Está en la página 1de 258

La senda mutilada_Controversia 21/11/11 18:47 Página 1

Carolina Martínez Pulido


E l presente libro constituye una apuesta por construir un relato Carolina Martínez Pulido
en el que, a partir de los últimos resultados logrados en arqueología,
primatología, antropología y biología evolutiva, se muestra que las socie-
dades de primates en general o de humanos en particular han tenido y tie-
nen un comportamiento mucho más rico y diverso de lo que hasta hace
pocos años se creía. Curiosamente, las novedades más interesantes de
La senda
estas disciplinas coinciden en rescatar del olvido y la marginación a las
hembras o mujeres, poniendo de manifiesto que se trata de sujetos con un
comportamiento activo y que, en no pocos casos, ocupan posiciones cen-
mutilada
trales o fundamentales en aquellos grupos de los que forman parte.

La senda mutilada
La evolución humana en femenino
Carolina Martínez Pulido es profesora del Departamento de Biología
Vegetal de la Universidad de La Laguna (Islas Canarias). Su línea actual de
trabajo se centra en la divulgación científica, con especial referencia al
protagonismo y las aportaciones de las mujeres en la historia de la biolo-
gía. En este ámbito ha publicado los libros: También en la cocina de la
ciencia (2001), y los editados por Biblioteca Nueva: El papel de la mujer en
la evolución humana (2003), Gestando vidas, alumbrando ideas (2004) y
La presencia femenina en el pensamiento biológico (2006).

ISBN: 978-84-9940-291-8

MINERVA
9 788499 402918 BIBLIOTECA NUEVA
LA SENDA MUTILADA
LA EVOLUCIÓN HUMANA EN FEMENINO
Carolina Martínez Pulido

LA SENDA MUTILADA
LA EVOLUCIÓN HUMANA EN FEMENINO

BIBLIOTECA NUEVA / MINERVA


grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS, GUATEMALA, 4824,
04310, MÉXICO, DF C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.mx www.sigloxxieditores.com.ar

salto de página, s. l. biblioteca nueva, s. l.


ALMAGRO, 38, ALMAGRO, 38,
28010, MADRID, ESPAÑA 28010, MADRID, ESPAÑA
www.saltodepagina.com www.bibliotecanueva.es

editorial anthropos / nariño, s. l.


DIPUTACIÓ, 266,
08007, BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

Cubierta: A. Imbert

Colección: «Estudios sobre la mujer»

© Carolina Martínez Pulido, 2012


© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2012
Almagro, 38
28010 Madrid (España)

ISBN: 978-84-9940-341-0

Edición digital

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción,


distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la auto-
rización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencio-
nados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs.,
Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela
por el respeto de los citados derechos.
ÍNDICE
Introducción ...................................................................... 15
1. Objetivo del libro........................................................ 17
2. Estructura y contenido del libro ................................. 18

Capítulo 1.— La larga lucha contra los prejuicios científicos.


Breve recordatorio ............................................................ 23
1. Introducción .............................................................. 23
2. La evolución humana: una perspectiva general .......... 26
3. El androcentrismo ha impregnado la interpretación
de los orígenes humanos ............................................ 31
3.1. El modelo tópico y enrocado del hombre cazador . 32
3.2. Un modelo insistentemente olvidado: la mujer
recolectora ........................................................ 36
3.2.1. El esclarecedor vínculo madre-cría ...... 40
4. Los modelos androcéntricos: gigantes con pies de barro
frente al diagnóstico de las pruebas ........................... 45
4.1. La carne en la dieta de los homínidos: un in-
tenso debate ..................................................... 46
4.2. La importancia del carroñeo: la debilidad de los
escrúpulos con sesgo retrospectivo ................... 53
4.3. El sexo de los fósiles: ¿cómo reconocerlo? ........ 58
5. Comentario final......................................................... 65

Capítulo 2.— El comportamiento de los primates no hu-


manos: especial referencia a los grandes simios ................ 67
1. Introducción .............................................................. 67
10 Carolina Martínez Pulido

2. Una mirada novedosa sobre la otra mitad de los pri-


mates: las hembras ..................................................... 71
2.1. El sorprendente despliegue de comportamientos
distintos ........................................................... 72
2.2. Un ejemplo esclarecedor: las comunidades de
los bonobos ...................................................... 77
3. La pasividad y el recato femeninos en tela de juicio:
una perspectiva crítica desde la biología de la repro-
ducción ...................................................................... 85
3.1. Las ventajas biológicas de la promiscuidad: una
herética contundencia evolutiva ....................... 87
3.2. La competencia entre espermatozoides ........... 92
4. Peculiaridades del comportamiento de las hembras ... 96
4.1. La conducta de la hembra y la anatomía del
macho .............................................................. 96
4.2. La conducta de la hembra durante los períodos
no fértiles: la levedad del mito de su pasividad . 98
4.3. El éxito reproductor y las pruebas de paternidad:
¿confirma el ADN nuestros supuestos? ............ 100
5. Comentario final ........................................................ 107

Capítulo 3.— Aspectos del comportamiento de los homíni-


dos: el estudio de los esbozos de la humanidad .................. 109
1. Introducción .............................................................. 109
2. Arqueología y prehistoria: dos disciplinas hermanas .. 111
3. El Paleolítico: breve visión de aquel tiempo larguísimo .. 114
3.1. Los primeros pasos de la industria lítica: creati-
vidad para la supervivencia ............................... 116
3.2. Homo sapiens inventa nuevos comportamientos:
respuestas imperativas de complejidad ............. 129
4. El pensamiento simbólico en nuestros antepasados:
aprendizajes del ser en el estar ................................... 131
4.1. La capacidad de hablar: explosiona la comuni-
cación ............................................................... 131
4.2. Las primeras sepulturas intencionadas: la muer-
te como cálculo vital ........................................ 135
4.3. El arte paleolítico. ¿Cambios en el uso del tiempo
y el ocio? .......................................................... 139
Índice 11

4.4. ¿Solo los hombres crearon arte? La infusa mas-


culinidad .......................................................... 146
5. El simbolismo y el origen del género: un salto en la
metafísica primaria .................................................... 149
5.1. Nuevos aires frente a viejos dogmas: levantando
el ancla del simplismo inercial ......................... 149
5.2. ¿Jerarquías laborales en el Paleolítico? La ante-
sala de la división del trabajo ............................ 152
5.3. Las mujeres neandertales incluyen y perfilan el
alcance de los protagonismos vitales ................ 155
6. Comentario final ........................................................ 163

Capítulo 4.— Nuestras antepasadas paleolíticas, aquellas


desconocidas que fueron marginadas de la acción cons-
tructiva ............................................................................. 167
1. Introducción .............................................................. 167
2. Un mundo rico en figuras femeninas ......................... 169
2.1. Numerosas estatuillas, múltiples interpretaciones . 173
2.2. Rompiendo viejos moldes: la búsqueda de in-
terpretaciones no sesgadas ............................... 179
2.3. ¿Solo hubo artistas varones? Elegidos sin azar . 186
3. La tecnología de la cuerda: las fibras delatan que otra
vertebración es posible ................................................. 189
3.1. Los adornos corporales de las estatuillas: nueva
lectura de la estética superficial ........................ 189
3.2. Los ricos yacimientos de Moravia .................... 193
3.3. Una sorprendente cueva en el Cáucaso ............ 197
3.4. Las mujeres en las sociedades paleolíticas: ¿pio-
neras en la producción de la fibra? ................... 201
3.5. ¿Quiénes fueron los primeros artesanos texti-
les? Tiempos, habilidades y capacidades ........... 204
3.6. El matriarcado: breve apostilla sobre una apa-
sionante controversia ........................................ 207
4. Comentario final ........................................................ 212

Capítulo 5.— Considerandos sobre las mujeres en los pue-


blos de tecnología simple .................................................. 215
12 Carolina Martínez Pulido

1. Introducción .............................................................. 215


2. Las antropólogas hacen oír su voz: los pueblos tribales
son altamente diversos ............................................... 217
2.1. El papel de las mujeres: divergentes miradas
que bifurcan la linealidad convencional ............ 220
3. Sobre una incógnita evolutiva: la larga vida posrepro-
ductora de las mujeres ............................................... 225
3.1. El fin prematuro de la vida reproductora. ¿Y
después? ........................................................... 235
3.2. ¿En qué momento de su evolución alcanzó el
linaje humano edades avanzadas? ..................... 240
3.3. El papel de los mayores en la memoria colectiva
y en las prácticas cotidianas .............................. 244
4. Sobre un tema recurrente: las ventajas de la promis-
cuidad femenina en el acontecer evolutivo ................. 245
5. Comentario final ........................................................ 251

A modo de epílogo: Corregir el relato de un recorrido


mutilador ......................................................................... 253

Bibliografía ........................................................................ 257


A las mujeres anónimas que han luchado
para que nuestra senda no esté mutilada.
A mis queridas sobrinas tucumanas.

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre
por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora.
Vicente Aleixandre

Los hombres son mujeres como las demás.


Groucho Marx
Introducción

¿Quién ha erigido al hombre en único juez


si la mujer comparte con él el don de la razón?
Mary Wollstonecraft

L
os estudios sobre los orígenes y la evolución de la hu-
manidad están viviendo una época de gran esplendor.
Una de las causas reside en que el material disponible,
principalmente los restos fósiles y arqueológicos, no solo ha
aumentado de manera considerable, sino que también, gracias
a las complejas técnicas modernas, se están reinterpretando sus
alcances y significados. Esos enfoques han generado un alud de
nuevos y, en algunas ocasiones, sorprendentes resultados. En
no pocos casos, los viejos modelos, igual que erosionados casti-
llos de arena, se han desmoronado sin remedio, al tiempo que
otras fórmulas analíticas, que aparentemente son más sólidas,
surgen para sustituirlos. Una secuencia lógica en el progreso
del conocimiento.
La cuestión que ocupa el centro de interés de este libro está
inmersa en una atrayente efervescencia, hasta tal punto que
ha conseguido despertar el interés de un público muy amplio.
Cuantiosos libros, revistas y artículos especializados o de di-
vulgación están saliendo a la luz, proyectando el tema desde la
vanguardia de investigaciones muy especializadas a los diversos
medios de comunicación, y contribuyendo a que proliferen va-
riados debates en múltiples foros. Asimismo, la curiosidad que
despiertan los orígenes de la humanidad ha propiciado el éxito
de ilustrativas y cuidadas exposiciones en ámbitos muy diver-
16 Carolina Martínez Pulido

sos, impulsado la fundación de museos específicos provistos de


valiosas colecciones y hermosas reconstrucciones de nuestro
pasado1, e igualmente ha motivado la creación de grupos de es-
tudio y secciones especiales en los organigramas de academias
y sociedades de ciencias biológicas.
Con todo, pese a esta «época dorada» que están disfrutan-
do, las investigaciones relacionadas con nuestra evolución aún
arrastran ese convencional sesgo sexista que durante siglos ha
impregnado al mundo académico y a los modelos que produce.
El androcentrismo, esto es, la identificación de lo masculino
con lo humano en general, persiste aunque menos extendido
que antaño. Una inercia que no ha erradicado el enorme vo-
lumen de información que en las últimas décadas se ha incor-
porado a las diversas disciplinas que se dan cita en el complejo
ámbito de la paleoantropología. No se trata de una anomalía
marginal. Desde hace ya varias décadas, numerosas estudiosas,
apoyadas por un número creciente de investigadores varones,
vienen denunciando que gran parte de estos estudios reprodu-
cen, incorporan y legitiman con frecuencia la discriminación
social de las mujeres.
Hasta los años 70 del siglo xx, los especialistas apenas fue-
ron conscientes de que en sus investigaciones habían pasado
por alto las actividades de media humanidad. A partir de aque-
llas fechas, como decíamos, un importante colectivo del mundo
académico, integrado mayoritariamente por mujeres científicas,
desencadenó una cascada de nuevos trabajos que dejaron al
descubierto lo poco sólidas que habían sido muchas de las re-
construcciones de la vida de los humanos a lo largo del inmen-
so período de tiempo que corresponde a la prehistoria, etapa
que abarca desde los orígenes del género Homo, hace unos dos
millones y medio de años, hasta que se inventó la escritura, hace
unos seis mil años.
No obstante, y a pesar de toda esa valiosa labor realizada con
el fin de anular los gastados y polvorientos clichés utilizados
para reinterpretar el pasado, no podemos confiar con excesivo

1
Sirva a título de ejemplo el recién inaugurado Museo de la Evolución
Humana, de la ciudad de Burgos, y sus logradas reconstrucciones.
Introducción 17

optimismo. Borrar para siempre los sesgos androcéntricos que


han prevalecido durante incontables generaciones aún requiere
un considerable esfuerzo. Estamos ante un arraigado tópico
al que cuesta derribar incluso con evidencias empíricas que
desafían su continuidad. Es lo que tienen de irracionales los
estereotipados modelos convencionales: el discurso machista
sigue estando presente en demasiadas ocasiones, pese a su falta
de rigor científico. El combate por una visión moderna y no
esclerosada exige, entre otras actitudes, la máxima voluntad de
divulgación posible entre el amplio público que hoy muestra
interés por el tema.
En definitiva, es necesario un giro en la percepción del pa-
sado que amplíe y enriquezca el horizonte. La causa femenina
equivale a una ley de la gravedad en la evolución humana y en la
mentalidad científica. Sostener que «la objetividad es el nombre
que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina»,
como se ha visto obligada a afirmar la ensayista estadounidense
Adrienne Rich, debería ser totalmente inadmisible.

1. Objetivo del libro

El presente trabajo se inscribe en la apasionante tarea de


divulgación de la ciencia. No es un libro escrito por una ex-
perta o investigadora que «desde dentro» se dirige al colectivo
de especialistas. Es un texto diseñado para un público que
no necesariamente está especializado. Se trata de una apuesta
por construir un relato con argumentos serios para debilitar
la vieja escuela —el «desafío a la ortodoxia»— que sigue em-
peñada en sostener que el protagonismo de los hombres fue
mucho más determinante para el éxito del linaje humano que
el de las mujeres. Véase entonces esta publicación como uno
de esos pequeños granitos de arena que pretenden recalcar que
en el mundo prehistórico no hubo exclusividad de la acción
masculina.
Creemos que, aunque se proclame hasta la saciedad que es
imposible entender los orígenes y el desarrollo humanos sin te-
ner en cuenta a las mujeres, esta tesis todavía no ha sido asumi-
18 Carolina Martínez Pulido

da por toda la comunidad científica. Por ello, no debe extrañar


el imperativo de réplica ineludible que requiere esa pervivencia
de vetustos modelos anclados en un considerable número de
foros, de los muchos hoy abiertos. Tampoco han faltado en ese
exótico arropamiento a «teorías» falsas la beligerante adopción
que han hecho para su credo ideológico poderosos colectivos
neoconservadores en países como el mismísimo Estados Uni-
dos, en supuestas hipótesis carentes de contrastes empíricos.
De ahí que escandalice su vigencia en tan considerable número
de foros y tribunas mediáticas.
En suma, con este estudio se intenta poner de manifiesto
que en el acervo del conocimiento científico es urgente desper-
tar el espíritu crítico de todo lector interesado para que sepa
que diversos expertos del pensamiento biológico han pasado
por el tamiz de la ciencia moderna los viejos modelos, las evi-
dencias empíricas o las pruebas con patente de autenticidad,
y han seleccionado y publicado las que tienen más visos de
credibilidad.

2. Estructura y contenido del libro

El trabajo se ha estructurado en cinco capítulos que pueden


leerse de forma individualizada, aunque se ha procurado se-
cuenciarlos y vincularlos en un hilo coherente.
El primer capítulo tiene un carácter claramente introducto-
rio, al intentar mostrar que la ciencia que estudia la prehistoria
humana es tributaria de juicios subjetivos que siempre son di-
fíciles de eludir. Prueba palpable es el célebre y androcéntrico
modelo del hombre cazador, cuya extraordinaria difusión tanto
entre expertos en el tema como a nivel popular ha sido real-
mente «contaminante». De hecho, pese a que en el presente se
dispone de pruebas abrumadoras que muestran que se trata de
un modelo científicamente desfasado, aún quedan autores que
lo consideran válido. ¿Qué decir de esa situación ajena a toda
lógica? ¿Error ignorante o pasión dogmática?
Dado el carácter introductorio y generalista del capítulo, el
aludido modelo no puede obviarse, aunque para muchos resulte
Introducción 19

ya harto conocido. Servirá de palanca al objeto de referirnos a


aquellas tesis que hacen hincapié en que ni el triunfante y agre-
sivo cazador de enormes animales ni la sumisa y pasiva hem-
bra tienen parecido alguno con lo que revelan hoy las últimas
investigaciones: los estereotipos sexistas se están literalmente
cayendo a trozos.
En este mismo contexto, subrayamos el aumento de las du-
das acerca del primordial papel de la carne en la alimentación
de nuestros antepasados. Su mayor o menor importancia frente
a los productos vegetales se ha transformado en un tema más
comprometido de lo que habitualmente suele creerse, y el de-
bate sobre la alimentación de los primeros homínidos se ha ido
acalorando por momentos. Hoy, son numerosos los especia-
listas que defienden que una dieta equilibrada entre distintas
fuentes alimenticias, y no basada solo en la carne, habría sido
más ventajosa para la evolución de nuestro linaje. Así pues, los
últimos descubrimientos están contribuyendo a desnudar viejos
tópicos, arrojando luz sobre clichés profundamente enraizados
que, al primar la importancia de la carne, han magnificado el
papel de quienes supuestamente la conseguían. Un correlato
cuya secuencia cae como las fichas del dominó si alguna fase
adolece de apoyatura sólida. Y esa es la debilidad del relato
que se ha padecido en tanto tiempo: darle categoría de lógica
irrefutable.
En el Capítulo 2 se trata de reflejar que la evolución biológi-
ca tiene que ver tanto con los cambios anatómicos, fisiológicos
y moleculares como con el quehacer real y cotidiano de los
individuos en sus vidas diarias. Dado que la conducta no deja
fósiles directos, el esfuerzo por esclarecer las posibles activida-
des de los antepasados humanos implica necesariamente recu-
rrir a pruebas indirectas. Una de ellas, quizás la más valorada,
consiste en observar meticulosa y pacientemente las múltiples
facetas de la vida diaria de los grandes simios, nuestros parien-
tes vivos más próximos.
El sorprendente abanico de comportamientos distintos que
han sido descubiertos en estos animales, sobre todo a lo largo de
los últimos años, ha generado no pocos desconciertos. Así, por
ejemplo, pese a la fuerte resistencia surgida desde los sectores
20 Carolina Martínez Pulido

más conservadores, la comunidad científica ha logrado incluir en


el debate sobre el comportamiento de los primates no humanos
una noción hasta ahora desdeñada: sus sociedades no siempre se
encuentran controladas por los machos. En este sentido, lo que
fue un punto de partida claramente androcéntrico, ya que consi-
deraba a las hembras seres sumisos relegados a la marginalidad,
está ahora dando paso a un novedoso enfoque en el que se mues-
tra la alta frecuencia en que las hembras son activas participantes
de las sociedades en las que viven.
El Capítulo 3 busca elucidar una interesante cuestión: cuán-
do alcanzó la humanidad el pensamiento simbólico y, sobre
todo, si este tiene alguna relación con la convencional división
sexual del trabajo que tanto ha marcado la cultura occidental. Se
trata de averiguar —aunque sin entrar en las grandes compleji-
dades que van anexas al tema— si, según los hallazgos recientes
de la biología, la paleontología o la prehistoria, las hembras y
los machos que convivieron en grupos sociales, clanes o tribus,
realizaban tareas diferentes. Esto es, si las actividades usuales
se repartían en función del sexo de los individuos.
En las interpretaciones más tradicionalistas, las hembras
suelen quedar excluidas de la realización de determinadas ac-
tividades, e incluso de la posibilidad de utilizar ciertos instru-
mentos de trabajo. Las tareas más significativas, según la expli-
cación al uso, simplemente se adjudican a los machos, quienes
cobran así un dominante protagonismo, aunque en realidad no
se sabe con certeza quién pudo haberlas realizado. De hecho,
en demasiadas ocasiones la situación se ha resuelto forzando
una supuesta semejanza entre la organización de las sociedades
del pasado y la de las actuales, aceptando la división sexual del
trabajo como un hecho universal.
Las afirmaciones en torno a las tareas llevadas a cabo por
las mujeres y por los hombres del pasado remoto deben, sin
embargo, expresarse con suma cautela. Sacar a la luz su com-
portamiento y, más aún, intentar definir las actividades propias
de cada sexo, si es que las había, es una espinosa reconstrucción,
una carrera de obstáculos que suele estar sumida en una espe-
sa niebla impregnada de suposiciones a veces nacidas solo de
la propia imaginación de los investigadores. Pese a todo, aun-
Introducción 21

que nuestros antepasados no puedan percibirse con la nitidez


deseada, los últimos hallazgos señalan que las mujeres fueron
seres con papeles, o roles, muchas veces autónomos, capaces de
crear cultura y de ostentar poder. Indicativos todos que apuntan
a la necesidad de extremar la prudencia a la hora de adelantar
interpretaciones, y no digamos de mantener una versión basada
en creencias de la desigualdad.
El Capítulo 4 procura exponer que durante la prehistoria
prosperó un mundo rico en imágenes femeninas. De aquel
tiempo proceden los ejemplos más hermosos de arte antiguo:
pequeñas estatuillas que representan a mujeres desnudas o se-
midesnudas talladas con asombrosa meticulosidad sobre muy
diversos materiales. La colección de las célebres estatuillas pa-
leolíticas acredita significados que han generado a lo largo de
más de un siglo un agitado debate cargado de discrepancias
y desacuerdos. Aunque la polémica aún se mantiene abierta,
cada vez son más numerosos los autores que sostienen que esas
valoradas tallas paleolíticas podrían indicar que las mujeres tu-
vieron dedicaciones importantes, quizás centrales, en aquellas
lejanas sociedades. El protagonismo no se limitaría, entonces,
a los objetivos de supervivencia. Esa producción que encierra
metas simbólicas pudo ser relevante en la afirmación del grupo
y en su cohesión frente a fuerzas externas.
No resulta descabellado afirmar, al hilo de lo expuesto, que
en tiempos remotos muy bien pudieron existir culturas más
igualitarias de lo que se ha dicho, en las que mujeres y hombres
desempeñaban sus actividades conjuntamente, compartiendo
el esfuerzo colectivo para la supervivencia del grupo. Día a día
crecen las evidencias que muestran que existieron comunida-
des en las que las mujeres tuvieron compromisos primarios.
Nada que ver con los tópicos que tradicionalmente se les ha
adjudicado. Todo ello podría sugerir otras interpretaciones. Por
ejemplo, las que integran sospechas sobre el domino masculino,
un factor que posiblemente no ha sido una condición universal
inevitable.
Finalmente, el Capítulo 5 contiene una breve referencia a
las mujeres de los pueblos de tecnología simple. Desde una
perspectiva meramente divulgativa, se intenta poner de ma-
22 Carolina Martínez Pulido

nifiesto que la antropología fue construida como un cuerpo


teórico en función de las actividades de investigadores varones
que, al observar los pueblos tribales, concentraron su atención
en los miembros del sexo masculino, olvidando o ignorando a la
mitad femenina. El resultado ha sido que los estudios etnográ-
ficos, igual que tantos otros, han estado durante largo tiempo
inmersos en una práctica de la ciencia considerablemente ale-
jada de la neutralidad y la objetividad. Concretamente, a partir
de la década de los 80 del siglo xx, en gran medida gracias a
la enorme potencialidad de la Antropología de género, se ha
podido constatar que los sistemas culturales humanos ofrecen
una variación mucho mayor. Según estas nuevas investigacio-
nes, las mujeres no siempre han ocupado un estatus más bajo
que los hombres; trabajos de campo meticulosamente docu-
mentados han revelado, por ejemplo, la existencia de sociedades
donde las mujeres disfrutan del control sexual y económico de
sí mismas.
En este contexto, debe subrayarse que, de manera semejante
a lo sucedido en la primatología o en la arqueología, los resul-
tados más recientes logrados por la Antropología muestran que
las sociedades de humanos que pueblan el mundo, como las del
resto de los primates, han tenido y tienen un comportamiento
mucho más rico y diverso de lo que hasta hace pocos años se
creía. Curiosamente, las novedades más interesantes de estas
disciplinas coinciden en rescatar del olvido y la marginación
a las hembras o mujeres y poner de manifiesto que se trata de
sujetos con un comportamiento activo y que, en no pocos ca-
sos, ocupan posiciones centrales o fundamentales en aquellos
grupos de los que forman parte. Ignorarlas significa mutilar el
despliegue real que ha logrado la ciencia.
Capítulo 1

La larga lucha contra los prejuicios científicos.


Breve recordatorio

Reconocer nuestra propia invisibilidad significa


encontrar por fin el camino hacia la visibilidad.
Mitsuye Yamada

1. Introducción

D
esde épocas tan lejanas como la Grecia de Platón y
Aristóteles se viene asumiendo que las diferencias
naturales entre mujeres y hombres forman parte de
jerarquías de desigualdad, de escalas de rango en las que inva-
riablemente lo femenino ocupa un lugar inferior a lo mascu-
lino. Coherentes con tales convicciones, la mayor parte de los
pueblos del mundo ha asociado las actividades masculinas al
poder y al prestigio, asignando a las femeninas la subordinación
y baja estima. Estos criterios también han estado presentes a
la hora de interpretar nuestro pasado lejano, de tal forma que
los esfuerzos de arqueólogos, antropólogos, prehistoriadores o
paleontólogos han seguido caminos donde prejuicios y sexismo
se dan la mano1. Como resultado, el desequilibrio es flagrante:
mientras los hombres aparecen siempre ocupando los lugares

1
Según el Diccionario ideológico feminista de Victoria Sau (1989), sexismo
significa el ‘Conjunto de todos y cada uno de los métodos empleados […]
24 Carolina Martínez Pulido

centrales, las mujeres se encuentran relegadas —si es que es-


tán— a una indefinida periferia.
Uno de los ejemplos más llamativos es el del insigne natu-
ralista inglés Charles Darwin (1809-1882), quien participó en
el esfuerzo colectivo de su tiempo para convertir en «verdad
científica» ese prejuicio ancestral de la inferioridad de las mu-
jeres respecto a los hombres. Su pensamiento quedaba clara-
mente reflejado en El origen del hombre (1871), el libro en el
que Darwin dedica más espacio a las mujeres. Bajo su poderosa
influencia, la evolución de nuestra especie ha sido explicada por
la mayoría de las disciplinas científicas desde una perspectiva
profundamente discriminatoria y centrada en la figura mascu-
lina. Fueron mayoría los estudios, realizados casi siempre por
varones, que a lo largo de casi todo el siglo xx (al menos en sus
primeros dos tercios) tuvieron como objetivo demostrar «cien-
tíficamente» que la inferioridad biológica de la mujer era algo
natural y no producto de una sesgada perspectiva social.

La interpretación sexista de nuestro pasado se ha apoyado en múl-


tiples ocasiones en la generalizada creencia de que las mujeres por
el hecho de ser madres son incapaces de realizar otras actividades
simultáneamente.

En la actualidad, sin embargo, es cada vez más numeroso


el colectivo de investigadores que asume cómo la ciencia, al
igual que las demás actividades humanas, ha estado y sigue
estando interferida por valores sociales y morales que le restan
neutralidad. Concretamente, en lo que al tratamiento de las
mujeres respecta, ya no puede negarse que numerosas teorías
y prácticas científicas padecen acusados sesgos de género que
han dado amparo a notables preconcepciones, es decir, a uti-
lizar criterios y tópicos sociales de diversa índole y a multitud

para poder mantener en situación de inferioridad, subordinación y explota-


ción al sexo dominado: el femenino’.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 25

de prejuicios2. De hecho, las investigaciones más críticas de-


nuncian que el conocimiento aceptado como riguroso acerca
de las mujeres ha estado y está distorsionado por ese discurso
androcéntrico donde «el hombre como medida de todas las
cosas» (Sau, 1989) se ha erigido en dominante en la cultura
occidental.

Androcéntrico significa identificar lo masculino con lo humano en


general. Es un término frecuentemente utilizado para hacer refe-
rencia al perfil sesgado que en tantas ocasiones empaña el conoci-
miento científico. Podemos detectarlo en los modelos adoptados
para interpretar nuestros orígenes, así como en el uso del lenguaje;
ejemplo de ello es la amplia aceptación de la palabra hombre uti-
lizada para nombrar a la especie humana en su totalidad o para
designar a los miembros del sexo masculino. De esta concepción se
desprende la llamada invisibilidad femenina, es decir: las mujeres,
salvo cuando se nombran explícitamente, no existen.

Empezado ya el siglo xxi, pese a que los estereotipos sexis-


tas se están desmoronando en las sociedades occidentales ante
los rigurosos y encomiables estudios llevados a cabo por gran
número de autoras, apoyadas por diversos compañeros varones,
el discurso androcéntrico sigue estando presente en demasia-
das ocasiones. Por esta razón, consideramos que es necesario
seguir denunciado esta situación y proclamar claramente que
el papel de la mujer en la evolución humana ha sido, al menos,
tan importante como el del hombre. Si todavía quedan algunos
foros —de los muchos en los que hoy se debate el tema— que
continúan haciendo referencia a los rancios clichés convencio-
nales, es porque aún no hemos logrado dar suficiente difusión
a los modelos interpretativos que demuestran la significativa
presencia femenina en nuestro pasado.

2
Debemos puntualizar que sexo y género no son sinónimos. Las diferen-
cias de sexo son biológicas, pero el género abarca todos los rasgos que una
cultura atribuye e inculca a mujeres y hombres; el género se refiere a la cons-
trucción cultural de las características femeninas y masculinas. El concepto
analítico de género se introdujo a principios de los años 80.
26 Carolina Martínez Pulido

En el polémico clima que a veces rodea a los estudios de la evolu-


ción humana, hoy destaca un hecho alentador: ya no se trata de un
campo de trabajo exclusivo de autores masculinos, aunque muchas
veces en los ecos del debate así lo parezca. Una parte importante de
las investigaciones publicadas, sobre todo a partir de la década de 1970,
ha sido aportada por un considerable número de destacadas científi-
cas. Ellas, con su rigor y constancia, han abierto sugerentes líneas de
exploración dentro de un ambiente muy competitivo dominado por
los hombres, propiciando un acalorado debate que ha vigorizado la
disciplina durante los últimos cuarenta años.

Es propósito de este capítulo internarnos por los caminos


de la evolución humana tratando de demostrar que existe otro
platillo en la balanza evolutiva, el femenino, y que tenerlo en
cuenta ofrece, sin lugar a dudas, una visión mucho más equi-
librada, objetiva y racional. En definitiva, una explicación más
próxima a los fines de la ciencia que todos queremos disfrutar.

2. La evolución humana: una perspectiva general

Las investigaciones sobre los orígenes de la humanidad


conforman un campo de trabajo sumamente polémico en el
que actualmente participan distintas disciplinas, caso de la pa-
leontología, la primatología, la prehistoria, la arqueología, la
antropología o la biología molecular. Sus descubrimientos más
recientes han impulsado la emergencia de novedosos modelos
de interpretación que, en ciertos casos, han causado verdaderos
impactos no solo en la comunidad científica, sino en toda la so-
ciedad, dado el interés general que este tema suele despertar.
Es ampliamente conocido que en el siglo xix el naturalista
británico Charles Darwin (1809-1882) afirmaba que nuestra
evolución no puede contemplarse como un hecho aislado, sino
que forma parte de la evolución de los organismos vivos en
general y de los primates en particular3. El célebre autor situó

3
Se da el nombre de primates a un conjunto de mamíferos que normal-
mente viven en los árboles y presentan una serie de caracteres que los iden-
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 27

nuestros orígenes en África, y señaló claramente que en aquel


continente los humanos, chimpancés y gorilas habían com-
partido un antepasado común. No obstante, hasta la década
de 1950, la idea de un antepasado humano similar al simio
procedente de África no mereció una aceptación mayoritaria
por parte de la comunidad académica.
En la actualidad, sin embargo, se admite que biológicamente
formamos parte de la «rama del árbol» de los simios y que nues-
tros parientes vivos más próximos son el chimpancé común y el
bonobo. El parentesco se ha revelado sorprendentemente próxi-
mo, y así lo demuestran las múltiples semejanzas anatómicas,
fisiológicas, genéticas o de comportamiento minuciosamente
analizadas hasta el presente. No obstante, es obvio que también
existen acusadas diferencias. Es cierto que definir lo que enten-
demos por «humano» no es tarea fácil. Podemos detectar lo que
es común y ese conjunto de peculiaridades que nos caracterizan.
La marcha erguida, por ejemplo, es una adaptación de los seres
humanos, como también lo es el cerebro grande, cuyo tamaño
se ha triplicado aproximadamente a lo largo de los últimos tres
millones de años4. Otras particularidades de nuestro linaje son

tifican; por ejemplo, pies y manos prensiles, uñas en vez de garras, ojos juntos
y dirigidos hacia delante. Los primates incluyen a los simios y a los monos
que, a su vez, se diferencian principalmente entre ellos porque los primeros
carecen de cola (además de otras diferencias como la estructura de la articu-
lación del codo o la presencia o ausencia del apéndice intestinal). Los simios
evolucionaron desde los llamados Monos del Viejo Mundo, hace unos 20-25
millones de años. En el pasado, estuvieron representados por gran número
de especies, pero en la actualidad la mayoría se ha extinguido. Las especies
que hoy quedan son el gibón y el siamang, incluidos en los llamados simios
pequeños, y los grandes simios integrados por el orangután, gorila, chimpancé,
bonobo y humanos. Excepto la humanidad moderna, que se ha extendido
por el planeta, todos los demás viven muy próximos al Ecuador, ya sea en
África o en el sudeste asiático y sus islas.
4
Los especialistas en locomoción consideran que la postura erguida y el
andar bípedo pudieron haber sido rasgos frecuentes en las selvas africanas, de
ahí que posiblemente aparecieran hace más de seis millones de años, la fecha
estimada como punto de partida de nuestra historia biológica. Esto significa,
y es importante tenerlo en cuenta, que pese a considerarnos simios bípedos,
quizás no hemos sido los únicos primates que han caminado sobre las pier-
nas. Uno de los temas que ha suscitado controversias interpretativas.
28 Carolina Martínez Pulido

la fabricación, uso y transporte de herramientas; en otro plano,


hay evidencias sobre la gran expansión geográfica; o sobre el
surgimiento del pensamiento simbólico, que incluye el habla o
la creación de arte.

La separación entre la estirpe de los chimpancés y la de los hu-


manos tuvo lugar hace unos 6-7 millones de años. Por esa época
surgieron los primeros simios bípedos que configuraron los es-
tadios iniciales de nuestra evolución. El registro fósil revela que
hace unos 2,5 millones de años ya estaban presentes miembros
del género Homo, algo más corpulentos que sus predecesores y
cuyos cerebros empezaban a hacerse relativamente grandes. Este
carácter es, para numerosos estudiosos, lo que marca el verdadero
origen de la humanidad.

A lo expuesto hay que añadir que nuestro pasado evolutivo no


fue una escala lineal de complejidad creciente que ha ido avan-
zando desde el primitivo antepasado común con el chimpancé
hasta culminar con el perfil de la humanidad moderna. Pese a
que esta imagen se ha incrustado en el imaginario colectivo de
nuestra época, habiendo alcanzado una amplísima popularidad,
la ciencia ha demostrado que sus fundamentos descansan en
hipótesis falsas. El registro fósil no puede interpretarse como
una sucesión de especies dispuestas en línea recta, sino que, al
igual que ha sucedido con el resto de los organismos vivos, el
estudio de dichos restos revela que estamos en presencia de un
arbusto filogenético profusamente ramificado.
En efecto, y sin pretender agobiar al lector con demasiados
nombres, hoy se sabe que, tras la separación del linaje evolutivo
humano del linaje del chimpancé, surgieron en nuestra genealo-
gía varios géneros, de los que los expertos reconocen siete: Orro-
rin, Sahelanthropus, Ardipithecus, Australopithecus, Kenyanthropus,
Paranthropus y Homo. Cada uno de ellos tiene sus propias espe-
cies extinguidas (ver Cuadro 1), configurando todos el mapa del
linaje humano, ya sea en línea directa o como ramas laterales.
El acta actual del paradigma dominante nos dice que el gé-
nero Homo se originó África y se extendió por este continente
y Eurasia, diversificándose en varias especies. Aunque no existe
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 29

consenso en cuanto al número de especies de Homo que han


existido, la mayor parte de los expertos reconoce cinco: Homo
habilis, Homo erectus, Homo heidelbergensis, Homo neanderthalensis
y Homo sapiens. En un enfoque extensivo, algunos autores ad-
miten la existencia de al menos cinco más: Homo ergaster, Homo
antecessor, Homo rhodesiensis, Homo georgicus, Homo floresiensis, e
incluso, algunos hablan de Homo pekinensis. En cualquier caso, la
única especie que hoy sobrevive es Homo sapiens, que, entroncada
en su origen africano, surgió hace unos 250.000 años y empezó a
expandirse por todo el planeta unos 50.000 años atrás.
La mayor parte de los estudiosos utiliza el término humano
para hacer referencia a todas las especies del género Homo. Ma-
tizando la clasificación, algunos expertos, como el codirector de
Atapuerca y profesor de investigación del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, José María Bermúdez de Castro
(2010), consideran que al referirnos a nosotros mismos y a to-
das las especies de nuestra genealogía, el término más preciso
que debemos utilizar es el de homínido, aunque tampoco es
incorrecto decir que somos homínidos, como es habitual en la
divulgación científica más generalizada.

Cuadro 1.— La gran diversidad del linaje humano

Antigüedad
Capacidad Distribución geográfica
Nombre (m. a. = millo-
craneal y primera referencia
nes de años)
M. Brunet et ál.
Sahelanthropus
7,0-6,0 m. a. ~350 cc (2002)
tchadensis
Norte de Chad
Orrorin B. Senut et ál. (2001)
~6,0 m. a. ---
tugenensis Kenia
Haile-Selassie et ál.
Ardipithecus*
5,7-5,2 m. a. --- (2002)
kaddaba
Etiopía
Ardipithecus T. White et ál. (1994)
~4,4 m. a. 350-400 cc
ramidus Etiopía
Australopithecus 4,2-3,9 m. a. M. Leakey et ál.
~400 cc
anamensis (1995) Kenia
30 Carolina Martínez Pulido

Cuadro 1. (cont.)— La gran diversidad del linaje humano

Antigüedad
Capacidad Distribución geográfica
Nombre (m. a. = millo-
craneal y primera referencia
nes de años)
Australopithecus D. Johanson et ál.
3,9-2,9 m. a. ~ 400 cc
afarensis (1974) Etiopía
Kenyanthropus M. Leakey et ál. (2001)
3,5-3,3 m. a. 400-500 cc
platyops Etiopía
Australopithecus M. Brunet et ál. (1995)
4,1-3,9 m. a. ~ 410 cc
bahrelghazali Chad
Australopithecus R. Dart (1925)
~3,0m. a. ~ 400 cc.
africanus Sudáfrica
Australopithecus T. White et. ál. (1999)
~2,5 m. a. ~ 450 cc.
garhi Etiopía
Paranthropus M. Leakey (1959)
~2,3 m. a. 500-530 cc
boisei Tanzania
Paranthropus R. Broom (1938)
~2,0 m. a. ~500 cc
robustus Sudáfrica
Paranthropus A. Walker (1985)
~2,6 m. a. 400-420 cc
aethipicus Etiopía y Kenia
L. Leakey et ál. (1964)
Homo habilis ~2,5 m. a. 500-800 cc
Tanzania
A. Vekua et ál. (2002)
Homo georgicus ~1,7 m. a. 600-800 cc
Georgia
E. Dubois (1892)
Homo erectus ~1,6 m. a 900-1.200 cc
Isla de Java y China
C. Groves y V. Mazak
Homo ergaster ~1,8 m. a. 800-1.000 cc (1975) Kenia y
Etiopía
Homo ~700.000 O. Shoetensack (1908)
1.100-1.400 cc
heidelbergensis años Europa
W. King (1864)
Homo ~230.000
1.300-1750 cc Eurasia y Oriente
neanderthalensis años
Próximo
~ 250.000 C. Linneo, 1758.
Homo sapiens 1.300-1.500 cc
años Todo el mundo
Fuente: elaboración propia con referencia de varios autores.
*
Desde Ardipithecus en adelante, todas las especies caminaban erguidas.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 31

La Paleoantropología tiene como objetivo arrojar luz sobre los


orígenes y la evolución de la humanidad. Su ámbito temporal se
remonta desde nuestros antepasados simios de 20-25 millones de
años o incluso antes, hasta los humanos modernos, esto es, Homo
sapiens. Tales orígenes, no debemos olvidarlo, solo empezaron a
analizarse desde un punto de vista científico después de la teo-
ría de la evolución de Darwin (1859). Con anterioridad, nuestra
especie no tenía pasado, ya que era producto de la «decretada»
creación divina desde la maquinaria de los poderes dominantes.
Actualmente, la paleoantropología comprende un amplio campo
de estudio interdisciplinar en el que participan la antropología,
la arqueología, la primatología o la biología evolutiva, lo que la
convierte en una disciplina muy rica, pero también polémica y a
veces enfrentada sobre todo a problemas de definición. Esa zona
de sombras la vuelve atacable por quienes reivindican certezas al
modo de los dogmas medievales.

3. El androcentrismo ha impregnado
la interpretación de los orígenes humanos

Las múltiples incógnitas que rodean los orígenes de la hu-


manidad se han ido desvelando parcialmente gracias a la inter-
pretación de restos muy antiguos que nuestros antepasados nos
han ido legando, constituyendo una legión de pequeñas señales
que sirven de guías ante las rutas de un tortuoso camino. Nor-
malmente esos escasos restos consisten en fósiles o herramientas
que suelen encontrarse fragmentados, incompletos o altamente
deformados en yacimientos mal conservados o semidestruidos.
Tales carencias desafían al trabajo de los especialistas, los cuales
deben enfrentarse con frecuencia a importantes y a veces in-
salvables dificultades para certificar la corrección interpretativa.
No puede extrañar, entonces, el recurso a la subjetividad, esto
es, a los propios prejuicios de los actores que manejan los datos
o indicios. Coste que no constituye el mal menor. Un problema
primordial consiste en evitar que las realidades culturales con-
temporáneas del sujeto o equipo de investigadores contaminen
la interpretación del pasado. Asunto que, todo sea dicho, es
32 Carolina Martínez Pulido

consustancial a todas las disciplinas que tratan de reconstruir


el pasado sin disponer de inventarios completos con «pruebas
contundentes» de lo relevante.
Los contextos de alta subjetividad, sin embargo, han sido
siempre difíciles de eludir en la ciencia que estudia los antepa-
sados lejanos de la humanidad moderna. Prueba de ello es el
célebre y androcéntrico modelo del hombre cazador y el protago-
nismo sin igual que ha alcanzado, tanto entre los expertos en el
tema como a nivel popular. De hecho, pese a que para muchos
tal modelo está ya científicamente desfasado, para otros aún
es válido y mantiene tal arraigo que, en demasiadas ocasiones,
sigue lastrando con distorsiones borrosas el pensamiento colec-
tivo. Por esta razón conviene dedicarle un breve apartado.

3.1. El modelo tópico y enrocado del hombre cazador

Mucho antes de que Charles Darwin publicara en 1871 su


segunda gran obra, El origen del hombre, ya la sociedad occi-
dental había asumido que los primeros grupos humanos eran
cazadores, y que esa tensión entre hombres (porque en su ver-
sión no existían las cazadoras) y animales sería la responsable
del crecimiento de la inteligencia y del devenir de la humani-
dad. Siguiendo este razonamiento, la persecución y captura de
presas con el fin de conseguir carne, considerada fundamental
para la alimentación humana, otorgó a los homínidos machos
la capacidad de potenciar el desarrollo de todas las innovacio-
nes morfológicas, tecnológicas y sociales características de la
humanidad moderna. Unas correlaciones que por su simpleza
hoy serían tachadas de osadas y «heroicas».
En el año 2007, los arqueólogos James Adovasio, director
del Instituto Arqueológico Mercyhrst de Pensilvania, y Olga
Soffer, profesora de la Universidad de Illinois, lo resumían así:
«los cazadores —siempre masculinos— provistos de la capaci-
dad de derribar enormes bestias, seguramente habrían tenido el
talento necesario para conseguir proteínas más que suficientes
con las que alimentarse a sí mismos y a sus familias». Las lu-
chas y tribulaciones de la caza, continúan los autores, excluían
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 33

a las hembras. Consecuentemente, excepto por su capacidad


de parir y criar vástagos portadores de las novedades evolutivas
que iban surgiendo, ellas fueron marginales en la historia del
desarrollo humano. En realidad, y como señalara en 1986 la
antropóloga de la Universidad de Alberta (Canadá), Linda M.
Fedigan, la visión de la naturaleza humana proporcionada por
el modelo del hombre cazador difiere muy poco de la propues-
ta por Darwin en 1871, y tiene por tanto un sello claramente
decimonónico, victoriano y misógino.

El concepto de que la caza ha sido el motor del proceso que nos


convirtió en humanos ha estado, y en algunos casos aún lo está,
firmemente implantado en la mentalidad académica y en el ima-
ginario popular. Incluso hoy, gran número de expertos sigue afir-
mando que nuestro intelecto, intereses, emociones y hasta la vida
social básica, son el producto indiscutible de la adaptación a la
persecución y captura de grandes y peligrosos animales. Con igual
dogmatismo, hay quienes persisten, inasequibles al desaliento,
sentenciando que ha sido el hombre, que no la mujer, el verda-
dero dinamo o motor del proceso evolutivo. Ese salto argumental
podría inducir a la ironía de sostener que la fuerza del «músculo»
propició el soft mental de las habilidades adaptativas. Ergo, las
carentes de «fuerza» no sumaron «un segundo parto» a la causa
de la supervivencia.

La noción de un macho aprovisionador y una hembra de-


pendiente es el resultado de proyectar la ideología de la sociedad
moderna a los tiempos pasados. Pese a que ese razonamiento
no se sustenta ni refleja los datos científicamente obtenidos, se
ha perpetuado en el argumentario al uso debido a la falta de
cuestionamientos críticos y de un simple examen más profundo
de los hechos. Gracias a innumerables esfuerzos realizados por
científicas y científicos procedentes de diversas áreas, ese viejo
escenario, aunque con lentitud, ha empezado a moverse y a
ajustarse mejor a la información disponible.
En un sector cada vez más significativo de la comunidad de
expertos, está cobrando fiabilidad y aceptación una novedosa
opinión: las cacerías en las que hombres prehistóricos provistos
34 Carolina Martínez Pulido

de rudimentarias herramientas abatían enormes bestias proba-


blemente nunca ocurrieron en la realidad. Una «heterodoxia»
que solo representa lo que estudiosos como Adovasio y Soffer
califican de «la parte mítica de la comunidad paleoantropológi-
ca». Esos investigadores insurgentes que han tenido la valentía
de «revisar» y librar una lucha contra las imágenes estereotipa-
das de las sociedades arcaicas, hacen hincapié en que no existen
suficientes pruebas científicas, ya sean las anatómicas, como la
morfología de la dentadura o la corpulencia física; o bien las
de carácter cultural, alusivas a la posesión de armas arrojadizas
eficaces, que apoyen la existencia en un lejano pasado de po-
derosos cazadores.
El prestigioso paleoantropólogo de la Universidad de Stan-
ford, Richard Klein, en el año 2000 apuntaba que la caza orga-
nizada de animales de gran talla únicamente pudo tener lugar
cuando se inventaron armas que permitían atacar desde lejos.
Y solo hay datos arqueológicos de tales instrumentos a partir
de los últimos 50.000 años. Si este razonamiento fuera cierto, la
caza evidentemente sería una actividad moderna que no podría
explicar nuestro pasado evolutivo, ni mucho menos nuestros
orígenes.
En esta matización, continúa Klein, es cierto que en restos
con alrededor de medio millón de años de antigüedad se han
encontrado herramientas de piedra esparcidas entre huesos de
búfalos, cebras y otros grandes mamíferos. Algo que para el
análisis de las huellas dejadas en esos huesos es muy revelador:
«encontramos que las marcas de dientes de carnívoros como
hienas y leones eran muy frecuentes, pero las de herramien-
tas de piedra eran raras». Según el citado Klein, «esto sugiere
que los carnívoros se llevaron la mayor parte de la carne y los
humanos muy poca». Si eso es así, llegamos a la conclusión de
que «nuestros antepasados de hace 500.000 o 300.000 años no
eran particularmente buenos en la caza ni en el carroñeo». En
este sentido, diversos autores vienen indicando —desde hace ya
décadas— que muchas de las herramientas que parecen haber
sido diseñadas para cazar es posible que se hubieran usado para
excavar bulbos o raíces, cortar partes fibrosas de las plantas, ma-
chacar frutos secos o actividades semejantes (Longino y Doell,
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 35

1983). ¿Por qué esa fijación en atribuirle poderío exterminador,


de primacía gladiadora?
Con todo, cambiar los modelos clásicos de interpretación
requiere una reevaluación general de ideologías y militancias
que poca gente, tanto los especialistas en la materia y los que
no lo son, está dispuesta a reconsiderar, y no digamos a asumir.
Por ello, aunque no haya evidencias de que nuestros antepasa-
dos capturaran enormes animales salvajes, siguen existiendo
irreductibles defensores de la caza que hacen públicos sus ra-
zonamientos, provistos por lo general de floridos argumentos
y de vistosas ilustraciones, tanto en los medios populares como
en respetados libros y revistas científicas.

El modelo del hombre cazador no solo se ha admitido para in-


terpretar el quehacer cotidiano de las especies pertenecientes al
género Homo, sino que también se ha extrapolado para otras más
antiguas, como los Australopithecus o los Ardipithecus. De hecho, la
idea del macho proveedor, cazador y protagonista de toda nuestra
historia evolutiva, ha impregnado profundamente las interpreta-
ciones sobre el modo de vida de todas las especies de homíni-
dos que vivieron en el largo período de tiempo (6-7 millones de
años) que va desde los primeros simios bípedos hasta la humani-
dad moderna.

A la sombra de tan poderosa creencia, transmutada sin prue-


bas consistentes en paradigma, y de sus fervorosos defensores, en
muchas ocasiones ha quedado oculto que hace ya cuatro décadas
un grupo de expertas, posteriormente apoyadas por cada vez más
colegas varones, empezó a desafiar al todopoderoso «cazador».
En esta línea de investigación crítica fueron capaces de proponer
y potenciar una tesis alternativa de notable validez: el Modelo de
la mujer recolectora. Aunque este modelo ha sido ampliamente es-
tudiado, discutido, mejorado y difundido por numerosas autoras
y autores, su divulgación no ha tenido un eco semejante al del
cazador. De ahí que esté justificado un breve recordatorio de esos
paralelos y desiguales relatos de historias dirigidas a esclarecer las
aventuras que tuvieron que afrontar nuestros antepasados.
36 Carolina Martínez Pulido

3.2. Un modelo insistentemente olvidado:


la mujer recolectora

Desde la década de 1970, un creciente número de expertas


ha logrado hacer oír su voz y enfrentarse con rigor y coraje al
sesgo androcéntrico dominante en la paleoantropología. Res-
paldadas también por algunos colegas masculinos, nadie duda
hoy día que no hayan hecho mella en la comunidad científi-
ca. Su planteamiento tiene una lógica que sembró dudas en el
estado de opinión cautivado por la versión carnívora. Su foco
de atención: sugerir que la recolección de productos de origen
vegetal por parte de las mujeres debió haber constituido una
actividad que proporcionaba recursos alimenticios fundamen-
tales en las sociedades humanas. Demostrarlo, no obstante, ha
sido y sigue siendo una tarea difícil, debido a dos hechos: que el
papel secundario de las mujeres ha estado tan profundamente
incrustado en la mentalidad académica y no académica que
todavía perdura con notable vigor; y que la «épica» del proceso
de la caza supera en su proeza al poder «blando» de los sumi-
nistros del reino vegetal.
Como se apunta más arriba, disciplinas como la antropo-
logía, la arqueología, la paleontología, la primatología, la psi-
cología o la biología evolutiva han servido en todos los casos
de paraguas parciales para explicar la vida de los primeros hu-
manos, según modelos que han estado repletos de asunciones
sobre los hombres y las mujeres occidentales actuales. Cuando
por fin empezó a investigarse con rigor científico la participa-
ción femenina en los orígenes de la humanidad, las posturas
críticas en torno a la validez del hombre cazador y proveedor se
dotaron de serios argumentos y adquirieron una considerable
fuerza. Así, vería la luz el modelo de la mujer recolectora, pro-
puesto por un grupo de antropólogas norteamericanas con el
objetivo de sacar de la sombra la participación de las hembras
en el largo camino que condujo a la humanidad moderna.
En 1975, la científica Sally Linton Slocum publicó un no-
table trabajo titulado La mujer recolectora: el sesgo masculino de la
Antropología, que ponía en duda que la caza masculina hubiese
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 37

sido el medio principal de subsistencia de los homínidos. Por


tanto, enfatizaba la importancia de la recolección de vegeta-
les por parte de las mujeres5. La trascendencia de este trabajo
radica sobre todo en que establecía por primera vez las bases
para un examen mucho más detallado del papel femenino en
las sociedades del pasado. En el contexto de estos nuevos retos,
entre los años 1976 y 1978, vieron la luz los influyentes trabajos
de otras dos científicas: Nancy Tanner y Adrienne Zihlman,
quienes a medida que avanzaban en sus observaciones, cons-
tataron que el papel dominante de la caza se tornaba cada vez
más dudoso. Con los datos recogidos a partir de un amplio
espectro de ensayos en las líneas de investigación, expusieron
una nueva y provocadora tesis: durante el proceso de la evo-
lución, las hembras habían sido contribuyentes fundamentales
para la dieta alimenticia y, por lo tanto, activas participantes en
la subsistencia. ¿La valorización mayor es el mantenimiento de
la vida o el relato de quienes ejercitan el poder en la misma?
Según las citadas Zihlman y Tanner, y otros autores, nume-
rosos especialistas con Darwin entre ellos habían pasado por
alto que los humanos no pudieron alimentarse solo de carne.
Parece lógico deducir que, probablemente, el aporte vegetal fue
un componente muy significativo de la dieta. La actividad reco-
lectora, señalaron, no es tarea baladí, ya que requiere una serie
considerable de destrezas entre las que se cuenta el buen cono-
cimiento de las plantas, frutos, raíces e insectos, al igual que el
uso de herramientas para machacar, abrir o cortar. Asimismo,
es imprescindible una buena orientación espacial que permita

5
Tanto en el modelo del hombre cazador como en el de la mujer reco-
lectora, se da por válido que los machos fueran los proveedores de carne y las
hembras, de los productos de origen vegetal. Sin embargo, hay que anotar, tal
como se discutirá en los próximos capítulos, que en la actualidad este asun-
to es también debatido. Quizás ambos papeles no estaban tan claramente
delimitados y los miembros de ambos sexos podían proporcionar al grupo
todo tipo de alimentos. Desde una perspectiva contemporánea, llevada al
absurdo, estaríamos debatiendo preferencias gastronómicas de sobredosis
con proteínas de origen animal o con dietas de predominancia vegetal. Lo
plausible es suponer que el principio de necesidad, sobrevivir, no dejaba lugar
a elecciones de gustos, sino de posibilidades de acceso.
38 Carolina Martínez Pulido

explorar y reconocer con eficacia los territorios apropiados, y


estar al tanto de los tiempos de cosecha correctos. No parece,
pues, que sea incoherente admitir que en el mundo primitivo
la importancia de la recolección tuvo que haber sido, al menos,
igual de prolija y estratégica en su logística que la de la caza.
Las investigaciones de Zihlman y Tanner llegaron aún más
lejos, al sostener que la recolección de alimentos vegetales pro-
bablemente habría establecido los cimientos tecnológicos de
las sociedades primitivas, esto es, la elaboración de las prime-
ras herramientas. En este sentido, hay que tener en cuenta
que el estudio del registro arqueológico disponible no permite
afirmar con seguridad la autoría, es decir, quién construyó los
utensilios más antiguos descubiertos. Por ende, es imposible
y temerario aseverar que las primeras herramientas fueran
producidas únicamente por los machos. En la actualidad, son
numerosas las expertas, y también algunos expertos, que de-
fienden que las hembras fueron prolíficas fabricantes de útiles.
Parece muy poco real, continúan los especialistas, suponer que
en los tiempos prehistóricos cada vez que las homínidas ne-
cesitasen herramientas tuvieran que pedirlas prestadas a sus
compañeros, o se mantuviesen a la espera de ser provistas de
instrumental por ellos. Sería más riguroso suponer que ellas,
que eran inteligentes y fuertes, fabricasen sus propios utensi-
lios. La lógica del comportamiento instrumental sostiene que
quienes se familiarizan con los objetos de interés, desarrollan
capacidades suficientes para extraer diseños apropiados a sus
mayores aprovechamientos.

En el año 2007, los profesores de las universidades de Iowa y


Cambridge, Jill Pruetz y Paco Bertolani, publicaron un novedoso
estudio sobre un tipo de chimpancés que habitan en la sabana del
sureste de Senegal. Durante los 19 días que duró su investigación,
estos científicos observaron casi a diario el uso habitual de herra-
mientas para cazar vertebrados, como pequeños lemures, por parte
de los chimpancés. Pero lo que llamó la atención de los investiga-
dores fue que entre los fabricantes de utensilios había hembras y
chimpancés inmaduros, que hasta el momento se había considerado
que carecían de comportamiento cazador. Esta nueva información
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 39

sobre el uso de herramientas por unos parientes tan próximos de


los humanos tiene una especial relevancia, no solo porque se ha
observado a las hembras fabricando utensilios, sino porque reali-
zan esta actividad con mayor frecuencia que los machos adultos.
Investigaciones como la citada fortalecen la hipótesis, defendi-
da por diversas expertas, según la cual nuestras antepasadas ho-
mínidas desempeñaron en el desarrollo de la tecnología lítica un
papel mucho más significativo que el habitualmente admitido.
«Deberíamos replantearnos las explicaciones tradicionales sobre
la evolución de estos comportamientos en nuestra propia especie»,
concluyen Pruetz y Bertolani.

Como cabía esperar, el modelo de la mujer recolectora generó


una enorme agitación académica y divulgativa entre la comu-
nidad científica. Dado que esta tesis se articuló en los años 70,
ciertos autores incluso pretendieron teorizar sobre su vínculo con
el movimiento feminista de esos años. Así, algunos pensadores
acusaron al mencionado modelo de constituir un producto del
clima social de la época y de estar impregnado de las tendencias
de la moda dominantes en los años en que fue propuesto. Por
consiguiente, la tesis de la hembra recolectora fue despreciada o
ignorada por muchos paleoantropólogos (la mayoría varones),
limitándola a un mero contraataque feminista al hombre caza-
dor. Hubo autores que aseveraron que la mujer recolectora no era
resultado de una interpretación viable y objetiva de los datos, y
por tanto se creyeron con autoridad suficiente como para tachar
el modelo de demasiado «ginocéntrico» y «con sesgo femenino»,
razones que impedían tomarlo en serio. Pero, paradójicamente,
al parecer no influía en estas críticas que la tesis del hombre
cazador fuese exclusivamente androcéntrica y que no utilizasen
datos adecuados que la sostuviesen.
Por si no necesitáramos más pruebas de la «historicidad»
de los paradigmas, se ve cómo esta «insurgencia» explicativa, al
«ruido» de los acontecimientos reivindicativos, se les trata de ad-
herir unos resultados de investigaciones que cuestionan a fondo
la silente inercia de un archivo generado al calor de unas ideas
tributarias de su propia «historicidad» de condicionamientos.
40 Carolina Martínez Pulido

No existen datos fidedignos que demuestren que en las sociedades


paleolíticas los hombres sustentaban a las mujeres y a las crías.
Más bien al contrario, los datos parecen apuntar cada vez con
mayor claridad a la autonomía femenina y a su capacidad para
alimentarse a sí mismas y a su prole, igual que pasa con el resto
de los primates.

El modelo de la mujer recolectora se desarrolló teniendo


también en cuenta las mayores necesidades nutritivas de la
hembra durante la gestación, la lactancia y la posterior nutri-
ción de las crías con alimentos recogidos del entorno. Se trata
de una faceta clave, vital para la especie: el éxito reproductor,
que en biología evolutiva tiene la suficiente enjundia como para
detenernos en ella, por cuanto trasciende a los estrechos límites
de un debate que no es el de la simple dialéctica de sexos. Por
ello, escandaliza bastante que se intente viciar esa nueva visión
de la biología más científicamente elaborada con el «lastre» de
supuestos «no evolutivos».

3.2.1. «El esclarecedor vínculo madre-cría»

A lo largo de las últimas décadas un colectivo cada vez ma-


yor de expertos, ha tomado conciencia del profundo alcance
que puede haber tenido en la vida de nuestros antepasados la
relación que se establece entre las hembras y sus crías, ya que
probablemente tal vínculo podría explicar en gran medida el
surgimiento de ciertas características propias y exclusivas de
los seres humanos.
Ya hemos apuntado que, por norma general, la comunidad
científica ha aceptado con escasa oposición que características
humanas como el andar bípedo, la fabricación de herramientas
o el desarrollo del cerebro se vieron notablemente favoreci-
das gracias al despliegue de estrategias de caza cada vez más
eficaces que aseguraban la provisión de carne. Pero también
sabemos que las especialistas en el tema han cuestionado se-
riamente el excesivo escoramiento argumental en ese paradig-
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 41

ma del cazador. Basándose en observaciones y datos obtenidos


durante más de treinta años, han sugerido que es muy probable
que las homínidas con crías a su cargo desplegasen un complejo
comportamiento dotado de una interesante creatividad vital,
grupal y evolutiva. Por ejemplo, la hembra primate, a diferencia
de otras mamíferas, no deja a sus crías en nidos o cuevas, sino
que las transporta consigo constantemente. ¿Un mero cálculo
de movilidad espacial y de imperativo en la seguridad? ¿O una
elaborada dosificación de esfuerzos incardinados en el marco
referencia de un proyecto vital de supervivencia y dominio cre-
ciente sobre las incertidumbres de sus entornos?
La disminución de la capacidad de asirse por parte de unas
crías bípedas, que solo cuentan con dos manos en vez de cuatro
al cuerpo materno, probablemente con un pelaje mucho menos
tupido que el de sus parientes simios, habría requerido idear
nuevas estrategias. Una solución innovadora sería la invención
de algún tipo de saco hecho de fibras vegetales que posibilitase
sujetar el infante a la madre, la cual podría así conservar las ma-
nos libres. Hay quienes alegan que el primer instrumento fa-
bricado por un ser humano no fue una piedra tallada, sino una
especie de bolsa o rústico morral utilizado para el transporte6.
Por añadidura, se ha observado que las hembras de los demás
primates son seres autónomos que conservan gran movilidad,
incluso cuando están preñadas o criando, y que se involucran
activamente en su supervivencia y en la de sus vástagos. Hay
evidencias de que se desplazan para buscar alimentos, utili-
zan herramientas y despliegan un comportamiento que no se
identifica en nada con la tradicionalmente supuesta pasividad
y dependencia ante el macho y de sus trofeos de caza7.

6
En el Capítulo 4 se trata sobre la gran trascendencia que probable-
mente tuvo en la historia de la humanidad la elaboración de objetos a partir
de fibras vegetales.
7
Los múltiples estudios hoy disponibles acerca del comportamiento
predador de los primates no humanos muestran que los chimpancés oca-
sionalmente capturan y comen alguna presa animal; sin embargo, se trata
de una actividad poco habitual y no es raro que la carne esté ausente en su
dieta. Además, las investigaciones recientes revelan que, aunque siempre se
ha dado por sentado que la predación es primariamente una actividad de los
42 Carolina Martínez Pulido

El carácter revolucionario del modelo de la mujer recolectora re-


sidió sobre todo en que presentó a las hembras como seres inno-
vadores capaces de contribuir activamente en el desarrollo de la
humanidad. Asimismo, debilitó el paradigma del cazador al re-
conocer que el conjunto madre-cría pudo haber sido un pivote
en torno al cual surgieron muchas de las características que nos
definen como humanos.

En lo que a la reproducción atañe, tampoco ha de pasarse


por alto un hecho significativo que las nuevas investigaciones,
sobre todo, han puesto de manifiesto: los cambios anatómicos
relacionados con la locomoción bípeda propiciaron lo que se
conoce en nuestra historia evolutiva como «el dilema obsté-
trico». Al mismo tiempo que el andar erguido establecía las
limitaciones del diámetro del canal del parto —una pelvis de-

machos adultos, en algunos grupos de chimpancés se ha observado que las


hembras cazan con igual éxito que los machos. Y, pese a que a menudo se
asume que las hembras con crías no pueden implicarse en la caza, han sido
vistas persiguiendo presas, mientras cargan con su vástago a la espalda. En
los demás primates, a grandes rasgos puede afirmarse que la carne es muy
poco frecuente en sus dietas, y en lo que a la predación se refiere muestran
diferencias entre sexos poco claras. Por ejemplo, los babuinos machos pare-
cen ser más propensos a participar en cacerías, pero también se han divisado
hembras babuinas capturando animales. En este sentido, de nuevo nos en-
contramos con que el comportamiento animal observado depende muchas
veces de los prejuicios e ideas preconcebidas ya presentes en el pensamiento
del observador (este tema se trata con más detalle en el Capítulo 2).
Quizás haya contribuido a confundir esos roles el identificar el porcen-
taje mayoritario, en una «división del trabajo» de dimensión cuantitativa
y cualitativa, con la negación de antemano a las hembras de desempeñar
ciertas tareas. Es muy arriesgado inferir que, en comunidades donde prima
el «principio de necesidad», haya deliberados propósitos de prescindir de
la mitad de «sus fuerzas» ante el objetivo de supervivencia del grupo, en
aras de jerarquizar sexos con cometidos. La sinergia, el esfuerzo colectivo
de todos los integrantes no es privativo de los escenarios de complejidad.
Cuando lo que se juega es la propia existencia vital, parece plausible suponer
participación activa antes que pensar en organizaciones preocupadas por
formalizar estructuras de poder desiguales al modo de lo que hoy enten-
demos como tales.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 43

masiado ancha sería un obstáculo para el desplazamiento—,


la fabricación y uso de herramientas iba generando presiones
selectivas favorables al aumento de tamaño del cerebro y, en
consecuencia, hacia cráneos mayores. La solución de este con-
flicto consistió en que las crías humanas naciesen en una etapa
menos madura que la alcanzada por otros primates8. Pero unos
vástagos frágiles y dependientes requerirían un extenso período
de atención y cuidados hasta alcanzar el adecuado crecimiento
y maduración del cerebro, junto al largo aprendizaje necesario
para la amplia socialización de esa prole que forma parte de
grupos o clanes altamente organizados9.

8
En las chimpancés, el embarazo dura ocho meses (32 semanas) y las
crías nacen con un cerebro cuyo tamaño (128 cc) es de aproximadamente
el 33 por 100 del adulto (390 cc). En los seres humanos, por el contrario, el
cerebro en el momento de nacer (384 cc) representa solo el 28 por 100 del
tamaño definitivo (1 350 cc). Si la cabeza del recién nacido humano fuera
proporcional al volumen final, la duración del embarazo debería ser de 16
meses (64 semanas), y el gran tamaño cerebral haría imposible el parto. Las
personas nacemos, pues, prematuramente.
9
En relación con el parto, en otras especies del género Homo, es inte-
resante subrayar algunos puntos. En noviembre de 2008, la revista Science
publicaba el hallazgo en Afar, Etiopía, de un fósil de pelvis de una hem-
bra perteneciente a la especie Homo erectus (la primera especie que muchos
consideran humana) que vivió hace entre 1,8 millones y 160.000 años. Los
resultados de su estudio revelan que era mayor de lo pensado hasta ahora, de
lo cual se infiere que el tamaño de la cabeza del feto también lo era. Según el
investigador Manuel Domínguez-Rodrigo, de la Universidad Complutense
de Madrid, este fósil sugiere que probablemente las crías homínidas empe-
zaron a nacer inmaduras hace unos 1,5 millones de años, aunque es posible
que no fueran tan indefensas como las de Homo sapiens.
Por su parte, la investigadora Ana Mateos Cachorro, del Centro Nacio-
nal de Investigación Humana (Burgos), y miembro del equipo de Atapuerca,
señalaba en 2009 que el parto de las mujeres de Homo heidelbergensis, de
hace medio millón de años, era «más holgado» y por tanto menos doloroso
que el actual porque, entre otras cosas, la pelvis de las mujeres de entonces
era más ancha que la de las mujeres de hoy. Asimismo, Mateos ha apuntado
que el período de la lactancia duraba entre tres y cuatro años, lo que se ha
descubierto a partir del esmalte de los dientes de aquella especie.
Con respecto a otra especie humana más reciente, Homo neanderthal-
ensis, el equipo de paleoantropólogos dirigido por Tim Weaver de la Uni-
versidad de California, ha publicado, también en 2009, que las mujeres
44 Carolina Martínez Pulido

Otra característica anatómica que debe tenerse en cuenta


al analizar el bipedismo en relación con las hembras es que
la parte inferior de la columna vertebral femenina ha evolu-
cionado alcanzando más flexibilidad para equilibrar el cuer-
po durante la gestación. Esa mayor curvatura en la columna
lumbar fue esencial para la supervivencia de las primeras ho-
mínidas: podían mantener una actividad normal durante el
embarazo.

El proceso evolutivo humano no puede entenderse dejando a un


lado la anatomía de la hembra, entre otras razones, porque los
cambios en su pelvis hicieron posible el espectacular desarrollo de
nuestro cerebro.

Es indiscutible que las hembras, las mamíferas en general


y las primates en particular, son de gran importancia a la hora
de asegurar el éxito reproductor de la especie. Sin embargo,
también hay que resaltar que ese no es su único papel. Al
igual que los machos, ellas luchan para sobrevivir, buscan ali-
mentos, refugio, se interrelacionan con sus congéneres, evitan
a los predadores, etc.; y otra circunstancia vital, entre sus
múltiples actividades, se encuentra en la reproducción. Desde
el punto de vista evolutivo, el éxito reproductor tiene gran
significado (no evolucionan los individuos sino las poblacio-
nes). De ahí que de la eficacia de la hembra en su capacidad
reproductora, dependerá en último extremo la supervivencia
de la especie. Por ello, y aunque no solo por ello, las hembras
son importantes.

neandertales tenían un canal del parto diferente al de las actuales, pero


que el nacimiento era, probablemente, igual de difícil que hoy. Para llegar
a estas conclusiones, los investigadores estudiaron fragmentos fosilizados
de pelvis neandertal y reconstruyeron su canal del parto. Los fósiles uti-
lizados para este trabajo se habían descubierto en la década de 1930 en
Tabun, Israel.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 45

El modelo del cazador, básicamente apoyado en la simple y poco


convincente noción de que «los primeros humanos partían a la
captura de grandes piezas y dejaban a las mujeres y los niños en
casa», se ha convertido para numerosas autoras, y un creciente nú-
mero de autores, en un modelo con cimientos muy endebles: solo
pretende demostrar que el papel secundario del sexo femenino
forma parte de la naturaleza desde los comienzos de la humanidad.
Continuamente se alzan voces, como la de la antropóloga Linda
Fedigan de la Universidad de Alberta, que defienden la necesidad
de superar esos estereotipos tan convencionales de la prehistoria y
«liberar por fin nuestras mentes de la imagen de las primeras mu-
jeres esperando en cuevas o campamentos la vuelta de quienes les
daban de comer». Entre otras razones, porque si hubieran tenido
ese comportamiento, simplemente se habrían muerto de hambre.

Es sabido que la existencia de modelos, a modo de hipóte-


sis, es imprescindible para el avance de la ciencia, ya que solo
se pueden obtener algunas dosis de conocimiento científico
si somos capaces de contrastar tales hipótesis propuestas con
nuevos datos y observaciones para validarlas o refutarlas. No
obstante, una vez esbozados los contenidos generales de los
dos modelos (el del cazador y el de la recolectora), quizás más
representativos de los múltiples propuestos para interpretar
nuestro pasado remoto, es obligado recordar que ni estos ni
algunos otros que no se han tratado aquí dejan de ser teórica-
mente discutibles.

4. Los modelos androcéntricos: gigantes con pies


de barro frente al diagnóstico de las pruebas

La interpretación de nuestro pasado evolutivo implica la


convergencia en la arena del debate de información procedente
de múltiples líneas de trabajo originadas, ya lo hemos dicho, a
partir de disciplinas científicas distintas. Pese a las numerosas
discrepancias que tal variedad genera, podemos afirmar sin te-
mor a equivocarnos demasiado que todas han adolecido hasta
hace relativamente poco tiempo de un sesgo común: visualizan
46 Carolina Martínez Pulido

los roles femeninos en función de prejuicios y suposiciones


sin contextualizar históricamente, ni estar provistos de datos
u observaciones fidedignas. Con el fin de documentar e ilus-
trar tales sesgos, se han recogido en este capítulo dos facetas
candentes de la cuestión, aunque existen más. Por un lado, el
largamente discutido asunto del papel de la carne en la dieta
de los homínidos; y por el otro, algunas de las dificultades que
conlleva determinar el sexo de los fósiles que los investigadores
con tanto esfuerzo consiguen desenterrar en los yacimientos
(Esquema 1).

Esquema 1

Muchos estudios evolutivos


han estado impregnados de prejuicios

El papel de la carne en la
dieta de los homínidos y
la supuesta dependencia
de la hembra ➤
Dos ámbitos de trabajo
que muestran un claro
La determinación del sesgo androcéntrico
sexo de los fósiles,

con el fin de inferir
comportamientos

4.1. La carne en la dieta de los homínidos: un intenso debate

Antes de adentrarnos en este complejo escenario, señalemos


que los modelos vigentes que en la actualidad tratan de explicar
la evolución humana tienen como denominador común asumir
que el carácter sociable propio de muchos primates llevó desde
sus orígenes a los homínidos a organizar su convivencia en
clanes o bandas en torno a una especie de «campamento base».
Aquí, los miembros del grupo se reunían diariamente y com-
partían la comida, manifestando de este modo un comporta-
miento social cooperativo, coherente con el patrón reflejado en
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 47

los restos de algunos yacimientos que sugieren visitas repetidas


a un mismo sitio10.
A finales de los años 70, un conocido experto, Glyn Isaac,
publicó un convincente trabajo que sintetizaba la opinión sobre
el tema, por lo que fue ampliamente asumido. El científico sos-
tenía, basándose en sus numerosas investigaciones de campo,
que el hecho de compartir comida estuvo ya presente en algu-
nos de los primeros homínidos del este africano. En el mode-
lo de Isaac, los «campamentos» correspondían a lugares fijos
de cazadores adonde una parte del grupo (los machos) volvía
periódicamente con carne para repartir entre otros miembros
(hembras, crías), que se ocupaban de la recolección vegetal. Ca-
bría preguntarse si la inclusión de ese complemento respondía
a las carencias de regularidad en la carne o a comprobaciones
en las ventajas de complementariedad de ambos tipos de ali-
mentos. ¿Quién acreditaba la bondad de esa distribución?, ¿no
es un factor cultural, de elaboración observadora?
El modelo del alimento compartido, pese a su amplia acep-
tación en la comunidad de expertos, ha generado ciertos re-
celos que llaman a la prudencia porque tiende a presentar un
comportamiento casi idéntico al observado en muchos de los
pueblos cazadores recolectores en la actualidad. Este hecho lle-
varía entonces implícito que en condiciones naturales no habría
habido cambios desde épocas remotas hasta el presente y que,
además, con los homínidos se habría producido un salto nota-
ble con relación a la conducta de otros primates que no tienen
puntos fijos de reunión, ni comparten en general el alimento.
Sobre este interesante tema, el respetado antropólogo Ri-
chard Potts, director de antropología del Museo Nacional de
Historia Natural, de la Institución Smithsoniana11 (Smithso-
nian Institution), señalaba en 1988 que la coincidencia espa-
10
Muchos estudiosos se sienten incómodos ante el término «campa-
mento base» por considerarlo demasiado actual y proponen cambiarlo por
otro como «refugio» o «lugar central».
11
La Smithsonian Institution, nombre original, hace referencia a un
centro de enseñanza e investigación asociado al complejo de museos más
grande del mundo, localizado en Washington D. C. y la ciudad de Nueva
York.
48 Carolina Martínez Pulido

cial podría representar una actividad relacionada no solo con el


consumo compartido de productos alimenticios, sino que pro-
bablemente los homínidos se congregaban en aquellos lugares
donde había mayor disponibilidad de materia prima con la que
elaborar los utensilios necesarios para la manipulación de los
alimentos. Por ejemplo, para cortar o machacar.
En cualquier caso, en este modelo queda claro que el ali-
mento principal, el más valioso que compartían, era la carne
obtenida por los machos. No obstante, en los últimos años se
han acrecentado las dudas acerca del primordial papel de los
productos de origen animal en la alimentación de nuestros an-
tepasados. En la actualidad, su mayor o menor importancia
frente a los productos vegetales se ha transformado en un tema
más comprometido de lo que habitualmente suele creerse; las
dudas emergentes son cada vez más visibles y el debate sobre la
alimentación de los primeros homínidos se ha ido acalorando
por momentos.
En este contexto, los restos fósiles de los primeros homíni-
dos son de gran ayuda para proporcionar algunas pistas acerca
de la dieta que acompañó al desarrollo de nuestro linaje evolu-
tivo. Los dientes, por ejemplo, gracias a su notable resistencia a
la degradación, constituyen unas piezas muy valiosas. Su tama-
ño, forma o el grosor del esmalte que los recubre, ofrecen con
frecuencia abundante información acerca del tipo de alimentos
que ingerían.
En el primer antepasado humano reconocido como tal (Ar-
dipithecus ramidus12), que vivía en un bosque húmedo de lo que
hoy es Etiopía, se ha detectado que el esmalte de sus dientes
estaba dispuesto en una capa relativamente delgada; hecho que
hace suponer que su alimentación era rica en alimentos blan-
dos, como frutos carnosos maduros. Según los paleoantropó-
logos, no hay en la morfología dental de esta especie ningún
rasgo que indique un aporte significativo de carne.

12
Ardipithecus ramidus tiene 4,4 millones de años de antigüedad y fue
hallado en Aramis, Etiopía. Aunque no es el homínido más antiguo cono-
cido, sí representa al más completo de los primeros especímenes estudiados
y se considera una especie esencial en la evolución humana.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 49

En el caso de la conocida Lucy (Australopithecus afarensis)13,


que ya había empezado a explotar los recursos de los bosques
secos y aclarados, la dentición muestra un aumento del ancho
de los molares y un engrosamiento del esmalte; rasgos que indi-
can una alimentación de origen vegetal en la que los productos
duros y abrasivos (frutos secos, raíces y otras partes vegetales
subterráneas o fibrosas) han cobrado importancia14. Si consu-
mían carne, probablemente lo hacían de manera ocasional, más
o menos como los chimpancés actuales. Estas especies por lo
tanto no eran cazadoras, sino vegetarianas.
En los primeros representantes del género Homo, los ali-
mentos vegetales siguieron formando parte sustancial de la
dieta; aunque algunos de ellos, como señala Bermúdez de Cas-
tro (2010), incrementaron el consumo de carne, seguramente
procedente de animales matados por ciertos predadores. Con
respecto a Homo habilis15 es interesante constatar que no se
produjo la reducción del aparato masticador característica de
las formas posteriores de Homo. El tamaño de premolares y
molares de habilis era, en términos absolutos y relativos, similar
al de los australopitecinos. Si la inclusión de carne en la dieta
tiene influencia en la reducción del tamaño de premolares y
molares, como sostienen algunos expertos, es evidente que el
Homo habilis no acusó este proceso, tal vez porque la carne y la
grasa de los animales fue solo el complemento de una dieta rica
en productos vegetales16.

13
Los australopitecos, que vivieron hace entre unos 2,5 y 3,9 millones
de años, figuran entre los primeros fósiles de homínidos descritos en África.
En 1925 se publicó el hallazgo de Australopithecus africanus («simio del sur
africano») en Sudáfrica; con posterioridad, se han hallado más especies en
otros sitios del continente.
14
Unas piezas dentales recubiertas de esmalte grueso sugieren adapta-
ción a una dieta principalmente terrestre, compuesta por alimentos duros
que desgastan la dentadura. Por el contrario, el esmalte delgado suele consi-
derarse señal de adaptación a alimentos arbóreos, blandos, sobre todo frutos
maduros o tallos tiernos.
15
Homo habilis, de 2,5 millones de años de antigüedad, es considerado
por la mayor parte de los expertos el primer representante del género Homo.
16
Para algunos autores, los miembros del género Homo, incluso los más
primitivos, ya consumían alimentos variados, lo que representa una ventaja
50 Carolina Martínez Pulido

Cuando hace alrededor de 1,6 millones de años surgió Homo


erectus/ergaster17 con un cerebro claramente mayor, muchos auto-
res consideraron que probablemente se había producido un cam-
bio en la dieta con la incorporación regular de proteínas anima-
les, esto es, de carne. Precisamente, debido a que la alimentación
carnívora podría explicar el desarrollo cerebral, ha resultado co-
herente sostener que los homínidos dotados de un cerebro mayor
tendrían también más capacidad para explotar los recursos ali-
menticios altamente energéticos: los de caza y captura de grandes
animales. De de esta manera, habrían conseguido aumentar la
densidad de sus poblaciones y un mayor éxito evolutivo.
Dicho de otra forma, una de las características más notables
del linaje humano es el desarrollo de un cerebro que evoluti-
vamente se ha ido haciendo cada vez más grande —en térmi-
nos generales, los australopitecos tenían un volumen cerebral
de aproximadamente 450 cc, mientras que el cerebro humano
actual alcanza una media de 1 350 cc— y, como se trata de un
órgano que consume mucha energía, la carne en la dieta parece
entonces obligatoria18.
Pero las cosas no parecen haber sido tan sencillas. Las nue-
vas ideas surgidas en los últimos años apuntan, de hecho, en

indudable en determinadas circunstancias, pues una especie con una dieta


de amplio espectro tiene más oportunidades de sobrevivir que otra con una
dieta muy especializada. Los australopitecos robustos (también llamados
parántropos), por ejemplo, nunca pudieron abandonar su ecosistema africa-
no porque estaban estrechamente vinculados a una dieta muy uniforme. Las
poblaciones de Homo, en cambio, ampliaron sus horizontes en la medida en
que fueron capaces de diversificar su dieta. Los cambios estacionales dejaron
entonces de ser un problema grave y los homínidos del género Homo, poco a
poco, hicieron de casi todas las latitudes y altitudes su ecosistema natural.
17
Homo erectus y Homo ergaster constituyen, según algunos expertos, dos
especies distintas (la primera de origen asiático y la segunda africana), pero
para otros se trata de la misma especie. Como no existe consenso, hemos
optado por referirnos a los fósiles de estos homínidos como Homo erectus/
ergaster.
18
Se ha calculado que si un animal come unos 100 gramos de hojas obtendrá
entre 10 y 20 kilocalorías de energía. Si come la misma cantidad de fruta fresca,
consigue unas 75 kilocalorías. Pero si fueran 100 gramos de carne, la cantidad de
energía ingerida es de unas 200 kilocalorías (Adovasio y Soffer, 2007).
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 51

una dirección distinta: están minando el excesivo protagonismo


dado a los productos de origen animal en la nutrición de los
homínidos. Por un lado, la adición de carne a la dieta parece
haber comenzado con cantidades tan pequeñas que por sí solas
no pueden explicar el crecimiento cerebral. Además, se sabe
con certeza que la carne no fue la única comida disponible rica
en nutrientes para nuestros antepasados: un kilo de nueces, por
ejemplo, tiene tantas o más proteínas, grasas y calorías que un
kilo de carne (Adovasio y Soffer, 2007). En este sentido, hay
que subrayar que cada vez más expertos sostienen que los frutos
han sido un componente dietético significativo en la evolución
humana. Aunque no pretenden negar la presencia de la carne
en la alimentación, sí defienden que esta no ha sido impres-
cindible en la expansión del cerebro, tal como en un principio
se creyó.
Dentro de esta línea argumental, Richard Klein (2000) ha
afirmado que los bulbos, los tubérculos y otros alimentos vege-
tales subterráneos podrían haber proporcionado una nutrición
igual o mayor que la carne, sobre todo si tenemos en cuenta el
esfuerzo y el gasto energético empleados en conseguirlos. La
aleatoriedad en la captura se superpone a un gran desgaste en
su disponibilidad. Como parte de la dieta, los tubérculos y otras
estructuras semejantes son más fiables (hay mayor certeza de
obtenerlos) que la comida de origen animal, razón por la que
probablemente las plantas fueron un componente imprescin-
dible de la alimentación cotidiana. Según este autor, la depen-
dencia de alimentos vegetales subterráneos habría sido muy
significativa sobre todo en los ambientes áridos y sometidos a
cambios de estaciones a lo largo del año.
A lo expuesto hay que añadir que son numerosos los es-
pecialistas que, como la paleoantropóloga y profesora emérita
del Colegio Universitario de Londres, Leslie Aiello (2002),
defienden que una dieta equilibrada entre distintas fuentes ali-
menticias, y no basada solo en la carne, sería más ventajosa para
nuestros antepasados19. En esta misma línea, Leonard (2003)

19
Aiello y otros autores hacen hincapié en que la digestión de carne pro-
duce más calor que la de otras clases de alimentos, especialmente si la carne
52 Carolina Martínez Pulido

sostiene que nuestra especie no evolucionó para subsistir con


un único tipo de dieta. La evolución humana, por el contrario,
se ha caracterizado por la diversidad de las estrategias alimen-
ticias desarrolladas con el fin de cubrir nuestras particulares ne-
cesidades metabólicas y hacernos más eficaces de cara a extraer
energía y nutrientes del entorno. En realidad, desde tiempos
pretéritos nos hemos distinguido por la extraordinaria variedad
de lo que comemos.
Ciertamente, es considerable el número de trabajos publi-
cados que debilitan la hipótesis de que la carne en la dieta
homínida tuviera un papel trascendental. Los resultados más
solventes inciden en la idea de que es posible el desarrollo de un
cerebro grande sin una alimentación fundamentalmente carní-
vora. Valga citar, por ejemplo, que la arqueóloga Linda Owen,
de la Universidad de Tubinga, ha detectado en sus estudios so-
bre nutrición humana que una alimentación altamente carnívo-
ra entre nuestros antepasados resulta no solo improbable, sino
incluso peligrosa. Para mantener la maquinaria celular, razona
esta experta, los seres humanos requieren energía procedente
de carbohidratos, grasas o proteínas, siendo estas últimas las
menos eficientes. A diferencia de los animales carnívoros, cuyos
sistemas digestivos y metabólicos están adaptados a dietas solo
de carne, si los humanos consumiesen más de la mitad de sus
calorías en esa forma de alimento, morirían por envenenamien-
to proteico. Con seguridad, concluye la autora, los productos
vegetales tenían que ser una parte muy significativa de la dieta
de los homínidos.
Estos argumentos, a la luz de recientes investigaciones, se es-
tán viendo cada vez más fortalecidos. Por ejemplo, en diciembre
de 2009 la revista Science publicaba un trabajo sobre la dieta de
los humanos que vivían en África hace 100.000 años. Según el

es rica en proteínas y pobre en grasas. También apuntan que la digestión de


proteínas requiere gran cantidad de agua, relativamente escasa en la saba-
na donde habitaban los homínidos. Pero no emplean sus argumentos para
sugerir que los primeros humanos carecían de carne en sus dietas, sino que
hacen hincapié en las ventajas que ofrecería un equilibrio entre diferentes
tipos de alimentos.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 53

arqueólogo español que firma el artículo, Julio Mercader, de la


Universidad de Calgary en Canadá, esa dieta era más rica en
productos de origen vegetal de lo que hasta ahora se pensaba. El
experto, tras analizar herramientas de hace 105.000 años encon-
tradas en asentamientos de Homo sapiens de Mozambique, señala
que contienen trazas de sorgo, un cereal muy común en el conti-
nente, lo que indica que los humanos de aquella época no solo se
alimentaban de frutos y nueces, sino también de cereales.

Al parecer, los descubrimientos de las últimas décadas es-


tán contribuyendo a desnudar viejos tópicos, sacando a la luz
prejuicios igual de viejos. Tales clichés, profundamente enraiza-
dos, han estado primando la importancia de la carne. Ergo han
magnificado el papel de quienes supuestamente la conseguían.
Un correlato cuya secuencia cae como las fichas del dominó si
alguna fase adolece de apoyatura sólida. Y esa es la debilidad
del relato que se ha padecido en tanto tiempo: darle categoría
de lógica irrefutable.

La reiterada insistencia, que todavía perdura entre algunos estu-


diosos en defender que la dieta de los homínidos consistía en un
elevado porcentaje de carne, y que esta era un bien extremadamen-
te apreciado que solo podían conseguir los machos, en realidad
solo pretendía sostener y fortalecer el estereotipo convencional del
hombre cazador, tantas veces ensalzado y nunca científicamente
corroborado. El incardinarse en las coordenadas del modelo social
y los valores correspondientes, le atribuía ese privilegio de versión
«oficial». Recientes investigaciones desprejuiciadas han cuestiona-
do seriamente ese argumento.

4.2. La importancia del carroñeo: la debilidad de los escrúpulos


con sesgo retrospectivo

En el estado en que se halla hoy el debate, y a la luz de los


conocimientos disponibles, no pocos autores sostienen que los
antepasados humanos probablemente encontraron una fuente
alimenticia de considerable importancia en los animales gran-
54 Carolina Martínez Pulido

des muertos, ya sea por lesiones, enfermedades, ahogados o


desechados por otros carnívoros. Incluso se alega que es posible
que esa importancia se hiciera máxima durante la estación seca,
cuando los productos vegetales se vuelven escasos. Y si las cosas
ocurrieron de este modo, entonces se podría mantener que los
homínidos fueron carroñeros oportunistas20.
El carroñeo siempre se ha considerado una actividad mu-
cho menos noble que la caza. Por tanto, durante largo tiempo
se prestó poca atención a su posible virtualidad y papel en la
alimentación humana. No obstante, a partir de las décadas
de 1970 y 1980 esta posibilidad ha ido adquiriendo cada
vez más credibilidad, no para todos los investigadores, pero
sí para un número significativo de ellos. Es válido suponer
que si un poderoso carnívoro deja abandonados los restos de
una presa o que si la observación de algún animal herido o
moribundo lleva seguirlo hasta que muere, su carne podrá
aprovecharse.
Uno de los primeros autores en sostener que los homínidos
se habrían alimentado de los restos desechados por los carní-
voros, o bien muertos por accidente o en condiciones naturales,
fue el conocido arqueólogo estadounidense Lewis Binford a
comienzos de la década de 1980. Este meticuloso autor de-
fendió que los primeros sapiens y los neandertales contempo-
ráneos dependían del carroñeo para alimentarse de animales
grandes, cazando solamente aquellos de menor tamaño. Otros
investigadores, como los profesores Robert Blummenschine,
de la Universidad de Nueva Jersey, y Patricia Shipman, de la
Universidad de Pensilvania, a partir de trabajos realizados so-
bre marcas y huellas detectadas en restos fósiles recogidos de
yacimientos de la garganta de Olduvai21, han llegado a la con-

20
Se llama carroñero o necrófago aquel animal que se alimenta de otros
muertos por depredadores, o que han perecido por causas naturales. Tenga-
mos en cuenta que los grandes carnívoros raramente terminan una comida
y suelen dejar restos de los que se aprovechan los carroñeros.
21
La garganta de Olduvai, situada al norte de Tanzania, en el valle del
Rift, fue en un lejano pasado un lago. Hoy es un barranco erosionado de unos
100 metros de profundidad. Sus acantilados muestran depósitos que cubren
un período que va desde hace unos 2 millones de años en el área más pro-
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 55

clusión de que homínidos antiguos, de hace dos millones de


años, fueron más carroñeros que cazadores.
En esta misma línea, el paleontólogo español Jordi Agustí,
director del Instituto de Paleontología M. Crusafont (Barce-
lona), sostiene que los miembros de la especie Homo habilis
(de 2,5 millones de años) actuaban como carroñeros al menos
en determinados momentos del año, sobre todo al final de la
estación seca, cuando muchos grandes herbívoros mueren por
inanición, incluso sin necesidad de competir con otros carní-
voros de talla similar o mayor. «En este sentido, continúa el
científico J. Agustí, en las zonas de bosques que, con frecuencia,
se abren cerca de los cursos de agua o de los lagos, […] los ca-
dáveres son detectados por los carroñeros potenciales mucho
más tardíamente, ya que no existen esos auténticos semáforos
vivientes del carroñeo que son los buitres». Los hábitats bos-
cosos de finales del Plioceno ofrecían entonces mejores opor-
tunidades de carroñeo para los homínidos.
La profesora de antropología Olga Soffer (1993), a partir de
sus estudios sobre el terreno, sostiene que, aun en fechas mucho
más próximas que hace dos millones de años, matar animales
de gran tamaño era extraordinariamente peligroso. Según la
experta, los grupos humanos construían numerosos refugios
en las proximidades de las reservas críticas de agua para los
grandes mamíferos. Allí tenían la oportunidad de practicar el
carroñeo cuando los grandes animales morían por causas na-
turales, en vez de arriesgar sus vidas tratando de atacarlos con
lanzas rudimentarias. La caza a gran escala, afirma Soffer, ha
sido un hecho más ocasional que habitual.
No obstante, hay que tener en cuenta que el carroñeo no es
admitido por todos los expertos. Tal es el caso del paleontólo-
go Manuel Domínguez-Rodrigo, profesor de la Universidad
Complutense de Madrid, quien mantiene una postura muy dis-

funda hasta unos 10.000 años en sus estratos más altos. Ha sido considerada
un «pastel» de la evolución humana porque sus diferentes horizontes se han
revelado muy ricos en restos de herramientas y de fósiles de homínidos. La
primera gran investigadora de esta garganta fue la prestigiosa arqueóloga
británica, Mary Leakey (1913-1996).
56 Carolina Martínez Pulido

tinta. Según este científico, que ha trabajado con numerosos


restos fósiles en la garganta de Olduvai, los primeros humanos
nunca fueron carroñeros y emplearon hábiles estrategias ci-
negéticas para obtener carne. Este modelo, que se menciona
en otros apartados, ha sido el apoyado por la mayoría de los
investigadores hasta hace tan solo unas pocas décadas. Ese ha
sido el caso de los arqueólogos Mary y Louis Leakey, respeta-
dos estudiosos de Olduvai, quienes en los años 60 consideraron
que las asociaciones de huesos y útiles líticos de la garganta
indicaban que Homo habilis podía haber estado capacitado para
cazar, aunque otros arqueólogos interpretaron que las mismas
pruebas indicaban que el habilis era solo un carroñero de las
presas de otros carnívoros.
En suma, la alimentación de nuestros antepasados forma
parte de un intenso debate cuyo final todavía está lejos de con-
cretarse. Ciertamente, decidir qué pruebas constituyen eviden-
cias de la caza, en oposición al carroñeo en el registro arqueo-
lógico, es bastante problemático. Un considerable número de
autores probablemente estaría ahora de acuerdo en que la caza
no fue importante para la subsistencia de los australopitecos o
del Homo habilis. Admiten que la captura de animales a gran
escala, tanto en el número como en el tamaño de las presas, es-
taba lejos de ser una actividad frecuente en los estadios iniciales
de nuestro linaje evolutivo, debido sobre todo a la ausencia de
útiles apropiados. Pero no sucede lo mismo con las especies
más recientes.
El descubrimiento de herramientas especializadas, como
las lanzas de madera encontradas en el yacimiento alemán de
Shöningen, fechadas en aproximadamente 400.000 años de an-
tigüedad y atribuidas a la especie Homo heidelbergensis (Thieme,
1997), sugieren que para los homínidos de aquellos tiempos la
caza era una parte ligada a las estrategias de supervivencia22. No
obstante, es muy difícil establecer la importancia de esta activi-

22
En Shöningen, Baja Sajonia, se encontraron en 1995 ocho lanzas de
madera de pino de entre 180 y 250 centímetros de longitud. Se hallaron
relacionadas con numerosas herramientas de piedra y varios miles de restos
fósiles de caballo, lo que se ha considerado producto de una caza intensiva.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 57

dad, así como quiénes la practicaban. Probablemente, tanto los


hombres como las mujeres heidelbergensis eran fuertes y con la
habilidad necesaria para elaborar y manejar estos instrumentos,
tal como han revelado estudios recientes que ha sucedido con
sus sucesores directos: los neandertales23.

Las marcas y otras huellas analizadas sobre restos fósiles de ani-


males que habrían servido de alimento a los homínidos llevan a
muchos autores a creer que neandertales y humanos modernos
realizaban ambas actividades: cazaban y carroñeaban.

Al hilo de lo expuesto, cabe hacer hincapié en que hasta


hace unos treinta años, quizás debido a esa imagen más hono-
rable y distinguida de la caza frente al carroñeo, nadie concebía
lo que hoy admiten los expertos: todo carnívoro caza y carro-
ñea. Y, si los prejuicios han podido ocultar esa verdad respecto
a los carnívoros actuales, es inevitable pensar en lo que puede
haberse encubierto o distorsionado, consciente o inconsciente-
mente, al reconstruir las formas de subsistencia de los extintos
homínidos.
Ante un clima tan polémico no puede dejarse en el tintero
un aspecto esencial: pese a los notables esfuerzos realizados
y al importante incremento del registro fósil y del registro
arqueológico, aún queda mucho por conocer sobre el modo
de vida de las poblaciones paleolíticas. Ello podría explicar, al
menos en parte, el porqué de tantos desacuerdos y especula-
ciones. Pero, asimismo, también debe tenerse presente que los
estudiosos se enfrentan a una perenne dificultad: evitar que
las propias asunciones culturales interfieran en los modelos
propuestos.
Dicho esto, queremos ahora dirigir la atención a otra faceta
de la evolución humana, quizás no tan conocida como el mo-
delo del hombre cazador y el papel de la carne en la dieta de
nuestros antepasados, pero no por ello menos interesante. Se
trata de un tema que también ha estado marcado por los pre-

23
En el Capítulo 3 se hace referencia al posible papel cazador de la
mujer neandertal.
58 Carolina Martínez Pulido

juicios y que tiene que ver con la determinación del sexo de los
restos que los científicos extraen de los yacimientos.

4.3. El sexo de los fósiles: ¿cómo reconocerlo?

Averiguar el sexo de los fósiles es una tarea que ofrece con-


siderables dificultades. Para llevarla a cabo, los expertos cuen-
tan con algunos parámetros de referencia que pueden ser de
utilidad. Se trata de aspectos de la anatomía presentes en los
organismos vivos y fósiles y que tienen que ver con el dimorfis-
mo sexual. Tal dimorfismo se refiere a la variación morfológica
(como el tamaño corporal, esto es, la mayor o menor corpulen-
cia; o la forma de determinadas partes del cuerpo, como por
ejemplo el diámetro de la pelvis), que presentan los miembros
de una misma especie según el sexo al que pertenezcan y que,
indudablemente, son útiles para diferenciar las hembras de los
machos.
Tradicionalmente, el dimorfismo sexual se ha considerado
una evidencia morfológica primaria del comportamiento social
de los homínidos, sobre todo en lo que respecta al sistema de
apareamiento, que solo puede conocerse a través de pruebas in-
directas, dado que se trata de seres que se han extinguido miles,
o a veces, millones de años atrás. Los especialistas han supues-
to al respecto que si la diferencia de tamaño entre machos y
hembras es grande, ese sistema de apareamiento es poligínico
(un macho/varias hembras). Si, por el contrario, el dimorfismo
sexual es bajo, han asumido que los individuos formaban pare-
jas monógamas (un macho/una hembra)24.
El susodicho modelo del hombre cazador apoya algunas de
sus versiones en la idea de que los primeros homínidos presen-
taban un marcado dimorfismo sexual con respecto al tamaño.

24
El término monógamo, conviene recordarlo, hace referencia a aquellos
animales que tienen una única pareja a lo largo de toda su vida. Polígamo,
por en contrario, se refiere a aquellos que tienen más de una pareja, e incluye
tanto la poliginia (un macho con varias hembras) como la poliandria (una
hembra con varios machos).
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 59

El modelo cazador asume que los machos eran notablemente


más corpulentos que las hembras, y por lo tanto dominaban
sobre ellas con un sistema de apareamiento poligínico. En otras
palabras, el alto nivel de dimorfismo sexual supuestamente pre-
sente en los australopitecos —que fueron los homínidos más
antiguos conocidos hasta la década de 1990— ha servido du-
rante muchos años de base para argumentar que tenían una
estructura social en la que un único macho se apareaba con
varias hembras (el típico harén).

Desde que Charles Darwin publicara El origen del hombre (1871),


ha existido un vigoroso debate sobre el significado biológico del
dimorfismo sexual en numerosas especies animales, humanos in-
cluidos. Los puntos clave de la discusión son cómo interpretar el
grado de dimorfismo de nuestros antepasados y qué inferencias
pueden extraerse sobre la evolución de los sistemas de apareamien-
to y organización social.

El primer paso que los expertos han de dar para precisar


lo mejor posible el grado de dimorfismo sexual existente en
una población homínida implica disponer de una muestra de
fósiles suficientemente numerosa y de una serie de criterios
consensuados para determinar el sexo al que pertenecen los di-
ferentes restos. La labor, sin embargo, no es tarea baladí; por el
contrario, en no pocas ocasiones se ha revelado como un asunto
complejo donde los acuerdos son difíciles de alcanzar.
Cuando los investigadores recuperan restos fósiles de un
yacimiento, lo primero que suelen hacer para decidir si se trata
de un macho o una hembra es analizar el tamaño del cuerpo25.
En el caso de los primates, el dimorfismo sexual con relación
al tamaño varía notablemente en las distintas especies, tanto
en las vivas como en las extintas, aunque por supuesto entre las
primeras la corpulencia, u otros caracteres, se determinan con
mucha más facilidad que en las segundas. En los simios actua-

25
El dimorfismo sexual en relación con el tamaño es uno de los com-
ponentes principales de la variación morfológica dentro de una especie (va-
riación intraespecífica).
60 Carolina Martínez Pulido

les, hay especies en las que los machos son más voluminosos
que las hembras y otras en las que no es así. Por ejemplo, los
gorilas y orangutanes son altamente dimórficos: la más grande
de las hembras nunca es mayor que el más pequeño de los
machos. Por el contrario, los chimpancés, los bonobos y los
humanos actuales son poco dimórficos: las hembras grandes
son mayores que los machos pequeños26.
En lo que respecta a los primates no humanos extinguidos y
a nuestros antepasados, establecer su tamaño corporal es difícil
debido principalmente a que en la mayor parte de los casos solo
se dispone de restos fósiles escasos y altamente fragmentados.
Al medir el grado de dimorfismo sexual en los homínidos, los
paleontólogos se han encontrado con serios problemas, sobre
todo cuando se trata de formas muy antiguas; incluso hasta
las especies con mejores registros fósiles, como Australopithecus
afarensis, ofrecen importantes dificultades y han generado in-
tensas discusiones que todavía duran.
Cuando a comienzos de los años 70 se encontró el aus-
tralopiteco que más fama ha alcanzado, Lucy, fue considerado
por sus descubridores una joven hembra debido a su pequeño
tamaño. Con posterioridad, sin embargo, gracias al hallazgo de
más ejemplares, que habían muerto todos juntos como conse-
cuencia de una riada, el análisis de los datos propició el que se
encontraron argumentos suficientes para pensar que Lucy muy
bien podría haber sido un macho. En realidad, la muestra de
fósiles disponible presenta un rango de variación morfológica
muy elevado, y esa es la causa de la polémica. Para el equipo
que hizo el descubrimiento, los fósiles parecen indicar que los
machos eran mucho más corpulentos que las hembras ( Johan-
son et ál., 1978). Otros especialistas, entre los que se cuenta la
prestigiosa antropóloga Adrienne Zihlman (1985), sostienen
por el contrario que los fósiles pueden interpretarse de manera

26
Entre los gorilas y los orangutanes, el peso de las hembras puede ser
hasta el 50 por 100 menor que el de los machos. En el caso humano, por el
contrario, esta relación es como máximo del 15 por 100. Cuando el tamaño
es similar, como por ejemplo el simio asiático gibón, se habla de especies
monomórficas (Bermúdez de Castro et ál., 2000).
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 61

diferente: las formas más robustas pertenecen a una especie y


las más esbeltas a otra.
La posición defendida por el equipo de Johanson —el alto
grado de variación de Australopithecus afarensis puede expli-
carse por un elevado nivel de dimorfismo sexual— ha contado
con el apoyo de la mayor parte de los expertos, y durante las
últimas décadas se ha asumido que esta especie era notable-
mente dimórfica, más parecida a los gorilas que a los humanos
modernos. En los últimos años, no obstante, la polémica ha
recobrado fuerzas porque según el profesor de la Universidad
de Kent, Philip Reno y su equipo (2003), un estrecho escru-
tinio del registro fósil sugiere que tal consenso se consiguió
a partir de datos con evidentes limitaciones. Los autores se-
ñalan, entre otras cosas, que la muestra usada para estimar el
dimorfismo es demasiado pequeña. Concretamente, el úni-
co punto de referencia para determinar el sexo de los fósiles
ha sido el tamaño de algunos restos esqueléticos: los huesos
más grandes se han adjudicado a machos y los más pequeños
a hembras. Una selección que no ha tenido en cuenta, por
ejemplo, que las diferencias de tamaño pueden variar según
el entorno.
Sin entrar en análisis detallados, cabe afirmar que el tra-
bajo de Reno y sus colaboradores impactó en la comunidad
científica porque llegaba a la conclusión de que, en contras-
te con el beneplácito generalizado, Australopithecus afarensis
presentaba solo un ligero o moderado nivel de dimorfismo
sexual más semejante al de Homo sapiens y chimpancés que al
de los gorilas y orangutanes. Por lo tanto, el diferente volumen
corporal entre las hembras y los machos de aquella especie no
sería mayor del que se da hoy en día entre nosotros. Pero esta
conclusión no ha puesto fin a los desacuerdos. Al contrario,
ha encendido las discrepancias porque otros equipos investi-
gadores continúan defendiendo que los australopitecos tenían
un elevado grado de dimorfismo sexual, semejante al de los
gorilas y orangutanes.
62 Carolina Martínez Pulido

En la actualidad no existe unanimidad de criterio sobre la mag-


nitud del dimorfismo sexual de los australopitecos. De hecho, de-
terminar el sexo de los fósiles es una tarea peliaguda. Todavía no
sabemos con certeza, a título ilustrativo, si la célebre Lucy era en
realidad una hembra o un macho.

La polémica se ha acentuado aún más a raíz de un extenso


trabajo de investigación, publicado en la revista Science en octu-
bre de 2009, donde se describe la especie Ardipithecus ramidus,
de 4,4 millones de años de edad. Aunque es un millón de años
más antigua que Lucy, los miembros de esta especie parecen
mostrar una diferencia corporal pequeña entre hembras y ma-
chos, lo cual restaría credibilidad al dimorfismo elevado entre
los australopitecos27.
El tamaño corporal, hay que recordarlo, no es el único pará-
metro que puede usarse para determinar el sexo de los fósiles.
Existen además ciertas relaciones métricas en algunas estructuras
del esqueleto, como el diámetro de la pelvis, el desarrollo de la
órbita supraocular (un engrosamiento óseo a nivel de las cejas),
o ciertas características de la dentición, que pueden indicar si se
trata de restos de hembras o de machos. No obstante, estos pará-
metros solo son válidos si se dispone de una cantidad suficiente
de fósiles como para hacer comparaciones. A propósito, dado que
casi siempre se han recuperado solo restos fragmentarios de los
homínidos, las relaciones métricas no suelen ayudar mucho28.

27
En este punto, no obstante, es necesario ser cuidadosos porque en la
evolución humana, tal como ha señalado M. Domínguez-Rodrigo (2002), se da
la circunstancia de encontrarse homínidos con rasgos modernos y cronologías
antiguas, y homínidos con rasgos más primitivos y cronologías más recientes.
28
En general, se admite que la pelvis de una hembra difiere significativa-
mente de la de un macho por su forma y diámetro, pero la situación no es de
blanco o negro. La pelvis de una hembra concreta puede estar muy próxima
la de un macho y viceversa. Las órbitas oculares, otro caso donde machos
y hembras típicamente difieren, ofrecen un problema parecido; no todas
las órbitas oculares de las hembras son del tipo femenino clásico; algunas
pueden ser más parecidas a las del sexo contrario (Adovasio y Soffer, 2007).
Asimismo, otro rasgo estructural estudiado para reconocer el dimorfismo
sexual son las diferencias en la dentición; en la mayor parte de los homínidos
fósiles, los machos tienen dientes algo mayores que las hembras, aunque a lo
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 63

En lo que al género Homo respecta —considerado descen-


diente de alguno de los australopitecos que lo precedieron—,
hay una tendencia generalizada a asumir que su dimorfismo
sexual ha sido bajo, salvo en el caso de sus primeros represen-
tantes. En efecto, cuando se hallaron los miembros más anti-
guos de este género, se detectaron variabilidades de tamaño
y se inició el consiguiente debate acerca del posible grado de
dimorfismo sexual. Finalmente, el asunto se zanjó proponiendo
dos especies distintas: Homo habilis y Homo rudolfensis (Bermú-
dez de Castro et ál., 2000).
Los fósiles de la Sima de los Huesos (Atapuerca, Burgos),
de unos 300.000 años de antigüedad y pertenecientes por tan-
to a una especie mucho más moderna de Homo, Homo heidel-
bergensis, constituyen una muestra relativamente amplia para
estudiar el dimorfismo sexual. Los resultados a los que han
llegado los investigadores les permiten asumir que el grado de
variación entre los sexos era muy similar, por no decir idéntico,
al de las poblaciones humanas actuales. Y, en general, hoy se
admite con escasas discusiones que es probable que los niveles
de dimorfismo sexual hayan permanecido más o menos cons-
tantes en la evolución del género Homo, es decir, desde hace
unos 2,5 millones de años hasta el presente29.

largo de la evolución esas diferencias han ido disminuyendo. El equipo que


describió a Ardipithecus ramidus ha señalado que los colmillos de esta especie
son claramente menores que los de los chimpancés, y que probablemente
empezaron a reducirse en torno a la evolución del bipedismo. De hecho, los
caninos de estos machos y hembras son muy semejantes en tamaño y forma,
y, por lo tanto, su utilidad para indicar el sexo es muy limitada. Bermúdez
de Castro, por su parte, ha señalado que analizadas 20 poblaciones humanas
de todo el mundo, se concluye que el dimorfismo sexual de tamaño para
los dientes de las poblaciones modernas es casi inapreciable y claramente
inferior al dimorfismo corporal.
29
En 2007, no obstante, se publicó en la revista Nature un polémico
artículo, firmado por un equipo de investigadores entre los que figura la
reconocida paleoantropóloga Maeve Leakey y también su hija, que describe
el hallazgo en Kenia de un cráneo de Homo erectus muy pequeño (el menor
de todos los hallados hasta ahora en el mundo). Según estos paleoantropó-
logos podría tratarse del fósil de una hembra; si fuera así, significaría que el
dimorfismo sexual era casi del 50 por 100, comparable a los de los gorilas
64 Carolina Martínez Pulido

A lo largo de la evolución del género Homo, la mayoría de los espe-


cialistas sostiene que el grado de dimorfismo sexual en las distintas
especies ha sido bajo y parece haberse mantenido dentro de valores
constantes. Si esto fue así, tal conclusión echa por tierra el viejo y
encomiado modelo según el cual los homínidos organizaban sus
vidas en grupos o clanes donde los machos, dada su mayor corpu-
lencia y fuerza física, dominaban y controlaban a las hembras.

En suma, el nivel de dimorfismo sexual y su relación con


el comportamiento sexual configura hoy un debate abierto
que en estos últimos años está cobrando una fuerza conside-
rable. Como se verá en los Capítulos 2 y 5, los estudios más
recientes, sumados a la reinterpretación de otros anteriores,
tienden a rechazar la tesis hasta hace poco dominante (alto
dimorfismo = poliginia, bajo dimorfismo = monogamia). Por
consiguiente, puede concluirse que la relación entre comporta-
miento sexual y dimorfismo sexual es cada vez más dudosa. La
condición natural en los primates (humanos incluidos) que más
peso está cobrando en los modelos modernos es la de un com-
portamiento sexualmente activo y promiscuo, tanto femenino
como masculino, mientras que la monogamia queda relegada a
una conducta muy poco frecuente. Son muchos los especialis-
tas que manifiestan serias dudas sobre la existencia de parejas
realmente monógamas en la naturaleza.

Al igual que los modelos que hablan de la dependencia de una


hembra y sus crías con relación al macho proveedor de carne han
experimentado un debilitamiento hasta el punto de desmoronarse,
otros modelos, esta vez relacionados con el comportamiento sexual
de nuestros antepasados, están ofreciendo también claros síntomas
de agrietamiento y falta de consistencia.

y mayor que el de los chimpancés. Este aspecto del trabajo, sin embargo,
ha despertado poca credibilidad por parte de la comunidad de expertos,
los cuales consideran que la interpretación realizada por los autores ofrece
numerosas dudas, incluso a pesar de haber sido publicada en una revista de
prestigio.
La larga lucha contra los prejuicios científicos… 65

5. Comentario final

La centralidad masculina a lo largo de la evolución humana,


que tantos autores han defendido e interpretado como prueba
de la dominancia natural de los machos sobre las hembras, es
un argumento con cimientos poco sólidos. Ni el triunfante y
agresivo cazador de enormes animales ni la sumisa y pasiva
hembra parecen tener mucho que ver con lo que revelan hoy
las últimas investigaciones. Pocas dudas quedan de que los añe-
jos estereotipos sexistas utilizados para interpretar el pasado se
están literalmente cayendo a trozos. A sensu contrario, todo
parece indicar que los esfuerzos por conseguir que las especies
de homínidos, las ya extinguidas y los primeros representantes
de Homo sapiens, puedan encajar dentro del comportamiento
propio de la mayor parte de los humanos occidentales moder-
nos solo conduce a extravagantes errores.
Resulta poco novedoso, pero es importante recalcarlo, que
a partir de los mismos datos los especialistas han planteado
hipótesis y modelos de comportamiento notablemente dispa-
res. En el ahora, se vuelve urgente dar a conocer al público
en general que numerosos autores han pasado por el tamiz de
la ciencia moderna múltiples modelos, seleccionando aquellos
que ofrecen más visos de credibilidad y rigor. Confiamos en que
los temas resumidos en este capítulo ayuden a recordar que las
ortodoxias dominantes pueden tener los pies de barro, sobre
todo si se construyen sobre creencias y no evidencias.
This page intentionally left blank
Capítulo 2

El comportamiento de los primates no humanos:


especial referencia a los grandes simios

La creencia en el valor de la verdad científica


no procede de la naturaleza sino que es producto
de determinadas culturas.
Max Weber

1. Introducción

L
os descubrimientos de las últimas décadas han pues-
to de manifiesto que la evolución tiene que ver con los
cambios anatómicos, fisiológicos y moleculares, pero
también con el quehacer real y cotidiano de los individuos en
sus vidas diarias, esto es, con su comportamiento1. El problema

1
Por comportamiento se entienden las reacciones de un animal en res-
puesta a las señales que recibe procedentes del medio ambiente. Se trata, por
tanto, de la forma más inmediata a través de la cual el organismo interac-
ciona con su entorno. La búsqueda del alimento, el apareamiento, la defensa
territorial o la cooperación social son ejemplos de los múltiples tipos de
comportamiento que presentan las poblaciones.
En este contexto, siguiendo a numerosos primatólogos usaremos los
términos vida social o sociedades con respecto a las relaciones grupales y de
convivencia entre los grandes simios, aunque debe advertirse que ciertos
autores consideran que tales definiciones solo son válidas con respecto a los
seres humanos.
68 Carolina Martínez Pulido

para los estudiosos que procuran desvelar cómo vivían nuestros


antepasados radica en que la conducta no deja fósiles directos.
Para salvar esta limitación, es obligatorio recurrir a pruebas
indirectas. Una de ellas, quizás la más valorada, consiste en
observar meticulosa y pacientemente las múltiples facetas de
la vida diaria de los grandes simios, los parientes más próximos
de la humanidad.
Al igual que los especialistas analizan la morfología de
los primates vivos para obtener algunas claves que, sumadas
a los restos fósiles, permitan imaginar la morfología de los
homínidos extintos, asimismo, se espera que el estudio de su
conducta facilite algunas pistas sobre los orígenes del com-
portamiento humano. Con esta metodología es posible pro-
poner hipótesis y modelos evolutivos, pero teniendo presente
las serias limitaciones que tales extrapolaciones ofrecen: los
simios modernos han tenido tanto tiempo para evolucionar
a partir de la población ancestral común como lo ha tenido
el Homo sapiens2. De hecho, ninguna sociedad de primates
actuales es capaz de clonar la de nuestros antepasados, y, por
lo tanto, hay que asumir que la conducta humana tiene raíces
en más de una de ellas3.

2
El método comparativo es la aproximación estándar de las ciencias no
experimentales, y esto incluye a casi todos los estudios evolutivos. Para ser
efectivo, requiere rangos de observación lo más amplios posibles. Cualquier
generalización que diga «los primates hacen esto» requiere la observación
de un amplio conjunto de animales antes de que sea creíble, y ello especial-
mente se debe a la enorme diversidad que presentan.
3
Es necesario tener presente que las investigaciones acerca del compor-
tamiento primate tienen interés en sí mismas y no solo por sus posibles se-
mejanzas con los primeros homínidos. Entre otras razones, en la actualidad
están cobrando notable importancia porque permiten encauzar los medios
para proteger y preservar estos valiosos animales, cuyo peligro de extinción
es cada vez más alarmante. Si se quiere evitar su fin, es necesario conocer
sus necesidades en términos de espacio, dieta, organización del grupo, etc., y
de esta manera mantener o recrear su hábitat natural, ya sea en libertad o en
cautividad. La preocupación ha llegado al extremo de insertar en el debate
derechos reconocibles a la comunidad y verdades «históricas» que son del
reino animal.
El comportamiento de los primates no humanos… 69

La rama de la ciencia que estudia el comportamiento de los pri-


mates se llama primatología, y, aunque es una disciplina científica
relativamente joven, fue reconocida como tal en 1960. Hoy repre-
senta un ámbito de trabajo pujante, multifacético y pluridisciplinar.
Los primatólogos pueden proceder del mundo de la biología, la
antropología, la sociología o la psicología. Unos realizan su trabajo
en el campo, estudiando la vida de los animales en libertad, mien-
tras que otros investigan en laboratorios diseñando experimentos
para explorar la conducta de los primates en cautividad. En un
tercer plano, se plantea el reconocimiento existencial y jurídico a
sobrevivir y ser tratados con ética civilizatoria.

Los descubrimientos relacionados con el comportamiento


primate han generado tal aluvión de resultados inesperados que
se está produciendo una profunda modificación en la visión
tradicional del mundo primate. Dicho de otro modo, un cam-
bio de paradigma4, por emplear la terminología del reconocido
filósofo de la ciencia Thomas Kuhn (1922-1996). En efecto,
la perspectiva mayoritaria hasta hace unas décadas mantenía
un liderazgo, probablemente debido a los arraigados prejuicios,
basado en una concepción androcéntrica y homogénea de la
organización de la vida de estos animales (se daba por hecho,
por ejemplo, que todas las comunidades estaban dominadas por
machos agresivos y violentos, mientras que las hembras eran
siempre sumisas y pasivas). Desde hace algunos años, contra-
riamente, las investigaciones muestran un panorama bien dis-
tinto: la vida social de los primates está impregnada de gran
riqueza y diversidad.
Sabemos que los paradigmas no surgen en el vacío, sino
que adquieren su forma sobre la base de las doctrinas cientí-
ficas dominantes, pero asumiendo también los valores cultu-
rales de su tiempo. Así, con respecto al tema que nos ocupa,

4
El término paradigma designa los compromisos y verdades «históricas»
que son compartidos por una comunidad de científicos. Se trata por tanto de
un conjunto de reglas que «rigen» una determinada disciplina. Estas reglas
se asumen normalmente como «verdades incuestionables», porque resultan
evidentes para los que están inmersos en ellas.
70 Carolina Martínez Pulido

en las sociedades humanas tradicionales las mujeres se han


considerado dependientes y dóciles, con escasa energía vital
y sexualmente pasivas. Esta perspectiva ha constituido, y lo
sigue haciendo aún en demasiadas ocasiones, una carga de
valores ampliamente admitida que los primatólogos, sobre
todo los primeros, transfirieron consciente o inconsciente-
mente a sus observaciones de campo. El resultado ha sido
que innumerables prejuicios han distorsionado las interpre-
taciones sobre el comportamiento de los primates vivos, pro-
piciando modelos que se han vuelto incapaces de asimilar los
datos actuales.
En el ámbito de la primatología, muchas veces las creen-
cias ya asentadas han ganado prioridad frente a las informa-
ciones procedentes de la investigación empírica. El resultado
de esa distorsión acaba por tergiversar considerablemente el
sentido de los datos. Como señalaba en el año 2000 el an-
tropólogo Robert Sussman, de la Universidad de Saint Louis
(Missouri), la potencial ventana hacia nuestro pasado que nos
proporcionan los primates no humanos, puede dejar de serlo
y transformarse en un espejo que meramente refleje lo que
creemos que somos. Valga a título de ejemplo el célebre mo-
delo del hombre cazador5 que, pese a las numerosas ocasiones
en que se ha modificado, repetido y resucitado, no está, ni lo
ha estado nunca, sostenido por los datos conseguidos por ar-
queólogos, primatólogos o etnógrafos. Aclaremos que ese en-
foque se ha fundamentado en aquellas observaciones basadas
en analogías con algunos simios, selectivamente escogidas
porque encajaban mejor en el modelo citado. En opinión de
Sussman y de otros autores, ha llegado el tiempo de asumir
el buen método científico y limpiar nuestra ventana hacia
los comportamientos sociales humanos y no humanos para
que la perspectiva deje de ser el borroso espejo de nuestras
preconcepciones.

5
El modelo del hombre cazador se resume en el Capítulo 1.
El comportamiento de los primates no humanos… 71

2. Una mirada novedosa sobre la otra mitad de los


primates: las hembras

El estudio de los animales en relación con su ambiente,


en su hábitat natural, se llama ecología del comportamiento. Su
principal preocupación es comprender las estrategias de su-
pervivencia y reproducción, o sea, averiguar la manera en que
los miembros de una población distribuyen recursos como la
comida y el agua, evitan a sus predadores, encuentran pareja, se
aparean y reproducen y, en definitiva, equilibran las conflictivas
demandas que el entorno en que viven ejerce sobre ellos. Las
condiciones ecológicas configuran, pues, una dinámica red de
interacciones que si varían influyen sobre todo en las estrategias
alimenticias y reproductoras de las hembras y de los machos en
la mayoría de los animales. Por lo general, los primates (huma-
nos incluidos) desarrollan una notable adaptación a su entorno:
un asunto que conforma la sociabilidad. La vida en grupo pa-
rece ser su mejor estrategia de supervivencia6.
Los estudios de campo de larga duración, aunque constituyen
la aproximación más valiosa al comportamiento primate, suelen
ser, sin embargo, fuente de acaloradas discusiones. Una de las ra-
zones se debe a las dificultades que acarrea conseguir evidencias
empíricas irrefutables. Las observaciones no siempre se pueden
respaldar con datos, a menos que se hagan múltiples fotografías o
extensas filmaciones, y dado que no es raro que observadores dis-
tintos detecten e interpreten las conductas de manera dispar, el
tema puede volverse muy polémico, como se verá más adelante.

6
En el mundo natural, la vida social ha evolucionado en incontables ocasio-
nes y muchos tipos de organismos vivos han desarrollado sociedades muy nota-
bles. Valga, por ejemplo, recordar el caso de las hormigas, algunos tipos de pájaros,
o grandes mamíferos como los elefantes, que organizan sus vidas en complejos
grupos sociales. Vivir agrupados significa que hay más competencia para conse-
guir comida, pero, por otro lado, también hay más individuos que pueden buscarla
y cooperar para hacerse con ella. Igualmente, implica mayor protección frente a
los predadores; además, aumenta las posibilidades de encontrar pareja. Los pri-
mates, en realidad, viven en grupo por gran variedad de razones, siendo las más
importantes el apareamiento, la reproducción y la defensa de los predadores.
72 Carolina Martínez Pulido

En la configuración de la primatología como disciplina moderna,


en la década de 1960, las mujeres científicas desempeñaron un pa-
pel protagonista, donde muy pronto destacaron algunas pioneras.
Recordemos a la célebre científica británica Jane Goodall, precur-
sora en una extraordinaria labor de campo dedicada a observar a
los chimpancés en su hábitat natural —inicialmente en el lago Tan-
ganika— y que dura ya más de cuarenta años. A la estadounidense
Dian Fossey, consagrada al estudio de los gorilas de montaña en
Ruanda, o a la canadiense Birute Galdikas, que ha trabajado inten-
samente con los orangutanes de Borneo. Sus excelentes resultados
no solo abrieron nuevos caminos a los estudios sobre el comporta-
miento de los primates, sino que su metodología propició el auge
que la primatología hoy disfruta. Como ha señalado Carole Jahme
(2000), los casos de Jane Goodall, Dian Fossey y Birute Galdikas
representan los arquetipos de las primatólogas originales, «ellas se
sitúan en los vértices de un triángulo que ocupa hoy un lugar cen-
tral en la primatología».

2.1. El sorprendente despliegue de comportamientos distintos

Como se acaba de puntualizar, los estudios sobre las co-


munidades de primates en las últimas décadas han generado
tal caudal de nuevos conocimientos que nuestra perspectiva
sobre la forma en que estos inteligentes animales organizan
sus vidas se está ampliando de manera acelerada. Son tantas las
novedades, que los constantes hallazgos resultan en no pocos
casos asombrosos, especialmente en lo que a la conducta de las
hembras se refiere. Conviene reiterar que la mayor parte de
las investigaciones sobre el comportamiento primate tuvo en
sus inicios un claro sesgo androcéntrico, mostrando la vida de
estos animales organizada en sociedades complejas centradas
en torno a los machos y sus actividades. Las hembras y los
demás miembros de la comunidad —crías, viejos, inválidos—
eran figuras periféricas a las que apenas se prestaba atención7.

7
Las primatólogas arriba citadas —J. Goodall. D. Fossey y B. Gal-
dikas— fueron pioneras en los estudios sobre el comportamiento primate,
El comportamiento de los primates no humanos… 73

En este contexto, los estudios sobre primates, tomados como


referente para trazar la trayectoria evolutiva de los homínidos,
parecían confirmar que la superioridad y el dominio masculino
representa el estado natural de las cosas. Guiados por lo que
esperaban encontrar, los especialistas describieron a las hem-
bras como sujetos pasivos dentro de comunidades dominadas
por machos dotados de una notable tendencia a desplegar su
jerarquía con gran agresividad. Sin embargo, cuando a finales
de la década de los 70 un considerable número de investigado-
ras femeninas se incorporó a los estudios de campo dispuestas
a detectar y analizar esas jerarquías de dominancia de los ma-
chos y las coaliciones agresivas entre ellos, no percibieron ni
unas ni otras. Al contrario, y por sorprendente que al principio
pareciera, observaron que muchos eran pacíficos y, a menudo,
mostraban diversos grados de subordinación a las hembras.
Surgieron así los primeros cuestionamientos y dudas ante esa
concepción hasta el momento aceptada como un dogma: en
«el orden natural» los machos dominan las relaciones y vidas
de las hembras.
La participación de las primatólogas en investigaciones
de campo de larga duración, tuvo entre sus resultados más
significativos la capacidad de realizar correcciones metodo-
lógicas a su ámbito de estudio. Detectaron, tras meticulosos
análisis, que no todos los observadores utilizaban las mismas
técnicas para recoger los datos. La mayoría de ellos regis-
traba principalmente los hechos que más llamaban su aten-
ción, como las luchas entre grandes machos y la aparatosidad
de su comportamiento, mientras que dejaban de lado otras
conductas sutiles y menos ostentosas. No obstante, para que
un estudio pueda calificarse de científico, cada animal, ya sea
macho o hembra, joven o viejo, escandaloso o tranquilo, debe
ser observado durante un lapso de tiempo adecuado y similar.
Esta rigurosa advertencia reveló la necesidad de un estándar
universal que estableciese protocolos con los mismos métodos
para todos los observadores. El mérito de haber introducido

pero quienes empezaron a mostrar una perspectiva de género en sus trabajos


fueron sus sucesoras en décadas posteriores.
74 Carolina Martínez Pulido

nuevos y más precisos códigos de observancia y muestreo en


primatología se debe y fue producto principalmente de las
mujeres científicas8.
Puede entonces afirmarse que las primatólogas dieron a co-
nocer las hembras primates a la comunidad académica y tam-
bién a interesados en el tema y público en general. Sus estudios
—aunque no solo los de ellas, ya que se les han sumado nu-
merosos colegas varones— han permitido desvelar que «estas
hembras son multifacéticas, competitivas, grandes estrategas
políticas, a veces víctimas y a veces dominadoras, pero nunca
necias y pasivas» ( Jahme, 2000). Todo ello ha conducido a un
inexorable debilitamiento de arraigadas teorías forjadas con
base en testimonios sesgados cargados de prejuicios sexistas.
Al mismo tiempo, ha potenciado el afloramiento de una visión
menos subjetiva acerca de la organización social de las diversas
comunidades de primates.

En la corta historia de la primatología, tal como lo resumieron


en el año 2000 las antropólogas Shirley Strum, de la Universidad
de California, y Linda Fedigan, de la Universidad de Alberta,
Canadá, se ha producido un desplazamiento desde la visión ge-
neralizada de la sociedad primate girando en torno a los machos
y basada en la agresión, dominancia y jerarquía, hasta un rango
más complejo de opciones fundadas en la filogenia, la ecología, la
demografía, la historia social y las casuísticas de los acontecimien-
tos. La imagen actual de las sociedades primates, si nos aventura-
mos a hacer generalizaciones, mostraría un fuerte contraste con
las primeras visiones. Ciertamente, la importancia de las hem-
bras dentro del grupo social obliga a enfatizar otras tácticas dis-
tintas de la agresión y, al mismo tiempo, evidencia que la jerarquía
puede o no tener un lugar en la sociedad primate y, sobre todo,
que los machos y las hembras son igualmente capaces de competir
en rango.

8
No es baladí recordar que en el imaginario colectivo de las sociedades
modernas, sobre todo a través del cine, los referentes de las especies primates
han sido asociables, a menudo, con historiales míticos que han calado de
manera legendaria en creencias populares.
El comportamiento de los primates no humanos… 75

En suma, y quizás lo más significativo, en el bullente con-


texto de los primatólogos actuales la idea de una sociedad pri-
mate única se está descomponiendo aceleradamente, mientras
cobra fuerzas una organización social mucho más variada de
lo hasta ahora admitido. La típica y estereotipada imagen del
macho dominante y agresivo rodeado de numerosas hembras
con las que se aparea ha perdido protagonismo, desplazada por
la pujanza de un nuevo modelo hasta ahora desdeñado: las so-
ciedades primates no siempre se encuentran controladas por
machos. No solo la fuerza o el tamaño proporcionan a los in-
dividuos capacidad de control, sino también su habilidad para
valorar y manipular una situación, o sea, su pericia para desa-
rrollar estrategias de poder y liderazgo en la cohesión del grupo.
Esto significa que factores como la edad, el temperamento, la
posición en el grupo, la historia de interacciones previas o el
contexto social del momento presente pueden desempeñar un
significativo papel dentro de la complejidad interactiva de los
grupos de primates.

Los estudios sobre los primates vivos han estado desde sus co-
mienzos impregnados de preconcepciones relacionadas con nues-
tra propia visión de la evolución humana. Y ha sido a menudo esta
subjetiva actitud la que ha enturbiado la perspectiva de los datos
procedentes de diversas investigaciones, llegando hasta el punto
de ignorar con frecuencia aquella información que no encaja bien
con la teoría establecida.

El varias veces citado antropólogo Robert Sussman (2000),


ha denunciado que conceptos complejos de difícil definición
como, por ejemplo, la territorialidad, las jerarquías dominantes
agresivas, los vínculos permanentes macho-hembra o el do-
minio de los machos se han interpretado con notable subje-
tividad. En lo que al territorio respecta, sostiene el autor, hoy
resulta bastante evidente que los mecanismos empleados por
grupos distintos para distribuir su espacio son altamente va-
riables; pero no solo eso, sino que además la mayor parte de las
especies de primates vive en grupos cuyos territorios se solapan
y a menudo comparten recursos, por lo que en estos animales
76 Carolina Martínez Pulido

la territorialidad puede considerarse poco frecuente, y no está


nada clara la agresiva defensa de un espacio en exclusiva que
normalmente se les ha atribuido.
Por otro lado, continúa Sussman, en muchas especies las
jerarquías de dominancia son ambiguas o simplemente faltan
por completo. Lo habitual es que las jerarquías sean inesta-
bles y que, por ejemplo, la correlación entre rango y éxito
reproductor resulte mucho más enigmática de lo esperado.
Algo semejante sucede con la tantas veces citada dominancia
del macho sobre la hembra: un aspecto que se creía un rasgo
de alta frecuencia en las sociedades primates, pero que, sin
embargo, ahora se revela que raramente está presente. En la
misma línea está el supuesto vínculo permanente macho-
hembra que, de hecho, se da en muy pocos casos, pues la
mayoría de estos animales tiene un sistema de apareamiento
múltiple.
Otro aspecto del comportamiento que ha sido objeto de re-
interpretación en los últimos años es el de la amenaza de in-
fanticidio. Habitualmente considerado un factor central en las
teorías de la evolución social de los primates, a la luz de los
datos analizados en las últimas décadas, subraya Sussman, no
parece que los machos que matan crías luego se apareen con sus
madres; más bien al contrario, esta conducta resulta infrecuente
y no se ha podido probar que los infanticidas tengan un éxito
reproductor mayor que los que no lo son.

En el contexto de estas reveladoras novedades, es oportuno


traer a colación en este debate a un simio africano relativamen-
te poco conocido y al que muchos especialistas consideran el
pariente más cercano del ser humano: se trata del bonobo, po-
pularmente llamado «chimpancé pigmeo». Las detalladas in-
vestigaciones realizadas durante los últimos años en su pequeña
comunidad territorial del Congo (África) han proporcionado
un caudal de información que puede resultar muy reveladora
y de gran ayuda en los esfuerzos por conocer nuestro pasado.
Veamos.
El comportamiento de los primates no humanos… 77

2.2. Un ejemplo esclarecedor: las comunidades de los bonobos

A finales de la década de 1980 salieron a la luz las investiga-


ciones del prestigioso primatólogo de origen holandés Frans de
Waal, profesor de Psicología y Comportamiento de Primates
de la Universidad Emory de Atlanta (EE UU) y director de un
centro dedicado a la investigación de primates llamado Living
Links Center. Los trabajos de este científico sobre el bonobo o
«chimpancé pigmeo» conmocionaron la comunidad de exper-
tos. Contrariamente al cliché siempre esperado, la sociedad de
los bonobos se revelaba, ante los sorprendidos ojos de quienes
la observaban, nítidamente organizada en torno a las hembras,
quedando los machos limitados a ocupar un lugar secundario.
Dado que el bonobo es una especie tanto o más próxima a
los seres humanos que el chimpancé, los novedosos resultados
procedentes del análisis de su comportamiento han adquirido
una incuestionable preeminencia.

«El comportamiento de un pariente cercano del ser humano [el


bonobo] pone en tela de juicio las teorías sobre la supremacía mas-
culina en la evolución de nuestra especie» (Frans B. M. de Waal,
1995).

Los bonobos han sido la última especie de grandes simios


descubierta por la ciencia9. En la década de 1920, el anato-
mista alemán Enrst Schwarz estaba investigando en un mu-
seo colonial belga un cráneo que por su pequeño volumen se

9
El término orangután apareció por primera vez en la literatura cientí-
fica en 1641, pero el animal descrito era en realidad un chimpancé. Durante
los siglos xvii y xviii se usaba indiscriminadamente la palabra orangután,
que significa «hombre salvaje» u «hombre del bosque», para hacer referencia
tanto a los grandes simios africanos —el chimpancé y el gorila— como al
asiático —el verdadero orangután—. La palabra chimpancé empezó a usar-
se en 1738, mientras que gorila se introdujo bastante más tarde, en 1847,
aunque este animal ya se había descrito antes bajo otros nombres. En 1780,
el holandés P. Camper fue uno de los primeros en distinguir a los simios
africanos del simio asiático.
78 Carolina Martínez Pulido

había adscrito a un chimpancé juvenil. Sin embargo, no tardó


en darse cuenta de que en realidad pertenecía a un adulto y
entonces declaró haber hallado una nueva subespecie de chim-
pancé. Poco después, las autoridades en la materia llegaron a
una conclusión aún más relevante: se trataba de una nueva es-
pecie, y optaron por darle el nombre científico de Pan paniscus,
el diminuto o pigmeo10.

Los bonobos fueron bautizados chimpancés pigmeos o enanos por los


occidentales en la década de 1930, pero no debido a que los anima-
les fueran pequeños por su tamaño, pues no pueden distinguirse
de los chimpancés en razón de la talla, sino porque viven cerca de
las poblaciones de pigmeos humanos.

10
Los bonobos (Pan paniscus) y los chimpancés (Pan troglodytes) pertenecen
al mismo género, Pan, pero a especies diferentes: los bonobos, por tanto, no son
chimpancés. Pese a su estrecho parentesco evolutivo, ambos difieren claramente
entre sí en caracteres físicos y de comportamiento. Una de las principales di-
ferencias en la apariencia física es que Pan paniscus presenta las extremidades
mucho más largas y esbeltas. Cuando está erguido su espalda es recta, se desplaza
dando largas zancadas y el aspecto se acerca mucho al de un homínido. Asimis-
mo, sus gestos y expresiones faciales se asemejan a los nuestros, incluso más que
los de los chimpancés, gorilas u orangutanes. En libertad, chimpancés y bonobos
se alimentan principalmente de frutos, pero mientras estos últimos suplementan
su dieta con la médula de las plantas herbáceas, y muy ocasionalmente capturan
pequeños animales, los primeros suelen ser más carnívoros. Las plantas herbá-
ceas terrestres tienen un elevado contenido proteico, por lo tanto los bonobos no
necesitan consumir carne. No obstante, también comen, aunque muy raramente,
insectos, huevos de pájaros, reptiles, musarañas, ardillas o peces. Los chimpan-
cés emplean, además, una amplia gama de estrategias para alimentarse que van
desde cascar nueces con piedras hasta atrapar hormigas y termes con ramitas
previamente deshojadas, mientras que los bonobos tienen estas habilidades poco
desarrolladas en su medio natural (los cautivos, en cambio, aprenden a manejar
útiles y se vuelven muy diestros). La vida de los bonobos normalmente transcurre
en comunidades grandes, compuestas por múltiples machos y hembras que se
escinden en grupos más pequeños para buscar alimentos durante el día. Por la
noche se reúnen para dormir en los árboles y protegerse de los predadores. Igual
que la hembra chimpancé, la bonobo, que alcanza la madurez completa hacia
los 15 años, cría y transporta su retoño durante un período que puede alcanzar
los cinco años. La longevidad de los bonobos es incierta, pero a juzgar por la del
chimpancé puede ser de más de 40 años en la naturaleza y alrededor de los 60
en cautividad (De Waal, 1995; 1997).
El comportamiento de los primates no humanos… 79

Una de las razones por las que los bonobos se incluyeron en


la literatura científica mucho después que los demás grandes
simios puede estar relacionada con que su hábitat se encuentra
limitado a una pequeña área geográfica: el bosque ecuatorial
húmedo, entre los ríos Congo y Kassi, en la República De-
mocrática del Congo. De hecho, los trabajos de campo con
bonobos empezaron a mediados de los años 70, esto es, con
una década de retraso frente a los estudios sistemáticos de los
chimpancés en libertad, cuya distribución geográfica, valga re-
cordarlo, es mucho mayor ya que se extiende desde Tanzania y
Uganda hasta el oeste de África.

Pan paniscus, probablemente, no ha abandonado nunca la protec-


ción de los árboles. Y, si ese escenario evolutivo de continuidad
ecológica corresponde a la realidad, estos simios podrían haber
experimentado menos transformaciones que los seres humanos o
los chimpancés. Tal cosa significa que tendrían un acusado pare-
cido con el antepasado común de las tres especies. De hecho, en
los años 30, H. J. Coolidge (el anatomista estadounidense que dio
al bonobo su categoría taxonómica actual) sugirió que el animal
podría ser muy similar al progenitor ancestral, ya que su anatomía
está menos especializada.

En la actualidad se sabe que las dos especies del género


Pan comparten alrededor del 98 por 100 del perfil genético (o
sea, de su ADN) con Homo sapiens, lo que los sitúa muy cerca
de nosotros. Los expertos asumen que la divergencia entre el
linaje evolutivo humano y el linaje del chimpancé ocurrió hace
alrededor de seis o siete millones de años, llegando más tarde
la separación entre los dos simios11.

11
Se ha sugerido que los bonobos se separaron del linaje del chimpancé
común hace unos 3 millones de años. Pero algunos autores sostienen que
estos primates han conservado muchas características primitivas, tanto ana-
tómicas como etológicas, del ancestro común con nuestro linaje. «De ser esto
cierto —señala Bermúdez de Castro (2010)—, significaría que podemos
conocer mucho más a nuestro antepasado común africano estudiando al
bonobo, mientras que Pan troglodytes habría derivado más en su anatomía y
etología en su divergencia con los humanos actuales».
80 Carolina Martínez Pulido

No menos inteligentes que los chimpancés, los bonobos go-


zan de un temperamento mucho más sensible, son muy ima-
ginativos a la hora de divertirse e inventar diversos juegos, que
practican con gran concentración y dedicación. Pero lo real-
mente significativo de los conocimientos sobre tan peculiar
especie radica en el inesperado repertorio de comportamientos
relacionados con el papel prioritario que ocupan las hembras
en sus sociedades.

Frans de Waal, quizás el experto con mayor conocimiento sobre


los bonobos, ha afirmado que si los primatólogos hubieran conoci-
do antes a estos simios que a los chimpancés, «con toda seguridad,
ahora se creería que los primeros homínidos vivían en sociedades
centradas en las hembras».

Al igual que la mayoría de los primates, los bonobos son


animales altamente sociales que organizan su vida en grupos
o clanes. En esta especie, cuando los individuos alcanzan la
pubertad las hembras tienden a emigrar y los machos a per-
manecer en su tribu natal —norma de comportamiento que
también se da entre los chimpancés12—. Al llegar a la nueva
comunidad, las jóvenes bonobos asumen una conducta muy
particular: escogen a una o dos hembras residentes mayores
para dispensarles atención especial, empleando por ejemplo el
acicalamiento o despiojado.
Sin embargo, y aquí se encuentra un hecho llamativo, las
recién llegadas también recurren con frecuencia el frotamien-
to genital con el fin de iniciar una relación cordial. Si las
residentes responden positivamente, se establecen lazos que
suelen volverse muy estrechos, posibilitando que la nueva sea
gradualmente aceptada en el grupo. El sexo habrá contribuido
entonces a la incorporación de la advenediza en la comuni-
dad de hembras. De hecho, las sociedades de Pan paniscus se

12
En las dos especies del género Pan, Pan troglodytes y Pan paniscus, las
hembras jóvenes emigran hacia el territorio de otras bandas vecinas y se
aparean con machos que no son de su propio grupo; de esta manera, se evita
la endogamia y se preserva la riqueza genética de la especie.
El comportamiento de los primates no humanos… 81

caracterizan por una intensa actividad sexual, la cual desem-


peña funciones sociales de gran significado: muchas estrate-
gias de su comportamiento se resuelven mediante relaciones
sexuales.
Los estudiosos de campo han observado que los conflictos
graves entre grupos de bonobos parecen ser bastante raros.
Según De Waal (1997) —y también lo han corroborado otros
estudiosos—, estos animales tienen un temperamento mucho
menos agresivo y exaltado que los chimpancés, con una ten-
dencia a la violencia física claramente menor, debido a que el
sexo actúa como un factor relajante. Cualquier cosa que des-
pierta a la vez el interés de más de uno de ellos suele acabar
en contacto sexual, lo que no significa que se trate, como se
ha sugerido, de una especie hipersexual. Tras cientos de horas
de observación, De Waal concluye que en realidad practican
el sexo de manera bastante relajada, como una parte comple-
tamente natural de su vida en grupo y no se detecta en ellos
ansiedad alguna.
La primera noticia sobre el peculiar comportamiento sexual
de los bonobos procedió de observaciones realizadas en zooló-
gicos europeos. En 1954, unos expertos informaron de que los
bonobos se apareaban cara a cara, lo que llamó mucho la aten-
ción porque en aquellos años se consideraba que tal postura
era una práctica exclusivamente humana. Aparentemente pa-
recía una innovación cultural que había que enseñar a pueblos
ignorantes en esa modalidad (de ahí la expresión «posición del
misionero»). Estos primeros estudios, escritos en alemán, fue-
ron ignorados por la comunidad científica. Hubo que esperar
a que la sexualidad del bonobo se redescubriera en los años 70
para que sus rasgos característicos empezaran a aceptarse con
cierta naturalidad13.
13
Los primatólogos empezaron a detectar el peculiar comportamiento
de estos animales mucho antes de hacerlo público. Fueron apuntando en sus
libretas de trabajo observaciones acerca de la conducta de los bonobos, tanto
cautivos como en libertad. Esos apuntes ya indicaban registros controverti-
dos y contrarios a la corriente académica dominante. Quizás ello influyó en
que se optara por dejarlos en la sombra el mayor tiempo posible. Fue en un
congreso de primatología celebrado en 1992, donde un grupo de investiga-
82 Carolina Martínez Pulido

Las hembras bonobos, capaces de generar entre ellas robustos


vínculos o alianzas, adquieren posiciones de control en sus clanes.
Esos estrechos lazos, que las chimpancés no forman, les permiten
ganar en autonomía y competencia frente a los miembros del sexo
masculino, que individualmente es más fuerte.

Las vigorosas alianzas entre las hembras se reflejan, por


ejemplo, en el momento de alimentarse; contrariamente a lo
que ocurre con los chimpancés que al encontrar comida el ma-
cho la reclama entera para él, y donde tras saciar su apetito per-
mite el acceso a los demás, en los bonobos son las hembras las
primeras en acercarse al alimento. Después de un frotamiento
genital entre ellas comen juntas, por turnos y sin competencia
evidente, ya que espontáneamente ceden los primeros lugares
a las de más edad e ignoran por completo a los machos. Si al-
guno intenta molestar mientras comen, todas se agrupan para
ahuyentarlo; de este modo, pueden explotar para sí y para sus
crías las porciones alimenticias más abundantes14.
El descubrimiento del dominio ejercido por hembras fuerte-
mente unidas entre sí en los clanes de bonobos ha estado alimen-
tando un acalorado debate, sobre todo en un colectivo de exper-
tos reacio a asumir que ellas fueran las figuras principales en una
sociedad primate tan próxima a nuestra especie. Asimismo, las
discusiones se han encendido aún más porque no son muchos los
autores del gremio dispuestos a asimilar con serenidad la imagi-
nativa actividad sexual que muestran estos animales.

dores hizo pública una serie de referencias sobre el comportamiento sexual


de estos simios todavía poco conocidos.
14
Largas observaciones han demostrado que los machos permanecen
unidos a sus madres durante toda su vida. Al parecer, una de las razones de
esta dependencia materna es la lentitud con que transcurre el desarrollo des-
de el nacimiento hasta el estado adulto. Esa dilatada vinculación da tiempo a
fortalecer el lazo madre-cría típico de los primates. Sobre las hembras recae
por entero el peso de la crianza, pues no se ha observado que los machos
participen en este proceso. En una comunidad de bonobos, los machos de
categoría más alta suelen ser hijos de hembras importantes. Los machos
chimpancés, por el contrario, entablan sus propias batallas para subir en la
escala jerárquica.
El comportamiento de los primates no humanos… 83

En esta línea, la experta Frances White (2007) ha subrayado


que la cooperación entre hembras no emparentadas detectada
en los bonobos «es realmente importante cuando se piensa en
la evolución humana y en el amplio rango de comportamientos
posibles». La primatóloga también destaca la singularidad de
estos simios, recordando que «al entrar por primera vez en con-
tacto con ellos, los machos huyen rápidamente, mientras que
las hembras forman juntas un grupo y permanecen a la espera
(exactamente lo opuesto de lo que hacen los chimpancés). Algo
que resulta fascinante».
Otra característica llamativa del comportamiento de los bo-
nobos es que, si bien practican el sexo con múltiples propósitos
y en casi todas las combinaciones posibles (hembras/machos;
hembras/hembras; machos/machos), su tasa de reproducción
en libertad es aproximadamente la misma que la del chim-
pancé. Una hembra, que es receptiva casi todo el tiempo, pare
una cría a intervalos de cinco a seis años. He aquí otro aspecto
importante que los bonobos comparten con los humanos: la
separación parcial entre el sexo y la reproducción. Al respecto,
Frances White ha subrayado que pese a que las hembras se
aparean con numerosos machos, no lo hacen de manera indis-
criminada y sin ninguna razón. Más bien al contrario, tienden
a ser bastante selectivas.

En muchos primates, incluidos los humanos, las cópulas parecen


tener una importante función social, aunque en el caso del bonobo
la situación está más acentuada: habitualmente copulan docenas
de veces al día. Sin embargo, en lugar de emplear el apareamien-
to para consolidar una relación con un individuo concreto, pare-
cen usar el sexo para facilitar las relaciones sociales con todos los
miembros del clan. En la sociedad bonobo, han señalado diversos
autores, podrían encontrarse claras señales de un comportamiento
«civilizado» o «comunitario».

Las peculiaridades hasta ahora conocidas de los bonobos


justifican con creces que gran número de primatólogos actuales
haga hincapié en la relevancia de los estudios en torno a esta
especie para intentar comprender algo mejor las raíces de la
84 Carolina Martínez Pulido

naturaleza humana15. El acercamiento a su modo de vida con-


tribuirá a que los expertos, y también los que no lo son, consi-
gan corregir esa imagen de los antepasados de la humanidad
invariablemente semejante a la de los chimpancés, guiados por
la agresividad, las maquinaciones jerárquicas, la caza, las dispu-
tas encarnizadas y la dominancia de los machos.

Tal como asevera De Waal, el comportamiento bonobo, sumado


a nuestro cercano parentesco genético, pone en tela de juicio las
teorías sobre la supremacía masculina en la evolución de nuestra
especie. «El mensaje es que hay más flexibilidad en nuestro linaje
de lo que pensábamos».

La citada primatóloga Frances White argumenta, por su par-


te, que las abundantes variaciones observadas en los humanos
modernos indican que no somos producto de un único sistema
social ancestral. Al igual que los demás simios, somos polimór-
ficos en el comportamiento relacional y este posiblemente tiene
que ver con la ecología de un área dada. Teniendo en cuenta
lo que conocemos sobre nuestra evolución, sobre cómo se ex-
pandió Homo sapiens desde África hasta el resto del mundo, la
autora supone que los sistemas sociales humanos son altamente
variables entre poblaciones distintas. En su opinión, apremia
abandonar la rígida idea de una única organización social ances-
tral y sustituirla por otra noción más amplia y flexible que inclu-
ya sistemas configurativos diferentes, los cuales dependerán, en
gran medida, de las condiciones e incidencias locales.

Una señal de alarma: En los bosques de Wamba, en la República


del Congo, los bonobos no tienen parque nacional ni nada que
los proteja, entre otras cosas, de las atroces cacerías humanas. En
una región, que abarca unos 150 km2, donde en un tiempo hubo
centenares de simios, ahora hay poco menos de dos docenas, y si
las condiciones persisten «los bonobos se extinguirán muy pronto»,
afirman los especialistas.

15
La anatomía de los bonobos, revelan los estudiosos, es acusadamente
similar a la de nuestros primeros antepasados.
El comportamiento de los primates no humanos… 85

Según el científico japonés Idani (2005), la gente de Wanda per-


mitió a los bonobos coexistir con ellos durante generaciones y
tenían como tabú cazarlos y comer su carne. Sin embargo, la vio-
lencia de las sucesivas guerras sufridas por la región forzó a mu-
chas personas a refugiarse en los bosques y el resultado ha sido la
deforestación, caza furtiva y el uso de los bonobos como fuente de
alimento. «Si dejamos el bosque de Wamba tal como está, los bo-
nobos se extinguirán muy pronto», ha advertido Idani. «La cuenta
atrás para su extinción ya ha comenzado.»

3. La pasividad y el recato femeninos en tela


de juicio: una perspectiva crítica desde la biología
de la reproducción

Las hembras bonobos no son las únicas que han puesto


de manifiesto las múltiples caras que tiene su quehacer diario.
De hecho, en los últimos años, el estudio de las primates de
diversas especies ha contribuido a dar un notable impulso a
los esfuerzos encaminados a entender mejor la ecología del
comportamiento de estos animales, o sea, a profundizar sobre
sus estrategias de supervivencia y reproducción.

Esquema 1
La reproducción no es la única función de las hembras primate

• Luchan por sobrevivir


• Buscan alimento, huyen de
Las hembras son seres ➤ los predadores
autónomos con múltiples • Se interrelacionan con
actividades sus congéneres, juegan, se
divierten, pelean…
• Son sexualmente activas

Desde el punto de vista evolutivo, la reproducción es primordial y en


los primates la función femenina es central. Por ello, pero no solo por
ello, las hembras son importantes
86 Carolina Martínez Pulido

Quizás el aspecto más espectacular, por inesperado y sorpren-


dente de los nuevos hallazgos de la primatología, sea el compor-
tamiento sexual de las hembras, cuya importancia es extraordi-
naria dada su obvia relación con el éxito reproductor, el cual a
su vez es la piedra angular del proceso evolutivo. Frente a la idea
sostenida por innumerables generaciones de biólogos que asume
que en la mayor parte de las especies ellas son monógamas, pasi-
vas y recatadas, los datos más recientes apuntan tercamente en la
dirección opuesta: las hembras, en todo el reino animal, primates
incluidas, por lo general suelen ser promiscuas —entendiendo
por promiscuidad la condición de sexualmente activas— y co-
pulan de forma rutinaria con varios machos distintos. Este fe-
nómeno se ha revelado tan extendido entre los animales que su
estudio está alcanzando un profundo significado16.

En el año 2002, J. Knight señalaba que cada vez más especialistas


sostienen que la promiscuidad de las hembras parece ser, a la luz
de recientes hallazgos, la regla más que la excepción. Ese compor-
tamiento se ha observado en animales tan diversos como ballenas,
roedores o abejas, y los resultados de diversas investigaciones han
probado que los apareamientos múltiples proporcionan una ferti-
lidad mayor. En algunos mamíferos ha sido posible constatar que
si la hembra se cruza con múltiples machos tiene camadas más
grandes y sus crías son más sanas.

Ciertamente, las modernas y meticulosas investigaciones lle-


vadas a cabo sobre el comportamiento sexual en el reino animal
revelan que, en condiciones naturales, ambos sexos suelen ser
activos; no obstante, mientras la promiscuidad de los machos
ha sido ampliamente admitida, no ha ocurrido lo mismo con
la de las hembras, manteniéndose hasta fechas muy próximas
ciertas reservas ante esas conductas.

16
La poliandria (del griego, poli: mucho y andros: masculino) es un tipo
de comportamiento polígamo que hace referencia al apareamiento de una
hembra con muchos machos. Otro tipo de comportamiento polígamo es la
poliginia (del griego, gine: femenino), que se refiere al apareamiento de un
macho con muchas hembras.
El comportamiento de los primates no humanos… 87

Considerando las evidencias del conocimiento actual no es posible


omitir que la realidad biológica se caracteriza por que la mono-
gamia en el reino animal es un fenómeno raro que solo atañe a
alrededor de un 3 por 100 de las especies.
En el año 2008, las primatólogas Melissa E. Thompson, Rebecca
M. Stumpf y Anne E. Pussey señalaban que el apareamiento pro-
miscuo de las hembras representa un modelo casi universal en los
simios. Reconocen que las chimpancés (Pan troglodytes) son alta-
mente promiscuas. Asimismo, la mayor parte de las hembras gorilas
de montaña (Gorilla beringei beringei), del Parque Nacional de los
Volcanes (Ruanda), copula con múltiples machos, contrariamente a
la percepción tradicional de la unidad de apareamiento con un úni-
co macho. Y, pese a las expectativas de apareamiento monógamo
entre los gibones (Hylobates lar) de Tailandia, también se ha cons-
tatado flexibilidad social y sexual en sus comunidades, revelando un
comportamiento semejante al de los grandes simios.

3.1. Las ventajas biológicas de la promiscuidad:


una herética contundencia evolutiva

El investigador británico Tim Birkhead, profesor de Eco-


logía de la Universidad de Sheffield, es uno de los especialistas
que más detenidamente ha estudiado la conducta asociada al
sexo a lo largo de pacientes y rigurosos trabajos llevados a cabo
en muy variadas especies. Este científico, junto a un creciente
número de biólogos, afirma que la promiscuidad presenta claras
ventajas evolutivas, sobre todo porque permite un mayor éxito
reproductor. Dada la manifiesta debilidad existente entre la co-
nexión cópula-reproducción —son necesarias muchas cópulas
para lograr el nacimiento de una cría viva— el apareamiento
con diversas parejas aumentará la eficacia reproductora, tanto en
machos como en hembras. Birkhead, insistimos, provisto de una
ingente cantidad de datos, lleva varios años proporcionando ar-
gumentos que han terminado por hacer mella en el viejo dogma
de la monogamia sexual femenina. El alud de información hecha
pública por este y otros expertos revela que, en la mayoría de las
especies del reino animal, la pauta general es que las hembras
88 Carolina Martínez Pulido

copulen con más de un macho por cada vástago que dan a luz. El
cambio de modelo inducido por estos resultados ha terminado
por obligar a la comunidad de estudiosos a reconocer y asumir
que las parejas monógamas son la excepción y no la regla.
No obstante, y pese al notable cuerpo de literatura produci-
do en los últimos años, lo cierto es que la vieja idea de que las
hembras no tienen nada en absoluto que ganar si se aparean
con más de un macho, se apoya sobre una historia muy larga y
arraigada en el pensamiento colectivo (de los especialistas y de
los que no lo son). Una creencia, que no evidencia, por lo que
está resultando difícil de erradicar. Tengamos presente que sus
orígenes se remontan muy atrás en el tiempo y que cuenta entre
sus defensores con biólogos tan célebres como el propio Char-
les Darwin. El respetado naturalista no tuvo dudas al afirmar
que en el reino animal las hembras son monógamas, además
de sexualmente pasivas y recatadas; con tales aseveraciones dio
fuerza y prestigio a esa vieja y equivocada presunción de fide-
lidad y sometimiento femenino que ha sido fervientemente
sostenida por la inmensa mayoría de sus sucesores.

La biología de la reproducción históricamente ha estado cargada


de profundos prejuicios. Aunque ya en la época de Aristóteles se
sabía que la transferencia de semen era parte fundamental del pro-
ceso, igualmente se sostenía que en los seres humanos los hombres
proporcionaban el alma al nuevo ser, mientras que las mujeres solo
tenían un mero papel nutricio durante el embarazo. Asimismo,
desde entonces se ha asumido una clara asimetría de comporta-
miento entre los sexos: los machos son muy activos y decididos, las
hembras sumisas e inactivas.
Mucho después, Charles Darwin, probablemente influido tanto por
el pensamiento aristotélico como por los valores victorianos de su
época, suponía en casi todos sus voluminosos textos que las hembras
eran monógamas y copulaban solo con un único compañero en cada
intento reproductor. La visión de Darwin sobre la reproducción, pese
a su ingeniosa idea de la elección que efectúa la hembra, era profun-
damente androcéntrica y albergaba prejuicios de género arrastrados
durante siglos; no eran sino una mezcla de sexismo inconsciente y del
desconocimiento reinante sobre la biología celular y la genética.
El comportamiento de los primates no humanos… 89

Entrado ya el siglo xx, los razonamientos androcéntricos


siguieron empapando los estudios sobre el proceso repro-
ductor. Así, en 1948, el biólogo británico August J. Bateman
publicaba un trabajo sobre la mosca de la fruta Drosphila me-
lanogaster, realizado con el fin de medir el éxito reproductivo
de machos y hembras. De su amplia gama de resultados ex-
perimentales, Bateman extrajo la conclusión de que la pro-
miscuidad era más valiosa para el éxito reproductivo del sexo
masculino que del femenino, ya que aquellos que se apareaban
muchas veces triplicaban o incluso cuadruplicaban el número
de descendientes en comparación con sus pares monógamos.
Las hembras, por el contrario, ganaban muy poco con la pro-
miscuidad, pues por término medio su rendimiento repro-
ductor apenas doblaba su número cuando se habían apareado
con más de un macho. El científico afirmó entonces que en el
comportamiento sexual masculino, en general, ha evolucio-
nado una «ansiedad indiscriminada» para aparearse, mientras
que el femenino ha desarrollado una «pasividad discrimina-
toria». Bateman concluyó que se trataba de una dicotomía
fundamental y no tuvo reparos en extrapolarla hasta nuestra
propia especie.

En el año 1972, otro especialista, Robert Trivers de la Uni-


versidad de Harvard, amplió los conceptos de Bateman. En un
influyente artículo, Trivers afirmaba que el sexo que invierte
más en el proceso reproductor, esto es, la hembra, será pasivo y
discriminador, mientras que el que invierte menos se apareará
más y estará dispuesto a luchar para conseguirlo. Según este
autor, «la única y más importante diferencia entre los sexos es
su inversión en la descendencia. La regla general es: las hem-
bras hacen toda la inversión, los machos ninguna». No deja
de llamar la atención en este argumento, tal como ha señala-
do Christine Drea (2005), antropóloga de la Universidad de
Duke, Carolina del Norte, la paradoja que encierra la renuncia
de la hembra a su control reproductivo, pese a ser ella la que
más invierte en dicho proceso.
90 Carolina Martínez Pulido

Un hecho biológico ampliamente extendido en la naturaleza, la


anisogamia, esto es, la abundante producción de pequeños game-
tos por los machos y de un único y gran gameto por las hembras,
ha sido tradicionalmente usado como soporte teórico de una rama
de la biología del comportamiento. En efecto, se ha pretendido
dilatar sus consecuencias hasta límites que resultan pasmosos: la
conducta sexual de los animales adultos, seres humanos incluidos,
depende del tamaño y cantidad de sus gametos; por esta razón,
las hembras son pasivas y recatadas, mientras que los machos son
dinámicos y promiscuos.

Las conclusiones de Bateman y Trivers consolidaron lo que


desde épocas inmemoriales se había tenido por un supuesto bá-
sico: los machos tienen mucho que ganar si copulan con múlti-
ples parejas, pero no hay beneficios, o muy pocos, para las hem-
bras que se comportan de manera similar17. Como ha afirmado
la bióloga Zuleyma Tang-Martínez (2000), de la Universidad
de Missouri, la asunción de óvulos caros y espermatozoides
baratos ha sido el punto de partida de muchos estudios moder-
nos sobre ecología del comportamiento. Los descubrimientos
de los últimos años, sin embargo, han debilitado enormemente
esa tesis.
Empecemos citando que en 1997 Charles Snowdon arrojó
serias dudas sobre cuál es el sexo que más invierte en el proceso
de la fecundación, o sea, en la formación de un cigoto viable.
Argumentaba el científico que, si bien es cierto que los óvulos
son significativamente más grandes que los espermatozoides,
no se conoce ningún macho de ninguna especie que eyacule un
único espermatozoide cada vez. A pesar de que solo un esper-
matozoide es necesario para fecundar un óvulo, se producen
millones de ellos. La energía requerida para la producción de
los espermatozoides y del líquido seminal en que sobreviven,
sostiene Snowdon, es mayor que la energía consumida para

17
En 1994, revisando los datos procedentes de los experimentos de Ba-
teman, otros autores descubrieron que en algunos casos (sobre todo cuando
el alimento escaseaba) el éxito reproductor de las hembras también aumen-
taba con el número de cópulas (Birkhead, 2000).
El comportamiento de los primates no humanos… 91

producir un óvulo en la mayoría de los mamíferos18. Los esper-


matozoides adicionales y el fluido seminal parecen ser críticos
para el transporte de los gametos masculinos hasta el óvulo y
su fusión con este, de manera que si un macho eyaculara solo
un espermatozoide por vez, no tendría éxito reproductor. Los
machos mamíferos podrían por tanto requerir gastos energé-
ticos iguales o tal vez mayores que las hembras para que la
fecundación tenga lugar, lo cual significa que, al menos en lo
que respecta a este proceso concreto, el aporte de un progenitor
y otro no sería tan desproporcionado como tradicionalmente se
ha venido creyendo19.

18
Al considerar el gasto energético masculino en la producción de es-
permatozoides hay tener en cuenta que no solo la generación de gametos
provoca consumo de energía; igualmente lo hacen todas las demás sustancias
que constituyen el semen. La premisa de que la fecundación es «cara» para
las hembras pero «barata» para los machos, sobresimplifica la contribución
masculina y minusvalora su inversión en el proceso reproductor. Puede ar-
gumentarse que el coste reproductivo de las hembras es más alto que el de
los machos, porque ellas son las que gestan y que asumen la responsabilidad
primaria de criar a la prole. Sin embargo, la creencia de que las hembras in-
vierten mucho más que los machos en los cuidados parentales puede reflejar
un sesgo mamífero. Estos, los mamíferos, son solo una pequeña minoría de
la fauna de la tierra. En los demás taxones de vertebrados no mamíferos, o
bien hay un escaso cuidado por parte de ambos padres (por ejemplo, peces), o
el cuidado es compartido por machos y hembras (por ejemplo, en la mayoría
de las aves).
19
Si comparamos el espermatozoide y el óvulo de casi cualquier es-
pecie, el primero es evidentemente el menor de los dos. Pero esta com-
paración arrastra una imprecisión: los espermatozoides no son liberados
de uno en uno, sino en paquetes (espermatóforos) o en eyaculados que
contienen millones de ellos. La diferencia en los costes de producción
entre un eyaculado y un óvulo parecen ser mucho menores de lo que
se ha supuesto. El cálculo de que los espermatozoides son ilimitados y
fáciles de producir es erróneo por dos razones. Primera, no son ilimita-
dos, puesto que cada eyaculación es seguida por un período de recupera-
ción. Segunda, pueden no ser baratos de producir; aunque el eyaculado
de la mayoría de las especies en general no parece nada extraordinario
en cuanto a sus componentes, el caso es que todavía se desconoce cuánta
energía es necesaria para su formación (espermatogénesis). El coste de
la espermatogénesis probablemente no es trivial. Los machos producen
millones de espermatozoides por cada óvulo que producen las hembras,
92 Carolina Martínez Pulido

El esperma, afirma un número creciente de biólogos, no es barato


de producir —ningún macho eyacula un único espermatozoide—
ni las oportunidades reproductoras masculinas son ilimitadas.

Una prueba de que la producción de espermatozoides tie-


ne sus límites está en que la cantidad de semen tras repetidas
eyaculaciones se reduce notablemente e incluso se agota. En
algunas especies, la recuperación requiere varias semanas hasta
que las diversas sustancias que componen el semen vuelvan a
producirse en cantidades adecuadas para que la cópula pro-
duzca un embrión20. Además, se ha observado que los machos
llegan a un punto de saciedad y son incapaces de continuar
apareándose, incluso aunque las cantidades de esperma no se
hayan agotado.

3.2. La competencia entre espermatozoides

La selección natural ha favorecido a los machos que trans-


fieren gran cantidad de espermatozoides. Probablemente esto
es así porque aumenta las posibilidades de fecundación y el
consiguiente éxito reproductor de la especie21. El citado espe-
cialista Tim Birkhead ha señalado que ese enorme volumen de
células reproductoras, que tanto ha preocupado durante años
a los biólogos (principalmente a los varones), tiene una ex-

y es así porque necesitan cantidades enormes de gametos por cada óvulo


que pueden fecundar.
20
En los humanos, por ejemplo, después de un completo agotamiento
del esperma, la recuperación completa solo se alcanza tras 156 días.
21
En general, los testículos producen cantidades astronómicas de es-
permatozoides. Por ejemplo, como término medio un hombre produce 125
millones de espermatozoides cada día. Pero esta tasa de producción es menor
que la de cualquier otro animal investigado hasta la fecha. Curiosamente, la
calidad del semen humano también es deficiente en comparación con la de
otros primates: aproximadamente el 25 por 100 de los espermatozoides en
hombres normalmente fértiles muestra anomalías morfológicas importantes,
mientras que en los chimpancés y en sus «primos» los bonobos menos del 5
por 100 de los espermatozoides son anormales (Dixon, 1998).
El comportamiento de los primates no humanos… 93

plicación: la competencia entre espermatozoides. Tal competen-


cia significa que, en la mayoría de los casos, los gametos, ya
sean procedentes de machos distintos o del mismo, rivalizan
para fecundar el o los óvulo/s de una hembra. Se trata de una
rivalidad que está ampliamente extendida en todos los ani-
males y hace válido el símil de que inseminar más gametos es
como comprar un mayor número de décimos de lotería: más
décimos supone un incremento de la probabilidad de ganar, y
una concentración elevada de espermatozoides implica mayor
probabilidad de fecundación22.
Las tesis que otorgan numerosas ventajas a los aparea-
mientos femeninos múltiples en los primates han traído con-
sigo grandes innovaciones que no todos están dispuestos a
asumir. En consecuencia, el asunto ha alcanzado un alto gra-
do de controversia. Con todo, el argumento de mayor peso
favorable a la promiscuidad de la hembra es precisamente
que estimula la competencia entre espermatozoides, y no son
pocas las líneas de evidencia que sostienen que tales meca-
nismos de rivalidad funcionan activamente en monos, simios
y humanos.

22
Los eyaculados de machos distintos varían considerablemente en su
capacidad de fecundación. De hecho, aunque cada especie tiene un número
característico de espermatozoides por centímetro cúbico, ese valor es muy
variable, incluso en el mismo individuo, según las circunstancias: estado de
salud, edad, condiciones del ambiente, etc. Por otro lado, si bien es cierto
que casi siempre los espermatozoides son más numerosos que los óvulos, la
proporción entre ambos varía de forma notable en las distintas especies. Por
ejemplo, en aquellas en las que las hembras son promiscuas, o sea la mayoría,
el éxito reproductor masculino tenderá a aumentar en relación directa con el
número de espermatozoides que produce. En otras especies, donde la com-
petencia entre espermatozoides es menos intensa, la selección ha favorecido
a individuos con eyaculados más modestos. Asimismo, se ha sugerido que
los machos producen tanto esperma porque no todos sus gametos tienen
capacidad de fecundación. Según esta hipótesis, algunos espermatozoides
están especializados en bloquear el esperma rival de diversas maneras; por
ejemplo, pueden formar tapones copulativos, consistentes en la coagulación
de cierto número de gametos que bloquean la entrada de la vagina tras la
cópula, aunque los primatólogos también han observado a las hembras ex-
traerse esos tapones con sus dedos.
94 Carolina Martínez Pulido

La competencia entre los espermatozoides no es un asunto tri-


vial. Todo lo contrario, reconocer su importancia ha favorecido
la comprensión de aspectos de la biología reproductiva, inclui-
da la nuestra, que parecían inexplicables. Tengamos en cuenta que
la mayor parte de los conocimientos acerca de la reproducción
se han obtenido bajo el supuesto implícito de que los esperma-
tozoides en el tracto reproductor de una hembra procedían de
un único macho. Sin embargo, ahora no solo sabemos que en
la mayoría de los casos las hembras son promiscuas, sino que
también se ha descubierto que en las especies con fecundación
interna el tracto reproductor femenino ha evolucionado para se-
leccionar aquellos gametos más vigorosos y con mayor capacidad
de fecundación.

El sistema reproductor de las hembras ofrece barreras


capaces de escoger y controlar el flujo de espermatozoides.
Puede, por ejemplo, identificar y bloquear aquellos que sean
defectuosos y solo permitir que sobrevivan los morfológica-
mente normales; igualmente, es capaz de propiciar que los
más compatibles genéticamente alcancen el óvulo. Tampoco
debemos olvidar que el tracto reproductor femenino sue-
le ser muy hostil: su típica acidez resulta perjudicial para
la supervivencia de algunos espermatozoides; además, poco
después de que estos se depositan en el interior del cuerpo,
tiene lugar una invasión de leucocitos que desencadena una
reacción inmunológica. Tras ella, muchos gametos masculi-
nos quedarán inservibles. Por otra parte, en ciertos casos se
producen secreciones responsables de «capacitar» o «habili-
tar» a los espermatozoides para que logren gran motilidad y
alcancen al óvulo, o para que lleven a cabo la reacción acro-
sómica23. Procesos todos necesarios para una fecundación
con éxito.

23
En el extremo anterior de la cabeza del espermatozoide se encuentra
una vesícula secretora especializada, llamada vesícula acrosómica, que con-
tiene enzimas hidrolíticas. Cuando el espermatozoide y el óvulo entran en
contacto, el contenido de la vesícula se libera, en la denominada reacción
acrosómica y ello permite la fusión entre ambas células.
El comportamiento de los primates no humanos… 95

El prestigioso antropólogo del Instituto Max Planck, Christoph


Boesch, ha señalado: «en los chimpancés, al igual que en la ma-
yoría de los mamíferos, la fecundación interna da a las hembras
la última palabra […]. Cuando llegan los sutiles mecanismos que
determinan qué espermatozoide se va a fusionar con el óvulo, la
hembra es la que manda».

En suma, de los muchos millones de espermatozoides que


recibe la hembra durante el apareamiento, nada más que una
pequeña proporción podrá alcanzar el lugar físico (las trompas
de Falopio) donde ocurre la fecundación, y solo uno se fusionará
con el óvulo generando un embrión vigoroso capaz de anidar en
el útero y dar lugar al nacimiento de una nueva cría24. Hoy, por lo
tanto, se asume que la hembra es capaz de utilizar los espermato-
zoides de manera diferencial: existen mecanismos anatómicos y
fisiológicos a través de los cuales el cuerpo femenino influye en la
supervivencia y fertilidad de las células reproductoras masculinas.
Todo ello indica que entre machos y hembras se ha producido un
proceso de coevolución continuo que, en buena medida, es el res-
ponsable de la diversidad de estructuras, funciones y comporta-
mientos sexuales presentes en los distintos grupos de animales.

En las últimas décadas se han publicado múltiples estudios sobre


la competencia entre espermatozoides. En todos los casos, los re-
sultados constatan que la tradicional idea de que el semen es barato
y los óvulos son caros constituye una exagerada simplificación con
poco valor científico. Igualmente, la capacidad de las hembras para
controlar su propia reproducción, incluyendo su voluntad para ele-
gir parejas extras, ha contribuido a una lenta aunque perceptible
erosión del ancestral concepto de pasividad y recato femeninos.

24
Es característico de los seres humanos (al igual que sucede con los
grandes simios) la necesidad de numerosas cópulas para conseguir el naci-
miento de un vástago vigoroso. En las mujeres, por ejemplo, aproximadamente
el 50 por 100 de sus ciclos son anovulatorios o demasiado cortos como para
permitir la implantación en el útero. Aunque los ciclos sean fértiles, las muje-
res sexualmente activas pueden no concebir, o bien no lograr la implantación.
Además, una embarazada puede sufrir una baja viabilidad de sus embriones,
abortos, partos prematuros o muerte perinatal (Einon, 1998).
96 Carolina Martínez Pulido

La promiscuidad ofrece innegables beneficios: permite a las hem-


bras conseguir el mejor esperma, compuesto por los mejores genes,
al tiempo que minimiza las incompatibilidades y anomalías cuyo
último resultado sería un fallo reproductor. Los apareamientos
múltiples permiten, además, incrementar la diversidad genética y
la viabilidad de la progenie.

Tal como han puesto de manifiesto diversos estudios teóricos


y empíricos, las primates, al tomar la iniciativa en su comporta-
miento sexual, se implican en un sorprendente número de apa-
reamientos —en algunos casos pueden llegar hasta el centenar
en un corto período de tiempo—, ya sea con un solo macho o
con varios. Apuestan con ello por un mayor éxito reproductor;
estimulan la competencia entre espermatozoides y aprovechan
las ventajas que estos mecanismos confieren a las crías.

La competencia entre espermatozoides ha sido uno de los hallaz-


gos más valiosos para comprender mejor la biología de la repro-
ducción y algunas facetas del comportamiento animal.

En el caso de los grandes simios, la importancia de la riva-


lidad entre los espermatozoides ha sido considerable; también
ha permitido a los estudiosos constatar que un carácter mor-
fológico, el tamaño de los testículos, está relacionado con la
competencia entre los gametos masculinos y, sorprendiendo a
muchos, con la conducta sexual de las hembras. Veamos.

4. Peculiaridades del comportamiento de las hembras

4.1. La conducta de la hembra y la anatomía del macho

Hace alrededor de un siglo, el fisiólogo sueco Gustaf Retzius


(1842-1919) describió por primera vez que en los grandes si-
mios el tamaño de los testículos, en relación con el resto del
cuerpo, variaba de forma notable entre ellos sin razón aparente.
Años más tarde, en la década de 1970, otro investigador, Rogert
Short, confirmaba las observaciones de Retzius y constataba a
El comportamiento de los primates no humanos… 97

su vez que los testículos de los chimpancés eran relativamente


grandes en comparación con los del gorila, pese a que este es
físicamente mucho más corpulento; los del orangután se ha-
llaban en una situación intermedia. Short, que era un experto
biólogo de la reproducción, sabía que el tamaño de los testícu-
los está directamente relacionado con la tasa de producción de
espermatozoides y, en un artículo que sería muy valorado por
sus colegas, conjeturó que la necesidad de espermatozoides era
fundamentalmente distinta en las diferentes especies.
En un primer momento, la diferencia en el tamaño relativo de
los testículos se consideró una función del número de veces que
un macho copula durante un tiempo concreto. Era bien conoci-
do que los chimpancés (de testículos relativamente grandes) son
sexualmente muy activos y se aparean con todas las hembras de
su grupo. En cambio, y quizás debido a que viven en clanes más
pequeños, en los gorilas machos (de testículos relativamente pe-
queños) las oportunidades de apareamiento son mucho menores,
y por tanto necesitan menos espermatozoides. Posteriormente,
Short estuvo entre los primeros en darse cuenta de que las hem-
bras chimpancé no eran monógamas, sino que tenían relaciones
sexuales con varias parejas. Por ello, concluyó que la competencia
entre espermatozoides podría ser la razón que explicaba por qué
los machos necesitan grandes cantidades de sus gametos. Short
(1977, 1979) encontraba así una explicación coherente a un ca-
rácter morfológico poco entendido hasta el momento.
En la actualidad, varias décadas después de Rogert Short,
los resultados de gran número de investigaciones han termi-
nado por confirmar un principio emergente que, como tantos
otros similares, había permanecido oculto: es el comportamien-
to de las hembras, y no el de los machos, el que mejor puede
predecir un carácter morfológico como el tamaño relativo de
los testículos25.

25
En todos los animales, y no solo en mamíferos como los primates,
las especies que experimentan una intensa competición entre esperma-
tozoides tienen testículos mayores, en relación con el tamaño del cuerpo,
que aquellas en las que tal rivalidad es menos acusada, tal es el caso de
aves, peces y reptiles (Birkhead, 2000). En el caso del ser humano, el
98 Carolina Martínez Pulido

4.2. La conducta de la hembra durante los períodos no fértiles:


la levedad del mito de su pasividad

Desde que hace tiempo empezara a refutarse la idea de la pa-


sividad sexual femenina (Gowaty, 1997; Hrdy, 1981), cada vez
más estudios han ido revelando, como hemos apuntado en otros
sitios, que entre los primates se dan numerosos casos en los
que las hembras controlan su actividad sexual apareándose con
frecuencia con más de una pareja por cada período fértil. Pero,
abundando en las novedades, otro hecho que ha llamado po-
derosamente la atención es que la sexualidad no está limitada
solo a la época en que pueden procrear. Tal como señalaba en
2001 la investigadora de la Universidad de Emory (Atlanta)
Kim Wallen, las hembras de algunas especies de primates son
quizás las únicas de todos los mamíferos que pueden aparearse
en cualquier momento de su vida adulta, mostrando indepen-
dencia entre sexo y fertilidad.
Normalmente se acepta que en el reino animal han evolu-
cionado medios muy sofisticados que determinan el momen-
to óptimo de fecundidad del sexo femenino y que, al mismo
tiempo, restringen el comportamiento sexual a esa época en
que son fértiles26. Según diversos autores, Kim Wallen inclui-
da, las mismas hormonas que producen la fertilidad femenina
controlan la conducta en relación con el sexo, asegurando así
que la cópula tenga lugar cuando la reproducción es posible.
Sin embargo, la científica va más allá y asegura que las cosas
no son siempre así, puesto que en ciertos primates se detecta

tamaño de los testículos es proporcionado al de su cuerpo; en lo que des-


tacan los hombres es en el tamaño del pene. Comparado con el resto de
los primates, el pene humano es relativamente grande, al igual que sucede
con los bonobos.
26
La época fértil se define como un período ovulatorio en el que
el apareamiento puede dar como resultado la concepción. Esto implica
que el nivel hormonal, el estatus del ovario y del útero son óptimos para
la fertilidad. Usualmente el período se asocia con la receptividad sexual
femenina y la respuesta del macho a las señales de la hembra (Ziegler,
2006).
El comportamiento de los primates no humanos… 99

un desacoplamiento entre sexo y fecundación. Como resulta-


do, la receptividad se ve emancipada del control hormonal y
las hembras pueden involucrarse voluntariamente en diversos
apareamientos con fines no reproductivos.
Lo que en realidad sucede, continúa Wallen, es que algunos
rasgos físicos, como hinchamientos de los órganos sexuales o
incrementos en el color de la piel, pueden exhibirse tanto en
las épocas fértiles como en las que no lo son. Por ejemplo, hay
hembras que desarrollan abultamientos sexuales durante la lac-
tancia si se incorporan nuevos machos al grupo en que viven y
se empiezan a conquistar posiciones de dominancia. Asimismo,
se han observado múltiples apareamientos durante los perío-
dos no ovulatorios o en el principio del embarazo, cuando la
concepción es imposible. La flexibilidad en el apareamiento
muestra sin lugar a dudas que la desconexión entre cópula y
reproducción no es un hecho raro.
¿Cuál puede ser la razón que explique el intercambio sexual
en un contexto no reproductivo? La respuesta a esta pregunta
está inmersa hoy en un ámbito de activa investigación, y se
sabe que continuamente surgen hipótesis basadas en nuevos
datos empíricos y en la reinterpretación de otros anteriores.
Comprobar que muchos primates se aparean con frecuencia
fuera de sus períodos fértiles ha generado gran asombro por
varias razones, entre ellas porque estos animales muestran así
un comportamiento que hasta hace poco tiempo se había con-
siderado exclusivo de los seres humanos.
Los primatólogos creen, aunque no hay consenso entre ellos,
que los apareamientos no conceptivos pueden deberse a causas
relacionadas con el establecimiento de diversos vínculos entre
los individuos y a la consolidación de sus complejas estructuras
sociales. En otras palabras, la independencia entre la capacidad
de concebir y la conducta sexual permite que el sexo se use con
propósitos sociales. Las presiones evolutivas que han produci-
do esa plasticidad en la actividad sexual todavía permanecen
confusas, pero es posible que reflejen la importancia del sexo
en la cohesión grupal de los primates (Kim Wallen y Julia L.
Zehr, 2004).
100 Carolina Martínez Pulido

Durante largo tiempo, los estudiosos del comportamiento de los


primates han estado convencidos de que el apareamiento solo te-
nía lugar en momentos muy concretos: cuando la hembra es fértil.
En los últimos años, sin embargo, se ha descubierto que la conduc-
ta sexual es mucho más compleja. La cópula se produce aunque no
exista posibilidad alguna de concebir. El sexo, por tanto, no solo
tiene como fin la reproducción; también puede ser fuente de pode-
rosos vínculos sociales capaces de mantener unidos a los miembros
de un grupo. Incluso, indican los expertos, explicaría, al menos en
parte, por qué ha evolucionado en los grandes simios y también en
nuestra estirpe, una sólida y compleja vida en comunidad.

Hoy día, los niveles hormonales de las poblaciones salvajes,


que en última instancia son los que determinan el nivel de
fertilidad, se pueden medir y examinar gracias al uso de los
llamados métodos no invasivos. El análisis bioquímico de,
por ejemplo, pelos, heces, restos de comidas o dientes per-
didos o abandonados en los nidos, ha hecho posible que los
investigadores de campo puedan examinar las relaciones entre
el nivel hormonal y el comportamiento de una manera que
antes solo era posible con animales cautivos (Karen Strier y
Toni Ziegler, 2005).
Sin embargo, los resultados conseguidos a partir de restos
biológicos procedentes de primates salvajes han alcanzado su
eco más llamativo con la aplicación de una nueva metodología
que ha saltado a la palestra con gran ímpetu: el estudio a nivel
molecular del material genético. Como veremos en el siguiente
apartado, se trata de investigaciones que, basadas en las nuevas
tecnologías, se están convirtiendo en una poderosa herramienta
de trabajo para los primatólogos.

4.3. El éxito reproductor y las pruebas de paternidad:


¿confirma el ADN nuestros supuestos?

En la década de 1980, los biólogos diseñaron una metodo-


logía capaz de visualizar diferencias minúsculas en el material
hereditario, el ADN, e identificar organismos vivos con una
El comportamiento de los primates no humanos… 101

certeza cercana al 100 por 100; un nivel de detalle que hasta


entonces nunca se había imaginado. El nuevo método, asimis-
mo, ha hecho posible conocer el grado de parentesco entre in-
dividuos con el fin de establecer relaciones filiales27.
Las investigaciones relacionadas con el comportamiento
sexual y el éxito reproductor de los primates no se han mante-
nido ajenos a la poderosa influencia de las técnicas moleculares
que, valga recordarlo, han impregnado a casi todas las disci-
plinas biológicas. La lenta aunque constante acumulación de
datos procedentes del mayor y mejor conocimiento del material
genético de estos animales, está contribuyendo, entre otras co-
sas, a derribar la vieja idea de la monogamia femenina28.
En este sentido, las indagaciones sobre la paternidad llevadas
a cabo en los grandes simios que utilizan análisis de ADN han
confirmado una sospecha que los investigadores de campo ve-
nían madurando desde tiempo atrás: la dominancia de un ma-
cho no siembre se ve recompensada por un mayor éxito repro-
ductor. Normalmente, los especialistas asumen que los machos
poderosos disfrutan de más probabilidades de aparearse con
hembras fértiles y, por lo tanto, de producir más descendencia.
Esta generalización, sin embargo, es hoy fuente de innumera-
bles desacuerdos. Según ha expuesto Ann Campbell (2002),
miembro del Departamento de Psicología de la Universidad de

27
Este método utiliza la electroforesis sobre gel de fragmentos de ADN.
Sin entrar en detalles, cabe apuntar que la electroforesis produce para cada
individuo un patrón único de bandas de su material genético, la llamada
«huella de ADN», que sirve para identificar sujetos con una probabilidad
mayor del 99 por 100. Esto es, si el patrón de bandas de dos muestras de
ADN es idéntico, significa que hay un 99 por 100 de probabilidades de
que ambas muestras pertenezcan al mismo individuo. Este método permite
igualmente asignar la paternidad a sujetos concretos, comparando las bandas
de ADN de una cría con las bandas de ADN de su madre y de los posibles
padres. En no pocos casos se han producido resultados imprevistos.
28
Dado que, como decíamos más arriba, entre los grandes simios se
detecta un desacoplamiento entre sexo y fertilidad, la observación de los
apareamientos predice muy pobremente el éxito reproductor. O, lo que es lo
mismo, el éxito reproductor de los primates no puede estimarse solo a partir
de las cópulas observadas. De aquí el interés despertado por las tecnologías
moleculares.
102 Carolina Martínez Pulido

Durham —y que ha defendido en numerosos artículos la au-


tonomía reproductiva femenina—, en un considerable número
de estudios realizados en comunidades primates donde existe
un macho dominante no siempre se ha logrado encontrar las
esperadas relaciones entre dominancia y paternidad.
En 2006, el director del Departamento de antropología
del Instituto Max Planck, Christofe Boesch, apuntaba que los
métodos genéticos, que en los últimos años han revoluciona-
do los estudios de paternidad y la investigación sobre el éxito
reproductor en los animales salvajes, permiten ahora analizar
algunos factores que justifican la variación observada en la ca-
pacidad reproductiva de los machos. Algunos resultados mues-
tran que los dominantes tienden a un éxito reproductor mayor
que los subordinados, aunque tal cosa suele ser muy variable;
depende de diversos factores, como por ejemplo, los demográ-
ficos (número y comportamiento de las hembras y de los demás
machos presentes en el clan), puesto que afectan a la capacidad
de monopolizar parejas.
En efecto, se apuntaba líneas atrás, se han detectado casos
en los que las preferencias de las hembras no coinciden con
la jerarquía masculina ni con los supuestos comportamientos
femeninos de fidelidad y pasividad. En diversas ocasiones, sus
estrategias reproductoras parecen mostrar que tienen una lógi-
ca propia que es independiente de los intereses de los machos
(A. Difiore, 2003). De hecho, la conducta femenina puede im-
pedir que se produzca una correlación positiva simple entre
dominancia masculina y éxito reproductor, y así parecen se-
ñalarlo los recientes estudios sobre huellas genéticas, ya que
arrojan serias dudas sobre la capacidad de un sexo para acaparar
rutinariamente al otro (Christine Drea, 2005).
Asimismo, debe tenerse en cuenta que los machos subor-
dinados pueden engendrar una significativa proporción de la
descendencia pese a las ventajas de los dominantes. Incluso en-
tre las especies que viven en pareja, las evidencias encontradas
sobre cópulas fuera de la misma ponen en cuestión la fidelidad
femenina y la exclusividad de derechos de apareamiento de los
supuestamente dominantes. En definitiva, las estrategias por
las que machos y hembras maximizan su éxito reproductor no
El comportamiento de los primates no humanos… 103

pueden apreciarse completamente sin una mejor comprensión


de los múltiples mecanismos que están operando, en ambos
sexos, y que influyen en la fertilidad.
No obstante, cuando los resultados de los estudios del ADN
se emplean para análisis de paternidad es necesario acrecen-
tar la prudencia. Se trata de una metodología de trabajo que
aún lleva poco tiempo aplicándose y puede inducir a errores.
En este contexto, por ejemplo, en el año 1997 el profesor de
Medicina Celular y Molecular de Universidad de California,
San Diego, Pascal Gagneux y sus colaboradores, publicaron
un estudio sobre la paternidad de los chimpancés que pertur-
bó considerablemente a la comunidad de expertos. El equipo
analizó el material genético de 13 crías del Parque Nacional
de Taï, en Costa de Marfil, junto con el de sus madres y el de
todos los machos de la comunidad. Lograron recoger el ADN
de los animales sin ni siquiera tocarlos, obteniéndolo a partir
de las células de las mejillas que quedaban en frutos mascados
y de muestras de pelo encontradas en los nidos. Llegaron a la
llamativa conclusión de que en las 13 crías estudiadas, no me-
nos de 7 (el 54%) habían sido engendradas por machos de otros
grupos. Esta proporción, mucho más elevada de la esperada,
levantó una gran polvareda y acaloradas discusiones entre los
especialistas.
Gagneux y sus colaboradores creyeron que la paternidad
extragrupo era el resultado de las visitas de las hembras de un
clan a comunidades vecinas. Dado que tal comportamiento no
se había observado directamente, los investigadores supusieron
la existencia de una alta motivación que las impulsaba a viajar
a hurtadillas largas distancias en busca de posibles compañeros
sexuales. Esta conclusión, sin embargo, resultó muy controver-
tida porque amenazaba con hacer trizas una teoría defendida
por muchos y durante largo tiempo. Normalmente, la inmensa
mayoría de las investigaciones de campo han puesto de mani-
fiesto que, si bien las hembras pueden ser altamente promiscuas,
es muy raro que se apareen con machos de otra comunidad.
O, lo que es lo mismo, la unidad social de los chimpancés equi-
vale a la unidad reproductora. Y era precisamente esta equiva-
lencia lo que ponía en duda el trabajo de Gagneux.
104 Carolina Martínez Pulido

Unos años más tarde, en 2001, con el fin de determinar


hasta qué punto una comunidad de chimpancés representa
una unidad reproductora, Linda Vigiland y otros investiga-
dores del equipo de antropología Evolutiva del Instituto Max
Planck (cuyo investigador principal es el reconocido antropó-
logo Christophe Boesch) examinaron tres grupos contiguos
de chimpancés salvajes de África occidental29. Sus resultados
confirmaron, una vez más, que las hembras no solo se aparean
con el macho dominante, sino que también lo hacen con otros
de menor jerarquía y que desarrollan diversas estrategias re-
productivas. Pero, al mismo tiempo, los resultados ponían de
manifiesto que, fuera cual fuera el rango de los machos, casi
todos pertenecían al mismo grupo social. Esta última conclu-
sión resultó muy reveladora: volvía a dar solidez al modelo de
equivalencia entre unidad reproductora y unidad social.
En contraste con el estudio de P. Gagneux, que suponía un
50 por 100 de paternidad extragrupo, el análisis de Vigilant
encontró una única cría cuyo padre probablemente pertenecía a
otra comunidad. Para explicar la diferencia, los autores sugirie-
ron que la tasa de error en el estudio anterior —el de Gagneux,
que tenía una extensión notablemente menor (13 crías frente a
las 41 de Vigilant)— era demasiado elevada como para asignar
paternidades con precisión. Ello fue la causa de la falsa inferen-
cia sobre los padres de fuera del grupo30.
Linda Vigilant y sus colegas concluyeron entonces que la co-
munidad social constituye la unidad de reproducción fundamen-
29
Los investigadores del Instituto Max Planck extrajeron ADN a partir
de heces, huesos, dientes y pelos y llevaron a cabo test de paternidad de 41
chimpancés pertenecientes a tres comunidades del Parque Nacional de Taï,
Costa de Marfil.
30
Los diferentes estudios de paternidad han puesto de manifiesto las
dificultades que encierran los análisis de ADN llevados a cabo con animales
salvajes. El principal problema radica en que hay que recurrir a distintos res-
tos biológicos, ya que resulta muy complicado reunir una manada completa
para extracciones de sangre, que es el método más fidedigno. Con posterio-
ridad al trabajo de Gagneux, que había partido de cantidades muy pequeñas
de ADN, diversos investigadores de campo han mejorado los medios para
obtener volúmenes comparativamente mayores de material genético a partir
de pelos, heces y de otros restos biológicos.
El comportamiento de los primates no humanos… 105

tal, pero no exclusiva, en los chimpancés salvajes. Por lo general,


las hembras no se aparean con los machos de fuera, y la paterni-
dad extragrupo es muy rara. Los primatólogos, que tras años de
complicadas observaciones casi nunca habían visto a las hem-
bras emparejarse fuera de su territorio, expresaron un gran alivio
cuando los nuevos resultados confirmaron sus investigaciones.

En lo que respecta a otro de los grandes simios, el gorila,


aunque la información sobre su comportamiento es mucho más
escasa que la disponible acerca de los chimpancés, en la actua-
lidad hay importantes estudios en marcha. Los grupos sociales
en que estos animales se organizan comprenden un único ma-
cho adulto de dorso plateado y varias hembras, o bien, aunque
con frecuencia menor, dos machos donde uno es dominante y
el otro subordinado. Lo que ha podido saberse sugiere una vida
sexual más modesta que la de sus primos chimpancés, siendo
la competencia entre espermatozoides menos intensa (reflejada
en el tamaño notablemente inferior de los testículos). El ma-
cho dominante copula con más frecuencia que el subordinado,
pero la mayoría de las hembras se aparea con ambos. En estos
grupos no se han observado emparejamientos en los que inter-
vinieran machos ajenos al clan.
En 2006 se hizo público un trabajo (Fawcett et ál., 2006)
que debilita profundamente, también entre los gorilas, la mo-
nogamia femenina. Pudo constatarse que la mayoría de las
hembras gorilas de montaña (Gorilla beringei beringei) del Par-
que Nacional de los Volcanes de Virunga (situado entre los
países de Ruanda, Uganda y Congo) se aparean con múltiples
machos, contradiciendo la tradicionalmente admitida percep-
ción de unidad de apareamiento con un único macho31. Asi-
mismo, el análisis genético de cuatro grupos de gorila de mon-
taña de la citada región de los volcanes, llevado a cabo por un

31
Estos datos se suman a los obtenidos en los últimos años, ya que
parecen confirmar que el apareamiento promiscuo en las hembras es un
modelo casi universal en los simios. Incluso en los supuestamente monóga-
mos gibones (Hylobaster lar), Reinart y Barelli (2008) demostraron que el
apareamiento polígamo era la regla más que la excepción.
106 Carolina Martínez Pulido

equipo de investigación de antropología evolutiva del Instituto


Max Planck (2005; 2008), ha revelado que tanto los machos
dominantes como los subordinados disfrutan de éxito repro-
ductor, aunque los primeros engendran por término medio el
85 por 100 de los descendientes del grupo. Estos resultados
se interpretan como prueba de la incapacidad del dominante
para monopolizar la reproducción, a lo que hay que sumar la
influencia de la elección de la hembra. Los expertos creen que
aunque el subordinado solo participa en una pequeña propor-
ción de la descendencia (el 15% aproximadamente), la posibili-
dad de convertirse en dominante en el futuro le proporciona un
éxito reproductor a lo largo de su vida mayor que si se marchara
e intentara crear un nuevo grupo.

En mayo de 2008 se descubrió que uno de los gorilas macho de


un zoológico de Ginebra había sido «engañado» por un joven pre-
tendiente con la mitad de su edad. Los cuidadores del zoológico
consideraron que se trataba de una situación casi increíble, ya que
el joven había «roto todas las reglas vigentes en las comunidades
de gorilas» y era el padre de la cría que una de las hembras del
grupo acababa de parir. Los hechos salieron a la luz cuando en el
zoológico se llevaron a cabo una serie pruebas de paternidad como
parte del almacenamiento de datos de todos los animales nacidos
en cautividad.

Otra característica propia del comportamiento primate que


se ha visto afectada por las nuevas técnicas moleculares tiene
que ver con el cuidado de la prole. Si bien la mayoría de las
hembras mamíferas (más del 90%) cuidan a sus crías solas, los
primates son de alguna manera excepcionales en este aspec-
to, ya que se ha observado que ciertos machos rutinariamente
protegen, rescatan, vigilan, cuidan, adoptan, transportan, cobi-
jan, alimentan, juegan y despiojan a las crías (Whiten, 1987;
Wright, 1990). Tales cuidados paternales, aunque escasos,
pueden ocurrir cuando los machos están genéticamente empa-
rentados con las crías o cuando no lo están, según revelan los
estudios del material genético. En otras palabras, mientras que
algunos detallados estudios de ADN muestran evidencias de
El comportamiento de los primates no humanos… 107

relaciones genéticas entre las crías y los machos que las cuidan,
otros indican que los no emparentados también pueden prestar
protección. Al parecer, la certeza de ser el padre biológico no es
un prerrequisito para la dedicación a la prole por parte de un
macho. No obstante, estamos ante un asunto muy debatido y
es indudable que todavía se requieren más investigaciones para
conseguir una comprensión mejor de los complejos mecanis-
mos implicados en el reconocimiento de la paternidad.

5. Comentario final

La comunidad científica, pese a la fuerte resistencia surgi-


da desde sus sectores más conservadores, en los últimos años
ha logrado incluir en el debate sobre el comportamiento de
nuestros parientes vivos más próximos una noción hasta ahora
desdeñada: las sociedades de primates no siempre se encuen-
tran controladas por los machos. Cada vez cobra más fuerza la
tesis que sostiene la existencia de una considerable variabilidad
y riqueza en la composición y organización grupal de estos ani-
males. Así, lo que fue un punto de partida claramente andro-
céntrico, que consideraba a las hembras seres sumisos relegados
a la marginalidad, está dando paso a un novedoso paisaje que
muestra con creciente frecuencia que las hembras son activas
participantes de las sociedades en las que viven.
Ciertamente, al dirigir el foco de su atención hacia las pos-
puestas figuras femeninas, los estudiosos han constatado que
ni son pasivas ni dependientes, pero tampoco son tímidas o
recatadas. Al contrario, suelen disfrutar de notable autonomía,
se interrelacionan dinámicamente con los demás miembros del
grupo, son capaces de conseguir alimentos para sí mismas y
para su prole, y en muchas ocasiones toman la iniciativa sexual.
Numerosas hembras eligen a su pareja incluso en aquellas co-
munidades donde existe un macho dominante, y dan a luz crías
que no son hijas de este, como lo indican algunos resultados
de los análisis moleculares. En suma, el clásico «harén» se está
pareciendo cada vez más a un mito, a un estatus excepcional, y
la idea de que los machos exitosos tendrán centenares de des-
108 Carolina Martínez Pulido

cendientes simplemente incrementando su actividad sexual se


aproxima cada vez más a esas imágenes que, apreciadas a través
de unas gafas mal graduadas, distorsionan la realidad.
El comportamiento sexual de las hembras primates, esto
es, su elevada promiscuidad y sus apareamientos fuera de los
períodos fértiles, ha puesto de manifiesto otro aspecto muy sig-
nificativo de nuestros parientes: el sexo no tiene como único
fin la reproducción. Y se trata de un hecho con gran alcance,
porque confirma una hipótesis ya hace tiempo sugerida: las re-
laciones sexuales pueden contribuir a mantener y fortalecer los
indispensables vínculos que conservan unidos y cohesionados a
los distintos individuos en las complejas sociedades primates.
Anotemos para finalizar que en el contexto de este acalo-
rado debate, donde se desechan o reinterpretan descubrimien-
tos antiguos y se aceptan o discuten otros nuevos, destaca un
hecho obvio que por fin está quedando meridianamente claro:
las hembras, aunque hayan pasado casi desapercibidas durante
largo tiempo, siempre han constituido la mitad de la población.
Sin ellas, la evolución de ese valioso grupo biológico que son
los primates habría quedado tan truncada como un árbol sin
raíces.
Capítulo 3

Aspectos del comportamiento de los homínidos:


el estudio de los esbozos de la humanidad

No podemos interpretar el material acumulado


durante miles años afirmando que todo él
está relacionado con actividades masculinas.
Margaret Conkey

1. Introducción

E
n los capítulos anteriores hemos señalado que cuando
se intenta arrojar algo de luz sobre los orígenes de la
humanidad moderna resulta imprescindible hacer una
aproximación al comportamiento de los homínidos del pasa-
do. Igualmente, se ha insistido en que el quehacer cotidiano
de aquellas lejanas criaturas solo puede suponerse a través de
pruebas indirectas, lo que añade no pocos obstáculos a esa
senda esclarecedora. Y los problemas se incrementan aún más
cuando pretendemos averiguar si las hembras y los machos que
convivían en grupos sociales, clanes o tribus, realizaban tareas
diferentes. Es decir, si las actividades usuales se repartían o no
en función del sexo de los individuos.
Las interpretaciones más convencionales de la evolución
humana suelen mantener a las hembras excluidas de la rea-
lización de determinadas actividades e incluso de la posibi-
lidad de utilizar ciertos instrumentos de trabajo. Las tareas
110 Carolina Martínez Pulido

más significativas simplemente se adjudican a los machos que,


en consecuencia, cobran un notable protagonismo, aunque en
realidad no se sabe con certeza quién pudo haberlas realiza-
do. Ciertamente, las actividades propias de las homínidas y de
los homínidos, dada la complejidad que acarrea descifrarlas,
suelen estar sumidas en una espesa niebla e impregnadas de
suposiciones a veces nacidas solo de la propia imaginación de
los investigadores.
En demasiadas ocasiones se ha pretendido resolver el
problema forzando una supuesta semejanza entre la orga-
nización de las sociedades del pasado y las actuales. Esto es,
se ha interpretado la convivencia de los antiguos incorpo-
rando criterios del presente; una forma de «presentismo» o
«actualismo» que, entre otras cosas, acepta la división sexual
del trabajo como un hecho universal. Bajo este paraguas ha
sido fácil asumir la «naturalización» de la mayoría de las ac-
tividades femeninas acudiendo al argumento tantas veces
esgrimido: el papel de la hembra está limitado a la función
de parir y cuidar su prole. Depende, para su supervivencia y
la de sus crías, del alimento y amparo del macho. Así es y ha
sido siempre.

El discurso androcéntrico tradicional ha diseñado una división del


trabajo en función del sexo, llevando aparejada la infravaloración
de las contribuciones femeninas a la sociedad. Esta circunstancia
se considera como algo «natural», que ocurre universalmente y
que hace inútil cuestionar desigualdades, incluso en no pocas so-
ciedades actuales donde importantes colectivos femeninos siguen
soportando una condición subordinada.

En suma, las restricciones que todavía ofrecen las técni-


cas analíticas, sumadas a la escasa probabilidad de encontrar
abundantes restos fósiles, impiden que nuestros antepasados,
tanto las hembras como los machos, puedan percibirse con
la nitidez deseada1. Elucidar el comportamiento homínido,

1
No debemos olvidar que por lo general los paleoantropólogos tratan
de dar sentido a lo que no son más que fragmentos, a veces muy pequeños,
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 111

y más aún, intentar definir las tareas propias de cada sexo,


si es que las había, es pues una espinosa labor; una carrera
de obstáculos que solo podrá alcanzar su meta entrelazando
conocimientos procedentes de diversas disciplinas. Punto de
encuentro que nos lleva a dirigir el foco de atención hacia el
rico mundo de la prehistoria y de la arqueología y sus inesti-
mables contribuciones, que hacen posible esbozar el escenario
temporal y geográfico en el que se desarrolló la vida de los
homínidos.

2. Arqueología y prehistoria:
dos disciplinas hermanas

Recordemos, para empezar, que el término prehistoria se


refiere al período cronológico en que los humanos vivieron en
la Tierra antes de que se inventara la escritura, que a su vez
marca el comienzo de la historia2. La prehistoria comprende
un espacio de tiempo enorme, pues se inicia con el surgimien-
to de los primeros homínidos, unos seis millones de años antes
del presente, y termina hace unos ocho mil años (Fernández
Martínez, 2007). Por su parte, una disciplina muy próxima,
la arqueología, tiene como fin el estudio e interpretación de

de huesos individuales. De hecho, encontrar e interpretar restos de homí-


nidos de dos, tres o más millones de años de antigüedad, requiere una gran
dosis de paciencia, trabajo y suerte. A esto hay que añadir que determinar
el sexo de los fósiles es en numerosas ocasiones mucho más difícil de lo
que suele creerse (véase el Capítulo 1). Los espectaculares avances de la
biología molecular, por otra parte, han llevado a que los expertos admitan
que las técnicas de análisis del ADN ofrecen prometedoras posibilidades
para el estudio de los fósiles. No obstante, si bien esto es cierto, también se
ha constatado que el material genético solo puede extraerse de los huesos
—los tejidos blandos no se conservan—, pero cuando estos son demasiado
antiguos, la tarea resulta imposible, precisando técnicas que todavía deben
perfeccionarse.
2
La prehistoria surgió a lo largo del siglo xix de la mano de los natura-
listas como una disciplina científica. Con posterioridad, en el siglo xx este
ámbito de trabajo pasó a ser territorio de las Ciencias Sociales, donde se
encuentra en la actualidad.
112 Carolina Martínez Pulido

los restos materiales, tanto remotos como más recientes que


son resultado de la actividad humana. Tales restos se llaman
artefactos y se consideran productos culturares, a diferencia de
los naturales en cuya producción no ha intervenido la mano
humana. Forma parte de sus actividades la llamada arqueolo-
gía de género, que se ocupa de recuperar a la mitad femenina
de la población, oculta hasta hace muy poco tiempo debido
a esa dominante visión exclusivamente masculina de nuestro
pasado3.

Un aspecto destacado de la arqueología de género radica en de-


nunciar el profundo arraigo alcanzado por el discurso androcéntri-
co que ha llevado a priorizar aquellas investigaciones relacionadas
con los trabajos supuestamente masculinos y a una notable ten-
dencia a olvidar o minusvalorar las múltiples facetas de las activi-
dades femeninas. La arqueología de género está logrando romper
con las visiones sexistas de las sociedades del pasado, propiciando
nuevas formas de interpretar los datos desde perspectivas más ho-
lísticas y englobadoras.

El conjunto de artefactos desenterrado a lo largo de los


años compone el llamado registro arqueológico que hoy es alta-
mente variado. Constituye, no debe olvidarse, el único medio
disponible para acceder a la mayor parte de nuestro pasado,
ya que el 90 por 100 del mismo transcurrió sin sistemas de
escritura4. De la prehistoria no existe pues información textual
directa, solo se cuenta con datos materiales, tanto más escasos
y deteriorados cuanto más alejados estén cronológicamente
de la actualidad.

3
La arqueología de género asume que en los procesos de supervivencia y
reproducción de las sociedades humanas siempre han estado implicados los
esfuerzos en colaboración de ambos sexos, una típica sinergia.
4
Los artefactos, por lo general, no suelen hallarse aislados, sino que se
encuentran agrupados en yacimientos arqueológicos cuya disposición es muy
importante porque, entre otras cosas, indica que fue un grupo de gente el que
los fabricó, utilizó y desechó. Son por lo tanto productos de una actividad
social. O, lo que es lo mismo, muy raramente los restos parecen ser el resul-
tado del esfuerzo de un único individuo.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 113

Entre los principales problemas con que se enfrentan los ex-


pertos al estudiar los artefactos del pasado está impedir que las
realidades culturales contemporáneas sean las que den forma a
sus interpretaciones. La arqueología debe intentar reconstruir el
comportamiento antiguo a partir de restos fragmentarios pro-
cedentes de tiempos lejanos. Pero dichos restos están incom-
pletos, mal distribuidos y abiertos a diferentes explicaciones;
de ahí que el tema se vea con frecuencia sumido en acaloradas
controversias.

Los estudios de prehistoria y de arqueología en el último


siglo han experimentado un progreso de gran calado. Hasta
mediado el siglo xix, la mayor parte de los estudiosos, y tam-
bién la gente en general, estaba convencida de que nuestra es-
pecie apenas tenía pasado. La única explicación aceptada sobre
los orígenes humanos, al igual que el de los demás organismos
vivos, era la del relato bíblico: todo había sido creado por Dios
en un tiempo muy corto y en una época relativamente reciente.
Los huesos fósiles de animales hoy desaparecidos, por ejemplo,
se consideraron el resultado de uno o varios diluvios de origen
divino que habían destruido a los seres creados y por ello no
están representados en la actualidad. En esta misma senda, si
se encontraban junto a los restos óseos de diversos animales
a piedras puntiagudas o con forma de hacha, se les atribuía
carácter sobrenatural5.

La prehistoria y la arqueología tuvieron un momento clave cuando


se empezó a pensar que las peculiares piedras de formas diversas
encontradas a lo largo del tiempo y en lugares diferentes podrían

5
Los descubridores de las primeras piedras con signos de haber sido
toscamente talladas, o sea, golpeadas de forma intencional y metódica expe-
rimentaron al encontrarlas una extrañeza enorme. La confusión fue tal que
durante largo tiempo solo se atinó a conferirles un origen mágico, como ha
quedado reflejado en los textos de la época romana y medieval. Sirva a título
de ejemplo que las tallas más primitivas son conocidas como «piedras del
rayo», porque se creía que habían adquirido su forma almendrada al caer un
rayo sobre la Tierra (V. Scheisohn, 2001).
114 Carolina Martínez Pulido

en realidad ser producto de la mano humana. Tal reconocimiento


permitió suponer no solo la posibilidad de nuestra presencia en la
Tierra en épocas mucho más antiguas de lo que hasta entonces se
había admitido, sino también que teníamos lejanos antepasados,
por lo que podía deducirse que procedíamos de un proceso evolu-
tivo y no de un acto divino de creación.

3. El Paleolítico: breve visión de aquel tiempo


larguísimo

El Paleolítico es una parte de la prehistoria que comenzó hace


unos 2,5 millones de años (m.a.) con el surgimiento del género
Homo, concretamente con la especie Homo habilis, considerada
autora de las primeras herramientas de piedra. La producción
intencionada de herramientas parece ser, al menos de momento,
exclusiva de nuestro género, aunque algunos antropoides han
evolucionado hasta un punto muy próximo a la fabricación de
utensilios y comenzar a tener una cultura6. Concretamente, los
chimpancés utilizan palos y piedras a modo de martillos con el
objeto de partir frutos como las nueces o triturar comida, lo que
hace verosímil que este comportamiento estuviera ya presente
en los homínidos anteriores al género Homo7.

6
Según el profesor de investigación del CSIC, José María Bermúdez
de Castro (2010), «la cultura se define como el conjunto de costumbres,
tradiciones, modos de vida, conocimientos y grado de desarrollo artístico,
científico, industrial, etc., de los grupos humanos en épocas determinadas.
La tecnología, parte de la cultura, es una adaptación no somática, no for-
ma parte de nuestro cuerpo, pero prolonga e incrementa nuestra capacidad
anatómica hacia la consecución de objetivos concretos. La tecnología puede
considerarse una proyección de nuestras capacidades mentales, que posibilita
la transformación del mundo material que nos rodea».
7
Los datos de la industria lítica indican que los homínidos seguían
pautas de elaboración y uso de herramientas propias, diferentes de las que
siguen los grandes simios. Los estudios sobre los útiles de piedra usados por
los chimpancés en libertad muestran que, al menos en su mayor parte, no
han sido buscados intencionada y metódicamente, sino que como mucho se
recogen, transportan unos cientos de metros y luego se tiran o abandonan
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 115

Con respecto a los primeros homínidos, pese a que existen


pocos datos sobre su cultura material, se cree que disponían de
algún tipo de artefacto que pudiera ayudarles a realizar tareas
como romper frutos, moler semillas, fragmentar tallos y raíces
o excavar el suelo; y, probablemente, sus manos eran ya más
hábiles que las de los grandes simios actuales.
En este contexto hay que añadir que es posible que antes
de la elaboración de las herramientas de piedra se construyeran
utensilios de origen vegetal, seguramente importantes aunque,
tal como señala la antropóloga Margaret Ehrenberg en su libro
Mujeres en la Prehistoria (1989), al estar elaborados con materia-
les orgánicos es difícil que superen un largo enterramiento y por
eso apenas quedan restos8. Quizás también se hacían contenedo-
res de piel o madera para llevar alimentos o agua, pero por ahora
apenas existen vestigios de ello. El registro arqueológico es pues
incompleto; hay múltiples artefactos que no han sobrevivido9.

Durante más de dos millones de años los homínidos han ido de-
jando diversos rastros en forma de herramientas de piedra que, sin
embargo, constituyen solo una parte de lo que hacían o usaban.
Muchos de los materiales que probablemente empleaban, como
la madera, las fibras vegetales y las pieles de animales, no son tan

(uso oportunista). Los primeros homínidos, por el contario, llevaban enci-


ma sus útiles a lo largo de bastantes kilómetros (uso conservador); se tra-
ta de un comportamiento previsor observado indirectamente por el análisis
de la materia prima y la localización de los afloramientos rocosos de donde
se extrae. Ninguno de los animales que utilizan herramientas, incluidos los
chimpancés, exhiben semejantes dosis de previsión; más bien se preocupan
de conseguir utensilios solo cuando tienen necesidad de usarlos. Además,
al parecer, no suelen ir muy lejos en su búsqueda, sino que escudriñan a su
alrededor en un radio de pocos metros los materiales que puedan servir para
sus fines y luego, como se ha dicho, los abandonan. La capacidad previsora
de los homínidos es superior a la de los chimpancés, aunque en algunos casos
estos pueden esconder objetos para usarlos de manera reiterada.
8
El libro de Margaret Ehrenberg, cuyo título original es Women in Pre-
history, está considerado por diversos autores como una valiosa fuente de
información y análisis de evidencias antiguas.
9
La elaboración de utensilios con materiales de origen vegetal (fibras,
madera, etc.) se trata con más detenimiento en el Capítulo 4.
116 Carolina Martínez Pulido

duraderos como la piedra y los huesos, y solo se conservan en


circunstancias especiales. Por lo tanto, tal como señalan Stringer y
Andrews (2005), gran número de las pruebas de la creatividad del
pasado humano se han perdido; es bastante factible que, incluso
antes de que se hicieran los primeros útiles líticos, hubiera una fase
de fabricación de herramientas que no podemos conocer, puesto
que integraba el uso de materiales perecederos.

Dado que la información hoy disponible no permite tener


certezas ni seguridades acerca de la fabricación y uso de los
variados utensilios descubiertos, y menos aún de los que se su-
pone que pueden haber existido, no debe extrañar que el asunto
constituya un debate abierto, con innumerables desacuerdos.
Así, por ejemplo, se ignora, entre otras muchas cosas, quiénes
dentro de aquellas arcaicas sociedades elaboraron los útiles que
empleaban. Tradicionalmente, la tarea se ha adjudicado a los
machos, pero en esta polémica cuestión cada vez son más los
que opinan que también las hembras podían haberse dedicado
a tales tareas; o, bien, otros suponen que quizás fueran los más
viejos, independientemente de su sexo, quienes llevaban a cabo
esos menesteres porque acumulaban más experiencia y habilida-
des. El hecho cierto es que los utensilios servían para múltiples
fines y por tanto todos los miembros del clan los necesitaban.

El registro arqueológico hoy disponible no permite afirmar qué


miembros de las poblaciones humanas antiguas (las hembras, los
machos, los más viejos) construyeron los utensilios que se han ido
desenterrando con el tiempo en múltiples yacimientos.

3.1. Los primeros pasos de la industria lítica: creatividad


para la supervivencia

Las herramientas más antiguas descubiertas tienen aproxi-


madamente 2,5 millones de años. Consisten en piedras tosca-
mente talladas (llamadas núcleo) de las que, a base de golpes,
se han desprendido lascas, generando un conjunto de artefactos
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 117

(lascas y núcleo) de bordes afilados y cortantes con finalidades


concretas como la de cortar madera, piel, plantas, carne, hueso,
etc. Los arqueólogos se refieren a esta rudimentaria industria,
tipo olduvayense o modo I, y la consideran, lo decíamos más
arriba, iniciada por Homo habilis. El olduvayense, que permane-
ció esencialmente sin cambios a lo largo de unos 800.000 años,
marca el nacimiento de la cultura y coincide en antigüedad
con el género Homo. Por esta razón, muchos autores afirman
que los comienzos de la industria lítica indican el origen de la
humanidad; otros, por el contrario, sostienen que tales orígenes
se remontan a los primeros simios bípedos10.
Según han puesto de manifiesto minuciosos análisis realiza-
dos por gran número de expertos, incluso los utensilios más an-
tiguos revelan una característica peculiar: fueron fabricados de
manera consciente siguiendo un propósito concreto (machacar,
cortar…). Prueba de ello es que los homínidos transportaban
los utensilios consigo, en vez de usarlos y abandonarlos. Tenían
por tanto cierta capacidad para prever futuras necesidades11. La
especie Homo habilis era ya, además, capaz de retocar sus herra-
mientas para recuperar el filo y mejorar su función cortante.

10
Normalmente se asume que los representantes de Homo habilis, u otra
especie próxima como Homo rudolfensis, fueron los «fabricantes» de las prime-
ras herramientas conocidas, aun cuando no es habitual encontrar restos fósiles
en asociación directa con ellas. Sin embargo, según sostienen investigadores
como Stringer y Andrews (2005), es muy posible que algunos australopitecos
también usaran herramientas o las fabricaran, como las especies robustas del
sur y el este de África, que coexistieron con los primeros miembros de Homo.
11
La habilidad para predecir situaciones ha quedado indirectamente
reflejada en que la materia prima utilizada por los homínidos para elaborar
útiles procede, en algunos casos, de afloramientos rocosos situados a largas
distancias (kilómetros) de donde tales herramientas se han hallado. Los cál-
culos sobre la distancia media de transporte revelan trayectos entre dos y
cuatro kilómetros. Se trata de un hecho bastante antiguo; por ejemplo, en la
garganta de Olduvai hace 1,9 millones de años ya se trasladaban utensilios.
Asimismo, en los yacimientos de Etiopía, Tim White y sus colaboradores
han descubierto huesos de herbívoros de 2,5 millones de años de antigüedad
con marcas de cortes o machacados, pero ninguna piedra tallada en las proxi-
midades, lo que se interpreta como señal de que los homínidos apreciaban
tanto sus utensilios que no se desprendían fácilmente de ellos.
118 Carolina Martínez Pulido

Cuadro 1.—El Paleolítico.


Desde hace unos 2,5 millones de años hasta aproximadamente 12.000

Abanico temporal
(Años de Industria lítica Principales especies
antigüedad)
Homo habilis
Olduvayense
(modo 1) Homo ergaster/
Paleolítico 2,5 millones
erectus
inferior - 300.000 Achelense
Homo
(modo 2)
heidelbergensis
Homo
Paleolítico Musteriense neanderthalensis
300.000- 40.000
medio (modo 3)
Homo sapiens
Chatelperroniense
Homo
Auriñaciense
neanderthalensis
Paleolítico
40.000- 12.000 Gravetiense
superior
Solutrense
Homo sapiens
Magadaleniense

Estos tres períodos del Paleolítico hacen referencia a Europa y son de du-
doso valor en otras zonas.

Como ya se ha comentado más arriba, el Paleolítico comen-


zó hace unos 2,5 millones de años. Este larguísimo tiempo se
divide en tres períodos culturales: el inferior, que finalizó hace
unos 300.000 años y es el más extenso de todos; el medio, cuyo
fin se ha fechado en unos 40.000 años atrás; y el superior, que
alcanza hasta aproximadamente 12.000 años antes del presen-
te12 (véase Cuadro 1). En torno a estas últimas fechas, gran

12
Las fechas dadas por distintos autores no coinciden con exactitud.
Además, debemos tener en cuenta que la talla de la piedra no comenzó
simultáneamente en todas las poblaciones humanas dispersas por África,
Europa o Eurasia. En África, se habla de Edad de Piedra temprana, media y
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 119

parte de la humanidad se volvió sedentaria, justificando por qué


surgió la agricultura y la domesticación de animales. Empezó el
tiempo que los expertos llaman Neolítico («piedra nueva»). Se
trata de una época que marca el comienzo de nuestra economía
y forma de vida, pero que escapa por entero de los límites de
este trabajo. De ahí que no sea tratado en este libro.

La reconocida arqueóloga británica Mary Nicol Leakey (1913-


1996) estudió, principalmente a partir de la década de 1960, miles
de artefactos de piedra extraídos de la garganta de Olduvai. Fue
ella la primera en recuperar las herramientas más antiguas cono-
cidas; simples utensilios, no mucho más que guijarros a los que se
habían hecho saltar una o dos esquirlas por percusión en uno de
los extremos para conseguir un borde cortante o triturante. Gracias
a su larga experiencia investigadora y a su gran perspicacia, Mary
Leakey reconoció el verdadero carácter de esas primitivas tallas.
Habían sido moldeadas con algún propósito en la mente, por lo
que dio a esta peculiar industria el nombre de Olduvayense.
Estos y otros valiosos resultados logrados por Mary N. Leakey
tuvieron una enorme trascendencia. Los expertos en el tema han
considerado que su tarea originó una nueva dimensión de la inves-
tigación paleolítica. Fue pionera al subrayar la asociación existente
entre las piedras y los huesos fósiles, proporcionando a los científi-
cos la primera visión del comportamiento humano primitivo.

En el período de 1,7-1,5 millones de años atrás apareció en


África un tipo nuevo de herramientas de piedra. Se trata de los
bifaces o hachas de mano, unos artefactos de mayor tamaño
—las piedras del olduvayense típicas solo miden unos centí-
metros—, tallados por las dos caras con una perfección y sime-
tría evidentes. La industria lítica a la que pertenecen se llama
achelense13 o modo II y refleja un importante salto tecnológico

tardía, que respectivamente comprenden de 2,5 millones de años a 180.000;


de 180.000 a 22.000 y de 22.000 a 1.500 años de antigüedad.
13
El achelense recibe este nombre por Saint-Acheul, Francia, donde
los bifaces se encontraron por primera vez en el siglo xix. Su antigüedad
se ha calculado entre 400.000 y 300.000 años. Los bifaces europeos más
120 Carolina Martínez Pulido

respecto del modo I (el olduvayense), porque en el achelense


los expertos reconocen la búsqueda deliberada, consciente, de
útiles con una forma predeterminada que solo existía antes en
la mente del autor. Algunos estudiosos sostienen que un bifaz
es a todos los efectos una escultura, que además de ser funcio-
nal, es decir, útil, también responde a un gusto por la belleza,
a una estética.
La teoría de Mary Leakey, quien consideraba al olduva-
yense obra del Homo habilis y al achelense, producto de otra
especie posterior, Homo erectus, ha cobrado en los últimos años
gran verosimilitud. Los bifaces más antiguos conocidos tienen
la misma cronología que los primeros Homo erectus, u Homo
ergaster14. Este hecho tal vez no sea casual. Es posible que la
nueva especie tuviera ya un cerebro lo suficientemente comple-
jo como para albergar una idea clara del resultado que deseaba
obtener cuando golpeaba una piedra con otra. Muchos autores,
como J. L. Arsuaga (1999), opinan que es poco probable que tal
abstracción estuviera al alcance de la mente de Homo habilis.
Aunque Homo erectus/ergaster fue, al parecer, el primero en
elaborar hachas de mano o bifaces, posteriormente también las
hizo otra especie humana: Homo heidelbergensis, según revelan
los hallazgos realizados en diversos yacimientos15. La talla de

antiguos tienen aproximadamente 600.000-500.000 años, pero hoy se sabe


que fueron fabricados por primera vez en África miles de años antes, aunque
el término achelense ha permanecido tanto en la literatura científica como
en la de divulgación.
14
Como se indica en el Capítulo 1, para algunos autores, Homo ergas-
ter (de origen africano) y Homo erectus (de origen asiático) constituyen dos
especies distintas, mientras que para otros se trata de la misma; dado que
no hay consenso al respecto, nos referimos a los fósiles de estos homínidos
como Homo erectus/ergaster.
15
La especie Homo heidelbergensis, que debe su nombre a una mandíbula
hallada en 1907 en Mauer, cerca de Hiedelberg, y datada en aproximadamen-
te medio millón de años, ha sido durante muchos años considerada la más
antigua de Europa. Sin embargo, los hallazgos en la década de 1990 de la
sierra de Atapuerca (Burgos) —y también los de Georgia— han demostrado
que los primeros europeos son mucho más antiguos ya que tienen en torno al
millón de años (y probablemente más). Se han hallado restos de Homo heidel-
bergensis en Europa (Alemania, Francia, sur de Inglaterra, España, Hungría y
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 121

estos elaborados bifaces tuvo lugar en toda África, sur de Eu-


ropa y centro-oeste de Asia hasta hace unos 200.000 años. Es
decir, que fueron usados por los humanos a lo largo de una
enorme extensión geográfica y durante casi un millón y me-
dio de años. Se trata, por consiguiente, de una industria lítica
cuya permanencia en el tiempo fue extraordinaria, teniendo
una profunda importancia para Homo erectus/ergaster y para sus
descendientes de la mitad oeste del mundo habitado16.

En este contexto, y enfocando ahora nuestra atención hacia


el objetivo del presente trabajo, me interesa destacar que en las

Grecia) y también en África (Etiopía, Tanzania y Sudáfrica). Aunque, en la


voz de Bermúdez de Castro (2010), el yacimiento de la Sima de los Huesos
de Atapuerca ha proporcionado el 90 por 100 (más de 6.000) de todos los
fósiles de esta especie.
Cabe asimismo apuntar que H. heidelbergensis es considerada por diver-
sos expertos como la representante del último antepasado común de Homo
neanderthalensis y Homo sapiens. Muchos piensan que Homo heidelbergensis
debe haberse originado en algún lugar de África, Europa o la región inter-
media de Eurasia (con Georgia a la cabeza), hace al menos 600.000 años.
Con posterioridad se dispersó y comenzó a especializarse. En Europa acabó
dando lugar a los neandertales y en África, a Homo sapiens. No obstante, es
preciso subrayar que la filogenia del género Homo es muy controvertida y ha
cambiado en numerosas ocasiones, ya que nuevos hallazgos siguen produ-
ciéndose con cierta frecuencia.
16
Los bifaces, cuya forma apenas cambió en un millón de años, se han
encontrado desde el sur de África hasta Israel, desde Inglaterra hasta la
India. Su trascendencia queda reflejada en la llamada línea Movius (llamada
así en relación con el arqueólogo H. Movius) que marca el límite oriental
de la distribución de las hachas de mano en la frontera este de la India. Di-
versos expertos se plantean si esta línea es realmente un marcador cultural.
¿Significa el aislamiento de los humanos del este asiático o que hubo adapta-
ciones diferentes en ambientes diferentes? Todavía no se ha encontrado una
respuesta consensuada. Los investigadores C. Stringer y P. Andrews (2005),
junto a otros expertos, han llamado la atención sobre el hecho de que las
poblaciones del Lejano Oriente casi nunca hicieron hachas de mano. Sobre
este asunto se ha especulado mucho: ¿es que la idea de los bifaces nunca
llegó a la región?, ¿fue una «moda» que no logró imponerse?, ¿o los asiáticos
antiguos hacían otras herramientas en su lugar? Algunos científicos creen
que útiles de bambú, perecederos, podrían haber reemplazado a las hachas
de mano en el este de Asia.
122 Carolina Martínez Pulido

múltiples descripciones o imágenes de la actividad cultural de


aquellos homínidos que elaboraron las primeras herramientas,
normalmente se nos ha transmitido la idea de que quienes ta-
llaban esas piedras, produciendo en muchos casos hermosos
bifaces simétricos —que algunos han considerado las primeras
obras de arte—, eran afanados varones altamente concentrados
en la difícil tarea de la talla. Sin embargo, no podemos dejar de
preguntarnos si las hembras, a lo largo de un período de tiempo
tan extenso, insistimos ochocientos mil años de olduvayense
y un millón y medio de años de achelense, no participaron
tallando también. Resulta difícil asumir que las imágenes sexis-
tas que han permeado e impregnado el pensamiento de tantas
generaciones (de expertos y de aficionados al tema) reflejen
la realidad de la vida paleolítica. Pensamos, junto a diversas
autoras y algunos autores, que las hembras de Homo erectus/
ergaster eran tan capaces de tallar y de utilizar herramientas
como los machos.
Es lógico inferir que en las sociedades paleolíticas nadie
podía permanecer ocioso y que la lucha por la supervivencia
implicaba inevitablemente el uso de herramientas para hacer
más eficiente la labor. ¿No es hora de cambiar ese imagina-
rio e incluir en los diversos trabajos o estudios a las hem-
bras tallando piedras y produciendo también hermosos y casi
imperecederos bifaces?17 Cabe responder que en los últimos
años las cosas han empezado a cambiar, las figuras femeninas
pueden encontrarse en portadas de revistas, exposiciones de
museo, documentales, etc. Esto es cierto, pero tales apariciones
son todavía demasiado tímidas y escasas. Al menos debería
ofrecerse en la misma proporción que las figuras masculinas,
si de verdad se quiere corregir el primer plano masculino que
acredita la identidad de la autoría.

17
Los estudios etnográficos (sobre las poblaciones tribales o de tecnolo-
gía simple que aún quedan en nuestro planeta, ver Capítulo 5) han sacado a
la luz evidencias que indican que las herramientas de piedra que utilizaban
los humanos preagrícolas eran elaboradas por hombres y por mujeres. Hay
un supuesto básico, no se necesita una gran fuerza física para esta actividad,
sino imaginación y habilidad.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 123

En libros editados en el siglo xxi, todavía se sigue manifestando


un descarado androcentrismo a la hora de interpretar las herra-
mientas de piedra y su elaboración. Así se refleja en las tesis de-
fendidas por algunos psicólogos evolucionistas que afirman que
la producción de hachas de mano no era solo un asunto práctico,
sino que tenía además significado social. Los hombres utilizaban
su habilidad para tallar piedras como símbolo de un estatus que
les otorgaba atractivo y eficacia al mostrarlo a sus potenciales pa-
rejas. La destreza para tallar bifaces habría sido entonces un valor
selectivo en términos de éxito reproductor. Es evidente que este
razonamiento no concede espacio a que las hembras también hu-
bieran construido herramientas. ¿Será que no las necesitaban, dada
su extrema dependencia?

El largo tiempo durante el cual los bifaces fueron usados


se ha interpretado como un gran éxito debido a su múltiple
funcionalidad. Ciertamente, diversos experimentos realizados
hoy con esas tallas muestran que servían para casi todo: cortar
y raspar con el filo lateral, machacar con la base o la punta,
horadar con esta última, e incluso ser fuente de nuevas lascas
extraídas al volver a tallar el núcleo.
Todo el proceso podría haber generado una clara ventaja
evolutiva frente a especies anteriores de homínidos.

No existen datos biológicos relacionados con la anatomía —de-


sarrollo cerebral, constitución de las manos, etc.— que indiquen
que las hembras no estaban igualmente capacitadas para tallar la
piedra que los machos.

El éxito evolutivo de Homo erectus/ergaster no se debió úni-


camente a la capacidad de sus miembros, hembras y machos, de
construir bifaces u otros utensilios de materiales perecederos.
Probablemente, ese éxito también tuvo mucho que ver con el
surgir de un comportamiento social más cooperativo que el
existente entre sus antecesores. Un rasgo que pudo mejorar la
vida en grupo, factor esencial para la supervivencia de los ho-
mínidos. De nuevo hay que rescatar a las hembras del olvido,
ya que, con toda seguridad, en ese avance ellas también partici-
124 Carolina Martínez Pulido

paron. Dado que las crías a medida que el volumen cerebral au-
mentaba nacían cada vez más inmaduras (el canal del parto tie-
ne un diámetro limitado por el andar bípedo), es probable que
su cuidado demandase la colaboración no solo de la madre, sino
también de otros miembros de la comunidad18. La necesidad
de compartir tareas habría entonces generado fuertes vínculos
entre los componentes de un clan, provocando como conse-
cuencia una mayor prosperidad para toda la especie. La división
cooperativa de labores se tradujo en un reforzamiento de lazos
en el grupo y en comprobar sus mejoras en resultados.
El modo I y el modo II, o sea el olduvayense y el achelense,
conforman sumados la cultura del Paleolítico Inferior, que se ex-
tendió hasta hace unos 300.000 años. En esas fechas comenzó el
Paleolítico Medio, una etapa que también trajo consigo una nue-
va industria: la llamada musteriense o modo III19, que duró hasta
hace unos 35.000 años. Su principal aporte consiste en la obten-
ción de una o varias lascas de forma predeterminada a partir de un
núcleo preparado de manera particular. Al igual que en los casos
anteriores, coincide en el tiempo con el origen de un nuevo tipo
humano; se trata del neandertal, cuyo nombre específico es Homo
neanderthalensis20. Aunque originarios de Europa, los neanderta-

18
Como se apunta en el Capítulo 1, no debe pasarse por alto que obtener
comida, utilizando cualquier tipo de herramientas, era probablemente más
acuciante para las hembras con crías a su cargo que para los machos, cuyo com-
promiso con el cuidado de la prole parece haber sido notablemente menor.
19
La industria musteriense recibe este nombre porque uno de los pri-
meros yacimientos en que se identificó fue la cueva de Le Moustier (Dor-
doña, Francia), en 1860. Asimismo, también es conocida como técnica de
Levallois por otro yacimiento francés. Estos hallazgos parecen mostrar que,
probablemente, los neandertales montaban puntas de piedra en mangos de
madera para hacer lanzas cortas.
20
Los neandertales son los humanos antiguos mejor conocidos, entre
otras razones porque vivieron en la región cuya prehistoria se ha explorado
más que la de ninguna otra, Europa. Además, habitaban en cuevas y estas
han concentrado las pruebas de ocupación mucho mejor que los lugares
abiertos. A partir de los numerosos restos hallados se ha podido reconstruir
la anatomía de un neandertal típico. Eran corpulentos, notablemente forni-
dos y provistos de músculos poderosos. Su cara se proyectaba hacia delante
y destacaba en ella una prominente nariz. Tenían un cerebro grande, pero a
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 125

les no solo habitaron este continente, sino que también poblaron


Asia occidental y Oriente Próximo. Hasta la fecha presente, no
hay pruebas fósiles de neandertales en el Lejano Oriente ni en
África. Como apuntan Stringer y Andrews (2005), «otros pobla-
dores vivieron allí, con su propia y separada historia evolutiva».

Los resultados procedentes de numerosos equipos de in-


vestigación apuntan a que Homo neanderthalensis se alimentó
principalmente de carne, razón que explica por qué siempre se
lo ha representado como un aguerrido cazador. Siguiendo la
tónica habitual, estos cazadores eran corpulentos varones que
regresaban a sus cuevas provistos de grandes piezas de carne,
imprescindibles para alimentar a sus mujeres e hijos en las frías
jornadas paleolíticas. Las hembras, no podía ser de otra manera,
tienen una presencia muy secundaria y pasiva en ese imaginario
que trata de interpretar aquellas lejanas formas de vida.
Estudios recientes señalan, sin embargo, que las mujeres
neandertales probablemente desempeñaron un importante
papel como cazadoras y proveedoras de alimentos y que, en
realidad, harían un tipo de vida muy semejante al de sus com-
pañeros varones, como se detallará más adelante. Bajo ningún
aspecto resulta posible encontrar entre los datos disponibles
indicios de que en su conducta sobresaliera la dependencia o la
pasividad que tan reiteradamente muestran los modelos con-
vencionales. Muy al contrario, cuando es posible determinar
con certeza el sexo de los restos neandertales, los correspon-
dientes a las hembras revelan seres dotados de gran potencia
física y notable desarrollo cerebral. Señales básicas que llevan a
suponer que gozaban de iniciativa propia y autonomía.

En torno a unos 40.000 años antes del presente, a comien-


zos del Paleolítico Superior, aparecieron en Europa unos emi-
grantes de origen africano pertenecientes a Homo sapiens, tam-

juzgar por el interior de la cavidad craneal, era algo diferente del nuestro en
su forma —algo más pequeño en la región frontal y más grande en la parte
de atrás (lóbulo occipital) —. No obstante, los expertos afirman que resulta
imposible valorar la calidad de sus cerebros a partir de datos tan limitados.
126 Carolina Martínez Pulido

bién conocidos como los Cro-Magnon debido al lugar donde


se encontraron por primera vez21. Nuestra especie, originada
en África hace unos cien mil años, llegó al continente europeo
a través de la región fronteriza del Mediterráneo oriental, el
Levante, que incluye los actuales territorios de Líbano, Israel
y Palestina. Esta región ha contribuido con un abundante re-
gistro fósil, lo que indica que probablemente fue un lugar de
solapamiento entre neandertales que venían del norte y sapiens
primitivos procedentes del sur. Estos últimos llegaron a Orien-
te Próximo entre 96.000 y 92.000 años atrás, mientras que los
neandertales lo hicieron con posterioridad, datándose en unos
30.000 años22.
En Oriente Próximo han aparecido los restos más antiguos
conocidos de humanos anatómicamente modernos, quienes se
habían aventurado fuera de África. Ese «santuario» se ubica

21
Los primeros europeos modernos se descubrieron en 1868 en un
abrigo de Francia llamado Cro-Magnon («gran hoyo» en francés). Se halla-
ron cerca de herramientas de piedra actualmente asignadas a las industrias
auriñaciense y gravetiense del Paleolítico Superior, de unos 30.000 años
de antigüedad, además de conchas que se habrían agujereado para hacer
collares. Los Cro-Magnon más antiguos se encontraron con posterioridad
en yacimientos de países como Rumanía, Alemania y la República Checa, y
tienen unos 35.000 años. La mayoría de las pruebas sugieren que los Cro-
Magnon ya eran bastante distintos de los neandertales, pese a su proxi-
midad en el tiempo, al igual que también lo era la industria auriñaciense
de sus predecesoras del Paleolítico Medio. Estos humanos sobrevivieron
en Europa durante unos 25.000 años, y habitualmente se asume que son
los antepasados de los europeos actuales, aunque no tenían exactamente el
mismo aspecto.
22
Los fósiles y artefactos hallados en las cuevas del Levante, llamadas
Tabun, Skhul, Qafseh y otras, han sido objeto de numerosas interpretacio-
nes, ya que su posición y secuencia evolutiva ha resultado bastante difícil de
establecer. Los procedentes de Tabun son predominantemente neandertales,
mientras que los restos encontrados en Skhul, a solo unos cuantos metros
de Tabun, se parecen más a los humanos modernos. El descubrimiento de
que los restos neandertales son más recientes que los sapiens ha llevado a
que un importante número de expertos interprete que el Próximo Oriente
constituyó una zona de confluencia entre dos linajes humanos; uno africano
—Homo sapiens— que colonizó la región en primer lugar, y el otro —Homo
neanderthalensis— que habría llegado después.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 127

en la cueva de Qafzeh, donde se ha constatado que usaban la


tecnología neandertal (musteriense). En esta cueva también ha
sido posible detectar señales de ocre traído desde otro sitio y
aplicado en varias herramientas de piedra y al parecer en algu-
nos cuerpos23.

La importancia de los yacimientos de Oriente Próximo se puso de


manifiesto en gran medida gracias a los significativos trabajos rea-
lizados por la arqueóloga británica Dorothy Garrod (1892-1968)
a comienzos de la década de 1930. En una publicación en la pres-
tigiosa revista Nature, en 1935, Garrod provocó una notable con-
moción dentro de la incipiente paleoantropología de la época, pues
ella y su equipo habían localizado en tres antiguas cuevas de Pales-
tina centenares de herramientas de piedra y numerosos esqueletos
humanos. Entre otras razones, la excavación fue única porque gran
parte de los restos hallados pertenecían a neandertales, y hasta esa
fecha nunca se habían encontrado fuera de Europa.

23
El ocre es una forma de óxido de hierro que puede utilizarse como
pigmento, especialmente si se calienta. Se ha argumentado que algunos cuer-
pos hallados en Oriente Próximo se adornaron con ocre antes de ser enterra-
dos, lo que sugiere que los habitantes del lugar podría haber experimentado
un importante salto mental asociando el pigmento rojizo con la muerte.
En este contexto, es oportuno hacer una breve alusión al debate sobre
el uso del fuego por parte de los homínidos. En diversas ocasiones se ha
sugerido que tal uso se remonta a hace un millón y medio de años, o sea,
a los tiempos de Homo erectus/ergaster. No obstante, la mayor parte de los
especialistas coincide al afirmar que las pruebas indiscutibles solo cuentan
con 300.000 años de antigüedad. De esa época se conservan verdaderos
hogares que han perdurado en diversas cuevas e indican la presencia de
fuego controlado. Basándose en esta información, los estudiosos afirman
que los neandertales dominaban el fuego. Al respecto, Juan L. Arsuaga ha
apuntado que «se tiene la certeza de que [los neandertales] sabían usar el
fuego y de que lo hacían habitualmente por los restos de humo y objetos
calcinados hallados en las cuevas y en algunos campamentos». Tal habilidad
se considera lógica, porque sin ella la larga supervivencia de los neandertales
habría sido imposible, teniendo en cuenta las duras condiciones climáticas
que imponían las glaciaciones que en aquella época cubrieron gran parte
de Europa.
128 Carolina Martínez Pulido

En opinión de la mayoría de los especialistas, la faceta de mayor


interés de aquellas exploraciones de Garrod y su equipo fue de-
tectar una posible coexistencia de dos grupos humanos: los mo-
dernos y los neandertales. Ambos aparentaban poseer la misma y
primitiva cultura material: el musteriense. Una clara señal de que
entre ellos al menos se habían intercambiado «relaciones cultura-
les». Igualmente se verificaba que unos y otros compartían el uso
del fuego. La convivencia entre estos dos grupos no pudo menos
que provocar un importante revuelo entre la comunidad científica
porque no se ajustaba a la teoría de evolución admitida en aquel
momento. Según dicha teoría, la evolución humana había sido un
proceso lineal en el que los humanos modernos eran descendientes
de los neandertales.

Cuando Homo sapiens llegó a Europa, traía consigo su propia


tecnología: el auriñaciense o modo IV. Los especialistas están
de acuerdo en que hubo un cambio en el método predominante
de fabricación de herramientas en África y en Oriente Próxi-
mo, y que este cambio pronto se propagó a Europa24. Mientras
que el procedimiento habitual en el Paleolítico Inferior y Medio
fue reducir un fragmento de roca a una o varias herramientas,
el nuevo método permitía producir sistemáticamente muchas
lascas largas y finas a partir de un único bloque de piedra. Tales
lascas, después se podían modificar para producir una variedad
de herramientas específicas con el fin de cortar, perforar o grabar.
Algunas de ellas, a su vez, podían usarse para trabajar materiales
como madera, hueso, asta o marfil, produciendo así herramientas
más especializadas, e incluso obras decorativas o de arte25.

24
La división entre algunos aspectos de las culturas neandertal y sapiens
no es tan clara como a veces pudiera pensarse. Las primeras poblaciones de
humanos modernos procedentes de África y encontradas en los yacimientos
de Oriente Próximo, cuya edad es de unos 100.000 años, eran parecidas a
los neandertales en su tecnología. Por otra parte, hubo algunos neandertales,
sobre todo los últimos, que también elaboraron una industria semejante a la
auriñaciense, el chatelperroniense. Con todo, no hay consenso en si fue por
imitación o tal vez por propio impulso, sin mediar estímulo externo alguno.
25
La llegada de Homo sapiens a Europa estuvo marcada por el desarrollo
de herramientas compuestas, o sea, hechas de varias partes, como los arpones
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 129

3.2. Homo sapiens inventa nuevos comportamientos:


respuestas imperativas de complejidad

La presencia de Homo sapiens en Europa también puede


rastrearse por la expansión de un amplio rango de comporta-
mientos novedosos, entre los que resalta una capacidad inusi-
tada: la habilidad de comunicarse simbólicamente. El simbolismo
se refleja en el desarrollo del lenguaje, la celebración de rituales
—por ejemplo, los seguidos en algunos enterramientos—, el
uso de adornos corporales y la emergencia de múltiples ma-
nifestaciones artísticas. Según diversos autores, esa flamante
destreza de pensar simbólicamente podría haber traído consigo
la posibilidad de colocar a los miembros de la sociedad en las
categorías de «masculino» o «femenino». Un fundamento para
adjudicarles tareas y funciones sociales distintas, que acabarían
por conducir a una jerarquización con las actividades de los
hombres priorizadas sobre las de las mujeres. Bajo estas cir-
cunstancias, el concepto de género, como una categoría cultural
originada en la división sexual del trabajo, habría empezado su
andadura26.

con puntas desmontables o el diseño de lanzadores para incrementar el alcance


de los proyectiles. Además, hay que recordar que en Europa se sucedieron di-
versas industrias durante el Paleolítico Superior, la mayoría de las cuales toman
su nombre de los yacimientos franceses en los que se hallaron por primera
vez. La más primitiva —la auriñaciense— se dio en todo el continente desde
hace unos 35.000 años, y estuvo asociada con la primera población moderna
(los Crog-Magnon) y el arte representativo más antiguo. En algunas partes
de Europa siguió la gravetiense, después vinieron industrias como la soltrense
y la magadaleniense, que continuó hasta hace unos 11.000 años, cuando el
Paleolítico Superior dejó paso al Neolítico.
26
En 1984, la arqueóloga Margaret Conkey, profesora de la Universidad
de Berkeley, y su colega Janet D. Spector de la Universidad de Minesota,
estuvieron entre las primeras en denunciar, en un trabajo titulado Archaeology
and study of gender, que la existencia de un paradigma científico presidido
por lo masculino era la principal responsable de la ausencia y/o invisibili-
dad de las mujeres en las sociedades del pasado. En este influyente estudio,
las autoras introdujeron el concepto de género. Como muy bien expresara
Conkey: «La crítica feminista de la ciencia ha hecho un estupendo trabajo
130 Carolina Martínez Pulido

El concepto de género se refiere no solo a las diferencias biológicas


entre uno y otro sexo de la especie humana, sino también a dife-
rencias culturales que asignan a las mujeres y a los hombres una
serie de normas de comportamiento con un significado y una ca-
tegoría concretos en la sociedad. El concepto de género introduce
y legitima la desigualdad y la dominación.
Aunque los roles de género pueden haber establecido la dicotomía
inicial entre machos cazadores/ hembras recolectoras, para muchos
estudiosos esta división no responde a ninguna razón biológica. Se
volvió parte de la estructura de las sociedades al mismo tiempo que
se iban estableciendo otras formas de comportamiento simbólico
como el lenguaje, el culto a los muertos o el arte. El simbolis-
mo, por tanto, puede haber sido un prerrequisito necesario para la
emergencia de la categoría socio-cultural que llamamos género.

A nadie se le oculta que el simbolismo es un indicador in-


equívoco de un alto grado de complejidad mental. Ahora bien,
detectar sus primeras señales en el registro fósil o en el arqueo-
lógico constituye un asunto muy arduo, sobre el que no existe
consenso en la comunidad científica. La materia es intrincada y
controvertida y las pruebas que podrían indicar un pensamien-
to abstracto en otras especies distintas de Homo sapiens no están
claras ni definidas con precisión. Por consiguiente, atreverse a
interpretarlas resulta muy problemático.
Con todo, si el pensamiento simbólico hubiese propiciado
la división del trabajo en base al sexo, podríamos deducir que
solo aquellas especies humanas que alcanzaron el simbolismo
habrían sido capaces de repartir las tareas de esa manera. Dado
que entender el papel del género en nuestro pasado no solo nos
permite comprender mejor nuestra historia, sino que, además,
también propicia el que entendamos mejor el papel del género
en la actualidad, traer a colación los distintos argumentos que
conforman este debate nos parece crucial dentro del hilo con-
ductor de este capítulo.

al recordarnos que hay una dimensión política y social en la ciencia. Como


siempre digo, toda ciencia es social».
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 131

4. El pensamiento simbólico en nuestros


antepasados: aprendizajes del ser en el estar

Esquema 1

Permitió la comunicación ¿Propició el naci-


mediante palabras, que es miento del concepto de



un intercambio oral de género?
símbolos

Estimuló el entierro de ¿Originó la división


➤ sexual del trabajo?
los muertos siguiendo
rituales, lo que indica un ➤
cerebro con capacidad de Pensamiento
abstracción simbólico ➤ ¿Incitó la jerarquiza-
ción de las tareas?
Suscitó la creación decora-
tiva y artística, un vehículo

de expresión o diálogo Revela que la evolución


entre quien crea y sus comporta capacidades de
espectadores abstracción y figuración

4.1. La capacidad de hablar: explosiona la comunicación

El lenguaje es uno de los rasgos característicos más llama-


tivos de la humanidad moderna. Su presencia constituye un
claro reflejo de pensamiento simbólico, ya que la comunicación
mediante palabras no es otra cosa que el intercambio oral de
símbolos. El estudio de la anatomía del aparato fonador, el que
produce físicamente el habla, en los humanos hoy vivos ha per-
mitido analizar las características necesarias para que se pueda
emitir un lenguaje articulado. Pero reconocer cuáles homínidos
del pasado tenían lenguaje es un tema mucho más complicado
porque los restos fósiles son escasos y hasta ahora no han pro-
porcionado datos robustos y claros27.

27
Se ha intentando arrojar luz sobre la cuestión del habla utilizando
diversos medios. Por ejemplo, analizando el tamaño y la organización inte-
132 Carolina Martínez Pulido

Las reconstrucciones realizadas a partir de los datos dis-


ponibles que son considerados válidos por la mayoría parecen
indicar que los australopitecos eran incapaces de hablar. Los
caracteres anatómicos y fisiológicos que producen el habla hu-
mana tal y como la conocemos, no existían aún entre aquellos
homínidos, y muy probablemente tampoco en los primeros re-
presentantes del género Homo, como Homo habilis. Tales con-
clusiones se apoyan también en que la capacidad lingüística está
reflejada en la industria lítica: cuanto más complejos sean los
artefactos producidos, más rico será el lenguaje articulado. Sería
una especie de simbiosis entre expresiones, la oral y la creativa
material. Según este razonamiento, Homo erectus/ergaster, cuyo
cerebro ya era mucho mayor que el de un chimpancé y que
fabricaba instrumentos de cierta complejidad, pudo haber sido
el primer homínido que dispusiese de una rudimentaria capa-
cidad para comunicarse por medio de símbolos. Por ejemplo,
el respetado evolucionista Richard Klein, de la Universidad de
Stanford, ha señalado que «Homo ergaster podría poseer cierto
grado de lenguaje similar al humano [moderno]».
Los investigadores de Atapuerca, por su parte, han sugerido
que el problema del origen del lenguaje también podría exami-
narse a partir del estudio de los huesos fósiles del oído interno,
porque tal indagación ayudaría a determinar el rango de fre-
cuencia auditiva de algunos representantes del género Homo.
Según este equipo, cuyo investigador principal en el tema fue
el español Ignacio Martínez, ciertos fósiles encontrados en la

rior del cerebro, visible en los moldes de los cráneos conservados. En este
aspecto, hay una característica interesante que según algunos expertos podría
proporcionar información: la asimetría de nuestro cerebro y el hecho de que
tenga funciones que parecen estar más asentadas en un lado que en otro.
Entre ellas se encuentran las regiones cerebrales llamadas área de Broca y
área de Wernicke, que se localizan en el hemisferio cerebral izquierdo y están
relacionadas con el control cerebral del lengüaje. Algunos autores han creído
encontrar en fósiles del género Homo de hace 1,8 millones de años un área
de Broca bien desarrollada, debido a que dejó su huella en la pared interna
del cráneo y que no se aprecia en los demás primates. Pero tal hipótesis no
tiene aceptación unánime, ya que muchos dudan de la presencia de esa área
en homínidos tan antiguos.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 133

sierra burgalesa indican que entre los homínidos que habita-


ban aquella región hace al menos unos 600.000 años, y tal vez
mucho tiempo antes una especie distinta de la nuestra (Homo
heildelbergensis) tenía una capacidad de audición semejante a
la de Homo sapiens. De confirmarse esa hipótesis, en conse-
cuencia, es posible que utilizaran un tosco lenguaje simbólico.
En este punto hay que hacer hincapié en que, como apunta
Bermúdez de Castro (2010), «esto no significa que aquellos
homínidos de Atapuerca hablaran igual que nosotros, pero sí
que utilizaban una comunicación parecida para transmitir in-
formación, ideas y conceptos, que se pueden inferir del estudio
del registro arqueológico»28.
Tales ideas son, sin embargo, rechazadas por otros cientí-
ficos que opinan que, al menos hasta Homo neanderthalensis,
no hubo lenguaje. Incluso en este caso, ciertos investigadores
sostienen que su tracto vocal les impediría emitir sonidos tan
claros como los nuestros, aunque tuvieran la misma capacidad
lingüística. El análisis de algunos huesos conservados de la la-
ringe hace pensar que, por la posición que esta tenía en el cuello
de los neandertales, no les habría permitido mucho más de lo
que puede decir un niño de pocos meses (Fernández Martínez,
2007). Ni los neandertales ni por supuesto ninguna otra de las
especies homínidas anteriores habrían desarrollado, según esta
tesis, la capacidad de comunicación oral. Es la información que
lleva a que numerosos lingüistas sostengan, en esta línea, que el
habla no surgió hasta Homo sapiens.
No obstante, en el año 2007 el prestigioso genetista Svante
Pääbo del Instituto Max Planck, de Leipzig, el español Car-
les Lalueza-Fox, profesor de antropología de la Universidad
de Barcelona, junto a otros colegas, anunciaron un asombroso

28
El equipo investigador de Atapuerca contaba para este trabajo con
fósiles que no se han hallado en ningún otro yacimiento del mundo; se trata
de varios ejemplares de pequeños huesos del oído, martillo, yunque y estribo,
así como con muchos datos sobre otras variables del oído de los homínidos.
Los científicos atribuyen la riqueza de material disponible a que los fósiles
de Atapuerca están embebidos en una arcilla finísima que ha permitido la
perfecta conservación de regiones anatómicas muy poco frecuentes en el
registro fósil.
134 Carolina Martínez Pulido

hallazgo: los neandertales parecían compartir con los humanos


modernos la versión de un gen llamado FOXP2, relacionado
con el habla y la capacidad para el lenguaje. Un factor que
incide no solo en el cerebro, sino también en los nervios que
controlan la musculatura facial29. Dos años más tarde, al pre-
sentar el primer borrador del genoma neandertal extraído de
fósiles encontrados en varios yacimientos europeos30, Pääbo
afirmaba que «no hay razones para pensar que [los neanderta-
les] no pudieran articular palabras de la forma en que nosotros
lo hacemos». Pero, añadía este científico con cierta sospecha
enigmática que eso no significa que tuvieran un lenguaje tal
como se conoce hoy, pues el habla es el resultado de una infini-
dad de factores que no dependen de un solo gen. Concretando,
los nuevos hallazgos genéticos parecen sugerir que los nean-
dertales poseían parte de la anatomía que los humanos moder-
nos usamos para vocalizar, pese a que no puede afirmarse si su
capacidad lingüística era avanzada, o bien solo era una forma
primitiva de comunicación vocal.

En suma, para ciertos estudiosos, en algunos homínidos


distintos de Homo sapiens ya existía el lenguaje, aunque fuera
rudimentario; pero para otros esta forma de comunicación solo
surgió con los humanos anatómicamente modernos. Debe te-
nerse presente que para muchos analistas este fenómeno repre-

29
El gen FOXP2 y la proteína que codifica fueron descubiertos en la
década de 1990 por un equipo de genetistas del Centro Welcome de Ge-
nética Humana de la Universidad de Oxford, cuyo investigador principal
era Simon Fisher. Unos diez años después se encontró que están relacio-
nados con el lenguaje humano. La base analítica era, entre otros aspectos,
que cuando se produce una mutación en este gen, aparecen determinados
trastornos específicos del lenguaje. No obstante, hay que tener en cuenta,
según ha señalado S. Pääbo, que los neandertales, aunque tienen una historia
de 300.000-400.000 años, mucho mayor que la nuestra, parecen tener una
variación genética muy escasa.
30
Entre los yacimientos de Europa de los que se ha conseguido extraer
ADN neandertal, se encuentra una cueva llamada El Sidrón, localizada en
Asturias, de donde se han desenterrado centenares de restos de esta especie.
Los aportes obtenidos en ese yacimiento han dado origen a interesantes
resultados y controversias.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 135

senta la característica más clara que diferencia a nuestra especie


de las demás especies animales (incluidas las pertenecientes
al género Homo). Una autoridad en la materia, Richard Klein
(2000), no obstante, ha advertido que debido a la notable ca-
rencia de indicadores anatómicos directos, las evidencias acerca
de la capacidad lingüística de nuestros antepasados difícilmen-
te llegarán a ser algo más que sugerencias o especulaciones. Lo
cierto es que, al menos por ahora, no deja de tener razón, ya que
la única certeza en la que coinciden todos los especialistas sobre
el intricado asunto del habla es que solo los humanos anatómi-
camente modernos han dejado pruebas claras de comunicación
oral basada en un lenguaje simbólico articulado.

Algunos investigadores argumentan que los comienzos del lenguaje


estuvieron asociados a homínidos anteriores a Homo sapiens, pero se-
gún otros solo surgió en los humanos anatómicamente modernos.

4.2. Las primeras sepulturas intencionadas:


la muerte como cálculo vital

Los enterramientos deliberados de cadáveres constituyen


otro importante punto de referencia capaz de brindar algunas
señales acerca de los orígenes del pensamiento simbólico. No
obstante, los indicios de que otras especies del género Homo,
distintas de Homo sapiens, hayan alcanzado un grado de abs-
tracción tal que los indujera a enterrar a sus muertos siguiendo
algún tipo de ceremonial, es también un tema harto delicado,
que está sujeto a múltiples interpretaciones que generan poco
consenso y muchas discusiones en la comunidad científica31.

31
Por ritual o ceremonial funerario se entiende enterrar premeditada-
mente a un muerto acompañado de la inclusión de cualquier objeto, hecho
que podría interpretarse como manifestación de creencia en otra vida. Hasta
ahora nadie ha presentado una prueba definitiva que convenza seriamente
a la mayoría de un comportamiento de este tipo anterior a los humanos
modernos del Paleolítico Superior.
136 Carolina Martínez Pulido

Dado que los fósiles humanos descubiertos se han encon-


trado enterrados, porque al aire libre difícilmente se habrían
preservado, es un problema importante demostrar y diferenciar
cuándo se trata de un enterramiento natural y cuándo es in-
tencionado. Algunos expertos creen que muchas de las señales
que se han usado para identificar enterramientos voluntarios
no pertenecientes a Homo sapiens son en realidad el resultado
de los condicionantes asociados a la formación de un lugar,
tipo de las características geológicas naturales. Razón que ex-
plicaría por qué en un espacio de la extensión de Europa y
Asia occidental, por ejemplo, solo hay evidencias irrefutables de
sepulcros en aquellos sitios que tienen menos de 40.000 años
de antigüedad. Una observación que certifica su existencia en
fechas posteriores a la llegada de Homo sapiens.
Ese calendario, sin embargo, dista mucho del estimado y
propuesto por los investigadores de la sierra de Atapuerca
para el primer enterramiento intencional. Según estos au-
tores, hace 300.000 años se originó en la Sima de los Hue-
sos la más antigua de las tumbas conocidas: alrededor de 30
cadáveres humanos fueron voluntariamente acumulados en
una cueva por otros humanos. De hecho, indican los especia-
listas, no se trata de un enterramiento de cadáveres, pues no
conlleva la excavación de una fosa y la colocación del muerto
en ella, sino de una acumulación de cuerpos, uno sobre otro,
en un lugar especial. Salvando esta peculiaridad, los científi-
cos españoles afirman que el comportamiento revelado por
estos miembros del género Homo, que eran preneandertales
y por ende de edad muy anterior a humanos modernos del
Paleolítico Superior, no debería pasarse por alto. Muestra una
intencionalidad selectiva no ajena a funcionalidades y consi-
deraciones, quizás, de sentimientos de pérdida. Una hipótesis
que puede ser «heroica» o exploratoria. La robustez de esa
simulación no es mayor que la manejada de accidente geo-
gráfico que provocaría el azar de encontrarles reunidos en ese
momento de derrumbe, que parece lo más plausible ligado a
contingencias naturales.
Son muchos los expertos que consideran imposible un com-
portamiento funerario que se remonte a tiempos tan antiguos
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 137

como hace 300.000 años32. Un número considerable de ellos


ni siquiera acepta que haya evidencias de enterramientos in-
tencionados en fechas más recientes, como los de hace unos
60.000 años, que han sido adjudicados a Homo neanderthalensis.
La capacidad de los neandertales para enterrar a sus muertos
es, de hecho, muy discutida.
Ya en la década de 1930, la prestigiosa arqueóloga británica
Dorothy Garrod y su equipo rescataron en cuevas de Oriente
Próximo algunos esqueletos neandertales que parecían indicar
enterramientos deliberados. Si la interpretación fuera correcta,
estaríamos mencionando los que podrían ser los sepulcros más
antiguos conocidos. Con posterioridad, se han excavado más
canteras —en Oriente Próximo y también en Europa— don-
de los esqueletos también sugieren que fueron enterrados con
intención33.

32
Diversos estudiosos creen que la acumulación de fósiles encontrada
en la Sima de los Huesos podría ser casual, debida quizás a algún tipo de ca-
tástrofe natural (por ejemplo, el derrumbe del techo de la cueva). Esta inci-
dencia provocó la muerte simultánea de varios homínidos. En la comunidad
de paleoantropólogos, también ha llamado la atención que en Atapuerca se
haya encontrado la evidencia más antigua de creatividad humana: un bifaz
de piedra de unos 350.000 años de antigüedad entre los huesos fosilizados
de un grupo de homínidos. El hecho sugiere la existencia de pensamiento
simbólico muy anterior a lo supuesto: ese bifaz, al que sus descubridores
han dado el nombre de Excalibur, podría ser la primera evidencia de com-
portamiento ritual en una especie humana preneandertal. Pero no pocos
autores, entre ellos el prestigioso especialista en neandertales C. Stringer,
han subrayado la necesidad de ser cautelosos con este tema, ya que podría
tratarse de un depósito accidental que habría llevado a un interpretación
errónea.
33
En la década de 1970, se encontró un enterramiento neandertal en
Irak que parecía estar acompañado de flores, lo que podría constituir una
prueba de que aquellos humanos experimentaban algún tipo de sentimiento
ante la muerte. No pudo evitarse que algunos dispararan su imaginación
viendo atisbos de prácticas rituales, e incluso creyeron ver la emergencia de
cierto vínculo religioso. Con posterioridad, sin embargo, se determinó que
las flores (representadas por polen en la tumba) probablemente habían sido
arrastradas por el viento desde cualquier otro sitio; su asociación con restos
humanos sería entonces fortuita. No obstante, también hay casos que no solo
aparentan ser tumbas, sino que revelan una notable complejidad: parecen
mostrar cierto tratamiento y cuidado del cuerpo. La presencia de pigmentos
138 Carolina Martínez Pulido

La controversia se ha mantenido encendida hasta el pre-


sente. En el amplio espectro abarcado, hay autores que de-
fienden, sobre todo a partir de los restos hallados en Oriente
Próximo, que las prácticas mortuorias de los neandertales
—junto con su técnica lítica— no eran en nada inferiores
a las de los de los sapiens de aquella zona. Mientras que,
por su parte, otros afirman que quizás algunos neandertales
protegían los cadáveres enterrándolos, ya fuera para que no
los comieran los animales carroñeros como las hienas o para
protegerse a sí mismos de los cuerpos en descomposición,
pero insisten en que esas prácticas carecerían de un ritual
o de expresiones simbólicas. Los testimonios que se tienen
hasta la fecha, no permiten jerarquizar hipótesis, debido a
que se ignora si hay un tiempo de transición entre prácticas
físicas inducidas por la desaparición de congéneres y el grado
simbólico de reconocer tal hecho.

En cualquier caso, la cuestión sobre si los neandertales, o al


menos algunos, fueron o no capaces de enterramientos inten-
cionados continúa hoy muy abierta. De nuevo, al igual que ocu-
rre con el lenguaje, los datos apuntan a que solo hay evidencias
claras de que Homo sapiens sepultara ritualmente a sus muertos,
y por ende que mostrara claros indicios de simbolismo. En las
demás especies persisten dudas, según acreditan las pruebas a
sensu contrarias.

Para gran número de estudiosos, aunque no para todos, solo los


restos de Homo sapiens ofrecen evidencias de enterramientos sim-
bólicos deliberados.

naturales como el óxido de hierro —el llamado ocre rojo o hematita— o el


dióxido de manganesio, de color negro, señala que podrían haberse utilizado
para colorear objetos o restos humanos. Asimismo, en Siria y Francia, se han
encontrado losas de piedra que parecen estar colocadas en las tumbas de
niños neandertales. En lo que al Lejano Oriente respecta, no hay pruebas
suficientes de enterramientos humanos hasta la llegada de Homo sapiens a la
región. No cabe duda de que en la actualidad todavía quedan importantes
aspectos de los neandertales que resolver.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 139

4.3. El arte paleolítico. ¿Cambios en el uso del tiempo y el ocio?

Cuando se exploran los indicios del pensamiento simbólico,


un indicador poderoso, antiguo y directo de su presencia es, sin
duda, el florecimiento de las primeras señales de arte. Estamos
aludiendo a lo que se entiende como un vehículo de expresión,
un diálogo entre quien es capaz de crear y quienes visualizan
tal escenario, es decir, sus espectadores34. El sentido del arte
paleolítico, que incluye también objetos de adorno corporal,
pese a ser un asunto muy especulativo, posee un formidable
interés: es una herencia de incalculable valor que nos han lega-
do nuestros antepasados con la facultad de arrojar luz sobre el
intrincado desarrollo del pensamiento humano. Acerca del arte
paleolítico, sin embargo, queda aún mucho por saber, ya que
se trata de un tema sujeto a frecuentes revisiones, sobre todo
debido a que las mejores técnicas dedicadas a su estudio son
relativamente modernas. Además, los expertos están lejos de
ponerse de acuerdo al interpretar o reinterpretar los hallazgos
y los datos hoy disponibles.
El debate sobre los orígenes del arte hunde sus raíces en la
historia de la evolución de la cultura humana del último medio
millón de años, y está cimentado en el variable registro ar-
queológico con que cuenta la comunidad científica. Según este
registro, la mayor parte de los paleoantropólogos asume que
hace unos 500.000 años vivían en África humanos descendien-
tes de Homo erectus/ergaster. Europa también estaba habitada
por descendientes de esa especie, que probablemente habían

34
Las primeras manifestaciones artísticas, apuntan los especialistas, es-
tán representadas por objetos utilitarios cuyo propósito era mejorar la activi-
dad rutinaria de la gente del Paleolítico. Sería entonces arte la industria más
antigua conocida, la olduvayense. Se trata del llamado arte «útil», diferente
del arte «simbólico» desarrollado más tardíamente y al que hacemos refe-
rencia en este capítulo. No obstante, hemos de ponderar que las expresiones
calificadas de arte no son distintivas de otras manifestaciones propias del
lenguaje y la comunicación. Es cuestión de catalogación en las escalas de
complejidad comunicativa, colocar a lo artístico más arriba o debajo de otros
modos de identificar esas exteriorizaciones expresivas.
140 Carolina Martínez Pulido

abandonado el continente africano alrededor de 1,8 millones


de años antes del presente. Los datos arqueológicos sugieren
que ambos grupos divergieron progresivamente en su anato-
mía, aunque permanecieron similares en su cultura; tanto los
europeos como los africanos, producían artefactos achelenses.
Con posterioridad, empezaron a construirse útiles algo más
complejos, aunque incluirlos dentro de la categoría de obras de
arte genera considerables dudas.
Según el modelo hoy dominante, el registro arqueoló-
gico ha sido notablemente homogéneo hasta que hace unos
50.000-40.000 años se produjo en Europa el nacimiento de
una insólita habilidad: el arte figurativo. A partir de aquellas
fechas, los humanos de aspecto moderno comenzaron también
a comportarse de manera moderna, esto es, produciendo arte,
en forma de adornos corporales, pinturas rupestres, pequeñas
estatuillas y muchas otras cosas que nunca habían hecho antes
(Klein, 2000)35.
En el año 2002, sin embargo, se hicieron públicos unos des-
cubrimientos en Sudáfrica que, según algunos investigadores, se-
rían una clara prueba de que la producción artística apareció por
primera vez en África. Ciertamente, en la cueva de Blombos36 se
han encontrado señales de que los primeros sapiens que la habi-
taron empezaron a mostrar una conducta compleja mucho antes

35
El hallazgo de las preciosas pinturas rupestres en las cuevas francesas
de Lascaux y Chauvert tradicionalmente se ha considerado una clara prueba
de que el comportamiento moderno brotó en Europa hace unos 35.000
años. Esta idea se ha visto fortalecida con la publicación en 2007 de un
descubrimiento de notable importancia: el hallazgo en una cueva alemana
de una talla en marfil de mamut, una verdadera obra de arte datada tam-
bién en alrededor de 35.000 años de edad. En la voz de su descubridor, N.
Conard, la pequeña escultura, que mide 3,7 cm del largo y pesa 7,5 g, fue
tallada por humanos anatómicamente modernos y no puede calificarse de
ninguna manera de primitiva, sino de «altamente desarrollada y hermosa».
Aunque se trata de una talla excelente perfectamente acabada, explican sus
descubridores, no está nada claro el uso que en su tiempo pudieron haberle
dado. De ahí que suscite numerosas proposiciones.
36
La cueva de Blombos está situada en la costa oriental de Sudáfrica,
sobre un acantilado, a unos 20 km del océano Índico, y hace unos 90.000
años estuvo habitada por humanos anatómicamente similares a nosotros.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 141

de lo supuesto. El hallazgo consiste en más de 30 trozos de ocre


(óxido de hierro natural que molido y calentado puede usarse
como pigmento), cuya antigüedad —calculada mediante sofis-
ticadas técnicas de datación— se ha estimado en unos 75.000
años. Dos de esos trozos presentan grabadas en su superficie
unas marcas, en forma de equis atravesadas por líneas horizonta-
les, que podrían haberse realizado con intención simbólica y sig-
nificado desconocido. Quizás se trate de los ejemplos más anti-
guos hasta ahora hallados de arte abstracto, ya que, como hemos
apuntado, hasta este descubrimiento los de mayor antigüedad
eran las pinturas rupestres europeas efectuadas por Homo sapiens
hace aproximadamente unos 40.000 años como máximo.
La cueva de Bomblos ha brindado además otra sorpresa.
Esta vez se trata de casi medio centenar de pequeñas conchas
de molusco, pertenecientes a la especie Nassarius kraussianus37,
que están perforadas en un lugar concreto de forma premedi-
tada y que tienen un tamaño similar, lo que indica que habrían
sido seleccionadas previamente. Se han datado en unos 76.000
años, y ello las coloca entre los objetos de adorno con repre-
sentación simbólica más antiguos elaborados por miembros de
nuestra especie, ya que probablemente esas conchas se usaron
como cuentas de collar o piezas de colgantes que han hecho
retroceder el uso de adornos personales en unos 30.000 años.
También se ha detectado en ellas restos de pigmento ocre ro-
jizo, lo que podría indicar que se las untó con tal sustancia o
que estuvieron colocadas sobre alguna superficie impregnada
con este tinte para colorearlas con un fin simbólico. Mucho
más al norte, en una cueva situada en el este de Marruecos, en
el año 2007, se encontraron otras pequeñas conchas marinas
datadas, por dos laboratorios usando cuatro técnicas diferentes,
en 82.000 años de antigüedad38. Se trata de 13 ejemplares per-
37
En total se encontraron 41 conchas. Como Nassarius kraussianus vive
en los estuarios de los ríos, se ha supuesto que tales conchas fueron trans-
portadas desde el río más cercano, a unos 20 km, hasta la cueva donde se
han hallado.
38
Concretamente, el hallazgo se realizó en la cueva de las Palomas de
las montañas de Taforalt, que se encuentran en el Marruecos oriental, a unos
70 km de Melilla. Los patrones de desgaste en las conchas implican que al-
142 Carolina Martínez Pulido

tenecientes a la especie Nassarius gibbosulus que parecen haber


sido deliberadamente perforadas, conservando algunas de ellas
restos de ocre rojo. Estaban asociadas con abundantes huellas
de actividad humana, como herramientas de piedra y restos de
animales.

En África se están descubriendo restos de artefactos que muestran


que la cultura de Homo sapiens hunde sus raíces en épocas más
remotas de lo que se pensaba.

Es plausible deducir que los descubrimientos del arte paleolí-


tico africano no han hecho sino añadir leña a un debate ya bastan-
te caldeado. Algunos expertos ponen de manifiesto la necesidad
de un punto de vista menos eurocéntrico y también más antiguo
sobre el origen del llamado «comportamiento moderno». Otros,
sin embargo, aunque están dispuestos a clasificar los hallazgos
de la cueva de Blombos y de Marruecos como una forma de ex-
presión artística o pensamiento abstracto se muestran reticentes.
Opinan que, pese a que los descubrimientos son el resultado de
investigaciones serias, se sentirían más predispuestos y cómodos si
hubiera más piedras grabadas o conchas perforadas, o bien si estos
presuntos símbolos se encontraran en muchos lugares diferentes.
Al menos de momento, es opinión generalizada en gran parte
de la comunidad de expertos que el arte nació en Europa hace
entre 50.000-40.000 años, y se mantienen serias dudas de que las
cuevas africanas sean el primer ejemplo de arte real.

La polémica acerca de los orígenes del arte es aún más com-


pleja y conflictiva, porque no se limita a Homo sapiens. Pese a
que en Europa las muestras de arte del Paleolítico Medio, y por
lo tanto anteriores a la llegada de Homo sapiens, son escasas, y

gunas de ellas se engarzaron, y, como en Blombos, se pintaron con ocre rojo.


Estas conchas fueron encontradas y datadas por un equipo de científicos
de Marruecos, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Su trabajo forma parte
de un amplio estudio que trata de averiguar si el estrecho de Gibraltar que
divide España y Marruecos actuó como corredor o barrera para los primeros
humanos que pasaron de África a Europa.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 143

que su asociación con los europeos de aquellos tiempos, o sea,


los neandertales, genera significativas controversias, no puede
descartarse que otras especies del género Homo también tuvie-
ran pensamiento simbólico.
En Francia existen algunos yacimientos, como la Cueva del
Reno situada en Arcy-sur-Cure, sur del país, donde se han des-
cubierto restos fragmentarios de neandertales, en los que hay
útiles preparados como colgantes (dientes y huesos perforados),
anillos de marfil y conchas marinas que probablemente se uti-
lizaron para adorno personal. Aunque esta cueva es la cantera
hallada hasta ahora que más adornos de origen supuestamente
neandertal contiene, también se han identificado conchas per-
foradas en un par de yacimientos italianos, a las que se les ha
otorgado el mismo origen. También en Francia, en los márge-
nes del río Loire, en la localidad francesa de La Roche-Cotard,
se encontró en 2003 un objeto de piedra de origen neandertal
sorprendentemente parecido a un rostro humano. Se trata de
una «máscara», fechada en unos 35.000 años, cuya forma trian-
gular de 10 cm de alto por 10 de ancho lleva insertados dos
huesos animales en las cuencas de los ojos. Junto a la máscara,
y en los alrededores de la zona, se hallaron también huesos y
herramientas.
Los datos expuestos han conducido a que diversos autores
consideren que los neandertales, o al menos algunos, utilizaban
adornos corporales y que su cultura era más avanzada de lo que
se suele admitir. No obstante, muchos especialistas, caso de
R. Klein entre ellos, defienden que el pensamiento cognitivo
neandertal era diferente al de los humanos modernos y que,
simplemente, los imitaron en la elaboración de ornamentos,
porque ambas especies convivieron a lo largo de diez mil años.
Stringer y Andrews (2005), por su parte, afirman que los nean-
dertales no parecen haber producido arte; consideran que es
prematuro sostener con cierto grado de rigor que el arte exis-
tiera antes del Paleolítico Superior.
En el año 2008, sin embargo, se analizaron cientos de frag-
mentos de dióxido de manganeso, semejantes a ceras usadas
para colorear, procedentes de una cueva francesa donde vivían
neandertales mucho antes de que los humanos modernos lle-
144 Carolina Martínez Pulido

garan a Europa. Ese pigmento negro podría haberse usado para


decorar el cuerpo. Tal testimonio demostraría que los habitan-
tes de aquella cueva fueron totalmente capaces de llegar por sí
mismos a la «conducta moderna».
La polémica se mantiene porque del supuesto arte neander-
tal solo hay piezas aisladas, mientras que el arte de los humanos
modernos ha generado en Europa una gran profusión de ob-
jetos artísticos que han ido apareciendo una y otra vez con un
estilo reconocible. De hecho, ningún experto niega que la llega-
da de Homo sapiens a Europa está claramente marcada por una
abundante presencia de objetos de adorno personal. Entonces
admiten que el progresivo uso de ornamentos que penden del
cuello, o de cuentas ensartadas en collares, así como la elabora-
ción de cinturones, brazaletes o pulseras, sea una característica
indiscutida de la humanidad moderna39.
Además, también se ha asumido que probablemente la fun-
ción de los elementos de adorno no era solo estética o deco-
rativa, sino que igualmente serviría para transmitir una infor-
mación muy importante, por vía visual, sobre sus portadores. Y
este es otro punto candente del debate. Negar a los neander-
tales la capacidad de captar el simbolismo oculto detrás de los
objetos de adorno, y por lo tanto de descifrar su mensaje, es
para muchos expertos reflejo del notable grado de arrogancia

39
El registro arqueológico ha mostrado que en Europa hubo un rápi-
do reemplazo de la cultura neandertal o musteriense por la más moderna
o auriñaciense, con la que tenía poca o ninguna interacción, pese a que de
manera ocasional se han encontrado conjuntos de artefactos que mues-
tran una fusión de ambas culturas. Así, en el oeste de Francia y el norte
de España, han aparecido algunos ejemplos de fusión, aunque bastante
escasos, de la cultura neandertal y la moderna; se trata de herramientas
pertenecientes a la llamada industria chatelperroniense. Esta cultura se
considera elaborada por los últimos neandertales. Su antigüedad oscila
entre 40.000 y 38.000 años y representa una fase de transición, una mezcla
de formas antiguas y nuevas que cronológicamente duró muy poco, hasta
la extinción de los neandertales hace unos 30.000 años. Para muchos, solo
se trata de una imitación de la cultura de los humanos modernos; para
otros, es una prueba de que Homo neanderthalensis también era capaz de
producir arte.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 145

que, con demasiada frecuencia, han asumido los humanos mo-


dernos cuando interpretan a los neandertales.

Según diversos especialistas, los yacimientos europeos anteriores a


la llegada de Homo sapiens en el Paleolítico Superior ya muestran
ciertas evidencias de que los humanos que habitaban el continente
estaban adquiriendo capacidad para pensar simbólicamente. La fal-
ta de unanimidad radica, sin embargo, en que unos autores piensan
que el simbolismo surgió solo cuando empezaron a decorarse las
cavernas con pinturas y grabados, mientras que otros sostienen que
nació mucho antes, en especies distintas de Homo sapiens.

A esta acalorada polémica es obligado añadir un ingrediente


más: el papel de la genética. Desde esta perspectiva, no solo los
demás representantes del género Homo serían incapaces de en-
tender el simbolismo, sino que hubo diferencias incluso dentro
de nuestra especie. Los datos genéticos parecen indicar que la
habilidad artística surgió únicamente en los últimos represen-
tantes de Homo sapiens, aunque sin cambios aparentes en los
restos fósiles. Admitir esta reflexión trae consigo asumir que
una «explosión creativa» marcó el nacimiento definitivo de la
mente moderna.
Apoyado por diversos colegas, el respetado Richard Klein
(2000) ha postulado que hace unos 50.000 años pudo haberse
producido una mutación genética, capaz de alterar la organiza-
ción del cerebro, proporcionando a Homo sapiens mayor adapta-
bilidad y, posiblemente, la capacidad de pensar simbólicamente.
Según sugiere Klein, un cambio genético habría permitido a
nuestros antepasados alcanzar el nivel intelectual moderno. Se
trata de un argumento muy azaroso y controvertido, aunque
su autor insiste: «creo que hubo un cambio biológico —una
mutación genética de algún tipo— que propició la capacidad
moderna de crear e innovar»40.

40
Explicar el origen del comportamiento humano moderno desde un
punto de vista biológico, tal como hace Klein, tiene la ventaja de apoyarse
en un proceso ampliamente conocido y aceptado: la ocurrencia espontánea
de mutaciones selectivamente ventajosas. La principal fuerza de esta tesis
146 Carolina Martínez Pulido

En todos los yacimientos estudiados las evidencias indiscutibles


de un comportamiento simbólico complejo están asociadas con
los humanos anatómicamente modernos. Ello, sin embargo, no
significa que especies distintas de Homo sapiens, en especial los
neandertales, fueran por completo ajenas al simbolismo, sino que
la comunidad científica carece de pruebas concluyentes sobre la
capacidad de pensamiento abstracto de las demás especies del gé-
nero Homo.

4.4. ¿Solo los hombres crearon arte? La infusa masculinidad

A pesar de que en este apartado pretendemos traer a la pa-


lestra los grandes rasgos que sostiene la ciencia acerca de los
orígenes del pensamiento simbólico reflejado en las primeras
señales de creación artística, también interesa recordar aquí el
sesgo sexista que, como en tantos otros casos, ha impregnado
los estudios del arte paleolítico.
En la inmensa mayoría de los libros de texto o de divul-
gación científica, en las revistas —especializadas o no— o
en los medios de comunicación de cualquier otro formato,
cuando se trata el tema suelen ofrecerse numerosas ilustra-
ciones, en algunos casos muy bellas, que incluyen a personas
pintando o esculpiendo y que reflejan hasta qué punto nues-

radica, por tanto, en que postula solo una más de la larga serie de mutaciones
selectivamente beneficiosas que deben subyacer a la evolución cognitiva y
del comportamiento. No obstante, el razonamiento se enfrenta a desafíos
importantes. Por un lado, no puede especificarse con precisión qué tipo de
cambio biológico tuvo lugar; por otro, es imposible encontrar pruebas a
partir de los fósiles, pues estos no revelan evidencias de un cambio biológico
entre los Homo sapiens antiguos y los más modernos. Ciertos autores piensan
que el comportamiento cambió gradualmente, y achacan tal modificación
a que hubo algún tipo de cambio cultural o demográfico. Klein, sin embargo,
cree que están equivocados y no ve evidencias que sostengan ese modelo
gradual. Los últimos avances de la genética podrían dar la razón a Klein.
Quizás proporcionen datos que sostengan que una causa biológica subyace
al cambio de comportamiento observado, y los genes serían entonces un
complemento valioso para el fragmentado registro fósil del linaje evolutivo
humano.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 147

tros antepasados fueron excelentes artistas. Sin embargo, y en


este punto queremos hacer especial hincapié, esa profusión
de ilustraciones casi nunca muestra figuras femeninas en una
actitud que corresponda a la creación artística. Las imáge-
nes que acompañan a los textos rara vez contienen mujeres,
y cuando lo hacen se las ve ociosas o se limitan a tareas de
ayudar al verdadero creador, un varón. Y la evidente pregunta
se abre paso: ¿solo los hombres fueron capaces de producir
arte?
Como señalara hace ya unos años, en 1997, la experta en
arte paleolítico Margaret W. Conkey, «no es necesario tener
una formación en el análisis visual para notar que los artistas
son inevitablemente siempre masculinos». La autora llega a
esta conclusión luego de un amplísimo estudio sobre docenas
y docenas de reconstrucciones que pretenden reflejar la crea-
tividad en el Paleolítico. En su extenso trabajo, Conkey revela
que solo ha encontrado dos imágenes en las que las mujeres
son reconocidas como artistas; y, curiosamente, ambas están
incluidas en publicaciones muy poco difundidas en el ámbito
de los arqueólogos41.
La tónica general de los últimos años no parece haber
cambiado mucho: se sigue soslayando la idea de que, con toda
probabilidad, las mujeres también fueron activas participantes
en la creación del arte paleolítico42. Es más, aunque existen

41
De las dos reconstrucciones sobre el arte en el Paleolítico halladas por
Margaret Conkey que incluían mujeres activas, una tenía como fin ilustrar
un artículo sobre el tema en una edición para jóvenes de Science Year, 1988,
y la otra estaba en un libro francés para niños, ilustrado por una mujer, Ve-
ronique Ageorges (en Ageorges and Saint-Blaquant, 1989).
42
Un investigador de la Universidad de Pensilvania, Dean R. Snow
(2006), asegura, después de haber analizado varias de las numerosas impre-
siones de manos (interpretadas como una especie de «firmas») que existen
en las cuevas del Paleolítico Superior, que gran número de esas impresiones
(aproximadamente el 75%) fueron realizadas por mujeres. Esta conclusión,
a la que ha llegado tras constatar que la longitud relativa de los dedos se
ajusta más a las proporciones de las manos de las mujeres que las de los
hombres, de confirmase proporcionaría información sobre el papel social
femenino de aquella época. El trasfondo induce a pensar que en aquellas
sociedades no se producía una segregación de género como ha ocurrido
148 Carolina Martínez Pulido

múltiples puntos de vista sobre cuándo surgió el arte, dónde


lo hizo y si hubo o no otra u otras especies, además de los sa-
piens capaces de crearlo. Tales discusiones parecen sugerir que
la llamada «explosión creativa», esa que según muchos expertos
fue el hito que marcó la llegada definitiva de la mente moder-
na, solo habría tenido lugar en el sexo masculino. Asimismo,
aquellos que acusan a sus colegas de arrogancia por su negativa
a admitir el simbolismo en otras especies, por ejemplo en los
neandertales, al parecer no han tenido ningún problema rela-
cionado con comportamientos soberbios al otorgar tan genuina
cualidad solo a los varones43.

Aunque los ecos del debate sobre los orígenes del arte apenas lo
reflejen, los datos hoy disponibles hacen suponer que las mujeres
del Paleolítico Superior eran inteligentes y creativas, y tuvieron
tanta capacidad para la creación artística como sus compañeros
varones. De hecho, producir arte es una habilidad inherente a los
humanos, al margen de si son varones o mujeres.

El complejo asunto del pensamiento simbólico, que tiene


múltiples esquinas y rincones, solo superficialmente tratadas
aquí en su cáscara más externa, cuenta entre sus numerosas
vertientes con otra cuestión no menos compleja: el origen del
género. Al parecer, fue necesario que nuestro pensamiento se
volviera simbólico para que surgiese la idea de división sexual
del trabajo. Es concretamente en este interesante e intrincado
asunto, donde queremos detenernos ahora.

en las que las sucedieron. Sin embargo, no todos los expertos apoyan la
fiabilidad de los resultados de Snow y consideran que son necesarias más
investigaciones.
43
Como se verá en el Capítulo 4, pretender dejar fuera del arte paleo-
lítico a las mujeres puede llevar a cometer grotescos errores, ya que algunas
de las mejores representaciones de la creatividad artística de aquella época
tienen precisamente forma de mujer; se trata de las célebres estatuillas pa-
leolíticas (también llamadas «Venus» paleolíticas), cuyo valor ha sido consi-
derado extraordinario por la comunidad de expertos.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 149

5. El simbolismo y el origen del género:


un salto en la metafísica primaria

5.1. Nuevos aires frente a viejos dogmas:


levantando el ancla del simplismo inercial

En 1978, el respetado paleoantropólogo Glynn Isaac, pro-


puso que entre las características más significativas que atañen
a los inicios del comportamiento propio de los homínidos, y
que los diferencian del resto de los grandes simios, están la
división del trabajo en función del sexo y el compartir siste-
máticamente la comida44. Siguiendo este razonamiento, los
homínidos empezaron a desarrollar distintos papeles en fun-
ción de su sexo (machos cazadores-hembras recolectoras) ya
desde finales del Mioceno (unos 5 o 6 millones de años atrás).
Como la caza requiere mayor fuerza física y velocidad, habría
sido una tarea propia de los machos, mientras que la recolec-
ción de alimentos vegetales sería más compatible con la menor
fuerza física de las hembras y las restricciones impuestas por
la gestación y los deberes del cuidado de la prole. Así pues, la
división sexual del trabajo se habría originado por diferencias
biológicas naturales.
Esta tesis ha estado respaldada durante largo tiempo por
la mayoría del colectivo académico masculino que la ha apro-
bado casi sin discusión, pasando incluso por alto que la or-
ganización de la vida social de nuestros antepasados —tanto

44
Pese a que la práctica de compartir la comida entre los primeros homí-
nidos del este africano es ampliamente asumida, no goza de total aceptación.
Este recelo se debe en parte a que se ha observado que entre los grandes
simios el comportamiento de subsistencia no lleva necesariamente a com-
partir la comida entre sexos. Aunque, por otro lado, sí hay casos en los que
primates del mismo sexo comparten regularmente el alimento, como sucede
con las hembras chimpancés o las bonobo que comen juntas, pero que no
hacen partícipes a los machos. También hay que señalar que en los primates
no existen evidencias de un modelo de división del trabajo; y finalmente, se
ha constatado que las hembras también cazan y con notable eficiencia (De
Waal y Lanting, 1997).
150 Carolina Martínez Pulido

de los más antiguos como de los más recientes integrantes


del género Homo— todavía presenta importantes lagunas
y es mucho lo que queda por saberse, especialmente en lo
que respecta a los papeles relacionados con el sexo de los
individuos45.
De hecho, los resultados de las investigaciones más re-
cientes, y también la reinterpretación de algunos anteriores,
parecen indicar que la división sexual del trabajo no se re-
monta hasta los orígenes de los primeros homínidos, hace
alrededor 6 millones de años, sino que habría empezado mu-
cho después, unos 50.000 años atrás. Se trataría pues de un
comportamiento propio de nuestra especie, que no está pre-
sente de manera universal, y cuya emergencia habría coinci-
dido con el arribo a Europa de los humanos anatómicamente
modernos.
Los recién llegados generaron, como hemos visto, la ex-
pansión de un amplio rango de nuevos comportamientos, en-
tre los cuales podría haber estado la separación de tareas en
función del sexo, que no sería entonces ni tan antigua ni tan
natural como se ha querido ver. Solo en lo que respecta a los
restos de Homo sapiens más recientes, insistimos, se han en-
contrado señales inequívocas de la presencia de pensamiento
simbólico. Y, aunque tal contingencia es considerada por mu-
chos como requisito para la división del trabajo en función del
sexo, no hay pruebas que indiquen que la separación sexual de
las tareas se produjera en esas fechas. Los datos arqueológi-
cos que nos sugieren con claridad que el género podría estar
presente, se remontan a unos 35.000 años, cuando aparecen
claras descripciones de mujeres como las célebres estatuillas
femeninas46.

45
No debe olvidarse que hay otras formas de organizar la subsistencia,
aparte de la división del trabajo según el sexo. Este es el caso de algunas
primates que durante la gestación o cuando tienen crías a su cargo siguen
estrategias distintas, como aumentar el tiempo de alimentación o explotar
recursos alimenticios vegetales de mayor calidad. Asimismo, ya hemos apun-
tado que las hembras con crías pueden compartir la comida y el cuidado de
la prole entre ellas.
46
Este tema se trata en el Capítulo 4.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 151

Los expertos actualmente desconocen si la división del trabajo en


función del sexo estuvo o no presente en otros homínidos además
de Homo sapiens. Sin embargo, para muchos autores tal separación
de las tareas sigue siendo un hecho universal, presente incluso en
los homínidos de hace cerca de seis millones de años. Algo que
permite considerar «natural» que las mujeres realicen una serie de
actividades «propias de su sexo».

Los últimos estudios han restado validez a los modelos so-


bre división natural del trabajo en función del sexo; entre otras
cosas, porque demuestran que en realidad no existen razones
biológicas por las que las mujeres no puedan cazar y los hom-
bres no puedan recolectar. La biología no ofrece evidencias que
justifiquen que conseguir carne sea una actividad masculina y
recolectar vegetales lo sea femenina. Diversos autores insisten
en que, debido a que no hay justificación biológica para dividir
el trabajo en función del sexo, tal segregación debe tratarse de
un constructo social 47. La necesidad de explicar comportamien-
tos actuales buscando apoyo en el pasado salta a la vista.
En 1994, la antropóloga Olga Soffer argumentaba que la
división del trabajo basada en el sexo probablemente tuvo su
origen en la transición entre el Paleolítico Medio y el Superior,
esto es, con la expansión de la humanidad moderna. Además,
Soffer, al igual que otros especialistas, sostiene que tal división
del trabajo pudo tener carácter adaptativo. Esa fue la respuesta
de Homo sapiens ante un entorno en el que las fuentes de ali-
mentos estaban dispersas y eran impredecibles: «como solución
a un problema, indica Soffer, parece haber tenido éxito». La
división sexual del trabajo sería entonces una adaptación para
vivir en grupos donde se comparte la comida. Por su parte, Bal-
me y Bowdler (2006) alegan que, al definir categorías sociales y
otorgarles tareas, se produjo una división del trabajo que llevó a
un sistema tan altamente eficiente que permitió a los humanos
modernos explorar nuevos ambientes «hasta cada esquina del
mundo».

47
El término constructo social hace referencia a algo que no es innato en
la especie humana, sino el producto de la historia cultural.
152 Carolina Martínez Pulido

Los hallazgos de las últimas décadas, o la reinterpretación de des-


cubrimientos anteriores relacionados con el comportamiento de
los homínidos del Paleolítico, están desmoronando ese dogma,
hasta hace poco incuestionado, de una división primordial del tra-
bajo entre machos cazadores y hembras recolectoras existente des-
de los más remotos orígenes de nuestro linaje evolutivo. Cada día
hay más espacio para sospechar que dividir el trabajo en función
al sexo en los homínidos anteriores a Homo sapiens, tiene que ver
como mínimo con el respeto a la naturaleza y como máximo con
trasladar al pasado remoto una forma de pensar del presente.

En suma, con los datos en la mano no puede establecerse con


precisión cuándo a lo largo de la evolución humana empezó a di-
vidirse el trabajo en función del sexo. Ello, sin embargo, no ha sido
óbice para que los estereotipos sexuales vigentes en nuestra socie-
dad hayan servido de pretexto a gran número de investigadores
masculinos para adjudicar determinadas funciones sociales a las
mujeres del pasado. Hay que reiterar cómo las funciones sociales
femeninas se han intentado describir en sociedades antiguas (in-
cluso muy antiguas), mediante un calco de la sociedad occidental
del presente, empleándose a veces con notable falta de rigor con-
ceptos y esquemas propios de la actualidad para analizarlas.
Sin pretender profundizar en los debates inherentes a un tema
que por su complejidad y extensión desborda los límites de este
capítulo, es necesario incorporar al debate otra faceta significati-
va: admitir que en algún momento a lo largo de nuestra historia
evolutiva, si las mujeres y los hombres empezaron a desempeñar
labores distintas eso no tiene por qué implicar que unas tareas
fueran socialmente más valoradas que otras. En otras palabras,
la división del trabajo en función del sexo no conduce necesaria-
mente a la subordinación de un colectivo frente a otro. Veamos.

5.2. ¿Jerarquías laborales en el Paleolítico?


La antesala de la división del trabajo

Antes de intentar dar una respuesta a esta pregunta, nos


interesa recordar que, si bien compartir la comida parece una
característica propia de los homínidos, no puede afirmarse con
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 153

certeza en qué momento de la historia evolutiva los machos


podrían haber empezado a contribuir con más carne al grupo,
mientras las hembras se habrían concentrado en los productos
vegetales. La comunidad científica no ha alcanzado un con-
senso en este tema, pero una parte importante admite que la
realización de tareas distintas por mujeres y hombres tiene un
origen reciente y pudo ser un proceso adaptativo, esto es, ha-
bría permitido a Homo sapiens desarrollar nuevas estrategias de
supervivencia. En síntesis, el que cada sexo tuviera una faena
concreta, implicaría quizás una mayor eficiencia en la explo-
tación del entorno. Sin embargo, aceptar este razonamiento
—aunque haya autores que lo discuten seriamente— es cosa
bien distinta a pretender incluir las supuestas tareas propias de
cada sexo en una escala jerárquica.
Se ha comentado en otros epígrafes que a lo largo de la
historia los quehaceres masculinos siempre se han priorizado
frente a los femeninos. El discurso androcéntrico, reiteramos,
se ha mantenido presente en todo momento a la hora de inter-
pretar nuestro pasado. Desde el punto de vista evolutivo, esto
ha sido así porque los estudiosos del tema parten, entre otras,
de la premisa según la cual las sociedades humanas de todos
los tiempos han valorado la carne como producto alimenticio
por encima de cualquier otro componente de la dieta48. Pero
sucede que hay expertas (de hecho, cada vez más numerosas y
apoyadas por colegas varones) que no están de acuerdo con esa
valoración tradicional. Por ejemplo, la respetada y ampliamen-
te citada antropóloga Margaret Ehrenberg (1989) sería una
de las pioneras en sostener que entre los primeros homínidos
el recolectar productos de origen vegetal o conseguir carne
eran actividades que tenían igual valor para el grupo, y por
tanto quienes más recolectaban disfrutaban del mismo estatus
que quienes aportaban alimentos de origen animal. Las tareas
serían entonces complementarias o diferentes, pero igualmen-
te necesarias y valoradas.

48
El papel de la carne en la alimentación humana se discute en el Ca-
pítulo 1.
154 Carolina Martínez Pulido

Las historiadoras Bonnie Anderson y Judith Zinsser sostienen, al


igual que otros autores, que si bien todas las sociedades humanas es-
tipulan ciertas tareas como propias de un sexo u otro en los pueblos
que hoy existen, tal división del trabajo no significa automáticamen-
te que las labores de un sexo sean más valiosas que las del otro.

La comunidad académica, sin embargo, al equiparar diferen-


tes tareas con jerarquías de desigualdad, ha impulsado y fortale-
cido esa tendencia generalizada que presupone la universalidad
del dominio masculino, provocando importantes distorsiones
al interpretar los orígenes de las sociedades humanas. El sesgo
androcéntrico es el que ha desenfocado tantas investigaciones
que han llevado a exclusivizar el poder masculino, incluso don-
de no hay evidencias científicas que lo certifiquen. De hecho,
los últimos avances realizados en el ámbito de la paleoantro-
pología parecen confirmar que la jerarquización de roles basada
en la dominación masculina no es ni mucho menos tan uni-
versal como se ha creído. Siendo esto así, tampoco lo sería la
pretendida subordinación femenina49. Resumiendo, es probable
que las mujeres también hayan sido creadoras de cultura, hayan
sido autónomas y hayan ostentado poder50.

No hay razones para suponer que todas las sociedades del pasado
favorecieran la opresión de un sexo por el otro. Es posible que en
muchas sociedades estratificadas las posiciones más altas en cual-
quier campo pudieran estar abiertas para uno u otro sexo. Muy
bien pudieron existir sociedades igualitarias en vez de caracteriza-
das por el dominio masculino.

En este contexto, un novedoso artículo ha avivado el siem-


pre encendido debate sobre la división sexual del trabajo en

49
La información procedente de los estudios etnográficos que hace refe-
rencia a la división del trabajo, en función del sexo en los pueblos de tecnolo-
gía simple que aún habitan en nuestro planeta, se trata en el Capítulo 5.
50
Los roles femeninos en las sociedades antiguas han alimentado un in-
teresante debate en torno al matriarcado, esto es, la existencia de sociedades
dominadas por mujeres. De este asunto se trata en el Capítulo 4.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 155

las sociedades antiguas. Se trata de una investigación sobre las


mujeres neandertales y la caza, que tiene el valor añadido de
hacer referencia a la especie humana de Homo neanderthalensis,
que quizás compartió con nosotros el pensamiento simbólico.

5.3. Las mujeres neandertales incluyen y perfilan el alcance


de los protagonismos vitales

En un artículo publicado en diciembre de 2006, los antro-


pólogos Steven L. Kuhn y Mary C. Stiner defienden una tesis
sobre la organización de la vida de los neandertales que ha
levantado una bulliciosa polémica. Sus ecos han sobrepasado
el mundo académico y alcanzado a los medios de comunica-
ción y al público en general. Partiendo de la mayoritariamente
aceptada hipótesis de que los neandertales se alimentaban de
la carne procedente de la captura de los grandes animales que
prosperaron en Europa durante el Paleolítico Medio, como el
bisonte, ciervos, gacelas y caballos salvajes, estos autores, Kuhn
y Stiner, sostienen que en tales grupos humanos toda la pobla-
ción, tanto las hembras como los machos, parece haber estado
implicada en una única y principal ocupación: la caza.
Los autores basan su hipótesis en un minucioso estudio de
las cicatrices de fracturas detectadas en los huesos de Homo
neanderthalensis51. Dado que la caza de grandes piezas es una
actividad peligrosa —al parecer, debido a la rusticidad de sus
herramientas, mataban a los animales desde muy cerca— y que

51
Los esqueletos humanos fosilizados muestran en ciertos casos señales
de lesiones producidas por heridas o fracturas. Los neandertales, en particu-
lar, parecen haber sido propensos a tales daños, lo que prueba lo peligrosas
y duras que eran sus vidas. Algunos expertos han comparado la distribución
de las lesiones de los esqueletos de neandertal con las de diferentes atletas o
deportistas, y según apuntan Stringer y Andrews (2005), el mayor parecido
se encontró con los jinetes de rodeo o domadores, habitualmente en contacto
con animales salvajes. Estos datos sugieren que muchas de las lesiones de los
neandertales podrían haber sido producidas por animales peligrosos durante
la caza. Sin embargo, no hay que olvidar que este patrón de lesiones también
es consistente con elevados niveles de violencia interpersonal.
156 Carolina Martínez Pulido

los cráneos y esqueletos analizados, tanto de las hembras como


de los machos, no muestran diferencias en las cicatrices de nu-
merosas fracturas, puede interpretarse que ambos sexos habrían
participado por igual en la captura de animales. Asumen en-
tonces los científicos que si no hay diferencias en la morfología
ni en el patrón de las heridas, probablemente los hombres y las
mujeres llevaban vidas semejantes. Kuhn y Stiner argumentan,
por tanto, que las hembras neandertales tomaban parte de las
cacerías. Además, han explicado al público que «los esqueletos
de las mujeres neandertales estaban tan robustamente construi-
dos que parece improbable que ellas simplemente se sentaran
en casa cuidando sus hijos».
Kuhn y Stiner, junto a otros especialistas en el tema, creen
que el registro arqueológico proporciona muy poca evidencia
directa de que Homo neanderthalensis dispusiese de recursos para
procesar alimentos de origen vegetal, como piedras para moler
nueces o semillas. Por el contrario, en su opinión todo parece
indicar que dependían casi exclusivamente de los grandes ani-
males para alimentar sus cuerpos fuertes y macizos. Además,
apoyan su razonamiento en que algunos análisis químicos de los
huesos neandertales indican que su dieta podría haber consisti-
dio principalmente en carne. En suma, la presencia de cicatrices
de fracturas en los esqueletos neandertales —atestiguando un
estilo de vida bastante duro— y una supuesta falta de diversidad
en la dieta son las principales señales que llevan a los dos autores
a sugerir que las hembras participaban activamente en la caza.
La idea de que las mujeres neandertales tomaban parte de
las cacerías y que, por lo tanto, no existía división de trabajo
en base al sexo, o bien esta era muy sutil, ha generado intensas
discusiones. Recordemos que se han propuesto modelos sobre
la vida neandertal, como el sugerido por Lewis Binford en la
década de 1960, que sostenía que las mujeres y los hombres de
esa especie vivían separados y solo se reunían para aparearse52.

52
El arqueólogo Lewis Binford formó parte de un equipo que excavó
en la cueva refugio de Combe Grenal, en Francia. Basándose en sus ob-
servaciones, llegó a la conclusión de que la vida neandertal se organizaba
en dos zonas separadas dentro de la cueva. En el centro se encontraba el
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 157

La distribución del espacio que habitaban ha sido tradicio-


nalmente admitida como prueba palpable de que las hembras
y los machos neandertales desempeñaban funciones sociales
distintas.
No obstante, y más recientemente, Erik Trinkaus (1993),
otro respetado paleoantropólogo, ha argumentado que si bien
se pueden documentar los diferentes usos del espacio de una
cueva analizando la distribución de distintas herramientas,
«pretender que las diferencias representan a hombres y muje-

«nido», compuesto por depósitos de ceniza que emanaban calor, y en él se


hallaron herramientas simples fabricadas con materiales de piedra local,
y dispersos algunos huesos largos y fragmentos de cráneos de animales.
Según ha señalado el conocido paleoantropólogo Ian Tattersall (1995),
«Binford creía que el nido estaba ocupado por mujeres sedentarias, que
recolectaban plantas en el área local y cocinaban en pequeños fuegos»;
probablemente, en el nido también se extraía la médula ósea de los huesos
de animales despiezados. La otra zona de la cueva, más externa y al parecer
sin nombre concreto, se localiza cerca de la entrada; sus sedimentos de-
mostraban que allí habían ardido fuegos con mucha más frecuencia que en
el nido; las herramientas de piedra encontradas estaban talladas con mayor
detalle y se habían construido con material local y no local; aquí también
se han hallado huesos de animales. La extracción de la carne (el despiece)
era probablemente la principal actividad de esta zona que, siempre según
Binford, era ocupada solo por los hombres; allí procesaban la carne de los
animales de los que se alimentaban y con cierta periodicidad retornaban
al nido con huesos y cráneos para las mujeres y los niños. Los restos óseos
encontrados en ambas áreas a menudo eran parte de un mismo animal,
lo que demuestra que los dos sitios estaban en uso simultáneamente. En
opinión del científico, los hombres y mujeres neandertales principalmente
interactuaban para aparearse.
Solamente Binford ha propuesto una separación tan radical de los sexos.
Su modelo, todo hay que decirlo, no cuenta con el apoyo de los especialistas.
En este sentido, el experto en neandertales, Paul Mellars, ha argumentado
que la distribución del uso de las herramientas probablemente podría estar
basada en su función, más que en papeles sociales. Por ejemplo, los utensilios
para la extracción de la carne se encontrarían naturalmente en aquellas áreas
donde los animales se despiezan. Estas áreas se localizarían algo alejadas de
los centros de actividad social (como el nido), ya que en ellas se lleva a cabo
una tarea aparatosa que ensucia y mancha el entorno. El nido, por el contra-
rio, sería un área social común para todos los miembros del grupo, y por ello
estaba localizado en el centro de la cueva. La función separaría entonces las
áreas, y no el papel de hembras y machos.
158 Carolina Martínez Pulido

res es solo una conjetura». En esta misma línea, la autora Gina


Matthiesen (2002) ha hecho hincapié en la escasez de críti-
cas que destaquen un hecho evidente: la innegable semejanza
entre la propuesta defendida por ciertos científicos sobre los
papeles sexuales de los neandertales y los estereotipos ideales
de comportamiento de mujeres y hombres en la vida moder-
na de la sociedad occidental. Literalmente, han propuesto lo
de siempre: los hombres traen la comida a casa mientras las
mujeres se dedican al hogar. Matthiesen destaca la necesi-
dad de subrayar que los datos hoy disponibles muestran con
nitidez que las mujeres neandertales eran personas fuertes y
autosuficientes.

Los estudios llevados a cabo sobre los fósiles neandertales han


puesto de manifiesto que estos humanos tenían una constitución
marcadamente robusta. En la actualidad, se ha constatado que las
hembras disfrutaban también de una notable fortaleza física y que
probablemente gozaban de una marcada autonomía. Podrían fa-
bricar sus propias herramientas, procesar pieles (pellejos o cueros)
y disponer de un elevado número de recursos, al menos tantos
como sus compañeros varones.

Volviendo al modelo propuesto en 2006 por Kuhn y Stiner,


señalemos que el gran alboroto generado no solo se debe a que
defiende que las mujeres y los hombres neandertales cazaban
juntos: también proporciona nuevos argumentos para un vie-
jo debate todavía abierto, ¿por qué Homo neanderthalensis se
extinguió mientras que Homo sapiens sobrevivió, pese a haber
compartido más de 10.000 años el territorio en Europa?
Es precisamente en los diferentes papeles jugados por las
mujeres en las sociedades de ambas especies donde Kuhn y Sti-
ner creen haber encontrado una buena respuesta. Dado que los
humanos modernos explotaron su ambiente con mayor efica-
cia, porque los hombres cazaban grandes animales y las mujeres
reunían alimentos de origen vegetal, razonan estos científicos
que sus poblaciones sobrepasaron en continuidad a las de los
neandertales. En otras palabras, y siempre según estos autores,
la división del trabajo habría proporcionado a las poblaciones
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 159

de Homo sapiens en expansión una ventaja demográfica sobre


sus coetáneos europeos.
Si los modernos tuvieron alguna ventaja evolutiva, Kuhn y
Stiner se la atribuyen a las mujeres. Así, mientras las neanderta-
les contribuían a la caza igual que los hombres, las sapiens desa-
rrollaron habilidades como preparar piedras para moler nueces
y semillas, manipular ciertos materiales como por ejemplo las
pieles de los animales para defenderse mejor del frío, y la im-
portante tarea de mejorar las condiciones de sus refugios. Tales
actividades proporcionarían a la humanidad moderna acceso a
fuentes más diversas de alimento y mayor protección ante las
condiciones adversas del tiempo53.

Según diversos autores, la elaboración de utensilios cada vez más


complejos, sumada a una división sexual del trabajo, habrían pro-
piciado que las poblaciones de Homo sapiens tuvieran una mayor
tasa de reproducción. «La ventaja competitiva de la que disfruta-
ron los humanos modernos no procedió únicamente de nuevas
armas y útiles, sino de la forma bajo la cual organizaban sus vidas
y la distribución de las tareas entre los hombres y las mujeres»,
afirman Kuhn y Stiner.

Del modelo de la neandertal cazadora también se desprende


que la división económica del trabajo según el sexo habría emer-
gido en fechas relativamente recientes en la historia evolutiva
humana. Ya hemos apuntado que la evidencia arqueológica se-
ñala un cambio revelador en la vida de los humanos modernos
en una fecha alrededor de hace 50.000 años, y en ello inciden
Kuhn y Stiner. De ahí que ambos creyeran haber «detectado,
en base a muchos años de trabajo en el área del Mediterráneo,
algunos cambios significativos en la dieta»; justamente en el

53
Los artefactos elaborados por los neandertales eran más sencillos que
los construidos en el Paleolítico Superior por los humanos anatómicamente
modernos. Entre los objetos producidos por Homo neanderthalensis no se han
encontrado utensilios que sirvieran, por ejemplo, para coser ropas resistentes
al frío, como agujas de hueso, o albergues artificiales, a diferencia de los
yacimientos de Homo sapiens.
160 Carolina Martínez Pulido

período de tiempo en que afloran las primeras evidencias de


arte y construyen nuevas herramientas para diversas labores.
Las respuestas al artículo de Kuhn y Stiner, sin embargo,
brotaron rápidamente desde los diversos ámbitos dedicados
a los estudios de la evolución humana, generando un amplio
espectro de variadas opiniones. El paleoantropólogo de la Uni-
versidad de Harvard, David Pilbeam, ha calificado el artículo
de Kuhn y Stiner de «muy estimulante y profundo» y considera
válido el mecanismo propuesto para explicar por qué declinó
la población neandertal. Su foco era que la división del trabajo
entre los sexos, probablemente surgida en un ambiente tropical,
podría proporcionar una explicación para el ímpetu demográ-
fico que impulsó la expansión de los humanos modernos fuera
de África. Otros expertos se suman a este razonamiento, ad-
mitiendo que el surgimiento de los roles de género fue crítico
para el dominio del planeta por Homo sapiens54.
Richard Klein, como veíamos en el epígrafe anterior, también
defiende el argumento de que nuestra especie experimentó un
cambio importante hace unos 40.000-50.000 años. Este autor, no
obstante, hace referencia a que fue una modificación física en la
estructura del cerebro lo que permitió desarrollar virtudes como
un lenguaje rico capaz de transmitir unidades complejas de infor-
mación entre los individuos. Esa particularidad propició que los
humanos modernos adelantaran a los neandertales. Klein se mues-
tra escéptico ante la afirmación de que los neandertales no tenían
división del trabajo. En su opinión, la separación de las tareas según
el sexo ocurrió muy atrás en el tiempo, hace millones de años.
Frente a las aseveraciones de este tipo, Kuhn y Stiner ar-
gumentan que su trabajo no defiende la falta total de papeles
distintos para mujeres y hombres en la cultura neandertal. Sos-
tienen que ellos solo afirman que eran menos diferenciados,
54
Algunos autores afirman que, pese a que Stiner y Kuhn podrían estar
en lo cierto en lo que respecta a su hipótesis sobre un cambio en el papel de
las mujeres y los hombres, quizás su marco temporal está equivocado. Seña-
lan que unos 30.000 años atrás es la fecha más probable para que sucediera
tal cambio. Pero Stiner y Kuhn sostienen que, mientras no se encuentren
más evidencias físicas, el cambio cultural debió haber ocurrido unos 20.000
años antes, o sea, unos 50.000 años atrás.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 161

más similares. «Parece que en el Paleolítico Medio, en la época


de los neandertales, las mujeres y los hombres [trabajaban] bá-
sicamente unidos. Puede que tuvieran diferentes labores asig-
nadas, pero siempre dentro de un esquema en el que todos
permanecían juntos y se movían en respuesta a sus necesidades
de grandes piezas de animales».
El antropólogo de la Universidad de Wisconsin, John
Hawks (2006), por su parte, se muestra poco afín a la hipó-
tesis de Kuhn y Stiner, porque confiere demasiada rigidez al
comportamiento neandertal al sostener que estos no adoptaron
una estrategia de organización basada en la división del trabajo,
pese a que tal estrategia era beneficiosa para los humanos mo-
dernos en el mismo hábitat. En realidad, existen pruebas de que
los neandertales tenían flexibilidad en su dieta, ya que en mu-
chos sitios también recurrían a los animales pequeños, organis-
mos marinos e incluso recolectaban plantas. El profesor Hawks
considera que la inflexibilidad del comportamiento neandertal
es un argumento necesario para la hipótesis de Kuhn y Stiner.
Si esta especie se hubiera comportado de manera flexible, en-
tonces no se habría producido impedimento alguno para que
las hembras explotaran la recolección de plantas y la captura
de animales pequeños. Hawks concluye que si se demostrara
que los neandertales sí recolectaban plantas (asunto que muchos
expertos defienden), el argumento sobre la organización social
como causa de su extinción se debilitaría notablemente.
La flexibilidad del comportamiento neandertal se ha puesto
de manifiesto en pequeños desgastes observados en la den-
tadura, y que son característicos de poblaciones procedentes
del noroeste y norte de centroeuropa (Pérez-Pérez et ál., 2003;
Lalueza, 1996). Basándose en datos obtenidos a partir de espe-
címenes que muestran diferentes modelos de desgaste dental,
Pérez-Pérez y sus colegas sugieren que no solo los neandertales
tenían una gran flexibilidad en su dieta, sino que también pue-
den haber dependido más de lo supuesto de las plantas, sobre
todo durante los períodos climáticos más fríos. Y este modelo
ha ido cobrando fuerzas en los últimos años.
Ciertamente, considerando los datos hoy disponibles, acor-
des con una perspectiva menos estereotipada, la idea tan ex-
162 Carolina Martínez Pulido

tendida de que los neandertales conformaban una sociedad


invariablemente carnívora y controlada por eficientes machos
cazadores de grandes piezas está empezando a revelarse incon-
sistente. Cada vez resulta más evidente que aquellos humanos
eran capaces de seguir estrategias de recolección de alimentos
vegetales, experimentar con ellos para usarlos en su nutrición,
e incluso muchos comieron las suficientes plantas como para
que dejaran huellas en sus dientes.

La industria lítica de los neandertales, acumulada durante miles


de años, no puede ser interpretada únicamente en relación con
la caza de grandes piezas. Es muy probable que sus elaboradas
herramientas también fueran usadas para la captura y el despiece
de animales pequeños o ya muertos, y para machacar, cortar o
desenterrar productos de origen vegetal.

En este agitado asunto no se encuentran datos serios que


permitan afirmar que los neandertales se extinguieron porque
las mujeres cazaban en vez de recolectar. Lo que sí existe, en
cambio, son razones de peso que apuntan a la flexibilidad de
la dieta de los neandertales, e incluso de otros humanos más
antiguos, lo que les habría permitido explotar sistemáticamente
las plantas y las estrategias para atrapar animales si todo ello
incrementaba su adaptación.
Caryl Rivers (2007), profesora de periodismo de la Uni-
versidad de Boston, ha respondido a la tesis de Kuhn y Stiner
afirmando que no fue la igualdad entre mujeres y hombres lo
que acabó con los neandertales. La autora opta por sumarse
a una idea que en la actualidad está ganando adhesiones: los
neandertales, igual que los primeros humanos modernos, no
fueron aguerridos cazadores como defiende el modelo conven-
cional. Eran principalmente carroñeros que aprovechaban la
carne de animales muertos, ya fuera por otros predadores o
de manera natural (algunos, según su entorno, incluso pueden
haber enriquecido su dieta con mariscos y tortugas)55. Asimis-
mo, en los lugares del este de Europa en que habitaron, parece
55
Este tema se trata con más amplitud en el Capítulo 1.
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 163

probable que usaran sofisticadas herramientas de piedra para


moler; e igualmente, recolectaron semillas vegetales en Oriente
Próximo o nueces y otros frutos en la península Ibérica.
Esta tesis, que no es nueva pero que ha renacido con re-
novada energía, se basa en que para conseguir carne, lo más
frecuente sería que los neandertales al igual que los primeros
sapiens se limitasen a la caza comunal de las presas más vul-
nerables, actividad en la que participarían los más jóvenes y
vigorosos, tanto hombres como mujeres. La captura de grandes
animales sería altamente improbable, sobre todo porque los
humanos del Paleolítico disponían de instrumentos de piedra
poco apropiados para la caza; estos utensilios, al parecer, solo
pudieron elaborarse mucho después, cuando se inventaron las
armas de metal.

Los utensilios usados por los neandertales y los primeros sapiens


desmitifican la tantas veces enarbolada teoría del gran cazador
paleolítico. Los análisis más modernos tienden a mostrar que esas
herramientas serían sumamente ineficaces para un enfrentamiento
directo con los corpulentos y poderosos animales paleolíticos. Las
ideas preconcebidas, sin embargo, aún lastran el pensamiento de
no pocos paleoantropólogos.

En suma, la información actual más rigurosa solo permite


sostener con certeza que las sociedades jerarquizadas y el tra-
bajo especializado parecen haberse producido de manera regu-
lar y sistemática cuando nuestros antepasados se asentaron y
empezaron a establecer sociedades agrícolas. Todo ello sucedió
en el Neolítico, período que abarca desde unos 10.000 a 3.000
años antes del presente, pero en el que no entraremos ya que
desborda el contenido de este trabajo.

6. Comentario final

A lo largo de nuestra historia ha existido la generalizada


creencia de que las mujeres por el hecho de ser madres son in-
capaces de llevar a cabo otras actividades de forma paralela. El
164 Carolina Martínez Pulido

conocimiento hoy disponible, sin embargo, pone de manifiesto


que dar vida no impide que las mujeres participen en gran nú-
mero de actividades. De hecho, los últimos avances realizados
en el ámbito de la paleoantropología parecen confirmar que las
hembras han desarrollado múltiples actividades durante la evo-
lución de nuestro linaje. Es probable que las mujeres también
hayan sido creadoras de cultura, tenido iniciativas autónomas
y hasta ejercido y ostentado poder.
Por otra parte, la división del trabajo en función del sexo
tiene todo el aspecto de ser un acontecimiento de aparición
reciente. Son cada vez más numerosos los autores que incluso
sospechan que se trata de un producto exclusivo de Homo sa-
piens. Además, los datos apuntan que tal parcelación no trajo
consigo, al menos en sus inicios, una jerarquización de las ta-
reas. En otras palabras, es probable que en el pasado los que-
haceres masculinos no tuviesen mayor protagonismo ni centra-
lidad que los femeninos. La separación y jerarquización de las
tareas basadas en la dominación masculina no sería entonces
tan universal, antigua y natural como se ha creído. Por lo tanto,
tampoco lo sería la pretendida subordinación femenina.
Asimismo, los últimos estudios demuestran, entre otras co-
sas, que en realidad no existen razones biológicas por las que las
mujeres no puedan cazar y los hombres no puedan recolectar.
La biología desprejuiciada no ofrece evidencias que justifiquen,
por ejemplo, el que conseguir carne sea una actividad masculina
y recolectar vegetales lo sea femenina. O, dicho de otra manera,
no hay coartada biológica para dividir el trabajo en función del
sexo, y por lo tanto esa segregación debe considerarse un pro-
ducto emanado desde postulados socioculturales.
Lo expuesto, sin embargo, no impide que los estereotipos
sexuales vigentes en nuestra sociedad continúen sirviendo de
pretexto argumental a gran número de investigadores. Con
ellos adjudican determinadas funciones sociales a las mujeres
del pasado, intentando describir las sociedades antiguas (inclu-
so muy antiguas) como si fueran un calco de la sociedad occi-
dental del presente. Por este camino, la comunidad académica
todavía sigue, en muchos casos, impulsando y favoreciendo esa
tendencia generalizada que presupone la universalidad del do-
Aspectos del comportamiento de los homínidos… 165

minio masculino, con el consiguiente riesgo de distorsionar,


amputar el espectro visual, de los orígenes de las sociedades
humanas.
En definitiva, a la luz de las nuevas investigaciones, no hay
razones para suponer que en todas las sociedades del pasado
existieran motivos para la opresión de un sexo por el otro. Es
posible que en muchas sociedades estratificadas, las posiciones
dominantes en cualquier ámbito estuvieran abiertas para uno
u otro sexo. Y no es descartable que pudieran existir sociedades
igualitarias, en vez de caracterizadas por el dominio masculino.
Todavía queda mucha investigación y resultados con potencial
orientador y esclarecedor.
This page intentionally left blank
Capítulo 4

Nuestras antepasadas paleolíticas,


aquellas desconocidas que fueron marginadas
de la acción constructiva
Hay una gran desconexión
entre lo que se ha demostrado científicamente
y lo que la gran mayoría de la gente cree.
Lynn Margulis

1. Introducción

C
on la llegada de Homo sapiens a Europa hace unos 45.000
años, comenzaba el Paleolítico Superior, período prin-
cipalmente caracterizado por una enorme explosión de
actividad cultural, cuyas manifestaciones más notables son las
pinturas realizadas sobre paredes de cuevas (arte parietal) y la
talla de pequeñas esculturas (arte mueble)1. La gran mayoría de
los expertos que han estudiado este extraordinario arte ha mos-
trado su fascinación y su sorpresa frente a obras en las que, a
pesar de su antigüedad, puede reconocerse con nitidez la mano
de humanos que ya eran como nosotros.
En torno a tan apasionante tema, se han publicado innume-
rables trabajos que, como es de imaginar, ofrecen una variedad

1
En el Capítulo 3 se señala la importancia del arte prehistórico y su
relación con los orígenes del pensamiento simbólico.
168 Carolina Martínez Pulido

enorme: los hay eruditos y de divulgación, extensos y breves,


detallados y generalistas, e igualmente con mayor o menor re-
conocimiento por parte de los colegas. Pero, pese a esa plurali-
dad, casi todos tienen un sello común: un inconfundible sesgo
androcéntrico. Sostienen, al parecer sin albergar duda alguna,
que aquellas figuras tan esmeradamente reproducidas sobre las
paredes de las cuevas o sobre piedras u otro material, fueron
elaboradas por los miembros varones de cada grupo: eran ellos
los que realmente poseían el talento creador reflejado en el pro-
digioso catálogo artístico que ha perdurado hasta el presente.
Y esta visión sexista de la creatividad, aunque no cuenta con
pruebas que puedan demostrarla, se ha mantenido durante lar-
go tiempo con el incondicional respaldo de un colectivo cientí-
fico esencialmente masculino. Una versión que ha encontrado
una complicidad pasiva en la divulgación hacia el gran público
y en los textos de enseñanza.
Las mujeres, siempre de acuerdo con ese particular andro-
centrismo que impregna la interpretación de nuestro pasado,
quedaron excluidas de la ingente capacidad humana que es
crear arte. Ellas debían centrarse en la reproducción y la crian-
za de su prole, además de en la recolección vegetal y, tal vez, en
la pesca o captura de animales pequeños que eran asequibles
en su entorno. Dado que el espléndido arte parietal paleolítico
contiene muy poco de esas únicas tareas que supuestamente las
mujeres tenían a su cargo, su papel secundario resulta evidente.
Así pues, dogmatizan algunos, desde los tiempos más remotos
ellas apenas tomaron parte en el desarrollo de la humanidad.
Pero menospreciar el papel femenino en relación con las
manifestaciones decorativas y artísticas de aquel lejano pasado
es, al menos, muy discutible, porque precisamente del Paleo-
lítico Superior proceden unos de los ejemplos más hermosos
del denominado arte mueble antiguo. Se trata de pequeñas
estatuillas que representan a mujeres desnudas o semidesnu-
das talladas con asombrosa meticulosidad sobre muy diversos
materiales. Inicialmente, cuando estas figuras se descubrieron,
se las llamó «Venus» paleolíticas, aunque ese nombre, como se
verá más adelante, ha sido rechazado por un creciente grupo de
investigadoras que, en un esfuerzo por examinar y replantear
Nuestras antepasadas paleolíticas… 169

el papel de las mujeres en las sociedades pasadas, sostienen que


es más riguroso denominarlas Estatuillas paleolíticas o, simple-
mente, Mujeres paleolíticas2.
La interpretación de estas pequeñas esculturas ha estado
alimentando un sinfín de apasionados debates que se han ex-
tendido a lo largo de más de un siglo, con la participación de
numerosos estudiosos, y cuya dialéctica aún permanece abier-
ta. El núcleo del problema radica en que, como han señalado
diversos especialistas, al tratar de interpretar ese primigenio
arte, lo importante no es lo que el, o la artista, estaba repre-
sentando, sino lo que pensaba que estaba representando. Y es
válido cuestionarse seriamente si una persona actual es capaz de
interpretar la mente de alguien que vivió en el Paleolítico. Los
autores más escépticos declaran al respecto que, al igual que
sucede con muchos otros artefactos prehistóricos, el significado
cultural de estas estatuillas quizás no se sepa nunca. Se trabaja,
por consiguiente, con material muy valioso en su catalogación
patrimonial, pero con una fuerte dimensión subjetivada.
Con todo, un tema que ha atraído, maravillado y hasta con-
movido a tantos especialistas y público no especializado, no
puede dejar de atrapar nuestra atención, máxime cuando afecta
de lleno a las mujeres paleolíticas. Detenernos ante estas es-
pléndidas representaciones, aunque sea para traer a la palestra
una perspectiva no muy destacable en las agendas de ese perío-
do, tiene un indiscutible interés.

2. Un mundo rico en figuras femeninas

Diseminadas por lugares muy variados de Europa, desde la


segunda mitad del siglo xix han ido saliendo a la luz multi-
tud de pequeñas y fascinantes estatuillas de mujeres paleolíticas
que han llamado poderosamente la atención de todos aquellos

2
No todas las representaciones femeninas paleolíticas han recibido el
nombre de Venus; algunas se han bautizado con otros apelativos, como por
ejemplo La Dama de la Capucha o La Mujer de la Cuerna, ambas encontradas
en el sudoeste de Francia.
170 Carolina Martínez Pulido

que han sabido de su existencia. Con un tamaño entre 5 y 25


centímetros de altura, talladas en piedra, marfil, hueso, astas,
madera o esculpidas en arcilla, estas delicadas esculturas compo-
nen la categoría principal de representaciones humanas de arte
mueble paleolítico. Su distribución geográfica es muy amplia, ya
que abarca desde el sur de Francia y norte de Italia hasta llegar, a
través de Europa central y oriental, a las llanuras de Siberia. Cu-
riosamente faltan en la península Ibérica, a pesar de que a veces
se citan los dos ejemplares de El Pendo y La Pileta. Por lo gene-
ral se han encontrado en lugares de habitación, esto es, dentro de
cuevas o refugios, más que en enterramientos o funerales3.

Las primeras cerámicas del mundo hasta ahora conocidas no fue-


ron recipientes o contenedores, como suele pensarse, sino peque-
ñas figuras de arcilla que representaban mujeres.

Desde el momento en que se descubrieron, las estatuillas


resultaron tan sugestivas que han sido y lo siguen siendo, un ver-
dadero acicate para la imaginación de quienes las contemplan.

3
Las estatuillas femeninas más antiguas, según ciertos investigadores,
no proceden de Europa, sino del norte de África (Marruecos) y de Oriente
Próximo (Altos del Golán), donde se han encontrado dos objetos antropo-
mórficos que podrían reflejar los primeros intentos de recrear una forma
humana. Se trata de dos supuestas estatuillas de gran antigüedad, la primera,
llamada Venus de Tan-Tan, cuya edad se calcula entre 300.000 y 500.000
años, que mide 6 cm y está hecha de cuarcita y presenta indicios de haber
sido pintada con ocre rojo, lo que apunta a una posible importancia simbóli-
ca. La segunda, bautizada como Venus de Berkhat Ram, es algo más reciente,
de unos 230.000 años; mide 3,5 cm de largo y está elaborada sobre roca
rojiza y presenta al menos tres incisiones realizadas con una piedra de bordes
afilados. Estas incisiones parecen hechas para marcar el cuello y los brazos
de la figura, y se han asociado a ejercicios de arqueología experimental. Las
dos supuestas estatuillas generan importantes desacuerdos, ya que para al-
gunos se trata de objetos que han alcanzado forma parecida a la humana por
causas totalmente fortuitas, posiblemente debidas a la erosión natural, mien-
tras que para otros su forma se ha provocado a propósito. El aspecto quizás
más conflictivo radica en que la edad de estas figurillas señala claramente
que no fueron producidas por Homo sapiens, sino por otra especie: Homo
heidelbergensis u Homo erectus, y son muchos los expertos que dudan que
aquellos humanos ya fueran capaces de crear arte.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 171

Constituyen una fuente de entusiasmadas controversias que ha


inspirado innumerables reflexiones. Hay diversas razones que
pueden explicar por qué este tema es tan controvertido, pero hay
una que destaca sobre las demás: la proporción de representa-
ciones femeninas frente a las masculinas. Se han encontrado al-
rededor de doscientas estatuillas de mujeres, mientras que las de
varones del mismo período son sumamente escasas4. Este signi-
ficativo hecho ha fomentado los más diversos litigios en torno a
la relevancia del papel de la mujer en aquellas sociedades.

Las estatuillas femeninas, o sus fragmentos, encontrados en gran


parte de Europa y de Asia, son las tallas tridimensionales más
representativas del Paleolítico Superior. Componen una hermosa
forma de arte que aparece una y otra vez a lo largo de un perío-
do de al menos 20.000 años en una vasta extensión geográfica y
con un marcado rango de variación. Según los expertos James M.
Adovasio y Olga Soffer (2007), ninguna figura humana anterior
las puede igualar y, además, tuvieron que transcurrir miles de años
antes de que apareciera algo comparable.

La mayor parte de estas enigmáticas esculturas representan


a mujeres desnudas o semidesnudas que muestran sus caracte-
res sexuales nítidamente marcados, razón por la que muy pron-
to, como decíamos, se las conoció con el nombre de Venus. La
primera se encontró en 1864 en Laugerie-Basse, La Dordogne
de Francia, y su descubridor fue el marqués Paul de Vibraye.
Era un pequeño cuerpo de 7,7 cm sin brazos, piernas ni cabeza,

4
No todas las representaciones femeninas del Paleolítico Superior son
estatuillas; también existen figuras de mujeres talladas en bajorrelieve en
las paredes rocosas de las cuevas. Se trata de sencillos y profundos surcos
que nos muestran siluetas de perfil con senos y caderas protuberantes, en su
mayoría sin cabeza ni extremidades. Su cronología se sitúa en unos 27.000
a 30.000 años de antigüedad. A esa misma época pertenecen las imágenes
de genitales femeninos, algunos grabados con gran realismo y otros más
esquemáticos; se trata de triángulos púbicos y vulvas. Aunque los expertos
están de acuerdo en que el arte paleolítico tiene muy pocas figuras masculi-
nas, algunos opinan que ciertas estatuillas podrían considerarse andróginas,
esto es, sin sexo visible.
172 Carolina Martínez Pulido

pero con el sexo muy definido: una pronunciada abertura vagi-


nal. Haciendo un claro uso misógino del lenguaje, se la llamó
Venus impúdica o inmodesta, en clara comparación con la figura
de arte clásico llamada Venus modesta, que era la diosa de la
belleza y del sexo. Desde entonces ese término se ha adoptado
para identificar el conjunto de estatuillas prehistóricas5.
Diversas autoras, como por ejemplo la profesora de prehisto-
ria de la Universidad Autónoma de Barcelona, recientemente fa-
llecida, Encarna Salahuja (2002), o la arqueóloga estadounidense
Joan Marler (2003), se han mostrado contrarias al apelativo «Ve-
nus», porque es un tipo de denominación que se limita a revestir
a la figuras de una mera función erótica en servicio de la ima-
ginación masculina. Y, en tal sentido, atinadamente se pregunta
Sara Milledge Nelson: «¿Podremos alguna vez superar la idea de
que las mujeres desnudas son para el gozo de los hombres, pero
que los hombres desnudos son “figuras de autoridad”?»

Debido a su desnudez y a los marcados rasgos sexuales, las peque-


ñas tallas del Paleolítico se asociaron rápidamente al arte erótico
masculino. En un entorno profundamente sexista, el nombre de
Venus alcanzó una amplia popularidad.

5
Como ha expuesto el profesor de Historia del Arte, Christopher
Witcombe, la palabra «Venus» trae de manera inmediata a la mente occi-
dental la imagen de la joven y hermosa mujer pintada por Sandro Bottice-
lli en el siglo xv (El nacimiento de Venus) que, con unos pechos pequeños,
delicadas curvas y cubriéndose el sexo con la mano, exhibe una refinada
sexualidad muy del gusto del varón moderno «civilizado». Por el contrario,
las estatuillas paleolíticas, sobre todo las más antiguas, que muestran grandes
pechos, un amplio abdomen y el sexo muy marcado, representarían el gusto
grotesco e «incivilizado» de los hombres primitivos. De aquí que el uso del
mismo nombre para todas revele cierta sorna o ironía muy propia del criterio
sexista reinante a finales del siglo xix y primera mitad del xx. Identificar a
las estatuillas como «Venus», continúa Witcombe, fue una despectiva bro-
ma masculina de los primeros descubridores, que prendió rápidamente en
el imaginario colectivo. Uno de los típicos casos de abducción lingüística-
figurativa donde la sustancia ha dejado paso al impresionismo superficial.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 173

Lo cierto es que, empezado ya el siglo xxi, la información


con que cuentan los expertos no hace sino contradecir y debi-
litar las estereotipadas interpretaciones de las celebradas esta-
tuillas. Abriéndose paso con dificultad entre la comunidad aca-
démica, los nuevos datos no cejan en señalar que las pequeñas
figuras tuvieron un significado cuya amplitud y riqueza es mu-
cho mayor de la pretendida. Es ese panorama, más equilibrado
y realista, el que pretendemos reflejar a continuación.

2.1. Numerosas estatuillas, múltiples interpretaciones

Las tallas paleolíticas, pese a lo que normalmente se cree, no


tienen un aspecto homogéneo, sino que representan una rica va-
riedad de formatos de mujeres. Las hay obesas y también esbeltas;
unas claramente están embarazadas y otras no lo están; simbolizan
tanto a jóvenes adolescentes como a mujeres maduras y ancianas,
y están de pie, sentadas, acostadas o agachadas; algunas poseen un
rostro detallado mientras que otras carecen de él y son por tanto
figuras anónimas. Por lo general, las más antiguas suelen ser de
formas opulentas, con pechos abundantes y esponjosos, vientre
grande y caderas amplias, que no ocultan su sexo sino que lo mues-
tran meticulosamente detallado. La cara, los pies y los brazos, por
el contrario, apenas se destacan6. La imagen de mujer corpulenta
y de abundantes formas, sin embargo, ha representado el prototipo
de las estatuillas del Paleolítico y, pese a que son notablemente
variadas, se han identificado todas con la célebre figura de Willen-
dorf, la más famosa de las pequeñas estatuas descubiertas.
La llamada Venus de Willendorf 7 fue hallada en 1908 en las
proximidades del pueblo austríaco del mismo nombre, Willen-

6
Llaman la atención los términos sexistas empleados en múltiples ocasiones
para describir las estatuillas hasta hace relativamente poco tiempo. Valga a título
de ejemplo los escogidos por L. R. Nougier en 1968, al referirse a las más robus-
tas como «mujeres de formas opulentas, incluso pesadas, con rostros vagos […],
mientras que los órganos sexuales son dignos de una observación clínica».
7
La Venus de Willendorf no es la primera ni la más antigua repre-
sentación de una forma femenina humana encontrada, pero sí la que más
celebridad ha alcanzado.
174 Carolina Martínez Pulido

dorf, por el arqueólogo Josef Szombathy, en una terraza situada


cerca de 30 metros por debajo del Danubio. Su antigüedad
oscila entre 24.000-22.000 años, mide unos 11 cm de altura y
está tallada con exquisito cuidado en una piedra de poro muy
fino que no es propia de esa región. Por esta razón, los ex-
pertos piensan que podría haber sido traída a esta zona desde
otro lugar. En el momento de su descubrimiento, revelaba en
su superficie trazas de un pigmento rojo ocre de significado
poco claro, pero al que normalmente se da un carácter ritual o
simbólico. Hoy se encuentra expuesta en el Museo de Historia
Natural de Viena.
La escultura muestra una mujer de vientre prominente y
colgante, con un rollo de grasa extendido por su cintura y unido
a unas anchas caderas que revelan el sexo. Sus pechos son tam-
bién grandes y orondos. La estatuilla carece de cara, por lo que
algunos han argumentado que, como el rostro es una estructura
clave de la identidad humana, la figura debe ser considerada
anónima en vez de una persona concreta. Tampoco tiene pies,
y sus brazos son muy delgados. Pese a su pequeño tamaño, esta
talla de una mujer rolliza ha alcanzado un gran protagonismo,
llegando a formar parte del inventario predilecto colectivo en
lo que al arte prehistórico se refiere.
La estatuilla de Willendorf, lo decíamos más arriba, no es
ni mucho menos única. Forma parte de un amplísimo conjunto
de figuras de las que la región geográfica que comprende lo que
hoy es Alemania, Austria y la República Checa, ha proporcio-
nado una considerable colección. Precisamente, en este territo-
rio en el año 2008, un siglo después del hallazgo de la célebre
talla austríaca, se recuperó en la cueva Hohle Fels, situada en
Swabian Jura (suroeste de Alemania), la figurilla más antigua
hasta ahora conocida: se trata de una mujer desnuda tallada en
marfil de mamut, con al menos 35.000 años de edad.
Esta talla de 6,25 cm de altura se considera la descrip-
ción tridimensional más antigua de un ser humano. Sus ras-
gos sexuales son tan exagerados que han dejado sorprendidos
a quienes la descubrieron; presenta unos pechos enormes y
proyectados hacia delante, curiosamente muy altos en compa-
ración con los caídos que exhiben otras estatuillas. Las caderas
Nuestras antepasadas paleolíticas… 175

son amplias y la vulva agrandada está tallada con gran esmero.


Tiene una cabeza minúscula en forma de anillo, lo que parece
indicar que la figura se usó como colgante —uso que también
se ha detectado en otras estatuillas que presentan perforacio-
nes—. Las dos manos están cuidadosamente esculpidas, con
los dedos visibles descansando sobre el estómago, por debajo
de los pechos. El abdomen plano está cubierto por múltiples
y profundas líneas horizontales y las imágenes microscópicas
muestran que estas incisiones fueron creadas por cortes repe-
tidos a lo largo de las mismas líneas, con afilados instrumentos
de piedra. La antigüedad de esta talla demuestra que el sim-
bolismo sexual en el arte europeo tiene una tradición aún más
larga de lo que se creía8.

La talla más antigua de un ser humano que se conoce tiene unos


35.000 años y representa una figura de mujer esculpida en marfil.

No solo Europa central ha sido pródiga en las pequeñas


estatuas. También se han hallado figuras femeninas de gran
calidad artística en el sur de Francia (aquí se encontraron por
primera vez), tanto en los Pirineos como en la región medite-

8
La edad de la estatuilla de Hohle Fels es muy importante porque
fue tallada muy poco después de la llegada de Homo sapiens a Europa. Tan
antigua expresión artística da nuevas pistas para que los académicos puedan
analizar los orígenes de la cultura europea. En este contexto, algunos arqueó-
logos, como el estadounidense Paul Mellars, sostienen que las poblaciones
de Homo sapiens que llegaron a Europa procedentes de África, dejaron en su
continente natal un rastro de arte abstracto realizado hace 75.000 años o a
lo sumo 90.000. Pero la adopción de un arte figurativo capaz de retratar la
naturaleza de un modo realista es, según estos autores, un fenómeno exclu-
sivamente europeo, sin un parangón africano más allá de los 30.000 años.
Sin embargo, otros expertos, como el prehistoriador español Javier Baena,
no creen que los Homo sapiens europeos tengan la patente mundial del arte
figurativo. Sugieren que, por ejemplo, los habitantes de la cueva sudafricana
de Blombos probablemente fueron capaces de crear este tipo de arte.
La cueva alemana de Hohle Fels ha proporcionado además otros ar-
tefactos valiosos, como un falo de piedra de unos 28.000 años de de edad,
considerado una de las primeras representaciones conocidas de sexualidad
masculina.
176 Carolina Martínez Pulido

rránea; en el norte de Italia, y en Rusia, llegando hasta Siberia.


Ciertamente, el número de tallas descubiertas es elevado y su
procedencia, múltiple.
En la República Checa, concretamente en Dolni Vestonice,
se encontró en 1925 una estatuilla que marcó un hito impor-
tante: en vez de estar tallada en piedra o en marfil, como la ma-
yoría de las de su época, estaba hecha de arcilla. Popularmente
conocida como «Venus negra», debido a su oscuro color, con
unos 26.000 años de edad, representa la figura de cerámica más
antigua encontrada hasta ahora9.

La profusa cantidad de figurillas descubiertas ha traído con-


sigo innumerables esfuerzos para explicar su significado, con-
figurando así un amplísimo abanico que abarca infinidad de
interpretaciones. No es, desde luego, nuestro objetivo, ni entra
dentro de mis posibilidades, realizar un detallado inventario de
los trabajos publicados, pese a que muchos de ellos están escri-
tos por reconocidos especialistas. En este apartado solo preten-
demos hacer hincapié en algunas de las interpretaciones más
difundidas con el fin de contrastarlas con los resultados más re-
cientes logrados por los modernos colectivos de investigadores.
Las primeras teorías propuestas para explicar el significado
de las estatuillas, formuladas entre 1890 y mediados del siglo xx,
exhibían una marcada tendencia a enfatizar roles de género, esto
es, interpretarlas como expresión de la fertilidad femenina o
como objetos eróticos para ser visualizados por ojos masculinos.
De hecho, una de las versiones tradicionalmente más aceptada
sostiene que las pequeñas estatuas representan a una deidad: la
Diosa Madre o la Diosa Tierra, en la que posiblemente creía la
gente del Paleolítico. Esta versión se apoya en que las propor-
ciones del cuerpo de muchas de ellas lleva a pensar en una mujer
9
La estatuilla fue modelada a partir de una mezcla de arcilla y hueso que
luego se calentó al fuego. Su cabeza carece de caracteres, excepto dos agujeros
para los ojos, uno para la nariz y cuatro en la parte superior, que se hicieron
cuando la arcilla aún estaba húmeda. Mide 11,5 cm, es de color negro, presenta
pechos grandes y péndulos, y unas caderas amplias. Los brazos son pequeños
y no tiene pies. Entre el abdomen y las piernas se observa una gran hendidura
horizontal que se ha interpretado como un cinturón esquemático.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 177

grávida, lo que daría a las figurillas la categoría de símbolo de la


fertilidad femenina. Otros autores, por el contrario, no están de
acuerdo con esta explicación y despojan a las estatuillas de su
carácter de diosa. Según ellos, simbolizan el canon estético de la
época y afirman que en realidad se trata de objetos con posible
valor erótico: talladas por y para el disfrute de los hombres.

En el Paleolítico Superior, lo frecuente era representar al género


humano a través de figuraciones femeninas. Este mensaje tiene
un calado profundo porque contradice el antiguo orden simbólico,
apoyado en la idea androcéntrica y falocrática que consideraba el
sexo masculino como originario y equivalente único del género
humano y el sexo femenino, dada su carencia de pene entre otras
cosas, estaba incompleto porque era biológicamente inferior. Sin
embargo, desde hace unos 35.000 años, a lo largo de casi toda
Europa y durante un período de tiempo próximo a 20.000 años, la
mujer podría haber ostentado un papel central en las sociedades de
su época; esto explicaría por qué las estatuillas son tan numerosas
y enfatizan tan claramente las diferencias en vez de las similitudes
entre los cuerpos femeninos y masculinos.

Entre el ingente número de interpretaciones disponibles (se


ha dicho que hay tantas interpretaciones como estudiosos del
tema), también se ha creído detectar en las estatuillas aspectos
raciales. Muchos han alegado que las pequeñas tallas repre-
sentan la influencia africana en la primera cultura europea: los
muslos y las nalgas muy desarrollados podrían relacionarse con
ciertos tipos femeninos de diferentes etnias originarias del sur
de África. Se trata de mujeres que muestran esteatopigia, esto
es, un llamativo abultamiento del trasero. La cuestión ha levan-
tado una oleada de opiniones encontradas, ya que para algunos
autores la esteatopigia es simplemente una característica física
real que recuerda a las mujeres khoisan, mientras que para otros
representa un símbolo de la fertilidad y la abundancia10.

10
Los antropólogos tienden hoy a designar colectivamente como
pueblos Khoi-san a los denominados con anterioridad «bosquimanos» y
«hotentotes» del sur de África. La fascinación despertada por Sara Baart-
man, una Khoi-san llamada «Venus Hotentote», que se exhibió como una
178 Carolina Martínez Pulido

La intensa búsqueda de interpretaciones para las célebres


figurillas también ha creído ver en ellas objetos de aprendi-
zaje sexual para los jóvenes; o bien se ha llegado a suponer
que solo se trataba de muñecas o juguetes para niños; o que
podrían representar algún tipo de trofeo. Incluso hay quienes
han sugerido que en las estatuillas existen indicios, señales, de
que eran unidades económicas de cambio. En este caso, tam-
poco ha faltado la interpretación relacionada con la caza. Se ha
evocado que podrían ser símbolos de alianzas entre grupos de
cazadores cuyo fin último era el intercambio de mujeres entre
tales grupos. Esta observación —que sigue publicándose en
modernos libros de prehistoria— no puede ser más sexista y
provocadora. Al igual que los distintos clanes intercambiaban
animales, o cualquier otro producto, intercambiarían mujeres,
que pasiva y sumisamente aceptaban unos tratos en los que no
tendrían participación alguna. Tampoco hay que pasar por alto
que diversos investigadores masculinos han defendido que las
estatuillas demuestran claramente la inactividad de las mujeres
paleolíticas; según este criterio, el «vientre hinchado y las am-
plias curvas» de las figuras tendrían como fin evidenciar que
aquellas mujeres eran «esencialmente pasivas, abastecedoras de
niños», o sea, meras reproductoras. De ahí su valor como objeto
de cambio.
Argumentos como los expuestos han convertido en urgente
la necesidad de traer a colación perspectivas más aireadas y
menos tenebrosas.

curiosidad etnográfica viva en Londres y París en el siglo xix, llevó a que


a principios del xx algunos autores creyeran encontrar ciertas similitudes
entre el cuerpo de algunas estatuillas y el de Baartman, que era marcada-
mente esteatopígica. Esta característica de su anatomía la volvió célebre y
propició que se hicieran numerosos dibujos o retratos para resaltar sus pe-
culiaridades, los cuales se han conservado hasta hoy día ilustrando diversos
libros, revistas, etc.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 179

2.2. Rompiendo viejos moldes:


la búsqueda de interpretaciones no sesgadas

En los últimos años, las tallas paleolíticas han acaparado


si cabe aún más la atención de los expertos, principalmente
debido a la ayuda proporcionada por el desarrollo de nuevas
técnicas analíticas y de datación. Las novedosas herramientas y
métodos han propiciado que los investigadores realicen impor-
tantes reinterpretaciones y, en algunos casos, consigan combatir
estereotipos incorrectamente generalizados.
No obstante, pese a que las cuantiosas estatuillas encontradas
en Europa y Asia son valoradas por los expertos como verdaderas
obras de arte con extraordinario interés, sorprendentemente, en
casi todas los estudios publicados late una tendencia a homo-
geneizarlas; es decir, a reunir en un único modelo, el de grandes
matronas, a las variadas figuras producidas a lo largo de más de
20.000 años en un amplio marco geográfico. Muchas de ellas, sin
embargo, no se ajustan a ese cliché tan extendido. Aquí es donde
yace uno de los principales conflictos interpretativos, puesto que
no todas las mujeres paleolíticas son gordas, tienen exagerados
caracteres femeninos o carecen de los rasgos faciales. Una consi-
derable proporción muestra un aspecto físico diferente.
Las estatuillas femeninas del Paleolítico Superior conforman
un tipo de arte extremadamente heterogéneo. Las procedentes
de los comienzos de ese período suelen ser representaciones
de mujeres obesas o con rasgos sexuales muy marcados; las de
épocas posteriores, por el contrario, dejan paso a imágenes más
realistas. Finalmente, las más recientes, muestran figuras muy
estilizadas y esquemáticas. La riqueza de esas pequeñas tallas
queda hoy reflejada tanto en su enorme diversidad como en
las múltiples teorías explicativas que en torno a ellas se han
propuesto.
La reconocida investigadora Margaret Ehrenberg, ya en
1989, denunciaba que al interpretar las estatuillas se estaba
cometiendo un abultado error, porque no hay suficientes se-
mejanzas de diseño y de contexto para entenderlas como un
uniforme evento singular. Según la explicación de esta experta,
180 Carolina Martínez Pulido

coincidente con la de otros autores que han seguido derroteros


similares, la interpretación única no parece plausible. La pro-
fesora Encarna Salahuja (2002), por ejemplo, ha denunciado
que la mayoría de los investigadores al analizar las pequeñas
imágenes casi nunca señalan las diferencias existentes entre los
ejemplares hallados, sino que se limitan a mencionar que se
trata de mujeres corpulentas, probablemente embarazadas, con
los atributos sexuales muy resaltados y con el rostro, brazos y
piernas, apenas indicados. Pero, insistimos, no todas responden
al mismo estereotipo; también hay esculturas de mujeres más
estilizadas, con cambios en zonas de interés como la cara, que
se muestra con detalles, e incluso pueden percibirse represen-
taciones abstractas.
Las representaciones de mujeres delgadas, mudos testigos de
que las tallas no eran en absoluto homogéneas, se han encon-
trado en Alemania (Gönnersdorf ), Francia (en Abri Murat y
Gave de Couze), la República Checa (en Pekárna) y en Polonia
(en Willczyce). En Siberia, por ejemplo, en un lugar llamado
Mal’ta, próximo al lago Baikal, se han hallado estatuillas esbel-
tas de aproximadamente 21.000 años de edad, talladas sobre
marfil de mamut. A diferencia de muchas otras, presentan un
rostro bien definido.
Tal como ha descrito Karen D. Jennett (2008), de la Uni-
versidad de Texas, estas estatuillas desafían las estructuras tí-
picas de las figuras paleolíticas. Mientras la mayoría de ellas
están completa o parcialmente desnudas y carecen de cara,
las siberianas se representan vestidas y muestran rostros cui-
dadosamente tallados, con nariz, ojos, boca y decoraciones en
el pelo. Asimismo, puede observarse que el triángulo púbico
está profundamente exagerado, mientras que los pechos son
pequeños.

Aunque queda más allá de mi propósito extenderme en este


tema, sí quisiera insistir en que las estatuillas paleolíticas se han
identificado de manera recurrente con diosas asociadas a la fer-
tilidad, la reproducción y la abundancia. Es una cuestión que se
ha abandonado y retomado en varias ocasiones, siendo una de
sus últimas versiones la surgida en las décadas de 1960-1970,
Nuestras antepasadas paleolíticas… 181

cuando diversos expertos volvieron a percibir en las pequeñas


tallas el aspecto femenino de una supuesta religión paleolítica.
Entre estos autores destaca la conocida arqueóloga esta-
dounidense de origen lituano, Marija Gimbutas (1921-1994),
quien, pese a que la mayor parte de su trabajo está enfocado a
los artefactos del Neolítico, ha sostenido que las tallas paleo-
líticas son las predecesoras de las grandes diosas que vinieron
después. Desde la perspectiva de esta autora, las estatuillas
femeninas del Paleolítico representan diosas, aunque no nece-
sariamente embarazadas, que constituyen una expresión de la
centralidad de la mujer en mitos y rituales. Según Gimbutas, el
concepto de deidad de las pequeñas esculturas no estaba limi-
tado a la fertilidad o a la maternidad, sino que tenía múltiples
funciones y representaciones.
Unos años más tarde, en 1981, la antropóloga y arqueóloga
Patricia Rice, especialista en arte paleolítico de la Universidad
de West Virginia, publicaba los resultados de un meticuloso
trabajo en el que resalta que las estatuillas son imágenes de
mujeres de todas las edades y no exclusivamente madres. «Las
Venus —afirma Rice— representan todo el espectro de edad
de las mujeres adultas, y por lo tanto es el sexo femenino en
general, no la fertilidad en exclusiva, lo que simbólicamente se
reconoce o se enaltece».
En una parte de su elaborado estudio, la autora analizaba a
«cada una de las 188 Venus existentes», separándolas en cuatro
categorías basadas en sus atributos corporales: prerreproducto-
ras, reproductoras embarazadas, reproductoras no embarazadas
y posreproductoras. Tras observarlas minuciosamente, encon-
tró que el grupo más numeroso estaba compuesto por mujeres
adultas no embarazadas, y que precisamente el conjunto más
pequeño de todas era el formado por mujeres gestantes11. La

11
Los resultados obtenidos por Patricia Rice (1981) fueron: el 23 por
100 de las estatuillas estudiadas representaba adolescentes de unos 15 años,
en edad prerreproductora; el 17 por 100 se trataba de mujeres jóvenes, en
edad reproductora y grávidas; el 38 por 100 eran mujeres jóvenes, en edad
reproductora y no grávidas; y, finalmente, el 22 por 100 restante se componía
de mujeres mayores, en edad posreproductora.
182 Carolina Martínez Pulido

experta concluyó entonces que no existen evidencias que sos-


tengan el punto de vista tradicional, esto es, el que defiende que
las estatuillas paleolíticas simbolizan la fertilidad. Es más, Rice
atribuyó las numerosas representaciones de mujeres al hecho
de que estas, durante el Paleolítico, probablemente constituían
como abastecedoras «la principal fuente de alimentos para el
grupo»12.
Por otro lado, y en línea con la desmitificación de la omni-
presente sobrevaloración de la figura materna, algunos autores
han subrayado que es muy probable que nuestros antepasados
paleolíticos tuviesen poco entusiasmo por la fertilidad huma-
na, ya que demasiados niños proporcionarían en aquellas duras
condiciones de vida más problemas que si fuesen solo unos po-
cos. Además, incluso dudan de que la idea de fertilidad existiera
en la mentalidad colectiva de esos grupos, pues la verían como
algo natural carente de trascendencia13.
En la actualidad, las teorías que sostienen que las estatuillas
paleolíticas representan una diosa madre, o de la fecundidad,
son consideradas por cada vez más expertos como meras espe-
culaciones que en su mayor parte ni siquiera se pueden formu-
lar como auténticas hipótesis científicas, porque es imposible
contrastarlas ni existen pruebas que permitan evaluarlas. De
hecho, el tema de las diosas paleolíticas es muy resbaladizo, ya
que, pese a lo mucho que se ha escrito sobre ellas, una parte
considerable cae dentro de lo metafísico o místico, mezclándose
por autores atrevidos en no pocos casos la investigación cientí-
fica y las evidencias arqueológicas con distorsionadas versiones
que apelan a la mitología y la astrología. Por estas razones, hoy
diversos académicos se inclinan a pensar que muchas de las

12
Rice también recurrió a los estudios etnográficos para demostrar que
el porcentaje de mujeres jóvenes embarazadas no es el mayoritario en el
sector femenino de las poblaciones naturales.
13
Un argumento esgrimido contra la idea de culto a la maternidad en
el Paleolítico es que no se han encontrado figuras que representen madres
con hijos, lo que sería la forma más directa de representar tal aspecto de la
vida femenina. Si un observador ve una mujer que sostiene una criatura,
evidentemente hubiera captado la idea con gran facilidad, representando o
resaltando su figuración.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 183

teorías sobre la diosa madre, que han alcanzado una notable


popularidad, son infundadas y exageradas.
En este sentido, hay autores que ponen en duda que incluso
las estatuillas más antiguas, en su mayoría obesas, representen
a mujeres gestantes. Por ejemplo, el profesor de Historia del
Arte, Christopher Witcombe, ha suscrito que la estatuilla de
Willendorf es una representación muy realista de una mujer
gorda y que sus semejanzas con una embarazada son producto
de especulaciones extremadas. En la misma línea, Adovasio y
Soffer (2007) confirman que las pequeñas estatuas de la época
de la de Willendorf no representan, al menos en su mayoría, a
una gestante, ni simbolizan el misterio de la reproducción y el
nacimiento, sino que representan lo evidente: una mujer entra-
da en carnes. ¿Una preferencia estética de la época?
El trabajo de Eric Colman (1998), doctor en Medicina, ha
generado aún más interrogantes en el debate, porque sostiene
que las mujeres obesas deben haber sido muy poco frecuentes
en el Paleolítico. A pesar de que no podemos descontar la exis-
tencia de algún caso singular, señala este médico, varias líneas
de razonamiento sugieren que la gordura durante los tiempos
prehistóricos sería extremadamente rara, si alguna vez existió.
El autor nos recuerda que las dietas con excesivas calorías y
grasas, el sedentarismo e incluso el envejecimiento, desempe-
ñarían con toda probabilidad un papel muy poco importante
en la vida de las mujeres paleolíticas. En efecto, las provisiones
seguramente eran escasas, la gente estaba constantemente im-
plicada en viajes para aprovechar la abundancia estacional de
los recursos alimenticios, y la esperanza de vida era corta: los
estudios de restos esqueléticos indican que la mayor parte no
sobrepasaba la treintena. Así pues, la cuestión de la obesidad
que tanto destaca, sobre todo en las estatuillas más antiguas,
sigue estando abierta a nuevas aportaciones y discusiones14.
Por añadidura, hay que recordar que la talla más antigua
encontrada hasta el momento, la estatuilla de Hohle Fels, no

14
Algunos autores sostienen, por ejemplo, que la estatuilla de Willen-
dorf no es una imagen realista, sino que más bien podría tratarse de una
figura femenina idealizada.
184 Carolina Martínez Pulido

representa a una mujer obesa. Aunque tiene un fuerte conte-


nido sexual, su vientre no aparece hinchado, ni sus senos son
pendulares.

Las teorías de la diosa madre, tan ampliamente aceptadas al inter-


pretar las estatuillas, se consideran hoy científicamente desfasadas.
Las suposiciones que hacen referencia al culto a la maternidad
olvidan que solo una pequeña proporción de las pequeñas tallas
representa a mujeres cuyo estado de gestación es evidente. Según
la experta Patricia Rice, la mayor parte de las figuras reflejan a una
mujer joven, pero no gestante.

En lo que respecta a otra difundida interpretación asignada


a las pequeñas tallas, la de su función erótica, numerosas ar-
queólogas especializadas en este análisis, y también reconoci-
dos arqueólogos, niegan tajantemente su naturaleza de objetos
placenteros para los hombres. Según su criterio, la idea de que
representaban una pornografía temprana está en la actualidad
totalmente fuera de lugar. Por eso cabe considerarla solo como
un derivado de aquella época en que quienes trataban de des-
cifrar su significado eran varones obsesionados con el hombre
cazador que tallaba piedras y marfil y que tenía mujer pasiva
a su disposición. Hoy día, es muy difícil sostener con un mí-
nimo rigor que las figurillas fueran simplemente pornografía
masculina.
Arqueólogas de prestigio, como Olga Soffer, de la Univer-
sidad de Illinois, o Pamela Vandiver, de la Universidad de Ari-
zona, sugieren que las estatuillas muy bien pudieron formar
parte de algún tipo de ritual15. Estas autoras no son las úni-
cas especialistas que niegan que las pequeñas estatuas fueran

15
Soffer y Vandiver pasaron años estudiando estatuillas —tanto las que
representan seres humanos como las de animales— hechas de arcilla y en-
contradas en el famoso yacimiento de la República Checa, Dolni Vestonice.
Algunas de las tallas estaban troceadas siguiendo modelos de fragmentación
resultantes de un impacto térmico (parecía que habían explotado bajo la ac-
ción del fuego). Tales observaciones llevaron a Olga Soffer a suponer que las
pequeñas figuras podrían haber formado parte del algún tipo de ceremonial
durante el cual eran arrojadas a las llamas.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 185

producto de las fantasías sexuales de los hombres. Margherita


Mussi, arqueóloga de la Universidad La Sapienza de Roma, y
muchos otros, también han visto fuertes conexiones rituales
con las diminutas estatuas16.

La interpretación de las estatuillas como si fueran objetos sexua-


les para la satisfacción y el placer masculino refleja una actitud
manifiestamente sexista. No solo relega las mujeres a un papel de
espectadoras pasivas de la vida creativa de la prehistoria, sino que
sus cuerpos son relevantes nada más que como representación de
los intereses y preocupaciones de los hombres.

Indudablemente, el contexto que rodea a las estatuillas está


cargado de discrepancias, divergencias y desacuerdos. La expli-
cación más probable a este clima especulativo es la dificultad
que acarrea entender unos objetos tan antiguos con una fal-
ta total de documentación escrita. De ahí que los argumen-
tos ofrecidos para tratar de aclarar qué inspiró su creación, o
cuál es su naturaleza, sean tan variados y contrapuestos. Henri
Delporte lo expresaba claramente en 1993, afirmando que «ha
habido un acusado desequilibrio entre la precaria información
disponible y la exuberancia de la literatura producida».
Son muchos los académicos que admiten que una explica-
ción concluyente sobre la naturaleza de esas tallas tan asom-
brosas sea virtualmente imposible. Cualquier supuesto sobre
su verdadero significado conlleva un ineludible grado de espe-
culación. Con todo, existe cierto consenso cuando se afirman
supuestos como los siguientes:

• Las estatuillas femeninas superan en gran número a


las masculinas; se expanden por muchas sociedades, en
16
Pese a que en la actualidad la mayor parte de los investigadores no asu-
me la interpretación de las estatuillas como representaciones pornográficas,
cuando en 2008 se halló en Alemania la de Hohle Fels, de nuevo se desató
la polémica. El arqueólogo Peter Mellars, considerado por muchos como
un autor muy controvertido, ha afirmado en una entrevista que «la pequeña
estatuilla estaba sexualmente exagerada hasta el punto de parecer pornográ-
fica», lo que provocó considerables protestas por parte de sus colegas.
186 Carolina Martínez Pulido

un ámbito geográfico muy amplio y durante un largo


tiempo.
• La mayor parte muestra su sexo esculpido con notable
minuciosidad, lo que evidencia claramente que su con-
dición femenina debía ser indudable. Da la impresión
de que el artista dedicó un tiempo notable a grabar los
detalles que quería que fuesen notorios y disminuyó los
pormenores de lo secundario o insignificante.
• Algunas, sobre todo las más antiguas, representan a una
mujer gorda, pero existen serias dudas de que todas ellas
estén en estado de gestación.
• Por último, y no por ello menos importante, la plurali-
dad de las estatuillas en ningún caso permite asumir que
siguen una pauta universal repetida, sino que ofrecen un
cuadro de gran diversidad cultural.

Aunque difícilmente podremos saber con certeza qué tenían en


la mente quienes tallaron las estatuillas paleolíticas, muchos es-
pecialistas destacan que lo que de verdad importa es que aquellos
artistas tenían algo en mente, y lo maravilloso es que ese fragmento
de la imaginación de unos antepasados tan lejanos haya llegado
hasta nosotros.

2.3. ¿Solo hubo artistas varones? Elegidos sin azar

Inmersos en estereotipos sexistas preconcebidos, la mayor


parte de los estudiosos al intentar arrojar luz sobre las socie-
dades pasadas ha asumido que los habilidosos artistas que es-
culpieron las pequeñas tallas paleolíticas pertenecían al sexo
masculino. De este modo, ha resultado fácil continuar conso-
lidando la tan manida como convencional noción de que ya
desde tiempos remotos solo los hombres han estado compro-
metidos con actividades culturales. Ellos fueron los artistas y
los creadores. Las mujeres, como siempre, eran meros objetos
sexuales relacionados con la fertilidad, el cuidado de la prole y
la domesticidad primitiva. Una vez más, vuelve a sorprender-
Nuestras antepasadas paleolíticas… 187

nos la ajustada semejanza que se ha querido ver entre aquellas


lejanas sociedades y nuestras sociedades modernas.
En este contexto cargado de prejuicios no produce extrañe-
za alguna el que durante años —muchos años— la mayoría de
los investigadores ni siquiera haya dudado de que las estatuillas
paleolíticas fueran formas de arte masculinas. Solo reciente-
mente, el sexo de esos artistas ha saltado a la arena del debate
científico con notable fuerza. Si bien es cierto que averiguar si
un artista del pasado fue escultor o escultora es de hecho difícil,
ello no es razón para sostener que tales personas fueran siempre
varones. Nadie puede descartar que hubiese mujeres capaces de
crear piezas artísticas para los miembros de su comunidad.
Sobre este debate, el profesor de Arte de la Universidad de
Missouri, Le Roy McDermott y la profesora Catherine Hodge
McCoide publicaron en 1996 un trabajo en el que defendían
una idea sugerida por el primero de ellos en 1985, pero que ha-
bía tenido poca aceptación entre la comunidad científica. Según
estos estudiosos, las estatuillas de mujeres obesas del Paleolítico
Superior, del tipo de la de Willendorf, corresponden a represen-
taciones creadas por mujeres desde una percepción propia de su
cuerpo (es decir, las tallas muestran lo que ve una mujer entrada
en carnes, de pie, mirando hacia abajo). Las pequeñas esculturas
serían entonces una especie de «autorretrato» femenino que po-
dría reflejar un avance en la adquisición de autoconciencia.
La investigación de McDermott y McCoid consideró que
ciertas partes del cuerpo están exageradas porque se ven desde
una perspectiva distorsionada. Optaron por comparar la estatui-
lla de Willendorf con fotografías tomadas para reflejar lo que
una mujer ve de sí misma desde su propia perspectiva, y creyeron
encontrar una llamativa correspondencia. «Es posible, afirman,
que hayamos estado mirando a la pequeña estatua desde que
fue descubierta situándonos en un ángulo visual erróneo». Asi-
mismo, aventuraron que las estatuillas eran objetos hechos por
y para las mujeres y que serían usadas con diferentes fines.
Una de las críticas negativas más importantes hecha a esta
hipótesis se apoya en esa directa asociación con las posibles
escultoras, ya que es tan sexista denunciar que las imágenes
fueron talladas solo por mujeres como asumir que únicamente
188 Carolina Martínez Pulido

las produjeron hombres. Parece muy poco probable, afirman


los críticos, que las estatuillas estuvieran hechas por mujeres
interesadas nada más que en una reproducción «fotográfica»
rigurosa de ciertas partes de su cuerpo. Una tarea que no pue-
de obviar que una mujer erguida (embarazada o simplemente
gorda) tiene dificultades para observar su sexo, aspecto que en
las obras se encuentra meticulosamente detallado.
Pese al mayoritario rechazo, hay autores que han calificado el
modelo de McDemott y McCoid de «innovador» y «original»
porque aporta nuevas ideas al estudio de estas imágenes. La
mayoría de la comunidad de expertos, sin embargo, considera
que parece más razonable pensar que los, o las artistas, del Pa-
leolítico usaron como referentes para tallar sus esculturas a otros
miembros de su entorno, o se apoyaron en la memoria visual de
cómo son las mujeres, en vez de intentar copiarse a sí mismas.
Ahora bien, el trabajo de McDermott y McCoid ciertamente
puede calificarse de innovador y original, sobre todo si se compa-
ra con las conclusiones de algunos estudiosos varones que, en sus
sesgadas interpretaciones de las estatuillas, incluso han llegado al
extremo de argumentar que las mujeres nunca podrían haberlas
tallado porque carecen de la fuerza física requerida para esculpir
la piedra o el marfil. Las cuidadas investigaciones etnográficas
realizadas en la década de 1990 por la arqueóloga de la Uni-
versidad de Tübingen Linda Owen, especializada en el análisis
microscópico de herramientas de piedra, revelan, sin embargo,
todo lo contrario: las mujeres de gran número de sociedades del
Ártico y Subártico son capaces de grabar o cincelar por sí mismas
diversos materiales, sea la piedra o marfil, entre ellos.

Los conocimientos actuales, contenidos en los trabajos de Linda


Owen y de muchos otros especialistas, muestran la falta de rigor
que encierra asumir que solo los hombres tuvieron la suficiente
fuerza y habilidad, o la capacidad artística para tallar las preciosas
estatuillas paleolíticas. Probablemente, interpretaremos con mayor
fidelidad nuestra prehistoria si admitimos que las mujeres tenían
un sentido del arte igualmente desarrollado y que plasmaron su
creatividad esculpiendo tan bien como sus compañeros varones.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 189

El amplio y multifacético, pero tantas veces especulativo y


siempre apasionante, ámbito que rodea a las pequeñas tallas
del Paleolítico conserva muchos misterios por desvelar. Entre
todos ellos, uno de los que más llama la atención es que, inde-
pendientemente del sexo de los escultores paleolíticos, no cabe
duda de que la creatividad de aquellos artistas produjo muchas
más figuras femeninas que masculinas. Para explicar tan lla-
mativa desproporción, en los últimos años se han traído a la
palestra nuevas razones que sugieren que las mujeres podrían
haber ocupado una posición considerablemente más relevante
de la que hasta ahora se le ha concedido. Veamos por qué.

3. La tecnología de la cuerda: las fibras delatan


que otra vertebración es posible

3.1. Los adornos corporales de las estatuillas:


nueva lectura de la estética superficial

Curiosamente, pese al monumental cuerpo de literatura ge-


nerado en torno a las estatuillas y a las discutidas teorías sobre
diosas, fertilidad, maternidad o erotismo, muchos estudiosos
no advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar
ropas o adornos corporales. En efecto, una detallada observa-
ción de las pequeñas tallas, apoyada en el uso de los métodos y
técnicas más modernos, ha desplazado en no pocos debates el
foco de atención desde la desnudez de las imágenes a la pre-
sencia de posibles, aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo
interesante de estos objetos, dispuestos en la cabeza o en otras
partes del cuerpo, es que dan la impresión de estar delicada-
mente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera, tendrían
un considerable significado porque podrían estar relacionados
con una germinal producción textil o de cestería.

Un novedoso aspecto, que está atrayendo cada vez con más fuerza la
atención de los estudiosos de las estatuillas del Paleolítico, reside en
que algunas parecen parcialmente vestidas o adornadas. Muestran
pequeñas decoraciones en la cabeza y/o en el cuerpo, semejantes
190 Carolina Martínez Pulido

a gorros o sombreros, cinturones, bandas sobre los pechos, en los


brazos o los hombros, que podrían haber sido trenzados con fibras
vegetales. La pregunta vibra en el aire: ¿Serían las mujeres paleolí-
ticas capaces de tejer los primorosos adornos que lucen?

La respetada profesora de arqueología y lingüística del Co-


legio Occidental de los Ángeles, Elizabeth W. Barber, figura
como una de las primeras investigadoras en registrar la pre-
sencia de artículos tejidos en las estatuillas, una circunstancia
que merecía interpretarse. Cuando esta autora estudió las pe-
queñas figuras, en vez de dedicar su atención a las tantas veces
analizadas y discutidas proporciones del cuerpo (tamaño de los
pechos, las caderas, detalles del sexo, etc.), optó por concentrar-
se en algo que llamó profundamente su atención: los gorros,
bandas en la cintura o en el pecho, faldas de cuerdas y otras
formas de decoración que algunas lucían.
En el año 1991, la profesora E. Barber expuso ante la co-
munidad de expertos que las estatuillas portaban algún tipo de
ornamento trenzado a partir de fibras vegetales. Se trataba de
una idea un tanto insólita, porque en el contexto de la arqueo-
logía del momento se daba por asumido que los humanos no
inventaron el tejido hasta después de abandonar la vida nóma-
da y establecerse en villas agrícolas permanentes con plantas
y animales domesticados. Unos acontecimientos que tuvieron
lugar en distintos territorios del mundo en el Neolítico, hace
unos 8.000 años. Una vez sedentarios, se suponía que pudieron
desarrollar tecnologías como la cerámica o los textiles. Con
respecto a la presencia de supuestos tejidos en las estatuillas
paleolíticas, la opinión generalizada sentenciaba que «nadie po-
dría tejer textiles tan complicados hace tanto tiempo». Por esta
razón, el tema apenas se había analizado en profundidad.
En contra del criterio dominante, Elizabeth Barber optó por
investigar el asunto, emprendiendo un meticuloso trabajo cuyos
resultados le confirmaron una y otra vez que la gente del Pa-
leolítico Superior ya sabía utilizar fibras vegetales. Se convirtió
entonces en una científica de vanguardia al sugerir que el origen
de la tecnología textil era notablemente anterior al Neolítico.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 191

Las descripciones de algunas estatuillas, publicadas con an-


terioridad al trabajo de Barber, se habían limitado a indicar
que las tallas presentaban un peinado muy complejo. Así por
ejemplo, en relación con la figura de Willendorf, Christopher
Witcombe enfatizaba que si se presta atención a su perfil, la
célebre escultura parece mirar hacia abajo, con la barbilla in-
mersa en el pecho y el pelo enrollado alrededor de la cabeza,
mostrando un elaborado peinado. De todos modos, este autor
no ocultó su extrañeza al considerar «extremadamente raro»
que un artista paleolítico prestase tanta atención al pelo de
la figura que ha tallado, y por ello sugería que un tocado tan
meticuloso debía tener algún significado.
En 1998, James Adovasio y Olga Soffer, tras una minuciosa
inspección del peinado de la estatuilla de Willendorf, llegaron a
la conclusión de que su «cabello» era en realidad un gorro tejido,
una especie de cofia tan cuidadosamente trenzada que les hizo
pensar que en el Paleolítico Superior podría haber existido una
extendida tecnología de la fibra17. Idea que se ha visto corro-
borada porque la talla de Willendorf no es la única que parece
llevar un gorro tejido. La estatuilla de Brassempouy, por ejem-
plo, es otra célebre figura cuya cabeza da la impresión de estar
cubierta por algún tipo de redecilla o tocado para el cabello18.

17
El gorro de la estatuilla de Willendorf probablemente se habría empe-
zado a elaborar desde el centro hacia la periferia. Según el criterio de quienes
lo han analizado, la trama estaba realizada con tanto cuidado y precisión
que podría tener la insólita función de servir como manual de instrucciones
para enseñar a los tejedores a confeccionar ese tipo de gorras. Presenta un
círculo central con forma de roseta, otros siete círculos rodean la cabeza y
dos medio círculos extras sobre la zona de la nuca. La precisión con que los
escultores representaron los objetos tejidos ha llevado a muchos estudiosos
a pensar que quizás fueron los propios tejedores o tejedoras quienes talla-
ron las pequeñas estatuas, o al menos tuvieron un estricto tutelaje sobre las
escultoras o escultores.
18
En 1894, el arqueólogo Edouard Piette encontró en Brassempouy,
Francia, una pequeña cabeza de mujer tallada en marfil a la que llamó La
dama de la capucha. Medía solo 3,65 cm y su antigüedad se ha calculado
entre 22.000 y 24.000 años. Muestra la cara delicadamente tallada, aunque
no se ha grabado la boca, y en torno a su cabeza se observa un ornamentado
peinado que también podría ser una cofia o redecilla.
192 Carolina Martínez Pulido

Los adornos aparentemente hechos de fibras, sin embargo,


no se limitan, como decíamos más arriba, a la cabeza. También
los hay corporales, como los de algunas tallas que presentan
cinturones de los que cuelgan cuerdas. Es lo que se observa
por ejemplo en la estatuilla de Lespugne, cuyas amplias cade-
ras muestran en la parte posterior una falda con detalles muy
marcados, consistente en 11 fibras unidas a una cuerda basal
que sirve de cinturón. La sogas cuelgan del cinto y están tan
escrupulosamente talladas que no solo se aprecia el retorcido
de las fibras, sino incluso cómo pierden su trenzado y se deshi-
lachan hacia el extremo final19.
En el suroeste de Rusia y en Ucrania, en las proximidades
del mar Negro, se han hallado numerosos restos arqueológicos.
Entre ellos se encuentra una cabeza (que podría ser de una
estatuilla femenina, pero su cuerpo se ha perdido), elaborada-
mente decorada con bandas concéntricas casi idénticas a las de
la estatuilla de Willendorf, y que también podrían interpretarse
como un procesado peinado o como una gorra tejida. En esta
misma región, en un área llamada Kotienski, se han encontra-
do literalmente docenas de figurillas que muestran marcadas
similitudes entre ellas y con las del resto de Europa. Algunas
presentan prendas de vestir, mientras que otras están comple-
tamente desnudas. El análisis de sus ornamentos ha contri-
buido a consolidar la idea de que la gente del Paleolítico tenía
capacidad para tejer ropas, redes o cestos con fibras vegetales20
(Soffer et ál., 2000).
19
La estatuilla de Lespugne fue hallada en 1922 en la cueva de Rideaux
(Francia). Con una altura de 14 cm, está tallada en marfil de mamut y se ha
datado en 18.000-20.000 años Presenta una cabeza pequeña, los brazos son
delgados y descansan sobre unos pechos enormes y pendulares. Las caderas
y el abdomen también están muy enfatizados. En la parte de atrás, encima
de los muslos, se observa una serie de canales, como si fuera una cola, que
algunos han equiparado a una falda. Carece de pies.
20
En 1988, se halló en Kotienski un fragmento más bien grande (13,5
cm) de piedra caliza, con un prominente ombligo y unas manos cuyas muñe-
cas portaban brazaletes. También se encontró una figurita de piedra caliza de
10,2 cm de alto de unos 24.000-25.000 años de edad relativamente comple-
ta, mostrando pechos y abdomen grandes; la cabeza, sin cara, se inclina hacia
delante y está cubierta de filas con finas incisiones que pueden indicar un
Nuestras antepasadas paleolíticas… 193

Aunque lo expuesto es solo un breve resumen, creemos que


es suficiente para constatar que las diversas estatuillas halladas
en lugares muy alejados de Europa presentan en muchos casos
adornos corporales con apariencia de haber sido tejidos con
fibras.

3.2. Los ricos yacimientos de Moravia

En el año 1993, salió a la luz un trabajo que exponía que


en la República Checa, concretamente en Dolni Vestonice, se
habían hallado algunos trozos de arcilla cocida muy antiguos,
de una edad comprendida entre 24.000 y 28.000 años. Estos
restos conservaban en su superficie unas curiosas impresiones
de difícil interpretación21. Tras diversos análisis, los especialis-
tas sugirieron que los fragmentos de arcilla hallados podrían
corresponder a fracciones de suelo sobre el que algún tipo de
objeto, como sacos, bolsas, cestos o alfombras, tejido a partir
de materiales extraídos de plantas silvestres, había dejado su
huella22.

sombrero o algún tipo especial de peinado. La talla, que muestra las manos
apoyadas en el vientre, lleva adornos en los pechos que se atan a la espalda
y brazaletes. Otra de las estatuillas halladas en este lugar se ha tallado en
marfil de mamut y mide 11,4 cm de alto. Representa a una mujer desnuda
cuya cabeza está cubierta con líneas poco profundas que podrían significar
un tocado o un peinado. Se halló en 1936 y se ha descrito como «una de las
mejores creaciones conocidas de este período».
21
Dolni Vestonice es un yacimiento situado en la ladera del monte
Pavlov, próximo al pueblo de Brno en la región de Moravia, la parte oriental
de lo que hoy es la República Checa. Ha sido excavado y examinado por
numerosos arqueólogos durante gran parte del siglo xx y ha proporcionado
muy diversos y sorprendentes hallazgos relacionados con los humanos mo-
dernos del Paleolítico Superior. Entre los primeros descubrimientos destaca
la figura de una mujer hallada en 1925 durante una excavación del Museo
de Moravia dirigida por Karel Absolon. Fue encontrada partida en dos frag-
mentos situados a menos de 50 cm de distancia uno del otro. Esta figurilla se
hizo famosa por tratarse del primer objeto de cerámica descubierto.
22
Las evidencias presentadas consistían en cuatro pequeños fragmentos
de arcilla cocida que tenían las impresiones en negativo de lo que parecía una
cesta tejida con fibras finamente retorcidas. Algunos expertos, como Olga
194 Carolina Martínez Pulido

Si esta conclusión fuera correcta, contribuiría a consolidar la


idea de que los habitantes de aquella zona ya sabían tejer fibras
vegetales. Las primeras señales de cestería o de textiles retroce-
derían entonces en al menos 15.000 años de lo admitido hasta
la fecha, evidenciando que la capacidad para aprovechar las
estructuras vegetales se remonta a muy atrás en la historia de
la humanidad23. Los análisis realizados con métodos modernos
en las marcas detectadas en esos supuestos fragmentos de suelo,
parecen revelar, además, conocimientos de variados estilos de
retorcer y entrelazar hilos, algunos de los cuales incluso han
perdurado hasta hoy.
La tesis que sostiene que el aprovechamiento de las fibras
vegetales con diversos fines es muy antiguo, se ha visto refor-
zada por un hecho significativo. Numerosas herramientas pro-
cedentes del Paleolítico Superior, que hasta hace poco parecían
tener una dudosa utilidad y se les había prestado poca atención,
ahora, bajo la luz de la nueva perspectiva, pueden entenderse
mucho mejor: se trata de los utensilios empleados para tejer.

Por la misma época en que unos grupos humanos comenzaban a


realizar pinturas en las paredes de las cuevas del sur de Europa,
otros, en el este del continente, estaban produciendo los tejidos
más antiguos conocidos.

La citada arqueóloga Elizabeth Barber, convencida de la


profunda incidencia del procesado de las fibras en el desarrollo
técnico de la humanidad, ha defendido el concepto de revolución
de la cuerda para definir el surgimiento de esta nueva tecnología.
La autora, y cada vez más colega, sostiene que el empleo de fibras
o sogas «abrió la puerta a un enorme rango de nuevas formas de
trabajo y de mejoras en la supervivencia. […] La cuerda pue-

Soffer, han reconocido la existencia de información sobre la cerámica de la


gente de Pavlov desde hace tiempo, «pero como los trabajos estaban escritos
en checo o en alemán, no tuvieron impacto».
23
Con anterioridad a los hallazgos de la República Checa, la cestería
más antigua conocida era de hace unos 13.000 años y el fragmento de la
pieza tejida de mayor edad consistía en un trozo de ropa de 9.000 años.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 195

de usarse simplemente para atar cosas, ha señalado la científica,


pero también para acarrear, para sostener o para atrapar». Su uso
pudo propiciar multitud de actividades, como por ejemplo, for-
mar manojos o paquetes, elaborar sacos para transportar objetos,
o redes que sirvieran como trampas para atrapar animales, ya
fueran terrestres o acuáticos. Igualmente, era un medio de man-
tener materiales unidos y producir herramientas más complejas
y efectivas. E. Barber incluso ha sugerido que el uso de cuerdas
tuvo tal trascendencia que habría hecho posible que los humanos
poblaran casi cualquier nicho del planeta al que pudiesen alcan-
zar. Por su parte, J. Adovasio ha corroborado esta idea afirmando:
«la revolución de la cuerda fue un vigoroso acontecimiento en
nuestra historia. Cuando la gente empezó a utilizar las plantas
y sus productos se abrió una vasta perspectiva para el progreso
humano».
Uno de los usos quizás más reveladores del procesado de
las fibras vegetales fue potenciar la capacidad de transporte.
Sabemos que la mayoría de los representantes del género Homo
eran nómadas que, al trasladarse de un sitio a otro, probable-
mente llevaban consigo sus utensilios. Ante este hecho cabe
preguntarse cómo pudo tener lugar tal transporte. Es induda-
ble lo poco eficiente que sería hacerlo solo con lo que cabía en
las manos; transportar pequeñas piezas una a una, sería muy
lento y por lo tanto es razonable pensar que dispondrían de
algún tipo de bolsa o morral hecho con fibras vegetales. Así se
conseguiría el acarreo de herramientas, o de la materia prima
para elaborarlas, de los productos procedentes de la recolección
o de la carne. También, y esto es muy importante, eran objetos
muy útiles para el traslado de las crías. Diversos autores, por
ejemplo Juan L. Arsuaga (1999), han señalado que Homo habi-
lis hace unos 2,5 millones de años probablemente transportó a
lo largo de kilómetros la materia prima con que construía sus
herramientas24.

24
El Paleolítico, valga recordarlo, fue una época en la que el clima atra-
vesaba períodos de fluctuaciones de enfriamiento (glacial) y calentamiento
(interglacial). Vastas extensiones de tierra estaban cubiertas por gruesas ca-
pas de hielo como las que vemos hoy en Groelandia y en la Antártida. El
196 Carolina Martínez Pulido

Cabe pues, suponer, que la vida nómada, que insistimos lleva


implícito el traslado de utensilios, productos alimenticios vege-
tales y animales, y crías de corta edad, dependió para efectuarse
con una mínima eficacia de algún tipo de manipulación de fi-
bras vegetales. O, lo que es lo mismo, el nomadismo solo habría
sido posible si se disponía de una tecnología de transporte y de
contenedores. En este contexto, los utensilios de fibra antiguos
han adquirido en la actualidad un interés mucho mayor del que
inicialmente sugería su sencillo aspecto.
Entre las diversas huellas dejadas sobre arcilla se han po-
dido verificar algunas impresiones de cuerdas que revelan la
presencia de nudos, lo que además de los mencionados sacos o
contenedores indicaría que las fibras también pueden haberse
utilizado en la elaboración de redes o trampas para capturar
animales poco voluminosos. Esta observación es coherente con
las informaciones de numerosos investigadores, Elizabeth Bar-
ber entre ellos, que han reparado en la abundancia de huesos de
mamíferos pequeños, del tamaño de liebres y zorros, presentes
en los campamentos del Paleolítico Superior de Europa central
y oriental25.
El estudio de los útiles hechos de fibra, como es de supo-
ner, ofrece un considerable inconveniente en comparación con
el análisis de los objetos hechos de otros materiales (piedra,
hueso, asta, concha e incluso en algunos casos de madera): se

clima era altamente inhóspito en muchas partes del mundo, lo que llevó a
los humanos a vivir agrupados en pequeñas bandas. Subsistían a partir de
las plantas que recolectaban y de los animales que capturaban. Eran gente
nómada y se desplazaban en busca de alimentos.
25
Los especialistas han llegado a la conclusión de que el 46 por 100 de
los huesos de animales individuales (conejos, zorros, pájaros) encontrados
en Pavlov, probablemente se habían capturado con redes. En Pavlov y su ve-
cina Dolni Vestonice se han desenterrado muchos más huesos de pequeños
animales que de mamuts, cuya caza y captura se considera cada vez menos
probable y más propia de los mitos que ilustran la prehistoria (Adovasio y
Soffer, 2007). Cuando estas investigaciones se ampliaron, se pudo compro-
bar que a través de Europa también había yacimientos cubiertos con huesos
de pequeñas piezas, lo que sugería que las redes eran ampliamente usadas.
Estas observaciones habían pasado por alto durante décadas a los investi-
gadores anteriores.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 197

deterioran y desaparecen con relativa facilidad. Por esta razón,


los que se conservan son relativamente escasos. Pero además,
lamentan Adovasio y Soffer, hay menos materiales de fibra en
el registro arqueológico de los que han subsistido porque casi
ningún experto ha tenido hasta ahora la formación requerida
para detectarlos y, mucho menos, para recuperarlos, ya que se
trata de una tarea que a menudo es delicada y muy técnica.
Según ha denunciado J. Adovasio, precisamente debido a la
escasez de evidencias, se ha subestimado la importancia de los
materiales tejidos, mientras que por el contrario, dada la abun-
dancia de utensilios de piedra, estos se han sobrevalorado. No
obstante, debe resaltarse que en las cuevas secas, en territorios
cubiertos con agua donde las bacterias aeróbicas no pueden
alcanzar a los objetos o en los permafrost26, y otros lugares en
los que la fibra no se ha destruido hasta desaparecer, se han
encontrado útiles de cuerda y de madera en una proporción
aproximada del 95 por 100 de todos los recuperados. Si esta
relación fuera extrapolable a la mayoría de los yacimientos, se
alarma Adovasio, «estamos reconstruyendo el pasado en base
al 5% de lo que se usaba».

Un considerable número de estudiosos argumentan hoy, desafian-


do la ortodoxia dominante, que la invención de la cuerda con toda
probabilidad fue más importante para el desarrollo humano que
las herramientas de piedra. Y estas afirmaciones no se basan en el
vacío, sino que han ido cobrando fuerza al compás de los nuevos
descubrimientos.

3.3. Una sorprendente cueva en el Cáucaso

Entre los años 2007 y 2008, un equipo de investigadores


dirigido por el paleobotánico Eliso Kvavadze, del Museo Na-
cional de Georgia en Tblisi, logró un sorprendente hallazgo.

26
La definición de permafrost es «suelo debajo de la nieve que se man-
tiene congelado todo el año». En la actualidad, el 24 por 100 de la superficie
del mundo es permafrost.
198 Carolina Martínez Pulido

Durante una investigación en la cueva de Dzudzuana, situada


en un valle del Cáucaso, recogieron diversas muestras de sue-
lo entre las que extrajeron alrededor de 1.000 fibras de lino
silvestre de más de 30.000 años de antigüedad27. Al observar
estas fibras al microscopio, comprobaron que su forma y su
estructura revelaban características especiales. Algunas estaban
dispuestas por pares y parecían haber sido retorcidas juntas, o
bien presentaban una serie de nudos, o sus extremos aparecían
limpiamente cortados, sugiriendo todo ello una modificación
intencional. Además, pudieron observar fibras que daban la
impresión de haber sido teñidas con diferentes colores, inclu-
yendo el negro, gris, turquesa y, en un caso, rosa; en este sentido,
los autores insinuaron que los pigmentos naturales disponibles
en las proximidades de la cueva, procedentes de raíces y otras
partes de las plantas, podrían haber proporcionado los ingre-
dientes para el teñido.
Tras el análisis de tan sorprendente material, diversos es-
tudiosos opinan que los residentes de la cueva probablemente
ya eran capaces de usar fibras con distintos fines, entre ellos
elaborar rudimentarias vestimentas cosiendo pieles de ani-
males que los protegieran del frío. Este razonamiento está
apoyado en que las muestras de suelo que contenían fibras
también proporcionaron restos de pelos de un buey salvaje
extinguido, fragmentos de escarabajos, polillas y esporas de
un hongo conocido por su capacidad para vivir sobre ropas y
otros textiles.

Los investigadores del interior de la cueva de Dzudzuana, dirigi-


dos por el paleobotánico E. Kvavadze, tenían como objetivo origi-
nal analizar muestras de polen de árboles como parte de un estu-
dio sobre las fluctuaciones ambientales y de temperatura que, a lo

27
Los estudios de los sedimentos de la cueva de Dzudzuana indican
que fue habitada intermitentemente durante varios períodos; el primero de
ellos transcurrió hace entre 26.000 y 32.000 años; entre 19.000 y 23.000 el
segundo, y finalmente el tercero entre 11.000 y 13.000. Este último período
coincide con el florecimiento de las pinturas en cuevas y otras actividades
culturales.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 199

largo de miles de años, podrían haber afectado a las vidas de los


primeros humanos modernos del Cáucaso. Sin embargo, mientras
estaban buscando ese polen descubrieron fibras de lino. Uno de
los miembros del equipo, el prestigioso profesor de la Universidad
de Harvard Ofer Bar-Yosef, ha relatado que «estábamos tratando
de averiguar cuándo se ocupó la cueva, cuál era la naturaleza de la
ocupación por aquellos cazadores-recolectores, cómo conseguían
su alimento, qué clase de herramientas de piedra o de hueso cons-
truían, de qué manera las usaban, si elaboraban cuentas o pen-
dientes para la decoración corporal, u otros fines». Y, continúa
el experto, «fue una maravillosa sorpresa descubrir esas antiguas
fibras de lino al final del proyecto de excavación».

El entusiasmo generado por los inesperados descubri-


mientos en la cueva de Georgia ha catapultado un vivo de-
bate entre la comunidad científica. Así, la arqueóloga de
Harvard, Irene Good, aunque está de acuerdo con que la
gente elaboró textiles a partir de fibras vegetales hace alrede-
dor de unos 30.000 años, se muestra cauta con estos últimos
hallazgos. Es posible, advierte Good, que fibras individuales
de lino fueran arrastradas por el viento al interior de la cue-
va, quedaran enterradas y luego se entrelazaran durante el
análisis microscópico. Incluso algunas de ellas podrían haber
absorbido colores minerales del suelo en vez de haber sido
intencionalmente teñidas. Si, por el contrario, «lo hallado
fuera una evidencia de teñido de fibras, entonces serían con
mucho las más antiguas», reflexiona la arqueóloga, convenci-
da de que se necesitan más trabajos en la cueva Dzudzuana
para demostrar la existencia de fibras teñidas y retorcidas
intencionalmente en épocas tan lejanas. No hay que olvidar
que los datos disponibles señalan que el teñido de la lana
comenzó hace solo unos 4.000 años.
El profesor Bar-Yosef, por su parte, también hace hinca-
pié en que la invención de la cuerda fue un acontecimiento
tecnológico extremadamente importante, sobre todo debido
a sus múltiples aplicaciones. Además, este coautor de los des-
cubrimientos de Dzudzuana sugiere que «el lino silvestre que
crecía en la vecindad de la cueva fue intensa y extensamente
200 Carolina Martínez Pulido

explotado por los humanos modernos». En este asunto, Olga


Soffer realza el interés de los hallazgos de la cueva georgia-
na ya que, si bien otros lugares de Europa casi tan antiguos
han proporcionado aparentes huellas de restos textiles, «no
podemos estar seguros de qué plantas se usaron. En Georgia
tenemos restos de fibras vegetales reales identificables, lo cual
es excelente».
El arqueólogo Dani Nadel, de la Universidad de Haifa en
Israel, coincide al subrayar que las fibras son probablemente
restos de material tejido: «Proporcionan el ejemplo más an-
tiguo de esta clase nunca antes encontrado en un yacimien-
to arqueológico». D. Nadel, como experto conocedor de que
el lino es muy difícil de teñir, se pregunta, no obstante, si las
fibras fueron coloreadas a propósito o si tomaron color a par-
tir de otros materiales próximos mediante un proceso natural.
Al respecto, Elizabeth Barber responde que «la variedad de
colores […] parece indicar que fue un proceso intencionado,
no accidental. No se podría conseguir que el suelo local tiñera
espontáneamente las fibras con tanta diversidad».
El antropólogo de la Universidad de Wisconsin, John
Hawks, que ha avalado el interés del trabajo, pone el acento
en que antes de este hallazgo solo conocíamos indirectamente
el procesado de la fibra, mientras que ahora el conocimiento
es directo. De hecho, las fibras de lino por sí solas no serían
una noticia que mereciera la pena. Es sabido que los humanos
recolectaban materiales mucho antes de hace 30.000 años, pues
varias cuevas muestran buenas evidencias de ello. Lo que hace
a las fibras de Dzudzuana diferentes es la evidencia de que fue-
ron incorporadas a textiles. En la cueva georgiana, continúa el
experto, «no estamos viendo los comienzos de esta tecnología,
la estamos viendo en una etapa altamente desarrollada». Los
restos parecen pues sugerir que las fibras vegetales se usaron de
manera sofisticada y muy pronto en la prehistoria de la huma-
nidad moderna.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 201

Esquema 1

Las estatuillas femeninas de hace


~25.000 años muestran adornos
corporales aparentemente elabo-
rados con fibras vegetales

Algunos fragmentos de cerámi- La industria textil


cas con más de 26.000 años de pudo emerger hace
antigüedad aparentemente revelan

30.000 años
huellas de tejidos

Restos de suelo de hace ~30.000
años hallados en una cueva del
Cáucaso parecen presentar señales
del uso de fibras de lino trenzadas
y teñidas

Una vez apuntado el enorme potencial de la tecnología de


la fibra para mejorar la vida de la gente del Paleolítico, interesa
centrar nuestro foco de atención en el probable compromiso
de las mujeres con esta tecnología. Partiendo de un hecho am-
pliamente asumido, ellas eran las principales recolectoras; una
cuestión que no es de índole menor. En realidad, se trata de un
nuevo debate que ha irrumpido con fuerza en la comunidad
académica, como se pretende reflejar a continuación28.

3.4. Las mujeres en las sociedades paleolíticas:


¿pioneras en la producción de la fibra?

Los objetos elaborados con materiales de origen vegetal,


según se ha apuntado, por ser particularmente efímeros solo
28
La relación de las mujeres con el mundo vegetal, tanto para aprovechar
las plantas como alimento, productos medicinales o como materia prima
para elaborar utensilios, se ha inspirando en estudios etnográficos realizados
en los pueblos de tecnología simple que todavía hoy habitan en algunas
zonas del planeta. Este tema se trata en el Capítulo 5.
202 Carolina Martínez Pulido

pueden estudiarse de manera indirecta, al menos en su mayor


parte. Algo que requiere un considerable esfuerzo adicional.
En este contexto, las estatuillas paleolíticas adquieren un reno-
vado interés porque constituyen un claro ejemplo de pruebas
indirectas acerca de la existencia de la tecnología de la fibra. Se
justifica por qué el debate es agitado. Téngase en cuenta que
hubo de pasar algo más de un siglo desde el descubrimiento
de la primera figurilla para que se detectara que muchas llevan
gorros, cinturones, brazaletes u otros atavíos de naturaleza tex-
til. Precisamente, el cuidado y la meticulosidad con que esos
adornos parecen haber sido tejidos y tallados han contribuido
a fundamentar la tesis de que hace unos 30.000 años la huma-
nidad ya disponía de una avanzada tecnología de la cuerda.
Siguiendo el hilo de estos argumentos, la cuestión se aca-
lora más y más porque las mujeres, que eran las principales
recolectoras y estaban familiarizadas desde muy antiguo con el
mundo de las plantas, podrían haber sido las primeras tejedoras
y expertas en textiles de la prehistoria. Una hipótesis plausible
radica en que fueron ellas quienes iniciaron la revolución de la
cuerda e impulsaron una artesanía con enormes posibilidades
de uso. Si las cosas sucedieron de esta manera, tal concatenación
de hechos consolida la idea de que la abundante presencia de
estatuillas puede interpretarse como el reflejo de la centralidad
femenina en las sociedades paleolíticas. Pondrían entonces de
manifiesto que sus actividades en aquellos lejanos tiempos han
sido notablemente malinterpretadas y minusvaloradas. Con
ese aporte, la imagen estereotipada de las mujeres, básicamen-
te definida por su dependencia y pasividad, se debilita y pierde
mucha de su antigua credibilidad.

Los estudios sobre los orígenes del procesado de la fibra se han


incorporado en los últimos años a muchos otros trabajos de inves-
tigación que defienden un significativo lugar para la mujer en la
prehistoria. Sus resultados están contribuyendo a erosionar y de-
moler esa vieja imagen de la vida paleolítica supuestamente domi-
nada por el poderoso, y cada vez menos verosímil, hombre cazador.
Las estatuillas paleolíticas muy bien podrían haberse tallado para
rendir honores al trabajo femenino. Se entenderían entonces como
Nuestras antepasadas paleolíticas… 203

una manera de reconocer las valiosas contribuciones de las mujeres


a la supervivencia de la sociedad en su conjunto. Esta nueva pers-
pectiva, aunque no es mayoritariamente asumida, está cobrando
fuerza y ganando cada vez más adeptos.

La cuestión del uso de elementos de fibra tejidos en el Pa-


leolítico, dado su asombroso interés, ha desplegado todo un
abanico de argumentos. Valga apuntar, por ejemplo, que los
delicados adornos que lucen muchas de las estatuillas, aunque
contribuyen a embellecerlas, no representan la ropa normal de
una mujer de aquellos tiempos. Salvo el sombrero tejido, el
resto de la indumentaria observada habría sido, sin duda, in-
suficiente para la dureza del clima en que vivían. Si se admite
que esas prendas estaban hechas de cuerda pero no pueden
usarse para abrigar, ni tampoco por lo que podríamos conside-
rar pudor (la mayoría son transparentes y no cubren ninguna
«zona pudenda»), ¿por qué la gente se esforzaba en tallar tales
atuendos?
La respuesta podría estar en que se usaban para transmitir
mensajes. Quizás esas vestimentas, al igual que los tocados,
habrían servido para inmortalizar el hecho de que las mujeres,
o al menos algunas de ellas, disfrutaban de una categoría social
propia29. Sombreros, gorros, cinturones, brazaletes podrían en-
tonces hacer referencia al estatus particular o rango ostentado
por ciertas mujeres. Considerando la cantidad de esfuerzo que
requiere tejer esos tipos de adornos-ropajes y, además, escul-
pir una réplica en piedra, se puede razonablemente pensar que
simbolizaban logros o prestigio.
La investigación de Olga Soffer y James Adovasio, destaca-
dos defensores de esta interpretación, resalta que en las tallas
femeninas que están decoradas o «vestidas», los detalles con
que se muestra esa vestimenta parecen realizados con tanta
minuciosidad como los de sus prominentes caracteres sexuales.
En palabras de Olga Soffer (2000): «El exquisito detalle y el

29
Hasta ahora, solo se han observado vestimentas decoradas en esta-
tuillas femeninas, con la excepción de un fragmento sexualmente ambiguo
que luce un cinturón.
204 Carolina Martínez Pulido

intenso trabajo empleado en el labrado de las prendas de ves-


tir utilizadas […] muestra claramente que las habilidades para
tejer y elaborar cestos y sus productos eran lo suficientemente
valoradas como para convertirlas en hechos culturales trascen-
dentes tallados en piedra, marfil y hueso».

3.5. ¿Quiénes fueron los primeros artesanos textiles?


Tiempos, habilidades y capacidades

Las afirmaciones en torno a las tareas llevadas a cabo por las


mujeres y por los hombres deben expresarse con cautela porque
no está nada claro qué actividades pueden adjudicarse a unas y
otros. Hay que tener presente que es muy difícil saber, dado lo
maleable del rol de cada sexo, en qué casos es riguroso aceptar
las analogías con el comportamiento moderno al interpretar el
pasado, y cuándo es un error hacerlo. En otras palabras, evaluar
comportamientos del pasado cuando los comportamientos del
presente son tan variables resulta, como mínimo, una tarea pla-
gada de escollos.
Tampoco puede pasarse por alto que hay autores que no
aceptan que las estatuillas sean una prueba de que en el Paleolí-
tico ya se conocía el tejido de las fibras vegetales. Sostienen que,
en realidad, del conjunto de pequeñas tallas, solo unas pocas
parecen estar menos desnudas que el resto. Interpretar lo que
significa «vestidos» es en algunos casos altamente especulativo.
Además, muchas de las imágenes son muy abstractas o están
rotas por varios puntos. Todo ello, señalan los críticos, deja a la
teoría de la cuerda apoyada solo en la evidencia iconográfica de
un número seleccionado de estatuillas. Y es arriesgado proyec-
tar generalizaciones que no se sabe si son válidas.
El debate se mantiene candente porque el análisis sobre tex-
tiles, la cestería y el trabajo de las mujeres durante el Paleolítico
Superior, pese a los múltiples puntos oscuros existentes, encierra
un considerable interés debido también al continuado hallazgo
de abundantes restos de animales pequeños en yacimientos del
Paleolítico Superior. El estadio de este tipo de investigaciones
pondera el valor económico, tecnológico y social en las pobla-
Nuestras antepasadas paleolíticas… 205

ciones humanas que hoy están intentando esclarecerse30. La


inclusión de esa fauna de talla menor en la dieta, al tratarse
de recursos fiables que se obtienen con bajo riesgo, marcó con
toda probabilidad una ampliación del rango alimenticio de los
humanos. Como se ha dicho en otro epígrafe, la capacidad para
capturar estas piezas fue probablemente el resultado de inno-
vaciones procedentes de la tecnología de la fibra aplicadas a la
caza, ya sea con redes o con trampas31.
Algunos expertos creen que la tecnología de la cuerda apli-
cada a la captura de pequeñas presas es un reflejo de cacerías
comunales dirigidas por el trabajo de las mujeres. Sin embar-
go, autores como Karen Luppo y Dave Schmitt (2002), de la
Universidad de Washington, han señalado que las actuales in-
ferencias que relacionan grandes rendimientos en productos
alimenticios y el trabajo femenino, gracias a la caza con redes
o trampas, no están lo suficientemente apoyadas por los datos
disponibles32.
K. Luppo y D. Schmitt, aunque no defienden el estereoti-
pado papel tradicional adjudicado a las mujeres, advierten que
considerar marcadores del trabajo femenino a la captura de
fauna de pequeño tamaño y a la tecnología de caza basada en
las innovaciones de la fibra es en parte un derivado del registro
etnográfico, que muestra a menudo a las mujeres (y también
a los niños) de algunas sociedades de cazadores recolectores,
concentrando sus esfuerzos en animales de menor tamaño. Los
autores creen que extrapolar tales observaciones actuales a la
prehistoria es muy arriesgado, lo que puede provocar graves
errores porque las evidencias son insuficientes.

30
Se trata de pequeños carnívoros, lagomorfos (conejos y liebres), pája-
ros, reptiles, mariscos y peces de agua dulce o salada.
31
Aunque, a partir del registro arqueológico no está claro qué técnicas usa-
ron las poblaciones prehistóricas, las huellas identificadas en yacimientos del este
de Europa sugieren que la caza con redes desempeñó un importante papel.
32
Los antropólogos que observan a las mujeres en los pueblos de caza-
dores recolectores que aún existen, han descrito que las redes que ellas usan
para tender trampas son uno de los sistemas de caza más eficientes. Tan es
así que en nuestros días, en algunos de esos pueblos pueden incluso ser más
valoradas que los arcos y las flechas.
206 Carolina Martínez Pulido

La prudencia se vuelve ineludible cuando se realizan afirma-


ciones relacionadas con las tareas ejecutadas por las mujeres y
los hombres de nuestro pasado. En coherencia con lo expuesto,
sería más riguroso tener presente que estamos en un terreno
muy resbaladizo y que de hecho no hay datos suficientes que
permitan detectar si en el Paleolítico Superior hubo, por un
lado, artefactos elaborados con cuerdas trenzadas, y por otro,
tareas invariablemente relacionadas con uno u otro sexo.

A nadie se le oculta que investigar la prehistoria con cierta objeti-


vidad conlleva suavizar o eliminar todo el rastro de sesgo que sea
posible. Es androcéntrico afirmar que nuestros orígenes y evolución
son solo el resultado de las actividades del poderoso hombre ca-
zador, en torno al cual ha surgido todo nuestro desarrollo cultural.
Pero sería ginocéntrico sostener que solo gracias al conocimiento
de las mujeres del mundo vegetal pudo inventarse la cuerda (y sus
derivados), hasta el punto de que la tecnología de la fibra y sus
enormes potencialidades fuesen producto exclusivo de las activi-
dades femeninas. La participación compartida por ambos sexos
en las innumerables labores y comportamientos que propiciaron
el surgimiento de los humanos modernos resulta más probable, y
así lo defienden cada vez más investigadores.

En suma, bajo esta tesitura cabe afirmar que si en el pasa-


do hubo división del trabajo en función del sexo, las mujeres
fueron muy importantes dada la relevancia del uso de las fi-
bras vegetales en la construcción de objetos de muy diversa
utilidad; además, por supuesto, del uso imprescindible de las
plantas como alimentos, y sin olvidar su papel medicinal. Pero
si no hubo división del trabajo, las mujeres también fueron im-
portantes, ya que ambos sexos trabajarían codo con codo para
conseguir alimentos (tanto de origen vegetal como animal)
que compartían con el grupo. Y juntos habrían desarrollado
las diversas estrategias de supervivencia que les permitieron
adaptarse a distintos entornos y salir adelante. El modelo de
comportamiento de nuestros antepasados paleolíticos bien
pudo entonces haber estado marcado por la cooperación entre
los sexos.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 207

En cualquier caso, las nuevas y más amplias interpretacio-


nes de las pequeñas estatuas paleolíticas están contribuyendo
a corregir el tantas veces mentado androcentrismo dominante
cuando se interpreta nuestra prehistoria. Y, entre las múltiples
consecuencias que arrastra este cambio de perspectiva, no de-
bemos olvidar que también ha insuflado bríos a asuntos que ya
de por sí tienen una larga historia de acalorados desacuerdos.
Uno de ellos es el controvertido tema del matriarcado, que en-
globa una pregunta de difícil respuesta: ¿existieron alguna vez
sociedades en las que las mujeres fueran más poderosas que los
hombres?

3.6. El matriarcado: breve apostilla


sobre una apasionante controversia

En general, se entiende por matriarcado aquellas sociedades


en las que un grupo de mujeres, especialmente las madres, tie-
ne en sus manos el poder (político, económico o religioso). La
existencia de comunidades de este tipo a lo largo de la historia
de la humanidad ha sido, y sigue siendo, un asunto muy con-
trovertido. El consenso está lejos de alcanzarse y aún no existe
acuerdo sobre la validez del término matriarcado.
En este breve epígrafe solo se pretende ofrecer un pequeño
resumen sobre un tema que es amplio y complejo. Antes de
nada, la mayor parte de los especialistas sostiene que no exis-
te ninguna evidencia arqueológica ni etnográfica que permita
afirmar que las mujeres dominaran y explotaran a los hombres
en alguna sociedad del pasado. De hecho, las múltiples inves-
tigaciones emprendidas hasta ahora no han podido demostrar
que en la historia de la humanidad hayan existido sociedades
matriarcales como si fueran una imagen de contrapunto a las
patriarcales33. El que existan religiones donde aparezcan diosas,

33
El patriarcado es una forma de organización social en la que los hom-
bres ejercen la autoridad en todos los ámbitos; dominan a las mujeres y
se aseguran la transmisión del poder y la herencia por línea masculina. Se
208 Carolina Martínez Pulido

insiste la mayor parte de los especialistas, no evidencia automá-


ticamente una dominancia femenina34.
La profesora de arqueología y prehistoria de la Universidad
Jaume I de Castellón, Carmen Olària, ha señalado que la orga-
nización social que podemos atribuir a las primeras comunidades
humanas paleolíticas es la de tribu o clan. Se trataría de sociedades
tejidas con un sistema igualitario en las que es muy probable que
las relaciones sexuales se mantuvieran comunalmente. Los lazos
de parentesco serían entonces exclusivamente matrilineales, ya que
solo la mujer podía reconocer a su propia progenie. Este hecho lle-
va a creer como más plausible la existencia de un matrilineado que
de un matriarcado durante el Paleolítico. Por su parte, la arqueólo-
ga Encarna Salahuja sugiere que las sociedades no patriarcales, de
las que sí hay evidencias, no deberían denominarse matriarcado,
sino sociedades matristas o sociedades con autoridad femenina35.

conocen numerosas sociedades patriarcales, tanto actuales como del pasado,


aunque el grado de desigualdades entre los sexos es muy variable.
34
La conocida, y también discutida, arqueóloga Marija Gimbutas (1921-
1989) fue la primera en ofrecer una investigación profunda sobre el simbolis-
mo prehistórico europeo, mostrando una alternativa al típico punto de vista
androcéntrico. Desde su perspectiva, las estatuillas femeninas del Paleolítico, a
las que ella llamó «diosas», al igual que las imágenes posteriores del Neolítico,
no se habían elaborado para la estimulación erótica de los hombres, sino que
expresaban conceptos del misterio sagrado y cíclico de las formas femeninas.
Gimbutas puso el acento en que este concepto cosmogónico de deidad no es-
taba limitado a la fertilidad o a la maternidad, sino que tenía múltiples funcio-
nes y representaciones. No obstante, esta autora se ha sumado a los expertos
que rechazan el uso del término matriarcado como descripción de las culturas
prehistóricas, precisamente porque implica una estructura social que sería una
imagen especular de patriarcado. Marija Gimbutas se mostraba convencida
de que «un obstáculo serio y continuo en el estudio de las sociedades antiguas
es la indolente asunción de que estas deben parecerse a la nuestras […] la
existencia de “un mundo diferente” es lo más difícil de admitir».
35
Muchas sociedades han sido, y algunas aún lo son, matrilineales y/o
matrilocales (cuando el varón se incorpora a la familia femenina) debido,
quizás, a que el fuerte lazo que se genera entre la madre y sus vástagos podría
construir unos sólidos cimientos para una organización de este tipo, que ha-
bría sido duradera y estable en vez de rara y aberrante. Tengamos en cuenta
que son numerosas las culturas en las que el poder femenino es evidente,
aunque no se trate de sociedades matriarcales.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 209

En la actualidad, un colectivo apreciable de expertos considera que


la palabra matriarcado solo podría usarse con propiedad para defi-
nir una comunidad en la que las mujeres dominen y exploten a los
hombres, pero no cuando pueden compartir con ellos el poder. No
existen evidencias sólidas sobre una sociedad en la que una jerarquía
femenina controlase todos los aspectos de las vidas y actividades de
los hombres. Por esta razón, el término matriarcado como descrip-
ción de las culturas prehistóricas es mayoritariamente rechazado.

Sin pretender profundizar en esta controvertida cuestión, hay


que anotar que el estudio pionero sobre sociedades del pasado do-
minadas por mujeres se debe al antropólogo Johann J. Bachofen
(1815-1887). En 1861, este autor publicó un libro titulado Los
derechos de la madre36, que tuvo un notable impacto en el pensa-
miento de su tiempo. Inspirado en los mitos griegos, Bachofen
creía que la cultura europea temprana había pasado por tres es-
tados básicos sucesivos. En el primero, caracterizado por la bar-
barie, ningún sexo controlaba nada porque el control no existía.
En el segundo estado, la autoridad, tanto en la familia como en la
tribu, estaba en manos de las mujeres y reinaba la promiscuidad
sexual; debido a la dificultad para establecer con certeza la pater-
nidad, la filiación solo se realizaba por línea femenina. El tercer y
último estado surgió más tarde, cuando estas ginecocracias fue-
ron reemplazadas o convertidas en patriarcados y la humanidad
alcanzó un alto grado de organización.
Es evidente que Bachofen calificó a las sociedades contro-
ladas por mujeres como un tiempo de escasa civilización. De
hecho, consideró que su fin y el desarrollo del patriarcado mar-
caban el triunfo de cualidades masculinas como la racionalidad
y el orden sobre cualidades femeninas inferiores, del tipo de lo
emocional y el desorden. No hay que pasar por alto que, como
apunta la experta en Arqueomitología37 Joan Marler (2003), lo
que describía J. J. Bachofen se ha asociado usualmente con el

36
Título original: Das Muterrecht (1861).
37
La Arqueomitología es un ámbito interdisciplinar de la arqueología
que incluye estudios lingüísticos, mitología, religiones comparadas y el aná-
lisis de documentos históricos.
210 Carolina Martínez Pulido

concepto de matriarcado, pero él nunca usó tal término pese a


sostener la existencia en el pasado de sociedades controladas por
mujeres. En esta línea, también hay que subrayar que si bien Ba-
chofen fue el primero en reconocer científicamente la existencia
de sociedades con dominio femenino, se ha prestado mucha más
atención a su concepción de la superioridad masculina.

Hoy día, la disputa en torno a la distribución del poder en


las sociedades del pasado está aún lejos de cerrarse. Un número
sustancial de estudiosos sostiene que, independientemente del
término que usemos —matrilineal, matrista o el más discutido
matriarcado—, con los datos disponibles en la mano es difícil
negar que en las sociedades del Paleolítico Superior las mujeres
tuvieran un papel significativo. La mejor prueba de ello es el de
una iconografía casi exclusivamente femenina38.
Las estatuillas, como se ha descrito, o algunas pinturas
descubiertas en las cuevas donde los símbolos femeninos se
encuentran normalmente ocupando el centro de los dibujos y
rodeados de símbolos masculinos, podrían ser un valioso testi-
monio de que en aquellas sociedades se rendían honores a las
mujeres y a sus actividades. En otras palabras, las interpreta-
ciones más recientes reflejan que las mujeres en el Paleolítico
eran importantes y que probablemente ocupaban una posición
medular en sus tribus o clanes. Pretender relegar esa centrali-
dad hasta hacerla invisible, no cuenta con el apoyo de los datos
empíricos actuales. Una incursión que solo puede conducir,
como ha ocurrido en más de una ocasión, a graves errores.
En otros apartados ya se ha dicho que este debate hunde
sus raíces en una tradición que desde muy antiguo late en el
pensamiento humano: el sexo femenino tiene como única fun-
ción parir y cuidar su prole. En consecuencia, el único poder
que puede atribuirse a las mujeres estaría relacionado con la

38
La presencia de abundantes imágenes femeninas que hacen pensar
en sociedades organizadas en torno a mujeres, no es propia solo del Paleo-
lítico Superior. Aunque sea un tema que no trataremos aquí, es oportuno
mencionar que, en períodos posteriores como en Neolítico, también se ha
encontrado una iconografía femenina muy abundante.
Nuestras antepasadas paleolíticas… 211

capacidad de concebir y dar a luz. Valga insistir en que estas


raíces son muy profundas, puesto que hasta la segunda mitad
del siglo xx disciplinas como la antropología, la arqueología o
la biología evolutiva limitaban su interés por las mujeres a los
aspectos relacionados con la maternidad. O, insistiendo en lo
mismo, la capacidad de las mujeres de dar a luz una nueva vida
ha sido durante un larguísimo tiempo el único aspecto bajo el
que se las ha considerado39.
Sea como fuere, son cada vez más los estudiosos que paula-
tinamente han ido abandonando la vieja y caduca idea de que
la opresión y la marginación de las mujeres es un hecho natural
que ha existido desde los orígenes de la humanidad. Autoras
como Sally Campbell (2006) o Encarna Sanahuja (2002), y
muchas expertas más, sostienen como probable que durante el
95 por 100 de su historia, los representantes del género Homo
vivieron en grupos colectivos en los que disfrutaban de una
relativa igualdad entre los sexos. La situación de sometimiento

39
Muchos pueblos en el pasado, han sugerido algunos autores, descono-
cían la relación entre practicar el sexo y el embarazo y por lo tanto la gente
no tenía clara noción de la paternidad: las mujeres daban a luz niños miste-
riosamente, lo que alimentaba un sinfín de mitos que concedían a la hembra
un papel casi mágico. Incluso se ha argumentado que el matriarcado habría
sido derrocado por el patriarcado cuando los varones descubrieron la pater-
nidad, es decir, conocieron su contribución biológica a la reproducción de la
especie. Se trata, no obstante, de un razonamiento muy discutido. Para no
pocos estudiosos, es más acertado suponer que ningún grupo humano, por
muy primitivo que fuera, pudo haber desconocido el vínculo entre relaciones
sexuales y gestación. Según Cinthya Eller (2000), la paternidad, incluso en
las sociedades más arcaicas, probablemente nunca se ha ignorado. El hecho
de que cada criatura tenga un único padre sí es más reciente. Escritores
griegos y romanos, por ejemplo, pensaban que la «semilla» de dos hombres
podía contribuir por igual al carácter de la prole.
No
queremos pasar por alto que el término «semilla» utilizado como si-
nónimo de espermatozoide tiene un gran componente machista, ya que una
semilla que contiene el embrión, biológicamente consta de la mitad de la
información genética procedente de la madre y la otra mitad del padre. La
paulatina corrección de los errores, sobre todo gracias a los conocimientos
procedentes de la biología celular y de la reproducción, ha arrojado abun-
dante luz sobre un tema hoy ampliamente estudiado. Sin embargo, no ha
eliminado muchos sesgos sexistas que aún perduran.
212 Carolina Martínez Pulido

de la mujer sería, por tanto, un constructo social, un producto de


la organización de nuestras sociedades.
Un vez más, es obligado recordar que el «actualismo» ha
invadido en muchas ocasiones la ciencia, y por lo tanto hay
que ser prudentes ante las generalizaciones basadas en la uni-
versalidad de presente. En coherencia, no podemos interpretar
el comportamiento de nuestra especie Homo sapiens, que surgió
hace unos 200.000 años, basándonos en conductas seguidas en
los últimos 10.000, solo porque de esta época tenemos datos
fiables y de los 190.000 años restantes la información se vuelve
más y más borrosa a medida que se adentra en el pasado.

4. Comentario final

Las preciosas estatuillas femeninas del Paleolítico, que con


tanto ímpetu han aguijoneado la imaginación de muchos ex-
pertos y no expertos, parecen decirnos que las mujeres fueron
importantes, quizás hasta centrales, a lo largo de más de 20.000
años en sociedades que se extendieron desde los Pirineos hasta
la lejana Siberia. Siguiendo investigaciones recientes, no resulta
descabellado afirmar que en tiempos lejanos muy bien pudie-
ron existir culturas igualitarias en las que mujeres y hombres
desempeñaban sus actividades conjuntamente, compartiendo
el esfuerzo para la supervivencia del grupo. Día a día crecen
las evidencias que muestran que han existido comunidades en
las que las mujeres tuvieron un papel considerable; mucho más
relevante del que tradicionalmente se les ha adjudicado. Los
trabajos de diversas investigadoras, y también investigadores,
están proporcionando un sólido marco que refuta esa trama de
creencias tejida durante siglos y fundamentada en la universa-
lidad de las estructuras sociales dominadas por los hombres.
En suma, los testimonios con que hoy se cuenta muestran
que el papel de la mujer en la prehistoria y los orígenes de la
preponderancia masculina no están claros; no hay datos que
indiquen de manera indiscutible que el domino masculino sea
una condición universal inevitable. Pero además, suponiendo
que históricamente las mujeres nunca hubieran estado al mis-
Nuestras antepasadas paleolíticas… 213

mo nivel que los hombres, ello no restaría urgencia ni viabilidad


a la necesidad actual de luchar por la igualdad completa entre
los sexos. No es necesario entroncar históricamente ese reto
con ninguna realidad anterior, para reivindicar algo que, por
justicia, debe existir en la sociedad. Y terminamos con las pala-
bras de la arqueóloga Cynthia Eller (2000): «la historia recien-
te, tanto tecnológica como social, prueba que la innovación es
posible […], no estamos condenados para siempre a encontrar
nuestro futuro en nuestro pasado».
This page intentionally left blank
Capítulo 5

Considerandos sobre las mujeres en los pueblos de


tecnología simple

Una de las mayores fuerzas que mueven el mundo


en nuestra época
es la revolución de la igualdad.
Barbara Ward

1. Introducción

L
a antropología es una disciplina científica que tiene entre
sus objetivos descubrir, analizar y explicar las diferencias y
similitudes entre las distintas culturas del planeta, inclui-
das las poblaciones humanas actuales que no son productoras ni
están tecnológicamente desarrolladas1. Es decir, uno de sus focos
principales está centrado en aquellas poblaciones que viven en
estrecho contacto con la naturaleza y, de manera global, suelen
llamarse «pueblos de tecnología simple», «cazadores-recolecto-
res» o «tribales», en contraposición con el peyorativo término de
«pueblos primitivos» que tanto ha calado en la visión eurocén-
trica dominante hasta hace tan poco tiempo.

1
El radio de especialización de la Antropología, no obstante, se ha
ensanchado extraordinariamente en los últimos tiempos, abarcando ejes
temáticos de absoluta contemporaneidad (lo urbano, colectivos especiales,
medioambiente…).
216 Carolina Martínez Pulido

La Antropología constituye, junto a la arqueología y la pri-


matología, uno de los grandes pilares que sirven de apoyo a los
esfuerzos para esclarecer los orígenes y el desarrollo de la hu-
manidad moderna. El gran cuerpo teórico del que disponen los
antropólogos acerca de la organización de las sociedades triba-
les, sus comportamientos y adaptaciones, representa un valioso
marco de referencia para intentar reconstruir el estilo de vida
de nuestros predecesores. En esta cuestión, sin embargo, debe
extremarse la prudencia. Aunque a primera vista pueda parecer
que los cazadores-recolectores actuales se comportan de ma-
nera lo suficientemente simple como para establecer analogías
con los humanos del Paleolítico, sus estructuras sociales, len-
guaje y sistemas religiosos suelen ser casi tan complejos como
los de las sociedades desarrolladas. Una circunstancia que hace
poco probable que los homínidos premodernos tuvieran nada
comparable a dichos pueblos.
Valga recordar al respecto que en la Tierra no vive hoy otra
especie humana, salvo la de Homo sapiens. Todos descendemos
de una pequeña población surgida en África hace 150.000-
200.000 años. Tanto los pueblos de tecnología simple como los
habitantes del resto del mundo avanzado, en sus distintos gra-
dos de desarrollo, conformamos la humanidad biológicamente
moderna, separada por el mismo período de tiempo de quienes
vivieron durante el Paleolítico. Se trata de un hecho fundamen-
tal que no debe olvidarse, o de lo contrario se puede caer en
un abultado error, frecuente hasta no hace mucho: considerar
que los pueblos tribales están de un modo perenne, ahistóri-
co, unos «escalones por debajo», o unos «pasos más atrás» que
nuestras «sociedades civilizadas». Tengamos en cuenta que la
Etnografía2 ha estado en múltiples ocasiones, como tantas otras
disciplinas científicas, impregnada de grandes dosis de prejui-
cios que han propiciado la publicación de conclusiones faltas
de rigor al dar por válidas algunas inferencias, sean precipitadas
o de carácter externo al objeto estudiado.

2
Por Etnografía se entiende el estudio y descripción de los pueblos del
mundo. Para muchos autores se trata de una disciplina de la Antropología.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 217

Al igual que sucede con los estudios de primates no humanos,


hay que ser muy cautos cuando se emplean analogías etnográfi-
cas. No importa lo simple que pueda parecer la forma de vida de
los pueblos cazadores-recolectores del presente: ellos son sin duda
humanos modernos, Homo sapiens, tanto en el sentido anatómico
como intelectual. Tienen el mismo rango de capacidades debidas
a la inteligencia y las habilidades para comunicarse, que el resto de
la humanidad. Asimismo, es muy importante no olvidar, tal como
señalan Adovasio y Soffer (2007), que los primeros miembros del
género Homo —Homo habilis y Homo erectus/ergaster— llevaban
modos de vida que eran casi con certeza radicalmente diferentes
de los de los humanos modernos; y un aspecto más decisivo: tales
vidas se han extinguido hace ya miles y miles de años. No se pue-
de simplemente sobreimponer culturas relativamente recientes a
poblaciones de épocas muy antiguas, ya que el lapso de tiempo y
las potenciales diferencias culturales son enormes.

Antes de seguir adelante querría apuntar que, pese al enor-


me interés que este tema despierta, adentrarnos en el complejo
y apasionado debate que hoy agita los estudios etnográficos está
más allá de nuestro objetivo. Aquí solo pretendemos contribuir
a la difusión entre el público interesado de algunas perspectivas
novedosas sobre el papel de las mujeres en los pueblos tribales
que diversas antropólogas, apoyadas por cada vez más compa-
ñeros varones, vienen defendiendo en los últimos años.

2. Las antropólogas hacen oír su voz:


los pueblos tribales son altamente diversos

Hasta hace pocas décadas, debido en gran parte a la im-


placable marginación académica de las mujeres, los estudios
etnográficos eran mayoritariamente desarrollados por antro-
pólogos varones equipados de antemano con una idea precon-
cebida acerca de quiénes eran los sujetos relevantes para sus
investigaciones. Como ha señalado María E. Carranza Aguilar,
«la Antropología fue, en un principio, en busca de la voz del
nativo varón y, aunque nunca obvió a las mujeres por completo,
218 Carolina Martínez Pulido

si se interesó por ellas fue solo por su condición de madres».


Siguiendo el mismo camino que muchas otras disciplinas cien-
tíficas, hasta la segunda mitad del siglo xx en los estudios et-
nográficos no se consideró a las mujeres como sujetos con valor
en sí mismas, sino por su capacidad reproductora. «El etnocen-
trismo de los investigadores —continúa esta autora—, les hacía
buscar lo equivalente a su cultura occidental en las sociedades
no occidentales que estudiaban, al tiempo que su ideología an-
drocéntrica fijaba la atención en los elementos masculinos y
despreciaba los femeninos».

La Antropología ha sido construida como cuerpo teórico por va-


rones que, al observar los pueblos tribales, concentraron su aten-
ción en los miembros del sexo masculino, olvidando o ignorando
a la mitad femenina. Como resultado, los estudios etnográficos,
igual que tantos otros, han estado durante largo tiempo inmersos
en una práctica de la ciencia considerablemente alejada de la neu-
tralidad y la objetividad.

En este contexto, la voz de Verena Stolke (1996), profesora


de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona,
resulta notablemente ilustrativa:

El androcentrismo que caracterizó tanto a la antropolo-


gía sociocultural clásica como al conocimiento científico en
general está probado de sobra. Fue el movimiento feminista
[…] el que suscitó nuevas inquietudes y una nueva sensibi-
lidad, sobre todo entre las antropólogas, por la tradicional
negligencia en la disciplina de los quehaceres específicos y
las vidas de las mujeres dando origen a la antropología de
género.

Más adelante, esta científica apunta que la Antropología


de género se dedicó a «subsanar la visión distorsionada que la
antropología clásica ofrecía de las circunstancias y experiencias
de las mujeres mediante una amplia gama de estudios etnográ-
ficos en culturas diversas». No obstante, también Stolke hace
hincapié en que, «aunque las antropólogas tomaron conciencia
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 219

del sesgo presente en los estudios etnográficos en la década de


1930, inicialmente el eco de sus trabajos fue escaso». Estas son
sus palabras:

Ya a partir al menos de los años 30 algunas excepcio-


nales antropólogas tradujeron su íntima convicción de que
se debía tomar un especial cuidado en no minimizar en la
investigación etnográfica la importancia de las mujeres, en
estudios antropológicos de envergadura. A pesar del carác-
ter innovador, del rigor de sus trabajos e incluso de su éxito
profesional general, durante décadas estas obras pasaron
casi desapercibidas y aún hoy no forman parte del excelso
grupo de monografías clásicas […], leídas y releídas por
sucesivas generaciones de estudiantes.

La Antropología de género empezó a ganar audiencia y re-


lieve en torno a 1980, generando un nuevo discurso que puso
de manifiesto la falta de objetividad imperante al analizar temas
de género en los pueblos tribales. Las estudiosas denunciaron
enérgicamente que la experiencia contemporánea de los roles
sociales de mujeres y hombres se estaba usando de forma in-
discriminada y rutinaria como marco para interpretar el papel
de todas las mujeres, tanto en los pueblos de tecnología simple
como en los del remoto pasado.
En 1981, la antropóloga Peggy R. Sanday, después de ana-
lizar datos etnográficos de más de 150 sociedades indígenas,
concluía que las actividades femeninas y masculinas se han vis-
to distorsionadas y desfiguradas al suponer la generalidad de la
supremacía masculina. Durante dos décadas de investigación,
la científica documentó meticulosamente relaciones igualitarias
entre las mujeres y los hombres de los pueblos nativos que in-
vestigó, lo que la llevó a rechazar la noción de dominio mascu-
lino universal. En el año 1984, por su parte, Margaret Conkey,
de la Universidad de California en Berkeley, y Janet Spector, de
la Universidad de Minnesota, publicaron un artículo con pers-
pectiva de género titulado «Arqueología y estudios de género»3,
3
Título original: «Archaeology and the Study of Gender».
220 Carolina Martínez Pulido

que alcanzó una gran repercusión. Este trabajo contribuyó a


enfocar la atención de un elevado número de expertos sobre
la patente invisibilidad femenina en las reconstrucciones de
nuestro pasado.
A partir de entonces empezó a despuntar un nuevo escenario
en el que las mujeres emergían como miembros activos en sus
sociedades, en vez de estar confinadas al papel de reproductoras
pasivas y meras recolectoras de unas pocas plantas. Veamos.

2.1. El papel de las mujeres: divergentes miradas


que bifurcan la linealidad convencional

Durante largos años, los pueblos de tecnología simple pa-


recían revelar un modelo típico según el cual las mujeres reco-
lectaban alimentos vegetales, mientras que los hombres se des-
plazaban en periódicas cacerías para conseguir carne. A partir
de estas observaciones, los antropólogos evolucionistas extra-
polaron el modelo hacia atrás en el tiempo, asumiendo acríti-
camente que en épocas lejanas la situación habría sido similar.
Dieron por cierto, entonces, que ese modelo existía desde los
comienzos del género Homo con estructuras y funcionamientos
no muy distintos; pese a que a este género, Homo, lo tenemos
en el planeta desde hace unos 2,5 millones de años. Algunos
autores incluso llegaron a suponer que los australopitecos, con
una antigüedad de casi 4 millones de años, también organiza-
ban sus vidas de manera semejante.
Subyacente a tan convencional tesis late la convicción de que
en los homínidos del pasado distante había una nítida separa-
ción de tareas entre los sexos y que desde siempre las mujeres
han estado vinculadas con el mundo vegetal y los hombres con
la caza4. Mientras ellas se limitaban a las actividades supuesta-
mente sencillas como recolectar frutos, tubérculos o raíces de
los alrededores, ellos se organizaban en complejas y peligrosas
cacerías para aportar al grupo el alimento más valioso: la carne.

4
El tema de la mujer recolectora y el hombre cazador se trata con más
amplitud en el Capítulo 1.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 221

Este estereotipo, lastrado por un evidente androcentrismo, ha


propiciado que arraigue profundamente la idea de que todos
los pueblos tribales actuales, al igual que todos nuestros ante-
pasados desde el Paleolítico (o incluso anteriores), han dividido
el trabajo de forma natural y universal en hombres cazadores y
mujeres recolectoras.
Los sistemas culturales humanos ofrecen, sin embargo, una
variación mucho mayor que la supuesta. De hecho, las sociedades
se han revelado notablemente más flexibles de lo que se había
creído y parecen tener un elevado grado de diversidad que hasta
hace poco tiempo había pasado casi desapercibido. La rica varia-
bilidad detectada ha permitido, por ejemplo, describir pueblos en
los que no se observa la esperada separación de tareas (mujeres
recolectoras y hombres cazadores), sino un solapamiento más o
menos pronunciado. Las pruebas dicen que, a veces, ni siquiera
existen tareas que sean exclusivas de uno u otro sexo. Igualmente,
la pasividad y dependencia de las mujeres ha llegado a la arena
del debate al constatarse que en no pocas ocasiones los alimentos
por ellas conseguidos representan un elevado porcentaje del total
de la comida con el que cuenta el grupo.

Muchos autores sostienen que los pueblos de tecnología simple


deberían denominarse recolectores cazadores —en vez de al revés—
porque aproximadamente el 70 por 100 de su dieta consiste en
semillas, frutos, tubérculos, bulbos, etc., que se recolectan, mien-
tras que la carne procedente de la caza constituye una proporción
considerablemente inferior (el 30% restante). Además, cuando los
recolectores salen en busca de alimento en un entorno conocido,
rara vez regresan al grupo con las manos vacías, mientras que, por
el contrario, los cazadores vuelven muchas veces sin haber atrapado
ningún animal, sobre todo si lo que pretenden es capturar piezas de
gran tamaño. Valgan a título de ejemplo las investigaciones realiza-
das por la antropóloga de la Universidad de Utah, Kristen Hawkes
y su equipo, que en la década de los 90 han revelado que grupos de
hombres armados con arcos y flechas envenenadas de los pueblos
Hazda de Tanzania solo son capaces de capturar un animal grande
una vez al mes como media, lo cual no es ni remotamente suficiente
como para alimentarse a sí mismos y a sus hijos.
222 Carolina Martínez Pulido

Los expertos, incluso los más profundamente convencidos


de que universalmente las mujeres han ocupado un estatus
más bajo que los hombres, se han viso obligados a cuestionar-
se, unos con mejor voluntad que otros, la credibilidad de una
jerarquía que hasta pocas décadas no había admitido discu-
sión alguna. No obstante, pese a que se hayan verificado más
situaciones de igualdad de las inicialmente supuestas, hay que
tener en cuenta que los datos estadísticos reflejan que en gran
parte de las sociedades actuales las mujeres ocupan posiciones
de menor poder y prestigio que los hombres. Tal situación, sin
embargo, podría deberse a que ellas no tienen, o no han tenido,
acceso a los recursos, y por lo tanto su lugar subordinado no
implica necesariamente que se trate de un hecho universal e
inevitable.

Si bien es cierto que los varones son dominantes en muchas de las


más populosas sociedades de nuestros días, esto no puede extra-
polarse a todos los pueblos indígenas actuales, ni mucho menos
a la gente del Paleolítico. En el primer caso, tal extrapolación no
es válida porque los estudios de los últimos años revelan una gran
diversidad entre los pueblos tribales que aún habitan el planeta.
En lo que al Paleolítico se refiere, tampoco vale esa extrapolación,
sobre todo porque el dominio masculino se considera hoy un re-
sultado de los asentamientos humanos que tuvieron lugar en la
época posterior, el Neolítico.

Frente a quienes afirman que la igualdad de género no


existe en ninguna sociedad, se ha argumentado que esta ac-
titud podría simplemente responder a una falta de interés
o a cierta incapacidad para detectar sociedades altamente
igualitarias fuera de los propios filtros jerárquicos cultura-
les. Como enérgicamente ha expresado la arqueóloga Joan
Marler (2003), «solo eliminando tales filtros e incorporando
un amplio rango de investigaciones no sesgadas podrán los
científicos documentar con precisión una perspectiva com-
pleta del papel cultural de las mujeres como agentes autó-
nomos y no como individuos dependientes y subordinados
a los hombres».
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 223

De manera semejante a lo sucedido en la primatología o en la


arqueología, los resultados más recientes logrados en la Antro-
pología muestran que las sociedades de primates en general o de
humanos en particular que pueblan el mundo han tenido y tienen
un comportamiento mucho más rico y diverso de lo que hasta hace
pocos años se creía. Curiosamente, las novedades más interesantes
de estas disciplinas coinciden en rescatar del olvido y la margina-
ción a las mujeres, poniendo de manifiesto que se trata de sujetos
con un comportamiento activo y que, en no pocos casos, ocupan
posiciones centrales o fundamentales en aquellos grupos de los
que forman parte.
Primatólogas, arqueólogas y antropólogas son hoy merecedoras de
reconocimiento porque, tras un considerable esfuerzo investigador
y ciertamente apoyadas por un creciente número de compañeros
varones, están contribuyendo a cambiar el imaginario colectivo
acerca de la cantidad y calidad de las funciones femeninas en un
amplio espectro de sociedades y épocas.

El sesgo androcéntrico que ha limitado durante tanto


tiempo a los estudios etnográficos, puede tener su raíz en que
inicialmente, insistimos, fueron producto de investigadores
masculinos incapaces de convivir con las mujeres de los asen-
tamientos observados. Se trata de una inercia que empezó
a quebrarse con la participación de las científicas. Cuando
ellas lograron establecerse entre las comunidades femeninas,
describieron un escenario muy diferente. Comprobaron que
las mujeres eran muy creativas, capaces de realizar multitud
de tareas y de elaborar diversos utensilios que facilitaban sus
variadas actividades. Y, lo que es más importante, en muchos
pueblos no encontraron atisbo alguno de falta de iniciativa,
pasividad o dependencia femeninas. Más bien al contrario,
en trabajos de campo meticulosamente documentados, las
antropólogas hallaron que en un considerable número de so-
ciedades las mujeres disfrutan del control sexual y económico
de sí mismas.
Las estudiosas percibieron, además, otro comportamiento
de notable interés: en múltiples ocasiones, las mujeres están
vinculadas unas a otras y, por ejemplo, recolectan juntas en
224 Carolina Martínez Pulido

vez de aisladas, configurando incluso vastas redes que se dis-


persan por grandes áreas para conseguir comida5. Asimismo,
en diversos pueblos las mujeres y los hombres pueden ser
fuentes igualitarias de alimentos. En otros escenarios suelen
ser ellas y no los varones, quienes aportan la mayor parte
del sustento. Los últimos estudios etnográficos muestran,
además, la existencia en los pueblos tribales de formas de
intercambio de productos que implican a las mujeres en pa-
peles centrales, y que tales actividades no son vistas de nin-
guna manera como marginales o de menor importancia por
la población.

El mundo académico cuenta todavía hoy con estudiosos que, in-


cluso careciendo de datos serios que los avalen, alimentan un viejo
y caduco dogma: en el Paleolítico y en los pueblos cazadores-reco-
lectores actuales, una hembra y sus crías necesitan para no morir
de hambre de un macho que cace para ellas. Los datos empíricos
de las últimas décadas, sin embargo, tienden a mostrar que las
mujeres no han sido nunca, ni lo son ahora, consumidoras pasivas,
sino sujetos activos capaces de contribuir significativamente en
diversas actividades sociales.

En definitiva, la Antropología de género tiene enormes po-


tencialidades para reconocer la riqueza cultural de los distintos
pueblos del mundo, en gran medida debido a su capacidad para
resaltar el crítico papel que la mitad femenina desempeña y que
probablemente ha desempeñado en las sociedades de tecnolo-
gía simple y en los orígenes y evolución de la humanidad.

5
Ellas recolectan plantas, frutos, nueces, bayas, algunas raíces y tubércu-
los; consiguen huevos de aves, insectos y cazan o atrapaban pequeños ani-
males (Helen Pringue, 1998).
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 225

Esquema 1.
Antropología clásica Antropología de género
L L
Hasta la segunda mitad del Su finalidad es subsanar la
siglo xx solo se interesó por visión distorsionada que la An-
las mujeres en su condición de tropología clásica ha ofrecido
madres de las mujeres
L L
La perspectiva de género ha realizado una significativa corrección meto-
dológica al incorporar al ámbito de estudio antropológico las actividades
de las mujeres

Llegados a este punto, hemos escogido traer a estas páginas


dos grandes debates que atañen a esta disciplina y que en los
últimos años han cobrado un inusitado vigor, superando los lí-
mites de la comunidad científica y prendiendo con fuerza en la
opinión pública en general. El primero de ellos hace referencia
a una peculiar condición fisiológica humana que desde muy an-
tiguo ha llamado poderosamente la atención: el hecho natural
de que en todos los pueblos del mundo las mujeres dejen de ser
fértiles décadas antes de que terminen sus vidas.
El otro gran debate tiene que ver con el comportamiento
sexual de las mujeres, y gira en torno a la cuestión de la monoga-
mia femenina. Tema polémico donde los haya, ya que se ha visto
avivado últimamente porque diversos estudios primatológicos y
etnográficos parecen demostrar que en todos los primates, inclui-
dos los humanos, las hembras naturalmente exhiben un compor-
tamiento promiscuo, esto es, sexualmente activo. Una condición
que podría haber sido favorecida por la selección natural.

3. Sobre una incógnita evolutiva: la larga vida


posreproductora de las mujeres

El prestigioso antropólogo Jared Diamond señalaba en 1996


que el fin de la capacidad reproductora femenina dos o tres dé-
cadas antes de la muerte, es un hecho fisiológico tan insólito
226 Carolina Martínez Pulido

que debería incluirse, junto a los grandes cerebros o la postura


erguida, como rasgo biológico esencial para diferenciarnos del
resto de los simios.
Los seres humanos aparentemente son la única especie
primate en la que el sistema reproductor femenino entra en
declive cuando el resto del cuerpo permanece sano y todavía
vigoroso. A diferencia de la mayor parte de los animales sal-
vajes, que conservan su fertilidad casi hasta que mueren, las
mujeres, cuando llegan a los cuarenta y cinco o cincuenta años
de edad, pierden la capacidad de tener descendencia debido
a un proceso llamado menopausia. Como es sabido, ello no
impide que a continuación siga un largo período de activa vida
posreproductora6.
Si comparamos la hembra chimpancé con la humana,
vemos que en la primera el período fértil empieza entre
los ocho o diez años y dura aproximadamente unos trein-
ta. Cuando el animal alcanza la cuarentena, en condiciones
naturales todos sus sistemas fisiológicos, incluyendo la ferti-
lidad, declinan hasta que se produce la muerte. En la mujer,
la vida fértil comienza algo más tarde, en torno a los trece
o quince años y dura hasta alrededor de los cincuenta. Su-
poniendo una vida máxima de ochenta u ochenta y cinco
años, habrá tenido aproximadamente igual que la hembra
chimpancé unos treinta años de vida fértil. Lo llamativo en

6
La menopausia es estrictamente un término médico para expresar el
final de la actividad menstrual. Ocurre cuando acaba la función cíclica que
los ovarios llevan realizando sin interrupción desde la pubertad, dejando
de fabricar óvulos y deteniendo la producción de las hormonas sexuales
femeninas: los estrógenos (Campillo, 2005). Entre los mamíferos, al menos
de momento, solo se han encontrado dos especies de animales salvajes en
las que una proporción sustancial de sus hembras pasa una fracción signi-
ficativa de su vida después de que su fertilidad se haya acabado: la ballena
piloto o calderón (Globicephala macrorhyncus) y la ballena asesina (Orcinus
orca). La cuarta parte de las hembras adultas cazadas por los balleneros son
claramente posmenopáusicas, a juzgar por la condición de sus ovarios. Estas
hembras alcanzan la menopausia a la edad de treinta o cuarenta años y como
media viven unos catorce años más, llegando algunas hasta los sesenta. Son
pues, junto con las humanas, las únicas que experimentan un cese total de
su capacidad reproductora mucho antes del final de su vida.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 227

el caso de las humanas es que subsistan otras tres décadas de


vida no reproductiva7.
Los médicos y los biólogos conocen desde hace tiempo que
el mecanismo fisiológico de la menopausia implica la senes-
cencia y agotamiento de los óvulos cuya cantidad ha quedado
establecida durante el desarrollo intrauterino8. No existe, sin
embargo, una razón obvia para que las células reproductoras
femeninas degeneren hacia el medio siglo cuando en otras es-
pecies longevas de mamíferos, como los elefantes, la mayoría
de las ballenas o las tortugas, los óvulos permanecen viables
durante al menos sesenta años.
En las numerosas discusiones generadas en torno a las sin-
gulares características reproductivas de la hembra humana, se
han propuesto infinidad de hipótesis con el fin de explicar su
larga vida posmenopáusica. No obstante, todas son muy deba-
tidas y la cuestión, como veremos seguidamente, todavía está
lejos de alcanzar el consenso.
Un argumento defendido por un considerable número de
expertos sostiene que la menopausia y la subsiguiente etapa
posmenopáusica no son sino el resultado reciente del aumento
de la vida media humana. Apuntan que estas condiciones fisio-
lógicas apenas podrían haberse producido a lo largo de la ma-
yor parte de nuestra evolución, debido a que (supuestamente)

7
Se estima que una mujer de setenta y cinco años de edad aún conserva
al menos el 90 por 100 de su metabolismo basal, el 85 del funcionamiento
de su sistema nervioso, el 70 de su función cardiovascular y coordinación
muscular y el 50 por 100 de su función pulmonar en comparación con el
estado fisiológico que presentaba cuando tenía veinte años (Austad, 1994).
Pese a todo ello, en ese momento de su vida el sistema reproductor lleva
inactivo al menos dos décadas.
8
Hacia el quinto mes del desarrollo intrauterino, un embrión femeni-
no ya posee todos los ovocitos que tendrá en su vida (recordemos que por
ovocito se entiende un gameto femenino al que le falta pasar por la segunda
división meiótica para convertirse en un óvulo maduro, listo para la fecun-
dación). A lo largo de los años fértiles de una joven, sus ovocitos irán madu-
rando hasta alcanzar una cifra próxima a los 400. En cada ciclo menstrual
se perderá uno, y al llegar a los cincuenta años de edad la mayor parte de ese
suministro original se ha acabado; los ovocitos restantes tienen ya medio
siglo de vida y paulatinamente dejan de responder a las hormonas.
228 Carolina Martínez Pulido

casi ninguna mujer, ni hombre, viviría pasados los cuarenta


y cinco o cincuenta años de edad. La actividad reproductora
femenina debería terminar en las proximidades de la muerte,
pero, dado que la ampliación de la longitud de la vida humana
es demasiado reciente, la función reproductora de las mujeres
no ha tenido tiempo de ajustarse.
Este punto de vista olvida, sin embargo, que cualquier otra
función biológica de las mujeres no solo continúa funcionando
durante décadas después de los cincuenta años, sino que en la ac-
tualidad, y a pesar de las enormes diferencias en riquezas, recursos
y accesos a medicinas, en todos los pueblos del mundo las mujeres
experimentan la menopausia. Esto sugiere, según distintos espe-
cialistas, que el programa de la fertilidad humana está integrado
dentro de nuestra constitución genética desde mucho antes de la
aparición de algún tipo de progreso tecnológico y cultural9.

Otra hipótesis propuesta para explicar la larga vida pos-


reproductora femenina, y quizás la que más popularidad ha
alcanzado, es la llamada hipótesis de la abuela. Postulada hace
unos cincuenta años por el biólogo evolutivo George Williams,
esencialmente sugiere que la pérdida de la fertilidad permite a
las mujeres mayores colaborar con sus hijas en la alimentación
de los nietos. Este supuesto se apoya en que la función abas-
tecedora de las mujeres en las sociedades tribales se prolonga

9
La baja mortalidad de los humanos adultos no está restringida a las
poblaciones con avances científicos médicos. La estructura de la pirámide
de edad entre los pueblos cazadores recolectores, que no tienen acceso a
los productos farmacéuticos occidentales, muestra también un alargamien-
to de la vida en comparación con la de los simios. De hecho, tanto en las
poblaciones históricas como en las de cazadores recolectores con fertilidad
y mortalidad naturales, un tercio o más de las mujeres está usualmente por
encima de los cuarenta y cinco años (Hawkes, 2004). Esto es muy poco
frecuente en los otros primates; en los chimpancés, menos del 3 por 100
de los adultos están por encima de los cuarenta y cinco años. La mitad de
todas las hembras chimpancés en Gombe y Mahale nunca sobreviven a su
capacidad reproductiva, mientras que entre los ache, cazadores recolectores
de Paraguay, la mitad de todas las mujeres en edad reproductora viven al
menos dieciocho años más después del cese de su capacidad reproductora
(Hill y Hurtado, 1996).
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 229

en el tiempo mucho más allá del final de su vida fértil. «En las
poblaciones humanas —ha apuntado la antropóloga de la Uni-
versidad de Utah Kristen Hawkes (1998)— la norma es que
las mujeres sean vigorosas y productivas cierto tiempo después
de que su fertilidad haya acabado». Se convertirán entonces en
abuelas que, sin hijos a su cargo, aumentan las posibilidades de
supervivencia de los nietos.
El razonamiento ha encontrado argumentos sólidos en el
hecho de que las crías humanas son sumamente indefensas e
inmaduras al nacer y dependen por completo de los adultos,
sobre todo de sus madres, durante un tiempo muy largo. Ese
intervalo es más extenso que en cualquier otra especie animal.
Tengamos en cuenta que una cría de chimpancé comienza a
buscar su comida tan pronto como es destetada, mientras que
una humana tarda en hacerlo un tiempo considerablemente
mayor10.
Pero la hipótesis de la abuela no convence a todos. De he-
cho, alimenta un vivo debate en el que se enfrentan controverti-
dos puntos de vista a favor y en contra de su rigor científico. En
este sentido, destacan entre sus defensores la citada antropólo-
ga Kristen Hawkes y sus colaboradores. El equipo ha realizado
meticulosos estudios en mujeres de diferentes edades de la et-
nia Hadza, una población nómada que habita en Tanzania, que
primordialmente recogen frutas silvestres, tubérculos, miel, in-

10
Las crías de los chimpancés son capaces de conseguir alimentos
desde pequeñas ayudándose de sus manos o de herramientas muy rudi-
mentarias. El caso de los humanos cazadores-recolectores es distinto, sin
embargo, porque la mayor parte de su comida la obtienen gracias al uso de
utensilios elaborados (palos para excavar, redes, lanzas de madera). Ade-
más, normalmente la preparan con otras herramientas (piedras talladas
para cortar, mazos para machacar) y, en muchos casos, luego la cuecen
al fuego, hecho a su vez con otros instrumentos. La fabricación de todos
estos útiles está fuera de la destreza manual y de la capacidad mental de las
crías humanas. El uso de herramientas y su producción no solo se aprende
imitando, sino también mediante el lenguaje que las criaturas humanas
tardan años en dominar. Todo ello conduce a que las niñas y los niños
permanezcan largo tiempo dependientes, y esa dependencia es mayor de
las madres que de los padres, porque ellas tienden a proporcionar con su
proximidad más cuidados.
230 Carolina Martínez Pulido

sectos o pequeños animales. Sus resultados han puesto de ma-


nifiesto que entre los hadza las mujeres posmenopáusicas son
las que dedican el mayor tiempo a recolectar, mucho más que
las jóvenes. Hawkes y sus colaboradores han calculado que estas
mujeres, algunas de las cuales pueden alcanzar hasta ochenta
años de edad, aportan gran cantidad de comida a sus hijos y
nietos, posiblemente debido a que la abundancia de alimentos
conseguidos suele aumentar con la edad y la experiencia.
Asimismo, se ha observado que en diversos pueblos caza-
dores-recolectores estudiados, como los kung de Sudáfrica, los
ye’Kwana de Venezuela y los residentes del atolón de Ifaluk en
la Micronesia —además de los citados Hazda de Tanzania—,
también aparecen evidencias de mujeres posreproductoras que
proporcionan comida y cuidados que ayudan a sus hijas a criar
mejor a sus descendientes. De esta manera, las mayores contri-
buirían al éxito reproductor de las más jóvenes.
Por su parte, Daryl Shanley y sus colaboradores de la Uni-
versidad de Newcastle (RU) han analizado en un artículo pu-
blicado en la revista New Scientist (2007), datos procedentes de
los nacimientos y muertes de 5.500 personas en Gambia du-
rante los años 1950 y 1975, antes de que llegara allí la medicina
moderna. Esos datos revelan que una niña o un niño tendrán
diez veces menos de posibilidades de sobrevivir si su madre
muere antes de que cumpla los dos años edad, y que una cria-
tura de entre uno y dos años tendrá el doble de posibilidades
de sobrevivir si su abuela vive en ese tiempo. Otros familiares
no parecen tener ningún efecto significativo11.
En 2009, Molly Fox de la Universidad de Cambridge, Rei-
no Unido, junto a un equipo plurinacional que incluye además
de investigadores británicos a un norteamericano y otro alemán
intentaron remodelar la hipótesis de la abuela basándose en
argumentos genéticos relacionados con el cromosoma X. De-

11
Los investigadores propusieron también un modelo matemático se-
gún el cual predecían que lo mejor para la supervivencia de una población
humana es que la menopausia llegue a una edad relativamente temprana.
De este modo, como abuela, la mujer posmenopáusica ayudaría a doblar las
expectativas de vida de sus nietos.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 231

bido a que este cromosoma se hereda de manera diferente por


las niñas (definidas como XX porque poseen un cromosoma X
de la madre y otro del padre) y los niños (definidos como XY
porque tienen un cromosoma X materno y uno Y paterno), los
autores distinguen entre el posible efecto de abuelas maternas y
paternas. La conclusión es que, si bien la hipótesis de la abuela
tiene validez general, no debe infravalorarse la naturaleza del
parentesco genético, ya que las nietas y los nietos difieren en
la proporción de cromosomas que comparten con sus abuelas.
Esto es, el inusual modelo de herencia del cromosoma X podría
provocar que los efectos de la abuela fuesen específicos para el
sexo12.
Mirkka Lahdenperä, del Departamento de Biología la
Universidad de Turku, Finlandia, señalaba en 2010 haber en-
contrado en sus investigaciones razones para sospechar que la
menopausia ha tenido un carácter adaptativo. Su trabajo se basa
en el análisis de registros demográficos de dos poblaciones: una
de Finlandia con datos que abarcan desde el siglo xviii hasta
el xx, y otra de Canadá, con información procedente de los
siglos xix y xx. El argumento central de la autora está apoyado
en la estimación, de un lado, de los costes de una reproducción

12
Cuando una mujer tiene un hijo varón, este heredará de ella uno de sus
cromosomas X y un cromosoma Y de su padre, por lo tanto, cualquier gen de
sus cromosomas X tiene el 50 por 100 de probabilidades de ser transmitido a
su hijo. Cuando este hijo sea padre, pasará su único cromosoma X a su hija y
el parentesco entre la niña y su abuela paterna, en relación con ese cromosoma,
será también del 50 por 100. Los nietos varones de esta mujer, sin embargo, al
heredar el cromosoma X de su madre no tienen ningún parentesco ligado a los
genes de ese cromosoma con sus abuelas paternas. La abuela materna, por el
contrario, tiene dos cromosomas X y por tanto cualquiera de los genes presen-
tes en ese cromosoma tiene un 50 por 100 de probabilidades de ser heredado
por su hija. Los hijos de esta última, independientemente de que sean niñas o
niños, tendrán un 25 por 100 de probabilidades de heredar el cromosoma X de
su abuela materna. En suma, los nietos varones tienen un 0 por 100 de genes
ligados al cromosoma X de su abuela paterna y un 25 por 100 ligados a ese
cromosoma de la abuela materna; las nietas tendrán un 25 por 100 de genes del
cromosoma X de la abuela materna y un 50 por 100 de los genes de la abuela
paterna. Todo ello podría generar, siempre según Fox y colaboradores, una su-
pervivencia diferencial entre nietas/nietos y la presencia de la abuela.
232 Carolina Martínez Pulido

continua hasta que la edad materna es avanzada y, de otra parte,


en los beneficios de detenerla antes. Debido sobre todo a que la
mortalidad femenina causada por el parto se incrementa con la
edad, el cese relativamente temprano de la fertilidad, sostiene
Lahdenperä, ofrece ciertas ventajas. O, lo que es lo mismo, su
tesis coincide con diversos estudios realizados en distintas par-
tes del mundo que muestran que los efectos provechosos de las
abuelas en el éxito reproductivo de sus descendientes parecen
más valiosos que una vida fértil prolongada.

La hipótesis de la abuela, pese a ser defendida por un número


apreciable de expertos, sin embargo presenta numerosos puntos
débiles que le han restado credibilidad. El modelo tropieza con
un grave problema, porque no todos los datos obtenidos a partir
de estudios etnográficos corroboran una probabilidad de super-
vivencia significativamente mayor para las criaturas asistidas por
las abuelas que la de aquellas criadas sin esa ayuda.
En este sentido, las investigaciones publicadas en 1991 por
Kim Hill, del Departamento de Antropología de la Universi-
dad de Michigan, en colaboración con Magdalena Hurtado, del
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, centrada
en la comunidad Ache de Paraguay, muestran que los beneficios
derivados de la maternidad con asistencia de la abuela parecen
demasiado pequeños para justificar una vida posreproductiva
prolongada. Sostienen que los datos empíricos evidencian que
las ventajas alcanzadas por la pérdida de la fertilidad en las
mujeres mayores son igualmente demasiado escasas como para
ejercer una influencia favorable que sea significativa sobre el
conjunto de la población13.
En realidad, las posibles ventajas que puedan justificar la exis-
tencia de una larga vida posreproductora femenina permanecen
por el momento bastante confusas. Si bien es cierto que, como
han afirmado Hawke y sus colaboradores, la variación del peso

13
La tesis de que las últimas décadas de vida sin capacidad reproduc-
tora tiene como fin que las abuelas asistan a sus hijas —madres con hijos
pequeños— no se ha visto corroborada en las otras especies de ballenas que
presentan esta característica, en las que no existe tal asociación.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 233

de un niño está relacionada con el tiempo en que una abuela


recolecta, Hill y Hurtado mantienen, por el contrario, que la fer-
tilidad de los hijos y las hijas y la supervivencia de los nietos no se
ven significativamente incrementadas por la presencia de mujeres
posmenopáusicas. Al respecto, Jocelyn S. Peccei del Departamen-
to de Antropología de la Universidad de California, Los Ángeles,
apuntaba en 2001 que, pese a que las investigaciones empíricas en
las sociedades cazadoras recolectoras sugieren que en algunos ca-
sos las abuelas contribuyen a la supervivencia de sus descendien-
tes, los modelos cuantitativos usando datos reales no han logrado
demostrar que la menopausia se mantiene por adaptación.
Por otra parte, Peccei, que se muestra bastante escéptica
con relación a la hipótesis de la abuela, hace hincapié en que la
ayuda de estas claramente varía en importancia y clase según
las condiciones locales. Por esta razón, sugiere la autora, podría
esperarse que la edad media de la menopausia se incrementará
a medida que las condiciones socioecológicas fuesen mejorando
con el tiempo. Sin embargo, esa tendencia no se ha detectado
en lo más mínimo a lo largo de los pasados 150 años, un perío-
do durante el cual se ha conocido una tremenda mejora en las
condiciones de vida. Pese a que evolutivamente se trata de un
período de tiempo insignificante, quizás los múltiples estudios
realizados podrían haber insinuado algún cambio, pero no ha
sido así. Peccei y sus colaboradores creen probable que la edad
de la menopausia al menos no se ha retrasado a lo largo de los
pasados 1.000 años.
Con todo, debemos tener en cuenta que autores como Hi-
llard Kaplan, profesor del Departamento de Antropología de
la Universidad de Nuevo Méjico y sus colaboradores, han afir-
mado en un trabajo publicado en el año 2000 que, en general,
las mujeres no contribuyen más que los hombres a la nutrición
de sus descendientes, ya sea antes o después de la menopausia.
Además, estos autores creen que las mujeres posreproductoras
no producen más que las que están en edad fértil. Según ellos,
ni las madres ni las abuelas proporcionan todo lo que un niño
come. Con este argumento, continúa Kaplan, no se pretende
insinuar que las mujeres se mantengan ociosas, sino que no hay
que infravalorar la inversión masculina en la alimentación de
234 Carolina Martínez Pulido

las crías. En este sentido, M. Lahdenperä ha señalado que los


aportes de alimentos procedentes de las mujeres posmenopáu-
sicas parecen variar notablemente entre los distintos grupos;
mientras que en algunas sociedades pueden ser muy importan-
tes, no resultan esenciales en otras.
La citada Jocelyn Peccei (2001) ha destacado otro argu-
mento significativo contrario a la hipótesis de la abuela. Si la
expansión del lapso de vida posreproductor ofrece ventajas a las
mujeres, estas, llegada la menopausia, no deberían sufrir ningún
efecto negativo en su salud más allá de cualquier deterioro rela-
cionado con el envejecimiento «normal». No obstante, parecen
existir consecuencias negativas en la salud como resultado de
la retirada de los estrógenos, por ejemplo, una mayor fragilidad
ósea. Pero las cosas tampoco parecen claras en este aspecto;
diversos expertos sostienen que la menopausia podría no ser el
factor de riesgo más importante para las fracturas por osteopo-
rosis14, puesto que múltiples estudios muestran que la dieta y el
grado de ejercicio físico son variables importantes que inciden
sobre la tasa de pérdida de masa ósea.

En esta breve discusión, también es necesario incluir otra críti-


ca significativa a la hipótesis de la abuela: adolece de un claro ses-
go eurocéntrico porque se basa en un modelo de familia nuclear
occidental que no refleja la realidad de los pueblos tribales. De
hecho, el uso del término «abuela» sería en este caso desafortu-
nado e incorrecto, ya que si bien es cierto que las mujeres posme-
nopáusicas son abastecedoras de importancia, también lo es que
entre los cazadores-recolectores la familia nuclear no representa
la forma más frecuente de organización social. Normalmente, las
aportaciones de las mujeres mayores suelen ser beneficiosas para
el grupo en su conjunto. Debe tenerse en cuenta que el actua-
lismo de la familia nuclear ha invadido en muchas ocasiones la
bibliografía y, por lo tanto, hay que extremar la prudencia ante las
generalizaciones basadas en la universalidad de lo propio.

14
La osteoporosis es una enfermedad que disminuye la cantidad de mi-
nerales en los huesos, produciendo un defecto en la absorción de calcio que
los vuelve quebradizos y susceptibles de fracturas y microfracturas.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 235

En los pueblos de tecnología simple, aunque aproximada-


mente el cuarenta por ciento de las mujeres ya han sobrepasado
la menopausia, los datos empíricos confirman que sus aporta-
ciones siguen siendo importantes para la economía y para la
alimentación del grupo en general, y no solo para sus descen-
dientes. En coherencia, no puede afirmarse que la larga vida
posreproductora femenina sea el resultado de un largo proceso
adaptativo en beneficio de los nietos.

3.1. El fin prematuro de la vida reproductora. ¿Y después?

Aunque desde hace tiempo sabemos que el agotamiento


y senectud de los óvulos son la causa inmediata de la meno-
pausia, la pregunta de por qué la selección natural favoreció a
las mujeres cuyos óvulos se acaban a los cincuenta años sigue
siendo un misterio de la evolución humana. Pese a que efecti-
vamente se trata de un hecho vital de nuestra especie, para los
biólogos evolucionistas parece una paradójica aberración. De
acuerdo con la teoría de la evolución, la menopausia representa
un enigma porque implica la selección de caracteres que pro-
mueven la supervivencia después de que la función reproductora
haya terminado, cuando, como sabemos, el proceso evolutivo
funciona para mantener y optimizar la capacidad reproductiva
de la especie.
Desde este punto de vista, en la década de 1950 se enunció
una hipótesis que intentaba explicar la menopausia como una
respuesta adaptativa de la especie humana. Este fenómeno fi-
siológico habría actuado como un centinela para proteger a la
mujer que envejece de los riesgos del embarazo y el parto. Las
mujeres que, en virtud de mutaciones genéticas, perdieron su
fertilidad a una edad relativamente temprana, habrían tenido
una ventaja de supervivencia sobre aquellas que no experimen-
taron esas mutaciones y quedaban más expuestas a la mortali-
dad asociada al parto.
Años más tarde, en la década de los 90, el antropólogo Jared
Diamond también se sumaba a este criterio, apuntando que
en los hombres la capacidad reproductiva va decreciendo con
236 Carolina Martínez Pulido

lentitud a medida que envejecen, mientras que en las mujeres


tal capacidad se acaba de forma prematura debido al esfuerzo
adicional que significan el embarazo, el parto y la lactancia. En
la actualidad, autores como Julia Pérez Piñero y otros (2007)
también sostienen que la pérdida de capacidad reproductora
podría ser un mecanismo de protección para las mujeres que
envejecen frente a los peligros de un parto tardío15.
En los años 2007 y 2008 diversos investigadores, entre
ellos algunos procedentes de las universidades de Cambrid-
ge y Exeter, propusieron un modelo alternativo, según el cual
la menopausia podría ser una adaptación para minimizar la
competencia reproductiva entre mujeres de dos generaciones
distintas pertenecientes al mismo grupo. El razonamiento se
fundamenta en que los humanos son los únicos primates donde
casi no existe un solapamiento reproductor: las mujeres dejan
de reproducirse cuando empieza a hacerlo la siguiente gene-
ración de la unidad social, y por lo tanto no se genera com-
petencia entre ellas. No obstante, esta tesis —la infertilidad
de las mujeres mayores sirve para disminuir la presión de la
reproducción competitiva entre las hembras de distintas gene-
raciones— parece desacertada, porque ignora el hecho de que
si bien las competencias existen, las presiones desencadenadas
no son suficientes para lograr imponer la primacía sexual de
una generación sobre otra16.

15
En los mamíferos en general, el parto es relativamente simple y el
riesgo de mortalidad asociado suele ser bajo, aun en edad avanzada. En los
humanos, por el contrario, el canal del parto, posiblemente debido a la evo-
lución hacia la posición erguida, se ha complicado de manera notable. Lo
tortuoso de este canal es lo que motiva gran parte del riesgo de mortalidad
asociado al nacimiento.
16
En condiciones naturales, sin ayuda médica, por término medio las
mujeres tienen su primer hijo en torno a los 19 años de edad y el último alre-
dedor de los 38, lo que implica que cesan de reproducirse cuando la próxima
generación comienza a hacerlo. A partir de estos datos se ha desarrollado
un modelo matemático simple que, según sus defensores, predice que las
mujeres mayores ceden el testigo de la maternidad a las jóvenes de su misma
unidad social. Insistimos en que este modelo no goza de la aceptación entre
la mayoría de los expertos.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 237

A la extensa lista de hipótesis propuestas para interpretar


evolutivamente la menopausia y el largo período de vida pos-
reproductora de la hembra humana, algunos biólogos evolu-
cionistas han añadido otra: quizás este fenómeno fisiológico
no confiere ningún beneficio en sí mismo, sino que se trata de
un carácter derivado. Especialistas como Andrew J. Petow, del
Departamento de Genética de la Universidad de Wisconsin,
se apoyan en un argumento que se viene discutiendo desde los
tiempos de Darwin: la selección natural podría no ser válida
para explicar la totalidad los caracteres.
En otras palabras, considerar que todos los aspectos anató-
micos, fisiológicos, o de comportamiento de una especie son
producto de la selección natural, puede conducir a explicaciones
dudosas, a veces incluso carentes de fundamento, tal como sos-
tuvieron en 1979 los profesores de la Universidad de Harvard,
el conocido paleontólogo e historiador de la Ciencia, Stephen J.
Gould, y el biólogo evolutivo y filósofo de la biología, Richard
C. Lewontin. Estos prestigiosos evolucionistas realizaron una
crítica general del adaptacionismo, haciendo precisamente hin-
capié en que no todo responde a la adaptación. Según su cri-
terio, pueden existir caracteres biológicos que se presenten, sin
más, como consecuencia de otros aspectos funcionales. Quizás
unas mutaciones que afectaron a un órgano concreto o a una
función fisiológica dada pudieron tener un efecto antagónico
sobre otros aspectos del organismo aparentemente no relacio-
nados. Veamos este razonamiento, aplicado al tema que nos
ocupa.
La menopausia y la extensa posmenopausia, lo decíamos
más arriba, parecen ser universales en todas las mujeres y para
todas las poblaciones estudiadas. Incluso a pesar de que la ma-
yoría de esas mujeres, a través de la historia de nuestra especie
(y también en la actualidad en muchos sitios del mundo), no
hayan sobrevivido el suficiente tiempo como para que estos
procesos se manifiesten. Tal circunstancia lleva a plantearnos
qué beneficios podría aportar la menopausia cuando los huma-
nos no sobrevivían mucho más allá de los cuarenta años. O, lo
que es lo mismo, cómo pudo convertirse en universal y caracte-
rístico de la vida reproductora femenina un proceso fisiológico
238 Carolina Martínez Pulido

si la mayoría de ellas moría antes de que pudiese expresarse.


De aquí que se haya sugerido el cálculo probabilístico de que
quizás se trate de un resultado indirecto debido a otro cambio
biológico. Esto es, de un efecto colateral implícito en la selec-
ción de otras características.
Desde esta perspectiva, el fin de la vida fértil podría estar
causado por mutaciones en genes pleiotrópicos ligados (aque-
llos que tienen efectos en más de un carácter)17. La menopau-
sia representaría un compromiso entre la pérdida de capacidad
reproductora en las últimas décadas de la vida, cuando la ferti-
lidad es naturalmente más baja y aumentan los defectos de na-
cimiento, compensable a favor de alguna otra característica que
mejore la reproducción en edades más tempranas. Por ejemplo,
la disminución del tiempo que transcurre entre un nacimiento
y el siguiente, que es menor en los humanos que en los demás
grandes simios, podría tener como contrapartida que la ferti-
lidad terminara antes de que la mujer fuese fisiológicamente
vieja18. Este compromiso funcionaría porque la ganancia neta
proporcionada por una reproducción y fertilidad tempranas su-
peraría la potencial pérdida causada por el fin prematuro de la
reproducción (Petow, 1998).

La menopausia y la larga vida posreproductora parecen ser


en la actualidad una característica propia de solo una espe-
cie primate: Homo sapiens. Se trata de un fenómeno fisioló-
gico adaptativo que, según algunos expertos, en su momento
pudo haber tenido una insospechada trascendencia evolutiva.

17
Se llama pleiotropía al efecto por el cual un solo gen mutante afecta
a dos o más aspectos del fenotipo de un organismo, que por lo demás
no parecen estar relacionados. Si varios de estos genes pleiotrópicos se
transmiten siempre juntos de generación en generación, se habla de genes
ligados.
18
Las crías humanas, a pesar de que necesitan grandes cuidados, nacen
a intervalos relativamente más cortos en comparación con los demás simios.
Por ejemplo, por término medio los chimpancés (Pan troglodytes) dan a luz a
una nueva cría con intervalos de 5,5 años; los orangutanes (Pongo pygmaeus
y P. abelii) con un intervalo de 8 años y los humanos cada 3-4 años, en po-
blaciones con fertilidad natural (Robson et ál., 2006).
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 239

Un sorprendente hecho natural que conduce a décadas de vida


productiva sin capacidad de reproducción.
Modelos teóricos recientes indican que ninguna de las hi-
pótesis propuestas para explicar el singular sistema reproductor
femenino humano es, de hecho, adecuada en sí misma. Sin em-
bargo, cuando se toman juntos algunos datos y se postula un mo-
delo combinado, puede argumentarse que la menopausia confie-
re una ventaja evolutiva. Las mujeres que pierden su capacidad
reproductiva y se mantienen aún vigorosas podrán seguir siendo
importantes abastecedoras de alimentos para el grupo en que
viven. Asimismo, estarán exentas de las dificultades que acarrean
el embarazo y el parto. Las mayores serían entonces más valiosas
por sus aportaciones, que intentando otra reproducción.
Teniendo en cuenta que los estudios sobre las sociedades
de tecnología simple no avalan la existencia universal de fami-
lias monógamas, evolutivamente la menopausia y los lustros de
vida que le siguen podrían entenderse como una ventaja para la
especie. La selección natural habría favorecido tal componente
distintivo posreproductor en la hembra humana, porque esta
deja de ser fértil mucho antes de ser fisiológicamente vieja.
Y durante esa fase no reproductiva, que puede representar hasta
un tercio del total de su existencia, la mujer abastecedora de-
dicará parte de sus esfuerzos a colaborar en la supervivencia de
las crías de su tribu, entre ellas las de sus propios hijos o nietos.
Los menores, mejor alimentados, tendrán así más posibilidades
de llegar a la edad adulta y, a su vez, reproducirse. El cambio de
rol, por consiguiente, permite retroalimentar la cadena vital con
presencias en fases distintas siempre proactivas.
A lo expuesto debe, además, sumarse otro aspecto que, aun-
que resulte evidente, conviene subrayar: la etapa posreproduc-
tora de las mujeres solo puede expresarse si la vida se extiende
bastante más allá de los cincuenta años. Tal circunstancia lleva
a plantearnos la importancia del momento en que, a lo largo de
la historia evolutiva humana, las mujeres se hicieron longevas.
No es una cuestión baladí, sino fuente de interesantes debates
a los que dedicaremos el siguiente apartado.
240 Carolina Martínez Pulido

3.2. ¿En qué momento de su evolución alcanzó el linaje humano


edades avanzadas?

En la actualidad, los expertos aún desconocen cuánto tiem-


po hace que nuestros antepasados lograron alcanzar edades lo
suficientemente avanzadas como para que, en el caso de las
hembras, pudiera existir al final de la vida una etapa más o
menos larga sin capacidad reproductora. Algunos suponen que
como mínimo debió producirse hace unos 200.000 años, fecha
en torno a la cual apareció Homo sapiens, pero no es descartable
que esa situación existiese ya desde mucho antes.
La menopausia y el tiempo de vida que le sigue podrían ha-
ber surgido entre hace 1,6 millones de años y 150.000, aunque
en su mayor parte los investigadores han especulado con que se
trata de un rasgo muy antiguo. Posiblemente apareció durante
el tiempo de rápida encefalización en la línea de los homínidos,
proceso que trajo una mayor y más prolongada dependencia
de las crías. No pocos autores opinan que incluso podría haber
surgido mucho antes, cuando se produjo la separación entre los
homínidos y los simios africanos, esto es, hace unos 6 o 7 mi-
llones de años, ya que no se ha observado que los chimpancés
o los gorilas tengan una larga vida posreprodutora.
Ciertamente, en lo que a los chimpancés respecta, resulta
muy esclarecedor el trabajo realizado por un equipo de inves-
tigadores de la Universidad de Harvard, dirigido por la pro-
fesora Melissa Every Thompson en colaboración con la gran
especialista Jane Goodall, publicado en el año 2007 en la revista
Current Biology. Este estudio concluye que las hembras chim-
pancés que viven en libertad no pasan por ningún proceso pa-
recido a la posmenopausia humana, confirmando así algo que
los primatólogos sospechaban desde hace tiempo: que se trata
de una característica única de nuestra especie.
Los datos disponibles hasta ese momento eran, sin embargo,
un tanto contradictorios. La mayoría de los autores consideraba
que no existía una auténtica posmenopausia entre las hembras
chimpancé, aunque algunos apuntes recientes no son tan ro-
tundos ante la posibilidad de tal fenómeno. Los resultados de
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 241

todos estos trabajos eran de hecho insuficientes, puesto que ca-


recían de conclusiones claras sobre la fertilidad de las hembras
que envejecían. Las observaciones se habían realizado en gru-
pos (muestras) muy pequeños y, sobre todo, mayoritariamente
en animales bajo cautividad. Esto último impone prudencia a
la hora de extrapolar observaciones, porque se ha constatado
que la vida en cautividad es demasiado distinta a la salvaje o
natural.
El equipo de E. Thompson realizó una extensa investigación
que abarcó seis comunidades de chimpancés que viven libres en
sus territorios africanos. Llegó a dos conclusiones fundamenta-
les: primera, que los chimpancés, aunque en condiciones natu-
rales tienden a sobrevivir menos tiempo que en cautividad, son
animales longevos, ya que pueden sobrepasar los sesenta años;
en segundo lugar, se observó que en las chimpancés no ocurre
nada parecido a la menopausia. Las hembras de esta especie de
simios pueden seguir teniendo hijos a edades muy avanzadas.
De hecho, su fertilidad solo decae totalmente cuando entran en
senescencia. En este sentido, Melissa Thompson ha precisado
que «la chimpancé más vieja que se sepa que ha dado a luz en
estado salvaje tenía nada menos que cincuenta y cinco años.
Cuando destetó a la cría recuperó su ciclo reproductivo y sus
reglas continuaron presentándose de forma regular hasta poco
antes de su muerte a los sesenta y tres años».
Los resultados del equipo de M. E. Thompson amplían
considerablemente el contexto evolutivo para debatir el sig-
nificado adaptativo de la larga vida posreproductora de las
mujeres. Y, como se apunta más arriba, un dato de interés que
podría arrojar luz sobre el asunto es conocer cuándo empeza-
ron nuestros antepasados a extender su longevidad. Con tal
fin, los expertos acuden a una información clave: relacionar
el peso corporal y el tamaño del cerebro, porque está amplia-
mente aceptado que cuanto mayor es este último, más larga es
la esperanza de vida.
La antropóloga Kristen Hawkes y su equipo han propuesto
que los representantes de la especie Homo erectus/ergaster, de
hace 1,8 millones de años, fueron los primeros homínidos que
presentaron un ciclo vital diferente al de los grandes simios.
242 Carolina Martínez Pulido

El tamaño del cuerpo (cerca de un 70 por 100 mayor que el


de los australopitecos), y sobre todo del cerebro (alrededor de
1.000 cc para Homo ergaster/erectus frente a los 450-500 cc de
los australopitecos) indican que las máximas edades alcanzadas
por los miembros de esa especie de Homo estarían entre los
setenta y setenta y cinco años. Si esto fue así, la menopausia
y el consiguiente período de vida posreproductora antes de la
muerte podría haberse originado hace más de millón y medio
de años. Siguiendo a Hawkes, que recordemos es una de las
principales expertas defensora de la hipótesis de la abuela, la
aplicación de este modelo a homínidos tan antiguos pondría de
manifiesto que las hembras mayores pueden haber desempeña-
do un papel primordial en la evolución del género Homo.
No obstante, debemos advertir rápidamente que este modelo
es muy discutido. La mayor parte de los antropólogos cree que el
afirmar que las posmenopáusicas del pasado lejano ayudaban a sus
hijas en la alimentación de sus nietos, y que ello influyó en la evo-
lución de la humanidad, es un razonamiento impregnado de pre-
sentismo. No puede olvidarse que la información disponible hasta
ahora tiende a confirmar que la familia nuclear que hoy conocemos
se originó en el Neolítico, hace unos 7.000 años, por lo que no
parece válido querer remontar tal organización familiar hasta los
orígenes del género Homo. De nuevo, extrapolar las observaciones
realizadas en humanos modernos, ya sean los que viven en pueblos
de tecnología simple o los que lo hacen en un entorno desarrollado,
a las numerosas especies del género Homo (Homo sapiens incluido)
que vivieron en el largo período que fue el Paleolítico, es científi-
camente poco riguroso. La contaminación del túnel del tiempo se
traduce en heroicas y míticas hipótesis de trabajo.
En esta misma línea, uno de los directores del equipo de
Atapuerca, el profesor del CSIC José María Bermúdez de Cas-
tro (2002), considera muy arriesgado aseverar que a comien-
zos del Pleistoceno las hembras recolectoras mayores fueron
el motor que impulsó la evolución de nuestro género. Según
este científico, tal escenario evolutivo tropieza con importantes
dificultades. Una de ellas, quizás la más reveladora para el tema
que nos ocupa, es la ausencia en el registro fósil de restos de in-
dividuos viejos o seniles. De hecho, no quedan pruebas de que
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 243

los miembros del género Homo (como Homo erectus/ergaster) de


aquellos tiempos sobreviviesen hasta edades avanzadas19.
La cuestión de cuándo alcanzó nuestro linaje edades avan-
zadas, es un asunto muy difícil de resolver. Ni siquiera se sabe
si la longevidad ocurrió gradualmente o estuvo asociada con
algún evento de especiación rápida. También se desconoce si
tuvo lugar de forma tardía, esto es, poco después de la salida de
África de los humanos modernos, hace unos 50.000 años, o si,
por el contrario, sucedió en épocas mucho más tempranas en
nuestro linaje africano, hace más de un millón de años.
Jared Diamond, por ejemplo, se inclina por pensar que la
longevidad, y por tanto la expresión de un período de tiem-
po sin capacidad reproductora en las mujeres, surgió en Homo
sapiens hace unos 40.000-50.000 años, quizás junto a otras
características de la humanidad anatómicamente moderna
asociadas al pensamiento simbólico (lenguaje, enterrar a los
muertos, arte…)20. En esta esfera, distintos estudiosos alegan
que nuestra especie disfrutó de un éxito ecológico y competiti-
vo sin precedentes precisamente porque contaba con algo que
a los demás homínidos les faltaba: una larga expansión de la
vida posreproductora.
No obstante, queremos insistir en que este razonamien-
to presenta puntos débiles difíciles de superar. Por un lado,
hay autores, como por ejemplo Piccei, 2001, que sostienen
que la hipótesis de la abuela no se puede confirmar a partir
de los datos disponibles sobre las estructuras de edad de las
sociedades paleolíticas conocidas. Es altamente improbable,

19
Pese a que se ha sugerido que los fósiles de los individuos mayores de
50 años por ser más frágiles se destruyen con mayor facilidad, resulta difícil
admitir que haya desaparecido el rastro de los homínidos mayores si estos
formaron una parte importante de la composición de las sociedades paleolí-
ticas. El tema es complicado, no obstante, porque numerosos investigadores
señalan que los métodos para determinar la edad de la muerte de los adultos
son muy poco precisos. Alimentan, por ello, con frecuencia estimaciones
erróneas sobre la verdadera edad de la muerte. Por ese motivo cabría la po-
sibilidad de que el registro fósil incluyera más restos de individuos mayores
de 40-50 años de los habitualmente admitidos.
20
Este tema se trata en el Capítulo 3.
244 Carolina Martínez Pulido

alega esta científica, que muchas mujeres sobrevivieran hasta


convertirse en posmenopáusicas, incluso en tiempos relati-
vamente recientes como hace 50.000 años. Por otro lado, si
se quiere evitar el caer en una especie de ginocentrismo (que
acarrearía los mismos errores que el androcentrismo), es ne-
cesario tener en cuenta que los hombres también hacen im-
portantes aportaciones a la tribu o clan en que viven. Parece
pues poco probable, que la longevidad de las mujeres (de las
pocas que sobrepasaran los 50 años de edad en las primeras
sociedades humanas) pueda haber constituido un componente
esencial en nuestra evolución; aunque, insistimos, una larga
vida femenina sí puede ser muy importante en las sociedades
tribales actuales.
Es evidente que establecer un consenso entre los especialis-
tas y organizar de manera coherente los datos hoy disponibles
constituye una tarea plagada de dificultades, lo que nos lleva a
pensar que el interesante tema de la vida posreproductora de
las mujeres ha de permanecer en la arena del debate científico
abierto a nuevos descubrimientos y sugerencias. Es uno más de
los extensos senderos, al que supuestamente todavía le queda
un largo tiempo para averiguar a fondo su cartografía.

3.3. El papel de los mayores en la memoria colectiva


y en las prácticas cotidianas

Según señala J. Diamond, la gente mayor en las sociedades


preletradas, esto es, sin sistema de escritura —lo que en realidad
significa cualquier sociedad del mundo desde los orígenes de la
humanidad hasta el surgimiento de la escritura en Mesopota-
mia hace unos 5.500 años— es muy valorada por la experiencia
y conocimientos acumulados a lo largo de su vida.
En nuestras sociedades desarrolladas actuales, continúa este
autor, resulta imposible comprender la decisiva posición de los
mayores como depositarios de información y experiencia en
un mundo que aún no ha inventado la capacidad de escribir.
Los viejos, mujeres y hombres, se convierten en las bibliotecas
referenciales de las tribus. Saben más que nadie sobre el am-
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 245

biente local. Esa experiencia atesorada de los que recuerdan es


trascendental para la supervivencia de todo el colectivo.
Los estudios etnográficos han revelado, asimismo, que con fre-
cuencia en las sociedades tribales las mujeres viejas alcanzan niveles
de gran autoridad. Son esenciales porque participan activamente
en la transmisión de conocimientos por vía oral, lo que las convier-
te en figuras principales encargadas de conservar las tradiciones y
conocimientos del grupo. Ese papel les otorga una gran influencia
en la toma de decisiones importantes y cotidianas.
Un resultado que ratifican investigaciones etnográficas muy
diversas llevadas a cabo en pueblos de múltiples rincones del
planeta. En las mismas se observa que las mujeres posmeno-
páusicas suelen alcanzar significativas cotas de poder social,
económico, político o espiritual, abundando los casos en las
que son elegibles para estatus especiales. Tales actividades po-
drían, entre otras cosas, beneficiar a todos los niños y niñas
simultáneamente y minimizar el incremento del coste indivi-
dual de cada uno. Diversos antropólogos, Diamond entre ellos,
han subrayado que las capacidades femeninas pueden acarrear
importantes ventajas que habitualmente han pasado casi des-
apercibidas. Solo en las últimas décadas se ha empezado a re-
conocer la relevancia académica que merecen, pues la de sus
comunidades ya la tenían acreditada.

Cambiando de perspectiva, queremos hacer hincapié en otro


aspecto del comportamiento humano que en los últimos años
ha alcanzado un eco especial: se trata de la disputa en torno a la
supuesta monogamia femenina y el interés que, como veremos,
está despertando el tema entre expertos y legos.

4. Sobre un tema recurrente:


las ventajas de la promiscuidad femenina
en el acontecer evolutivo

Frente a la idea sostenida por innumerables generaciones


de biólogos según la cual en la mayor parte de las especies
las hembras son monógamas, pasivas y recatadas, los datos
246 Carolina Martínez Pulido

más recientes apuntan con insistencia en una dirección bien


distinta: en todo el reino animal, primates incluidos, las hem-
bras por lo general suelen ser promiscuas —entendiendo por
promiscuidad ser sexualmente activas— y copulan de forma
rutinaria con varios machos diferentes21. Este fenómeno se
ha revelado tan extendido que, por ejemplo, en el año 2008,
las primatólogas Melissa E. Thompson, Rebecca M. Stumpf
y Anne E. Pussey, señalaban que el apareamiento promiscuo
de las hembras representa un modelo casi universal en los
simios.
Ciertamente, hoy se admite que en todos los primates bien
estudiados las hembras exhiben una activa sexualidad. Pero,
como era de esperar, las controversias se han encendido con
considerable vigor cuando la atención se centra en nuestra pro-
pia especie, sobre todo debido a que los estudios etnográficos
están sacando a la luz con una regularidad sorprendente que
la poliandria existe en muchos pueblos tribales y que, además,
puede detectarse en diversas versiones22.
Un trabajo de investigación muy reconocido sobre la poli-
gamia ha sido el libro La evolución de la sexualidad humana23,
publicado en 1979 y escrito por Donald Symons, en la actua-
lidad profesor emérito del Departamento de Antropología de
la Universidad de California. Se trata de una obra seminal en
la que su autor sostiene básicamente que la biología no puede
confirmar que los seres humanos sean una especie monógama.
Los argumentos del científico se apoyan en un hecho que se ha
21
La promiscuidad de las hembras primate se trata también en el Ca-
pítulo 2.
22
Por poliandria se entiende un tipo de comportamiento polígamo, se-
gún el cual una hembra tiene como pareja sexual a dos o más machos. En las
sociedades humanas, en el Tibet, Sanskar, Nepal, las regiones del Himalaya
de la India y en Ceilán o Sri Lanka, es frecuente la práctica en que una
mujer tiene más de una pareja simultáneamente. Esta situación también se
ha observado en ciertas regiones de China (especialmente en Yunnam), en
algunas comunidades africanas subsaharianas, así como en pueblos indígenas
de Sudamérica. Una forma de poliandria frecuentemente encontrada recibe
el nombre de poliandria fraterna, e implica que dos o más hermanos se em-
parejen con la misma mujer.
23
Título original The Evolution Of Human Sexuality.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 247

observado habitualmente: «los humanos copulan regularmente


en épocas en las que la concepción no es posible, y por ello cabe
decir que su comportamiento sexual no tiene solo funciones re-
productivas». Por supuesto, aquí Symons se está refiriendo a las
mujeres, quienes normalmente practican el sexo en momentos
de su ciclo vital en los que la concepción es imposible.
El libro de Symons impulsó en la década de los 80 un es-
cenario propicio para estimular investigaciones y perspectivas
novedosas sobre el comportamiento sexual humano. Asimis-
mo, alimentó variadas discusiones sobre la monogamia y su
frecuencia en los distintos pueblos del mundo. En los últimos
años, la bibliografía sobre el tema se ha multiplicado considera-
blemente y las conclusiones más generalizadas parecen apuntar
a que los humanos no somos por naturaleza, subrayemos ese
término, monógamos. La competencia entre espermatozoides
y las ventajas reproductivas que este fenómeno biológico re-
presenta se ha revelado como el común denominador en la
avalancha de estudios sobre nuestro comportamiento sexual24.

La monogamia humana es un tema que hoy se encuentra


envuelto en vivas discusiones: cada vez son más numerosos los
trabajos de investigación que tienden a mostrar que Homo sa-
piens nunca sido una especie naturalmente monógama. Ni los
machos ni las hembras. En lo que a estas últimas respecta, uno
de los argumentos de más peso a favor de su promiscuidad es la
competencia entre los espermatozoides. La evolución del tracto
reproductor femenino para seleccionar aquellos gametos más
vigorosos, con mayor capacidad de fecundación y por tanto de
contribuir al nacimiento de crías más sanas, puede considerarse
una prueba difícil de refutar, porque muestra que los aparea-
mientos múltiples ofrecen ventajas evolutivas evidentes. De he-
cho, el comportamiento no monógamo parece estar presente
en un número significativo de pueblos del mundo, mostrando
frecuencias mayores a las esperadas.

24
La competencia entre espermatozoides y sus ventajas evolutivas se
trata con más detalle en el Capítulo 2.
248 Carolina Martínez Pulido

La competencia entre espermatozoides, pese a su indiscuti-


ble valor evolutivo, no es, sin embargo, el único mecanismo que
explica la poligamia en la hembra humana. También existen
otros factores que pueden beneficiar la descendencia de una
mujer que mantiene relaciones sexuales con muchos hombres.
Veamos.
En el pensamiento occidental, como es sabido, la paterni-
dad única ha sido aceptada durante muchos años. Sin embar-
go, hace solo poco más de un siglo los científicos demostraron
que un solo espermatozoide es el que se fusiona con el óvulo.
Esta prueba esencialmente implicó que, mientras los biólogos
ponían de manifiesto que cada niña o niño tiene un único pa-
dre biológico, los antropólogos, por su parte, asumían que la
doctrina «un espermatozoide, una fecundación» era aceptada
por todas las culturas y por todos los padres. Pero esta visión
de la naturaleza humana universal se ha visto cuestionada tras
décadas de investigación etnográfica en pueblos tribales. Sirva
como ejemplo el estudio publicado en 1994 por el antropólogo
Willilam Crocker, de la Institución Smithoniana25, sobre las
actividades rituales practicadas en grupo por los canela, una
tribu que habita en la Amazonia brasileña. Según el científico
se trata de un pueblo que ha vivido casi hasta la actualidad pro-
fundamente convencido de que una niña o un niño pueden, e
idealmente deben, tener más de un padre, pues ello aumentará
sus probabilidades de supervivencia.
Las conclusiones de Crocker acerca de que la paternidad
única no es una creencia universal, se han visto confirmadas por
otros resultados. Unos años más tarde, en 1999, la antropóloga
Sarah Hrdy constataba que en diversas tribus del Amazonas,
entre los ache de Paraguay y los bari de Venezuela, al igual que
entre los canela, las mujeres embarazadas practican activamente
el sexo con parejas adicionales, especialmente con aquellos cuyas

25
La categoría científica de W. Crocker se pone de manifiesto cuando
recordamos que el Smithsonian Institution, nombre original, es un Centro
de Educación e Investigación situado en Washington DC y en la ciudad
de Nueva York, que posee el complejo de museos asociados más grande del
mundo.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 249

cualidades consideran valiosas, creyendo que la criatura en for-


mación podrá heredarlas. En el mismo sentido, la antropóloga
Kristen Hawkes, que ha pasado años estudiando los ache de
Paraguay y los hadza de Tanzania, ha señalado que «el modelo
de pareja monógama es solo una pequeña parte de la historia de
la humanidad». En realidad, continúa esta autora, «los modelos
de la sexualidad humana son mucho más variables».
En un libro sobre la copaternidad entre los nativos de Suda-
mérica publicado en 2002, sus autores, los antropólogos Ste-
phen Beckerman de la Universidad de Pensilvania y Paul Va-
lentine de la Universidad Este de Londres, investigadores del
Proyecto de Paternidad Compartida de los Bari de Venezuela,
afirmaban también haber llegado a la conclusión de que las
mujeres Bari son promiscuas durante el embarazo, convenci-
das de que de esta manera incrementan la supervivencia de sus
futuros hijos26.
Beckerman, asimismo, ha apuntado que «la frecuencia y
distribución de la idea de paternidad compartida —detectada
en al menos 20 sociedades tribales principalmente extendidas
por Sudamérica— muestra que la doctrina es común a través
de todo el continente y que se encuentra en pueblos cuyas tra-

26
En esta misma línea, Beckerman sostiene que «los Bari creen que to-
dos los hombres que mantengan relaciones sexuales con una mujer durante
el embarazo comparten la paternidad biológica de la criatura. La pareja
estable de la mujer, si cohabita con ella durante la gestación, usualmente es
considerada el padre biológico primario. Los otros son padres secundarios».
Estos últimos tienen obligaciones con los niños, aunque en sus resultados
los antropólogos reflejaron que el seguimiento de ese compromiso era varia-
ble: algunos Bari afirmaban que los padres secundarios nunca suministra-
ban alimentos, mientras que otros sí lo hacían. Los científicos investigaron
la supervivencia hasta los 15 años de niños con y sin padres secundarios.
Estudiaron a 111 mujeres posreproductivas: 74 proporcionaron padres se-
cundarios para al menos uno de sus hijos, y 37 no lo hicieron. En total
contabilizaron 897 embarazos. La supervivencia de los niños con padres
secundarios fue del 80 por 100, mientras que la de los que solo tenían padre
primario fue del 64 por 100. «Estos números indican que la promiscuidad
durante el embarazo incrementa la supervivencia del niño resultante», dice
Beckerman, y supone que la razón estriba en la alimentación suplementaria
que reciben madre e hijo/a.
250 Carolina Martínez Pulido

diciones culturales divergieron hace milenios». Esos pueblos,


continúa el científico, «llevan viviendo miles de años separados,
hablan lenguas que no están relacionadas y no han estado en
contacto durante siglos».
Tras diversos estudios que, al analizar el comportamiento
sexual de distintos pueblos de tecnología simple, han propor-
cionado datos semejantes no son pocos los antropólogos que
han concluido que el énfasis puesto sobre la monogamia feme-
nina puede estar más vinculado a tendencias socioeconómicas
que a los procesos evolutivos27.
En suma, parece evidente que la poligamia (ya sea una mu-
jer emparejada con varios hombres o un hombre con varias
mujeres) ha sido muy frecuente a lo largo de la historia. Pero
los efectos de la occidentalización, que han alterado o destruido
las sociedades más tradicionales, pueden dar en no pocos casos
la falsa impresión de lo contrario. Haciéndonos eco de la voz
de los expertos, conviene advertir que es muy posible que la
poliandria, como una forma de poligamia, parezca rara solo
cuando es observada a través de una especie de visión de túnel
cultural o ideológico. Los estudios sobre el comportamiento
sexual de las mujeres, como tantos otros, arrastran una enorme
carga de prejuicios. Y, aunque el tema escapa a los límites de
este trabajo, cabe apuntar que los múltiples ejemplos y argu-
mentos expuestos por los especialistas tienden a demostrar que
tal comportamiento es, y probablemente ha sido, mucho más
diverso y complejo de lo que habitualmente se ha pensado o
querido admitir.

27
A través de una serie de entrevistas a mujeres bari mayores, Stephen
Beckerman ha constatado que antes de 1960 la mayoría de ellas tenía com-
pañeros sexuales extra durante al menos uno de sus embarazos. Sin embargo,
con la llegada de cada vez más occidentales, ocurrida principalmente con
posterioridad a esas fechas, los comportamientos tradicionales de la tribu
se han ido perdiendo acelerada e irremisiblemente. Se trata de lo que los
expertos llaman «contaminación occidental», que dificulta en gran medida
el estudio de las tradiciones propias de un pueblo nativo.
Considerandos sobre las mujeres en los pueblos… 251

5. Comentario final

En las últimas décadas, la antropología ha conseguido no-


tables avances, pero quizás el más significativo ha sido abrir
la puerta a una comprensión más completa de la humani-
dad gracias a la capacidad de su especialización de género
en dar voz a un colectivo, el de las mujeres, que hasta hace
poco tiempo existía silencioso para el mundo académico. Sin
embargo, no debemos pecar de exceso de optimismo, ya que
borrar para siempre los sesgos androcéntricos que han pre-
valecido durante incontables generaciones aún requiere un
esfuerzo considerable, pese a que las evidencias desafían y a
menudo contradicen los estereotipados modelos convencio-
nales. No debe olvidarse que la línea dominante, que conti-
núa hasta hoy, simplemente sigue asumiendo que, pese a lo
mucho que la sociedad humana pueda haber cambiado a lo
largo de su historia, los papeles de ambos sexos están fijados
por la biología y la dominancia masculina. Como corolario al
uso, tal dominio se acepta como un hecho natural y por ende
universal.
Los estudios etnográficos más recientes, llevados a cabo por
antropólogas y también antropólogos, han logrado, pese a todo,
revelar tras meticulosas observaciones, que las mujeres en los
pueblos de tecnología simple no son meras comparsas, auxi-
liares o complementos, de sus compañeros varones. Jóvenes o
viejas, por su capacidad como abastecedoras y por los conoci-
mientos y sabiduría que alcanzan tras atesorar esa memoria a
lo largo de sus vidas, ejercen un papel social que en múltiples
ocasiones ocupa esferas máximas de poder. Ningún estudio que
se precie de científico puede permitirse dejar en la sombra a tan
importante colectivo.
Los sistemas culturales humanos, gracias precisamente a
los resultados procedentes de la antropología de género, se han
revelado mucho más diversos y complejos de lo que se había
supuesto. Las sociedades se muestran notablemente más flexi-
bles y dotadas de una rica variabilidad. Entre otras cosas, ha
sorprendido a muchos la descripción de pueblos en los que no
252 Carolina Martínez Pulido

se observa la esperada separación de tareas (mujeres recolecto-


ras y hombres cazadores), sino un solapamiento de actividades
más o menos pronunciado. Las pruebas dicen que, a veces, ni
siquiera existen tareas que sean exclusivas de uno u otro sexo.
Así pues, frente a quienes afirman que la igualdad de género
no existe en ninguna sociedad, se ha argumentado que esta
creencia podría simplemente responder a una falta de interés o
a cierta incapacidad para detectar sociedades altamente iguali-
tarias fuera de los propios filtros jerárquicos culturales. Como
enérgicamente ha expresado la arqueóloga Joan Marler (2003),
«solo eliminando tales filtros e incorporando un amplio rango
de investigaciones no sesgadas podrán los científicos documen-
tar con precisión una perspectiva completa del papel cultural
de las mujeres como agentes autónomos y no como individuos
dependientes y subordinados a los hombres».
Pese a todo, el mundo académico cuenta todavía hoy con es-
tudiosos que, incluso careciendo de datos serios que los avalen,
alimentan un viejo y caduco dogma: en el Paleolítico y en los
pueblos cazadores-recolectores actuales, una hembra y sus crías
necesitan para no morir de hambre de un macho que cace para
ellas. Los datos empíricos de las últimas décadas, sin embargo,
tienden a mostrar que las mujeres no han sido nunca ni lo
son ahora consumidoras pasivas, sino sujetos activos capaces de
contribuir significativamente en diversas actividades sociales.
En este contexto, las antropólogas, arqueólogas y primató-
logas son actualmente merecedoras de reconocimiento porque,
tras un considerable esfuerzo investigador y ciertamente apo-
yadas por un creciente número de compañeros varones, están
contribuyendo a cambiar el imaginario colectivo acerca de la
cantidad y calidad de las funciones femeninas en un amplio
espectro de sociedades y épocas.
En definitiva, la antropología de género tiene enormes po-
tencialidades para reconocer la riqueza cultural de los distintos
pueblos del mundo, en gran medida debido a su capacidad para
resaltar el crítico papel que la mitad femenina desempeña, y
que probablemente ha desempeñado, en las sociedades de tec-
nología simple y en los orígenes y evolución de la humanidad.
A modo de epílogo: Corregir el relato
de un recorrido mutilador
Yo no deseo que las mujeres tengan
poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas
Mary Wollstonecraft

E
n las últimas décadas la disciplina que estudia nuestros
orígenes, la Paleoantropología, ha conseguido múltiples
y decisivos avances. El eco de sus asombrosos logros se
ha expandido en todas direcciones, despertando la curiosidad
por sus contenidos y conquistando el interés de un público
amplio y diverso que se ha volcado ante las primicias aparecidas
en los múltiples medios hoy disponibles. No obstante, pese a
sus extraordinarios descubrimientos y a las sugerentes hipótesis
propuestas para interpretarlos, quizás el fruto de mayor tras-
cendencia ha sido el de abrir las puertas a una visión más com-
pleta del pasado de la humanidad. En esa escalada, numerosas
científicas han dado voz a un colectivo que hasta hace poco
tiempo permanecía casi silencioso para el mundo académico.
Sus contribuciones especializadas y de género han precisado la
perspectiva de nuestra evolución, ganando en rigor y riqueza
por sus importantes matices y corrección de errores.
El renovado paisaje científico revela que, en la evolución
del linaje humano, las mujeres no han sido seres pasivos y de-
pendientes, esa mera comparsa de unos esclarecidos compa-
ñeros varones, sino que han desplegado una notable y diver-
sificada actividad: pudieron crear cultura, ostentar poder y en
254 Carolina Martínez Pulido

muchos casos ocupar posiciones centrales en las sociedades en


las que vivieron. El empuje de estas nuevas interpretaciones
se ve reflejado en la frecuencia con que las imágenes femeni-
nas protagonizan publicaciones de importancia, exposiciones
de museos, las portadas de revistas de divulgación científica,
documentales o cualquier otro foro. Por fin se ha normalizado
la ausencia de antaño, lo que es una clara evidencia de que el
largo camino andado no ha sido infructuoso.
Las expertas han conseguido ofrecer respuestas más holís-
ticas e inclusivas; y lo han hecho aplicando los protocolos de
rigor en el método científico. De ahí que sus resultados hayan
marcado significativos hallazgos. La lógica de la ley de la gra-
vedad frente a etéreas trayectorias. Mujeres que están sacando a
las mujeres de la sombra y el olvido. Cualificadas investigadoras
están hoy brotando por doquier en el enmarañado bosque que
conforman las indagaciones sobre nuestros orígenes y desarro-
llo. Sin embargo, los innegables avances propiciados por los es-
tudios con perspectiva de género no han podido evitar que una
luz roja permanezca aún encendida: los sesgos androcéntricos,
durante tan largo tiempo alimentados, son difíciles de eliminar.
Una parte nada despreciable de expertos simplemente sigue
asumiendo que, pese a lo mucho que la sociedad humana pueda
haber cambiado en términos de tecnología y desplazamientos
desde la caza y recolección hasta la agricultura y la industriali-
zación, los papeles de ambos sexos están fijados por la biología
y la dominancia masculina. Una falacia revestida de categoría
determinística, es un hecho universal. Los hombres jugando a
los dados como deidades elegidas.
Científicas con décadas de esfuerzos y minuciosos trabajos
a sus espaldas, apoyadas por un colectivo creciente de compa-
ñeros varones, no han logrado todavía arrinconar por completo
esos profundos prejuicios sexistas que, cual parásitos infeccio-
sos, asoman periódicamente para mostrar que aún siguen ahí,
dispuestos a una defensa numantina de su tesoro insustancial.
Asemejan a guardianes encargados de desbaratar parte de lo
conseguido. Los estereotipos sexuales continúan sirviendo de
pretexto para adjudicar determinadas funciones a las mujeres
del pasado. Con ellos se recurre a describir las sociedades anti-
A modo de epílogo… 255

guas (incluso muy antiguas) como si fueran un calco de la so-


ciedad occidental del presente. Al igual que los navegantes que
cruzan el túnel del tiempo, nos traen a la memoria la acertada
frase de Marcel Proust: «A veces estamos demasiado dispuestos
a creer que el presente es el único estado posible de las cosas».
El sexismo está incrustado en el pensamiento colectivo y
por eso es obligatorio redoblar los esfuerzos para dar a cono-
cer ante el mayor público posible el novedoso panorama que
los estudios de género están revelando. El pasado no siempre
fue masculino. Saberlo no sólo constituye una poderosa pla-
taforma para las científicas actuales, sino que además permite
una lucha con mejores armas para reivindicar la igualdad. El
perfil de mujer activa, capaz de valerse y decidir por sí misma,
puede igualmente ser un revulsivo que influya en el imagina-
rio de las jóvenes actuales para estimular su ambición profe-
sional y su apuesta por investigar, posicionarse por razones de
valía y responsabilidad, y por consiguiente, defender el lugar
al que por méritos tienen derecho en el mundo.
Los estudios que tienen en cuenta a las mujeres, valga reite-
rarlo, pueden reescribir la historia y enriquecer la interpretación
del pasado humano, porque ofrecen una visión más equilibrada,
neutralmente objetiva y racional. En suma, más próxima a los
objetivos de la ciencia que todos queremos disfrutar. Y, como
dijera en su día Bertolt Brecht, «la finalidad de la ciencia no es
brindar sabiduría perpetua, sino poner límites a la perpetuación
del error».
This page intentionally left blank
Bibliografía

Adovasio, J. M.; Soffer, O. y Page, G., The Invisible Sex, Nueva


York, Smithsonian Books (Hay traducción al castellano: El sexo
invisible, Lumen, 2008), 2007.
Aiello, L. y Key, C., «The energetic consequences of being a Homo
erectus female», American Journal of HumanBiology 14, 2002,
págs. 551-565.
Arsuaga, J. L., El collar del neandertal, Madrid, Temas de Hoy, 1999.
Balmer, J. y Bowdler, S., «Spear and digging stick: The origin of
gender and its implications for the colonization of new conti-
nents», Journal of Social Archaeology 6, 2006, págs. 379-400.
Barber, E. W., Prehistory Textiles, Princeton, Princeton University
Press, 1991.
Bar-Yosef, O., «Lower Paleolithic Sites in South-western Africa»,
Anthropologie vol. XXXVI, núm. 1, 1999.
Bermúdez de Castro, J. M., El chico de la Gran Dolina, Barcelona,
Crítica, 2002.
— La evolución del talento, Barcelona, Debate, 2010.
Birkhead, T., Promiscuidad, Pamplona, Laetoli, 2000.
Boesch, C.; Kohou; G.; Néné, H. y Vigiland, L., «Male Competi-
tion and Paternity in Wild Chimpanzees of the Taï Forest», Ame-
rican Journal of Physical Anthropology 130, 2006, págs. 103-115.
Campbell, A., A mind of her own, Nueva York, Oxford University
Press, 2002.
Campillo Álvarez, J. E., La cadera de Eva, Barcelona, Crítica, 2005.
Carranza Aguilar, M. E., «Antropología y género. Breve revisión
de algunas ideas antropológicas sobre las mujeres». Disponible en:
www.ffyh.unc.edu.ar/…/ESTUDIOS_DE_GENERO.htm
258 Carolina Martínez Pulido

Conkey, M., «Mobilizing Ideologies: Paleolithic “Art”, Gender Trouble,


and Thinking about Alternatives», en Hager, L. (ed.), Women in Hu-
man Evolution, Londres y Nueva York, Routledge, 1997.
Davies, W. y Charles, R., Dorothy Garrod and de Progress of the
Palaeolithic, Oxford, Oxbow Books, 1999.
De Waal, F. B. M., Bonobo: The Forgotten Ape, Berkeley, C. A., Univ.
California Press, 1997.
Delporte, H., Image de La Femme Dans L’art Prehistorique, 2.ª ed.,
París, Picar, 1993.
Diamond, J., «Why women change», Human Evolution, Discover
Magazine, 1996.
Domínguez-Rodrigo, M., El origen de la atracción sexual humana,
Madrid, Akal Arqueología, 2004.
Drea, C., «Bateman Revisited: The Reproductive Tactics of Female
Primates», Integr. Comp. Biol. 45, 2005, págs. 915-923.
Ehrenberg, M., Women in Prehistory, Londres, Bristish Museum
Publications, 1989.
Fawcett, K.; Stoinsky, T.; Rosenbaum, S., «Female reproducti-
ve behaviour in multi-male groups of mountain gorillas (Gorilla
beringei beringei)», Volcanoes National Park, Rwanda [abstract
#253], Program for the Twenty-First Congress of the Interna-
tional Primatological Society, International Journal of Primatology,
27, Supplement 1, 2006.
Fernández Martínez, Prehistoria. El largo camino de la humanidad,
Madrid, Alianza Editorial, 2007.
Fox Keler, E., El siglo del gen, Barcelona, Península, 2002.
Gagneux, P.; Woodruff, D. y Boesch, C., «Furtive mating in fe-
male chimpanzees», Nature 387, 1997, págs. 358-359.
Gould, S. J. y Lewontin, R. C., «The spandrels of San Marco and
the Panglossian paradigm: a critique of the adaptacionist progra-
mme». Proceeding of the Royal Society of London, series B, vol. 201,
núm. 1161, 1979, págs. 581-598.
Hawkes, K., «The Grandmother effect», Nature 428, 2004, págs. 128-
129.
— y Smith, K., «Brief Communication: Evaluating Grandmother
Effects», American Journal of Physical Anthropology, 1-4, 2009.
Hawks, J., Paleanthropology, genetics and evolution. Disponible en:
http://johnhawks.net/weblog/reviews.
Bibliografía 259

Hill, K. y Hurtado, A., Ache life history: the ecology and demography
of a foraging people, Nueva York, Aldine de Gruyter, 1996.
— «Cooperative breeding in South American hunter-gatherers»,
Proc R Soc B 276, 2009, 3863-3870.
Hodge McCoid, C. y McDermott, L. R., «Toward Decolonizing
Gender. Female Vision in the Upper Paleolithic», American An-
thropologist 96(2), 1996, págs. 319-326.
Jahme, C., Bellas y Bestias. El papel de las mujeres en los estudios sobre
primates, Madrid, Ateles, 2000.
Jennett, K. D., Female Figurines of the Upper Paleolithic, Texas San
Marcos, 2008.
Krause, J. et ál., «The derived FOXP2 variant of modern humans
was shared with Neandertals», Current Biology, 6 de noviembre
de 2008, 17(21), 1908-1912.
Kvavadze, E. et ál., T., «30.000- Year-Old Wild Flax Fibers», Science
325, 1359, 2009.
Klein, R., «Archaeology and the Evolution of Human Behavior»,
Evolutionary Anthropology 9, 2000, págs. 17-36.
Kuhn, S y Stiner, M., «What’s a Mother to Do. The Division of
Labor among Neanderthals and Modern Humans in Eurasia»,
Current Anthropology 47,2006, pág. 6.
Lahdenperä, M., Evolution of Prolonged Longevity in Humans,
Turun Yliopisto, Turku, Universidad de Turku, 2010.
Lalueza-Fox, C., Genes de neandertal, Madrid, Síntesis, 2005.
Lorente, J. A., Un detective llamado ADN, Madrid, Temas de Hoy,
2004.
Luppo, K. y Schmitt, D., «Upper Paleolithic Net-Hunting, Small
Prey Exploitation, and Women´s Work Effort: A View from the
Ethnographic and Ethnoarchaeological Record of the Congo
Basin», Journal of Arcaheological Method and Theory, vol. 9, núm.
2, 2002, págs. 147-179.
McDermott, L. R., «Self-Representation in Upper Palaeolithic Fe-
male Figurines», Current Anthropology 37(2), 1996, págs. 227-275.
Marler, J., «The Myth of Universal Patriarchy: A Critical Response
to Cynthia Eller’s Myth o Matriarchal Prehistory». Prehistoric Ar-
chaeology and Anthropological Theory and Education. Edición de L.
Nikolova, J. Fritz, y J. Higgins, Salt Lake City y Karlovo, Inter-
national Institute of Anthropology, 2003.
260 Carolina Martínez Pulido

Martínez, I. et ál., «Auditory capacities in Middle Pleistocene hu-


mans from the Sierra de Atapuerca in Spain», Proceedings of the
National Academy of Science of USA 101, 9976-9981, 2004.
Martínez Pulido, C., El papel de la mujer en la evolución humana,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2003.
— La presencia femenina en el pensamiento biológico, Madrid, Minerva
Ediciones, 2006.
Manzano, Y., «Women,s Roles in Ancient Times», 1998. Dispo-
nible en: http://ww2.cs.fsu.edu/~manzano/Writing/papers/wo-
men/womenrole.html.
Nsubuga, A. et ál., «Patterns of Paternity and Group Fission in Wild
Multimale Mountain Gorilla Groups», American Journal of Phy-
sical Anthropology 135, 2008, págs. 263-274.
Olària, C., «El arte y la mujer en la prehistoria», Asparkia VI:
Dona art i cultura, 77. Disponible en: www.raco.cat/index.php/
Asparkia/article/viewFile.
Owen, L., Distorting the Past. Gender an the Division of Labor in the
European Upper Paleolithic,Tubinga, Kerns Verlag, 2005.
Peccei, J., A critique of the grandmother hypotheses: old and new, Am.
J. Hum. Biol. 13, 2001, págs. 434-452.
Pringle, H., «New Women of the Ice Age», 1998. Disponible en: http://
discovermagazine.com/1998/apr/newwomenoftheice1430.
Pruetz, Jill D. y Bertolani, P., «Chimpancés de la sabana, Pan
troglodytes verus, caza y herramientas», Current Biology, febrero
de 2007.
Reno, P.; Meindl, R.; McCollum, M. y Lovejoy, C. O., «Sexual
dimorphism in Australopithecus afarensis was similar to that of
modern humans», PNAS, vol. 100, núm. 16, 9103-9104, 2003.
Rice, P. C., «Prehistoric Venuses: symbolic motherhood or woman-
hood», Journal of Archaeological Research 37, 1981, págs. 402-414.
Sanahuja Yll, M. E., Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria, Madrid,
Cátedra, 2002.
Sau, V., Diccionario ideológico feminista, Barcelona, Icaria, 1989.
Soffer, O., Adovasio, J. M. y Hyland, D. C., «The “Venus” Figuri-
nes: Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Palaeoli-
thic», Current Anthropology 41, 2000, págs. 511-537.
Stanford, C. B., «Chimpanzee hunting behaviour and human evo-
lution», American Scientist 83(3), 1995, págs. 256-261.
Bibliografía 261

Stolke, V., «Antropología del género. El cómo y el porqué de las


mujeres», en J. P. Prat y Martínez (eds.), Ensayos de Antropología
Cultural, Barcelona, Ariel, 1996, págs. 335-344.
Stringer, C. y Andrews, La evolución humana, Madrid, Akal/
Ciencia, 2005.
Sussman, R., «Piltdown Man, and the Father of American Field
Primatology», en Strum, S. y Fedigan, L. (eds.), Primate Encoun-
ters. Models of Science, Gender and Society, Chicago y Londres, The
University of Chicago Press, 2000.
Tang-Martínez, Z., «Paradigms and Primates: Bateman’s Principle,
Passive Females, and Perspectives from Other Taxa», en Strum, S.
y Fedigan, L. (eds.), Primate Encounters. Models of Science, Gender
and Society, Chicago y Londres, The University of Chicago Press,
2000.
Thompson, M. E. y Stumpf, R. M., «Female Reproductive Strate-
gies and Competition in Apes: An Introduction», Int J Primatol
29, 2008, págs. 815-821.
Vigiland, L. et ál., Paternity and Relatedness in Wild Chimpanzee
Communities. Edición de Sarah B. Hardy, University of Califor-
nia, Davis, CA, 10 de septiembre de 2001.
Wallen, K. y Zehr, J., «Hormones and History: The Evolution
and Development of Primate Female Sexuality», J Sex Res 41(1),
2004, págs. 101-112.
Witcombe, C., «Woman from Willendorf», 2003. Disponible en:
http://arthistoryresources.net/willendorf/willendorfdiscovery.html.
Woong, K., «Female Chimps Less Promiscuous Than Previously
Thought», Scientific American, 24 de octubre de 2001.
This page intentionally left blank

También podría gustarte