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JOHN SCHEID

LA RELIGIÓN EN ROMA

Traducción de
José Joaquln Caerols Pérez

EDICIONES CLÁSICAS
MADRID
SERIES MAlOR

Religiones Antiquitatis Para NeUy y Roger, en recuerdo de Jos días de Mercurio

Primera edición en lengua espaftola 1991

11)John Scheid
© Gius. Laterza e Figli, Roma-Bari 1983, para laedici6n ilaJiana
ro Editions La Découverte, Paris 1985, para la edición francesa
© José Joaquín Caero]s Pérez, para la traducción española
EDICIONES CLÁSICAS S.A., para la edición española
11)
Magnolias 9, bajo izda.
28029 Madrid

ISBN: 84-7882-023-X
Depósilo Legal: M-26833-l99l
Impreso en España

Imprime: EDICLÁS
Magnolias 9, bajo izda.
28029 Madrid
PIEDAD E IMPIEDAD

Para describir el sistema religioso romano en época cristia-


na, el camino más cómodo y prudente consiste en arrancar de
puntos de partida diferentes, pero convergentes. Poco a poco
se irá conformando una imagen coherente, en ocasiones por
oposición a la mentalidad cristiana, y, a través de estas sucesi-
vas defIniciones, conseguiremos tener una perspectiva lo sufI-
cientemente amplia como para eludir cualquier posible crítica
de etnocentrismo. La investigación se inicia en la comunidad
cultual, estudiando la impiedad, antes de pasar a los dioses y
los sacerdotes. Tras un viaje a los orígenes, destinado a com-
pletar los datos obtenidos, se hablará de los problemas plan-
teados por la helenización y se examinará lo que cambia y lo
que permanece en la religión romana durante el Imperio.

1. LA COMUNIDAD CULTUAL

Escribe Cicerón: Sua cuique civitati religio [... ) est, nostr-;;J


nobis ((cada ciudad tiene su religión, nosotros tenemos la
nuestra», Pro Flacco 28.69). Esta frase lo dice todo. La religión
romana no existe más que en Roma, o allí donde residen roma-
nos. Se encuentra incardinada en un espacio, Roma, un espa-
cio defInido, ya que se trata, ante todo, de la parte de la ciudad
comprendida dentro del recinto sagrado (pomoerium) , donde
se encuentran domiciliados la mayor parte de los cultos y hu-
mean los grandes altares. Desde la invasión gala, los romano!J
JOHNSCHElD LA REUGlÓN EN ROMA

no han querido, ni podido, abandonar este espacio religioso. «público»: se celebra en nombre de la familia y en su presencia;
Fuera del recinto, encontramos recreado ese mismo entorno en en ciertos casos, delante de los vecinos o, incluso, de toda la
los santuarios de los alrededores, en los bosques sagrados y, más ciudad (matrimonios, duelos). Esta religión familiar constituye
allá del ager Romanus, en los campamentos legionarios y en de por sí una pequefta célula independiente, impermeable a
las colonias. Tan precisa es esta definición que en el último ca- quienes no participan en ella. Su culto se regula c.on arre~o a
so, el de la colonia, si bien la constitución religiosa emana de la unas costumbres y un calendario autónomos. Bien es cierto
propia autoridad religiosa de Roma y cualquier ciudadano ro- que las autoridades de la República se interesan en ocasIOnes
mano puede practicar en ella el culto, la religión, en cambio, por el culto doméstico, como, por ejemplo, cu.ando ciertos
deviene, hablando con propiedad, la de la colonia como tal. comportamientos provocan inquietud. Una familia que. no ce-
Aun cuando sea prácticamente idéntica y pueda existir cierto lebre como es debido o bien descuide por completo los ntos fu-
control, la colonia tendrá, en adelante, su propia religión, sus nerarios incurre en impureza y puede constituir un peligro para
sacerdotes, sus fiestas. Por otro lado, ningún culto extranjero el resto de la ciudadania, los magistrados y los sacerdotes. El
puede penetrar en el pomoerium o en alguno de los santuarios ciudadano debe estar puro para poder participar en la vida pú-
de las afueras sin provocar las iras del Senado. Para franquear blica. Esta pureza se adquiere, sobre todo, cumpliendo con l~s
este limite es preciso que el dios <<ingrese en la ciudad». En caso deberes domésticos, como es el caso de los tributados a los di-
contrario, es preciso expulsarlo, tanto más rápido cuanto que funtos.
su presencia puede provocar habladurías. Así, cuando en el 58 A decir verdad, son muy raras las intervenciones de las au-
¡sis y, sobre todo, sus sectarios, empiezan a plantear proble- toridades de la ciudad en la esfera del culto familiar. Sin em-
mas, los cónsules hacen demoler una capilla que se había le- bargo, las costumbres, recomendaciones y controles sobre las
vantado subrepticiamente en el Capitolio. prácticas funerarias demuestran que~ en ciertos aspectos, ~ la
ciudad le preocupa el correcto cumplimiento de los ntos pnva-

~
Hay que hablar, pues, de un lugar bien definido, pero tam-
bién de un espacio social. Para practicar es preciso ser ciudada- dos. Paralelamente, el interés de la ciudad resulta manillesto
no romano. No se convierte uno a la religión romana, ni tam- cuando se trata de un culto gentilicio al cargo de detenninada
poco hace un acto de fe: o bien nace «fleb> o bien llega a serlo gens: Catón el Censor «pone la nota de censura» a un caballe-
uando recibe la ciudadania. ro que no ha cumplido correctamente este tipO de deberes reli-
r El ciudadano es, ante todo, miembro de una familia. En este giosos (Festo, p.466, ed. Lindsay), y las adopciones en las gran-
des familias plantean a menudo delicados problemas religIOSOS
nivel participa de un culto, el culto familiar, reservado en prin-
cipio a la familia, si bien guarda relación con la vida y el culto al respecto. Más evidente aún resulta el interés de la ciudad
públicos en muchos aspectos. El ciudadano participa en el cul- cuando se trata de ciertos cultos gentilicios importantes que
to familiar porque ha nacido en una familia o bien ha entrado implican a toda la población, hasta el punto de que en detenni-
en ella por adopción, matrimonio o cualquier otro medio. No nado momento han llegado a convertirse en públicos (así, por
se precisa ninguna iniciación: son las propias situaciones socia- ejemplo, los ritos del Terentum de los Va1er~). .
l.ks las que fundamentan la comunidad religiosa. El culto fami- Hay un ejemplo que ilustra a la perfecclOn la \Ulportancla y
liar no es silencioso, ni tampoco individual, sino comunitario y la reglamentación de un culto familiar o, para ser más exactos,

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gentilicio: el culto de Hércules en el Ara Maxima'. Hasta el Ahora bien, en la época en que nosotros la estudiamos, la)
312, este culto era celebrado por los Potitiiy afectaba a todos comunidad por excelencia del hombre romano es la ciudad, la
los ciudadanos. Ese afio, en atención a la solicitud del censor respubliea. Ya hemos seflalado que para practicar es preciso
Apio Claudia, renuncian a su privilegio en favor del Estado. ser ciudadano: no se trata de convertirse, sino de poseer o ad-
Cuenta la tradición que, tras este acto, toda la gens (doce fami- quirir la ciudadanía. El extranjero se encuentra excluido del
lias y treinta varones adultos) desapareció en un afio; el censor culto. Si por una u otra razón este extranjero, ya se trate de un
quedó ciego. Sin profundizar en este problema, prestaremos rey o una ciudad, quiere sacrificar o dedícar bienes en un san-
atención a dos cuestiones. Por un lado, la importancia de este tuario romano, tendrá que pedír autorización al Senado: los
tipo de culto, patente, no sólo en el hecho de que la propia ciu- ejemplos son abundantes (los panfIlios, Tito Livio 44.14.3,
dad lo haya recuperado, sino también en la cólera de Hércules: Prusias, Tito Livio 45.44.8, etc.). Si yn ci~dadano abandon~1 1
las reglas existentes son intocables y su modificación constituye culto poliádico, deserta, se separa de la ciuda~ El escándalo de
un sacrilegio. Por otro lado, se puede entrever en la desapari- las Bacanales (186 a.C.) se debe a una de estas «deserciones" .
ción total de los Potitii la importancia fundamental que reviste Del conjunto de crimenes contra el Estado denunciados en la
el culto privado para esta mentalidad. En efecto, la tradición li- ocasión por los cónsules, fijaremos nuestra atención en dos. El
ga de alguna forma los Potitii a su culto: una vez que éste ha si- primero consiste en que estos jóvenes, procedentes de las mejo-
do cedido a otro y, por lo tanto, abandonado, la gens desapa-
res familias, se entregaban en exclusiva al culto báquico preci-
rece. Dicha desaparición no depende únicamente de la falta co-
samente en el momento en que debían entrar a la vida cívica
metida, del abandono reprehensible de los deberes religiosos
activa. Más grave aún resultaba el hecho de que estos ciudada-
privados, sino también de la simple dejación de su religio por
nos dieran la impresión de ser muy numerosos, no sólo en Ro-
¡esta gens, que sale, de ese modo, de la historia: para la mentali-
dad romana hay una ligazón indisoluble entre la existencia his-
tórica de una gens y la permanencia de sus cultos.
ma, sino también en toda Italia. El culto baquico tenia una vi-
da propia e intensa, escapaba a cualquier control público, exi-
gía a sus adeptos un juramento de fidelidad ... en pocas pala-
A otro nivel, ciertos ciudadanos podían ser miembros de un
colegio. Ahora bien, estos colegios, algunos de los cuales eran, bras, estaba, al menos a los ojos de los cónsules, a punto de
por lo demás, de carácter exclusivamente religioso, se presen- convertirse en el culto constituyente de un «pueblo nuevo». En
tan, ante todo, como asociaciones cultuales. Mejor dicho, la palabras de Livio: Multitudinem jngentem, a1terum jan;¡ prope
existencia de estos colegios de artesanos y los vínculos que populum eYse(39.13.14, «era una multitud inmensa, casi un se-
unen a sus miembros no se explican sino a través de una prácti- gundo pueblo»). La misma <<intolerancia» explica las persecu-
ca cultual comuninitaria. Así, cuando en 64 un senadoconsulto ciones contra los cristianos o ciertos conflictos con los libertos
suprime todos los colegios, excepto los de los fabri y tictores, de origen judío: cuando un ciudadano o un esclavo (prisionero
también quedan prohibidas las fiestas celebradas por los cole- de guerra) manumitido se niegan a practicar el culto público
gios compitalicios, las compjtaJja' . Así pues, el culto se encuentra dejan, a los ojos de los romanos, la comunidad cívica. Si estos
ligado a determinadas situaciones sociales y la ciudad ejerce su «abandonos» son muy numerosos, se babIa de complot y sece-
control sobre la religión en todo momento. sión.

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JOHNScHElD LA RELIGIÓN EN ROMA

Estos ejemplos demuestran que el ciudadano está destinado, que sirven como camiUi A pesar de ello, mujeres y niños pue-
por su propia condición social, a practicar el culto romano. den oficiar en nombre propio en detenninadas ocasiones: los
Hasta ahora, hemos empleado de forma deliberada el término segundos pueden convertirse en salios, en tanto que aquéllas
«ciudadano». En efecto, el principal actor del culto romano es aparecen como sacerdotisas celebrando las Matrona/ia o la
aquél que ocupa también la totalidad del edificio institucional fiesta de la Bona Vea. Ahora bien, las Vestales, por ejemplo,
el ciudadano varón y adulto. ' no son matronas por entero, sino algo más, o algo menos. O
El rol cultual asignado a las mujeres y, de forma paralela, a bien ocurre que el rol sagrado transforma el estatuto de la mu-
los esclavos y los niños, no se encuentra delimitado con clari- jer, o bien prevé la economia de lo sagrado, en determinada cir-
dad en ningún momento: esto es, ya, un indicio. Sin embargo, cunstancia, una inversión de la situación, como es el caso de las
se sabe, gracias a las representaciones plásticas, las alusiones li- mujeres que sacrifican, en secreto, en honor de la Bona Dea.
terarias y ciert~s fiestas y funciones religiosas, que la participa- Pero estas excepciones no suponen ningún cambio. Cuando
ción de los esclavos (como también la de los extranjeros) de- dos matronas de época imperial hacen una dedicatoria a la Bo-
pendía siempre de la voluntad de la comunidad. Además, esta na Dca, la inscripción recoge, en primer lugar y con grandes
asistencia se limitaba, de todos modos, a un papel pasivo y su- caracteres, el nombre de sus maridos, precediendo a los pro-
bordinado. Así, los esclavos podían asistir a los sacra si reci- pios ... escritos con letras más pequeñas (CIL XI.1735).
bían autorización para ello. Por lo demás, lo normal era que se Así pues, la comunidad cultual romana comprende, ante t-;¡
les utilizara como ayudantes en el culto. También encontramos do y casi en exclusiva, a los ciudadanos. Son ellos, en todo ca-
esclavos que celebran ritos en lugar del dominus (como, por so, los que tienen siempre la iniciativa, los que son, por encima
ejemplo, el yjJJicus de Catón), pero en ningún caso pueden ofi- de todo, piadosos. La comunidad engloba, asimismo, a las mu-
ciar un acto sagrado en su nombre: ese rol está reservado al jeres, los niños y los esclavos, si bien su papel es pasivo y se en- ~
ciudadano. Ni que decir tiene que el esclavo, como el extranje- cuentran menos involucrados que los ciudadanos. Del mismo
ro, puede honrar a sus propios dioses, y tener, de este modo, modo que el extranjero ha de pedir autorización para sacrificar
una actitud religiosa. Ahora bien, en tanto en cuanto ésta no o hacer ofrendas a los dioses romanos, el romano necesita la
resulte escandalosa ni atente contra el orden público, en nada misma díspensa para depositar su presente sobre el altar de un
afecta a la ciudad romana: no pertenece a la esfera religiosa de dios extranjero. Sua cuique cjYitati religio [... ] est, nostra nobisJ
la ciudad o la comurtidad familiar. Hay que matizar, sin em-
bargo, la situación de los esclavos respecto a la de los extranje-
ros, las mujeres o los niil.os. Los extranjeros, como habíamos
visto, pueden celebrar perfectamente (si son miembros de otra 2. LA IMPIEDAD
ciudad) un sacrificio, a condición que reciban autorización pa-
ra ~llo. En el caso de las mujeres, su presencia es, casi siempre, Con el fm de evitar la trampa, el atolladero en que nos po-
pasIva: en muchos sarcófagos y bajorrelieves la mujer ofrece la dría meter un estudio que privilegiara los hechos religiosos po-
aceITa (cajita para el incienso) al marido que realiza el sacrifi- sitivos, los actos piadosos, consideraremos los datos desde otro
cio. Su función, por 10 tanto, es la misma que la de los niños ángulo: el de la impiedad. Este insólito punto de vista, consis-

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JOHNSCHEID LA RELIGIÓN EN ROMA

tente en estudiar la piedad partiendo de su contrario, puede re- tuales y llevar vestimentas puras; la piedad, en respetar al pie
sultar particularmente fructífero, toda vez que permite obser- de la letra todas las prescripciones rituales. N o se requiere nin-
var cómo nuestros testimonios, tan frias y silenciosos cuando gún sentimiento intimo, como no sea el de no ser un impius no-
nos describen los aspectos regulares de la piedad, se alteran torio. Dicho de otro modo, la piedad consiste en respetar es-
violentamente cuando constatan una falta religiosa. Y, cuando crupulosamente la tradición común, ya se trate de una <dey»
los .espiritus se enardecen, cambia el discurso, se buscan justifi- cultual, una orden emanada de la autoridad religiosa o, simple-
cacIOnes y se exponen principios. Esta perspectiva ofrece una mente, la tradición conservada por los pontífices. Para el indi-

¡
vía, quizá la más segura, para conocer el sentimiento religioso viduo, el delito religioso consiste en violar las reglas públicas.
roma~o. A través del estudio del escándalo, la impiedad y su Es lillpío y no admite ex iación al na quien transgrede deli-
repreSIón, puede ~ptar el historiador moderno la esencia de la bera amente as prescripciones rituales. Como quiera que los
relIgIón antIgua, SIn que para ello tenga que correr el riesgo de ritos están muy lejos de encontrarse vacíos, antes bien, tradu-
ponerse en lugar sus fuentes 3• cen y suscitan todo un sistema de pensamiento, la infracción
Algunos ejemplos pueden ayudar a comprender la naturale- grave de las prescripciones rituales trastorna de igual modo la
za de la impiedad en Roma. El caso más corriente, casi cotidia- expresión propiamente espiritual que éstas deben conformar

I no, de infracción es el de la falta cometida durante la celebra-


ción de un culto o, más frecuentemente, de las fiestas. En tales
casos, la falta consiste en un error ritual, un olvido. Además,
puede ser denunciada por medio de un prodigio. Una vez cons-
tatada: b~ta con repetir total o parcialmente (instaurare) la ce-
(así, por ejemplo, la definición de la condición humana, instau-
rada por medio del sacrificio). Lejos de ser sólo una infracción
material, la impiedad revela, también, una impureza funda-
mental, del mismo modo que la conducta piadosa hace posible
la pureza espiritual y crea las condiciones para una vida armo-
remoma VICIada para que su efecto religioso sea completo. La niosa. Sólo el rechazo público, sin embargo, castiga al impío. Si
frecuencia y facilidad de estos piacula o instauratione5 no de- la comunidad lo persigue, lo hace en el plano de lo profano. Evi-
be, sin embargo, inducir a error. La infracción nunca es benig- dentemente, la infracción de una regla pública afecta también a
na y sus consecuencias pueden resultar desastrosas para los ce- los dioses, pero esta falta, propiamente religiosa, del individuo no
lebrantes y para la propia Roma. Pero antes de que la cólera interesa a la respublica: se trata de un asunto <<privado» entre esa
celestIal castIgue esta falta y una desgracia se abata sobre la co- persona y la divinidad. Queda en manos del dios, pues, la vengan-
munidad, los celebrantes o el Senado disponen de una tregua, za por las ofensas recibidas, en tanto que los magistrados se limi-
en tanto en cuanto una infracción sólo es grave cuando se co- tan -romo en el caso, por ejemplo, de los procesos por asesina-
mete de forma voluntaria. Ahora bien, una vez constatada o to- a proteger a los ciudadanos afectados, hombres y dioses, de
anunciada la falta, toda dilación en su reparación resulta fatal y cualquier exceso, desempeñando el papel de intermediarios.
transforma la lillPrudencia en impiedad. En un caso así, los roma- Otro ejemplo puede servir para aclarar estas observaciones.
nos son formales: semejante impiedad no admite expiación. Lo hemos tomado de la lista de atentados contra lo sagrado,
Vemos, pues, que las infracciones que el romano puede co- como, por ejemplo, la violación de un santuario o el robo de un
~ meter en su práctica religiosa son siempre materiales y exter- objeto sacro (Jo que se llama un sacrilegium). Nos referimos al cé-
( nas. La pureza consISte en haber procedIdo a las abluciones ri- lebre sacrilegio de Pleminio (Tito Livio 29.8-9, Diodoro 27.4).

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JOHN SCHEro LA REUGlÓN EN ROMA

Tras la toma de Locros en 204, el legado de Escipión, Ple- dente y, por ello, necesitada de tal purificación. A lo largo de
minio, entrega la villa al pillaje y viola los templos, especial- esta fase del procedimiento no se relatan en ningún momento
mente el tesoro del santuario de Proserpina. Una embajada 10- los hechos de Pleminio. Antes bien, Livio no menciona sino un
cria presenta sus quejas por este crimen ante el Senado. Irrita- acto anónimo: «el dinero arrebatado»; «el traslado, la apertura
dos contra Pleminio y su superior, Escipión, los senadores reci- y la violación de este tesoro» (29.19); <da expiación de los he-
ben de los pontífices los informes relativos a las medidas chos impíos cometidos en lDcros, [... ] tocando, VIolando o lle-
religiosas que se deben adoptar y envían al lugar una comisión vandose los objetos» (29.20).
que expíe el sacrilegio y lleve a cabo una investigación sobre 3. El propio Pleminio carece, evidentemente, de posibilidad
Pleminio y Escipión. Llegada a lDcros, la comisión devuelve, de expiación. Se le envía a Roma para ser juzgado. No sabe-
en primer lugar, el doble de los tesoros robados y ofrece los sa- mos de qué debería defenderse, si bien queda excluido, en mi
crificios expiatorios prescritos. A continuación, arresta a Ple- opinión, que h¡¡.ya podido tratarse de algo que no fuera un deh-
minio, lo juzga culpable y lo envía a Roma para que comparez- to «profano» .
ca ante el pueblo. En cuanto a Escipión, recibe las felicitacio- En lo tocante a la impiedad de Pleminio, el relato de Livio
nes de la comisión. Tres puntos nos interesan directamente: refleja, quiza, una mentalidad bastante extendida en Roma,
l. El delito cometido por Pleminio compromete y amenaza, que no hace sino traducir el caracter inexpiable de la mancha.
en primer lugar, a la propia comunidad romana. Según Livio, Cuando los locrios evocan el caso de Pirro, también él culpable
los embajadores locrios habrían presentado la impiedad como de sacrilegio, recuerdan que, aun después de haber restituido
un peligro acuciante para Roma: «Hay, no obstante, un hecho los tesoros robados, el rey no logró llevar a cabo ninguna de
del que debemos lamentarnos especialmente, debido al respeto sus empresas; tras el sacrilegio, era otro hombre y murió oscu-
a la religión grabado en nuestras almas, y del que queremos ramente, con un fmal indigno de su rango «<tras esto, nada le
que vosotros, Padres Conscriptos, estéis enterados, a fm de que salió bien; expulsado de Italia, perece con una muerte oscura y
limpiéis vuestra República de semejante sacrilegio, si lo consi- sin honor, por haber entrado de noche, imprudentemente, en
derais adecuado; [... ] no emprendais nada sin haber expiado Argos», Tito Livio 29.18). Esta transformación, consecuencia
antes su ~rimen [s.c. de Pleminio y sus cómplices], ni en Italia, de la impiedad, se da también en el caso de Pleminio: los solda-
DI en Áfnca, no sea que el sacríficio que ellos cometieron lo ex- dos y sus jefes se ven acomentidos por una especie de locura
píen, no sólo con su sangre, sino también con una calamidad que los lleva a luchar entre sí «<este mismo dinero hizo desva-
sobre vuestro pueblo» (Tito Livio 29.18). riar a todos los que se habían manchado con la violación del
2. El sacrilegio de Pleminio es expiado por la respubh"ca, tal templo», etc., i9.8), Pleminio es gravemente mutilado en el cur-
y como lo habían aconsejado los locrios, tras la consulta de los so de estas trifulcas (29.9) y, lo que es mas, una vez capturado y
pontífices, que indican, «en lo relativo al traslado, la apertura y trasportado a Roma, muere en el fondo de un calabozo, antes
la VIOlaCIón de este tesoro sagrado, qué expiación, a qué dioses incluso de ser juzgado. Se diría que los impíos pierden la razón
y con qué víctimas consideraban que se debía sacrifica!")) (Tito y se transforman en monstruos (en el caso de Pleminio), fraca-
Livio 29.19). La expiación no atafte, pues, a Pleminio, sino a san en todas sus empresas y perecen súbitamente con una
un acto cuyo agente no puede ser otro que la comunidad impru- muerte deshonrosa.

lO II
JOHNSCHEID LA REUGJ6N EN ROMA

Consideremos un segundo ejemplo (Tito Livio 42.3, 42.28.10). do por su impiedad. Sus fracasos, su locura, su muerte deshon-
En 173, el censor y pontífice Q. Fulvio Raco despoja el templo de rosa se trate o no de una invención o una reinterpretación de
Hera lacinia en Crotona de sus tejas de mármol para cubrir hechos realmente acaecidos, sirven para mostrar al público la
con ellas el techo del templo de la Fortuna Ecuestre, que él exclusión social que se abate sobre aquél que se encuentra con-
mismo estaba construyendo en Roma. El hecho suscita una taminado por un acto impío, así como los efectos de la vengan-
fuerte reacción emocional en la ciudad. Fulvio recibe una seve- za «privada» de la divinidad ofendida.
ra reprimenda del Senado, no sólo por la profanación de un Los ejemplos que hemos examinado demuestran que los delito
templo, sino también por haber arruinado por completo un voluntarios y, por lo mísmo, inexpiables, se consideran bajo dos
edificio que, en principio, hubiera debido mantener y conservar aspectos diferentes. Por una parte, la respublica repara y expía el
en tanto que censor. bste se ve acusado, pues, de una especie de delito religioso que eJJa ha cometido involuntariamente. Por otro
Amtsverbrechen que implica al Pueblo Romano en un sacrile- lado, juzga a los culpables del delito por haber violado las normas
gio: «Verle cometer parecidos destrozos en las mansiones parti- por un Amtsverbrechen, no por su impiedad.
culares parecía, sin duda, algo indigno; lo que resultaba escan- Todo ocurre como si el ciudadano e, incluso, el magistra3
daloso era verle demoler los templos de los dioses inmortales y no pudieran, en el fondo, cometer un delito religioso. Es cierto
cometer, al servirse de las ruinas de estos templos para cons- que el culpable puede resultar impius en el caso de que haya
truir otros nuevos, un sacrilegio del que el Pueblo Romano re- cometido su falta dolo majo, pero ese aspecto de sus actos en
sultaría responsable» (Tito Livio 42.3). Paralelamente, el Sena- nada interesa a la comunidad. Lo que ésta hace es despreciar y
do ordena que se restituyan al cabo lacinio las tejas robadas y expulsar al impío: una exclusión en la que el fin trágico de los
se ofrezcan piacuJa (sacrificios expiatorios) a Juno, todo ello, impíos, maquillado o no, patentiza el carácter inexorable de la
evidentemente, en nombre del Pueblo Romano, involucrado de venganza de los dioses. En lo referente al individuo, el delito
forma completamente involuntaria. reside, a los ojos de la ciudad, más bien en la violación de las
Por lo demás, Fulvio no sufrió mayores molestias. La conti- reglas públicas: su gravedad es mucho mayor cuando se trata
nuación del relato de Tito Livio, sin embargo, parece reprodu- de magistrados o legados del Pueblo Romano. El «verdadero»
cir el topos del descarrío de los impíos, ya seilalado a propósito delito religioso, de consecuencias catastróficas, sólo puede ser
de Pleminio. En efecto, Fulvio se suicida el Rilo siguiente al sacri- cometido por la ciudad como tal. Basta con releer el pasaje de
legio -según el comentarista W. Weíssenbom, el hecho parece Livio citado más arriba. Dos son los reproches que se le hacen
datado con una antelación de un Rilo, por lo menos-- debido a al censor Fulvio Flaco:
las desgracias familiares, aunque también, según la opinión pú- a) (<verle cometer parecidos destrozos en las mansiones par-
blica, por obra de los dioses, que lo habían vuelto loco a raíz ticulares parecía, sin duda, algo indigno; lo que resultaba es-
de su delito: «Corría la opinión de que, tras su censura, había candaloso era verle demoler los templos de los dioses inmorta-
sufrido algunos ataques de locura. Tal enajenación del espíritu les» (he aquí el Amtsverbrechen);
se consideraba, por regla general, como un efecto de la cólera b) «un sacrilegio del que el Pueblo Romano resultaría res-
de Juno contra él, por haber expoliado su templo» (42.28). De ponsable» (no es posible mayor claridad: aquí radica~ la «ver-
este modo, Fulvio, como Pleminio y Pirro, se encuentra marca- dadera» falta religiosa y el verdadero responsable). Esta es la

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razón, asimismo, de que todas las ofensas voluntarias contra toda la realidad. Existen, además, actos piadosos contradicto-
los objetos sagrados, todas las infracciones religiosas, no alcan- rios: lo que se declara impío en una orilla del Rubicón no lo es
cen ipso mcto el rango de impiedad. Para que exista el delito en la otra. 1& religión <<funciona» en cada campo, y lo haoe ate-
religioso es preciso que la comunidad lo asuma públicamente. niéndose a la tradición. Así, una situación excepcional como
Personajes como Clodio, Sila o Nerón, por ejemplo, han come- ésta haoe patente la contingencia del acto impío: no sólo nece-
tido sacrilegia y otras muchas infracciones religiosas, pero la sita de la mediación social para existir, sino que, además, es va-
comunidad no ha asumido sus actos, ya fuera porque la mayo- lorado, no tanto en relación con un absoluto divino, como
ría de los ciudadanos consideraba que no se babía roto la pax partir de los intereses y voluntades de la comunidad históri
deorum, ya porque les resultara imposible reconocer el sacrile- que reúne a los hombres y los dioses, es decir, la ciudad.
gio: en tal caso, la comunidad siempre tenía la posibilidad de Podemos citar en apoyo de esta interpretación la conocida
recordar el delito una vez muerto el tirano y dejar a éste al mar- anécdota de los comicios consulares dirigidos por el padre de
gen de la historia. Pero no siempre se restablecía el orden de es- los Gracos, Tiberio Sempronio Graco (Cicerón Sobre la natu-
ta forma -pensemos en Sila-, así que se puede concluir que raleza de los dioses 2.10). Éste se niega a tomar en considera-
Roma fue dueña en todo momento de su conducta. Sólo por ción el omen «<signo desfavorable») designado por la muerte
ella y a través suyo podia devenir impío determinado acto. del primer votante. Como quiera que este omen provoca cier-
tTambién era ella la que ponia al ciudadano de buena fe al abri- tos escrúpulos entre el pueblo, Graco eleva su informe al Sena-
~ de la cólera, demasiado intempestiva, del dios. do. Se consulta a los harúspices (no a propósito de las reglas
Esta mediación social, indispensable para «crean> la impiedad, infringidas, sino a cuenta del significado del omen) y éstos res-
se pone de manifiesto, con toda claridad, en los innúmeros escán- ponden que Graco no es un rogator (presidente de asamblea)
dalos que rodean el sistema de los auspicios urbanos y las obnun- legitimo (non fuisse iustum). Graco se enfurece y ataca violen-
tiationes, algo que, a los ojos de los modernos, desacredita por tamente a estos «toscanos, estos bárbaros» que pretenden criti-
completo la religión romana. Ahora bien, estas batallas por el car la conducta de un cónsul y augur. Se atiene a su primera
procedimiento, estas violaciones incesantes y flagrantes de los aus- decisión y da como válidas las elecciones. Pasado algún tiem-
picios y augurios (no tan numerosas como se dice, por otra parte), po, Graco informa, a pesar de todo, al colegio de los augures
no constituyen, en nuestra opinión, un testimonio elocuente de la de que en el curso de la lectura de los libros augurales se había
corrupción de la religión romana, sino, simplemente, el reflejo en acordado de que había cometido una falta «porque, después de
el plano religioso de los conflictos políticos. En los auspicios y las haber franqueado el pomoerium para presidir el Senado, se ha-
obnuntiationeses la voluntad pública la que decide si, con arreglo bía olvidado a la vuelta, al atravesar de nuevo el pomoerium,
a los intereses del Estado, el acto cometido por el individuo consti- de tomar los auspicios» (Cicerón Sobre la naturaleza de los
tuye un delito; sin esta mediación, la acción individual queda su- dioses 2.1 1). Los augures presentan un informe al Senado y los
mida en la indiferencia. Si, con todo, se produce una ruptura irre- cónsules, a los que había elegido esta misma asamblea, dimiten.
parable en el tejido político, si son muchas las voluntades públi-
cas, las repúblicas que se enfrentan, la clasificación tradicional en-
tre actos piadosos e impíos resulta, entonces, incapaz de abarcar
Esta anécdota pone de manifiesto el control ejercido por los
romanos sobre los actos religiosos: les competía a ellos -a sa-
ber, a los magistrados y al Senado- decidir si una acción era
!
14 15
JOHNSCHEID LA REUGlÓN EN ROMA

} contraria o no a las reglas. Otro tanto ocurría cuando un omen lidad no puede existir sino en función de leyes naturales, por
parecía seilalar una infracción. Su negativa a aceptar el omen, retomar la expresión de Cicerón, que el hombre no puede igno-
en modo alguno contraria a la tradición, nunca la fue repro- rar y que, a su pesar, ejercen un imperio absoluto sobre su espí-
chada a Graco, posiblemente, suponemos, porque ninguna ca- ritu. Esta novedad es fundamental: asistimos, en cierto modo,
tástrofe vino a denunciar la existencia de una mancha. al nacimiento, en el contexto religioso, de la noción de persona,
La misma anécdota demuestra quién está contaminado o situada de golpe en el centro mismo de la religión. Para Cice-
c.o rre el riesgo de estarlo. Cicerón escribe así: «Un hombre sa- rón, la falta no se concibe ya como una especie de enfermedad
bio y quizá superior a todos ha preferido recono= su falta, o maldición que se abate sobre un individuo impotente, sino
cuando podía haberla ocultado, antes que ver una mancha reli- que nace de la libre voluntad de un sujeto consciente, que sabe,
giosa atribuida a la República, y los cónsules han preferido como Graco, que ha infringido las leyes naturales y experimen-
abandonar de i=ediato el poder soberano en vez de conser- ta un sentimiento de culpabilidad. Por vez primera entra en es-
varlo un segundo más en contra del derecho religioso» (Cice- cena, con Cicerón, la figura de la conciencia desdichada, al
rón Sobre la naturaleza de los dioses2.11). Así pues, la mancha tiempo que, de forma paralela, las prescripciones religiosas tra-
religiosa se atribuía a la República, como si fuera ella quien hu- dicionales reciben una fundamentación trascendental (Leyes
biera cometido el delito; en cuanto a la impureza, había sido 2.15-16). Conviene seilalar que, en un sistema así, la expiación
provocada por una infracción del derecho religioso. Graco, por no tiene ya razón de ser, dado que los dioses saben que un acto
su parte, había cometido un error, un peccatum, pero no había perturbado involuntariamente por una omisión o infracción ri-
pecado en sentido religioso. Su grandeza radica en que, a pesar tual sigue siendo puro. Cicerón, sin embargo, no llega a dar es-
de la ausencia de catástrofes, ha preferido denunciar el error en te paso, lo que demuestra hasta qué punto sigue rindiendo tri-
interés de la República, justa precaución que se engloba, del buto a la mentalidad tradicional. La impiedad remite, cierta-
mismo modo, en la concepción ciceroniana del delito religioso, mente, a una teologia moral interiorizada, pero, en el fondo,
testimonio de una evolución de la mentalidad. Cicerón no hace otra cosa que transformar ligeramente la anti-
Las leyes sagradas enunciadas por Cicerón en su tratado so- gua noción de falta intencional.
bre Las leyes reproducen fielmente el modelo religioso tradi- Ésta, según la mentalidad tradicional, no denuncia el deli~
cional. La idea que el mismo Cicerón tiene del delito religioso es La misma noción de delito no deriva de la intención del impru-
idéntica a la que podían hacerse sus contemporáneos. Así, para dente o del impío, ni siquiera del propio crimen. En efecto, la
<dos crímenes cometidos contra los hombres -escribe Cicerón- casuística relativa a la intención del individuo implicado sólo
y las impiedades cometidas contra los dioses no existe ninguna ex- traduce la intervención reguladora de la ciudad en las «vengan-
piacióID) (Leyes 1.40); cometer una impiedad consiste, si nos ate- zas» privadas: en adelante, es decir, en la ciudad de derecho, es
la respublica la que da al ofendido <<luz verde» para que se to-

¡
nemos a su constitución religiosa, en violar las prescripciones reli-
giOSaS de la República. Pero, al mismo tiempo, aparece un me la justicia por su mano y, a fm de proteger a un conciuda-
elemento nuevo, una de las primeras manifestaciones de la dano de un exceso injustificado y nefasto para la comunidad,
noción de responsabilidad personal: el hombre que se sabe y se examina el grado de responsabilidad del culpable. Por otra
siente culpable, cercado por los remordimientos. Esta culpabi- parte, no basta que se haya perpetrado un crimen para que éste

16 17
JOHNSCHEID LA RELIGIÓN EN ROMA

se convierta en un acto de impiedad que reclama venganza. En la exégesis de los amenazadores prodigios anunciados por los
los casos de impiedad, como se ha podido constatar, el elemen- harúspices) .
to central no es el delito en sí, síno la mancha que recae sobre ¿Qué rol desempeña, entonces, el piaculum, la expiación? Im-
la comunidad, mancha que ponen de manifiesto los fracasos de potentes ante esta mancha, este castigo que se abate sobre ellos a
la República. Este infortunio constituía la piedra de toque en consecuencia de un crimen, del que, por regla general, no se han
que se verificaba el rompimiento de la pax deorum, y sólo en apercibido, los hombres anulan el tiempo de la impiedad y repiten
un segundo momento se ínvestigaba la responsabilidad de la el acto religioso ~ es preciso, con un sacrificio específico, fijado
comunidad humana en esa ruptura. Pero no es la infracción por la tradición- para hacer patente de este modo su buena fe y,
contra la ley sagrada como talla que provoca automáticamen- por así decirlo, probar fortuna una vez más. Al repetir el mismo
te la quiebra. Hemos podido observar que la noción de delito ademán tal y como lo prescribe la tradición, los romanos íntentan
religioso era contigente y se encontraba estrechamente unida a recobrar los efectos positivos del acto sagrado. La mancha de la
la salud de la República o, al menos, a lo que pudiera pensar al obligación piacular deriva, en consecuencia, no del delito como
respecto la mayoria de los romanos. En otras palabras, la exis- tal, sino de la naturaleza misteriosa (a los ojos de los romanos) de
tencia del delito y la obligación piacular sólo se puede apreciar lo sagrado.
en relación con un hecho objetivo, el éxito o el fracaso, que vie- Los piacula opens fáciundi (sacrificios de expiación previos
ne a traducir la opinión de los dioses. La mancha religiosa con- a las infracciones) se pueden comprender en este contexto co-
serva, a pesar de su larga tradición piacular y de las· índagaciones mo una anticipación frente a un fracaso siempre posible: se
teológicas, un aspecto misterioso y contíngente para los romanos combína el acto religioso propiamente dicho con una contun-
de las postrimerias de la República. A sus ojos, un mismo acto po_ dente prueba a contrariis de la voluntad de respetar la tradi-
día entrañar la ruptura o no de la pax deorom (pensemos en Fla- ción y manejar la esfera de lo sagrado de la forma más conve-
minio y Tiberio Sempronio Graco); cuando una infracción era útil niente. En este sentido, el piaculum ofrecido ínmediatamente
t para la comunidad estaba permitido cometerla, dado que los dioses después de una infracción ínvoluntaria equivale a los piacula
llli> disfrutaban, en tales casos, de todos los derechos. opens fáciundi, con la sola diferencia de que en un caso la ín-
Desde el punto de vista teológico, pues, la obligación piacu- fracción es real y en el otro no es más que una hipótesis.
lar no puede derivar de la propia infracción, síno que se la debe
poner en relación, al igual que la mancha, con la voluntad ín- Cuando se considera la naturaleza del escándalo provocado
sondable y misteriosa de los dioses, expresada a través de las por la impiedad, se nos presentan cierto número de datos que
vicisitudes de Roma. Ésta es la razón que explica que la mala sirven para aclarar, a la postre, el comportamiento religioso de
íntención subjetiva no sea esencial, ya que, aun cuando el dere-
cho sagrado ha ido elaborando poco a poco la noción del deli-
to de intención, esa mala íntención no se revela, a fin de cuen-
tas, más que a través del fracaso de la comunidad (piénsese,
por ejemplo, en el empeño puesto por Cicerón en demostrar la
los romanos, así como los contrasentidos en que incurren oca-
sionalmente los eruditos modernos.
Ya hemos visto que, a fin de cuentas, la impiedad es compe-
tencia sólo de la respublica, con la salvedad de que ésta no pue-
de ser manifiestamente impía: sólo ínvoluntariamente, y de for-
¡
impiedad de Clodio -su mala intención, pues- por medio de ma ocasional. La responsabilidad de las infracciones religiosas

18 19
JOHNSCHEID LA REl1Gl6N EN ROMA

hay que buscarla siempre en el plano comunitario, es decir, tienen por qué intervenir los sentimientos -y la responsabili-
aquél en que se desenvuelven los magistrados, el Senado y los dad- personales: el papel de los celebrantes consiste en inte-
sacerdotes (consultados, si es necesario), que asumen una espe- grarse estrictamente en una tradición secular y repetir al pie de
cie de tutela religiosa sobre el conjunto del cuerpo cívico. Así, la letra los ademanes prescritos. Se desvanecen enfrentados a
l.'?,s CIUdadanos romanos «pecan>' como grupo' la persona indi- su propia existencia como colectividad. .J
vidual nunca tiene acceso inmediato a la impiedad, a la divini- Cicerón defme la religión en su conjunto como el «culto de
"dad. El mdlVlduo que se encuentra en el origen directo de la l,os dioses» (Cicerón Sobre la natura1= de los dioses 2.8,
falta de la ciudad es la mancha, la impiedad, una especie de 1.117). Sabemos que se trata del conjunto de costumbres y re-
prodigio humano que expresa en su persona y su desgracia el glas impuestas a los ciudadanos y, de forma especial, a quienes
resentimiento de los dioses contra el conjunto de la ciudad (nos los representan. Ningún acto puede o debe ser personal, ni es-
referimos, evidentemente, a los casos en que la impiedad ha si- capar a la esfera de lo público. Todo está codificado y contro-"-
do reconocida a raíz de un desastre, no a las infracciones invo- lado, precisamente porque todo se hace públicamente, en nom/
luntarias): encarnación monstruosa de la ruptura de la pax bre de la totalidad de los ciudadanos.
deorum, la responsabilidad de este impío es, en suma, marginal He aquí por qué casi todos los ritos -si se exceptúan una o
en todo el asunto. Una comparación con las relaciones entre dos ceremonias extraordinarias celebradas por un grupo de
familias o entre ciudades puede aclarar lo dicho. Cuando un in- ciudadanos(-as) en representación del resto- se cumplimentan
dividuo rompe la armonía existente entre estas comunidades en público. El sacrificio y la plegaria, la toma de los auspicios y\
arriesgándose a poner en movimiento acontecimientos que I~ la inauguración, todo se hace ante un templo, en una plaza pú-
sobrepasan con mucho, los dos grupos reanudan los contactos blica, en un edificio público: exigen y presuponen la presencia,
y reafmnan sus buenas intenciones para, a continuación, entre- siquiera simbólica, de los ciudadanos. Éstos, además, partici-
gar a la parte ofendida el monstruo que ha osado inmiscuirse pan directamente en los sacrificios, asistiendo, por ejemplo, a
en lo que no le concernía: a ella compete la venganza. las ceremonias o, con mayor frecuencia, comprando la carne ~I
El estudio de las infracciones religiosas no deja lugar a du- crificial en las carnicerías.
das sobre la naturaleza de la piedad. Ésta, al igual que la impie- Ahora bien, si la piedad exige una mediación social, ésta no
dad, sólo incumbe a la respublica. Los ciudadanos practican en es posible sino al nivel de la comunidad de los ciudadanos, y el
comunídad. La piedad individual no es lo que se suele creer, si- espacio religioso por excelencia ha de ser aquél en que se reali-
no que consiste en que el ciudadano realiza todos los ritos que za esta comunidad cívica: el espacio político, concreto e institu-
le vienen lffipUestoS por la tradición, sin descuidar nada, o, pa- cional. Y si el «fieh, es, antes que una adición de personas con
ra ser más exactos, que participa en el culto sin obstaculizar su una misma experiencia de lo sagrado, un cuerpo político, el po-

r:
normal desarrollo, asumiendo, si es preciso, el rol que la tradi-
ión le asigne, un rol bastante pasivo, por regla general. En
efecto, la celebración propiamente dicha compete, sobre todo,
pulus tomado en su conjunto, con sus magistrados y sacerdo-
tes, las modalidades y motivaciones de la práctica religiosa no·
pueden ser sino públicas: políticas, para ser más exactos. Solo
a quienes están destinados a representar a los ciudadanos: los así se comprende por qué la ciudadanía constituye el primer
magistrados y ciertos sacerdotes. Pero ni siquiera en este caso requisito para poder practicar el culto romano.

20 21
JOHNSCHEID LA REUGIÓN EN ROMA

De igual forma se puede captar el verdadero alcance de las sentantes. En el plano de la práctica, la obnuntiatio intrO?uce
fiestas, los sacrificios o los votos celebrados por la respublica. cierto equilibrio en el juego político. Más aún, unos. auspicIos
Conviene no llamarse a engai'lo: a la ciudad no le interesan sólo constantemente favorables y no revocados por un sublto mal-
ciertos actos excepcionales, como las plegarias que todavía en humor de Júpiter Capitolino confieren otra dírnensión a una
nuestros días se formulan en pro de la República o del sobera- ley, a una elección, situándolas en un plano absoluto, en la me-
no, sino todos los actos litúrgicos (públicos). Sólo las celebra- dida en que los dioses, los magistrados y los ciudadanos aprue-
ciones del ~ulto doméstico o del culto colegial, por ejemplo, ban o rechazan «democráticamente» tal o cual rogabo (proyec-
quedan lurutadas al reducido círculo de aquéllos que están au- to de ley). . .
torizados a participar en ellas. Con todo, si exceptuamos este Lo que aquí nos interesa es que la obnunUatJO pon~ de mal
matiz, los principios siguen siendo, incluso en la dírnensión del nifiesto lo que se podría llamar un <<mandato» de la religión ro-
grupo familiar o del colegio, idénticos. mana, cuya finalidad no es tanto mostrar un código m?ral dic-
1 En la medida en que el espacio religioso se confunde con el tado por el dios en relación con talo cual comportanuento m-
espacio político, no ha de extrai'lar que sean los magistrados los dividual e íntimo, como, por el contrario, regular el correcto
encargados de regular las relaciones del popuJus con los dioses, desarrollo de los comicios y proveer de autoridad para conju-
de la nusma manera que regulan sus relaciones con los particu- rar ciertos excesos y faltas que podrían resultar especialmente
Llares y con otras ciudades. perjudiciales. Será <~usto» el ciudadano o magistrado que utili...:J
,. . Antes de convocar una asamblea, el magistrado cum impe- ce o reciba los auspicios y la obnuntiatio con arreglo a las cos-
n.o del que parte la iniciativa debe tomar los auspicios, es de- tumbres, sin abusar de ellas. Ejemplar es el hombre que, como
Cir, consultar a los dioses, sobre todo a Júpiter, para saber si el padre de los Gracos, prefiere anular, meses después ~e su ce-
aprueban o no su decisión de convocar dicha reunión. Si la res- lebración, las elecciones consulares -aun cuando podna haber
puesta es positiva a juicio del solicitante, se pueden celebrar los ocultado el vicio de forma ritual- por miedo a encontrarse
comicios; por el contrario, si el magistrado constata signos de- con la imputación de una falta religiosa a la República. Una
favorables: es. preciso volver ~ empezar. Paralelamente, siempre aplicación pública, una fmalidad pública -política, inc1~ y
hay la pOSibilidad de que realicen una obnuntiatio -a saber, el un origen también público: este precepto remonta, no a Juplter o
anuncio público de un signo desfavorable sobrevenido de im- a su profeta, sino al primer magistrado, al rey Rómulo; en el Sl~O
proviso durante el desarrollo de los comicios, revelador de la TI es recogido, junto con otras medidas, por una ley en. la debida
irritación divina por alguna falta humana- los otros ciudada- forma, la ley Fulia, confirmada más tarde por la ley Aeha, con to-
4
nos, los magistrados y, sobre todo, los augures. Estos últimos da probabilidad en la segunda mitad del mismo sigl0 . . .
tienen derecho, incluso, a detener, simple y llanamente, los comi- Si quisiéramos escribir, pues, el decálogo de la religión ro-
lCIOS con la fórmula Alio die/ «<jAplazado!»). mana, tendríamos que recoger en él preceptos religiosos del ti-
La obnuntiatio, que constituye el equivalente religioso exac- po de las disposiciones que se encuentran en las leyes Aeha y
to de la intercessio entre colegas o por parte de los tribunos de Fulia. Al aplicarse a la vida comunitaria como a un plano que
la plebe, tie~e como función la de reservar a los dioses la posi- les es consustancial, estas reglas religiosas han de ser codifica-
bilidad de mtervenir en los debates ... a través de sus repre- das, asimismo, conforme a las costumbres del derecho público,

22 23
JOHNSCHEID LA REUGlON EN ROMA

del que el derecho sagrado no constituye sino una parte. No modo alguno puede correr pareja con una práctica religiosa
deJ~ de ser u,,: grave. er:or, por tanto, sonreírse ante la «punti- confusa. Para intentar precisar estas observaCIOnes y ahondar
llosldacb> de cIertos Junsconsultos, magistrados y sacerdotes o más en la comprensión del culto público puede r~sultar de ut~h­
ante la fria pedanteria del ritualismo romano: es necesaria u~a dad el examen de los cargos religiosos y las relaCIOnes entre CIU-
codificacIón lo más precisa posible si se desea que las costum- dadanos, sacerdotes y magistrados.
bres rehgIOsas sean realmente objetivas, es decir, públicas.
¿EXIste acaso otro medio de expresarse en nombre de todos, y
no. tanto como mdlVlduo, que no sea la repetición, lo más
«fna» posIble, de ritos codificados e inmutables, fijados en vir- 3. ~ESTATUAS VIVAS~ y SE"RORES DE LO SAGRADO
tud de decIsIones públicas? Sería un contrasentido señalar los
a?usos de la obnllI!tiatio, por ejemplo, pensando que la reli- El ciudadano es, sin lugar a dudas, sacerdo~e en su casa: el
gIón. sólo servía a los intereses políticos, que se trataba de una paterfamilias garantiza el culto de la comurud~d doméstIca.
manIpulaCIón rastrera de lo sagrado. Hay faltas, sí, y, en oca- llnnbién ejerce la Tuncl6n sacerdotal en los ámbItos de la VIda
SIOnes, son graves, pero no porque se dé una utilización políti- .pública restringidos a los barrios y las asociaciones profesiona-
ca de la obnun/Jatlo, ya que la aplicación de este precepto no les. En fm, puede ser llamado a celebrar el culto público por el
p~ede ser más que política y sólo afecta al interés común de los conjunto de la ciudadanía. Pero estas observaciones deben ser
dIOses, los magIstrados y los ciudadanos. El abuso radica, más reconsideradas y precisadas en, al menos, dos puntos. Para em-
bIen, en que el acto litúrgico deja de ser público y no expresa pezar, no todos los ciudadanos pueden desempeñar este rol.
ya e~ consensus que fundamenta la respubJica. El escándalo Iíeíñiismo moao que en el plano familiar el paterfamill8S, Y I
consISte en que determinados grupos rivales intentan imponer sólo él, es <<sacerdote», así también, al pasar al plano de la ciu-
al resto actos cultuales que sólo emanan de una fraccion del dad, sólo a los magistrados y sacerdotes corresponde ese papel.
pueblo: son,. en cierto modo, actos «subjetivos» y, por lo mis- 11l segunda cuestión se refiere a las relaCIOnes entre magIStra-
mo, subversl~os. El abuso religioso no es otra cosa que una dos y sacerdotes. Volveremos a ello más adelante; por el mo-
mala utilizaCIón de las costumbres religiosas, la negación del mento bastará con señalar que los magistrados poseen, efecti-
rol que corresponde a una parte del pueblo y, sobre todo, la vamen'te la iniciativa cultual en ciertos casos (fonnulación de
IITUpCIÓn d: la trranía de lo subjetivo en un dominio que sólo votos, ~crificios regulares y excepcionales, toma de auspicios,
puede ser pubhco. triunfos, presidencia de los juegos, dedicatorias). Lo que no
quita para que su actividad religiosa se encuentre limitada a ta-
Hemos hablado hasta el momento de la colectividad la ciu- les ritos, y que una parte considerable de la vida cultual escape
dad, la práctica comunitaria. Podriamos sentirnos te~tados a su control.
por tanto, a concluir que el ciudadano romano es el sacerdot~ A esar del rol reli .oso de los ma . trados, existe en la vi a
romano por excelencia: una impresión justa y, a la vez, exage- pú hca una esfera específicamente sagrada de la lle.-quedan
rada. AIgun?s de los datos examinados ponen de relieve la po- exc U1 os como a es, to a vez que está reservada a los saCf:rÓQ-
sIcIón especIfica que se reserva al culto, una posición que en tes propIamente dichos. Además, no seria correcto calificar de

24 25
JOHNScHEID LA REUGlÓN EN ROMA

sacerdotales la:' funciones .religiosas de los magistrados. Los sa1 contribuido al mantenimiento del Estado tanto como los ma-
cerdotes PUb}¡CI o populi romllIli (sacerdotes públicos o del gistrados (uno y otro cargo coinciden, a menudo, en los mis-
~eblo Ro~ano) ocupan en la respublica una posición dema- mos hombres)? «Si un espíritu divino, pontífices, parece haber
S1ad~ especi?ca co~o para que se la pueda defInir, a pesar de inspirado a nuestros ancestros gran número de sus IDVenCI?~es
la etunologla originaria. d:1 té~o (* sakro-dht5-t-s, «aquél y de nuestras instituciones, nada de lo que nos han tranSDlltldo
que es el agente del SIlcri!iclUm, el que está investido de poderes es más admirable que su decisión de conflarnos, a la vez, la
que leautorizan a "sacri[¡car", a consagran)'), por la simple ce- presidencia de la totalidad del culto de los dioses inmortales y
lebraCIón de los sacr¡¡o De hecho, si bien tienen el encargo de la suprema dirección del Estado, de modo que los hombres me-
celebrar ciertos ritos (especi~ente, las fIestas del calendario) jor considerados y más ilustres gobiernan juiciosame~te el Es-
o mslShr al magistrado y al cIUdadano en el ejercicio de sus de- tado como ciudadanos y, al interpretar con sablduna la reh-
beres religiosos, los sacerdortes son, al mismo tiempo, y por en- gión, como pontífices, aseguran por partida doble la salud d.e
ClOla de todo, los depositarios y gestores de la tradición religio- p a patria» (Cicerón Discurso sobre su CllSIl 1.1). Estos sacerdo':f
sa y los ~strumenlos del culto. Son, en pocas palabras, la auto- tes, sin embargo, no fonnan una casta sacerdotal consagrada
ndad rehgl?sa nacIOnal. Con un número limitado de miem:J en exclusiva al culto de los dioses y, por lo mismo, de carácter
bros; mveshdos -<:on algunas excepciones que no contradicen supranacional. El sacerdote romano no es más q~e un delega-
la ~egla- de un sacerdocio vitalicio, los sacerdotes fonnan co- do de la ciudad, escogido, sí, con arreglo a cntenos especiales
legios, de los que los más importantes son los tres y, posterior- impuestos por la tradición, si bien esta elección en modo algu-
mente, ~uatro ~ayores (qullttuor amplissimll colJegill): en or- no viene determinada por su competencia o por un saber teoló-
den de JerarqUla descendente, el colegio pontillcial el colegio gico particular: el sacerdote es un ciudadano como los otros,
augural, el colegio (quin)decenviral yel de lo~ sep~nviros de investido de una función que no ejerce a no ser que reciba un
los banquetes sagrados. Junto a éstos existen, según las épocas, lfequerimiento fonnal de la autoridad política. ..J
s?dahdades (los salios, los lupercos, los hennanos arvales ... ) y Se trata, en suma, de un tipo especial de <anagistrado» . Es
ciertos sacerdocios particulares, como el sacerdocio público de éste un rasgo esencial que se encuentra, ciertamente, en todos
Ceres, uno de los pocos detentados por mujeres, además del de los sistemas religiosos de carácter poliádico, si bien hay que
las Vestales. En la medida en que el papel del sacerdote resulta subrayar que en Roma el nombramiento y el control de los sa-
mdénhco en tod?s los niveles de la vida religiosa, son estos cerdotes nunca se ha encontrado bajo el control directo del
grandes sacerdocIOS, gracias al detallado conocimiento que te- pueblo; además, estos colegios pennanentes, con una tradición,
nemos de los mISmOS, los que pueden facilitarnos la perspectiva una administración y una ciencia propias, han disfrutado de un
más adecuada para mtentar una defmición de la función sacer. poder que los sacerdotes atenienses, por ejemplo, jamás alcan-
dotal romana.
zaron. ID que aquí se plantea es, quizá, una de los puntales bá-
Férre~ente estructurados, pennanentes y especializados, sicos del sistema religioso romano: la excepcional posición que
los co.leglos sacerdotales eran, para los romanos, inseparables ocupan en la ciudad las <anagistraturas» religiosas, una posi-
del pnnclplO n11smo de la ciudad y de su sistema político. ¿Aca- ción que permite explicar el carácter draconiano y profunda-
so no afInna Cicerón que los sacerdotes más importantes han mente conservador del control ejercido por la ciudad sobre su

26 27
LA RELIGIÓN EN ROMA
JOHNScHEID
nadas sacerdocios hayan podido ganar por la mano -algo in-
culto, su tradición religiosa e, incluso, su sistema social. Los sa-
negable e inevitable- a otros.
cerdotes se sitúan, en razón de su especial estatuto, en un lugar
netamente superior al de los ciudadanos y, en ocasiones, inclu-
so por encima o, como poco, al mismo nivel que el poder polí-
tico. Hasta tal punto es asi que se les puede reconocer un cierto 4. LOS «SACERDOTES-ESTATUAS»
papel de moderadores de la vida politica y, sobre todo, en ra-
zón de su reclutamiento, restringido en exclusiva a las familias En un conocido texto sobre el flamen de Júpiter, PI~tarco lo
hegemónicas, considerarlos un pujante instrumento de poder y describe «como una estatua viviente y santa» (CuestIOnes ro-
de conservación del dominio en favor de las élites. No ha de ex- manas 111). Todo lo que sabemos sobre este sacerdote corro-
trallar, pues, que esta situación haya provocado los que po- bora dicha observación que, además, puede aplIcarse tambIén
dríamos considerar los enfrentamientos religiosos más impor- a la IJaminica y a los otros flámines; al menos, a aquéllos que,
tantes de la historia republicana, a saber, las luchas entre el junto con el Dial, recibían el nombre de.mayores en boca de los
pueblo y la olígarqlÚa por el control del reclutamiento de los romanos (los flamines Marcial y Quinnal). Estos flámInes re-
<anagistrados» religiosos, por un lado, y los conflictos entre la presentaban el tipo perfecto del <<Sacerdole-estatua», el <<sac¡rdo-
autoridad religiosa y la autoridad politica, por otro. Más ade-' te-dios», que no deja de recordamos al brahmán védlco. Ya
lante volveremos sobre estos problemas, ricos en documenta- les corresponda participar u ocuparse -los textos nunca r~sul­
ción. Veamos ahora, en primer lugar, en qué consiste la fun- tan muy claros en este punto- de la celebraCión de los ntos,
ción del sacerdote en Roma. no son, en lo esencial, ni sacrificadores ru d~poSltanos de la
r A la hora de examinar el conjunto de las funciones sacerdo- tradición. «No es en virtud de su competenCIa como sabIO o,
incluso, como experto en los sacra ---escnbe G. Dumézil a pro-
tales romanas nos parece que se pueden distinguir grosso modo
dos tipos de sacerdotes: por un lado, aquéllos a los que podría- pósito del flamen Dial-, sino, sobre todo, e? su propIO ser
donde se apropia del secreto de las potencias I1llstlCas que cons-
mos llamar, con Plutarco, los «sacerdotes-estatuas», encama-
tituyen» la función jupiteriana que representa. «Su enorme va-
ción del dios, del principio de una función divina; de otra par-
lor se debe tanto a su cuerpo como a sus palab~a~ y gestos: a
te, los sellares de los sacra, cuyo dominio se ejerce en el doble
través suyo Roma se ha hecho -dentro de l~ .V1eJ7, estructura
, ámbito de los ritos y la legitimidad.
encubierta bajo la tríada "Jupiter Mars Quu:mus - con un
Esta distinción -sospechamos- no es radical. Existen y se tercio, el más alto del mundo invisible: constituye, el extremo
desarrollan puntos de contacto, contaminaciones, y ciertos sa- sensible y humano de un haz de correlacIOne~ I1llShca~ cuyo
cerdocios se encuentran en la frontera entre ambos tipos. Aun otro cabo se encuentra en la soberanía Y en el Cielo de Juplte]'»
así, si bien se mira, la distinción propuesta delimita los rasgos
(op.cit., p.555).
esenciales del hecho sacerdotal romano. No vamos a perdemos Cottidie feriatus, incardinado en el suelo de Roma, este. sa-
en estériles especlÚaciones sobre la antigüedad de los sacerdo- cerdote «poseído» por su dios desempella durante toda su Vida,
cios: preferimos seguir a G . Dumézil y considerarlos comple- como en una escena, el papel de Júpiter. Veshdo de forma es-
mentarios, aun cuando en el transcurso de la historia deterrni-
29
28
JOHNScHElD LA RELIGION EN ROMA

pecial, sobre todo con ropas desprovistas de nudos y ataduras como está entre el foculus «<fogón») y Marte, en cuyo n?mbre
(su aspecto es completamente opuesto al cinctus Gabinus del parece «consumir» el humo. En cuanto al flame~ de Juplter,
sacrificador común), cubierta la cabeza con un bonete (alboga- también sabemos que le estaba prohibIdo tocar, Incluso nom-
lerus) hecho con la piel de una víctima ofrecida a Júpiter, no brar, la harina, la levadura o la carne cruda' .como SI n~ pudIe-
podía entrar en contacto con hombre alguno encadenado ni ra comer más que alimentos acabados, «CIVilIZad.os» o, Incluso,
ver lo que se oponia radícalmente al cielo de Júpiter: la muerte. ateniéndonos a la lectura de Plutarco (Cuesúones romanas
La esposa del flamen Dial, la flamínica, completaba ciertos 109-111) sacrificiales, como lo era, por lo demás, el bonete del
rasgos de su marido: su calzado estaba confeccionado con la piel sacerdo~8. De la casa del flamen Dial no se podía sacar otra
de una víctima sacrificia1 y llevaba un vestido de color rojo fuego, cosa que el fuego sagrado, destinado a los saCrifiCIOS. En resu-
como el rayo de Júpiter (obsérvese, de pasada, que la encarnación midas cuentas, todos estos indicios parecen sugenr que tam-
funcional no tiene en cuenta el sexo). El flamen de Júpiter no bién en su modo de alimentación estaba ~I flamen DIal más
puede prestar juramento, ya que él mismo es el juramento, él cerca de los dioses que de los hombres . .Cahgula (o los Invento-
es quien encarna al señor del derecho y del juramento. Du- res de esta historia) se sabia bastante bIen este catecIsmo, toda
rante la vendimia es él quien, en el transcurso del sacrificio en vez que, en su deseo de ser Júpiter, decidió, según parece, que-
honor de Júpiter, inter caesa et pO/Tecta (<<entre el momento dar investido de este sacerdoci09 . ¿Es necesana una prueba más
en que parte los exta [asadura] y aquél otro en que los ofre- evidente? .
ce»), cuando tiene lugar la distribución de la parte del dios y Los restantes flámines debían ser los protagornstas de un es-
la parte humana, toma posesión, en nombre de Júpiter, de la quema simbólico del mismo tipo -ya hemos citado la docu-
primera uva, es decir, la que ha de convertirse en víno, brebaje de mentación relativa al de Marte-, aunque la carencIa de fuen-
la soberania, reservado en el mito de los VinaJia a Júpiter. Resul- tes al respecto no nos permita tener más información sobre este
taría interesante, además, saber lo que consume el flamen Dial asunto. Lo cierto es que los tres flámines mayores celebran ca-
en los sacrificios, a los que asiste pasivo, como la estatua del da año una importante ceremonia en honor de Fldes, a cuyo
dios. No dísponemos de información clara al respecto, aunque templo se dirigen juntos en un carro cerrado,. la mano derecha
sí podemos tomar en consideración los siguientes indicios. En cubierta en señal de buena fe: fuera de su slffibohsmo IndIVI-
el bajo relieve del sacrificio ofrecido por Marco Aurelio a Júpi- dual, representan Y encarnan en su unión el consenso entre las
ter Óptimo Máximo (procedente del arco de Marco Aurelio, en tres funciones de la ciudad ideal. ¿Cómo no pensar que la p~o­
el Museo de los Conservadores del Capitolio), el flamen Dial se pia triada atravesaba la ciudad, que se había encarnado el mIto
encuentra, entre el sacrificante y el templo, en un lugar bastan- trifuncional?
te significativo, junto al buey sacrificial y tras el trípode en que De los flámines menores apenas sabemos nada. Otros sacer-
el emperador abre el sacrificio: el conjunto produce la impre- dotes, sin embargo, hacen patente esta misma concepción.
sión de que el humo del sacrificio se eleva hacia el «extremo Vestidos con una simple piel de cabra, agitados por arreba-
sensible» de la correlación que une a Roma con Júpiter. En pa- tos salvajes, con Fauno a la cabeza, los lupercos, <<lobOS». pre-
ralelo con el sacrificio representado en la base de los decenna- poliádicos, encarnan los espíritus de la naturaleza salvaje, Wel
lia' , el flamen Marcial recibe directamente el sacrificio, situado salvajismo que precede a la civilización humana y las leyes

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]OHNScHEID LA REUGIÓN EN ROMA

En el lado .opuesto, las Vestales, garantes de la identidad y la para mezclarse fISicamente con los vivos, a fm de escoltar al di-
pennanenCIa de Roma, simbolizan a la perfección el hogar y la funto hasta su nueva condición. En el triunfo, el general victo-
morada de la «gran familia romana»Il Puras como el fuego rioso, vestido como Júpiter, desempellaba por un día el papel
representando en ciertas ocasiones las labores domésticas ~ del dios: ese día, era el propio sellor del Capitolio el que entra-
convierten también en prodigios vivientes cuando violan el ~re­ ba victorioso entre los suyos.
cepto de castIdad: es el fuego de Vesta el que ve alterada su pu- En resumen, toda una serie de ejemplos tienden a demostrar
reza a través de su carne. Este simbolismo parece tan importante que ciertos sacerdotes, a lo largo de la historia de Roma, han sido,
al menos, como los propios ritos que celebraban las vírgenes. ' antes que expertos en lo sagrado, lugartenientes divinos, encarna-
¿Pertenecen los salios de Marte (salios Palatinos de Marte ción de una función divina. De hecho, este tipo de sacerdotes pue-
Desencaden.ado y salios Collinide Marte Tranquilo) a este tipo de proporcionanos una explicación acerca de la ausencia de esta-
de sacerdocIO? Algo así se podría pensar al verlos transportar tuas cultuales anteriores al siglo VI a.CI5 : ¿qué necesidad babía
entre danzas, vestidos como guerreros de antailo, sus talisma: de una estatua del dios cuando éste poseía un llamen?
nes, de los que Júpiter había enviado el primero.
Ciertos sacer~ocios creados durante el Imperio según el mo-
delo de los Ilámines perpetúan, al parecer, un simbolismo aná-
logo. En efecto? ciertos bustos, ciertas estatuas de Ilámines pro- S. LOS SEJilORES DE LO SAGRADO
VInCIales de Onente --en Occidente, el título de corona tus su-
giere el mismo fenómeno- demuestran que estos sacerdotes Junto a los anteriores, los romanos conocían una segunda
llevaban puesta una. diadema adornada con bustos imperiales: categoría de sacerdotes, más numerosos, activos en virtud de
los Ilámines se Identifican con sus divi, se ocultan tras sus bus- su función, involucrados en el tiempo y preponderantes en la
tos I2y asumen en su individualidad múltiples presencias divi- historia. Al no ser símbolos vivientes y hallarse a salvo de los
MS . Los portadores de Lares que participan en las ceremo- interdictos que ataban a los «sacerdotes-estatuas», en otras pa-
m~ esculpIdas en el altar de la Piedad o en el de los vicomagis- labras, al encontrarse, ante todo, del lado de los hombres, han
tn ,vestIdos de fonna especIal, Jóvenes a semejanza de los La- desempellado, como es de esperar, un papel de primer orden en
res, tam?Ién hacen partícipe del sacrificio a la parte humana de la vida religiosa desde, según parece, la época más antigua 16 •
estas diVlIlIdades. En fIn, Livia, sacerdotisa del divino Augusto se- La administración de lo sagrado se desarrollaba en dos planos
gún ciertas fuentes (Veleyo Patérculo 2.75.3, Dión Casio 56.46.1), complementarlos que cubrían, según Ci=ón, todo el campo de
aparece representada en una sardónica COn ropaje sacerdotal la religio: el de la dirección de las ceremonias sagradas y el del
frente a un busto del divus: esta actitud, cuyos antecedentes h~ control de la legitimidad político-religiosa.
logrado reconstruir Paul Veyne l4 , podría asimilarse, quizá, a la
funCIón sacerdotal que acabamos de describir.
La dr?IDatización de las relaciones religiosas, la integración a) Los directores del rito
de lo dIVIno, se encuentran, asimismo, presentes en otros ritos la mayor parte de los colegios sacerdotales se encuadran en
romanos. Así, en los grandes funerales los «ancestros» acuden esta categoría, representada, en primer lugar, por los pontiJi-

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JOHNSCHElD
LA RELIGIÓN EN ROMA

ces. Presidido por el pontífice máximo, verdadero principe del


formato completamente helenizado. Consultados en casos de
Estado, el colegio pontificio constituía la más alta autoridad
religiosa de Roma. Todo se le encontraba sometido y él era el urgencia nacional, los Libros aconsejan a menudo la introduc-
que controlaba, ~igilaba y preservaba el conjunto de la vida y ción de ritos y cultos de origen no romano: los (quin)decénvi-
la tradiCión religiosa. De forma paralela, los pontífices interve- ros se encargan de su organización y de vigilar las correspon-
nían a menudo en la vida litúrgica asistiendo activamente a los dientes celebraciones. A medio camino entre la adivinación
magistrados, ciudadanos o flámines en las celebraciones reli- propiamente dicha y el control religioso al modo de los pontífi-
ll!0sas. Del mismo modo que protegía toda la tradición, el pon- ces, el colegio (quin)decenviral entraba en juego cuando los sig-
tífice máxnno .conservaba y proveía los antiguos sacerdocios, nos exteriores, los prodigios, denunciaban la ruptura de la ar-
como los flámines .mayores, las Vestales y, sin duda, el rey de monía existente entre la ciudad y la divinidad, a pesar de todas
los sacra (otro.fósil conservado como si de un monumento se las precauciones y expiaciones. Su actividad se incrementa no-
tratara). También era de su incumbencia la inauguración de los
tablemente a partir, sobre todo, del siglo III a.c., cuando pare-
flámines mayores, del rex sacrorum y de los augures (o de to-
ce romperse el equilibrio entre una realidad romana que había
dos los sacerdotes, según ciertos eruditos), que venía a confir-
mar, a través de una sol.emne ceremonia de investidura en que desbordado ampliamente el marco de la ciudad, y aun de la
se anunciaba la aprobación divma, la elección humana. Está de misma Italia, y las divinidades nacionales. A través de su muy
más añadir que la competencia y jurisdicción de los pontífices particular práctica oracular, ejercida sobre un texto «profético»
alcanzaba a todos los niveles de la vida religiosa. cerrado y celosamente conservado, adaptada a las situaciones
Con el paulatino crecimiento de Roma, no sólo aumenta el excepcionales y abierta al universo extra-nacional, los decénvi-
número de pontífices, sino que, además, se crean nuevos cole- ros solían poner en práctica procedimientos para la extensión del
gios para descargarlos de parte de sus atribuciones. Así, los panteón o del culto romano, en un proceso paralelo al crecimien-
hombres de los banquetes sagrados (tn"umviri, posteriormente to de la influencia y el territorio de Roma. Completado el proce-
seplemvm epuJonum), instituidos en 196 a.c., se hacen cargo so, el nuevo campo que quedaba abierto a la práctica religiosa pa-
de la celebraCión del epuJum Iovis (<<el banquete de Júpitem)
saba al control del colegio (quin)decenviral.
con ocasión de .los Ju~gos Romanos y los Juegos Plebeyos y, de
forma más genenca, sm duda, de la organización de los restan- Roma conocía, asimismo, otros expertos en lo sagrado: los
tes Juegos romanos. feciales, los arvales, las sodalidades de los emperadores divini-
Un antiquísimo colegio sacerdotal (cuyo origen remontaba zados, a los que hay que añadir, de forma más general, todos
se decía, a los Tarquinios), el de los duóviros, más tarde decén: los responsables de los cultos locales y de los santuarios disper-
VITOS y, por fin, bajo Sila, quindecénviros encargados de los sa- sos a lo largo del Imperio y, claro está, también quienes esta-
cra y de los Libros Sibilinos, tenía como función la de conser- ban al frente de los cultos familiares. Todos ellos ejercían, en
var, consultar e interpretar, a petición del Senado los mencio- grados diversos, la función de depositarios de una tradición re-
nados Libros, conjunto de prescripciones, ritos y ;ecetas de di- ligiosa y de celebrantes del culto prescrito: en suma, la función
verso ongen, que en el siglo III a.c., al menos, adopta un
de agentes de lo sagrado .

34
JOHNScHEID
LA RELIGIÓN EN ROMA

b) Los garantes de la legitimidad o, en otro plano, entre detenninada realidad humana y un ab-
Si se excep~úan los colegios, cierto que bastante peculiares, soluto divino. Políticamente, este rito desempeila el rol «de una
de los decénvlfos y los harúspices (sólo nacionalizados bajo instancia oficial de legitimación, proponiendo, en los casos de
Claudio!, Roma no conocía un sacerdocio adivinatorio propia- elecciones trascendentales para el equilibrio de la comunidad,
mente dIcho. Para este tipo de servicios, los romanos recurrían decisiones social y políticamente "objetivas", es decir, inde-
en pnv~do a los profetas ambulantes, más o menos inspirados, pendientes de los deseos de los partidos involucrados, y benefi-
y, en publico, a los grandes oráculos del Mediterráneo o a la ciándose, por parte del cuerpo social, de un consenso general
vieja haruspicina de los vecinos etruscos. Dicho de otro modo que sitúa este tipo de respuestas por encima de las disputas.» ".
se. dirigían al extranjero. Incluso cuando, bajo Claudio, se ad: Con el paso del tiempo, los augures consiguieron dominar su téc-
nutló a los harúspices entre los colegios sacerdotales romanos nica y, poco a poco, fueron conformando una ciencia (disciph'na) ,
no fue sólo por disponer de adivinos autorizados sino tam: guardada en secreto, de la que ellos eran los únicos depositarios e
bi&:t, y en la misma medida, por conservar una antigua doctri- intérpretes. El rol y el prestigio de estos garantes de la legitimi-
na ltáhca. No hay que confundir, pues, augures y adivinos.
dad político-religiosa eran tan temibles al fmal de la República
El colegio augural, que remontaba, se decía, a Rómulo, Con- que todos los imperatores de aquel agitado período ambiciona-
servó en todo moment~, en virtud del rol que tenía asignado, ron el bastón de augur: el propio fundador del Imperio convir-
una estrecha y pnvileglada vmculación con la vida política. tió un simple epíteto augural en un sobrenombre que indicaba
Los augure.s, en efecto, eran los expertos en la toma de los aus- bien a las claras sus ambiciones.
pICIOS, el nto fundamental que obligaba a los magistrados a
constatar, con la ayuda y las garantías dadas por los augures,
en c~ertos momentos (prescritos) del tiempo polltico y con las Dicho esto, ¿qué diferencia hay entre un sacerdote y un ma-
técrucas adecuadas, la existencia de una situación armoniosa gistrado? Ninguna, a primera vista, ya que, por regla general,
entre la voluntad de la ciudad y la de los dioses armonía que provienen del mismo medio social y recorren, en su mayor par-
confería ~ I~ prim 7ra y a sus delegados la -auguS,'la plenitud de te, la misma carrera política. Por otra parte, el magistrado tie-
fuerza nustlca. «Sm embargo, la actividad del augur está enca- ne siempre algo de sacerdote, y el sacerdote otro tanto de ma-
mmada, no a conferir la plenitud de fuerza mística necesaria gistrado, en la medida en que éste participa de la liturgia oficial
para logr~r éxito en una acción, sino a constatar su presencia ° de Roma y aquél no es un «renunciante», un hombre ajeno al
su ausencIa o~ a .10 sumo, desde la perspectiva intermedia que mundo, sino una especie de magistrado, un tanto peculiar, cu-
parecen sugenr cIertos hechos, a pedir a los dioses benevolentes yas funciones se desarrollan en el campo de la política y revis-
que la pongan en las cosas, de manera que se la pueda consta- ten, por lo mismo, numerosos aspectos políticos. Sacerdote y
tar en ellas. Su ~rte, pues, es de consulta, no operativo,»17 El magistrado se encuentran, así, yuxtapuestos en la vida pública,
aUSplC1UJIl sometIdo al control -y, en ocasiones, alllamamien- y ejercen sus funciones en un mismo plano . La pregunta es:
to- de los augures se puede defmir, por tanto, como un medio ¿cuál de ellos prevalece sobre el otro 0, mejor aún, qué autono-
de control global de las relaciones entre la ciudad y sus dioses mía tiene lo religioso frente a lo politico?

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JOHN SCHEID LA REUGIÓN EN ROMA

6. EL SACERDOTE Y EL MAGISTRADO poderes normales de los sacerdotes. En este sentido, también


se podria citar la convocatoria y presidencia de los comicios sa-
Superior, en principio, el sacerdote se encuentra sometido cerdotales (desde fmales del siglo III) a cargo de los sacerdotes: se
materialmente, sin embargo, al poder de los magistrados. Al trata, de nuevo, de unos cuasi comicios tribunados, reunidos con
menos, de los magistrados más importantes. la actividad de és- ocasión de un asunto que concierne a la religión20 .
tos depende a menudo del parecer y la necesaria colaboración En los restantes casos, los sacerdotes intervienen sólo para
del sacerdote, como ocurre, por ejemplo, con la toma de los hacerse cargo de los ritos que les son confiados por el ius sa-
auspicios, los ritos vinculados a su función, las medidas religio- crum o, lo que es lo mismo, por las disposiciones permanentes
sas extraordmanas ... El sacerdote puede, innegablemente con- de esos magistrados silenciosos que son las leyes y las costum-
trola; la pOlítica .. Sin él, sin I~ colaboración de los augure~ y los bres. Sin entrar en las ceremonias del culto regular, podemos
pontIfices, por ejemplo, diJicilmente funcionaria el poder. Co- citar aquí, a título de ejemplo, la prerrogativa de los augures de
mo contrapartIda, es IguaJmente cierto que el sacerdote carece suspender o anular los comicios: al releer el célebre pasaje del
por entero de. poder político: no hay sacerdote alguno, ni si- De legibus en que Cicerón alaba este privilegio (2.12.31) se
qUIera el pontífice máxuno, que posea el imperÍum, los auspi- puede constatar que no lo pone en relación con el libre arbitrio
CIOS o la Il11SIl1a ~te:.tas. Es cierto que, como bien ha demos- de los augures, ni con sus poderes políticos, sino con su ius, ha-
trad? A. Magdelam ,el colegIO de los pontífices convoca y ciendo especial hincapié en la suprema auctorÍtas que lo carac-
presl?e -<:on toda probabilidad a través de su portavoz, el teriza. La intervención, netamente política, de los augures no se
pontIfice máxuno- los comitia caJaÚl de las curias en ocasio- justifica en virtud de un impedum de auspicios superiores o,
nes tales como el testamento, la acogida de ciertos sacerdotes como poco, iguales a los de los magistrados supremos, sino
la detestatio sacrorum (renuncia a los sacra de la gens que s.: únicamente por el ius de los augures, por las costumbres sagra-
abando?a) y, en época tardía, también la adrogación. En tales das que los autorizan, de forma permanente, a pronunciar esas
casos, sm emb~rgo, se trata de asambleas muy particulares, en apremiantes obnuntiationes y anulaciones. Los augures asu-
las que las cunas se lurutan a asistir, sin tomar ninguna deci- men, de hecho, la vertiente sagrada de la celebración de los co-
sIón. En fecha ~ás reciente (fmales del siglo IlI, como muy micios, la parte que corresponde al sacerdote y que completa
tarde), los comICIOS cunados votan, siempre bajo la presi- los deberes políticos y religiosos del magistrado. De ahí que no
denCIa de los pontífices, en lo tocante a la adopción de un deban inducir a engafto esas fórmulas elípticas que suelen emplear
sU! lUns (persona que no está bajo tutela), si bien este proce- los historiadores antiguos. Cuando un sacerdote participa, en tan-
dumento constItuye una novedad, una excepción fruto de la to que tal sacerdote, en un acto público, lo hace ~xceptuando
crecIente unportancia alcanzada por la adopción con el paso los ejemplos citados más arriba- en compaftla de un magistra-
del tIempo. No se puede recurrir a él para describir los poderes do, asUIniendo únicamente la vertiente propiamente sagrada
regulares de los pontífices. La potestad de convocar los comi- del acto.
CIOS cunados para hacer que voten esta lex cudaÚl es, por así El ejemplo de los augures pone de manifiesto que el sacerdo-
decIrlo, un aftadldo a los poderes regulares del colegio, debido te, imposibilitado para convocar los comicios tribunados o
a los mtereses de la nobleza, pero no deriva en ningún caso de los centuriados, pero con plena capaCidad para suspender por en-

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JOHNSCHElD LA REUGIÓN EN ROMA

tero el desarrollo de una asamblea, prevalece, en última instan- primordial de la religión en el devenir político de Roma, opo-
cia, sobre el magistrado, que no puede hacer otra cosa que in- niendo a la ciudad de Rómulo, fundada por la fuerza de las ar-
clinarse. En compensación, los sacerdotes, cuyos decretos, con- mas, desgarrada por disensiones internas y presa de una gue~a
sejos o intervenciones deben ser demandados y respetados por interminable, la de Numa, ordenada, pacífica, orientada haCia
los magistrados, no pueden ejercer sus «poderes» sin ser reque- <<la tercera funcióID>21. Esta paz pública, este consenso, esta ca-
ridos previamente o, como ya hemos dicho, sin haber sido co- pacidad de acción han sido instauradas por Numa al fundar la
misionados de forma permanente. Sin la consulta expresa a religión pública: «Numa muere, escribe Cicerón, dejando tras
cargo del magistrado y el Senado, sin la publicación de un de- de sí sólidamente implantadas, dos cosas especialmente ade-
creto de los magistrados, no puede existir ningún anuncio de cuad~ para asegurar la vida de una ciudad: el culto de los dio-
los sacerdotes. Una vez ha sido dado a conocer bajo la autori- ses y la benevolencia mutua» (República 2.14).
dad del magistrado y del Senado, se impone a todos. Hay razo- lDs magistrados se ajustan siempre a este principio. Su pri-
nes, pues, para considerar que los sacerdotes se encuentran some- mer acto público es, siempre, religioso, ya que, una vez votada
tidos al poder de los magistrados, lo mismo que los ciudadanos. la lex de imperio, comienzan el ejercicio de su cargo tomando
Esta solidaridad entre el magistrado y el sacerdote, tanto en los auspicios de investidura, operación que repetirán antes de
el plano teórico como en el de los hechos, en lo humano y lo di- adoptar cada una de sus decisiones. la primera sesión del Se-
vino, se ajusta a la estructura profunda de la ciudad romana. nado convocada por los cónsules se dedica a los asuntos reli-
Nos describe, con gran claridad, un principio fundamental de giosos. Cuando se funda una colonia, lo primero que se hace,
la civi1ización romana: lo sagrado prima sobre lo político, lo además de la inauguración del emplazamiento, es poner por es-
precede y fundamenta, delimita la forma en que se desarrolla lo
crito la constitución religiosa de la nueva ciudad. Así, leemos
«político». Es Cicerón quien describe el rol político de la reli-
en el capítulo 64 de la lex coloniae Genetiuae (Urso, en la Es-
gión, especialmente en el libro II de las Leyes, donde la consti-
paña meridional): <<Los duóviros en funciones tras la deducción
tución religiosa antecede a la parte dedicada a la constitución
de la colonia presentarán, durante los primeros diez dias que sigan
política. Este plan se justifica como sigue: «Trataré ahora acer-
ca de las magistraturas. Una vez constituida la religión, es ésta, a la toma de posesión de un cargo, un informe a los decuriones [... ]
con toda seguridad, la que mejor mantiene la unidad de la Re- sobre la naturaleza y el número de las fiestas, sobre los actos sa-
pública» (2.27.69). En el De natura deorum escribe: «Estoy grados que hayan decidido celebrar públicamente y sobre las otras
convencido, incluso, de que Rómulo, por medio de los auspi- ceremonias que hayan decidido celebrar» (H. Dessau, lnscripú'o-
cios que prescribe, y Numa, a través de los sacrificios que esta- nes latinaese1ectae, 6087, cap.64?2.
blece, han puesto los fundamentos de Roma. Ésta, sin duda al- las instituciones sagradas son, en consecuencia, primordia-
guna, no habria podido alcanzar su grandeza actual si no se les: se encuentran, decididamente, por encima de las restanteS
hubiera atraído por medio de su culto el favor de los dioses in- instituciones públicas. y las leyes sagradas se ponen por escrito
mortales» (3.2.5). Por lo demás, la gesta de los orígenes, que antes que las restantes leyes. Ahora bien, la tradición y la ley de
transcribe en datos históricos las ideas romanas acerca de los la colonia Genetiua especifican con toda claridad que son los
fundamentos teóricos del Estado, insiste igualmente en el rol magistrados quienes han de redactarlas.

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JOHNSCHEID LA RELIGIÓN EN ROMA

De este modo, el lugar específico de la religión romana se lugar de admitir, con Mommsen 21 , que este control estaba des-
encuentra en el foro, espacio público en que se entrelazan las tinado a poner dichos bienes a salvo de los abusos sacerdotales,
enmarafiadas relaciones existentes entre lo religioso y lo políti- pienso que demuestra, una vez más, que los dioses, como el res-
co. Es en el plano comunitario donde practica el conjunto de to de los ciudadanos, se encuentran sometidos al poder de los
los ciudadanos, y sólo en función de los intereses de esta colec- magistrados. Bien es verdad que los dioses son ciudadanos un
tividad cívica se organiza el culto. Los agentes de esta vida reli- tanto particulares, pero, en lineas generales, su posición en Ro-
giosa son los que realizan y encaman la comunión de los ciuda- ma se entiende mejor si se la equipara con la de un ciudadano,
danos: los magistrados y los sacerdotes. En términos absolutos, un ciudadano particulannente ilustre.
son los segundos los que prevalecen sobre los primeros, de la Para empezar, ¿cómo nacen los dioses romanos? No a través
misma fonna que lo sagrado es anterior y superior a lo políti- de una revelación o, al menos, no exclusivamente. Según la tra-
co, pero, al mismo tiempo, los sacerdotes y los dioses -dioses dición analística, mosófica y, sin duda alguna, popular, los
cuyos intereses están representados, de alguna fonna, por dioses de la ciudad han sido instalados por los <<magistrados».
aquéllos- se encuentran sometidos al poder de los magistra- Como ha escrito G. Wissowa, no existían dioses públicos ro-
24
dos. No quiero decir con ello que lo político estuviera ya com- manos con anterioridad a la creación del Estado roman0 To-
pletamente secularizado, como ocurre en nuestros días, al me- dos los dioses y cultos nacionales tienen un fundador conocido,
nos desde hace varios siglos. Más adelante abordaré esta un magistrado que ha escogido al dios, lo ha dotado de un
cuestión. Por el momento, baste con sefialar que la política no templo y un terreno -algo así como si acogiera a un ciudada-
era completamente autónoma en relación con la religión. Antes no en la ciudad-, ha provisto a su mantenimiento y ha dicta-
bien, ni siquiera tenia una entidad absoluta. do la ley relativa a su culto, es decir, lo que llamaríamos un
Llegados a este punto, hemos de prestar atención a uno de acuerdo de derechos y deberes recíprocos. Por lo que hace a los
los participes de este pacto tripartito que es la ciudad antigua, cultos romanos es Numa, sobre todo, el que, junto con Rómu-
del que hasta el momento apenas se ha hablado: los dioses. lo, pasa por haber instaurado la mayor parte. Pero el panteón
ha ido aumentando y son numerosos los casos en que vemos a
un nuevo dios <<hacerse cargo de sus funciones» en Roma. Esta
toma de posesión es siempre un acto público, dirigido por el
7. LOS DIOSES CIUDADANOS Senado y los magistrados. No basta que el dios se manifieste
sin más. Cuando Ayo Locucio habla al plebeyo M. Cedicio or-
Los dioses son, en cierto modo, ciudadanos. Habitan en el denándole que advierta a los magistrados del peligro galo, és-
centro de Roma, son propietarios de un trozo de tierra con una tos se niegan a tomar en cuenta el aviso a causa de la humilitas
«vivienda», cumplen puntualmente sus deberes para con la res- (origen humilde) de Cedicio. Sólo más adelante, a la vista de
publica y participan en todos los actos públicos. La gerencia de los hechos, se deciden los magistrados a recibir al dios 25 • Por
sus bienes no está al cargo de los sacerdotes, sino que son los otro lado, no todas las divinidades <<naturalizadas» gozan del
magistrados y, de fonna especial, los censores, quienes admi- mismo estatuto. Entre las extranjeras, algunas han recibido la
nistran las propiedades muebles e inmuebles de los dioses. En «plena ciudadaníaJ> y se encuentran instaladas en el interior del

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JOHN SalEIo LA RELIGION EN ROMA

pomoerium (los Castores, la Magna Mater Cibeles), en tanto de los Libros Sibilinos son prohibidos ---en ocasiones, destrui-
que otras han recibido un «derecho de ciudadaIlla» inferior, to- dos, incluso-, y los dioses que los inspiran, silenciados. Los
da vez que se hallan establecidas fuera del recinto sagrado Oráculos Sibilinos existen, pues, oficialmente: su cometido es
(Apolo y Hércules, por ejemplo). ayudar a la República a comprender los motivos de las crisis
Los dioses, como los ciudadanos, pueden enfadarse. Sin em- graves, aquéllas en que resulta imposible, a todas luces, desve-
bargo, necesitan la mediación de los magistrados para expre- lar por medio de una investigación rutinaria las causas de la
sarse, del mismo modo que sólo éstos pueden canalizar la cóle- contaminación de la ciudad y expiadas conforme a la tradi-
ra de los ciudadanos. Supongamos que el gran sei'lor del Capi- ción. Dado lo urgente del caso, se podria pensar que la consul-
tolio se irrita y lanza el rayo en el curso de la celebración de ta tenía lugar de forma inmediata y que se recibía directamente
unos comicios. ¿Cuáles serán las consecuencias? El magistrado la respuesta oficial de la Sibila inspirada. Pero no es así. Para
que preside puede aceptar o no el signo: las costumbres le dan empezar, como hemos dicho, no se trata de consultar cualquier
derecho a hacerlo. Eventualmente, puede consultar a los augu- oráculo: sólo se admite una colección cerrada y conservada en
res in auspicio (es decir, comisionados para asistirle) a la hora Roma bajo la custodia de los (quin)decénviros. Hay constancia
de adoptar una decisión, aunque conservando en todo momen- de consultas a los harúspices o bien a otros oráculos, como los
to su independencia, como cuando un magistrado consulta a su de Preneste o Delfos, pero nada de ello podía hacerse sin una
consilium antes de promulgar, él solo y de forma independiente, decisión oficial al respecto; más de un magistrado tuvo que su-
determinado decreto. El signo en cuestión sólo existirá cuando el frir críticas en relación con el oráculo de Preneste'6 Lo normal
magistrado, en virtud de una especie de decreto, lo acepte. Así es que se consulten los Libros Sibilinos, y siempre por orden
pues, hasta el mismo Júpiter, a pesar de toda su grandeza, se en- del Senado. Éste recurre a los sacerdotes encargados de los Li-
cuentra sometido al poder del magistrado. Ahora bien, en la bros ---<¡uienes, excepto en este caso, tienen prohibida su lectu-
medida en que es superior en el plano de lo absoluto, resulta ra- y les ordena <<ir a los Libros». Tras la consulta, el Senado
peligroso no prestar atención a los signos que envia. Por otra recibe a puerta cerrada la profecía, presentada a modo de in-
parte, los augures ---<:omo ya hemos visto- , o el colega del forme escrito, delibera acerca de la interpretación que se le de-
magistrado, pueden expresar sus intereses en tono imperativo, be dar y la anuncia bajo la forma de senado-consulto. Ni que
ateniéndose en todo momento a las formas previstas por la cos- decir tiene que no existe la consulta privada de los Libros Sibi-
tumbre. Pero, incluso en este caso, Júpiter sigue necesitando linos'7. Así pues, entre la palabra o el aviso de los dioses, entre
otro magistrado, o bien los augures, para hacer valer sus dere- éstos y los ciudadanos siempre se encuentran los magistrados y
chos. Así pues, aun para el caso de las manifestaciones menos los sacerdotes.
previsibles del dios, la República cuenta con normas cuyo obje- Consideremos la cuestión desde otro ángulo. ¿Qué es sagra-I
to es limitar hasta el detalle las intervenciones subjetivas del do en Roma? ¿A qué se le puede llamar sagrado? «Es sagrado
magistrado, tanto como las de Júpiter. todo aquello que ha sido consagrado a los dioses con arreglo a
Tenemos otro ejemplo de lo dicho en los Oráculos Sibilinos. las costumbres y prescripciones de la ciudad» (Festo, p.424, ed.
Sólo se admiten en Roma aquellos oráculos que han sido reci- Lindsay)". Así pues, ya a priori es necesaria una intervención
bidos de forma oficial. Los que no pertenecen al corpus oficial humana. No basta que la divinidad haya elegido un objeto: es

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preciso que le sea dedicado y consagrado. Por otro lado, el cuyo caso se hace una excepción-, el difunto se convertirá en
simple hecho de que un individuo consagre un objeto no es su- un fantasma sin descanso, hasta el dia en que sus allegados le
ficiente para hacerlo sagrado. las fuentes demuestran que sólo hagan justicia".
es sagrado aquello que ha sido dedicado y consagrado publice,
es decir, por orden del pueblo y a manos de un magistrado asis- Estas observaciones acerca del estatuto de los dioses habrán
tido por un pontífice, si no por el propio pontífice máximo. En servido para demostrar, espero, que la ciudad se presenta, en
cambio, aquello que ha sido consagrado priuatim, sin media- cierto modo, como un cuerpo con tres rruemb.ros: los dioses,
ción pública, sigue siendo profano". la célebre capilla de la Li- los magistrados -civiles y religiosos- y los cIUdadanos .. Los
bertad, consagrada apresuradamente por el tribuno Clodio y magistrados ejercen una especie de tutela sobre la comurudad
un pontífice inexperto en el solar donde se levantaba la casa de cívica, dado que ésta no tiene capacidad para expres~rse dir~­
Cicerón, pudo ser demolida gracias a que no era sagrada, ya tamente. Los sacerdotes y, de forma especial, el pontífice máXI-
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que no había sido consagrada según las reglas, populi iussu o mo, ocupan, según una genial intuición de Th. M?mmsen ,
plebis scitu (por orden del pueblo o de la plebe) (Cicerón Car- más o menos la misma posición en relación con los dIOseS, en el
tasa Atico 4.2.3). sentido de que éstos aceptan somete~ ~ su t~tela, aunque CO?-
También el culto funerario puede aportar algo de luz. Cuan- servando en todo momento su supenondad mdlScutlble en vir-
do el difunto se reúne con los dioses Manes se le dota, como tud, precisamente, del «pacto» fundador de la ciu~ad: la pie-
tal, de una pequeíla propiedad. Ahora bien, no basta sólo con dad consiste, de hecho, en reconocer dicha supenondad. La
adquirir un terreno en un cementerio y depositar los restos del ciudad estaría compuesta, pues, por los dioses, los magistrados
difunto en un mausoleo para que la sepultura sea sagrada. Es y los ciudadanos. En el centro se encuentran los mag~strados
preciso, sí, que el muerto haya sido enterrado con arreglo a los de uno y otro tipo, ocupando el espacI~ comurutano y en-
ritos, pero importa sobre todo que el colegio pontificial haya cargándose de la actividad común de dIOses y CIUdadanos.
dado su consentimiento para la erección o modificación de la La comparación de Mommsen es acertada, salvo en un detalle:
tumbaJO . Así pues, es la sanción pública, delegada en este caso equipara los representantes, los <<tutores» de los diOses, a los de
en los pontífices, la que hace religiosa la sepultura. Aún se pue- los ciudadanos, el pontífice máximo (al que asigna, además,
de aíladir otra observación relativa al estatuto de los difuntos. poderes civiles) a los magistrados. Sería más exacto dec~r
No basta que un hombre muera para que entre a formar parte que tanto los dioses como los ciudadanos se encuentran sometI-
de los dioses Manes. Antes debe recibir los funerales apropia- dos al poder de los magistrados, al poder público que, para ser
dos: es preciso que se le tributen los iusta. El muerto es trans- absoluto, comporta a la vez aspectos sagrados y otros propiamen-
formado en «divinidad» por sus parientes en el plano familiar, te públicos. Lo que garantizan los sacerdotes son los aspectos
pero siempre en presencia del resto de los ciudadanos. La inhu- puramente sagrados, la participación divina, por así decirlo,
mación regular pone fin a este acceso a un estatuto diferente. En en el acto público. Podemos, pues, hablar de tutela sólo en la m,:
el caso de que se produzca un olvido, una irregularidad, o dida en que se necesita su intervención, su ciencia -y no la partI-
bien suceda que un accidentado no puede ser recuperado y en- cipación directa de JÚpiter-. Del mismo modo que los magis-
terrado -a menos que se trate de una victima de un naufragio, en trados defienden los intereses de los ciudadanos, hablando y

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actuando en nombre del pueblo, también los sacerdotes admi- trados. En una palabra, traduce la autonomía de las dos clases
nistran de forma autónoma el derecho sagrado y se expresan de representantes de la comunidad poliádica: los sacerdotes y
en nombre de los dioses. Así pues, los sacerdotes no se sitúan los magistrados.
por completo en el mismo plano que los magistrados, ni tienen
sus IllismOS poderes, aun cuando unos y otros coinciden en el Tras haber planteado diversos puntos de vista en relación
mismo espacio, el espacio público: los primeros tienen compe- con la práctica religiosa de los romanos y, de forma especial,
tencias con respecto a los dioses, no a los ciudadanos. A ellos con la realidad de dicha práctica, reservada, de hecho, a los
compete asumir la vertiente religiosa del acto político, insosla- magistrados y a los sacerdotes --{) bien a aquéllos en quienes
yable y necesaria para despojarlo de su contingencia, si bien se se delega ocasionalmente-, hemos ido deslizándonos de forma
hallan bajo la autoridad del magistrado -que, a su vez, se en- imperceptible hacia un plano diferente, el de los principios fun-
cuentra comprometido por la obligación religiosa-o Al con- damentales de la religión romana. Hemos llegado a la conclu-
trario, pues: de lo que Mommsen afIrma, los sacerdotes y los sión de que en ·la época republicana la religión romana traduce
dIOses se aVienen a ceder en la vida cotidiana el primer lugar a un consenso entre los diversos grupos que participan en la res-
los magIStrados. La realidad histórica de la República consiste publica. Situados en el punto más álgido del ejercicio temporal
en este consenso, un consenso prudente, podriamos decir, entre del poder, los magistrados detentan la iniciativa, si bien están
diOseS, sacerdotes y ciudadanos, por el que se someten a los bajo el control de los dioses (a través de los sacerdotes) y los
magistrados cum imperio: los controlan, son superiores a ellos, ciudadanos. Si hubiera que describir brevemente la religión ro-
pero les obedecen. mana de esta época, diriamos que se trata de una religión arti-
la autonomía de lo sagrado con respecto a lo político (siem- culada en torno a dos ejes complementarios que sirven de apo-
pre dentro de la esfera de lo publicum) se traduce, en el plano yo a la teología. Por un lado, el eje formal: la religión se sitúa
de los hechos, en una separación tajante entre sacerdotes y ma- en el centro, en el espacio que es de todos. De ahí que se desa-
gistrados. Aquéllos no tienen por qué ser forzosamente senado- rrolle con arreglo a una lógica de tipo poliádico: tiende a ser
res en la época republicana: hay entre ellos, indistintamente, cada vez más precisa, más codíficada, en resumen, más objetiva
caballeros,. senadores e, incluso, libertos. Durante un largo pe- y «públicll». El segundo eje afecta al fondo: los dioses, los sa-
nodo de tiempo los sacerdotes no son elegidos, sino que se cerdotes, en una palabra, lo sagrado, disfruta de una profunda
cooptan entre sí o bien son «escogidos» por el pontífice máxi- autonomía. Ni el ciudadano, ni, por regla general, el propio
mo; cuando se introduzca la elección de los sacerdotes se trata- magistrado penetran en esta esfera. Los· dioses hablan sólo a
rá, en realidad, de una cuasi elección. Por lo demás, la función través de los sacerdotes y nunca se comunican directamente
sacerdotal es generalmente vitalicia, por no hablar de los aspec- con los magistrados, salvo cuando éstos toman los auspicios
tos y pnv¡]eglos específicos de ciertos sacerdocios. El sacerdote rutinarios. En resumidas cuentas, el plano sagrado propiamen-
se encuentra situado, como los dioses, al margen del sistema de te dicho no pertenece a nadie más que a los dioses y sus «tuto-
órdenes, ~agistraturas y deberes cívicos (como, por ejemplo, el res». Sin querer incurrir en un anacronismo, podríamos admi-
serviCIO militar). Así pues, el lugar asignado al sacerdote es di- tir que, en cierto sentido, la República es <daicll» -o, al menos,
ferente, se sitúa en un plano distinto al del poder de los magis- intenta serlo de forma progresiva-, en el sentido de que los

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magistrados se encuentran muy alejados del plano sagrado y 9. D.C.59.28.5. BoISSEVArN propone corregir este dificil texto. Ahora bien,
sus funciones se orientan, ante todo, a la vida <<!aic3.», aun esa corrección DO seria necesaria, quizá, si interpretarnos el pasaje a la luz
de Jos datos aportados.
cuando celebran en nombre del Estado (no de los dioses) deter-
minados actos litúrgicos. Recurren a los sacerdotes, pero no 10. Cic. Cae126. Véase G. DUMÉZIL, op.cit., pp.340-341.
son seí!ores de lo sagrado. 11. G. DUMEZlL, op.cit., pp.307-321.
¿Siempre ha sido así? Si no es éste el caso, ¿qué repercusión 12. Véase, por ejemplo, H. VON HESBERG, <<ArchAologische Denkmáler
ha podido tener dicho cambio en el plano religioso? Podemos zum romischen Kaiserkult», en Aufstit:g und MCdergang der rtJmischen
intentar dar una respuesta a esta cuestión examinando la época WeJt(= ANRW) n,16,2, pp.926-927.
monárquica y, posteriormente, la imperial. 13. ANDREAE, op.cit., p.387, fig.332.
14. P. VEYNE, «Tenir un buste. Une intaille avec le génie de Carthage, et le
sardonyx de Livie ¡\ Vienne», en Cahicrsde Byrsa, 1958-1959, pp.61-78.
15. Varro Ant.Diu.fr.18 Cardauns; Plu.Num.8.
16. G. DUMEZlL, op.at., pp.llO-1l9, 551 -554.
Notas 17. ¡bid, p.l26.
18. J.-P. VERNAl'IT, Divination et RationaJité, Pari, 1974, p.IO.
l. Al respecto, véase J. BAYET, Les Ongmes de l'HercuJe rq1I11lin, Pari, 1926,
pp.248-274. 19. A. MAGDELAIN, La loi JI Rome. Histoire d'un concept, Pari, 1978,
pp.82-85.
2. Al respecto puede verse, en último término, J.M. FLAMBARD, (Clodius,
les colleges, la plebe el les esclaves. Recherches sur la poJitique populaire au 20. 1. BLEICKEN, «Oberpontifex und PontifikalkoUegiwn», en Hcrmcs,
milieu du lcr sieclc)). en MEFRA 89, 1977, pp.1l5s. 1957, p.357.

3. Se encuentra una amplia documentación sobre los escándalos en las actas 21. G. DUMEZlL, Les Dieux souverams des Indo-Europécns, Pari, 1977,
de la mesa redonda celebrada en 1978 en la École Franyruse de Rome sobre pp.159-165.
Le dé& religieux dans la cité antique, Roma 1981. 22. Véase también Liu.l.19.5 a propósito de Numa. En relación con todo lo
4. En relación con estas leyes, que plantean un problema especialmente deli- dicho, véase G. WISSOWA, ReJigJon und Kultus der RlJmer(=RKR), Mu-
cado, véase: G.V. SUMNER, «Le. Aelia, le. Fufia», en AJPh 84, 1963, nich 1912', p.381.
pp.337-338; A.E. ASTIN, «Lege, Aelia et Fufia», en Latomus 23, 1964, 23. TII. MOMMSEN, RlJmisches Staatsrecht, Leipzig 1877',2,1, pp.60-61 =
pp.421-445. Droit pubh'c romain, París 1893, pp.70·71. El lector encontrará en este ma-
nuaJ y en el libro de C. NlOOLET, Rome el la conqué/e du monde medÍ/erra-
5. E. BENVENISTE, ú vocabuJaire des instiwlions indo-curopéennes, Paris
1969, n, p.188. néen, Pari, 1977 (1991), todas las e.plicaciones necesarias para comprender
el funcionamiento de las instituciones romanas. Veáse también C. NrCOLET,
6. Véase G. DUMÉZIL, 111 Rcligion romainearchalque, p.5S3. Le métit:r d. citoyen dans la Rome répubhCalne, Pari, 1976.
7. Véase B. ANDREAE, L 'Nt de l'aoc/Cnne Rome, Pari, 1973, p.437, fig.533 24. G. WISSOWA, RKR, p.38 1.
Y p.459, fig.607. 25. Liu.5.32.6-7, 50.3.
8. Véanse las observaciones de J.-P. VERNANT. /.;¡ Cuisine du sacrmcc en 26. Val.Max.1.3.2: auspiciis enim palIiis, non aJienigeniis, n:m publicam ad·
paysgrec, Pari, 1979, p.69, n.3. ministran iudieabaot oponen: (en 241 •. C.).

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JOHNScHEID

27. Al respecto, véase el libro de R. BLOCH, Les ProdiSes dans l'Aotiquité


dassJl/u" París 1963, pp.77ss.
28. R. SCHll..LING. «Sacrum et profanum. Essai d'interprétatioD» en Riles,
Cultes... , pp.54s.; G. WISSOWA, RKR, pp.385 Y 394, n.7.
29. Fest.424 L.; Cic.Domo 49.127; GaiIost.2.5; Diog.l.8.6.3. Véase A.
WATSON, 171e LawofProperty in tbe LatuRepubJic, Oxford 1969, pp.l-5. LA ÉPOCA ARCAICA_ CAMBIOS y PROBLEMAS
30. G . WISSOWA, RKR, pp.478-479.
31. Véase J. ScHEID, «Contraria facere», en AnnaJi del ¡stituto OrientaJe di A menudo se suele presentar la religión de la época arcaica
Napoli6, 1984, p.117. como algo exótico, dependiente, sobre todo, de las prácticas
32. TH. MOMMSEN, Staatsrr:cht', 2, 1, pp.22-23 = Droit publiCo 3, pp.25-26. <<mágicas». Si ello equivale a decir que el discurso de esta reli-
gión -allí donde se deja conocer- no es, por fuerza, el del ra-
cionalismo (pero, ¿acaso es ésta una caracteristica exclusiva de
las religiones arcaicas?), podemos conceder que existen motivos
para hablar en ciertos casos de rasgos <<mágicos», aun cuando
sea preferible reservar este término para el dominio extra o pa-
rareligioso que le asigna M. Mauss. Pero si la conclusión que
se pretende extraer de todo esto es que se trata de una religión
inorgánica, infantil, naturalista, etc., una religión que se pre-
senta como una colección de gestos misteriosos, habria que de-
cir entonces que ese mismo juicio se puede aplicar a todas las
religiones, aun en aquellos casos, numerosos, en que la inter-
pretación alegórica enmascara los datos más primigenios. Lo
cierto es que la religión romana arcaica, como tantas otras reli-
giones, no se puede defInir de esta manera. En el siglo VIII a.C.
nos encontramos lejos aún de la aparición del sentimiento reli-
gioso e, incluso, del comienzo de la religión romana. Es mo-
mento ya de olvidarse de una vez por todas de los fantamas de
los investigadores de fInales del XIX. Ut religión romana arcai-
ca es, en la época en que nosotros la abordamos, una religión
ya consolidada, compleja y, sin duda, tan «esclerotizada» como
la republicana, una religión que sigue, simplemente, su propia
evolución histórica. Conviene dejar de lado todo lo dicho hasta
ahora y concentrar nuestra atención en lo que podemos cono-
cer a partir de aquí. N o se trata, sin embargo, de describir la re-

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