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Camilo Acosta

Antropología del Género

LA TRAMPA DE LA MASCULINIDAD: EL ANÁLISIS DE IDENTIDADES


SEXUALES SUBALTERNAS

INTRODUCCIÓN

Al hablar de género, como punto de partida se refiere a las prácticas y experiencias


corporales y normativas de un sistema social sobre sujetos individuales. En otras palabras, se
refiere a las relaciones de poder en las que se privilegia una cara de la moneda o una expresión
dominante del género. Este concepto al ser desarrollado dentro de la estructura y lineamientos
del mundo occidental, se constituyó para diferenciar entre lo masculino y lo femenino como
categorías diferenciadas, es un concepto polarizado meramente moderno europeo/americanista,
que posteriormente se consolido para diferenciar otras formas de expresión sexual y corporal.
En consecuencia, facilito la reproducción del pensamiento de opuestos binarios y jerárquicos,
donde la masculinidad solo existe en contraposición a la feminidad, manteniéndose así en
constante privilegio a los hombres e impulsándolos a accionar de forma individual y colectiva en
contra de cualquier práctica diferente a la masculinidad dominante.

En esta medida, el siguiente ensayo busca desarrollar desde sustentos teóricos y con
ejemplos concretos, cómo la constitución de identidades sexuales puede escapar de los aparatajes
del sistema dominante, generando agencia desde acciones de poder dentro de un continente
Latinoamericano donde prima la diversidad cultural y la experiencia del género desde otras
formas de pensamiento subalterno. Específicamente, se pretende dar una mirada general a la
constitución de la identidad masculina en el mundo occidental y contraponerla con identidades
subalternas desde el pensamiento mapuche y la postura feminista de la masculinidad. Así este
ensayo estará dividido en tres etapas: 1) La constitución masculina. Se busca dar una mirada histórica
de la formación de la identidad masculina y evidenciar las relaciones de poder sobre otras formas
de identidad sexual; 2) El pensamiento sexualizado en el pueblo Mapuche. A modo reflexivo se busca
dar la mirada del pensamiento Mapuche en cuanto a la forma de entender la sexualidad y el
género, sirviendo como apoyo para la deconstrucción del pensamiento binario de los sistemas
de dominación patriarcal; 3) Reflexionando la masculinidad desde la feminidad. Desde una mirada
feminista se pretende abordar la subordinación femenina y profundizar sobre el concepto de
“masculinidad”.

LA CONSTITUCIÓN MASCULINA
A lo largo de la historia se han regido supuestos ideológicos que son adoptados como
verdades, la historia de los vencedores narra una victoria moral sobre aquellos impuros,
incivilizados o desadaptados sociales que desafían el orden y las actitudes morales que rigen la
naturalidad del mundo. La masculinidad es vista desde una perspectiva de poder, donde están
definidas unas normas que fabrican la virilidad y se expresan en las esferas públicas, a través de
unas características que son definidas por la religión, los sistemas sociales y en la actualidad por
los lineamentos de la modernidad; las ideas de progreso, desarrollo y mercado. Se aprueban y
reafirman las conductas viriles como estados generalizados del comportamiento masculino. En
otras palabras, existe una forma de masculinidad hegemónica que condiciona una estructura de
pensamiento hegemonizado donde los hombres son los sujetos que detentan el poder. Un
hombre en el poder, un hombre con poder y un hombre de poder (…) fuerte, exitoso, capaz,
confiable y ostentando control sobre otras formas de masculinidad y mujeres. (Kimmel, 1994 ,
pp. 51). Dichas características no solo se instauran en el pensamiento generalizado de los
hombres, sino que se constituye desde la oposición y la negación, lo masculino es todo aquello
que no es femenino. Cabe aclarar que la feminidad está ligada a esta relación de poder que
dictamina las actitudes corporales y morales de lo que puede y debe hacer una mujer.

De esta manera, los sistemas de dominación, llámese religión, corporaciones,


masculinidad, etc. Decretan una ley natural para hombres y mujeres que controla el
comportamiento, la división sexual del trabajo y los roles sociales. De igual forma, tras un
pensamiento religioso que entiende la sexualidad como actos de reproducción social, controlan
otras formas de expresión y decisión corporal. Es decir, que el placer y la sexualidad se
encuentran censuradas dentro de los actos “normales” o naturalmente aceptados. Podría decirse
que el género actúa como una categoría fundamental en la organización de los actos sexuales y
en los cuerpos, y en la definición de la identidad y la sexualidad. Por ejemplo, la lógica
sexualizante y demonizante de los españoles era una estrategia retórica y un arma en contra de
los machi (…) la colonización estaba justificada (Bacigalupo 2003 pp.5).
Por otro lado, la masculinidad desde la semiótica podría entenderse bajo las premisas del
lenguaje estructural anteriormente expuesto, en donde lo masculino es lo que no es femenino.
Es importante escapar del esencialismo y los prejuicios normativos que sesgan la forma objetiva
de entender lo que podría catalogarse como masculinidad, sin caer en la trampa de obedecer a
estructuras previas de pensamiento que pre-determinan las condiciones del sujeto, ya sea por
ámbitos biológicos, o actitudes y comportamientos premeditados de un sujeto que puede ser
llamado masculino o femenino. Para complementar la visión semiótica del concepto de
masculinidad, en lugar de entender la masculinidad como un objeto (un carácter de tipo natural,
una conducta promedio, una norma) necesitamos centrarnos en los procesos y relaciones por
los cuales los hombres y mujeres llevan vidas imbuidas en el género (...) se comprometen con
esa posición de género y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la
personalidad y la cultura (Connell, 1995, pp. 35). Cuando hablamos de masculinidad y feminidad
estamos nombrando un proceso de configuraciones de prácticas de género.

Por lo anterior, se pretende justificar en los siguientes apartados cómo el género escapa
de los sistemas de dominación para construir y aceptar otras formas de identidad sexual. Si se
acepta la premisa de que las identidades sexuales son procesos de cambio que se constituyen
desde la relación entre géneros y en la práctica social, se puede hablar de otras masculinidades y
feminidades que actúan en la cotidianidad del mundo occidental, dando lugar a otras prácticas
subalternas.

EL PENSAMIENTO SEXUALIZADO DEL PUEBLO MAPUCHE


A pesar de que la sociedad Mapuche ha pasado por un proceso de transformación y
adaptación cultural impuesta por el pensamiento dominante de la modernidad, parte de su
cosmología y prácticas ancestrales siguen las bases de su pensamiento más antiguo. Para efectos
de este ensayo, se describirán las percepciones de género que manejan los y las Machis en el
pueblo Mapuche. Como se tratará más adelante, el género era la categoría principal para
organizar los cuerpos y los actos sexuales de los machi weye. Su forma de entender la
masculinidad y la feminidad es mucho más maleable y flexible, permitiendo la práctica deliberada
de actos sexuantes desde la expresión performativa y corporal.
Dentro de la sociedad Reche al igual que en el pensamiento occidental, existen una
división sexual del trabajo, en la cual algunas actividades son consideradas como femeninas y
otras como masculinas. Lo espiritual era catalogado como femenino y el poder político como
masculino. Sin embargo, a diferencia de esta separación de opuestos binarios planteada desde la
ideología occidental, los Reche reconocían y valoraban al menos una identidad de género,
además de la de hombres y mujeres, y aceptaban muchos tipos de actos sexuales (…) el género
y la sexualidad era algo que se realizaba y no algo que resultara naturalmente de la anatomía.
(Bacigalupo 2003 pp.36). Es decir, que le daban mayor importancia a la performatividad del
cuerpo para reconocer la identificación sexual y de género. Esto implica que tanto hombres
como mujeres pueden realizar actividades y expresarse corporalmente desde cualquier identidad
de género.

Los machis weye tenían la posibilidad de transitar fluidamente entre actitudes femeninas
y masculinas, sus genitales se constituyeron en un signo de la identidad de género dual de los
Reche (…) el uso de los genitales era más importantes que los genitales en sí (…) la capacidad
de los machi weye para hacerse femeninos y masculinos les permitía el acceso tanto al poder
espiritual como político (Bacigalupo 2003 pp. 22). Este acercamiento a la identidad sexual como
un proceso dialógico del género, desde su cuerpo, lo legítima socialmente como alguien
completo. A diferencia de la masculinidad hegemónica que se construye desde la eliminación de
lo femenino. Los machis weye adoptan diversas formas subjetivas para ser parte de varias esferas
de la vida social. Adquieren niveles de agencia desde el travestismo o inversión del sexo.

De otro modo, la vestimenta y formas experienciales del cuerpo están determinadas por
unas categorías culturales. La asociación del cuerpo biológico con la forma de vestir esta limitada
por un orden “natural” que solo permite diferenciar entre lo masculino y femenino. El
travestismo o inversión del sexo en los Machi, es vista como una aberración a las conductas
“normales” del cuerpo. Se debe entender entonces que tanto el género como el sexo son
categorías fluidas y cambiantes, la performatividad corporal del género esta ligada a las categorías
y normas que se establecen dentro de una expresión cultural determinada. Sin embargo, el
pensamiento generalizado y homogenizante ve estas prácticas como categorías sexuales
desviadas que deben ser corregidas y sometidas a las formas “normales” para ser parte de la
sociedad. De esta forma, se legitiman acciones de poder sobre los indígenas y minorías con el
fin de convertirlos en “buenas personas”, de lo contrario serán juzgados como putos/as. En
otras palabras, serán vistas como una amenaza a las ideas patriarcales del bien moral, la familia y
el orden social.

Es importante reforzar el término “género dual” ya que no reproduce el sistema binario


Hombre-Mujer como categorías estables, sino que se hace referencia a un tránsito o fluidez entre
la masculinidad y feminidad, dejando de lado el determinismo sexual y abriendo el abanico de
múltiples subjetividades. El termino de tercer género, refuerza la idea de opuestos binarios, las
no mujeres o los no hombres. Dejando el “tercer género” como un estado no natural o diferente
del sistema binario. Estas identidades de género dual logran socavar las construcciones
jerárquicas de género e identidad sexual en contextos rituales y privados y les otorga a los machi
una legitimidad espiritual (Bacigalupo 2003 pp. 41).

REFLEXIONANDO LA MASCULINIDAD DESDE LA FEMINIDAD


Para entender la masculinidad es preciso hacer la distinción de múltiples masculinidades
que actúan relacionalmente, es decir, que no basta con identificar diferentes formas de
masculinidad sin entender su relación transitoria, fluida e interconectada. Ahora bien, cabe
aclarar que están supeditadas a diversas acciones de poder, que privilegian y posicionan
jerárquicamente un tipo de masculinidad específica. A esto se le denomina la masculinidad
hegemónica, su posición dominante como hombres y la subordinación de las mujeres. Un
componente transversal para entender las relaciones de género es el análisis histórico de la
masculinidad y feminidad, los cuales dan cuenta de los procesos de subordinación, marginalidad
y complicidad como hechos que perduran en la historia pero que son meramente contextuales,
es decir que se forman y transforman en el tiempo. De igual forma, Se requiere un modelo de la
estructura de género que diferencie las relaciones de 1) poder, subordinación y dominación de
la mujer; 2) producción, divisiones genéricas del trabajo y la asignación de tareas; y 3) cathexis
(vínculo emocional), el deseo sexual, ya sea homosexual o heterosexual, siendo la conexión de la
heterosexualidad la posición de la dominación social de los hombres.

En relación al primer y segundo punto se han mencionado anteriormente las relaciones


de poder desde las instituciones y la carga histórica que privilegia la posición de la masculinidad
hegemónica sobre cualquier expresión de identidad sexual. Lo cual se ve reflejado en el segundo
punto, la producción. Como se ha expresado, las instituciones están provistas de género (…) las
prácticas organizacionales del Estado están estructuradas en relación al escenario reproductivo
(…) de la división interna del trabajo y los sistemas de control, en la formulación de políticas, en
las rutinas prácticas y en las maneras de movilizar el placer y el consentimiento (Connell, 1995,
pp. 36). Por tanto, es prudente hacer énfasis en el aspecto del vínculo emocional o la cathexis.

Desde el pensamiento de Kimmel, se explica el deseo sexual desde una perspectiva


psicológica donde define el comportamiento masculino mercantilizado y su forma de
reproducción social. La masculinidad hegemónica trae consigo una separación con toda actitud
femenina, la virilidad se demuestra al reafirmar la “hombría” frente a otro hombre. Existe una
relación de competencia entre los hombres constantemente. De esta forma, se puede entender
que la masculinidad es una aprobación homo-social. Desde Freud se entiende este
comportamiento como la expresión del miedo reflejada en su orientación sexual (heterosexual).
La homofobia es un principio organizador de nuestra definición cultural de virilidad (Kimmel,
1994, pp. 57). La heterosexualidad como la condición para ser hombres, la desaprobación social
y los conflictos individuales del ego no permiten la libre manifestación de conductas
homosexuales entre amigos del mismo sexo. El afecto y los comportamientos “más afeminados”
tendrán una categoría social inferior, serán putos y menos hombres.

Por otro lado, desde la identidad femenina que ha sido definida bajo premisas de
inferioridad moral, física y emocional, donde su único aporte a las sociedades es atribuido al
trabajo doméstico y la crianza de los hijos desde fundamentos biológicos. Fuller nos da otra
mirada en donde la mujer toma propiedad sobre el principio de opuestos binarios de dominación
y subordinación para su beneficio. Al estudiar el caso específico de las culturas mestizas de
América Latina, Evelyn Stevens (1977) acuña el término marianismo para designar el culto a la
superioridad espiritual femenina que predica que las mujeres son moralmente superiores y más
fuertes que los hombres (Fuller,1995, pp. 243). La sumisión femenina se funda en la convicción
de que los hombres son inferiores moralmente a las mujeres. Se considera que la esfera privada
es el espacio de reconocimiento más importante para la toma de decisiones y el accionamiento
hacia la vida pública. De lo privado a lo público. Así, la aceptación sirve como una forma de
reivindicación y legitimación de su posición subalterna. De esta manera, aunque se reproduce el
pensamiento de opuestos binarios, la aceptación y subordinación toman otra perspectiva al ser
las mujeres agentes en la relación de dominación. El poder se adquiere desde la practicidad y
comportamiento de la identidad femenina naturalmente aceptada que permite reivindicar su
posición de dominada.

Desde otra postura, se habla de que la mujer latinoamericana o el mundo mestizo no ha


podido integrar lo femenino, pues no ha logrado aún reconciliar pasado y presente, vale decir no
ha superado el "trauma" de ser producto de una violación (Montecino, 1996, pp.191). Son
categorizadas como víctimas y asumen su rol desde relaciones de poder que elimina su
pensamiento cosmológico basado en lo femenino y lo sagrado. Para entender la posición de
subordinación se debe articular la matriz de identidad materna con los rasgos y atributos de ellas
mismas dadas por la clase, la etnia, la edad. Realizándose en un tiempo y un espacio contextual
determinado para romper con la reducción analítica del género.

CONCLUSIONES

La identidad sexual en principio, debe pretender eliminar un pensamiento de opuestos


binarios. Las relaciones de poder de los sistemas de dominación, la modernidad y sus premisas
jerarquizantes, han reducido y negado otras formas de expresión o identificación sexual. Al
entender que el género es relacional y no un condicionamiento estático de la conducta
determinado por unas premisas bipartitas, en la cual se debe entender un proceso de
configuraciones de prácticas de género, donde es fundamental apropiarse del cuerpo y sus
manifestaciones simbólicas como parte de la fluidez que existe de lo masculino y lo femenino en
las prácticas cotidianas, podrá hablarse realmente de la construcción de una identidad sexual que
reivindique las posturas subalternas. Conceptos como el de “´género dual”, permiten una ruptura
paradigmática que deja visualizar más allá de un pensamiento estructurado de lo moralmente
bueno y lo malo, de la verticalidad y la imposición de categorías. De igual forma, al poder
entender que la masculinidad al igual que la feminidad están enfrentados a unos sistemas
hegemónicos, podrá existir una charla más beneficiosa que permita la lucha, no por una ideología
de igualdad o equidad de género, sino por la aceptación de cuerpos y sujetos múltiples.
BIBLIOGRAFIA
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