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Angelika Knabe

Configuración del ambiente en el trabajo con los niños en los primeros tres años

“Del mismo modo como con anterioridad al parto la naturaleza proporciona el correcto
entorno para el cuerpo humano físico, el educador después del nacimiento tiene que procurar el
adecuado medio circundante físico. Únicamente el correcto entorno físico cobra un efecto tal sobre
el niño, que pueda plasmar sus órganos físicos en las formas correctas” (R. Steiner, “La educación
del niño”)

¿Qué significa en el sentido antroposófico, crear el entorno “correcto”? ¿Un entorno “lindo”
en nuestras habitaciones cuna es suficiente en el sentido de un entorno “correcto”? ¿Cómo debe ser
un entorno para que el niño pueda desarrollarse individualmente y con salud al cabo del parto? ¿Qué
necesita el niño para hallar el rumbo en su camino terrenal recién iniciado, hallar su morada sin
experimentar desamparo? A través de su desarrollo embrional el niño mismo nos muestra de qué
manera se crea un ambiente ideal para esa época. Este desarrollo se asemeja a un milagro, en el cual
el ser espiritual del niño se conecta con la sustancia hereditaria de los padres, madurando para
convertirse en un ser humano.

Contemplemos primeramente el desarrollo embrional y el medio circundante del niño


(Desde la fecundación hasta la octava semana, el ser humano en evolución recibe el nombre de
embrión, y a partir de la novena semana, se habla de feto. A modo de simplificación, aquí hablaré
únicamente de embrión). Con anterioridad a que el embrión propiamente dicho pueda desarrollarse
en el seno materno, mediante el tejido infantil se crea un “espacio” en la disposición embrional. Se
generan cavidades que se limitan mediante las envolturas embrionales y que tienen diferente carácter
en cada caso. Recién después a partir del campo de tensión entre el saco de liquido amniótico y la
cavidad del saco vitelino se produce la metamorfosis de los propiamente humano del embrión.
Desde este tejido de envoltura infantil, va creciendo hacia el saco del líquido amniótico, o bien es
envuelto por el mismo.

Al embrión lo rodean tres envolturas: la placenta, el saco del líquido amniótico y la


alantoides. Estas tres envolturas forman un organismo universal, ene l cual cada uno de los
organismos de envoltura cumplen su determinada misión.

Embrión en la quinta semana (A. Knabe según L. Nilsson), corión, envoltura externa, alantoides,
placenta, saco vitelino, saco amnión.

Con respecto a estas tres envolturas embrionales, Rudolf Steiner nos dice, que los tres
miembros superiores del ser humano se encarnan de manera diferenciada a estos órganos de
envoltura. “El amnión es el correlato físico del cuerpo etérico, la alantoides (la cual incluye
asimismo al cordón umbilical) es el correlato físico del cuerpo astral, el corión (la posterior placenta)
es el correlato físico de la organización del yo de la persona adulta.” (GA 314, pág. 308, 23.4.1924)

A modo de germen, lo supra-sensorial se sumerge, se une a lo físico en la evolución y tiene


un punto de anclaje físico por algunos meses hasta la aproximación del parto. De esta manera las
envolturas que son el entorno viviente-configurador del embrión, adquieren una gran dimensión
espiritual, mereciendo una atención especial.

LA PLACENTA QUE SE DESARROLLA DEL CORIÓN, es la envoltura exterior. Por un


lado limita, toda-abarcativa, el conjunto del espacio propio del niño, frente al organismo materno.
Por otra parte se “arraiga” con sus vellosidades en la membrana mucosa del útero. Ese “arraigarse”
puede ser interpretado como gesto de interrogación, como ser: “¿me aceptas, tal como soy,
incondicionalmente, con todo aquello que traigo conmigo del mundo espiritual para mi misión en la
tierra?” el tejido materno “responde” correspondientemente al impulso del niño, al permitir la
realización del “arraigo”.
Durante esa época, la madre se convierte en anfitriona. Para el niño en gestión pone a
disposición espacio, ella misma no posee posibilidad orgánica de colocar límites. Tolera lo ajeno y
en el mejor de los casos lo vive con entrega. Es así que la placenta la podemos señalar como el lugar
donde el  niño en gestación puede alistarse, ajustarse al mundo terrenal, tomando posesión de su
espacio propio. Mediante la calidez anímica y física maternal allí puede sentirse “uno solo” con la
madre.

Por lo tanto la formación de la placenta como organismo global, antecede a los estados
precursores de la formación corporal del embrión. Mediante estructuras altamente diferenciadas,
puede ofrecer pasajeramente las funciones de pulmón, hígado, riñón y glándulas hormonales, hasta
que en el embrión han madurado los órganos correspondientes. Para los respectivos procesos, el niño
que se está encarnando a los impulsos disparadores.

EL SACO DE LIQUIDO AMNIOTICO, EL AMNIOS, con el avance de la época embrional


llena por completo al espacio interior del corion y se amalgama con el mismo. Como segunda
envoltura, el amnios crea al medio circundante directo del embrión. El liquido amniótico que rodea
al embrión, se renueva por completo regularmente ene l curso de aproximadamente tres horas. El
embrión es modelado y configurado mediante ese entorno pleno de vida, movimiento y flujo. Dentro
de ese elemento acuoso, renovador, fluyente, cobran un valor especial las fuerzas de vida etéricas.
Dado que son las fuerzas etéricas que aquí están actuando sobre todo como principios de vida. El
embrión que falta y se encuentran suspendido dentro del liquido amniótico puede sentirse portado y
no tiene que debatirse aun con la gravedad terrestre. En el uso lingüístico antiguo, el liquido
amniótico también era señalado como “agua clara”. Allí se expresa la idea de lo luminoso, liviano y
cósmico. En ese estado por lo tanto también podemos hablar de una situación de transición de lo
espiritual hacia lo terrenal.

Por la permeabilidad del líquido amniótico, en la misma pueden obrar las imágenes
espirituales arquetípicas, fundamentadas sobre una figura de forma y energía. Se encuentran en
relación con las fuerzas que en un accionar conjunto se han generado entre el hombre y el ser
espiritual. Dado que durante el tiempo entre la muerte y el nuevo nacimiento el hombre a través del
accionar en conjunto con el ser espiritual crea sus disposiciones de gérmenes espirituales, según las
cuales luego se forma su cuerpo físico.

EL PEDÍCULO SUSTENTADOR, LA ALANTOIDES, es la tercera envoltura. Es el órgano


de envoltura menos ostensivo, sus importante misión consiste en establecer la conexión entre la
madre y el embrión y  mantenerla viva. Los procesos de recepción y  de eliminación son llevados a
cabo de manera competente por la alantoides. Por lo tanto la tarea física de la alantoides puede ser
señalada también como un seleccionar entre entregar o bien soltar y hasta desintoxicar – surtir lo
nuevo.

La sangre materna llega al niño en gestión, filtrada por la placenta a través de la alantoides,
como sangre embrional propia. Esa corriente sanguínea materna es influenciada fuertemente en su
cualidad por la vida anímica de la madre. Esos cambios, por ejemplo oscilaciones  en la velocidad de
la corriente sanguínea, la alantoides las transmite también al niño. “LO QUE ANTERIORMENTE
(antes del parto) HAN REALIZADO EN ÉL LAS ENERGÍAS Y LOS HUMORES DE LA
ENVOLTURA MATERNA (en el niño), AHORA LO TIENEN QUE LLEVAR A CABO, LAS
FUERZAS Y LOS ELEMENTOS DEL MUNDO EXTERIOR FÍSICO

Con el nacimiento retroceden las mencionadas envolturas universales y se extinguen. La


naturaleza había cuidado debidamente al germen humano. Ahora de nosotros, padres y otras
personas de referencia depende, instalar nuevamente un entorno nuevo, pleno de vida, nutriente,
configuradora para el niño. Dado que nosotros los adultos que rodeamos al niño recién nacido y lo
cuidamos, tenemos que ser considerados como el primer entorno físico ¿acaso empero estamos
involucrando conscientemente el entorno a mayor alcance? ¿Las funciones de las envolturas
embrionales pueden adquirir continuación mediante nuestras “envolturas culturales”, tomando en
cuenta al respectivo grado evolutivo del niño?
Tal como sabemos a través de los fundamentos antroposóficos, conjuntamente con la
madurez escolar y el cambio dentario  -  aproximadamente en el séptimo año de vida – se produce el
nacimiento del cuerpo etérico.

Podríamos decir entonces que al cabo del nacimiento físico, sigue el “embarazo del cuerpo
etérico”, con una duración de siete años. El cuerpo etérico está rodeado una envoltura de una
envoltura etérica. Por lo tanto el desarrollo del cuerpo etérico continua en el niño pequeño, al que
estamos cuidando en las casas cuna y en las guarderías y – avanzando – también será la temática en
los jardines de infantes. Correspondientemente al embarazo físico, durante el cual la madre
conscientemente se cuida a sí misma, sin cobrar efecto empero mediante acción directa sobre el
embrión físico, sería saludable tener presente en la fase del “embarazo etérico”, la correspondiente
envoltura etérica.

Constituye entonces un gran desafío pedagógico – al menos en los primeros tres años de
vida – el no ejercer influjo sobre el niño mediante requerimientos a su intelecto. Dado que esas
fuerzas necesarias para el uso del intelecto, se restan del plasmado de un buen cuerpo etérico del
niño. Debilita al cuerpo etérico, cuando el ánimo infantil prematuramente tiene que entender
explicaciones y discusiones, además de instrucción. De tal manera que el consecuente “cuidado” en
ese ámbito también significa un cambio en nuestro modo de pensar, al querer influenciar
positivamente, la posterior actividad del cuerpo etérico del niño pequeño. En la  actualidad el
debilitamiento del cuerpo etérico en la mayoría de los casos es tematizado como “daños psico-
emocionales e inmunológicos causados por cuidados incorrectos en la primera infancia” (por
ejemplo institucionalizados). (Venturini, F., Arte de la Educación, ¿Qué hay detrás del boom de las
guarderías?) – 11/2012, pág.60). Una reglamentación positiva al respecto seria la creación de un
entorno emocional (que satisface anímicamente) e inmunológico (en ese sentido por lo tanto
vigorizante, sanador) para el niño pequeño. ¿A causa de qué acontecen los “partos etéricos
prematuros”, que ayuda podemos aportar? ¿Podemos evitarlos? ¿Cómo podemos llevar a un
contexto, un sano desarrollo del cuerpo etérico, con las fuerzas y los elementos de actual medio
circundante físico?

Al contemplar las envolturas embrionales, considerando orientadoras sus cualidades


características, correspondientemente podremos reproducir como pedagogos, un entorno adecuado.
Así el niño puede ir creciendo confiado dentro de ese entorno.

1. La primera envoltura (CORIÓN) podría caracterizar: el niño se encuentra aun unido


plenamente a su entorno. Un buen “arraigue” con el entorno puede generarse a través de
suficiente tiempo, atención y calidez anímica, para que el niño pueda desarrollar confianza.
Cuando esto acontece, confiado se acerca palpando a las diferentes cosas del mundo. En
este palpar, tantear, tocar, se vivencia a sí mismo y experimenta al mundo. De esta manera
en sus primeros meses de vida va edificando sus relaciones. El palpar es la imagen
arquetípica del comprender. Mediante nuestra propia postura, plena de vida, que
experimentamos frente al entorno, puede generarse en nosotros y de esta manera también en
el niño una postura correspondiente, como ser: “tal como es, está bien”. Puede ir creciendo
una seguridad fundamental, y a partir de esta seguridad el niño paulatinamente colocará
limites, pudiendo así desarrollar su espacio propio, tomando posesión del mismo.

2. La segunda envoltura (el AMNIÓN), caracteriza claridad y comprensión. Cuando el entorno


inmediato es transparente, claramente comprensible, vivenciable como autentico,
verdaderamente para el niño podrá presentarse una sensación luminosa de liviandad. El niño
puede sentirse anímicamente portado. Dentro de esa necesaria calma, dentro del sosiego
resultante, podrá ponerse a prueba y podrá emprender la prueba del oponerse a la gravedad
terrestre, para llegar entonces a la verticalidad. Puede hallar su equilibrio interior   y
exterior. Cuando esta práctica es acompañada atentamente – si es posible, con una pizca de
buen humor.  Por nosotros los adultos, esto podría constituir un decisivo aporte al sentirse
apoyado, portado, infantil.
3. La tercera envoltura (ALANTOIDES) caracteriza la edificación de una relación firme y
confiable entre el adulto y el niño. Cada niño desde un comienzo quiere sentirse
incondicionalmente aceptado, comprendido y amado. Quiere sentirse tomado en cuenta en
su alegría al descubrir, pero también quiere ser consolado en sus penas. Quiere poder
confiar incondicionalmente en sus padres y luego en sus educadores. Esta elevada meta
puede ser alcanzada paso a paso, cuando el adulto en presencia del niño se comporta
“ejemplarmente”. Vale decir que debe “seleccionar previamente”: ¿Qué aporta una buena
relación? Es aquello que conecta lo que vive de modo pulsante entre las polaridades, entre
tú y yo, adentro y afuera, entre simpatía y antipatía. Es la capacidad de las fuerzas astrales.

Al tomar estas ideas referidas a las envolturas embrionales -  que se me figuran tan universales y al
mismo tiempo tan individuales, a modo de una disposición fundamental y un encargo de tarea, por
cierto que encontraremos suficientes posibilidades de transformarlas debidamente en la práctica.

En este sentido deseo haber despertado su interés y aguardo gustoso un intercambio de ideas.

28.5.2013

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