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Dios ha querido introducir al hombre en su intimidad, de manera que podemos describirle como
un ser para la fe, como destinatario de ese don gratuito de Dios. Esta afirmación dogmática sobre
el hombre como ser para la fe no es algo en sí mismo experimentable, puesto que stricte sensu no
puede tenerse una experiencia de Dios ni de la gracia de Dios. Sin embargo, encontramos algunas
manifestaciones de esta llamada de Dios al hombre en la misma estructura psicológica del único
ser que es capaz de Dios.
Las principales manifestaciones de la llamada a la comunión con Dios en la vida del hombre son las
siguientes: la apertura del hombre a lo divino; la condición religiosa del hombre; el deseo de
felicidad, y la pregunta por el sentido.
Significa que existe una relación profunda entre la naturaleza humana y su destino a la fe, son
como las raíces de la fe: no justifican, exigen o demuestran la fe, pero señalan aquello que hace
posible la fe en el sujeto.
Al tiempo que expresan la realidad del hombre como capaz de Dios, constituyen aspectos de la
existencia que sirven de preparación para la fe, porque a través de ellos el hombre capta la
profunda coherencia que existe entre su ser y la fe cristiana. Aunque estos aspectos no justifican
racionalmente la fe –que no es nunca la conclusión necesaria de un proceso racional–, sí apuntan
a aquellos elementos que la hacen posible en el sujeto.