las acciones que se deben tomar para saber cómo abordarlas y superar esas experiencias
adversas reforzando el desarrollo de la resiliencia no es solo interés de los científicos
sociales, sino que también los docentes han comenzado a visibilizar la necesidad de que
todas las Instituciones Educativas fomenten la resiliencia tanto para los que estudian en
ellas como para el personal de las mismas ya que, ambos agentes socializadores (familia y
escuela) pueden brindarle al niño el ambiente y las condiciones que fomenten la resiliencia
en esos niños y jóvenes, adultos del mañana.
Rirking y Hoopman (1991) hacen una adaptación de los conceptos de resiliencia para que
sean aplicables al ámbito educativo “La resiliencia puede definirse como la capacidad de
recuperarse, sobreponerse y adaptarse con éxito frente a la diversidad, y de desarrollar
competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a un estrés grave o
simplemente a las tentaciones inherentes al mundo de hoy.” (Nan Henderson,
Mike M. Milstein, Resiliencia en la escuela, pág 26;27).
Existen factores protectores (ver anexo 1) con características de las personas o del
ambiente que moderan el impacto negativo de situaciones y condiciones estresantes. Sin
embargo hay autores como Werner que piensan que si esos acontecimientos son
extremadamente agobiantes en la vida de los sujetos sopesando más que los factores
protectores, puede que incluso hasta el sujeto más resiliente puede tener dificultades.

¿Cómo saber que estamos frente a una persona resiliente?

Autores como Higgins (1994) entienden que son esas personas que poseen la capacidad de
establecer vínculos, relaciones positivas, con una aptitud para poder resolver dificultades,
problemas con una fuerte motivación para poder superarlo.
Bernard (1991) sostiene que los niños resilientes son sujetos socialmente competentes,
que tienen iniciativa, con pensamiento crítico y capaces de resolver problemas, con un
pensamiento positivo y con convicciones firmes, se proponen metas y motivaciones para
salir adelante, tanto en el ámbito escolar como en la vida misma.

PUNTOS A TENER EN CUENTA PARA DESARROLLAR LA RESILIENCIA EN LOS


NIÑOS.

Hacer y tener amigos: los vínculo afectivos fortalecen la resiliencia.

Enseñarles a ayudar a los demás: fomentar el trabajo colaborativo.

Mantener una rutina diaria: es necesario que tengan una rutina y la sigan,
fomentando de este modo su autonomía y la responsabilidad.

Combatir la inquietud y la preocupación: orientarlos y motivarlos para que sigan un


propósito, al mismo tiempo deben de no perder el disfrute.

Enseñarles a cuidarse: fomentar una vida saludable.


Animarlos a fijarse metas.

Alimentar una autoestima positiva: guiarlo a lidiar con los obstáculos y convertirlos
en fortalezas. De este modo se potencia la confianza en sí mismo.

Tener una actitud optimista.

Estimular el autoconocimiento en los niños.

Aceptar los cambios como parte de la vida.

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