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MODULO - CURSO
VIOLENCIA Y MASCULINIDAD
Derecho
Universidad de Granada (UGR)
61 pag.
“No se nace mujer se llega a serlo”. La sentencia de Simone de Beauvoir, que desarrolla en su obra
fundamental El segundo sexo (1949), se ha convertido en una de esas referencias imprescindibles
cuando tratamos de explicar un concepto que, en la segunda mitad del siglo XX, se consolidó en el
ámbito de las Ciencias Sociales y las Humanidades, e incluso traspasó esas fronteras para llegar a
también a las leyes y a las políticas públicas. Me refiero al concepto de “género” que, de alguna
manera, Beauvoir ya alumbraba en su célebre enunciado, aunque no sería hasta unos años después
cuando se consolidaría primero en el ámbito de la Psicología y posteriormente en las investigaciones
de tipo social y humanista. De ahí que, por ejemplo, se haya extendido el uso de expresiones como
“igualdad de género”, “violencia de género” o el mainstreaming de género, concepto éste último
con el que nos referimos a como la igualdad de mujeres y hombres debe estar presente como un
criterio transversal y principal en todas las políticas públicas. Cuando hablamos del género, y a
diferencia de lo que el sexo supone en cuanto dimensión puramente biológica del individuo, nos
estamos refiriendo a cómo social y culturalmente se nos ha construido como hombres y como
mujeres, a como desde que somos niños y niñas se nos lanzan una serie de mensajes socializadores
que nos diferencian en cuanto a roles, actitudes y comportamientos. Cuando hablamos del género,
estamos hablando pues de algo “construido”, que no es natural, ni que está conectado a nuestra
biología o a nuestro ADN, sino que tiene que ver con cómo desde las distintas instancias
socializadoras – la familia, la escuela, los medios de comunicación, la cultura en general – se nos
educa y forma para que asumamos una serie de directrices que nos van diciendo lo que debemos
hacer y, en paralelo, lo que no, para convertirnos en mujeres y en hombres “de verdad”. Es decir,
en lo que de manera generalizada, y en cada momento histórico, la sociedad entiende por tal
identidad. De ahí que podamos hablar de “expectativas de género”, que serían todas esas
referencias que nos marcan desde pequeños y pequeñas y a las que hemos de ir respondiendo lo
más fielmente posible ya que quien no lo hace o se desvía de ellas corre el riesgo de ser excluido,
estigmatizado y, por supuesto, en muchos casos incluso, objeto de discriminación. Esa construcción
que supone el género se traduce por ejemplo en una serie de roles que vamos aprendiendo desde
que apenas tenemos conciencia, así como en un conjunto de estereotipos que son esas ideas fijas
Al estar en una posición subordinada, y por lo tanto no disfrutar de los mismos derechos y
oportunidades que los hombres, las mujeres se han visto obligadas a cuestionar su lugar en el
mundo, han sido ellas las que llevan siglos analizando y debatiendo la identidad que les otorgaba el
género, justamente para liberarse de ella. Han sido pues las mujeres, y en este proceso ha sido clave
la lucha y la reflexión feministas, las que fueron asumiendo lo que podríamos llamar “conciencia de
género” y, a partir de ahí, han elaborado toda una rica teoría política y han nutrido un movimiento
social imparable mediante los cuales: a) critican un mundo hecho a imagen y semejanza de los
hombres; b) plantean alternativas de cómo construirnos como seres humanos igualitarios y de
cómo articular un modelo de sociedad que no esté basada en la oposición masculino/femenino.
Los hombres no hemos sentido nunca la necesidad de cuestionar esa construcción genérica ni el
orden político y social en la que se sustentaba. La razón es evidente: hemos sido siempre los sujetos
privilegiados, quienes nunca en función de nuestro sexo hemos tenido limitado el acceso a los
derechos o el disfrute de nuestros planes de vida, los que hemos tenido abiertas todas las
posibilidades de desarrollo personal y los que, no lo olvidemos, siempre hemos detentado el poder.
Tanto en lo público como en lo privado. En consecuencia, nunca hemos sentido la necesidad de
ponernos delante del espejo y preguntarnos qué significa ser hombre, salvo en aquellos casos de
sujetos varones que no han respondido al estereotipo o a la “norma” y en consecuencia han tenido
que plantearse su identidad. Sería el caso evidente de los hombres homosexuales o de los que en
determinados contextos históricos o culturales han formado parte de una minoría. Pero, insisto,
como regla general, y a diferencia de las mujeres, al no sufrir un estatus subordinado nos hemos
sentido cómodos cumpliendo con lo que se esperaba de nosotros. Porque, entre otras cosas, ser
un hombre de verdad era la puerta que nos habría todas las oportunidades y que nos legitimaba
como los sujetos poderosos. Y es que cuando hablamos de las desigualdades de género lo estamos
Me temo pues que solo algunos hombres, a estas alturas del siglo XXI, han llegado a la conclusión
de que nosotros también tenemos género (Salazar, 2013). Es decir, que al igual que ocurre con las
mujeres, nosotros no nacemos, sino que nos vamos haciendo como hombres en función de lo que
la sociedad nos va marcando desde recién nacidos. Desde el momento en que a nosotros nos visten
de un color y a las niñas de otro, o desde que a ellas les hacen un agujero en las orejas y a nosotros
no, o desde que cuando nos inscriben en el Registro Civil todavía hoy mayoritariamente es el
apellido del padre el que figura como primero. A partir de ahí, vamos recibiendo toda una serie de
estímulos, enseñanzas y adoctrinamientos que nos van diciendo cómo tenemos que actuar si
queremos ser hombre hechos y derechos. Unos machotes. Y así nos pasamos toda la vida, con
etapas especialmente conflictivas e intensas en este sentido como es la adolescencia, tratando de
ajustarnos a este patrón, porque además sabemos que si nos separamos de él recibiremos algún
tipo de castigo o de sanción, en muchos casos de nuestros iguales, es decir, de los otros hombres,
que acaban convertidos así en una especie de “policía de género”.
1. Una de las características esenciales del orden patriarcal es la articulación de una serie de
binomios jerárquicos a través de los cuales se ordena la sociedad, el pensamiento y nuestras
propias subjetividades, y que parten de la distinción entre los hombres/lo masculino y las
mujeres/lo femenino. A partir de este doble eje podríamos deducir todos los demás:
público/privado, trabajos productivos/trabajos reproductivos, razón/emoción, … En todos
estos pares hay que tener presente que la parte más valorada, social y hasta
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2. En íntima conexión con esa dimensión pública, los hombres hemos sido siempre educados
y socializados para ocupar y ejercer el poder. Basta con repasar cualquier manual de historia
para comprobar quiénes han sido mayoritariamente los que han liderado gobiernos,
revoluciones y aventuras, los que han hecho las leyes y han administrado justicia, los que
han dirigido bancos y empresas, o los que todavía hoy siguen siendo los máximos dirigentes
de ámbitos tan diversos como las Universidades, los medios de comunicación o las redes
sociales. Hay un término, que tiene connotaciones teológicas, que define a la perfección
esta caracterización de la masculinidad. Me refiero a la idea de omnipotencia, muy ligada a
los dioses, pero también a los superhéroes, que nos marca como seres que podemos hacerlo
todo, que no le tememos a nada, que nos enfrentamos a cualquier peligro o adversidad y
que siempre tenemos respuesta para todo.
La segunda es la íntima relación que existe entre masculinidad, poder y violencia. Es decir,
esa socialización para el poder y, de manera más específica aún, para el ejercicio del dominio
sobre las mujeres, ha legitimado que los hombres usemos la violencia como una
herramienta habitual de relación con los otros y con las otras, como un mecanismo
tradicional de resolución de conflictos e, incluso, como una manera de confirmar nuestra
hombría. Ello no debe llevarnos a la conclusión simplista de que todos los hombres seamos
violentos, sino a que cultural y políticamente tenemos una sociedad en la que está
normalizado y legitimado que los hombres usemos la violencia. En muchos casos para
acceder al poder o para mantenernos en él. El control, la dominación, la conquista (Segato,
2016) son términos que definen a la perfección cómo hemos actuado históricamente sobre
otros seres humanos, sobre la Naturaleza, sobre los territorios, sobre los pueblos. No hace
Esta construcción del eje poder/violencia ha sido y especialmente lesiva para las mujeres en
cuanto que se ha proyectado también en los ámbitos más personales e íntimos, en cómo los
hombres entendemos el amor (control) y la sexualidad (dominio). Y justamente esta
violencia, la ejercida en estos contextos, ha sido la que durante más tiempo ha sido invisible,
no ha interesado a los poderes públicos y se ha justificado a partir de la construcción
asimétrica de los géneros. De ahí que fuera tan importante que cuando en España se aprobó
la Ley Orgánica 1/2004, de medidas integrales de protección contra la violencia de género,
quedara muy clara su caracterización: “La presente Ley tiene por objeto actuar contra la
violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las
relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres… “(art.1).
3. El tercer factor que, entrelazado a los anteriores, nos sirve para identificar la masculinidad
patriarcal es la que podríamos llamar “construcción en negativo”, es decir, ser un hombre
ha significado básicamente no ser una mujer. Nos hemos construido como sujetos negando
todo lo que tiene que ver con ellas, con sus actitudes, sus comportamientos, sus gustos, sus
habilidades: los hombres no lloran, los chicos no son románticos y tiernos, los machotes no
tienen una actitud pasiva, a los tíos de verdad no les interesa lo relacionado con lo estético,
los varones no estamos preparados para cuidar… Esta construcción en negativo ha tenido
a su vez dos consecuencias negativas, tanto para las mujeres como para nosotros mismos.
La primera ha sido y es todavía hoy en gran medida la negación de valor y reconocimiento a
lo hecho por las mujeres, a sus capacidades y habilidades, a sus esferas tradicionales de
actuación. Todo lo “femenino” vale menos, de ahí que no hay peor insulto para un hombre
que ser tachado de maricón, de nenaza, de blandengue. Con eso estamos diciéndole que
no responde a las expectativas de género. Esta negación se traduce no solo en determinados
hábitos y prácticas en los entornos más personales, sino también por ejemplo en el contexto
laboral donde tradicionalmente los trabajos ocupados por mujeres han sido y son los menos
valorados, los peor pagados, los más precarios. En este sentido, es muy curioso detectar
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Los tres elementos que hemos analizado son a su vez amparados y consolidados por los
múltiples instrumentos que ordenan nuestra convivencia y que configuran la Cultura. Es
decir, el Derecho, por ejemplo, ha avalado durante siglos esa construcción generalizada de
las mujeres y los hombres. De ahí que buena parte de la lucha feminista tuvo que darse, y
todavía hoy lo sigue haciendo, contra unas normas y una Justicia hecha a nuestra imagen y
semejanza. Pero también cualquier ámbito en el que pensemos vinculado con la creación,
la ciencia, los saberes, la Cultura en sentido amplio, contribuye a mantener roles y
estereotipos. Pensemos sin ir más lejos en cómo ha funcionado y funciona la división
jerárquica entre “genios” y “musas”.
Todo este sistema se apoya en múltiples violencias que se ejercen por parte de quienes
ocupan el poder – hombres- sobre quienes están en una posición devaluada – mujeres.
Podemos afirmar, por tanto, que la discriminación que sufren las mujeres, y las violencias
que sufren, y que son de todo tipo (sexuales, laborales, físicas, psicológicas,), tiene carácter
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• Cobo Bedía, Rosa (1995), Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau,
Madrid, Cátedra.
• Lorente Acosta, Miguel (2018), Tú haz la comida que yo cuelgo los cuadros, Barcelona,
Crítica.
• Salazar Benítez, Octavio (2013), Masculinidades y ciudadanía. Los hombres también tenemos
género, Madrid, Dykinson; (2018), El hombre que no deberíamos ser, Madrid, Planeta.
• Segato, Rita (2016), La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de Sueños.
• Subirats, Marina (2013), Forjar un hombre, moldear una mujer, Barcelona, Aresta.
En las primeras décadas del siglo XXI estamos viviendo un momento ambivalente con respecto al
feminismo. De una parte, es innegable que estamos asistiendo a una eclosión del movimiento a
nivel global, a una presencia constante de sus vindicaciones y críticas en los medios de
comunicación y hasta en la agenda pública, a un imparable interés por las iniciativas académicas y
sociales vinculadas con la igualdad de género. Nunca antes y en esto las redes sociales e Internet
están jugando un papel esencial, el feminismo tuvo tanta presencia y generó tanto interés, como
tampoco con anterioridad su capacidad de movilización había sido tan masiva e intergeneracional,
llegando incluso a ciertos grupos de hombres, todavía minoritarios, que ya no tienen ningún reparo
en asistir a las manifestaciones del 8M o a cualquier otra movilización, como las desgraciadamente
tan habituales contra la violencia de género. De esta manera hay ya muchas teóricas y activistas
que hablan de una “cuarta ola feminista” (Valera, 2019), en la que sobre todo se está subrayando
como la conexión entre patriarcado y neoliberalismo genera múltiples explotaciones y
servidumbres de los cuerpos y capacidades de las mujeres. De esta manera, y junto a cuestiones
clásicas que siguen teniendo vigencia (la discriminación en el ámbito laboral, la dificultad para
consolidar liderazgos políticos o empresariales, los problemas relacionados con la
corresponsabilidad, la precariedad de buena parte de los trabajos ocupados mayoritariamente por
mujeres), se han situado en primera línea las reflexiones críticas sobre la sexualización permanente
de las mujeres y el uso de su cuerpo para satisfacer los deseos y necesidades de los hombres. De
ahí la centralidad en el debate de temas “clásicos” dentro del feminismo como la prostitución, la
pornografía o las agresiones sexuales, a los que se han unido nuevas cuestiones como los llamados
vientres de alquiler o todos los abusos que ahora se comenten a través de las redes sociales. En
ser humano y, en definitiva, a formas varias de explotación. Todo ello en un mundo en el que no
dejan de crecer las desigualdades y en el que las sucesivas crisis vividas – la más reciente, la
derivada del Coronavirus – han afectado de manera singular a las mujeres.
En paralelo, y esta es una tendencia que en muchos países se viene observando desde finales del
siglo pasado, estamos asistiendo a una reacción machista frente a las conquistas del feminismo
(Ávila, 2019). De nuevo estamos ante un fenómeno global que expertos en masculinidades como
Michael Kimmel llevan años analizando. Este experto norteamericano ha analizado en su libro
Hombres blancos cabreados (2019) como en Estados Unidos un sector importante de la población
masculina se siente agraviado frente a los progresivos avances de las mujeres. Este análisis se
puede trasladar lamentablemente a otras muchas sociedades. La pérdida de su rol central de
proveedores, los reajustes en las estructuras familiares, la superación de un estatus que durante
siglos los colocó en una posición de dominio, está provocando que muchos hombres, en lugar de
iniciar un proceso de revisión de su propia identidad masculina, reaccionen a la defensiva,
articulando discursos conservadores con los que pretenden volver al pasado, es decir, a esos
momentos históricos en los que el patriarcado imponía su ley sin discusión. En los que ellos eran
el sujeto dominante y las mujeres las dominadas. El grave riesgo es que esos discursos están
alcanzando a las instituciones, están siendo acogidos por determinas fuerzas políticas de tendencia
conservadora y se extienden sin control por las redes sociales. No hay más que recodar qué tipo
de liderazgos políticos están apareciendo en muchos países y cómo en determinados partidos se
convierte en un eje central la crítica del feminismo y la censura de incluso los instrumentos
normativos que han permitido en el siglo XX avanzar en igualdad y luchar contra la violencia de
género.
Los discursos y mensajes que se lanzan desde estas posiciones se caracterizan por ser
tremendamente emocionales y simples. Es decir, en ellos no hay espacio para la reflexión, para los
La idea fuerza que mejor puede resumir estos posicionamientos sería la concepción del feminismo
como una especie de guerra contra los hombres, como una lucha mediante la que las mujeres
pretenden hacerse con el poder y crear un mundo en el que los hombres ocupemos una posición
insignificante o, en el mejor de los casos, subordinada. De esta manera, para la mayoría de estos
hombres posmachistas (Lorente, 2009) es fácil concluir que el feminismo sería lo contrario al
machismo. Cuando más bien lo que tendríamos que concluir es que lo contrario al feminismo es la
ignorancia (Salazar, 2019), la supervivencia de prejuicios y, no lo olvidemos, la resistencia de
Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el feminismo, y muy especialmente los
hombres que pueden considerarse profeministas, es la urgencia de construir discursos y prácticas
alternativas a las que se extienden peligrosamente entre los más jóvenes, ofrecer referentes
masculinos que se aparten del modelo del macho hegemónico y poner en marcha una acción
política que haga posible cambios políticos, económicos y culturales. Una parte esencial de esa
acción política debería ser el trabajo con los hombres, de manera muy singular con los más
jóvenes, a través de estrategias y herramientas que posibiliten una progresiva superación de los
roles tradicionales, un cuestionamiento crítico de su lugar de privilegio y un aprendizaje de todas
las capacidades humanas que nos hemos negado al no entenderlas como masculinas.
En este trabajo con los hombres tendríamos que partir de un doble presupuesto que puede
parecer obvio pero que con frecuencia genera malentendidos y, con frecuencia, reacciones
machistas. La primera idea que tendríamos que matizar sería la que podríamos resumir con la
frase “todos los hombres son iguales”. Esta afirmación es usada frecuentemente por los sectores
más reaccionarios para explicitar como según ellos el feminismo nos ve: todos somos machistas,
todos somos violentos, todos somos malos padres, todos somos violadores. En ningún momento
el feminismo ha planteado esa afirmación ni ese es uno de sus lemas principales. Lo que sí ha
explicado la teoría feminista es que todos los hombres, todos y cada uno de nosotros, formamos
parte de un orden social, el patriarcado, y de una cultura, el machismo, que nos socializa para el
cumplimiento de determinadas expectativas de género, que nos ofrece referentes de lo que
significa ser “un hombre de verdad” desde que somos niños y que nos va indicando por tanto qué
acciones, actitudes o comportamientos nos corresponden y, en paralelo, cuáles negamos por ser
femeninos. Es decir, desde que apenas somos niños, incorporamos a nuestro ser una serie de
prácticas que podemos identificar como machistas y que la sociedad patriarcal ha estimado como
“normales”. Hay machismo en nuestra manera de entendernos a nosotros mismos, de
relacionarnos con nuestros iguales, de desenvolvernos en nuestros entornos laborales y familiares,
Lo anterior no impide constatar que, partiendo de esa cultura que nos define como grupo, existen
diferencias entre hombres que viene marcadas por las diferencias de estatus socioeconómico, de
cultura, de formación intelectual, de pertenencia a una determinada minoría discriminada o
simplemente por las condiciones singulares que pueden darse en un determinado lugar y en un
determinado momento histórico. Es decir, el concepto que hemos definido como masculinidad
patriarcal nos da la clave de un “todo”, dentro del cual, a su vez, es posible distinguir “diversas
masculinidades” e incluso distintas jerarquías. Por ejemplo, durante mucho tiempo, y todavía hoy
en muchos países y en determinados contextos, un hombre homosexual no ha tenido el mismo
reconocimiento que un heterosexual, como tampoco tiene las mismas oportunidades un hombre
migrante que uno nacional, o el perteneciente a una etnia o cultura minoritaria que el que forma
parte de la mayoría dominante. Ahora bien, en todos estos supuestos, es decir, todos estos
hombres, comparten, con distintos matices y singularidades, el formar parte un orden patriarcal.
De la misma manera que el único elemento en común de todos los que ejercen violencia sobre las
mujeres es el hecho de ser hombres.
Este obvio punto de partida nos lleva a su vez a la necesidad de romper con una actitud muy
habitual entre los hombres cuando se plantean reflexiones en torno al machismo y sobre todo en
torno a la violencia de género. Nos referimos a entender que el machismo y por supuesto las
violencias que provoca son algo externo a nosotros, algo que pasa fuera, que les ocurre a otros y
que por tanto no nos incumbe. Ello tiene como fatal consecuencia la elusión de la responsabilidad
individual, al tiempo que se trasmite la idea de que estamos ante una cuestión vinculada con la
acción de hombres concretos y no con toda una cultura que todos respiramos y que todos
contribuimos a mantener.
Por lo tanto, es evidente que todos los hombres no somos iguales, pero también lo es que todos
hemos sido forjados de un modelo de masculinidad marcado por la normalización del eje
dominio/violencia (Segato, 2016) tanto en la dimensión privada como en la pública de nuestras
vidas. Hay una estructura de poder, muy evidente, que se proyecta en lo público y que en muchos
casos genera violencia institucional. Pero también hay relaciones de poder en espacios más
cercanos e íntimos. En este sentido, problematizar la masculinidad, es decir, analizar críticamente
el modelo de referencia y enfrentarnos a todo aquello de lo que deberíamos despojarnos, pasa
también por revisar cómo nos relacionamos, en lo afectivo y en lo sexual, con las mujeres. Y es
necesario reflexionar sobre el amor y el sexo porque son dos de las dimensiones en que es más
Lo que las expertas han identificado como “mitos del amor romántico” (Herrera, 2017), y que hoy
perviven incluso amplificados a través de las nuevas tecnologías, suponen un marco relacional
donde lo habitual es el control y el dominio masculino, y en paralelo, la dependencia y la sumisión
femenina. Las consecuencias tóxicas de estas asimetrías son evidentes, como también lo es la
progresiva escalada de violencia que se genera en relaciones donde se niega la autonomía, se
alimenta la dependencia y, además, se abren escasas vías para los diálogos empáticos. De ahí al
“la maté porque era mía” o “mi marido me pega lo normal” (Lorente, 2003) la distancia es escasa.
De manera similar, la vivencia del sexo por parte de los hombres está estrechamente vinculada
con la experiencia del dominio y el control sobre el cuerpo de las mujeres. Ellas son apenas objetos
siempre disponibles para satisfacernos e incluso nos erotiza dominarlas, someterlas a tratos
degradantes, no tener en cuenta sus deseos o preferencias. Esta experiencia de la sexualidad se
convierte además en una seña de la identidad masculina, que compartimos con nuestros iguales
para dejar claro que somos hombres de verdad y que incluso incorporamos como ritual de paso
cuando por ejemplo acudimos con tantísima frecuencia al sexo de pago con mujeres prostituidas.
En este sentido, la prostitución alcanza el estatus de institución patriarcal en la que se confirma,
como en ninguna otra, el poder masculino y el sometimiento de las mujeres a nuestros deseos. Y
obviamente, aunque no todos los hombres vayamos de putas, sino que una mayoría mantenemos
un silencio cómplice y no cuestionamos una práctica que supone explotación. Es con una mujer
prostituida con quien un hombre puede realizar todas sus fantasías, incluidas las violentas, que
previamente ha visto en el porno o que ha recibido a través de otras muchas referencias, como
por ejemplo la publicidad, en la que las mujeres aparecen permanentemente cosificadas y
sexualizadas (Cobo, 2020). Como objetos dispuestos a ser consumidos por los hombres. En todos
estos escenarios, en los cuales se construye como un ritual la masculinidad, se generan múltiples
violencias, desde la física a la emocional que sufren en su propio ser las mujeres, hasta la que de
tipo simbólico contribuye a crear una cultura “pornificada” (Núñez, 2016).
La perspectiva de ese eje horizontal de las violencias machistas nos pone sobre la pista de otro
aspecto que es la relevancia que esa para la masculinidad patriarcal tiene el grupo de pares, la
llamada fratría, ante la cual confirmamos que respondemos a lo que se espera de nosotros, con la
que compartimos actividades de riesgo, a veces violentas y que nos permite reafirmarnos como
machotes. En muchos casos, por tanto, actuamos siguiendo determinados patrones para que se
nos reconozca como hombres, como fieles cumplidores de las expectativas de género, como los
machitos que son aplaudidos y jaleados por los colegas. La fratría es pues el ámbito perfecto para
desarrollar la masculinidad como una especie de performance, de puesta en escena, en la que no
nos importa tanto nuestra individualidad como lo que perciben los espectadores (Azpiazu, 2017).
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• Herrera Gómez, Coral (2017), La construcción sociocultural del amor romántico, Madrid,
Fundamentos.
• Lorente Acosta, Miguel (2003), Mi marido me pega lo normal, Barcelona, Crítica; (2009), Los
nuevos hombres nuevos, Barcelona, Destino.
• Núñez, Gabriel (2016), “El porno feroz. La misoginia como espectáculo”, El Estado mental,
https://elestadomental.com/diario/el-porno-feroz.
• Salazar Benítez, Octavio (2018), El hombre que no deberíamos ser, Madrid, Planeta; (2019),
#Wetoo. Brújula para jóvenes feministas, Madrid, Planeta.
• Segato, Rita (2016), La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de Sueños.
• Valdés, Isabel (2018), Violadas o muertas. Un alegato contra todas las “manadas” (y sus
cómplices), Barcelona, Península.
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El cine es desde el siglo pasado el medio cultural de mayor impacto popular y, en consecuencia, de
mayor incidencia en la socialización de los individuos. A él se irían sumando más adelante la
televisión y más recientemente Internet. De esta manera, el lenguaje audiovisual se ha convertido
en el más potente en cuanto a su incidencia en la creación de hábitos, referentes y narraciones
compartidas. Mucho más en un momento de globalización en el que en cualquier lugar del planeta
se comparten los mismos contenidos audiovisuales, y en el que mediante diferentes soportes
consumimos más imágenes que en ninguna otra etapa anterior.
Todos y todas, y muy especialmente las nuevas generaciones, nos hemos educado a través de las
imágenes que actúan como espejo y como ventana. Son un espejo en el que nos vemos reflejados
y también una ventana mediante la cual nos asomamos a otros mundos, a otras personas, a otras
realidades. A través del cine, como a través de la literatura, o de la publicidad, o de la televisión, se
generan y se consolidan imaginarios colectivos, narrativas mediante las que, entre otras muchas
cosas, las sociedades comparten una determinada concepción de lo que significa ser hombre y ser
mujer, así como de las relaciones entre ambos. En muchos casos, sobre todo en el cine más
comercial, los relatos no hacen sino confirmar lo que mayoritariamente la sociedad entiende como
lo “normal”, mientras que un cine más minoritario, sin una pretensión comercial tan evidente, sí
que es posible encontrar miradas críticas sobre la realidad que implica el género. Porque el cine, los
relatos audiovisuales en general – desde el videoclip de una canción a un anuncio, pasando por una
serie de televisión o una imagen que nos llega a través de las redes sociales -, también forman parte
de todas esas construcciones que desde la cultura amparan y legitiman estereotipos de género, las
Sería muy fácil en este sentido hacer un recorrido por la historia del cine y extraer de ella precisas
referencias sobre lo que durante siglos ha significado ser un hombre de verdad, y también, en los
últimos tiempos, sobre cómo empiezan a abrirse determinadas grietas sobre el modelo de
masculinidad patriarcal. A través de las películas podemos fácilmente encontrar ejemplos de las tres
“máscaras viriles”, usando la terminología del sociológico Enrique Gil-Calvo (2006), con las que el
hombre ha aparecido en escena: a) el patriarca: el hombre con responsabilidades decisorias sobre
los demás; b) los héroes, comprometidos a trabajar por los demás con esfuerzo arriesgado; y c) los
monstruos que serían los personajes terribles y peligrosos, los bichos raros, los transgresores, tanto
para lo bueno – el genio creador – como para lo malo – el monstruo terrible.
De esta manera, encontramos en la gran pantalla miles de ejemplos que nos muestran el dominio
masculino, y ligado a él el uso de la violencia, en la mayoría de los casos sin una perspectiva crítica,
y en algunos otros, los menos y en todo caso más recientes, con una mirada que cuestiona esa
hegemonía y que incluso llega a proponer modelos alternativos. En este recorrido no hay que
olvidar que todavía hoy, las mujeres con poder para contar sus propias historias en imágenes son
una minoría, por lo que la mirada dominante, como en general suele pasar en cualquier ámbito de
la cultura, sigue siendo la masculina (Hudsvedt, 2019). De ahí la importancia de fomentar y alentar,
A continuación, y como referencias iniciales que nos pueden servir para realizar un trabajo de
análisis crítico cinematográfico, que dé pie a debates que a los hombres no sirvan para nuestro
proceso de “deconstrucción”, propondremos algunas películas de diferentes momentos históricos
en las que encontramos los rasgos más definitorios de lo que todavía hoy en gran medida se
entiende por ser “un hombre de verdad”. A través de escenas concretas podemos encontrar las
claves para entender hasta qué punto el machismo, y la violencia que va a asociada a él, forma parte
de nuestra subjetividad.
6) La violencia de género, es decir, la violencia sobre la mujer con la que se tiene o ha tenido
una relación de afectividad, y a la que se considera objeto que se posee y sobre el que se
ejerce una relación de dominio.
• Escena violencia machista de TORO SALVAJE (Martin Scorsese, 1980:
https://www.youtube.com/watch?v=_i-dXqTE28o
• El ciclo de la violencia en TE DOY MIS OJOS:
https://www.youtube.com/watch?v=_TJTL6C98UY
• Escena de violencia de género en SOLO MÍA (Javier Balaguer, 2001):
https://www.youtube.com/watch?v=QassBWGH_yE
• Escena de LA PIEDRA DE LA PACIENCIA (Atiq Rahimi, 2012):
https://www.youtube.com/watch?v=bUAhq4RvkuA
• Escena de la serie BIG LITTLE LIES:
https://www.youtube.com/watch?v=Qy0dfQ17PG4
10) Otras masculinidades. En el cine más reciente, y aunque todavía siguen siendo
excepcionales, empezamos a encontrarnos con otras referencias masculinas. Hombres que
cuidan, hombres que dudan, hombres que comparten vidas con mujeres más poderosas
que ellos, hombres que se emocionan o que desarrollan capacidades y habilidades que
durante siglos pensaron que eran femeninas, hombres que se muestran inseguros y
dubitativos, o que construyen relaciones masculinas basadas en el afecto y no en la
competitividad o en la demostración de virilidad. La masculinidad tradicional en crisis.
Hombres que ya se atreven a desafiar ese mandato que nos decía: los tipos duros no bailan.
• AZUL OSCURO CASI NEGRO (Daniel Sánchez Arévalo, 2005):
https://www.youtube.com/watch?v=Id8osm6_E2Y
• DIECISIETE (Daniel Sánchez Arévalo, 2019):
https://www.youtube.com/watch?v=Ok_kQmzG-xY
• BILLY ELLIOT (Stephen Daldry, 2000):
https://www.youtube.com/watch?v=CH8HV5gXQB4
• UNA PISTOLA EN CADA MANO (Cesc Gay, 2012)
https://www.youtube.com/watch?v=KJ0Sw-I2WNg
• 1000 KILÓMETROS (Carlos Marqués Marcet, 2014)
https://www.youtube.com/watch?v=xaxD_vQQ3fM
• SOLO NOS QUEDA BAILAR (Levan Akin, 2019):
https://www.youtube.com/watch?v=Q78siFgEE4I
• UNO PARA TODOS (David Ilundain, 2020):
https://www.youtube.com/watch?v=BtkHmBLefZw
• Aguilar, Pilar (2019), La imagen te ciega. Manual básico de análisis audiovisual, Mérida,
La Moderna.
• Hudsvedt, Siri (2019), La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres,
Barcelona, Seix Barral.
• Lorente Acosta, Miguel (2014), Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros, Barcelona,
Crítica.
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- Anuncio de INVICTUS:
Tal y como se afirma en la publicidad del perfume, INVICTUS asume todo el
imaginario patriarcal sobre la construcción de la subjetividad masculina:
“INVICTUS de Paco Rabanne, el perfume con aroma a victoria. Un perfume
amaderado inspirado en la masculinidad, una fragancia en forma de trofeo
que contiene sensualidad y frescura a partes iguales. El perfume INVICTUS de
Paco Rabanne, es la representación del valor y la fuerza. Una eau de toilette
que Paco Rabanne ha creado para el hombre, envolviéndolo con el aroma de
los ganadores, y que, al igual que la experiencia de la victoria, te adentrará
en un mundo de sensaciones totalmente adictivas que no querrás dejar de
revivir”. Las imágenes que durante años han servido para promocionar el
perfume son un buen ejemplo del imaginario mediante el cual se prorroga la
masculinidad patriarcal: el hombre ganador, con un físico imponente y con
todo un “harén” de mujeres sometidas a sus deseos.
https://www.youtube.com/watch?v=VNOZTsK0gRs
https://www.youtube.com/watch?v=yFfe7bGL508
- Superman:
Los superhéroes, inicialmente a través del cómic, pero sobre todo a través de
su traslación a la gran pantalla, representan uno de esos imaginarios
mediante los cuales se han consolidado y reiterado la construcción de la
masculinidad ligada al heroísmo, la potencia y la fuerza. Un buen ejemplo
sería el clásico Superman, en este caso a través de una escena extraída de la
película estrenada en 1978 y dirigida por Richard Donner, basada en el
personaje homónimo de DC Comics
https://www.youtube.com/watch?v=3oIQCt6GVcY
- Donald Trump:
En este video, editado por la revista MARIE CLAIRE, encontramos una
recopilación de frases machistas pronunciadas por Donald Trump. Un claro
ejemplo de “masculinidad tóxica” y de cómo en el mundo del siglo XXI buena
parte de la vida pública, y del gobierno de los Estados, está ocupada
literalmente y liderada por hombres que reproducen y amplifican los
mandatos patriarcales.
https://www.youtube.com/watch?v=-aZZMg-JRPU
- Violencia en el fútbol:
Uno de los espacios tradicionales de socialización masculina es el fútbol, en
el que continuamente vemos cómo se reproducen los mandatos
tradicionales de género, muy especialmente en lo que tiene que ver con una
masculinidad agresiva y violencia, con frecuencia homófoba. En esta
selección de imágenes podemos comprobar la normalización de la violencia
en un mundo que sigue teniendo una gran influencia en la socialización de
los más jóvenes.
https://www.youtube.com/watch?v=eTEZ_lXVaUc
En este videoclip del cantante MALUMA, lanzado en 2016, uno de los más
exitosos de los últimos años, comprobamos cómo se reproducen estereotipos de
género en cuanto a la construcción del varón como sujeto dominante, también
en las relaciones afectivas y sexuales, y de la mujeres como objetos
intercambiables – las idénticas, como las identifica la teoría feminista - , siempre
disponibles para satisfacer los deseos e intereses del patriarca.
https://www.youtube.com/watch?v=OXq-JP8w5H4
https://www.youtube.com/watch?v=zEf423kYfqk
https://www.youtube.com/watch?v=J2z-LsU2GiU
Si hay una serie de televisión que en los últimos años ha tenido un enorme éxito de
audiencia, y que ha sido muy seguida y aplaudida por los más jóvenes, esa ha sido
sin duda LA QUE SE AVECINA, emitida por Tele 5. Sus guiones constituyen la puesta
en escena de los más variados estereotipos, en muchos casos de manera burda y
soez, de tal manera que sus capítulos constituyen un perfecto manual para analizar
la construcción patriarcal de los hombres y de las mujeres. Uno de los estereotipos
insistentes en la serie es el del hombre como “depredador sexual”, del que es
expresión esta canción que interpretan dos de sus protagonistas y que ha llegado a
convertirse en una especie de himno entre muchos adolescentes:
https://www.youtube.com/watch?v=gxjbEoFg3SA
- Tráiler EL PROXENETA:
La prostitución puede ser definida como una institución patriarcal mediante la cual
los hombres siempre han tenido garantizado el acceso al cuerpo de las mujeres a
través del dinero. Es además uno de los negocios que genera más dividendos a nivel
mundial. En los debates sobre la prostitución, con frecuencia se olvida, o se coloca
en un segundo plano, la responsabilidad de los hombres en su continuidad,
empezando por quienes se lucran de las mujeres prostituidas. Este documental,
dirigido por Mabel Lozano, está protagonizado y contado en primera persona por
Miguel, “El Músico”, un exproxeneta y dueño de algunos de los más importantes
macroburdeles de España, condenado y sentenciado a 27 años de cárcel, que ha
confesado con pelos y señales cómo ha evolucionado la prostitución en España y en
el mundo, y cómo a principios de los años noventa surgió el espeluznante negocio
de la trata y se empezó a secuestrar mujeres de “deuda”, cuya única salida era la
prostitución.
https://www.youtube.com/watch?v=EKft9KigaGw
En los últimos años estamos asistiendo a una reacción (neo)machista frente a las
conquistas igualitarias, la cual en muchos países se está traduciendo incluso en
opciones políticas que alcanzan representación parlamentaria. Es el caso de Vox
en España, partido que mantiene en su programa una firme oposición a la Ley
contra la violencia de género. En este fragmento de su entrevista en el programa
de Antena 3 El Hormiguero, su líder, Santiago Abascal, lo explica.
https://www.youtube.com/watch?v=i_t19HsTKZo
https://www.youtube.com/watch?v=t4pFx-EjEBs
En este documental, dirigido por Iván Roiz (2020), se incluyen varios testimonios
de hombres que explican cómo se han enfrentado al machismo que llevan dentro
y cómo empezaron a tomar conciencia de la necesidad de transformar su
identidad masculina.
https://www.youtube.com/watch?v=4pwOcsEVMIQ&list=PLgWgTFBV0Ndy
Y6jb8SWX_vmgR-OOvAWix
https://www.youtube.com/watch?v=c7K899SbrhQ&list=PLgWgTFBV0NdyY
6jb8SWX_vmgR-OOvAWix&index=2
https://www.youtube.com/watch?v=D2WIVKQzHig
https://www.youtube.com/watch?v=niwLmH2cIaI
La película Acusados (Jonathan Kaplan, 1988), protagonizada por Jodi Foster, nos
muestra la brutalidad de una agresión sexual sufrida por una mujer y, de manera
singular, cómo en ella participan un grupo de hombres. De esta manera, nos sirve
cómo ejemplo de cómo la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres
tiene también una dimensión horizontal, en cuanto ejercicio de afirmación de la
virilidad frente al grupo de pares.
https://www.youtube.com/watch?v=qrBeQnqZXu0
- El FARY y el hombre blandengue:
https://www.youtube.com/watch?v=M8xfzsjB2jI
https://www.youtube.com/watch?v=6ojXsdte5Mg
- Cosas de chicos:
https://www.youtube.com/watch?v=g7RXnV_DKBo&t=43s
“La Consulta” es una campaña contra el machismo, creada y dirigida por la artista
Yolanda Domínguez y financiada por El Instituto Andaluz de la Mujer, que tiene
como objetivo implicar a los hombres en la erradicación de una gran epidemia
social: el machismo.
https://www.youtube.com/watch?v=Cu_GX8Xn8vY&t=70s
Pocas películas reflejan como Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) los
denominados mitos del amor romántico mediante la construcción de un
https://www.youtube.com/watch?v=7JmIdPx4wnU
La película TORO (Kike Maíllo, 2016) es, desde su mismo título, una muestra
continua de los arquetipos que definen la masculinidad hegemónica como
violenta, agresiva y apoyada, a su vez, en un determinado entendimiento del
cuerpo masculino como máquina preparada para la lucha, la aventura o la
competición (en este caso, representada por el estereotipo que representa el
actor tan seguido por jóvenes, Mario Casas).
https://www.youtube.com/watch?v=mXVuTfz-iV8
https://www.youtube.com/watch?v=unSzp6FY7Rs
https://www.youtube.com/watch?v=4HXKQ_p_iX0
• SIN PERDÓN (Clint Eastwood, 1992): El cine de Clint Eastwood, más allá de
su alineamiento politico, nos ofrece todo un muestrario de heroes
masculinos pero también de sujetos decadentes que, con frecuencia, no han
sido capaces de enfrentarse a sus propias miserias, miedos y fracasos. Este
western crepuscular es un buen ejemplo de esas masculinidades fracasadas
e incapaces de remontar el vuelo. Unos hombres que solo se comunican
entre ellos mediante las pistolas.
https://www.youtube.com/watch?v=ogtmnUgHV1g