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Pedro Salinas en Puerto Rico: contemplando al contemplador

Janette Becerra
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico en Cayey

Más de sesenta años después de la estancia de Pedro Salinas en Puerto Rico,

este artículo persigue dos objetivos primordiales: en primer lugar, reunir y sintetizar

en un solo documento las múltiples expresiones del poeta madrileño sobre su vida en

la Isla y el impacto que tuvo en él, dispersas hasta ahora en cartas y testimonios

aislados; y en segundo lugar, y partiendo precisamente del efecto benefactor que tuvo

Puerto Rico durante esos años, provocar una relectura del poemario que aquí gestó, El

Contemplado, a la luz de las cartas a Katherine Whitmore, musa secreta de su más

célebre poesía de amor. El epistolario Salinas-Whitmore —divulgado en 1999 y aún

parcialmente inédito— contiene importantes antecedentes que reaparecen en el

poemario dedicado al mar de Puerto Rico. Recurriendo a la totalidad de las cartas

(incluso inéditas) y a otras instancias epistolares, este trabajo explora dichas

asociaciones en aras de posibilitar una nueva vía interpretativa del que se considera el

poemario cimero del exilio de Salinas.

I. “Embobado de isla”: Pedro Salinas y Puerto Rico

Corría el verano de 1943 cuando Pedro Salinas llegó a Puerto Rico. Llevaba

siete años exiliado de su España natal, y en ese lapso ya había ocupado dos plazas

docentes en Estados Unidos: tres años en Wellesley College, cerca de Boston, y el

resto en Johns Hopkins, en Baltimore. La vida en suelo norteamericano no se le hacía

fácil; como le había confesado a Guillermo de Torre, su exilio era por partida doble:
“en un país de lengua extraña, dos veces desterrado” (Ayuso 59, n. 6). Así recuerda

su hijo Jaime Salinas la reacción del poeta ante la oportunidad de dar un salto al

Caribe:

[C]uando a principios de 1942 le llegó, como caída del cielo, una

invitación del rector de la Universidad de Puerto Rico, Jaime Benítez,

proponiéndole el puesto de profesor visitante para el curso de 1943-44,

no pudo disimular su entusiasmo. Para él, Puerto Rico significaba

regresar a un mundo hispánico en el que se hablaba su lengua, en el

que se encontraría con otros refugiados españoles como él. Allí

volvería a ser el poeta Pedro Salinas, el respetado profesor de

Literatura Española. (J. Salinas 149)

Al lugar donde eligió vivir una vez llegado a nuestras costas debemos quizás

la existencia de El Contemplado, su poemario dedicado al mar. Como en la Isla había

—en palabras del propio Salinas— “gran escasez de pisos, y los pocos que salgan a

alquilar, carísimos” (Soria 309), se instaló en la pensión de doña Lola Tuya de García,

una viuda gijonesa que llevaba casi cuarenta años en Puerto Rico y por cuya casa

habían pasado —y pasarían aún— muchos exiliados españoles, incluido después el

Nobel Juan Ramón Jiménez (Bou, Cartas de viaje 179; Soria 309; Cristóbal 73;

Gullón 88). La casa, “sólida, de cemento armado, de dos plantas, con un amplio

porche parcialmente protegido de la calle y del sol por unas blancas celosías de

madera” (J. Salinas 182), estaba ubicada en el número 5 de la Avenida Magdalena 1,

en una esquina de la Placita Antonia Quiñones del Condado y a dos minutos, a pie,

del mar. Su único “torcedor” (Soria 314) era no tener, desde ella, vista al mar:

1
La numeración de residencias de la Avenida Magdalena cambió; sin embargo, la descripción de la
pensión (J. Salinas) y otras fuentes (Gullón 88) permiten ubicar la casa aproximadamente en el actual
número 1351, frente a la Parroquia Stella Maris.
Tenemos dos habitaciones amplias, sencillas pero cómodas, en el

barrio llamado el Condado, que es el mejor de aquí. No se ve el mar

desde nuestra casa; se oye por las noches porque está cerca, a unos

doscientos metros. Así que yo voy como el borracho a la taberna de la

esquina, dos o tres veces al día, a echarme mi vista al mar, o mi trago

de ojos. (Soria 309)

Desde un principio Puerto Rico lo cautivó. En los meses siguientes a su

llegada escribió a amigos como Jorge Guillén y Margarita de Mayo sobre las

bondades del clima y la belleza natural de la Isla:

San Juan es encantador. El casco de la población vieja recuerda

una capital menor de Andalucía o Levante, lleno de animación, de

ruido. (Soria 309)

El cielo y el nuberío proporcionan puestas de sol, que aunque

sea ya muy desacreditado por la poesía y la pintura el tal espectáculo,

salen, a veces, como nuevas. La vegetación es preciosa, con árboles

muy variados y un follaje brillante y limpio, de tamaños diversos, desde

la hojilla más menuda a la más opulenta y extendida. (Bou, Cartas de

viaje 179)

¿Es posible que esto sea noviembre? Sol radiante, calor fuerte

en el centro del día, calorcillo por las noches; un barrunto de fresco a

la madrugada; y todos los árboles en plenitud de verdor, y muchos con

flor. ... Estoy encantado. ... Por fin salí a hacer una excursión por la

isla. Toda preciosa. Paisajes variados, de montaña y valles, y costas

muy quebradas a trechos. Me gustó sobre todo San Germán, con


panoramas de una serenidad y alegría portentosos. ... Me gusta esto

cada día más. (Soria 314-316)

En pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial, Puerto Rico, “invariablemente

hermoso”, constituía para él “«jardín en medio» del horror mundial” (Soria 324-26).

A principios de 1944 le escribe a Américo Castro sobre la maravilla de vivir en una

tierra sin estaciones:

Las hojas del calendario con todas sus asociaciones usuales me

parecen mendaces. ¿Cómo voy a creer a unas letras impresas en unos

papelitos, que dicen “diciembre” cuando la ventana de mi cuarto no se

cierra ni de día ni de noche y un día hermoso sigue a otro día hermoso,

y se anda sin chaleco hasta después de cenar? Esta atmósfera me

parece prodigio. (Bou, Cartas de viaje 181)

Al paisaje arcádico —así calificó al campus de la Universidad Politécnica de

San Germán, por ejemplo, (Soria 352)— se sumaba la recuperación de la lengua

materna, que significaba para él “un ambiente familiar, el ambiente de las palabras

comunes” (Bou, Cartas de viaje 161). Amonestaba, sin embargo, sobre las

dificultades que confrontaba el idioma español en Puerto Rico. Su hijo Jaime también

recuerda que, al llegar a San Juan, se topó con una mezcla de lenguas (“un

batiburrillo”, le llama); era un español contaminado de inglés que obsesionaba al

poeta:

Recuerdo que lo que más le irritaba eran las traslaciones del inglés al

castellano. “¿Por qué decir machine gun cuando existe la palabra

ametralladora?”, protestaba. Pero al mismo tiempo se entusiasmaba

con los puertorriqueñismos, la transformación de palabras inglesas al


español local. Una de sus favoritas era la palabra safacón [sic], por

cubo de basura.2 (J. Salinas 173)

Salinas opinaba que la prensa y la radio iban estropeando poco a poco el

idioma nacional: al periódico El Mundo lo había rebautizado El Inmundo, según

recuerda su hijo (J. Salinas 201). “Lo que defiendo es que hay que aprender mejor las

dos lenguas, el español y el inglés, y que el aprender bien una ayuda a aprender bien

la otra” (Bou, Cartas de viaje 179). De ahí el esmero que puso al escribir, a petición

del rector Benítez, el discurso de graduación de la Universidad en mayo de 1944.

Aprecio y defensa del lenguaje, originalmente titulado “Hombre y lenguaje”, aspiraba

a llamar la atención sobre el peligro que corría el español en Puerto Rico “por

inconsciencia y desidia de los hablantes y escribientes” (Soria 324-26):

Me he aprovechado para hacer una apología del lenguaje, de la

palabra, en sus funciones nobles, las poéticas. ... [R]esumen, muy

vossleriano por cierto, de mi pensar sobre el lenguaje. Pero el objetivo

del discurso es, en verdad, el estado actual del idioma en esta isla.

Aunque por discreción natural en el extranjero apenas aludo a la

cuestión concreta, apunta todo a suscitar en las gentes más atención

por la lengua, que decae de día en día por indiferencia e ignorancia...

por si sirve para algo, que no servirá, lo mismo aquí que en otros

países de Hispanoamérica. (Soria 327-29)

En carta a Guillén, Salinas señala que hubo una polémica en la prensa a raíz

del discurso, pero no creía que su propósito —que había sido “despertar la conciencia

2
La palabra “zafacón”, hoy incorporada al Diccionario de la Real Academia Española, surge de una
semantización de la marca Safety Can, que exhibían los cubos de basura colocados por el gobernador
Tugwell en San Juan.
y sensibilidad del idioma, que están aquí muy bajas”— se hubiera logrado, ni siquiera

en parte (Soria 330).

El grupo de exiliados españoles que esperaba encontrar con los brazos

abiertos no resultó ser como él pensaba:

Hay bastantes españoles, los gachupines de antes, casi todos muy ricos,

y franquistas; y algunos pocos emigrados. Los primeros, la gente bien

de la colonia española, no se entera de nuestra existencia. Yo no he

recibido ni una sola atención de un español de esos acomodados,

porque sin duda soy rojo y petrolero (...) ¡simplemente porque no juro

por el Caudillo y su España una! (Bou, Cartas de viaje 179)

Con todo, rodeado de amistades puertorriqueñas como Tomás Blanco (quien

vivía justo enfrente), Margot Arce, los Lavandero, las hermanas Fano (Esther y Elsa),

Nilita Vientós, Gustavo Agrait y el pintor español Cristóbal Ruiz, los tres años que

pasó en la Isla —ya que la invitación a permanecer en la Universidad había

continuado extendiéndose hasta 1946— fueron los más dichosos de su exilio (J.

Salinas 185). Aquí, afirmaba el poeta en 1944, “no leo revistas, no tengo cartas, no sé

nada de casi nadie. ¡Qué suficiente resulta Puerto Rico (...)!” (Soria 319-20). Y añade

en otra ocasión, a Américo Castro:

La vida intelectual no es como la de América; pero los elementos

compensan de tal modo que estoy pasando unos meses de gran

contento. Me asusta la idea de volver a meterme en Baltimore donde

no hay ni un solo día al año que pueda compararse con la luz, el cielo y

las hermosuras de aquí. Acaso me encuentre usted mente-capto, o

embobado de isla. Pero me atengo a un simple deber: vivir donde se


sienta uno vivir a gusto y en plena posesión de actividad. (Bou, Cartas

de viaje 181)

Se divertía con el folclore isleño, desde los nombres de los refrescos del país,

que tanto le gustaban —ajonjolí, tamarindo, guanábana, guarapo de caña— hasta los

pintorescos nombres de las guaguas públicas: Los Comandos, Las Muchachas, In God

we trust, La Margarita (Soria 309). Por otro lado, lamentaba el lento y costoso

mercado de libros y revistas, que consideraba entorpecido por el insularismo (Soria

324-26); la mala calidad y el alto costo de la imprenta, caracterizada por una plaga de

erratas y manejada por obreros “que no saben ni español ni inglés” (Soria 351-353); la

ausencia de teatro y la preferencia del público por lo que él llamaba “bazofia

peliculera” (Bou Cartas de viaje 181), así como el rumbo que seguía la poesía

nacional:

La poesía anda dando tumbos de los retales sentimentaloides de

influencia juanramoniana, al energumenismo metafórico mal

aprendido de Federico, aplicado a lo afro-antillano. Hasta ahora no he

conocido a nadie que me parezca ver claro, ni entre jóvenes ni menos

jóvenes. La política es aquí el gran imán; en cuanto sale alguien con

talento, se lo traga. (Soria 314-316)

Sin embargo, elogiaba la obra de Francisco Matos Paoli (“el mejor de los

jóvenes poetas de aquí”, Soria 345), la labor titánica de Nilita Vientós con su revista

Asomante (la cual él bautizó) (Soria 351-353), y la estatura intelectual de José Trías

Monge (Soria 314-316).

Su complacencia con la Isla se tradujo en una inusitada productividad literaria:

los años más fructíferos de su exilio los pasó en Puerto Rico. Dictaba sólo cuatro
clases de hora y media a la semana en la Universidad, lo que le confería “tiempo y

tranquilidad exterior para trabajar” (Soria 361). La producción literaria y crítica se le

vuelve aquí “una costumbre imperiosa” (Soria 372). El poeta Jorge Guillén, su

entrañable amigo y corresponsal, le advierte que se encuentra en “la más feliz

fecundidad literaria de tu vida. Tres libros de versos, dos volúmenes —por lo

menos— de teatro, varios ensayos, un libro de crítica y otro en muy avanzada

preparación” (Soria 373-76). En efecto, sentado todas las mañanas en la terraza del

Club AFDA, al final de la calle Magdalena y frente al mar, Salinas escribió en sus tres

años de residencia en Puerto Rico el grueso de la obra de sus quince años de exilio.

En el apartado de conferencias, libros de crítica y ensayos, aquí nacieron Mundo y

trasmundo en la poesía religiosa del XVI 3, Defensa e ilustración de la lírica

castellana4, La poesía de Rubén Darío 5, Aprecio y defensa de la lengua española,

“Los nuevos analfabetos” (Soria 346), “Don Quijote en presente” (Soria 351), “La

gran cabeza de turco, o la minoría literaria” (Soria 353), “El héroe literario y la novela

picaresca española (Semántica e historia literaria)” (Soria 346), “Vindicación de la

distraída”6 y Jorge Manrique o tradición y originalidad (Soria 365-368), además de

conferencias inéditas para la Fiesta de la Lengua (1945, Universidad de Puerto Rico),

la Asociación Pro Democracia y la graduación del Instituto Politécnico de San

Germán (Soria 351-53). En la categoría de teatro, escribió en Puerto Rico Ella y sus

fuentes, El parecido, La Bella Durmiente, La isla del tesoro, La cabeza de Medusa,

Sobre seguro, Caín o una gloria científica, Judit y el tirano, La estratosfera. Vinos y

3
Se trata de dos conferencias encargadas por el entonces llamado Colegio del Sagrado Corazón de
Jesús (Soria 314-316).
4
Conferencia grabada para la British Broadcasting Corporation sobre la importancia de la lírica
española de 1530 a 1630. Salinas le advierte a Guillén que, como en la grabación también figurarían
Salvador Madariaga, José Castillejo y “otros mesopotámicos o nadadores entre dos aguas”, había
iniciado la conferencia con una frase “que aclara por completo mi actitud ante la España política
actual” (Soria 314-316).
5
El libro surge a raíz del encargo de cinco conferencias sobre el poeta nicaragüense, en marzo de 1944,
para el Centro de Intercambio Cultural de la UPR (Soria 324-26).
6
Sobre Gabriela Mistral (Soria 389).
cervezas, Los santos y La fuente del arcángel (Soria 346, 353, 389). También nace en

la Isla su cuento “Los cuatro grandes mayúsculos y la doncella tibérica (Cuento

infantil con una víctima al fondo)”7. Por último, en el renglón de poesía, además de El

Contemplado (1946), aquí terminó su poema largo “Cero” (Soria 319-20) y escribió y

revisó varios más, como desglosa en la siguiente carta a Guillén:

[M]e encuentro con material suficiente, en cuanto a cantidad, para un

libro. Pero saldría muy heterogéneo. No sé si recuerdas los elementos:

1) los poemas sueltos escritos en las primaveras últimas, y que conoces

en su mayoría, de temas de incidentes de naturaleza; son unos doce. 2)

La serie de El Contemplado, catorce. 3) El poema “Cero”. 4) El poema

de “La esquina”, que voy a dar por listo, pronto. Y además querría

recoger en volumen “Error de cálculo” y “Ángel extraviado”. Como

ves hay bulto, pero no veo el libro. Lo que me gustaría sería hacer dos

tomitos, uno con los poemas breves y contemplativos, los felices, y

otro con los graves o atormentados. No sé. Por lo pronto hay aquí una

jovencilla que me está copiando los poemas a máquina, y cuando

acabe, podré ver más claro. (Soria 324-26)8

7 Tras haber permanecido inédito en la colección Papers of Pedro Salinas de la Biblioteca Houghton,
en Harvard, fue recientemente publicado en la tesis doctoral La narrativa de Pedro Salinas, de Natalia
Vara Ferrero (Departamento de Filología Hispánica, Románica y Teoría de la Literatura, Universidad
del País Vasco, 2008). A Katherine Whitmore le explica que en el cuento “me refiero alegóricamente y
con toda la ironía de que soy capaz a la villanía que están haciendo con España las Naciones Unidas, y
sobre todo Inglaterra, al apoyar a Franco y oponerse a que se le derribe. Es literatura de castigo,
dolorosa, mucho, de escribir. Pero me sale del alma como una queja irremediable, en esta forma” (c.
340 [San Juan], 8 de abril de 1946).
Salinas le explica a Guillén que escribió el cuento en 1946 mientras convalecía de un dolor en
la rodilla que lo obligó a “estar tendido en la cama diez días, sin ir a clase ni poder bajar a comer”
(Soria 387). Sus dolores en los huesos comienzan a ser tema recurrente en sus cartas a partir de ese
año. La muerte de Pedro Salinas se produjo en 1951 a causa de cáncer en la médula ósea.

8
Todo más claro será finalmente el título del volumen que publica en 1949 y que recoge muchos de
esos poemas sueltos, incluido “Cero”. La obra poética de sus años en Puerto Rico también aparece en
En 1946, el rector Benítez le ofreció a Salinas la permanencia en la cátedra. El

sueldo era atractivo: seis mil dólares al año, mil más que los que le esperaban a su

regreso a Johns Hopkins 9. A esa invitación se sumaron dos más, de Ann Arbor y la

Universidad de Toronto. Salinas se sentía inclinado a quedarse en Puerto Rico. Le

asustaba el clima extremo del norte (Soria 319-20) y se sentía más a gusto en la Isla,

“tanto de salud como para el trabajo” (Soria 371-373). Sin embargo, a Katherine

Whitmore —musa de sus poemarios La voz a ti debida, Razón de amor y Largo

lamento— le explica:

Las cosas de aquí adolecen de la enfermedad de todos los países

hispanos: inseguridad, falta de fijeza. No me sentiría como profesor de

esta Universidad tan seguro como en Hopkins. Me voy pues por esas

famosas razones prácticas, en contra de mi íntima voluntad. Porque

después de todo, ¿no consiste lo poco de sabiduría que se nos alcanza

en esta vida, en estarse allí en donde uno encuentra paz, estímulo para

el trabajo, y serenidad relativa, en este turbión del mundo? Yo he

trabajado aquí como en ninguna parte. Y sigo con el mismo ritmo.

¿Por qué marcharme? Por la famosa conveniencia, por la previsión, la

prudencia, las razones menores. Lo único que no es razón menor en

mi decisión de regresar es estar cerca de mis hijos, y de mi amigo

Jorge, cada día más querido. De ti, Katherine, no me atrevo a hablar,

porque Dios sabe cuándo y cómo nos veremos... ni si tú querrás verme

Confianza, el poemario póstumo publicado en 1955. Véase al respecto la nota preliminar de Soledad
Salinas a Poesías completas, Seix-Barral (1981).
9
“Además aquí la contribución es mucho más baja. Pago unos 400 dólares al año” (Soria 371-73).
alguna vez. Pero si quisieras, así también estoy más cerca. (c. 340, San

Juan, 8 de abril de 1946)10

A Guillén le escribe también: “Nos volvemos a ese Norte, después de largas

dudas. Me voy con pena, pero me voy. Tiemblo ante el frío, la soledad y otros

excesos y defectos” (Soria 383-84). En mayo de 1946, pocas semanas antes de partir,

aún dudaba del acierto de su decisión: “Lo de siempre: se decide uno por esos

motivos prácticos, la seguridad, la comodidad, y el perjuicio de otros motivos

mejores. Pero ya no tiene remedio” (Soria 387).

Finalmente, en verano de 1946 parten a Filadelfia rumbo a Baltimore 11.

Recién llegado, ya expresa que “cada día más se me aparecen esos años de Puerto

Rico como una vacación seguida, sin interrupción, donde todas las cosas

desagradables llegaban atenuadas” (Soria 393). Cinco años más tarde, en 1951, Pedro

Salinas falleció en Boston, a los 60 años de edad. Su cuerpo fue trasladado de

inmediato a San Juan, por invitación del gobernador Luis Muñoz Marín y con la

anuencia de su familia (J. Salinas 449). Fue enterrado en el cementerio de Santa

María Magdalena de Pazzis en el casco del Viejo San Juan, desde donde siempre se

ve y se oye el mar.

2. Una relectura de El Contemplado

La fascinación de Pedro Salinas por el mar le viene de mucho antes de su

estadía en Puerto Rico. A su esposa Margarita le había comentado, en carta desde

10
Véase la nota 15.
11
Se llevaron consigo “una mulatita puertorriqueña” (en palabras de Jaime Salinas) de nombre Ofelia,
a quien apodaban “la Perla del Caribe”, para que ayudara y acompañara a Margarita Bonmatí, la esposa
de Salinas: “Era el prototipo del puertorriqueño que nunca había salido de la miseria. Taciturna,
desconfiada, incapaz de mirar a la cara. ... Ofelia nunca había puesto en duda que era blanca pues en
Puerto Rico, en su mundo, si tenías una gota de sangre blanca eras blanca” (J. Salinas 347, 349).
California en 1939, que si los jóvenes tenían sólo el sentido funcional del mar —como

un sitio en que bañarse— para él, en cambio, era un valor en sí mismo, “un ser, casi,

inmenso y misterioso, que crea sin cesar infinitas formas y nos llena el alma de

infinitos apetitos. ... Tan parecido a la vida que mirar al mar es casi una forma de

mirar a la vida, pero como si no fuera ella, con otro nombre” (Bou, Cartas de viaje

129). Tras haber visto el agua en el Niágara “en su dimensión épico-catastrófica, en

su dramatismo purísimo (forma del agua que me faltaba ver)” decía seguir fiel a la

ola, que le parece “lo más hermoso que el agua hace consigo misma, lo más completo,

y alegre y hondo, y lírico, a la vez” (Bou, Cartas de viaje 149). Ese anhelo de traducir

a poesía la experiencia contemplativa frente al mar se había gestado antes de llegar a

la Isla, como evidencia otra carta a Margarita escrita también en California, en 1939:

Por la tarde, de vuelta nos paramos en una playita, Laguna ... me pasé

cinco minutos fascinado por las olas. ¡Años, Marg, sin haber sentido

esto! Desde Santander, en la playa del Sardinero, una tarde. El ver

romperse sus crestas, ver el momento de doblar la ola, descubriendo

por un instante una transparencia verde clara, purísima, y luego, la

iniciación de esa carrera loca de las espumas, desbocadas, frenéticas y

alegres, saltando, chocando una con otra. ¡Ay, si yo pudiera escribir

algo que recogiera eso! Pero ¿lo puedo escribir, yo, o lo puede escribir

alguien? No lo sé. No lo recuerdo. Sólo la música de Beethoven, de

todo lo creado por el hombre, me suena en el alma a algo semejante a

esa triunfal marcha saltarina, sin más objeto que su propia belleza,

nacida enseguida y enseguida muerta, vista y no vista, conjunción de lo

aéreo, del agua, y del sonido. ... Ya puedes figurarte lo que me alegra

el volver a sentir esto: me siento menos extranjero, en América,


encuentro el lazo profundo entre todo, la harmonía tras las diferencias.

(Bou, Cartas de viaje 123)

No es de extrañar entonces que al llegar a Puerto Rico y vivir a dos cuadras

del mar, gestionara autorización para ir al Club AFDA y acometiera la empresa diaria

de llevar allí “libros y papeles, prepar[ar] las clases ... y contempl[ar] a mi adorado”

(Soria 314-316). A Américo Castro le comenta en 1944: “Y más de prodigio el mar,

aquí, en estas playas del Condado, con las líneas sucesivas de arrecifes que lo pueblan

de espuma sin cesar. No he visto un paisaje marino tan hermoso. Vivo «ojeando»”

(Bou, Cartas de viaje 181). Como en esta, insistió en muchas otras cartas en la

imposibilidad de traducir la belleza del paisaje marino puertorriqueño, “prodigioso”

(Bou, Cartas de viaje 179). A Guillén le explica:

Hay a poca distancia de la playa muchos arrecifes, esparcidos. De

modo que en cuanto se mueve un poco de viento rompen las olas, y se

puebla todo el mar de espumas, que corren, saltan y dan una sensación

de circo natural, y de alegría marina pasmosa. (Soria 314-316)

Por eso dice regresar a su casa algunas mañanas “con una especie de

alelamiento, por el espectáculo” (Soria 319-20). El resultado de esa actividad fue, por

supuesto, El Contemplado (Mar, poema). Tema con variaciones (México: Stylus,

1946). Dice publicarlo “por debilidad sentimental, como recuerdo de mi salida de esta

isla” (Soria 383-84). Guillén alaba con entusiasmo el libro, que según él, presenta

“mayor complacencia que la acostumbrada” en el acto mismo de escribir, y comunica

“el regodeo profundizado sin fin, el deleite por el deleite mismo, en ese minuto de

perfección consumada, de belleza absoluta”: “¡Bendita sea la fraternidad ADFA [sic],

que ha dado cuna a esos poemas! ... ¡Bendita sea la fraternidad ADFA [sic] y la isla

de Puerto Rico!” (Soria 391-92). Salinas, en efecto, admite nunca haber escrito “tan
sin prisa, tan volviendo al poema y dándole vueltas, tan complacido”, y asegura que

el poemario será para él, siempre, “un modo de recordar horas perfectas” (Soria 393).

Esas horas perfectas, como ha señalado ampliamente la crítica, van

intrínsecamente relacionadas a la paz que Salinas experimentó en sus años en Puerto

Rico, período sin duda caracterizado por su reencuentro con un sosiego que le había

sido escaso en la última década, tanto por sus peculiares circunstancias biográficas (el

inicio de una intensa relación extramarital en 1932), como por las convulsiones

bélicas, primero españolas y luego mundiales12. El Contemplado es un libro de

reconciliación y reconocimiento ontológico, de reencuentro con lo trascendental —no

en un sentido místico o panteísta— sino humano y estético:

[E]s la curación del tiempo y del mal; del tiempo pasado personal (y

de la historia de amor que desemboca en Largo lamento), del tiempo

vivido en circunstancias adversas (guerras, exilio), del tiempo mismo

como dimensión del existir, que es multiplicidad y pérdida. (Ayuso

69)

Este apartado no pretende revisar la vasta labor interpretativa de la crítica en

torno a El Contemplado. Más bien quiere sumar a la lectura del poemario el referente

de Katherine Whitmore, a raíz de algunas instancias epistolares que merecen

cuidadosa atención13.

Desde su divulgación en 1999, la correspondencia Salinas-Whitmore ha

revelado una importantísima labor de glosa saliniana a su propia creación poética. Las

cartas atestiguan la importancia que tuvo la relación con Whitmore en la gestación de

12
Véanse a esos efectos las posturas unánimes de Biruté Ciplijauskaité, Juan Marichal, Margot Arce,
Jean Cross Newman, Ricardo D’Auria, José Ayuso y Francisco J. Díez de Revenga, entre otros.
13
Salinas conoció a Katherine Reding (luego Whitmore, por su breve matrimonio de 1939 a 1943) en
1932, mientras la estudiante norteamericana asistía en Madrid a un curso de verano sobre la generación
del 98, que dictaba el poeta. Tras el regreso de la estudiante a Massachusetts se inicia una frenética
correspondencia, que se extendería hasta 1947.
los poemarios amatorios de Salinas. Y sin embargo, lo más relevante para el

investigador resulta ser el contenido teórico y poético de este abundante epistolario,

que en 354 cartas y más de 3,200 folios revela en toda su fuerza lírica la psique

profunda de uno de los grandes poetas de amor de la literatura española. Enric Bou

publicó una edición parcial de 151 de las cartas (Tusquets Editores, 2002). Sin

embargo, entre las cartas aún inéditas hay algunas que también revelan importantes

referentes en la poesía de Salinas, y atañen en particular a El Contemplado.

Comencemos por destacar que Salinas apenas le escribió a Katherine durante

su estadía en Puerto Rico. Con la excepción de una carta que el poeta dice haberle

enviado en 1943 desde Miami (en ruta a San Juan) y que no obra en el epistolario 14,

este se interrumpe desde el 21 de julio de 1941 hasta el 4 de julio de 1944, cuando

Salinas aprovecha un viaje a Cuba para enviarle una breve nota, que aún se encuentra

inédita:

Parece imposible que haya pasado tanto tiempo sin escribirte. El

motivo es muy poderoso, como puedes suponer. ¡Cuántas veces he

pensado en ti, cuántas, y en lo que tú creerías de mi silencio! Algún

día, cuando vuelva a los Estados, lo comprenderás muy bien todo.

Entretanto no pienses mal de mí, Katherine, te lo pido por Dios. Siento

por ti, desde hace un año, desde la muerte de tu esposo, más que

nunca15. ¡Y ahora, cuando hubiera querido ofrecerte más afecto y

compañía de alma que nunca, ha venido esta separación! ... Katherine,

14
Salinas alude a esta misiva en otra carta (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 367).
15
Brewer Whitmore murió en un accidente de tránsito en 1943.
no desconfíes de mí, ¡por todo lo que nos quisimos! (c. 338,

[Camagüey, Cuba] 4 de julio de 1944) 16

La siguiente carta no se produce, sin embargo, hasta el 9 de febrero de 1946,

casi a punto de marcharse de Puerto Rico. Es una de sólo tres en el epistolario con

remitente de San Juan (las siguientes dos están inéditas, y son de abril y mayo de

1946). Aquí se explican los alegados motivos del silencio epistolar:

Y llego aquí, y antes de escribirte una línea estalla un escándalo en la

prensa; una profesora que ha dado informes a un College americano

sobre una candidata portorriqueña a un puesto en ese College; los

informes son desfavorables por razones de tipo moral. Y entonces la

interesada se presenta en casa de la profesora, tiene una pelea con ella

y la agrede y golpea. ¡Gran jaleo! ¿Cómo ha sabido lo que decía la

carta? Y entonces se revela que una empleada de la censura, amiga de

la candidata, la había sacado copia de la carta. Es decir, me di cuenta

enseguida de que en las oficinas de censura había una serie de niñas y

niños irresponsables y chismosos, que se complacían en enterarse del

contenido personal de la correspondencia, y luego divulgarlo entre sus

amigos. Apenas pasé aquí unas semanas, comprendí más y más el

obstáculo infranqueable que era la censura. ... Escribirte era

arriesgarme a todo género de terribles disgustos, en cualquier

momento. Esta ciudad es pequeña, todos se conocen y cuando llega un

forastero como yo es por unos días objeto de la atención pública. Una

carta era una jugada de incalculables consecuencias, Katherine. …

16
Las referencias a las cartas inéditas, que pueden examinarse en la Biblioteca Houghton de Harvard,
serán por número (asignado por la biblioteca) y fecha. Las referencias a las incluidas por Bou en su
edición serán por número de página en dicho libro.
Cuando en 1944 fui a Cuba, te puse desde allí unas líneas, que supongo

recibirías. Pero tampoco podía explicarte nada claro, porque en la

censura de Miami había asimismo gente de aquí. Me he sentido,

Katherine, meses y meses, como atado ... Luego vino la costumbre, la

terrible costumbre. Pero ¡cuánto, cuánto he pensado en ti, en lo que

estarías sintiendo respecto a mi silencio! (Bou, Cartas a Katherine

Whitmore 368-370)

Sin entrar en el cuestionamiento de sus razones, es un hecho que ese

“silencio” hacia Katherine —excepcional en el marco de su relación— fue ocupado

por la composición de El Contemplado: de ahí la importancia de auscultar en el

poemario posibles referentes a esa relación física y epistolar, interrumpida por

primera vez. En efecto, las cartas a Whitmore permiten una relectura de El

Contemplado como reflexión ontológica a posteriori de la experiencia amatoria. El

epistolario contiene antecedentes que reaparecen en el poemario dedicado al mar,

tales como la vinculación entre el espectáculo marino y la relación amorosa que

habían sostenido estos amantes; el mar (apodado en las cartas “lo contemplado”)

como metáfora de lo inalcanzable o perdido; y cierta fotografía de una estatua de

Venus emergiendo del lecho marino, que Salinas había dedicado a la amada.

Salinas estableció importantes conexiones entre el paisaje marino y su relación

amorosa. En primer lugar, el encuentro más definitivo y emblemático de la pareja se

había dado precisamente frente al mar, en el peñón de Ifach, en Alicante, durante

agosto de 1932 (Whitmore 3). Ese episodio, que tuvo extensas repercusiones en el

imaginario de los amantes, dio pie al poema “¡Qué día sin pecado!” (La voz a ti

debida), que ocupa muchas páginas del epistolario Salinas-Whitmore, así como al
poema “Di, ¿no te acuerdas nunca”, de Razón de amor (Becerra 220-223)17. La

experiencia “en aquel mirador sobre el mar” (c. 195, El Altet, 23 de septiembre de

1933) se vuelve referente obligado en las cartas durante años, y “Qué día sin pecado”,

uno de los poemas más paradigmáticos del amor de esta pareja, y uno de sus

favoritos, según admitido por ambos (Whitmore 3; Salinas, c. 309, Wellesley, 18 de

noviembre de 1938).

El epistolario revela otras asociaciones entre el mar y la amada. El azul es un

color simbólico de Katherine: en ciertas cartas Salinas anota que el papel que usa

Katherine es azul18. Varios poemas aluden a la “azul superficie” del papel de carta de

la amada y a la “enorme playa” que se extiende sobre la sala de su casa (“Ruptura de

las cosas”, Largo lamento), así como al diván azul sobre el que se encuentra reclinada

la amada cuando le anuncia la despedida, y cuya “tela azul, azul, azul / te dio un color

de eternidad, infinita” (significativamente, este poema se titula “Adiós con

variaciones” (Todo más claro), en consonancia con el subtítulo de El Contemplado y

la denominación de sus poemas como “Variaciones”). En otra ocasión el poeta

escribe: “Katherine, antes de acostarme miro al mar que te trajo de Palma. Gracias

siempre” (c. 209, Alicante, 3 de enero 19 de 1934).

Sin embargo, hay otras conexiones más significativas que es necesario

explorar. Me referiré, en primer lugar, a un fragmento de la siguiente carta inédita, de

1933:

17
Las cartas en que se alude a esa experiencia amatoria frente al mar son, en orden cronológico: 30 de
agosto de 1932 (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 63), 3 de enero de 1933 (Bou, Cartas a Katherine
Whitmore 124), 2 de febrero de 1933 (inédita, y equivocadamente fechada 1934 por Whitmore), 3 de
febrero de 1933 (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 154), 23 de septiembre de 1933 (inédita), 25 de
septiembre de 1933 (inédita) y 3 de junio de 1938 (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 299).
18
Así, por ejemplo, en la carta de 2 de febrero de 1933 (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 149).
19
Salinas pone “diciembre”, pero el matasellos del sobre aclara la fecha
Hoy hace media hora, al salir del Palacio, ya acabado el trabajo, me he

puesto cinco minutos a mirar cómo rompía el mar en una peña y a

pensar en ti. ¡Qué labor admirable la del mar! Asaltos y asaltos de

espuma a la piedra negra. Repetidos infinitamente, todos iguales y

distintos, deliciosas variaciones de una actividad inútil. Yo, Katherine,

pensaba en ti como la espuma atacaba la roca. Te rodeaba, como ella,

te ceñía en mis pensamientos, saltaba, volvía a caer, me hacía y me

deshacía contra nuestro mundo. La roca era nuestro mundo, era toda

esa compleja realidad ilusoria que hemos formado entre tú y yo en diez

meses. Y yo en torno a ella, pugnando por dominarla, por conquistarla

del todo, porque fuese mía. ¿Sabes cuáles eran mis embates de

espuma? Preguntas, interrogaciones, ansias. (c. 172, Santander, 21 de

mayo de 1933)20

Esta carta temprana ya anuncia la reflexión en torno a las “deliciosas

variaciones” del asalto de la espuma contra la piedra, y en ella el poeta

inequívocamente se identifica con el mar, como ente de asedio a la amada. No es ésta

la única instancia en la que Salinas se compara al mar: la “Variación XI” de El

Contemplado, subtitulada precisamente “El poeta”, describe al mar como un creador

en constante inquietud, cuya agitación perenne denuncia que está queriendo siempre

otro proyecto y cuya plena consumación es la quietud, la renuncia del tiempo al

tiempo, “–al amor igual, igual– de tanto ardor en sosiego” (638-39)21. “Ardor en

20
El Palacio al que se refiere es el Palacio de la Magdalena, en Santander, donde Salinas dirigía la
Universidad Internacional de Verano. La playa que se extiende a los pies del Palacio es la llamada
Sardinero. Sospecho una relación entre este episodio y el comentario a Margarita Bonmatí, escrito
desde California en 1939, y que ya he citado: “¡Años, Marg, sin haber sentido esto! Desde Santander,
en la playa del Sardinero, una tarde...” (Bou, Cartas de viaje 123).
21
Las referencias a El Contemplado son por la edición de Poesías completas de Salinas (Barcelona:
Seix-Barral, 1981).
sosiego” es precisamente lo que caracteriza la relación amorosa extramarital durante

los años en Puerto Rico.

La segunda carta inédita que traeré a colación ilustra aún más elocuentemente

esta asociación entre las imágenes marinas de El Contemplado y la relación con

Whitmore. Nos situamos esta vez en 1940; Katherine ya ha contraído matrimonio, y

Salinas aún trata de lidiar con el dolor de la pérdida:

Y sufro, resignado, con cierto reflexivo contento, ese rebrotar del amor

de antes. Nada de desesperación, ni de esperanza, tampoco. Algo como

una contemplación profunda y vagamente triste, de la misma clase que

esa que se tiene a la orilla del mar, cuando lo miramos mucho, minutos

y minutos, como a algo prodigioso que nos posee, pero que nunca

poseeremos; que nos retiene la mirada y el alma, en sus olas y sus

horizontes, en su detalle pequeño más cercano, una espuma, y en su

grandeza más remota, el límite con el cielo. Hasta que comprendemos

que no se puede estar siempre así y nos levantamos, para volver...

¿adónde? Y se queda allí, lo contemplado, hermosamente inaccesible,

sólo consigo mismo. Porque te aseguro, Katherine, que no pienso que

estás con otro hombre, no. Más bien se me representa que estás sola.

(c. 332)22

Ahora es la amada quien se equipara al mar, que es “lo contemplado,

hermosamente inaccesible”. En la carta, el poeta admite que está frente a su amor

pasado en estado de contemplación como se está frente al océano, “algo prodigioso

que nos posee, pero que nunca poseeremos”. En la “Variación III” de El

Contemplado, el mar será también “Infinitamente ajeno, / remoto tú, hasta en la playa
22
La carta no lleva fecha ni sobre: sólo lee “Sábado, noche”. Por su contenido, es cronológicamente
ubicable entre mayo y junio de 1940.
/ –que te acercas, alejándote apenas llegas–, […] / absoluto ensimismado” (616). Sólo

bautizarlo y repetir ese nombre, “El Contemplado”, concede al poeta la posesión de la

otredad: “Pero tengo aquí en el alma / tu nombre, mío. […] / Te liga a mí, aunque no

quieras. / Si te nombro, soy tu amo de un segundo. [...] / Tú no sabes, solitario / –

sacramento del nombrar–, / cuando te nombro, todo lo cerca que estamos” (616). Muy

similares palabras había usado Salinas en 1933 para explicarle a Katherine el rito que

celebraba con su nombre, sobre todo a la orilla del mar:

Desde que estuve en Santander, en la playa, no he vuelto a decir tu

nombre en voz alta. Me gusta decirlo así, junto al mar, o en el gran aire

libre. ... Tu nombre es como la confirmación de tu existencia, tu fe de

vida. Y decirte a ti tu nombre, me parece como tener a la vez la

realidad de ti y la sombra tuya. (Bou, Cartas a Katherine Whitmore

166)

En la “Variación V” de El Contemplado, la voz poética le agradece al mar la

serenidad concedida tras haber perdido un amor. Se compara la presencia del

espectáculo oceánico —que persiste en la memoria de los ojos aun cuando ya no se le

ve— con la memoria también sempiterna de la amada que ya no puede verse: “Si bien

se guarda en los ojos, / nunca pasa, lo pasado. / ¿Conservar / un amor entre unos

brazos? / No. En el aire de los ojos, / entre el vivir y el recuerdo, / suelto, flotando, /

se tiene mejor guardado” (620). Es difícil desligar la referencia al amor perdido en

este poema de la relación con Whitmore: era ésa precisamente la solución propuesta a

Katherine tras la ruptura amorosa, en otra carta inédita:

Lo importante no es que nos escribamos, sólo, que nos veamos, sólo:

es que en ausencia y en presencia, vivamos algo en común, entre los

dos. Que tú estés en mi vida y yo en la tuya, como una fuerza viva y


activa, no como cuerpos, o como nombres, o como sombras del

pasado, no. (c. 305, Wellesley, 24 de octubre de 1938)

Cuando el poema de El Contemplado continúa entonces afirmando “se siente

tu claridad / hasta en los ojos cerrados, / –presencia que no se ve–, / acariciando los

párpados” (620), es imposible ignorar que a Katherine también se le había dicho:

“¡Qué pena, Katherine, dejar de escribir, ir a acostarme, solo, apagar la luz! ¿Qué veré

en la oscuridad sino lo mismo que veo ahora ante mí, tu cara, tus caras, y en ellas mi

amor entero?” (Bou, Cartas a Katherine Whitmore 268). También en La voz a ti

debida se habían celebrado los ojos cerrados de la musa (269), que arrastran al sujeto

poético hacia las interioridades de la amada tal y como el mar de El Contemplado

penetra los párpados cerrados del poeta.

La “Variación VIII”, subtitulada “Renacimiento de Venus”, amerita una

cuidadosa relectura y la incorporación de ciertos antecedentes hasta ahora ignorados.

Ante el mar unánimemente azul, sin aves ni barcos, un hombre entra en el estado

contemplativo más puro: dentro de él, “ni esperanza empuja / ni memoria sujeta. / El

presente, que tanto se ha negado, / hoy, aquí, ya se entrega” (627). El tiempo queda

abolido (“las horas / pasa sin saberlas”), el silencio “de silencio se llena”, y en ese

estado de éxtasis suspendido “la cautiva se suelta”. Se trata, por supuesto, del alma,

que entonces “por las campiñas del puro ser / viene, va, se recrea” y se reconoce en el

espejo que le tiende el radiante mediodía. Entonces culmina el texto con estos dos

versos: “Segunda, y la mejor, surge del mar / la Venus verdadera”.

¿Quién es esa Venus que surge —o “renace”, para respetar el subtítulo del

poema— del fondo del mar? Ciplijauskaité ya había observado que esta Venus es “«el

puro ser», la esencia, el amor indiviso revelado sólo por la fe” (463), pero propone

que Salinas lo considera un “renacimiento” porque opera a partir del antecedente


mitológico, y luego pictórico, de la diosa griega 23. Sin embargo, existen otros dos

antecedentes cruciales, que hoy conocemos gracias a las cartas a Katherine. El

primero surge en fecha muy temprana: en carta de 1932, Salinas compara el instante

inicial de “reconocimiento” de la amada en aquel salón de clases madrileño con el

nacimiento de Venus:

Ningún nacimiento de Venus —ni el relieve griego, ni Botticelli—

tiene ese patetismo, esa profundidad de sentimientos, que el verte a ti

nacer, no sé de dónde, del olvido, de lo inexistente, del cielo, o más

bien de ti misma. Sí, porque naciste de ti misma. Yo vi primero tus

apariencias corporales. Fueron como el signo, como la seña indicadora.

Pero luego poco a poco, según te miraba empecé a ver cómo de tu

propia carne, de tu propia figura salía el ser nuevo, nacía la criatura

revelada. ¡Prodigio, milagro, asombro! Y lo más raro es que todo ello

se verificaba, sucedía, sin que nadie se diera cuenta. (Bou, Cartas a

Katherine Whitmore 43-44)

De modo que la Venus que “renace” en este poema de El Contemplado podría

ser “segunda” a aquella Venus que se vio nacer en el salón de clases. Quedaría

planteado que la voz poética ha conseguido, a través de la contemplación del mar,

acceder a la paz del recuerdo amoroso que lleva en sí. El “renacimiento” del subtítulo

podría ser entonces un segundo nacimiento de Katherine, esta vez trascendida a su

estadio irreductible en el recuerdo, en el “ardor en sosiego”.

El segundo antecedente al que me refiero es igualmente crucial: se trata de la

foto de una estatua de Venus rescatada del fondo del mar, que el poeta le regala a la

23
El nacimiento de Venus (c. 1485) de Botticelli.
musa. La carta en la que se explica su significado está aún inédita, y es imprescindible

citarla por extenso:

[E]n esa fotografía de la estatua veía yo aún mucho más, algo que se

relacionaba extraña y misteriosamente con nosotros. Por eso me hizo

tan gran impresión al verla, hace dos meses, por vez primera. No acerté

entonces a descubrir todo su secreto. Hoy estoy más cerca de él. Veo

por qué la foto me recuerda tanto de ti y de nosotros, puedo establecer

conexiones lógicas, relaciones de causa, para lo que no fue primero

más que un poderoso sentimiento inexplicable. ... En primer término la

atmósfera general, extraña, rara, secreta: esa luz de la foto, que no es

de la tierra y es del mundo, ese estar aparte, vida aparte, vida secreta,

honda, desconocida. Nadie sospecha desde la luz de la tierra esos

encantos de luces y reflejos que hay en ese otro mundo; la iluminación

del fondo del mar tiene sin duda refinamientos luminosos, colores y

matices nunca sospechados. Es un mundo aparte, existente, real,

corpóreo, pero que nadie puede ver. Es nuestro mundo, Katherine.

Nosotros también vivimos en las luces de la tierra, pero conocemos

otras, muy distintas. Hemos bajado, oscilado en esa zona profunda y

misteriosa donde nadie nos sospecha. Y me gusta pensar en que una

luz así, verde-gris, un lecho hondísimo y blando como ese, un silencio

líquido serían un refugio bendito para nosotros. Pero se trata sobre

todo, tú lo comprendes, de la luz espiritual. Y a su lado el cuerpo. ¡Qué

hermoso! Nuestro amor tiene (tú lo sabes como yo lo siento) algo para

mí increíble, milagroso, extranormal, como esa luz, único como esa

luz. ... Tú para mí eres un ser milagrosamente guardado, sobre un lecho


de amor y hechos que yo ignoré (tu vida anterior) como en el fondo de

un amor. Tú has surgido del fondo de la vida, con la misma misteriosa

belleza, como salvada para mí, resucitada, desde un profundo estar en

otro lado, antes. Tú eres para mí una resurrección de mí mismo, un

descubrimiento doble, de ti, y de mí. Nos hemos descubierto, nos

hemos revelado, uno al otro, igual que la estatua salvada revela con su

presencia un mundo al que la mira y al propio tiempo el mundo

exterior se le revela a ella, ahora. ...Ya muchas veces te he dicho lo que

para mí tienes de diosa antigua. Limpia por completo esta expresión de

todo lo que pueda tener de cultura, de intelectualismo. Deja sólo lo que

eran los dioses: fuerzas naturales, impulsos e instintos humanos,

corporeizados, encarnados, en formas sin tacha. Divinizaciones de lo

vital, hechas carne. Siempre te he sentido diosa antigua, te he cansado

con mi cantilena. Acaso al principio podía creerse que era capricho,

frase bonita, pero creo que ahora verás que es interpretación de tu

belleza y de su efecto sobre mí; superioridad, equilibrio, lección de

vida. Así la estatua dormida en el fondo del mar es una diosa. Tú,

esperándome en el fondo del tiempo eras, eres, una diosa. (c. 149,

Madrid, 14 de abril de 1933)

Subrayemos, en primer lugar, que el fondo del mar es equiparado en esta carta

al mundo de la pareja, por lo que tiene de “vida aparte, vida secreta, honda,

desconocida”, y sobre todo, por su “luz espiritual”. Considero improbable que el mar

de El Contemplado haya perdido esa carga simbólica, tan vital en la imaginación del

poeta. Pero además la carta explica que el cuerpo de la estatua, emergiendo de ese

mundo misterioso y oculto, es igual a la amada que ha surgido “del fondo de la vida...
resucitada” y simultáneamente portadora de un reencuentro del poeta con la

profundidad de su ser: “Tú eres para mí una resurrección de mí mismo, un

descubrimiento doble, de ti, y de mí”. Cuando en la “Variación VIII” la “cautiva que

se suelta” es equiparada a la “Segunda, y la mejor, Venus verdadera, que surge del

mar”, es válido intuir que la voz poética ha encontrado en su presente —ya sin

Katherine— la “segunda” Venus: el conocimiento de su identidad profunda, como

sujeto y objeto de un amor ya estrictamente espiritual. Es necesario insistir en el

precepto neoplatónico, tan importante en Salinas: el amor es siempre un

descubrimiento del propio “yo” (López Baralt).

En la “Variación XI”, como ya habíamos anunciado, el mar figura como

espejo en que el poeta se ve reflejado, pues ambos viven inconformes con su obra y

están en constante reformación. Pero el poema también equipara al final esa inquietud

laboriosa del mar con el amor, que alcanza su plena consumación cuando es “ardor en

sosiego” (639). Ese aparente oxímoron es totalmente congruente con la actitud que

adopta Salinas tras la pérdida de Katherine, y que es ampliamente documentada en el

epistolario. Es, tal vez por eso, otro indicador de cuán activamente opera en este

poemario el referente de la reciente relación amorosa, metaforizada en ese

“contemplado” vastísimo.

En conclusión, las cartas a Katherine Whitmore permiten sumar a las previas

interpretaciones de El Contemplado aquella que extrae también de él el testimonio de

una experiencia conciliatoria y sanadora de la tumultuosa relación amorosa.

Whitmore admitió que: “The few times I saw Pedro after his return from Puerto Rico

he seemed strange to me, alien” (8). El proceso de reflexión que indujo el mar de San

Juan, sumado a la interrupción de la correspondencia, parecen haber contribuido a la

clausura de ese agitado capítulo, o a lo que Ayuso denomina su “curación” (69), y su


consecuente depuración en la esfera trascendental y atemporal. A fin de cuentas, el

poeta ya le había profetizado a la amada en Razón de amor: “nunca sabrás que ese ‘te

quiero’/ sólo signo es, final, y prenda mínima;/ ola, mensaje, roto al cabo, / en son, en

blanca espuma/ del gran querer callado, mar total” (404).

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