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La interpretación auténtica como oxímoron


Marco A. Zavala Arredondo (https://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/author/marco-a-
zavala-arredondo/)
Noviembre 4, 2021

Motivo de la reflexión
En las últimas semanas, en medios ha cobrado cierta notoriedad una figura jurídica poco
conocida y, al menos en nuestro entorno, poco estudiada. Me refiero a la llamada
interpretación auténtica, es decir, aquella que realiza el propio autor del texto normativo
o, de manera más concreta, como lo recoge el Diccionario panhispánico del español jurídico,
aquella “[i]nterpretación de un texto con rango de ley… realiza[da] con la misma
potestad legislativa”.1

La cuestión ha salido a colación porque diversas voces al interior del Senado de la


República, así como del partido en el gobierno, han expresado su inconformidad con la
forma en la cual el INE adaptó sus lineamientos para el procedimiento de revocación de
mandato, con motivo de la publicación y entrada en vigencia de la Ley Federal de
Revocación de Mandato (LFRM) emitida por el Congreso de la Unión.

El senador Cravioto Romero presentó iniciativa para la expedición de un decreto de


interpretación auténtica, al amparo del artículo 72 constitucional, cuya fracción F,
habilita al Congreso de la Unión para “interpretar” la ley, siempre y cuando se observen
los mismos trámites establecidos para su formación. En la iniciativa se propuso “aclarar”
y “explicar” los artículos 11 y 12 de la LFRM. El pasado 25 de octubre el dictamen se
aprobó en comisiones.2
Explicado el contexto de estas líneas, en lo sucesivo se exponen algunos motivos por los
cuales la expresión “interpretación auténtica” es, en propiedad, una contradicción en sí
misma. Para ello, se apela a la noción misma de interpretación, así como a la poca
atención —y hasta rechazo—que ha recibido en nuestra exigua doctrina constitucional,
para finalmente enfatizar cómo ello igualmente se puede advertir en la forma en la cual
opera la misma. Desde luego, especialmente en el último tramo, las aseveraciones
realizadas se encuentran condicionadas con una manera particular de entender el
fenómeno hermenéutico y, en general, de cómo se concretiza el derecho.

Ilustración: David Peón

Dificultades terminológicas
No existe un concepto uniforme y pacífico sobre el contenido y extensión de la
interpretación en el ámbito del discurso jurídico. No obstante la diversidad de
aproximaciones, todas ellas suponen una actividad que realiza alguien respecto de un
material u objeto previamente dado, del cual es ajeno. Así lo evidencia la etimología más
aceptaba del vocablo interpretación, que remite a una función de mediación (del latín
interpres, —etis).3

La ajenidad que implica la interpretación jurídica no se presenta, en realidad, cuando se


trata de la llamada interpretación auténtica. Por esta se entiende, como ya se dijo, “la
actividad interpretativa y el producto de la interpretación llevada a cabo por el mismo
autor objeto de la interpretación, en forma sucesiva o separada del objeto mismo”.4 En
efecto, cuando es el mismo autor de la disposición el que define el alcance normativo de
un texto previamente emitido, nadie en su sano juicio podría afirmar que está
“interpretando” su obra legislativa o, con mayor alcance, sus productos normativos (ya
generales, ya individualizados), sino, más bien, aclarando o precisando la norma
contenida en una prescripción legal.

Cuando la aclaración o precisión la realiza el autor de la disposición, en realidad no la


está “interpretando”, al menos no en su sentido convencional, esto es, atribuyendo el
significado mediante el empleo de alguna argumentación (reglas del lenguaje o las
convencionales desarrolladas por los juristas) que justifique la posición.5 Simple y
sencillamente, lo que el autor del precepto efectúa es, con carácter preceptivo,6 delimitar
cuál debe ser el alcance específico, frente a cualquier otro que pudiere obtenerse
razonablemente de las fuentes del derecho autorizadas (incluso, con más y mejores
razones). Lo verdaderamente relevante en esta actividad de aclaración es la autoridad de
quien emite o delimita la norma, no la congruencia, idoneidad o pertinencia de las
razones para decantarse en un sentido u otro. No hay, en este sentido, labor de
mediación alguna, más bien elimina (o pretende eliminar) la necesidad de su realización.
Esto se refleja en la idea común que se tiene de esta actividad orientada a tener un
carácter fundamentalmente cognoscitivo. Según esta idea —ampliamente difundida—, la
interpretación de la ley significa atribuirle el significado que el legislador ha tenido en
mente: si la interpretación es correcta, el significado será congruente con la intención del
legislador. Por el contrario, de no ser así, el intérprete habrá superpuesto su voluntad a la
del legislador.7 En el caso de la llamada interpretación auténtica ese riesgo no existe,
porque el producto de la actividad normativa es la intención del legislador.

Desde luego, semejante posición descansa en la concepción antropomórfica, conforme a


la cual el legislador es una persona que piensa, quiere, habla y pretende ser escuchada.8
En la medida en que la realidad no se ajusta a esta visión, comienzan las dificultades para
atribuirle el carácter de interpretación auténtica a los órganos colegiados, especialmente
si es numerosa su integración.9

La ambigüedad que caracteriza a la denominada interpretación auténtica se traslada, en


nuestro entorno, a lo que parece ser su reconocimiento constitucional, así como la
opinión que de ella ha tenido la doctrina, que va desde la escasa atención hasta su
rechazo como tal.

De la (casi) indiferencia doctrinal al rechazo como


interpretación
El artículo 72, fracción F, de la Constitución establece que en “la interpretación, reforma
o derogación de las leyes o decretos, se observarán los mismos trámites establecidos para
su formación”. Se trata de una previsión que conserva la literalidad del artículo 71,
fracción F, de la Constitución de 1857, pero que no proviene de su texto original, sino de
la reforma que restauró la composición bicameral del Congreso de la Unión.10
En general, en la parte que interesa de esta fracción, la doctrina mexicana ha puesto poca
atención. De hecho, no es inusual que los manuales de derecho constitucional o los libros
enfocados en el poder legislativo omitan toda referencia sobre el particular. Cuando se
ofrece algún análisis, suele ser breve, puntual, normalmente de carácter negativo respecto
de la previsión, ya sea por razones de fondo11 o, en menor medida, por la estructura y
redacción empleadas.12

Tanto Tena Ramírez como Quiroz Acosta son de la idea que la actividad interpretativa
compete más a juzgados y tribunales, por lo que, en todo caso, la disposición
constitucional que se comenta debe entenderse exclusivamente en el sentido de
“aclaración” o “depuración”.13 En este sentido, lo que parece quedar claro es que la
potestad interpretativa que la Constitución reconoce a favor del Congreso de la Unión no
es la misma que la desplegada por otros operadores jurídicos (administrativos y
jurisdiccionales, fundamentalmente)que la realizan para fundamentar sus propias
determinaciones, es decir, para aplicar las normas contenidas en las disposiciones que se
consideran aplicables para la emisión del acto de autoridad que se estime necesario
emitir.

Conviene aquí recalcar la afirmación precedente, porque bajo la expresión


“interpretación” suelen comprenderse un conjunto diverso de operaciones jurídicas, que
pese estar vinculadas con el fenómeno de concreción del derecho.14 Así, no es lo mismo
interpretar textos legislativos que subsumir hechos o conductas en las hipótesis
normativas obtenidas mediante la interpretación, como aplicar tampoco se identifica
plenamente con ninguna de las dos figuras mencionadas en primer término.15

Y es que, en efecto, la clave de un entendimiento correcto de la disposición constitucional


se halla en la diferenciación de la actividad realizada por el Congreso de la Unión, de la
que corresponde desempeñar a otras instancias del aparato estatal, las cuales, en el
ejercicio de sus atribuciones, requieren apoyarse en las disposiciones generales y
abstractas que, en forma de ley, emite el legislador.16
En este sentido apunta igualmente el enfoque proporcionado por Serrano Migallón,
quien analiza la interpretación que se faculta realizar al Congreso de la Unión, junto con
la reforma y la abrogación, es decir, con las otras dos actividades que le acompañan en el
artículo 72 constitucional, fracción F, por lo que evidentemente se le vincula con el
fenómeno de la innovación del ordenamiento, provocada por la “introducción de una
nueva norma del sistema jurídico”.17 Este autor nos dice que “para privar de validez a una
norma general por vía del procedimiento legislativo, se requiere desarrollar la misma
secuela de actos que se siguió para su elaboración”.18 Con la interpretación, pues, se fija o
aclara “el sentido de una norma creada con anterioridad (lo que la doctrina llama
auténtica)”, pero con ello, de cualquier suerte, “hay una intención manifiesta del
legislador, con respecto a una norma preexistente”, lo que finalmente desemboca en una
especie de “abrogación o derogación expresas”.19

La interpretación auténtica no existe: es reforma legal


La interpretación a que se refiere el artículo 72 de la Constitución es, en realidad, una
especie de modificación legislativa, que solamente se distingue de la reforma legislativa
genérica por las razones que la motivan: delimitar o aclarar el alcance de una norma
previa.

Se ha ofrecido, de forma sucinta, una explicación del ordenamiento constitucional


mexicano, a partir de cómo funciona el fenómeno de concreción del derecho, mas que
pretender solucionar la problemática a partir de definiciones o conceptos. Como advierte
Tarello, la aproximación conceptual y dogmática, alineando solamente las opiniones de
los autores, es incapaz de ofrecer un marco analítico adecuado, pues prescinde del
entorno en el cual surgieron y las instituciones a las cuales se refirieron.20

En el caso del artículo 72 constitucional, mencionamos que la disposición contenida en la


fracción F proviene de la reforma de 1874 a la Constitución de 1857, si bien es posible
encontrar algún precedente normativo próximo orientado a una finalidad similar.21 Surge,
pues, en un entorno en el cual el pensamiento jurídico más influyente provenía de
Francia y de las ideas que acompañaron la reconfiguración de los órganos del Estado tras
la Revolución. La Escuela de la Exégesis se caracterizó, nos enseña Bonnecase, por un
fervoroso culto a la ley, acompañado de la preeminencia de la voluntad legislativa en la
actividad interpretativa y por un marcado carácter estatista.22

Estas características del pensamiento político y jurídico dominantes durante la emisión y


vigencia de la Constitución de 1857 permiten entender mejor las ideas y razones que
motivaron que se le asignara al poder legislativo la atribución de emitir leyes
interpretativas. La preeminencia de la ley, entendida como encarnación de una voluntad,
siempre pretendió, junto con el resto de postulados de esta escuela, “frenar el arbitrio
judicial y limitar el poder de los tribunales”.23 Del mismo modo, y salvo que se mantenga
un originalismo a la Scalia,24 ese conocimiento nos puede servir para realizar una lectura
de la disposición constitucional que se adecue a las transformaciones políticas y al
entendimiento del derecho en la actualidad.

Me parece que hoy en día difícilmente puede decirse que la ley exprese, en los hechos,
una voluntad unívoca, universal, homogénea. Más bien, en las sociedades abiertas y
plurales del mundo contemporáneo, la ley no puede ser más que producto del dialogo,
del compromiso, eventualmente del consenso. Ahí radica la “especial dignidad” de la ley
frente a otras fuentes del ordenamiento: “los procesos democráticos que desembocan en
su aprobación”.25

Las deliberaciones que preceden la aprobación de las leyes, precisamente por existir una
tendencia a lograr consensos entre diversas fuerzas políticas, aun cuando no sean
estrictamente necesarios para su aprobación formal, condicionan en muchas ocasiones al
producto final, al empleo de una redacción en lugar de otra, a la incorporación o
eliminación de previsiones propuestas en los dictámenes sometidos a conocimiento y
votación.De estos compromisos surgen ciertas expresiones semánticas y construcciones
sintácticas, que pueden o no coincidir plenamente con las finalidades expresadas en las
iniciativas y documentos preparatorios previos del procedimiento legislativo.

Las disposiciones legales contienen, pues, elementos de ambigüedad y de vaguedad como


resultado de la deliberación política que precede a la aprobación, además de aquellos
otros propios del lenguaje o palabras empleadas, así como de la conexión que pueden
tener con otros preceptos válidos del propio ordenamiento, comenzando con la
Constitución.

A este panorama que se le presenta al operador jurídico institucional hay que añadirle la
complejidad misma que conlleva la labor de contrastar las disposiciones legales con las
disposiciones constitucionales o con las contenidas en instrumentos internacionales
incorporados al derecho interno y que se refieran a derechos humanos, que puedan
resultar aplicables, así como la interpretación que de las mismas han efectuado las
instancias jurisdiccionales competentes.

Lo expresado se limita al ámbito de la interpretación normativa, es decir, a la asignación


del contenido normativo de las disposiciones en estudio, pero que puede enlazarse,
eventualmente, con las posibles colisiones que se presenten con otros bienes, valores o
derechos de rango constitucional. De tal suerte, la autoridad que tiene a su cargo la
necesidad de interpretar disposiciones constitucionales o legales para determinar el
sentido y alcance de un acto o decisión de su competencia, entra en un ejercicio complejo
que no se resuelve solamente con la lectura de un dispositivo legal, ni acudiendo al
diccionario para desentrañar el significado de algún vocablo, pues entran en juego una
serie de variables en función de las conexiones que razonablemente puedan surgir con
otras disposiciones insertas en otros cuerpos normativos de mayor o igual jerarquía, pero
adscritos al mismo ordenamiento. Existe, casi de manera natural, un cierto grado de
indeterminación en toda solución a un problema jurídico.26
Esta interacción entre el material jurídico (disposiciones)y sus operadores institucionales,
que permite la traducción de enunciados lingüísticos en normas jurídicas, no demeritan
en modo alguno el principio democrático, porque este se materializa en distintos tipos de
legitimación, como lo ha puesto en claro Böckenförde.27 Por el contrario, la discusión
que se presenta en este nivel de aplicación o concreción del derecho reproduce
nuevamente la pluralidad de visiones que, finalmente, acaban nutriéndose unas a otras,
consolidando, mediante la intervención de un árbitro final, un punto de vista
pretendidamente más robusto (aunque difícilmente definitivo, porque siempre existe la
posibilidad de que sea sometido nuevamente a examen, especialmente si media un
cambio más o menos drástico en las condiciones fácticas).28

Todo lo expuesto permite sostener que si lo que se pretende con una “interpretación
auténtica” es ampliar o reducir el espectro de las opciones interpretativas que permite un
texto legal, o peor aún incorporar una nueva regla no existente con anterioridad, no se
está en realidad interpretando, sino en toda propiedad modificando la ley, precisamente
porque tiene incidencia en el marco de referencia que debe siempre tenerse en cuenta
para adoptar una posición. En consecuencia, si como hemos venido insistiendo la
“interpretación auténtica” es en realidad una reforma legislativa, entonces le aplican las
restricciones propias de las innovaciones normativas: entre otras, no pueden regir
situaciones nacidas o surgidas con anterioridad a su entrada en vigor, sin que ello socave
el principio de seguridad jurídica. Vistas con detenimiento las cosas, la perspectiva aquí
sugerida no es más que consecuencia de aceptar que el resultado de la actividad
interpretativa acarrea la innovación jurídica.

Marco A. Zavala Arredondo. Licenciado en derecho por la UNAM. Profesor de la


División de Estudios Jurídicos del CIDE. Twitter: @Mzavala71

1 “Interpretación auténtica de la ley (https://dpej.rae.es/lema/interpretaci%C3%B3n-


aut%C3%A9ntica-de-la-ley)”.
2 “Aprueban decreto de interpretación auténtica para Revocación de Mandato
(https://www.jornada.com.mx/notas/2021/10/25/politica/aprueban-decreto-de-
interpretacion-autentica-para-revocacion-de-mandato/)”, La Jornada.

3 Etala, Carlos Alberto. Diccionario jurídico de interpretación y argumentación, Buenos


Aires, Marcial Pons Argentina, Buenos Aires, 2016, p. 137. En sentido similar:
Zagrebelsky, Gustavo. El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia, trad. esp. de Marina
Gascón, Madrid, Trotta, Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid,
1995, p. 133.

4 Etala, Carlos Alberto. ob. cit., p. 181.

5 En la jurisprudencia federal y cierta doctrina se defiende la posición consistente en que


el órgano que emite la ley interpretativa debe ceñirse a ciertos márgenes y su resultado
debe ser compatible con los significados posibles. Véase: Bravo Ángeles, Alejandro. “El
poder legislativo como intérprete jurídico: breve acercamiento al concepto de leyes
interpretativas”, en Revista de la Facultad de Derecho de México, tomo LXVIII, núm. 271,
mayo-agosto 2018, pp. 272 y ss. La discusión que plantea el autor nos parece artificial y
superflua, por las razones aquí expresadas y las que más adelante se agregan, así como
por el hecho de que el exceso no se traduce, por esta causa, en invalidez, como lo destaca
Burgoa Orihuela, Ignacio.Derecho constitucional mexicano, 20.ª ed., México, Porrúa, 2021
(9.ª reimp.), p. 398.

6 De Ruggiero, Roberto. Instituciones de Derecho civil, trad. esp. de la 4ª ed. italiana de


Ramón Serrano Suñer y José Santa-Cruz Teijeriro, Madrid, Editorial Reus, 1929, v. I, p.
155.

7 Brunello, Mario y Zagrebelsky, Gustavo. Interpretare. Dialogo tra un musicista e un


giurista, Bologna, il Mulino, 2016, p. 37.
8 Ibidem, p. 38.

9 Guastini, Riccardo. Interpretar y argumentar, trad. esp. de Silvina Álvarez Medina,


Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014, p. 97.

10 Decreto número 7311, publicado el 13 de noviembre de 1874.

11
Tena Ramírez, Felipe. Derecho constitucional mexicano, 36.ª ed., México, Porrúa, 2004,
p. 294; y Quiroz Acosta, Enrique. Lecciones de Derecho constitucional, 4.ª ed., México,
Porrúa, 2016, pp. 347 y s.

12 Arteaga Nava, Elisur. Manual de Derecho constitucional, México, Oxford University


Press, 2017 (reimp.), pp. 143 y s.

13 Tena Ramírez, Felipe. ob. cit., p. 294, y Quiroz Acosta, Enrique. ob. cit., p. 347.

14 Guastini le llama “construcción jurídica”. Guastini, Riccardo. La sintassi del diritto, 2.ª
ed., G. Giappichelli Editore, Torino, 2014, p. 382. Existe traducción: La sintaxis del
derecho, trad. esp. de Álvaro Núñez Vaquero, Madrid, Marcial Pons, 2016, p. 333.

15 Sobre este tema, cfr. Hernández Marín, Rafael. Interpretación, subsunción y aplicación del
derecho, Madrid, Marcial Pons, 1999 (passim).

16 La creación legislativa es algo muy distinto a la creación en la interpretación, pues está


“preprogramada” por aquella. Zaccaria, Giuseppe. Razón práctica e interpretación, trad.
esp. de Ana Messuti y Gregorio Robles, Madrid, Thomson-Civitas, 2004, p. 126.

17 Serrano Migallón, Fernando. La ley y su proceso, México, Porrúa, Facultad de Derecho


de la Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, p. 359.

18 Ídem.
19 Ibídem, p. 360.

20 Tarello, Giovani. La interpretación de la ley, trad. esp. de Diego dei Vecchi, Lima,
Palestra Editores, 2013, p. 232.

21 Carpizo, Jorge. Estudios constitucionales, 8.ª ed., Porrúa, Instituto de Investigaciones


Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, 2012 (reimp.), p. 63. El
artículo 165 de la Constitución de 1824 contenía una disposición más parecida a ciertos
antecedentes hispanos, en particular, al Fuero Juzgo, las Partidas y la Novísima
Recopilación, cuerpos normativos los cuales establecieron que, en caso de duda sobre el
alcance de una ley, debía realizarse la consulta respectiva al monarca. Véase: Casero
Barrón, Ramón. Interpretación de la norma jurídica: lógica, teleológica y analógica, Cizur
Menor, Thomson Reuters Aranzadi, 2016, p. 77.

22
Bonnecase, Jean. La Escuela de la Exégesis en Derecho civil, trad. esp. de la 2.ª ed.
francesa de José M. Cajica Jr., Puebla y México, Editorial José M. Cajica, Jr. y Porrúa
Hermano y Cía., 1944, pp. 139 y ss.

23 Del Arenal Fenochio, Jaime. El Derecho en Occidente, México, El Colegio de México,


2016, p. 183.

24 Scalia, Antonin. A Matter of Interpretation. Federal Courts and the Law, Princeton,
Princeton University Press, 1997, pp. 16 y ss. Existe traducción: Una cuestión de
interpretación. Los tribunales federales y el derecho, trad. esp. de Gonzalo Villa Rosas, Lima,
Palestra Editores, 2015, pp. 78 y ss. También véase: Scalia, Antonin.Scalia Speaks.
Reflections on Law, Faith, and Life Well Lived, New York, Crown Form, 2017, pp. 180 y ss.

25
Ferreres Comella, Víctor. Justicia constitucional y democracia, 2.ª ed., Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2012, p. 39.
26 Sobre la indeterminación del derecho, véase: Moreso, José Juan. La indeterminación del
derecho y la interpretación de la Constitución, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 1997; y Geert, Keil, Geert y Poscher, Ralf. Vagueness and Law:
Philosophical and Legal Perspectives, Oxford, Oxford University Press, 2016.

27 Böckenförde, Ernst-Wolfgang, Estudios sobre el Estado y la democracia, trad. esp. de


Rafael de Agapito Serrano, Madrid, Trotta, 2000, pp. 55 y ss.

28 Un bosquejo sobre cómo se entiende este proceso deliberativo, cfr. Ojesto Martínez
Porcayo, José Fernando. “Poder, derecho y jueces: la jurisdicción como participación
política” en VV. AA. Testimonios sobre el desempeño del Tribunal Electoral del Poder Judicial
de la Federación y su contribución al desarrollo político democrático de México, México,
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, 2003, pp. 429-504.

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