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T2.11-Prostitutas Medievales
T2.11-Prostitutas Medievales
Resumen: En la Baja Edad Media las autoridades urbanas castellanas consideraron la prostitución como un servicio públi-
co y, como tal, lo institucionalizaron y fiscalizaron. Para su control, los concejos confinarán a las prostitutas en el burdel, a fin de
apartarlas de las “buenas mujeres” de la sociedad, y dictarán normas para el funcionamiento y el ejercicio legal del oficio. Aquellas que
no aceptaron estas condiciones se consideraban ilegales, por lo que estaban expuestas a los castigos y multas que la legislación les impo-
nía. En todo caso, en torno a la prostitución surge todo un mundo de marginación y delincuencia.
Résumé: Au Bas Moyen Âge, les autorités urbaines de La Castille considérèrent la prostitution comme un service public et, en
tant que tel, l’institutionnalisèrent et le fiscalisèrent. Pour la contrôler, les conseils municipaux confineront les prostituées dans les bor-
dels afin de les séparer des «femmes honnêtes» de la société, et imposeront des normes pour le fonctionnement et l’exercice légal du métier.
Celles qui refusèrent ces conditions étaient jugées clandestines, par conséquent elles s’exposaient aux châtiments et amendes que la loi leur
infligeait. En tout état de cause, la prostitution suscite autour d’elle tout un monde de marginalisation et de délinquance.
Abstract: In the late Middle Ages Castilian city authorities considered prostitution as a public service and as such, they ins-
titutionalized and audited it. For its control, the council will confin to prostitutes in the brothel, so apart from the “good women” of
society, and dictate standards for the operation and the lawful exercise of the profession. Those who did not accept these conditions were
considered illegal and therefore were exposed to punishment and fines that the legislation imposing them. In any case, around prostitu-
tion arises a world of crime and marginalization.
Laburpena: Behe Erdi Auroan Gaztelako agintariek zerbitzu publikotzat jo zuten prostituzioa, eta halako legez, erakunde
bihurtu eta fiskalizatu egin zuten. Prostituzioa kontrolatzeko, kontseiluek burdeletan biltzen zituzten, gizarteko “emakume onengandik”
bereizteko, eta lanbidean legez jarduteko arauak eman zituzten. Baldintza horiek onartu ez zituztenak ez-legezkotzat jo zituzten, eta lege-
ak ezartzen zituen zigor eta isunak jasotzen zituzten. Dena dela, prostituzioaren inguruan bazterkerian eta delinkuentzian oinarritu-
tako mundua sortu zen.
n la Edad Media la mujer debía elegir entre dos opciones: seguir el ejemplo
E de María (cuya devoción se extendió por toda Europa, sobre todo a partir del
siglo XII, gracias a San Bernardo de Claraval), ya como madres, ya como vírgenes.
En el primer caso a través del sacramento del matrimonio creando una familia cris-
tiana; en el segundo, ingresando en un convento o monasterio, guardando castidad
y llevando una vida dedicada a la oración. Pero también podía seguir el modelo de
Eva, siendo la perdición de los hombres –por Eva, Adán fue expulsado del Paraíso,
y la Humanidad entera arrastra el lastre del pecado original-. Las prostitutas estarían
incluidas en este grupo de mujeres, junto a otras que no encajaban dentro de los
esquemas morales y sociales de la época, como las barraganas, concubinas, etc.
1. Consideración moral
La prostituta es una mujer pública, que se entrega a los hombres por dinero. En este
sentido, algunos moralistas de los siglos XII y XIII afirmaban que ejercían una forma
de trabajo, como otros mercenarios, al alquilar sus cuerpos, por ello no hacían mal
en recibir su precio y tenían derecho a conservar sus ganancias. Ahora bien, si la
prostituta obtiene placer de su oficio, ya no se trata de un trabajo y el «beneficio es tan
vergonzoso como el acto»; por otra parte, también atacaban cualquier tipo de argucia
empleado por las prostitutas para aparentar mayor belleza y seducción de las que
realmente poseían, pues esto constituía un fraude hacia sus clientes, a los que podía
inducir a pagar más de lo debido; en tal caso, debería devolver a su cliente el exce-
so pagado, o entregarlo a la Iglesia como limosna1.
Al mismo tiempo, otra corriente de opinión se abría paso: la creencia en la posi-
ble santidad de la ramera convertida, a lo que contribuyó la expansión de leyendas
populares de santas, tales como la dramática conversión de Santa María Egipcíaca y
su ascética vida en el desierto; la historia de María Magdalena y otras –Santa Pelagia,
Santa Afra, Santa Tais, Santa Teodora...-. Desde esta perspectiva se podía ver a las
«mercenarias del sexo» como tentadoras y pecadoras actuales, pero también como
posibles conversas y santas en el futuro2.
La revalorización de la naturaleza y, por tanto, de la carne, que se produce desde los
inicios del siglo XIII, conllevaba una devaluación de la castidad. Teólogos y canonis-
tas distinguirán claramente los pecados “naturales” de los “espirituales”. Santo Tomás
de Aquino escribe: «En el pecado carnal, así considerado, se peca contra el propio cuerpo, que,
según el orden de la caridad, debe ser menos amado que Dios y el prójimo, contra los que se peca
con los pecados espirituales. Por tanto, los pecados espirituales son de mayor culpabilidad»3.
1
Véase CHOBHAM, Thomas of: Summa confessorum, [ed. F. Broomfield], Lovaina, 1968, cit. por
LABARGE, Margaret W.: La mujer en la Edad Media, Nerea, Madrid, 1988, pp. 248-249.
2
Sobre la vida de pecado y arrepentimiento de tales santas véase SÁNCHEZ ORTEGA, María
Helena: Pecadoras de verano, arrepentidas de invierno. El camino de la conversión femenina, Alianza, Madrid,
1995, pp. 17-42. Por otra parte, existe toda una serie de pasajes evangélicos que nos presentan a Jesús
con una actitud muy compasiva perdonando a mujeres pecadoras (Lucas, 7, 36-50; Juan, 8, 3-11; etc.).
3
AQUINO, Santo Tomás de: Suma Teológica, B.A.C. Editorial Católica, Madrid, 1954, tomo V, pp. 651-
652 ( 1-2 q. 73 art. 5).
De todas maneras, Santo Tomás y los moralistas sólo conciben la sexualidad den-
tro del seno del matrimonio, es decir, una sexualidad dominada, ritualizada por las
leyes y sacralizada por un sacramento. De esta forma el acto carnal –dirigido a con-
tinuar la obra creadora de Dios-, quedaba rehabilitado.
En un segundo nivel, las reflexiones de los clérigos se centran sobre la fornica-
ción, distinguiendo dos formas: la fornicación cualificada, a la que corresponden los
pecados de lujuria consumada, adulterio, incesto y crímenes contra natura; y la for -
nicación simple, menos peligrosa para el orden social establecido, pues se realizaba por
individuos célibes con mujeres libres de cualquier vínculo.
Los hombres de los pueblos y ciudades parecen convencidos de que el acto sexual
es inocente siempre que los dos participantes sean libres; que guste a ambos, pues el
placer en sí mismo no es pecado, sino agradable a la pareja y no desagrada a Dios;
o, en caso contrario, que sea efectuado de forma onerosa: «gozar pagando, gozar sin
pecar».
Un teólogo y maestro del sagrado palacio de Clemente V y Juan XXII, Durand
de Saint-Pourçain, escribió un Comentario de sentencias que alcanzó gran éxito, en el
que se afirmaba que la fornicación simple constituía únicamente pecado venial4. A
esta devaluación del pecado carnal se une la creencia de que la prostitución es un
mal menor y necesario para el mantenimiento del orden social. Por todo ello, la
prostitución se erige en una función pública, y su práctica en un oficio.Y puesto que
su ejercicio está ordenado para el bien común, al menos en teoría, las «trabajadoras
del amor» deberán ser «bellas y gustosas», para cumplir con su misión de ser una autén-
tica «escuela de la naturaleza» para los jóvenes, y atraer hacia ellas eficazmente los
deseos de los solteros y viudos, de forma que el resto de las mujeres honestas de la
sociedad no sean molestadas.
Todo este conjunto de ideas coadyuvan a crear un ambiente en el que la infamia
que golpeaba a “las pecadoras” no era irremisible. Posteriormente, en la Baja Edad
Media, las autoridades urbanas, señoriales y monárquicas pasarán a considerar la
prostitución como un auténtico “servicio público”, y como tal lo institucionalizan
y fiscalizan. El problema que debían resolver era el de apartar las mujeres públicas de
las «buenas mujeres» de la sociedad; y la solución que adoptan es la de obligar a las
«mundarias» a vivir confinadas en el burdel.
2. Institucionalización
4
Véase ROSSIAUD, Jacques: La prostitución en el medievo, Ariel, Barcelona, 1986, p. 101.
tra los rufianes, los juegos prohibidos y los vagabundos. La concentración en un lugar
determinado hacía más fácil su control.
3º La política de concentrar a las mujeres públicas en un ghetto se inscribe den-
tro de unos principios moralizadores de la vida pública y de disciplina de las cos-
tumbres, ya que conllevaba la segregación social de este colectivo, evitando así el
contagio por el mal ejemplo (los regidores murcianos en 1444 justificaban de esta
manera su acuerdo de confinación en el burdel: «...e ha acaesçido que una mala muger
con su mal usar e conversaçion... faze a otras que son buenas, ser asy como ella, lo qual era e
es cargo de conçiençia de los que han cargo del regimiento dello...»5). Convenía, por tanto,
para evitar la contaminación social, aislarlas (como a los judíos, a los moros o a los
leprosos). En ocasiones, incluso, se dictan medidas para detectar su presencia a través
de signos distintivos en su vestimenta.
4º Finalmente, la municipalización de la prostitución respondía a una razón eco-
nómica que no conviene desdeñar, pues al estar encerradas en el burdel, las prosti-
tutas no sólo estaban mejor guardadas, sino que su actividad aprovechaba financie-
ramente a las ciudades. Cuando la monarquía concedía a éstas el derecho de abrir
un prostíbulo, precisaba que recibirían las rentas de su explotación (como propios).
Generalmente, las ciudades arrendaban, en régimen de monopolio, su administra-
ción a particulares, quienes como padres o madres del burdel debían cumplir ciertas
condiciones impuestas por el concejo y entregar la cantidad pactada.
Veamos, por ejemplo, algunas cifras: en Palencia, a partir de 1457, se consigna un
“censo enfitéutico” a cargo de Fernando Gutiérrez de Villoldo, de 400 maravedíes
anuales; en Valladolid producía al concejo 100 maravedíes anuales; en Carmona, en
1501, esta renta representaba el 25% de los ingresos concejiles; en Segovia suponía
300 maravedíes al año; en Málaga, Alonso Yáñez Fajardo, que había recibido de los
Reyes Católicos la explotación de los burdeles del Reino de Granada, obtenía entre
80.000 y 105.000 maravedíes anuales; en Albacete, que era privado, producía a su
dueño en los inicios del siglo XVI entre 4.000 y 4.500 maravedíes anuales6.
5
A.M.M., A.C. 1443-44, sesión de 14 de abril de 1444, fol. 100 rº.
6
Véase MOLINA MOLINA, Ángel Luis: Mujeres públicas, mujeres secretas (La prostotución y su mundo:
siglos XIII-XVII), K R, Murcia, 1998, pp. 78-81.
7
A.M.P., A.C. 1447-1476, sesión de 23 de junio de 1457, fol. 131 rº.
8
A.H.P.ZA., Sección Municipal, legº XVII/5
9
Véase ESTEBAN RECIO, Mª Asunción y IZQUIERDO GARCÍA, Mª Jesús: «Pecado y margina-
ción. Mujeres públicas en Valladolid y Palencia durante los siglos XV y XVI», La ciudad medieval.
Aspectos de la vida urbana en la Castilla bajomedieval, Universidad de Valladolid, 1996, pp, 144-145.
10
Véase PALLARES MÉNDEZ, Mª Carmen: A vida das mulleres na Galicia medieval 1100-1500,
Universidade de Santiago de Compostela, 1993, pp. 86-87.
11
Véase BAZÁN DÍAZ, Iñaki: Delincuencia y criminalidad en el País Vasco en la transición de la Edad Media
a la Moderna, Gobierno Vasco,Vitoria, 1995, pp. 338-339.
4. Organización
Las razones que conducen a algunas mujeres a la prostitución son diversas: por
necesidad, debido a la extrema pobreza algunas mujeres vieron en la prostitución un
medio de subsistencia; por haber perdido la honra debido a unas relaciones desdicha-
das, en ocasiones, algunas muchachas de aldeas que llegan a la ciudad buscando tra-
bajo, tras algún episodio escabroso terminan prostituyéndose; por violación, o por
adulterio; otras veces, fueron obligadas a prostituirse por la fuerza, o impulsadas por perso -
nas interesadas –alcahuetes-. En casi todos los casos aparecen como telón de fondo
razones económicas: huérfanas, viudas sin recursos, víctimas de la guerra, inmigran-
tes sin trabajo, etc.
El itinerario normal del oficio era el siguiente: las más jóvenes eran «secretas»,
tenían en torno a los 17 años; las que trabajaban en los baños públicos se sitúan en
torno a los 20 y las que se alojaban en el burdel superaban siempre esta edad. Casi
todas comienzan por una prostitución ocasional, trabajando durante el día y «aban -
donándose» de vez en cuando a uno o varios amigos. En este sentido, mujeres traba-
jadoras en las ciudades que vivían alejadas de sus familias, y por tanto, solas eran muy
vulnerables y propicias a caer en esta situación. Luego eran reclutadas o compradas
por alcahuetes, convertidas en camareras de los baños públicos, sometidas a una
patrona exigente y a numerosos clientes. Tarde o temprano acaban en la “Gran
Casa”, porque dejan de ser rentables o porque eran conducidas por sus rufianes, por
las autoridades municipales tras ser descubiertas, o por las «mujeres comunes». Fueron
muy pocas las que lograron ejercer durante toda su carrera como independientes o
«secretas».
12
A.H.A., Sección VII Municipios: Chinchilla, Libro nº 3, fol. 149 rº-vº (Publ. por Amparo BEJA-
RANO RUBIO y Ángel Luis MOLINA MOLINA: Las Ordenanzas municipales de Chinchilla en el
siglo XV, Academia Alfonsio X el Sabio-Universidad de Murcia, Murcia, 1989, pág. 205).
8. Tiempo y precio
9. La prostitución ilegal
Las prostitutas clandestinas estaban amenazadas con sanciones más o menos seve-
ras, que se agravaban en caso de reincidencia, penas que también se aplicaban a los
mesoneros o a cualquier persona que las acogieran. Hay que tener en cuenta, que al
vulnerar las normas establecidas, no sólo llevaban a cabo una competencia desleal
que perjudicaba a los concesionarios de las mancebías, sino que escapaban a los con-
troles fiscales, morales y sanitarios establecidos. Pese a todo, nunca se consiguió erra-
dicar el mal; pues muchas mujeres se resistían al enclaustramiento y se oponían a la
marginación que suponía trabajar en el prostíbulo, e intentaron por todos los medios
no ser reconocidas como tales, aunque para ello tuvieran que arriesgarse a las penas
en caso de ser denunciadas13.
En el límite de la prostitución «secreta» se encuentran otras situaciones: concubi-
nas, mancebas o amigadas, que eran conscientes de su situación irregular, aunque su
condición distaba mucho de las prostitutas; ya que no era lo mismo entregarse a
muchos que pertenecer a un sólo hombre, sobre todo si ambos eran solteros. Pero
¿qué ocurría cuando acababa esta situación? Algunas casaban con su amigo, otras
contraían matrimonio con otro hombre o iniciaban otra relación de concubinato,
algunas ingresaban en un convento; y, por último, otras caían en la prostitución. Muy
distinto era el caso de que alguno de los amancebados estuviera casado, pues enton-
ces se cae en el adulterio, pecado/delito fuertemente perseguido tanto moral como
judicialmente.
El concejo murciano, que puede servirnos de ejemplo, fue muy tolerante con los
casos de amancebamiento, tolerancia que se rompe si se provocan escándalos, cau-
sando mal ejemplo entre el vecindario, o ante la denuncia de personas que sienten
lesionados sus derechos, intereses u honor. Entonces el concejo interviene y, si es
necesario, castiga a los inculpados14. Así ocurre, por ejemplo, cuando el jurado de la
parroquia de San Pedro, Juan Riquelme, requirió en 1470 la intervención concejil
en el caso de Ferrando Ballester, que «en menospreçio de Dios e en daño de su anima e
conciencia ha echado e lançado a su muger de su casa, e públicamente tyene en la dicha su casa,
en conpañia de su madre, por mançeba a la fija mayor de Bernad, çerrajero, lo que es cosa fea
e de mal exenplo averse de sufrir semejantes cosas»15; en 1466, los vecinos de Catalina,
mujer de Ferrando Alcaraz, quieren apartarla del barrio «porque es muger mala e tiene
amigo y forma escandalos»16; en 1463, el jurado Pedro Ferrete presenta una denuncia
contra la viuda de Alfonso Llerena «porque es fama que es mala muger e deshonesta,
faziendo adulterio con muchas personas, e aquella tiene fijos suyos e de su marido que estan
desamparados», por lo que solicita el nombramiento de tutores que se encarguen de
la custodia de los niños. A esta denuncia del jurado se unió la de otros vecinos ante
los alcaldes, pidiendo que la viuda fuera expulsada de la vecindad por su mal vivir,
13
Véase MENJOT, Denis: «Prostitutas y rufianes en las ciudades castellanas a fines de la Edad Media»,
Temas Medievales, nº 4 (1994), pp. 194-195.
14
Véase MOLINA MOLINA, Ángel Luis: La vida cotidiana en la Murcia bajomedieval, Academia
Alfonso X el Sabio, Murcia, 1987, pp. 196-197.
15
A.M.M., A.C., 1470-71, sesión de 4 de septiembre de 1470, fol. 41 vº.
16
A.M.M., A.C., 1465-66, sesión de 22 de febrero de 1466, fol. 93 rº.
y los responsabilizaba de cuanto pudiera ocurrir, porque «se esperan por ello muerte de
omes»17. En 1478 el concejo destierra a perpetuidad a la manceba de Bernad Pardo,
ya que «por cabsa della acuchillo a la hija de Alonso de Santamaría»18. El concejo, en oca-
siones, ordena a los jurados efectuar relación de aquellas «personas que estan amançe -
badas»19, preocupándose de los casos de los varones que tienen mujeres casadas por
mancebas, o de las mujeres que tienen hombres casados por amigos20, preocupación
que se justifica en el hecho de que en tales casos se comete adulterio, que está tipi-
ficado como delito. Esta misma preocupación existe por parte de la Iglesia, en las
Constituciones Sinodales de la diócesis de Cartagena de 10 de abril de 1377, el obispo
don Guillén Gimiel les impone la pena de excomunión «e que no pueda ser absuelto
de este pecado sino por nos o por el prelado que despues de nos fuera»; así mismo ordena a
todos los «arciprestes, vicarios, rectores e curas, clerigos e capellanes de nuestro obispado, que
como supieren que alguno o algunos hombres casados de su lugar o su colación, tuvieren man -
cebas públicamente, que luego nos lo hagan saber quien son e como les dizen»; y en la misma
constitución se hacen extensivas las penas a la mujeres casadas «que tienen amigos»21.
Finalmente, pueden incluirse en esta categoría de prostitución secreta a determi-
nadas mujeres que recibían selectos regalos de una clientela elitista. Constituiría una
prostitución de lujo, que afectaría a un número escaso de mujeres muy bien rela-
cionadas con elementos de las altas esferas ciudadanas y que, generalmente, sólo exis-
tiría en las ciudades más importantes.
17
A.M.M., A.C., 1463-64, sesión de 12 de noviembre de 1463, fol. 45 rº.
18
A.M.M., A.C., 1477-78, sesión de 14 de marzo de 1478, fol. 118 rº.
19
A.M.M., A.C., 1500-01, sesión de 7 de julio de 1500, fol. 12 vº.
20
A.M.M., A.C., 1475-76, sesión de 5 de marzo de 1476, fol. 104 vº y A.C. 1476-77, sesión de 14 de
diciembre de 1476, fol. 67 rº.
21
A.C.M. Constituciones sinodales, libº B-236, fol. 70 rº.
que algunas malas mujeres, alcahuetas, e otras ayan temor de fazer maldades…»22. La reite-
ración y el progresivo agravamiento de las penas para los rufianes y las mancebas que
los mantuvieran o acogieran son prueba de su persistencia. Los rufianes sobrevivie-
ron en las ciudades y villas castellanas, sobre todo en las más populosas. Debemos
tener en cuenta que, durante la Baja Edad Media, en Castilla se dieron las condicio-
nes propicias para la proliferación de estos individuos, especialmente en las zonas
fronterizas, como Andalucía y Murcia; y en el interior las frecuentes luchas civiles y
los enfrentamientos banderizos aseguraban a los grupos marginales la impunidad, e
incluso su contratación como fuerza armada. La inseguridad endémica favorecía la
violencia y el relajamiento de la vigilancia por parte de los concejos, absorbidos por
tareas más urgentes23. La despoblación y el escaso control del territorio lo convertí-
an en un refugio seguro para los fuera de la ley. Estos grupos de gentes de mala vida
encontraban protección entre gentes de alta posición, incluido el gobierno munici-
pal. Fernando de Antequera tuvo que intervenir contra los alguaciles y después con-
tra los caballeros, oficiales y otras personas que tenían a su servicio y protegían a
rufianes y «hombres malos»24.
La ciudad de Murcia puede servirnos de ejemplo, pues en ella se dan todas las
circunstancias antes citadas: es la capital de un reino de frontera, en ella tienen refle-
jo las luchas civiles que alteran la vida política castellana bajomedieval, se vive con
intensidad la lucha por alcanzar el control del territorio por parte de algunas fami-
lias nobles murcianas, como la sostenida entre Manueles y Fajardo en los años del
tránsito del siglo XIV al XV, y en los años centrales de la decimoquinta centuria, la
pugna entre los miembros de la familia Fajardo (el Adelantado y su primo el alcai-
de de Lorca) por conseguir la hegemonía familiar, que era tanto como controlar
políticamente el reino de Murcia.
La Actas Capitulares de 1379 definen quienes son considerados como rufianes:
«… omes que tienen mançebas en la mancebía de aquellas que son publicas, que comen e beven
con ellas de cada dia, e duermen con ellas de cada noche en los mesones e en las casas do ellas
moran» y más adelante nos hablan de su calaña: «… que estos atales que buelven pelea e
se acuchillan unos con otros e fazen otros males que non deven ser consentidos»25. Ordenanzas
de este tipo se repiten en 1409, cuando el concejo prohíbe a los rufianes dormir con
las mancebas en el burdel bajo pena de cien azotes, la pérdida de las armas y sesen-
ta días de cárcel. En 1412 se produjo un incidente entre los jurados que efectuaban
la ronda de vigilancia y guarda de la ciudad con un grupo de rufianes armados, del
que consiguieron salir bien parados gracias a la ayuda de algunos vecinos26. Un año
22
A.M.M., A.C. 1444-45, sesión de 27 de junio de 1444, fol. 5º-6rº.
23
Véase MENJOT, Denis: ob. cit., p. 201.
24
SÁEZ SÁNCHEZ, Emilio: «Ordenamiento dado a Toledo por el infante don Fernando de
Antequera (9 de marzo 1411)», Anuario de Historia del Derecho Español, nº 15 (1944), leyes 57 y 58,
pp. 543 y 544. Posteriormente el propio don Fernando daría esta misma ordenanza a Sevilla el 29 de
noviembre de 1411 (cit. por MENJOT, Denis: ob. cit., p. 202).
25
A.M.M., A.C. 1379-80, sesión de 22 noviembre de 1379, fol. 85 rº.
26
A.M.M., A C. 1412-13, sesión de 12 de noviembre de 1412, fol. 56 rº-vº.
después los regidores dan un plazo de tres días a los rufianes para abandonar a sus
mancebas, los que no lo hicieren serían condenados a recibir 50 azotes y la expul-
sión de la ciudad, igual castigo recaería sobres las putas que los mantenían27. En
1416, se habla una vez más sobre los muchos males que los rufianes causan a la ciu-
dad: «… tienen mançebas fuera de la mancebía entre buenas mugeres … e viene muy grant
daño a la collaçion e barrio donde aquellas biuen e moran, diziendo muchos baldones e des -
onras a las buenas mugeres casadas, por lo qual los rufianes se arman con escudos en lanças e
espadas baldonando a los omes e mugeres sus vezinos»28, el concejo reitera contra ellos
las penas de azotes, cárcel y expulsión, ordenanzas que se repiten con frecuencia a
lo largo del siglo XV.
Pero estos rufianes, aunque parezca contradictorio, recibieron en algunas ocasio-
nes el apoyo, e incluso la protección, de personas de alto rango. En enero de 1425
el concejo, de acuerdo con la ordenanza real para el regimiento perpetuo de la ciu-
dad de Murcia, hacía pregonar que
«ningund rico ome, nin señor, nin caballero, nin ofiçial mayor, nin veynte e quatro e jura-
do, nin otra persona alguna non tenga, nin acoja en su conpaña, nin en su casa, nin
defienda rofian nin malhechor, nin otro ome baldio, que sea malo o sentençiado o conde-
nado, o que haya fecho algun maleficio o que use de malas artes en cualquier manera»
y, en caso contrario, que se atengan, por esta ley, a todos los males que los dichos
rufianes y malhechores causaren, e incurrirán igualmente en «ira regia». Al mismo
tiempo, se invitaba al pueblo a denunciar a los rufianes y malhechores al alcalde de
la justicia, para que requiriera al alguacil su encarcelamiento29.
Mención especial merece el caso de Andrés Montergull, personaje contra el que
se presenta el 28 de abril de 1444 un largo informe acerca de los atropellos que
durante varios años había cometido en la ciudad, portando la vara de alguacil y
acompañado por una cohorte de rufianes, y contando con el respaldo del adelanta-
do. En su haber figuraban robos, ataques y resistencia a la autoridad concejil, abusos
a la población –tanto a cristianos como a moros y judíos-, violaciones, etc., delitos
cometidos tanto de día como de noche; todo lo cual lo hacía porque contaba con
la protección del adelantado, por eso los vecinos pedían al concejo se le castigara de
forma ejemplar y se le derribaran las casas donde habitaba. El concejo le derribó las
casas donde vivía, pero la protección del adelantado prolongó las fechorías de este
personaje durante muchos años más30. En otros dos ejemplos más podemos com-
probar el abuso de poder en la comisión de delitos de violencia de género: en 1468,
los jurados exigen justicia del corregidor contra Juan Asyenso, quién portando vara
de alguacil dio lugar a que varios de sus acompañantes en la ronda nocturna, apro-
vechando que Gutierrez Ortolano, vecino la parroquia de San Miguel, estaba preso
27
A.M.M., A.C. 1412-13, sesión de 14 de febrero de 1413, fol. 93 rº.
28
A.M.M., A.C. 1415-16, sesión de 9 de junio de 1416, fols. 182 vº-183 rº.
29
Véase RUBIO GARCÍA, Luis: Vida licenciosa en la Murcia bajomedieval,Academia Alfonso X el Sabio,
Murcia, 1991, pp. 79-81.
30
Véase TORRES FONTES, Juan: Nuevas estampas medievales, Real Academia Alfonso X el Sabio,
Murcia, 1997, pp. 2-31.
por orden del corregidor, entraran en su casa y violaran a Marina, su mujer. Los regi-
dores reclamarían del corregidor la máxima pena contra los violadores y contra el
que lo había consentido, en este caso el corregidor, destituyó al alguacil y manifes-
tó que procedería en estricta justicia31. En 1472 el concejo eleva una serie de peti-
ciones al adelantado, en relación con las injerencias de su merino, entre las que se
encuentra una muy significativa: «que no amenaze a las mujeres del bordell porque no
quieren bevir con sus ombres», a lo que el adelantado respondió: «que es razon e a él le
plaze que no fagan ninguna cosa que no devan, quanto más su ofiçial»32.
A pesar de todas la medidas de prohibición, la realidad nos muestra que buena
parte de las prostitutas tienen su rufián/protector, no sólo aquellas que ejercen la
prostitución clandestina, sino también se da esta situación entre las que practican la
prostitución legal en el burdel de la ciudad, la relación entre ambos daba lugar fre-
cuentemente al establecimiento de lazos afectivos basados en el concubinato. Los
rufianes buscaban los clientes a sus protegidas, quedándose con la mayor parte de las
ganancias, pero también eran los que las recataban de la justicia pagando las multas
cuando eran detenidas, las representaban en los procesos en los que se veían envuel-
tas y las defendían de las amenazas que a veces recibían. En otro plano se encuen-
tran aquellos alcahuetes o alcahuetas que sólo intervenían como mediadores, tratan-
do de concertar citas entre su cliente y la persona que este le indicara, encuentros
amorosos que frecuentemente tenían lugar en el domicilio del intermediario.
En todos los lugares se percibe una actitud semejante en la persecución de los
rufianes/alcahuetes, mientras que se muestra una tolerancia hacia el fenómeno de la
prostitución. ¿Por qué las autoridades mostraron tanto empeño en la persecución de
los intermediarios sexuales? Francesc Eiximenis indicaba que los rufianes, con el
ejercicio de su actividad, contribuían a la extensión del comercio sexual, facilitaban
los encuentros entre amantes y las relaciones ilícitas como el adulterio, retraían a los
hombres del matrimonio al facilitarles el acceso al placer carnal, causando problemas
en la continuidad de los linajes; propiciaban la bastardía y, con ella, se anulaba la legi-
timidad de la estirpe y la herencia; también provocaban conflictos, altercados y vio-
lencias en la comunidad, al colaborar con un varón a la deshonra de una mujer y su
familia, que buscaría vengar el ultraje sufrido. Pero, además, los rufianes eran consi-
derados ociosos y, dentro del sistema ideológico imperante, este calificativo era sinó-
nimo de delincuente en potencia del que había que protegerse33.
31
A.M.M.,A.C. 1467-68, sesión de 28 de abril de 1468, fol. 116 rº-vº (publ. por RUBIO, Luis: ob. cit.,
pp. 246-247).
32
A.M.M., A.C. 1471-72, sesión de 30 de mayo de 1472, fol. 85 rº-vº y A. C. 1472-72, sesión de 30
de junio de 1472, fol. 17 rº-vº.
33
Véase BAZÁN DÍAZ, Iñaki: ob. cit., pp. 337-338.